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Periódico ABC, s/f, 2003, en línea:

http://www.abc.es/cultural/dossier/dossier86/fijas/dossier_001.asp

EN EL ESPEJO DEL TIEMPO

América y España en el espejo del tiempo


Visiones atlánticas del mundo hispánico

John H. Elliott

Advierte Elliott que el mundo hispánico como fenómeno atlántico requiere abrir
una inédita geografía de memorias comunes, de viajes de ida y vuelta, de
ámbitos más sospechados que conocidos. Hoy, 12 de octubre, esa mirada al
espejo del tiempo de América y España adquiere nuevos y relevantes perfiles.

Cuando Hernán Cortés informó a Carlos V en su segunda Carta de Relación,


fechada el 30 de octubre de 1520, de que podía considerarse emperador de las
tierras gobernadas por Moctezuma «con título y no menos mérito que el de
Alemania, que por la gracia de Dios vuestra majestad posee», emitió un juicio sobre el futuro de España cuyas
implicaciones todavía no han sido completamente reconocidas por los historiadores. Con la conquista de
México, y luego la de Perú, la monarquía española se convirtió en una monarquía atlántica, y el mundo
hispánico se convirtió en un mundo atlántico. En la práctica, ¿esto qué significó?

En primer lugar, tuvo como consecuencia que el dominio de una monarquía europea se extendiera a través del
océano sobre millones y millones de nuevos súbditos, de orígenes y capacidades desconocidas, para
proyectarse sobre las lejanas orillas del Atlántico. También implicó la imposición del lenguaje, la cultura, la
religión, la ley y las instituciones españolas, o más bien castellanas, sobre estas tierras y gentes recién
conquistadas, y proyectó la mirada de los españoles sobre horizontes nuevos y lejanos, de modo que
pobladores, oficiales, clérigos e intelectuales tuvieron que enfrentarse a los desafíos que planteaba un mundo
desconocido. Asimismo, tuvo como resultado la aparición de nuevos tipos étnicos por la mezcla de sangres
entre españoles, indios y negros, importados en número creciente desde África como esclavos. Finalmente,
trajo consigo la creación de nuevos mercados ultramarinos para las economías de España y Europa, y el flujo
de retorno, en principio a Sevilla, de productos americanos, entre los cuales la plata extraída en las minas de
México y Perú fue fundamental, precisamente en una etapa en que la plata era soberana.

Todo esto es bien conocido, y ha tenido abundante tratamiento historiográfico.


Sin embargo, aunque contamos con infinitas historias de España y sus
extensiones americanas, todavía podemos preguntarnos si tenemos una
verdadera «Historia Atlántica» del Mundo Hispánico, en la cual la historia de
España y de América sean contempladas como elementos constitutivos la una de
la otra, en vez de ser estudiadas como compartimentos estancos con un océano
por medio. Entre los historiadores angloamericanos la «Historia Atlántica» está
muy de moda. En algunos campos, los historiadores de Gran Bretaña y la
Angloamérica colonial han sido superados por los de España y la América española en el esfuerzo de integrar
las historias de ambas orillas del Atlántico. Últimamente, aunque tarde, están comenzando a apreciar las
implicaciones derivadas de que el Atlántico es no sólo un océano que divide, sino también, lo que es más
importante, un océano que une.

La nueva Historia Atlántica, en mi opinión, es la historia de la creación, destrucción y reinvención de


comunidades humanas como resultado del movimiento a través y alrededor de la cuenca atlántica de personas,
productos, ideas y prácticas culturales. Contemplada de esta manera, abre nuevas posibilidades a la historia
tanto de España como de la América española. En 1999, Rocío Sánchez Rubio e Isabel Testón Núñez publicaron
una fascinante selección de cartas que se intercambiaron entre el Viejo y el Nuevo Mundo en los siglos XVI,
XVII y XVIII, con el sugestivo título El hilo que une. Tenemos que tirar de este hilo, donde quiera que nos lleve,
porque existió una completa red de relaciones formal y también informal entre España y sus posesiones
americanas. La exploración de estas relaciones y sus consecuencias puede ocupar a toda una generación de
historiadores.

¿Qué significó «partir a las Indias» para los españoles de aquellos siglos, y para los amigos y familiares que
dejaron atrás? ¿Cómo transformó a los emigrantes esta experiencia? ¿De qué manera las actitudes y conductas
de aquéllos que se movían entre ambos mundos eclesiásticos, mercaderes, oficiales reales, emigrantes
retornados influyeron en las políticas, actitudes y conductas de la España metropolitana? ¿Qué aspectos de la
cultura y las instituciones españolas cruzaron el Atlántico con éxito, y cuáles no, y por qué? Hasta qué punto se
reprodujo una sociedad obsesionada por cuestiones de honor y limpieza de sangre al otro lado del Atlántico, y
hasta qué punto se transformó? ¿Hasta qué límite y de qué manera la experiencia multiétnica de la España
medieval configuró la formación de las nuevas sociedades transatlánticas en las tierras conquistadas y
colonizadas?

Se trata de cuestiones de gran alcance, muchas de las cuales todavía tienen resonancia en nuestros días.
Todas, de una u otra manera, se relacionan con el proceso de globalización desencadenado por España y
Portugal en los siglos XV y XVI. El suyo, como el nuestro, era un mundo en movimiento, y en primer lugar en
movimiento en y alrededor de las tierras que bordea el Atlántico. Por eso, si queremos recuperar algo de aquel
mundo en movimiento, sujeto a un proceso continuo de contacto, intercambio y mestizaje cultural y humano,
no tenemos más remedio que elevar nuestra mirada por encima de las divisiones territoriales que con
demasiada frecuencia han dividido en compartimentos nuestra visión del pasado. Los archivos todavía guardan
muchos secretos, pero no se trata sólo de encontrar nuevas evidencias, también es determinante hacer nuevas
preguntas y lograr responderlas. El mundo hispánico como fenómeno atlántico todavía espera su historiador.

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