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SELLADO. El acceso a la cueva del Familiar estaba aquí: el chalet de Hileret. LA GACETA /
FOTO DE TERESA PASQUERO
Afines del siglo XIX y durante la primera década del siglo XX, el ingenio Santa
Ana era un monstruo de vidrio y acero en medio de la selva. Producía 8.000
toneladas de azúcar y dos millones de litros de alcohol al año. Contaba, entre
otras cosas, con luz eléctrica, 50 kilómetros de vía férrea, una central de
teléfonos y 10 escuelas primarias para el personal.
"No era fácil mantenerlo todo controlado. Unos 2.000 peones con machetes
debían obedecer a 30 o 40 capataces armados y con sus respectivos perros.
Pareciera que fue entonces cuando nació la leyenda del Familiar", cuenta
Josefina Artaza, descendiente de un empleado de la desaparecida fábrica
azucarera.
"El Familiar se presenta en Santa Ana como un perro negro, muchas veces sin
cabeza. Un animal grande que arrastra largas cadenas y que duerme en lugares
oscuros: sótanos, calderas, siempre cerca del patrón. Tiene ojos rojizos visibles
en la oscuridad", explicó don Olegario Molina, de 93 años, que afirmar haberse
topado con la bestia cuando tenía 22 años.
El eje del mito, según testimonios de lugareños, es que el patrón del ingenio hace
un pacto con el Diablo para ganar más dinero. A cambio no entrega su alma,
sino que se compromete a alimentar al hambriento monstruo con obreros
rebeldes. La alianza indica que cuando mejor alimentado está el Familiar mayor
es la riqueza del dueño del ingenio Algo así como una apología de la ganancia
y la plusvalía.
El santiagueño, según vecinos del lugar, presentía que ese año iba a ser el elegido. Por
eso preparó un puñal con un mango en forma de cruz. Dicen que el dueño del ingenio
lo llamó para realizar trabajos en los sótanos. Cuando él bajó, sintió que Hileret le cerró
la puerta. Alrededor de la medianoche percibió un fuerte olor a azufre. Al darse vuelta
se encontró con un perro grande, negro, de ojos color sangre, que lanzaba fuego por
las fauces. Se desesperó, gritó e intentó trepar las paredes, pero estaban resbalosas.
Entonces se encomendó a Dios y comenzó a pelear. Se cansó de ver como el filo de su
daga no le hacía nada al perro y decidió mostrarle el mango del puñal en forma de cruz.
Ya había amanecido, porque cantó el gallo, y el Familiar se retiró vencido y furioso del
lugar. El santiagueño escuchó el ruido de las máquinas del ingenio y luego de gritarles
durante horas a sus compañeros, ellos le arrojaron una soga y lo rescataron del sótano.
Después se fue de Santa Ana y nadie supo más de él. A partir de allí se motorizó el
principio del fin del ingenio. Al poco tiempo murió su dueño. Hasta 1932 fue sociedad
anónima. Luego pasó al banco y 34 años después se cerró para siempre.