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Cuerpos callosos
(trece obras dramáticas)
Alfredo Bushby
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© Alfredo Bushby
Con la colaboración de
Estudios Generales Letras de la PUCP
ISBN:
xxxxxxx
Índice
Categoría
Orden cronológico 1 2 3 4
Las tocadas (1990) x
La dama del laberinto (1993) x
Perro muerto (1994) x
Lengua larga (1994) x
Historia de un gol peruano (1999) x
Conrado y Lucrecia (2005) x
El joven calvo (2006) x
Dominante de si bemol (2006) x
Maribel dice los pieses (2009) x
1975 (2010) x
Nuestra señora de los desmadres (2011) x
Por qué cojea Candy (2012) x
Simposio (2013) x
En Maribel dice los pieses, el juego está marcado por el orden (A-
B-C) que deben respetar para hablar los tres personajes (Aurelio
- Begonia - Charlie). Por último, en Simposio, si bien aparecen
varios monólogos a modo de conferencias en los que el Mucha-
cho se dirige al público, el juego está marcado por las interven-
ciones de este personaje en los diálogos entre Simposio y su
asistente, Parvaneh.
La necesidad de referirse a los personajes ausentes introdu-
ce una fuerte carga de narratividad en este grupo de obras. En
Las tocadas, la mayoría de las intervenciones de los personajes
están dedicadas a narrar lo que hace o deja de hacer el ausente.
En Conrado y Lucrecia, se van narrando, poco a poco, los aconte-
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Este texto se plantea para siete actores que tendrán que hacer
cada uno, por lo menos, dos papeles. Esta desmultiplicación
opera en diferentes niveles. Por un lado, revela la tendencia de
la época (los noventa) por economizar actores, que se condice
con un clima socio-económico de escasez en que montar una
obra con muchos actores en Lima resultaría inviable, especial-
mente cuando las intervenciones de muchos de los personajes
son muy breves. Por otro, así como en las rimas en el caso de la
poesía, las equivalencias formales establecidas por este recur-
so sugieren equivalencias de contenido, de manera que se es-
tablecen paralelos y coincidencias entre los personajes repre-
sentados por el mismo actor. Así Rómulo Roca interpreta a
Baltasar en la obra teatral "Oigan las generaciones": ambos son
dueños de casa que pretenden tener en sus manos a Hortensia
o el tesoro que ella representa. Gabriel (el amante en la obra),
es Richard, hijo de Rómulo, quien al fin se queda con el tesoro.
Y la Hortensia de la obra se vuelve la Narradora, quien nos
lleva, a lo largo de la obra, a descubrir los misterios de la casa.
Esto nos permite ver facetas ocultas de los personajes, pues, si
bien el espectador podrá entender que son diferentes sujetos,
no podrá evitar relacionarlos ya que los cambios son inmedia-
tos. Lo mismo ocurrirá con los otros cuatro actores, que repre-
sentarán a más de dos personajes. El hecho de que el Animador
sea también Juan, le permitirá cumplir el mismo rol de enfren-
tarse a Rómulo en "la vida real" y a Baltasar en la obra teatral
haciendo el paso de una a otra de manera inmediata.
Estos cambios de personaje no sólo le dan a la obra mayor
dinamismo, sino que plantean juegos temporales que sobrepo-
nen dos o más tiempos diferentes y crean la sensación en el
receptor de que la historia se repite. A través de las generacio-
nes, los personajes se mantienen atrapados en el laberinto de
sus deseos, sin poder salir. Y será el desciframiento de los do-
cumentos y hechos históricos lo que le permita a Richard Roca
acceder al tesoro. La desmultiplicación permite que, de algún
modo, los personajes asuman diferentes posiciones y perspec-
tivas en la trama, cuestionando, de este modo, al sujeto unita-
rio y proponiendo una categoría de personajes cuya función está
al servicio de la trama.
El mismo recurso aparece en Perro muerto, obra para cinco
actores. Los personajes de Micaela y Catalina les corresponden
a sendas actrices, pero los otros tres actores, vestidos de men-
digos, representan cada uno, por lo menos, dos papeles, algu-
nos menos definidos y otros muy concretos como Tito (el ena-
morado de Micaela), Javier Zuloaga (el profesor), Rosa María (la
amiga de Catalina) y Timoteo Suárez (la pareja de Catalina). El
hecho de que estos tres actores estén vestidos de mendigos
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Las tocadas
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Personajes:
DÉBORA: 40 años de edad
MIRIAM: 30 años de edad
VERÓNICA: 20 años de edad
Escenario:
Todo ocurre en un círculo de tierra seca de aproximadamente
cuatro metros de diámetro. Dentro del círculo, hay tres palas
dispuestas entre sí de manera que la pirámide o trípode que
forman sugiere un monumento improvisado.
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Miriam escapó.
VERÓNICA: ¿Se lo contaste a alguien? No sé... ¿A alguna tía?
DÉBORA: ¿Para qué?
VERÓNICA: Para hacerlo pagar, para ayudarte, como a Miriam.
MIRIAM (a Débora): ¡¿Por qué no me lo contaste?! Eres una
infeliz y quieres todos seamos como tú.
DÉBORA: Los tiempos son inconstantes, Miriam. En los tuyos,
tenías el privilegio de escapar viva de la familia, de jugar a
las locuras con Joe por países impronunciables. Y, en los
tiempos de Verónica, ya a nadie le importan sus gritos de...
de asjlóki...
VERÓNICA: ¡Débora!
DÉBORA: Sí, de asjlóki con un extraño; hasta se ríen cuando
los oyen... Pero, entonces, cuando me tocaba a mí, no podía
contar nada; si lo hubiera hecho, tendrían que haberme
empalado.
VERÓNICA: ¿Qué es eso?
MIRIAM: Yo pensé que eran cuentos de las tías.
DÉBORA: No eran cuentos... Papá apenas empezaba con lo de
la agencia. No teníamos nada entonces; ustedes no pueden
recordarlo, no pueden siquiera concebirlo... La miseria, el
rechazo... Papá trabajaba duramente para sacar adelante la
agencia, y la vergüenza de un extraño con su hija en el baldío
lo habría obligado a atravesarme el cuerpo con una estaca...
VERÓNICA: ¡Ay!
DÉBORA: ... y a ponerme en exhibición en ese poste para escar-
miento de todos. Después, habrían sido la fuga, la persecu-
ción, el horror...
VERÓNICA: ¿Cómo podían vivir así?
DÉBORA: Esperábamos que un acto de pasión nos justificara a
la hora de nuestra muerte.
VERÓNICA: ¿Un acto de pasión?
MIRIAM: ¡Cómo cambiaron los tiempos! Hace siete años, yo fui
expulsada de la casa por ser mujer de un extraño como Joe;
hoy en día, el mismo extraño no es sólo el flamante novio de
Verónica Lynch, sino el vendedor más querido de la agencia
de papá. Si hubieran sabido entonces que era el mismo, el
mismo maldito Joe...
VERÓNICA: Por eso, no me traía al baldío... El muy estúpido; no
era por pudores sino porque ya a nadie le importaba; ya a
nadie le escandaliza con quién ni dónde...
MIRIAM (a Débora): Debiste contármelo a mí al menos. No sé si
me habría afligido, pero tenía derecho a saber; también me
concernía... ¡Me expulsaron!
DÉBORA: ¡¿Derecho?! ¡Qué sabes tú de derechos y de
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FIN
Lima, 1990
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Personajes:
En esta obra, siete actores hacen los papeles de diversos per-
sonajes de la siguiente manera:
PRIMERA: Hortensia, Narradora
SEGUNDO: Baltasar, Rómulo
TERCERO: Gabriel, Richard
CUARTA: Isabela, Karina, Parasicóloga, Brígida
QUINTO: Juan, Animador, Hutchinson, Bustos
SEXTO: Cirilo, Guardia, Curioso 1, Futbolista peruano, Supe-
rior 1, Viajero 1
SÉTIMO: Cipriano, Guardia, Curioso 2, Futbolista chileno, Su-
perior 2, Viajero 2
Escenario:
El escenario sugiere una amplia y lujosa sala característica de
los inicios del siglo diecinueve en Lima. Sin embargo, el espacio
debe ser lo suficientemente abierto como para representar, sin
cambio de decoración, otros lugares: una calle, un café-teatro,
un estudio, una cancha de fútbol, un sótano, etc.
Hay una pequeña puerta en el piso, cubierta por una alfombra.
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PRIMER ACTO
hasta que...
NARRADORA: No tienes que contarnos todo, Karina. No te pre-
ocupes.
KARINA (mientras baila): ¡Hasta que se mató! Se suicidó. Me
acuerdo clarito. Fue cuando el Perú perdió un partido de fút-
bol. Lo tengo aquí.
NARRADORA: ¿Se mató por el fútbol? ¿Por un partido?
KARINA: (mientras baila): Claro que él ya estaba mal; el partido
fue -¿cómo decirte?- el iceberg nada más. Clarito lo tengo.
Fue cuando eliminaron al Perú del mundial de Alemania.
NARRADORA: ¿Tu papá tenía momentos de lucidez o todo el
día...
KARINA (mientras baila): A veces, tenía sus momentos, pero,
en verdad, ya estaba mal, como borracho. Se paseaba por la
casa. A veces, me hacía un cariñito en la cabeza. Hablaba
solo. Había empezado con lo de los fantasmas hacía años y
todos pensaban que estaba loco. Mis hermanos se le reían
en la cara. Nunca me voy a olvidar después del partido; "Nos
ganaron, nos ganaron, mierda", decía. Perdón. Después es-
cuchamos el disparo.
(Karina solloza y sale bailando. Desde dentro, se empiezan a
escuchar golpes de martilleos, lentos y rítmicos. La Narradora
se dirige al público, mientras Rómulo camina por el escenario.)
NARRADORA: Después de sus repetidos fracasos por obtener
la Casa de las Ánimas por la vía judicial, la vida de Rómulo
Roca cambió precipitadamente.
RÓMULO: Confirmado. Espíritus habitan Casa de las Ánimas.
NARRADORA: En 1968, desde un ya desaparecido diario local,
el periodista emprendió una vigorosa e incansable campaña
destinada a probar que...
RÓMULO: Gritos se oyen hasta Hacienda. Afirma Ministro.
NARRADORA: ... la casa estaba poblada de almas en pena, que
intranquilos, inquietos, cuando no juguetones...
RÓMULO: Espíritus atacan de nuevo.
NARRADORA: ... espíritus la habitaban y se manifestaban...
RÓMULO: ¿Está la CIA tras supuestas manifestaciones?
NARRADORA: ... en las noches.
RÓMULO: ¡Casa de las Ánimas debe desalojarse!
NARRADORA: Por ese entonces, sólo los bajos de la casa esta-
ban ocupados. Un variopinto conglomerado de tiendas y ta-
lleres artesanales había establecido sus locales en la planta
baja de la casona. Las historias...
RÓMULO: Tengo declaraciones firmadas bajo juramento de cin-
co testigos, dignos de la más alta confianza, que corroboran
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ril es, creo, pero se pudría en plata y estaba envarada con los
apristas. De ahí, entre los dos, compraron la casa. ¿Para
qué? Para desalojar a esa pobre gente -salió en los periódi-
cos- y venderla ahí mismito. Están locos. Son unas ratas.
NARRADORA: ¿A qué se dedica Richard actualmente?
KARINA (mientras baila): No sé ni me importa. No hace nada.
Ahí estará viviendo con la Brígida. No nos quiere hablar y
nosotros le devolvemos el favor. Por mí, se puede ir a su
madre patria.
(Karina sale bailando.)
NARRADORA: Como vemos, la Casa de las Ánimas tenía, por
ponerlo de alguna forma, características poco comunes al
resto de inmuebles de la capital. ¿Qué sucedió? ¿Qué poder
tenía ese espacio para provocar actos tan irracionales en un
padre y su hijo?
(Baltasar entra y se queda mirando a la Narradora.)
NARRADORA: Como veremos, no era la primera vez que la casa
se veía implicada en historias de almas, desahucios y, tal
vez, crímenes.
(La Narradora se vuelve Hortensia y corre a abrazar a Baltasar.
Ambos se besan.)
HORTENSIA: ¿Cómo estás, mi Baltasar?
BALTASAR: ¿Cómo está la flor de América?
HORTENSIA: Pues, muy bien.
BALTASAR: Y también yo;
tan bien como estarlo pueda
un fiel súbdito en el trance
de estas horas y estas guerras.
(Se sueltan. Baltasar va a servirse una copa de vino. Hortensia
no puede evitar mirar con insistencia la alfombra.)
HORTENSIA: ¿No teníais hoy sesión
permanente con la Audiencia?
BALTASAR: Es que hoy llegó otra carta
de Fernando, flor; La Serna
ha tenido a bien citarnos
mañana para leerla.
HORTENSIA: ¿Otra carta? ¿Qué decía?
BALTASAR: No merece nuestras penas.
Es lo mismo: que a Fernando,
nuestro Rey...
HORTENSIA: Loado sea.
BALTASAR: Lo inquietan aún las ratas
chillonas de independencia,
esas pestes que acabar
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oidor excelentísimo;
su mujer, doña Isabela.
BALTASAR: Gracias, buen Cirilo. Gracias.
(Cirilo sale. Juan e Isabel se adelantan.)
BALTASAR: Queridos Juan e Isabela,
qué milagro que esta casa
bendiga vuestra presencia.
ISABELA: Vinimos a visitaros;
fue mi Juan el de la idea.
Lo previne que este día
sin trabajo y sin Audiencia
vosotros podríais pasarlo
en algo que valga pena,
en deleites más amenos.
¿Nuestra llegada indiscreta
os privó de algún placer?
JUAN: Por favor, basta, Isabela.
ISABELA (a Hortensia): Yo pensé que habías muerto.
Eres una ingrata, Hortensia;
que son siglos que tu cara
no vemos en cielo o tierra.
JUAN (aparte a Baltasar): Las noticias son urgentes.
En privado, cuando puedas...
BALTASAR: Querida Hortensia, ¿por qué
no le muestras a Isabela
las flores que tanto cuidas,
como hijas, en tu huerta?
JUAN: Ve, querida; te aseguro
que el jardín vale la pena.
Por sus claveles y espigas
toda Lima se contenta.
ISABELA: Pues vayamos; y, en la marcha,
yo comienzo a darte cuenta
de los más de mil diretes
que perdiste por tu ausencia.
(Hortensia e Isabela salen.)
JUAN: Es el Virrey quien me envía.
BALTASAR: ¿A qué teme hoy La Serna?
JUAN: Nada bueno, Baltasar;
no te traigo buenas nuevas.
BALTASAR: Me parece que estos días
estáis todos como viejas
asustadas de ratones.
JUAN: Ojalá ratones fueran.
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sacerdote diocesano,
ingenioso y de talento
muy feraz, mas no muy santo.
(El Superior 1 y el Superior 2 entran y se acercan a Bustos.)
BUSTOS: No me place ésta, mi vida,
de iras santas sin pecados;
más me llama el mirar doñas,
comer carne y beber tragos
de buen pisco en las bodegas
que destilan el milagro.
SUPERIOR 1: Padre Bustos, te vendiste;
sin que quieras, te escuchamos.
SUPERIOR 2: Oye ahora tu castigo,
que de ti ya estamos hartos.
BUSTOS: ¿Un castigo? ¿Nuevamente?
SUPERIOR 2: Calla y oye con cuidado.
SUPERIOR 1: A la Calle de las Ánimas
se ampliará el Arzobispado.
BUSTOS: Escuché que en dicha casa
viven sátiros espantos.
SUPERIOR 2: Calla y deja de alentar
esas cosas del diablo.
SUPERIOR 1: Entrarás solo a la casa.
BUSTOS: ¡Solo no! ¡Por lo más santo!
SUPERIOR 2: Solo irás y por las noches,
hasta adviento de este año.
SUPERIOR 1: En el sótano hallarás
laberintos de mil cuartos.
SUPERIOR 2: Tu labor será limpiar,
palmo a palmo, cada espacio.
SUPERIOR 1: En tu tiempo, pulirás
desde el suelo al cielo raso.
BUSTOS: ¿Podré acaso yo apelar
este látigo tan bárbaro?
No diréis que esta ocasión
no os pasasteis de la mano.
SUPERIOR 2: Sólo apela al salvador.
SUPERIOR 1: Que él perdone tus pecados.
(Los Superiores se repliegan.)
BUSTOS: Ángel Bustos es mi nombre,
en las noches confinado
a vivir como una rata
donde todo gato es pardo.
Mas, ¿qué veo? ¿Qué me ocurre?
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SEGUNDO ACTO
de la patria, yo te arresto.
En las pampas de la sierra,
los ejércitos del Rey
se han rendido a los de América.
Mi deber es invitarte,
sin revanchas ni sospechas,
a aceptar que esta nación
tiene al fin su independencia.
Tu vida y tu libertad
serán tuyas si demuestras
tu aceptación; tus bienes
conservarás; y, si deseas
volver a tu madre patria,
te proveeremos las velas.
BALTASAR: Gabriel, Gabriel, te conozco.
Sé que poco te interesan
los destinos de una patria
que es nación en apariencia.
No me quieras engañar
ni enviarme a otras fronteras
para poder complacerte
en los brazos de mi Hortensia.
GABRIEL: Has bebido.
BALTASAR: No lo niego.
Y aun ebrio caí en cuenta
del concilio que vosotros
manteníais tras las puertas.
GABRIEL: Dime dónde está tu esposa.
BALTASAR: La buscaréis en la tierra,
la seguiréis hasta el Cielo
y el Infierno sin dar tregua;
mas no la podréis hallar.
GABRIEL: ¡La mataste! ¿Es que está muerta?
BALTASAR: Como esté, no está por mí.
GABRIEL: Habla. ¿Qué has hecho con ella?
(Baltasar se hace el desentendido; tararea alguna melodía.)
GABRIEL: ¿Quieres saber la verdad?
Ahí te va, entre ceja y ceja.
Sí, Hortensia te era infiel;
no conmigo y, que se sepa,
con ningún otro mortal,
mas con la patria. Era ella
la que nos daba las tácticas
del Virrey y de la Audiencia;
proveía las noticias
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usted o detrás?
RICHARD: Delante de mí o detrás. Donde usted prefiera.
NARRADORA (con acento extranjero): Qué amables los perua-
nos. ¿Así son todos?
RICHARD: Así somos. Algo bueno teníamos que tener. ¿Y usted
de dónde es?
NARRADORA (con acento extranjero): De Australia.
RICHARD: Qué interesante. ¿De qué ciudad?
NARRADORA (con acento extranjero): De Sidney. ¿Conoce us-
ted Australia?
RICHARD: No, pero siempre he querido ir. Para ver a los cangu-
ros y a las canguras también, por supuesto.
(La fila avanza unos pasos y se detiene.)
RICHARD: Es que con la actual situación ya no se puede, pues.
Me voy. Una lástima, pero me tengo que ir. Usted debe haber
oído; con tanta corrupción. ¡Apristas! Uno podría hacer un
esfuerzo y quedarse a trabajar por el país.
NARRADORA (con acento extranjero): Claro.
RICHARD: Pero, si no lo dejan trabajar, qué puede hacer uno.
Allá pienso invertir una platita que he podido ahorrar. Es
más seguro; aquí nadie deja trabajar a nadie.
NARRADORA (con acento extranjero): Qué pena. Justo las per-
sonas trabajadoras como usted se van del país.
RICHARD: Pero si no lo dejan trabajar a uno...
NARRADORA (con acento extranjero): Espere, no me diga, no
me diga. Usted es escorpión, ¿verdad?
RICHARD: Sí. ¿Cómo supo?
NARRADORA (con acento extranjero): Decidido, emprendedor,
tan firme que puede ser incluso terco. Yo soy virgo, por ejem-
plo; un poco más sentimental. Debe ser un problema tener
de pareja a un escorpión. No sé si yo podría.
RICHARD: Todo tiene solución en esta vida. Pero qué intere-
sante lo que me cuenta. Qué pena que no tengamos tiempo.
¿Usted también va a Miami?
NARRADORA (con acento extranjero): Sólo unos días.
RICHARD: Tal vez, ahí nos podríamos encontrar para seguir
conversando.
NARRADORA (con acento extranjero): Dígame, ¿usted cree en
los espíritus?
RICHARD: No. ¿Qué dice? ¿Qué espíritus?
NARRADORA (con acento extranjero): Los espíritus, usted sabe.
Las personas que ya se murieron.
RICHARD: Ah, no sé.
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medio complicado.
NARRADORA: ¿Más coincidencias? No lo creemos. Creemos que
un remordimiento filial hizo que Richard Roca se interesara
en la vida y obra de su padre más de diez años después de la
muerte de éste...
HUTCHINSON: Estuvo sentado ahí donde estás tú.
NARRADORA: ... y que, al encontrar indicios a cada paso, dedi-
có su vida, y el dinero y los contactos de su nueva esposa a
adquirir la Casa de las Ánimas con el fin de obtener el tesoro
de su laberinto. "El anterior propietario del inmueble en
mención dejó las paredes y los suelos del inmueble en men-
ción llenos de inmensos boquetes y perforaciones." Sospe-
chamos que Richard Roca tomó la decisión de dejar el país al
ver peligrar su fortuna debido a nuestro acoso. También sos-
pechamos que, cuando lo abordamos en el aeropuerto, ya el
tesoro había salido del Perú. Como competente agente de
aduanas, Richard Roca pudo haberlo hecho pasar sin mayor
problema. Y, a propósito, ¿qué debemos pensar del curioso
comportamiento en la historia del padre Ángel Bustos allá
en 1899?
HUTCHINSON: Pero es muy chistoso...
(Bustos camina por el escenario portando una antorcha imagi-
naria. Ve algo que llama su atención.)
NARRADORA: Su forzada indagación entre los pasillos y cuar-
tos secretos de la Casa de las Ánimas lo llevó pronto a des-
cubrir algo increíble.
BUSTOS: Mas, ¿qué veo? ¿Qué me ocurre?
¿Es su gracia o es el diablo?
NARRADORA: Descubrió que la casa escondía uno o varios cú-
mulos de piedras preciosas y monedas de oro y plata con un
valor suficiente para corromper al más santo.
(Bustos toma el manto y se lo pone en la cabeza.)
NARRADORA: Y es así que Bustos se dedicaría a sacarlo pieza
por pieza. ¿Pero cómo haría para no ser descubierto? Pues
conseguiría una saya y un manto, y ocultaría las piezas bajo
las ropas.
(Bustos se pone imaginarias monedas y joyas entre las ropas
para aparentar pechos, y, una vez así, camina sigilosamente por
el escenario.)
NARRADORA: Bustos salía dos o tres veces cada noche. Todo
iba muy bien pero...
SUPERIOR 1: Los vecinos de las Ánimas,
sin consulta, me han contado
que, en las noches, de la casa,
ven salir con saya y manto
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rescatarte?
HORTENSIA (desde dentro): ¡Ya no puedo!
GABRIEL: Baltasar no está.
HORTENSIA (desde dentro): ¡Decenas!
¡Nada veo! ¡No soporto!
GABRIEL: Sigue hablando de manera
que tu aliento me conduzca
al lugar del tu condena.
Habla, Hortensia. ¡Sigue hablando!
HORTENSIA (desde dentro): Que de mí se compadezca
cuanta ánima me escuche.
GABRIEL: Si me escuchas con la fuerza
con que yo, pues dime dónde...
¿No escuchas? ¿Dónde te encuentras?
HORTENSIA (desde dentro): ¡Ya son cientos! ¡Por favor!
GABRIEL: ¡Habla más! No te detengas.
(Gabriel levanta la alfombra y, a viva fuerza, después de varios
intentos, logra abrir la puerta del piso arrancando los clavos.
Entra por la puerta. El escenario queda vacío.)
HORTENSIA (desde dentro): ¡Ayudadme! ¡No! ¡Son miles!
GABRIEL (desde dentro): Sigue hablando que estoy cerca.
Voy entrando al laberinto
y mi luz serán tus quejas.
No claudiques. Habla más.
Ya no veo nada. ¡Hortensia!
¡Hortensia! No tengo ojos.
¡Habla por lo que más quieras!
¿Pero qué es esto? No escucho.
No puedo seguir tu senda
si no me hablas o suspiras.
¡Por los mil demonios!
HORTENSIA (desde dentro): ¡Mierda!
(Los martilleos se van debilitando hasta extinguirse.)
FIN
Austin, 1993
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Perro muerto
106
107
Personajes:
MICAELA: 17 años, vestida con uniforme escolar
CATALINA: 35 años, vestida con traje de baño y una bata o toa-
lla que se pondrá alrededor del cuerpo
HOMBRE: 40 años, vestido de mendigo
MUCHACHO: 20 años, vestido de mendigo
MUJER: 50 años, vestida de mendiga
Escenario:
El escenario está totalmente cubierto por basura. Hay varios
montículos de desperdicios de donde los actores recogerán los
distintos elementos que necesiten para la representación y donde
se sentarán o recostarán. Lo que más debe destacar entre la
basura es la presencia de un perro muerto.
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PRIMER ACTO
HOMBRE: Definitivamente.
MICAELA: ¿Dónde?
HOMBRE: Cata.
MICAELA: ¿Qué dice?
HOMBRE: Cata estaba mejor que Rosa María. Definitivamente.
(El Hombre se pone a buscar entre la basura y encuentra un
cassette.)
CATALINA: Querida Micaelita: Adjunto a la presente tres artí-
culos que escribí hace ya algunos años: "La Gran Corrupción
de los Fieles", "Constantino o los canales de la ira" y "Nueva
Babilonia". Son trabajos que preparé al terminar mi tesis de
Bachiller y que nunca publiqué a raíz de lo del perro muerto.
No fue por miedo. Lo que pasó fue que, después de escuchar
la grabación, decidí suspender todo lo que estaba haciendo.
Estaba en un ritmo aceleradísimo y necesitaba pensar en
muchas cosas. La grabación me ayudó a reflexionar sobre
muchas cosas que, por la novedad, había pasado por alto. Es
más, yo estaba encantadísima con que los mendicantes se
estuvieran comunicando conmigo, aunque fuera de una for-
ma, digamos, algo cruda. Así que tienes en tus manos tres
artículos que sólo tú y unos pocos conocen. Bueno, me voy a
aprovechar los últimos días de vacaciones que me quedan.
Un besote.
HOMBRE (mirando el cassette): Creo que éste es.
CATALINA: Post data: Espero que no sigas acosando a los men-
digos con tus preguntas. Primero: así no vas a conseguir nada.
Segundo: eso los molesta como no tienes idea. Otro beso.
HOMBRE: Sí, éste es.
MICAELA: ¿Me lo podría prestar para hacer una copia?
HOMBRE: No, no, no; está prohibido.
MICAELA: Por favor.
HOMBRE: Esta cinta no puede salir de la universidad. No se
puede hacer copias. ¿Te acuerdas lo que te dije sobre la dis-
creción? Está prohibido. Pero, mira, si no le dices a nadie, la
puedes escuchar aquí si quieres. Pero no le digas a nadie,
por favor.
MICAELA: No, es que aquí no puedo.
HOMBRE: ¿Por qué?
MICAELA: Es que quiero escuchar la grabación con tranquili-
dad. Aquí no puedo. Por favor, profesor; es sólo por hoy. Le
juro que le devuelvo el cassette intacto.
HOMBRE: No se puede. Pero tómate tu tiempo. Escúchalo aquí.
Aquí no entra nadie. Si quieres, puedes transcribir lo que
quieras.
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MICAELA: Profesor...
HOMBRE: Yo tengo que terminar de corregir algunas cosas.
Desde aquí te miro. Si quieres, ahí tienes papel.
MICAELA: Profesor...
HOMBRE: ¿Cuál es el problema? ¿No quieres estar en mi ofici-
na? Yo no muerdo.
MICAELA: No es eso... Es que... Es diferente... Yo... Ni sé cómo
explicarle para que me entienda... No es lo mismo...
HOMBRE: A ver, marca de nuevo.
MICAELA: Quiero, necesito, escuchar la voz de un mendicante.
No es tanto lo que dice; eso lo puedo leer diez mil veces. Es
la voz. Necesito, tengo que oírla con tranquilidad.
HOMBRE: Pero aquí está tranquilo. ¿Dónde lo vas a escuchar si
no?
MICAELA: No sé. De noche. Tirada en mi cama. Con los ojos
cerrados. Sin ropa. Completamente sola. Usted creerá que
estoy loca, ¿no? Pero quiero imaginarme que un mendicante
me habla. A mí. Sólo a mí. Y saborearlo con todo el cuerpo,
poco a poco, sin apuro. No se moleste, pero aquí no puedo.
Ésta está loca de remate, dirá usted, ¿no?
HOMBRE: Tirada en tu cama...
MICAELA: En mi cama o en la alfombra. ¿Me entiende? Donde
me sienta más cómoda.
HOMBRE: Pero son las reglas de la universidad. ¿Qué pasa si
alguien se entera?
MICAELA: Le juro por mi santísima madre que no se lo digo a
nadie. Lo grabo y se lo devuelvo hoy mismo. Si quiere, se lo
llevo a donde usted me diga. ¿Me entiende? Nadie se va a
enterar; se lo juro.
HOMBRE: No sé...
MICAELA: ¿Entonces? ¿Me la presta?
HOMBRE: Depende.
MICAELA: ¿De qué?
(El Hombre extiende el cassette y éste es tomado por el Mucha-
cho.)
MUCHACHO: Los Cristianos de Lima, testigos del dolor, ha-
ciendo propia la voluntad suprema, a la hermana Catalina.
La amistad con Salvador te alcance y sea tuya, por su inter-
medio, la pureza de tu alma. Al tener noticias, al parecer
verdaderas, de tu curiosidad por nosotros y la espiritualidad
suprema que nos ilumina, llenos de preocupación, nos diri-
gimos a ti para rogarte que dejes de buscarnos. Sabemos que
uno de nuestros hermanos corrompe su alma al darte infor-
mación. No sabemos quién es ni queremos saberlo. Al pun-
120
primero.
CATALINA: No nos conocemos personalmente, pero tenía esta
idea loca de que nos habíamos hecho amigas; no sé por qué
pensé eso.
MICAELA: Entiéndeme, por favor. Ahora necesito saber más por
mi cuenta. Necesito caminar sola. Ya no puedo regresar. No
te molestes, pero, en verdad, tú ya me diste todo lo que me
podías dar. Claro que somos amigas, pero, por favor, por esa
misma amistad, ahora déjame caminar sola.
CATALINA: Si quieres saber algo de mí, si te es tan indispensa-
ble saber de mi vida privada, pregúntamelo a mí directamente.
MICAELA: Ya sé que tú nunca me vas a decir cómo encontrar a
Matías.
CATALINA: ¿Acaso crees que siento alguna especial fascinación
en jugar contigo?
MICAELA: Tampoco me vas a soltar nada de la contraseña; ya
sé.
CATALINA: Micaela, si te pido algo, es por una razón.
MICAELA: Tampoco soy bruta; no te estoy pidiendo que me di-
gas nada de eso. Entiendo que no puedes ir, feliz de la vida,
contándole las cosas de los mendicantes a cualquier equis.
Pero, por lo menos, déjame buscar a mí por mi cuenta.
CATALINA: Tus preguntas, tu acoso impertinente, les molestan
muchísimo. Claro, a ti, la niñita egoísta y engreída, eso qué
te puede importar.
MICAELA: No es justo, Catalina, no es justo que me prohíbas
eso.
CATALINA: No sabes en lo que te estás metiendo. Esto no es
un juego.
MICAELA: Tú eres la que no sabe lo que yo podría hacer por
hablar con un solo mendicante, una palabra, un gesto, con
uno solo, para abrazarlo y decirle cómo lo quiero y cómo los
quiero a todos ellos, para que todos ellos sepan cuánto les
agradezco que estén ahí, aunque no me hablen, que existan
en un mundo de mierda como éste.
CATALINA: Última vez que te lo digo, Micaela. No preguntes
más.
MICAELA: Ninguno me quiere responder, Catalina. Ya no sé
qué más hacer. Todas las noches me la paso rebotando en
mi cama por la angustia. A veces, pienso que les hablo. Y me
contestan pero me doy cuenta de que no les entiendo ni una
palabra. Me imagino que hay mendicantes por todos lados.
Todos caminan por una ciudad que parece que la hubieran
bombardeado, oscura, llena de humo; miles. Conversan en-
tre ellos. Todos están felices y se ríen de mí. Hasta Tito es
125
SEGUNDO ACTO
qué lo dijo?
HOMBRE: Todo el mundo dice "maldito Constantino"; yo digo no
más. ¿No tiene una voluntad que me pueda dar, señorita?
MICAELA: ¿Quién dice eso? ¿Quién es todo el mundo para us-
ted?
HOMBRE: Todo el mundo, pues. Alguna gente anda diciendo.
Una vez, escuché.
MICAELA: ¿Podría llevarme con sus hermanos, señor?
HOMBRE: ¡Dónde estarán mis hermanos!
MUCHACHO: Micaela.
MICAELA: Sólo dígame dónde se reúnen, señor. ¿Sí? Por favor.
Porque usted es un mendicante, ¿no es cierto? Ya se delató.
Ya no lo puede negar.
HOMBRE: La necesidad me obliga, señorita. Usted cree que me
gusta esto.
MUCHACHO: Deja en paz al caballero, Micaela.
MICAELA: ¿Usted busca la pureza del alma y la amistad con
Salvador?
MUCHACHO: Discúlpela, caballero.
MICAELA: ¡Tito! ¡Puta madre!
MUCHACHO: Dale algo al caballero. No traje la plata. Después
te doy.
MICAELA: Mira, Tito, si no vas a ayudar, no estorbes. ¿No has
entendido nada? Va a botar todo lo que le des.
HOMBRE: Por favor, señorita. Tres días que no como.
MUCHACHO: ¡Tres días! ¿En serio? ¿Se puede?
MICAELA: Tito, estoy hablando en serio.
MUCHACHO: Yo también. ¿Le vas a dar algo o no?
MICAELA: No. No es no.
(El Muchacho se quita el reloj que tiene puesto y se lo da al
Hombre.)
MUCHACHO: Tenga, caballero.
MICAELA: ¡¿Te volviste loco?! ¿Estas totalmente demente? ¿Per-
diste toda la razón?
MUCHACHO: Lo podrá vender por ahí y comprar algo.
MICAELA: Señor, deme ese reloj.
MUCHACHO: Déjalo, Micaela.
MICAELA: El reloj, por favor, señor. No sea insensato. ¿Va a
permitir que un miserable reloj corrompa todo lo que ha pu-
rificado hasta ahora? El reloj.
HOMBRE: El joven ahí me lo regaló.
MICAELA: Pero el joven aquí no sabe lo que hace. El reloj, por
las buenas o las malas.
136
su país.
CATALINA: ¿Me está acusando de eso?
MUCHACHO: Respóndame una cosa. ¿Es cierto o no es cierto
que, en su país, es una minoría étnicamente de origen euro-
peo la que goza de todos los privilegios?
CATALINA: En mi país ha habido un largo y complejo proceso de
mestizaje racial y cultural que sería imposible resumir aquí.
Si bien tenemos todavía un trauma nacional, las cosas fue-
ron muy diferentes a las excolonias francesas, por ejemplo,
donde los colonos nunca se mezclaron con los nativos o los
esclavos que ahí llevaban.
HOMBRE: Doctora, no creo que ése sea el tema...
MUCHACHO: Yo asumo las responsabilidades que me co-
rresponden. Usted contésteme la pregunta.
CATALINA: Yo también asumo lo que me corresponde. Sí, yo
pertenezco a una minoría que podríamos llamar privilegiada.
MUCHACHO: Al fin. Nos empezamos a entender.
CATALINA: No voy a negar la evidencia. Pero hay mucho que
explicar.
MUCHACHO: Un momento, un momento. Déjeme terminar.
Quedamos, entonces, en que usted pertenece a una clase
que es una pequeña minoría en un país en que -admitámos-
lo- por tradición, las mayorías son explotadas. ¿Quedamos
en eso?
CATALINA: Usted quede en lo que le convenga. A mí me consta
siempre haber estado del lado de la justicia.
MUCHACHO: ¿Ah, sí?
CATALINA: Sí.
MUCHACHO: Entonces, tal vez, lo que ocurre es que ni usted
misma se da cuenta. Existen muchísimas formas de explo-
tación, doctora. Usted se está aprovechando de los margina-
dos, de los más pobres, para construir su carrera. ¿Eso es
explotación o no?
CATALINA: No.
MUCHACHO: ¡Usted es una traidora! Admítalo de una vez, doc-
tora. Aún está a tiempo. ¡Una traidora!
HOMBRE: Por favor. ¿Empezamos otra vez?
CATALINA: Eso es lo más simplista e ignorante que he escu-
chado en mi vida.
MUCHACHO: Lo moral, lo ético, lo único decente habría sido no
decir nada, cerrar la boca, respetar lo que los mendicantes le
pedían. Pero, no, qué le podían importar a usted los deseos
de los demás si su éxito estaba en juego.
HOMBRE: Basta, por favor. Basta.
139
quieras!
(Micaela se arrodilla frente al Hombre, le baja la bragueta y tra-
ta de tocarlo. El Hombre la mira con pena y trata de soltarse.)
HOMBRE: Todavía estás a tiempo. Aprovecha lo que tienes; no
pierdas eso.
MICAELA: ¡Por favor!
(Al tratar de soltarse, el Hombre va rompiendo las ropas de
Micaela. Ésta trata de prenderse de él a la fuerza hasta que el
Hombre le da un fuerte empujón. Micaela queda sentada en el
suelo con la ropa hecha harapos. El Hombre se retira.)
MICAELA: Por favor.
MUCHACHO: ¿Qué intereses están detrás de todo esto? ¿Ah?
¿Qué transnacional se esconde tras toda esta patraña? ¿Ah?
¿Ah? Contesten, pues.
MICAELA: Que el mensaje de los mendicantes incluyera una
línea de Akatanka no era lo único que apestaba raro. Tampo-
co me quitaba mucho el sueño pensar de dónde habían saca-
do estos "practicantes de la pobreza absoluta" una grabadora
y un cassette. Lo que nunca pude digerir era que los
mendicantes, supuestos pacifistas como dicen que son, de-
jaran un mensaje tan violento como un perro muerto. El
mensaje era clarísimo; alguien quería que usted y, años des-
pués, que yo dejáramos de meter las narices. Ahora ya sé
quién es ese famoso alguien.
HOMBRE: (tocando la guitarra y cantando): Pero nunca me es-
peré que tú también...
Y jamás imaginé que tú también...
MICAELA: Al principio, pensé que había sido su impresentable,
don Timoteo Suárez, el que nos dejó los perros, celoso por
sus éxitos profesionales. Pero eso no explicaba otra cosa
que también se me revolvía adentro: por qué seguía usted
con ese hombre.
MUJER: Es lo único que no puedo entender de Catalina. Qué
hace con el imbécil ese; cómo puede seguir con ese tipo.
MICAELA: Yo ya sé por qué, señorita Campana. Ya entiendo por
qué no manda usted a rodar a ese sujeto. Timoteo Suárez,
"Adorizzio", la chantajea. Él sabe algo sobre usted que de
revelarse la heriría de muerte. ¿Y cuál es el famoso secreto
que su novio tiene con usted? Una repasadita a su carrera,
señorita, me limpió la ventana como no tiene idea.
HOMBRE: Yo me quedé patas arriba con la noticia de esta sec-
ta. Ahí mismo la hice llamar, le pedí que preparara otro tra-
bajo, algo más amplio; casi la tuve que amenazar con jalarla.
La pobre Cata no tenía ni idea de lo que tenía en las manos.
MICAELA: ¿Tiene todavía ese trabajo? ¿De qué trataba?
145
FIN
Lengua larga
150
151
Personajes:
SACERDOTE: Sacerdote dominico. 80 años de edad
JACINTO: Indio; ciego. 80 años de edad
TORIBIO: Sacerdote dominico. 40 años de edad
NOVICIO: Novicio dominico. 20 años de edad
CURACA: Indio. 40 años de edad
POBLADORA 1: India. Entre 20 y 30 años de edad
POBLADORA 2: India. Entre 20 y 30 años de edad
GUARDIA 1: Representado por el mismo actor que José
GUARDIA 2: Representado por el mismo actor que Gabriel
JOSÉ: Novicio dominico. 20 años de edad
GABRIEL: Novicio dominico. 20 años de edad
INDIO: Edad indeterminada
Dos MÚSICOS: Indios
Escenario:
El escenario está vacío excepto por un antiguo escritorio en la
esquina izquierda de segundo término. Hay una silla al lado del
escritorio; libros, papeles, una pluma y un tintero sobre aquél.
152
cio, dos Guardias y un Indio que carga bultos entran en fila; los
hombres ponen sus manos a los lados, como sujetándose, como
si cruzaran un puente colgante. Toribio les habla a los demás
mientras caminan.)
TORIBIO: Por lo que más queráis, tened cuidado.
(El Sacerdote moja su pluma en tinta y escribe.)
SACERDOTE: Es siempre sin aviso: en la alta cumbre
de plácidas plegarias o entregado
al sacrificio, vuelto ya costumbre;
ocultas tras las formas que he soñado
en noches de aparente mansedumbre...
TORIBIO: Seguid andando... No miréis abajo.
SACERDOTE: ... frágiles tardes o albas de trabajo.
(El Novicio mira hacia abajo, siente vértigo y trastabilla. El Guar-
dia 1, detrás de él, lo ayuda a mantenerse en pie.)
GUARDIA 1: Valor, valor, ya casi lo logramos.
SACERDOTE: Las mismas remembranzas de novicio
suelen saltar, como insaciables ramos
de imágenes al sol, sobre mi juicio.
Y, en su emboscada, siempre caminamos
pendientes sobre un alto precipicio.
TORIBIO: Andad, andad. Y mantened cerrada
vuestra conciencia. No penséis en nada.
SACERDOTE: Y puedo ver, entonces, mis misiones
por pueblos congelados y montañas,
por reinos que mis áridas visiones
me muestran torpes. Desde unas cabañas
y a la distancia, vahos de canciones
que suben me hablan, cándidos, de hazañas
sin héroes... Y mi alma ya presiente
los pasos y el humor de nuestra gente.
(Toribio llega al final del "puente". Se vuelve a los otros.)
SACERDOTE: Veo a Toribio, mi mayor y guía...
TORIBIO: Con calma, con cuidado, no hay apuro.
(Sucesivamente, el Novicio, los Guardias y el Indio llegan al
final del "puente".)
SACERDOTE: ... a la guardia que siempre nos seguía,
con risas gélidas e ingenio duro;
y atrás, con nuestros fardos, bien sentía
la pálida altivez de un indio oscuro.
TORIBIO: A descansar, mis gentes, un momento.
SACERDOTE: Y concibió esta historia aquel aliento.
(Los Guardias y el Indio se sientan a descansar. Toribio lleva al
Novicio a un lado.)
155
algo al oído.)
NOVICIO: ¿Siempre gozáis tan buen tiempo?
¿Poca lluvia? ¿Aires tibios?
POBLADORA 1: Es extraño pero ocurre.
POBLADORA 2: Yo, en las noches, siento frío.
NOVICIO: Aquí se siente la mano
sembradora de Dios mismo...
Con su aliento... Con su paz...
Yo me siento como un niño...
(El Novicio es interrumpido por la carcajada y los gritos de Ja-
cinto.)
JACINTO: ¿Qué les dije? ¿No les dije?
¡Cinco eran! ¡Cinco! ¡Cinco!
(Los Músicos se llevan a Jacinto fuera del escenario.)
NOVICIO: Qué aflicción la de aquel hombre.
¿Quién es? ¿Se puede saber?
POBLADORA 2: Vamos, hay que responder.
POBLADORA 1: Podemos darle su nombre.
POBLADORA 2: ¿Su nombre? ¿El nombre de quién?
POBLADORA 1: De Jacinto. ¿De quién más?
POBLADORA 2: Y dale el mío además.
NOVICIO: ¿Quién es? ¿Sus ojos no ven?
(Las Pobladoras se miran y ríen.)
NOVICIO: No tenéis que responderme...
Preguntaba solamente,
pues surgió tan de repente...
POBLADORA 2: Habla tú; yo estoy inerme.
Ante tan lindo varón,
no hay picazón que no sienta.
POBLADORA 1: ¡Aprende a hablar por tu cuenta!
(La Pobladora 2 le da un empujón a la Pobladora 1 para que le
hable al Novicio.)
POBLADORA 1: Su merced tiene razón.
NOVICIO: ¿Tengo razón? ¿En qué punto?
POBLADORA 2: Habla, que ya está en el juego.
POBLADORA 1: Nuestro Jacinto es un ciego.
POBLADORA 2: Dile más... del otro asunto...
(La Pobladora 1 se vuelve hacia la Pobladora 2 y niega con la
cabeza. La Pobladora 2 asiente intentando persuadir a la otra
de algo. El Novicio les hace una venia y se empieza a retirar. Al
verlo, la Pobladora 2 se anima a hablar.)
POBLADORA 2: Él puede ver muchas cosas.
POBLADORA 1: Oye, ¿hablas tú o hablo yo?
160
solamente un momentito.
Venga. Fuerza, su merced.
(El Novicio, poco a poco, despierta.)
NOVICIO: ¿Pero qué me ha sucedido?
JACINTO: Es que quiero que me escuche.
Venga, venga al lado mío.
Siéntese, siéntese aquí.
(El Novicio se acomoda en el piso al lado de Jacinto.)
NOVICIO: ¿Cuánto tiempo ha transcurrido?
JACINTO: Lo escuchaba cuando hablaba,
y escuché lo que me dijo;
dijo que era un impostor.
NOVICIO: Fue un ejemplo ilustrativo
de posibles situaciones.
¿Pero qué me ha sucedido?
JACINTO: Su merced tiene razón.
NOVICIO: ¿Y a dónde se fue el gentío?
JACINTO: Sí, yo soy ese impostor.
No soy santo ni elegido.
Ahora Dios me va a mandar
al infierno por castigo.
¿Va ponerme en el infierno?
NOVICIO: No depende de mi juicio.
JACINTO: Al infierno va a mandarme.
NOVICIO: Dime si fue un desvarío
o admitiste, hace un instante,
tu impostura y tu delirio.
JACINTO: Yo quiero que me confiese
su merced; se lo suplico.
No sea que cuando muera
me empujen al precipicio.
NOVICIO: ¿Confesión? No, yo no puedo...
JACINTO: Voy al borde del abismo
y no quiero que me quemen.
Necesito, necesito
que me absuelva su merced.
NOVICIO: Perdóname tú, Jacinto;
yo no soy un sacerdote,
tan sólo soy un novicio.
JACINTO: Yo soy sólo un impostor
que por años ha vivido
engañando a los demás...
NOVICIO: Yo no tengo los permisos
para dar los sacramentos.
167
la luz en el precipicio.
JACINTO: Y otra vez subió la noche...
SACERDOTE: Y bajó otra vez un día...
JACINTO: Todo allí frente a mi vista:
el mismo río y sus montes
para siempre.
SACERDOTE: Hasta entonces.
JACINTO: Hora tras hora tras hora...
SACERDOTE: Dijo lo mismo en mil formas:
tras cruzarse cara a cara
con la moza, su mirada
quedó presa en esas cosas.
JACINTO: Congelada entre las rocas,
como si un viento nocturno...
SACERDOTE: ... siempre en ese mismo punto...
JACINTO: ... la atrapara...
SACERDOTE: ... hasta ahora.
NOVICIO: ¿Hablas tú de tus memorias?
(El Sacerdote niega con la cabeza.)
NOVICIO: ¿Jacinto, de qué me hablas?
JACINTO: Ya no importa lo que haga;
puedo ir, puedo venir,
pero siempre estará allí
la estación de mi mirada.
SACERDOTE: Ya concluye; se hace tarde.
JACINTO: Desde entonces, su merced,
solamente puedo ver,
no importa a dónde me escape,
la misma parte del valle.
SACERDOTE: Sólo entonces, comprendí.
NOVICIO: ¿Qué me tratas de decir?
SACERDOTE: Todo fluía tan diáfano
todo pasaba tan claro,
cristalino, frente a mí.
JACINTO: Y les veo allá las caras,
pero escucho aquí sus voces,
su calor y sus olores
que me palpan, que me hablan...
Y no sé si es pena o gracia...
Unos matan las serpientes;
otros reparan el puente
cuando las lluvias se han ido.
Y a otros he visto en el río
en las noches con mujeres.
172
infernal, su merced.
(Jacinto abraza al Novicio con fuerza, se prende de sus ropas.
Éste trata de soltarse.)
JACINTO: Confiéseme y apague ya mi sed.
Yo nunca quise ser un impostor
y pronto estaré muerto.
SACERDOTE (lee): Viento de voces, y añorando puerto.
JACINTO: ¡Deme la confesión!
¡No quiero ir al infierno!
NOVICIO: Jacinto, yo no puedo absolver gentes.
JACINTO: ¡Quiero la absolución!
¡No quiero el fuego eterno!
NOVICIO: Cómo podré saber si acaso mientes.
SACERDOTE: Le dije: "No lo cuentes."
JACINTO: De un alto precipicio
me van a hacer caer.
¡Y el río nunca acabará de arder!
NOVICIO: No tengo facultad: soy un novicio.
JACINTO: ¡Todos querrán quemarme!
NOVICIO: No puedo, viejo, tienes que soltarme.
JACINTO: Viví como esas plantas
que vienen a asentarse
sobre otras que, en un tiempo, las nutrían.
Mis faltas son ya tantas
que no pueden contarse.
SACERDOTE (lee): En súbito silencio se sumían.
JACINTO: Y todos me querían.
Y ahora tengo miedo
de no tener perdón.
NOVICIO: En tu alma, veo honesta contrición;
quisiera confesarte mas no puedo.
Espera aquí un momento;
Toribio, mi mayor, oirá tu cuento.
(El Novicio se suelta de Jacinto; va a levantarse, pero Jacinto lo
vuelve a asir con fuerza.)
JACINTO: ¡Confesión, por favor!
NOVICIO: Yo no puedo, te digo.
Aquí está fray Toribio; aguarda un poco.
Él sanará tu ardor;
no temas al castigo.
SACERDOTE (lee): No temo a que, al reír, me llamen loco.
JACINTO: Suplico... Se lo invoco...
NOVICIO: No puedo... ¡Yo no puedo!
Y lo diré mil veces...
179
FIN
Personajes:
DÁMASO
KNOX
MANNIE
MUJER
Escenario:
El escenario en está completamente vacío salvo por una silla
que estará presente en todo momento y con la que los persona-
jes interactuarán de distintas maneras.
186
PRIMER TIEMPO
Cuarto I
(Dámaso y Mannie duermen sobre el piso; el primero, tranquilo;
Mannie mueve las piernas como en un rito masturbatorio y mur-
mura. Knox está sentado en la silla haciendo intentos por no
quedarse dormido; cabecea luchando consigo mismo, mientras
mira con insistencia hacia la izquierda. Por ahí, aparece la Mu-
jer; está toda vestida de luto: falda larga, blusa y saco, todos
negros. Un velo oscuro le cubre la cabeza y todo el rostro.)
MANNIE: ¡Penny!
(Su propio grito despierta a Mannie de un sobresalto; éste mira
alrededor y vuelve a dormirse. Knox ha quedado despierto y con-
templa a la Mujer.)
KNOX: ¿Domingo? ¿Ya? ¡Domingo! Gallardo. Sal. El animal. Como
en el entierro. ¡El animal! ¡El animal! Entérate, Knox, enté-
rate. Gallardo, Gallardo. ¡Y gol!
MANNIE: Penny.
(Knox se levanta gritando y celebrando el supuesto gol. La Mu-
jer descubre un ojo. Dámaso despierta y mira a la Mujer.)
DÁMASO: En el nombre del...
KNOX: ¡Gol peruano! ¡Gol!
DÁMASO: ... Hijo y del Espíritu Santo.
KNOX: ¡Mira, domingo! ¡Mira!
DÁMASO: No has dicho amén, Knox.
KNOX: Horas de horas. Nunca va a salir, pensé. Se paró. El ani-
mal. Éste se paró al otro lado. Horas esperando. ¡Domingo!
DÁMASO: No, Knox. Respira hondo. El sol no se puede detener.
KNOX: ¿Quién dice? ¿Por qué? ¿Y si se puede?
DÁMASO: Porque el sol no se mueve. Los que nos movemos
somos nosotros; la Tierra. Sólo lo que se mueve tiene la
capacidad de detenerse. Pero, respira, nos daríamos cuenta
del tremendo momento.
KNOX: ¡Y que se pare ahorita! La Tierra. Nosotros. Quien sea.
Siempre así. La paz se siente. Y el animal aprieta el pecho.
Revolotea. Rojo. Entérate. Afuera, todo. Lo que miras, lo que
tocas. Y adentro, rojo. Qué rico. Algo. Lo que escuchas. Todo.
(Dámaso mira hacia la Mujer que, en los últimos parlamentos,
ha terminado de quitarse el velo y se ha quitado los zapatos, los
que ha dejado tirados por el piso. Ahora empieza a quitarse la
falda. Ya sin falda y zapatos, la Mujer cambia su actitud de luto
por una más liberada que la hace improvisar un baile alrededor
del escenario. En este baile, se quitará muy lentamente el saco
como en una danza sensual. Debajo de sus ropas, la Mujer viste
187
una malla negra muy ceñida que la cubre desde los pies hasta el
cuello. Dámaso y Knox la siguen con la mirada, cautivados.)
DÁMASO: La Tierra se despierta en este lado. Y es Dios quien
pide silencio a toda la creación para escuchar nuestras ora-
ciones. Además, si lo piensas bien, el domingo empezó a las
doce de la noche. Estabas durmiendo. Técnicamente, hace
horas que se acabó el sábado. Pero, Knox, tú no has dicho
amén.
KNOX: ¡Mannie! ¿Qué haces durmiendo? ¡Domingo!
DÁMASO: Déjalo, Knox. Anoche se quedó hasta más de las doce
esperando a mi mamá. Déjalo soñar con Ángela.
KNOX: Y Ángela Cartwright como Penny. ¿A las doce? No, no,
no. Importa la luz. El día es luz. El animal. Yo lo vi. Salía,
salía, salía. Domingo.
DÁMASO: Entonces, digamos, para efectos de tu interpretación,
que el día empieza con la salida del sol. Todavía no ha empe-
zado, Knox. Tiene que salir toda la circunferencia. Acuérdate
lo que dijo la Rata. Mira. Sólo ha salido la mitad; ni eso:
unas cuatro novenas partes.
KNOX: Claro, claro. La Rata. ¿Qué dijo? Claro.
DÁMASO: Acuérdate: es gol sólo si toda la circunferencia de la
pelota pasa la línea del arco, toda. Mira, Knox. Unificando tu
interpretación y la tesis de la Rata, todavía es sábado.
KNOX: Como el gol de Inglaterra. Ya me acordé. Contra Alema-
nia.
DÁMASO: El papá de Hormazábal...
KNOX: ¡Imbécil!
DÁMASO: El papá de Hormazábal anda diciendo que no fue gol,
que los ingleses hicieron su mundial para campeonar, con
trampa, que la circunferencia de la pelota no pasó la línea.
KNOX: Imbécil. Hormazábal, carajo. Y su papá: imbécil.
DÁMASO: No, Knox, no. Por favor, ¿en qué quedamos? Esa pa-
labra no.
KNOX: ¿Imbécil? ¿Qué palabra? ¿Hormazábal?
DÁMASO: Tú sabes cuál. No es conveniente arriesgarse hoy
día. Tienes que decir es amén. No creas que me he olvidado.
A ver, Knox, amén.
(Knox empieza a imitar un juego de fútbol con uno de los zapa-
tos que la Mujer dejó tirados, como pelota. Aquélla sigue con su
baile sensual de quitarse y no quitarse el saco.)
KNOX: Chumpitaz. Toma el esférico. Habilita al medio. Recoge
Cubillas. Para Mifflin. En primera. Devuelve. Cubillas.
DÁMASO: Mifflin no juega hoy día.
KNOX: A la izquierda. Abre juego. Cubillas. Toma el esférico
188
Cuarto II
(La Mujer está vestida con un traje de astronauta que sugiere
las películas de los años sesenta. La silla está en un extremo
del escenario; en el otro y sobre el piso, hay dos bultos, uno
rojo y otro blanco. La Mujer levanta el bulto rojo y, con gran
esfuerzo y sugiriendo una caminata lunar, lo empieza a llevar
hacia la silla.)
MANNIE: Entonces, apareció mi mamá en mi cuarto. Vino y me
dijo: Vamos, vamos ya, hijo. Aquí está tu leche. Pero eso fue
después, cuando trajo el vaso y todavía tenía la voz de dormi-
da. Olía fuerte. Estaba linda. Casi lamo. ¿Listo Calixto? Y
cuando ya estaba saliendo: No, no, no, Mannie. ¿No escu-
chas cuando te hablo? No entres al garaje. Está todo lleno de
grasa. Casi. Después te ensucias y eso no sale con nada. Tú
espérame en la calle. Pero antes había entrado a mi cuarto a
despertarme. Se sentó en mi cama y su pelo me hizo una
cortina en la cara. Vamos, me decía. Casi. Linda.
DÁMASO: Vamos, Knox.
KNOX: ¡Ni hablar! No voy. No.
DÁMASO: Vamos. ¿Para qué te vas a molestar si ya no hay nada
qué hacer?
KNOX: El enfermo. Me puedo hacer el enfermo. Del estómago.
DÁMASO: Es muy tarde. Ya no te va a creer.
MANNIE: Después: ¿Terminaste toda tu leche?
KNOX: Me cayó mal. Estaba podrida la leche. El estómago, mamá.
Me duele. Antes debí decirle. Mi partido. El estómago. Leche
podrida. Ácida.
DÁMASO: No, no, no. Aunque se te hubiera ocurrido a tiempo,
Knox, no ibas a decirle nada del estómago. Habría sido men-
tir; mentir a propósito.
KNOX: ¡Y qué me importa! Hoy día, el partido. Después me con-
fieso. Listo. Miento. Me confieso y se acabó. Es lo único im-
194
Cuarto III
(La silla está con el respaldar hacia el público. Arrodillada sobre
ella está la Mujer, vestida como una prostituta. Knox está en-
cogido al pie del respaldar de la silla, como temeroso. Dámaso
camina de un lado a otro, mientras Mannie está parado al lado
de la Mujer. Ésta le dice algo a Mannie, al oído, y lo anima a
caminar hacia el público. Finalmente, éste avanza temeroso y
se dirige al público.)
MANNIE: Padre...
(Mannie regresa corriendo asustado al lado de la Mujer, quien
vuelve susurrarle algo, animándolo. Mannie vuelve a dirigirse al
público.)
MANNIE: Padre. Yo quería preguntarle, padre, una cosita. Por-
que me han dicho mis amigos una cosa. Yo no sé, padre.
¿Por qué? No sé. Pero me han dicho que usted ha dicho y yo
quería preguntarle, padre, si es pecado. Usted ha dicho. Mis
amigos. Padre. ¿Es pecado masturbarse? ¿Y por qué? ¿Sí o
no, padre? Y si sí, ¿por qué?
(Mannie regresa corriendo a donde la Mujer que lo recibe son-
riendo. En este cuarto, Dámaso se dirige siempre a la Mujer,
con una mezcla de temor y exasperación.)
DÁMASO: ¡Por favor, hijo, hijo! No te puedes sentir culpable por
eso. La mente de Dios, lo que podríamos llamar su inteligen-
cia, su capacidad para entender, también es infinita. No hay
nada que Él no conciba. Nada lo va a distraer, ni un segundo.
Él sí puede pensar, al mismo tiempo, en todos, hijo, y aten-
derlos por igual. Y no son miles, como me dices, son millo-
nes, hijo, millones de millones las personas por las que Dios
se preocupa y a cada instante. Está bien que reces con fre-
cuencia, que le cuentes tus cosas, que le pidas bendiciones.
No te sientas culpable por eso, por favor. No lo vas a dis-
traer.
201
Cuarto IV
(Dámaso, Knox y Mannie caminan por escenario de una manera
simétrica: siempre siguen un mismo patrón. La Mujer está ves-
tida con uniforme escolar de hombre: gorrito, saco con escudo,
pantalones cortos; tiene una bota de yeso en el pie derecho y se
mueve ayudándose con muletas. En los primeros momentos, la
Mujer trata desesperadamente de seguir a alguno de los otros
personajes.)
KNOX: Nadie y verde. Sobre la cancha inmensa. Nadie. Suave y
solo. Nadie en las calles. Sólo un guardián. Me habló con
burla: Nadie vino hoy. No esperé más. Me metí al colegio
como un loco. Y escuché todas las voces. Un coro que me
apura y que me muerde: Nadie, imbécil, nadie. Me rebotaban
las voces. Y yo, en un planeta verde. Punto medio. Cancha
inmensa. Saltaban mis pies. Y en cada salto me hundía. Solo.
Suave. Verde. Nadie. Cantaban: Imbécil. Pero sólo yo sabía.
Y olía. Y miraba. Una tierra lejana. Sin vida. Mi partido. Todo
el día podría hacer lo que me de la gana. Todo. Sin nada que
me castigue. Salvar y castigar. Romper ventanas. Nadie sa-
bría por qué di ese grito.
MANNIE: ¡Mamá!
KNOX: Gritaba: ¡Knox! No había mente que oyera. Yo era gran-
de. Un mundo verde sin vida inteligente. Capturados. Mamá
y el padre Alberto. Todos. Mis amigos. Toda la gente con el
cerebro abierto. ¡Imbécil! ¡Penny! Prisionera. Victorino la hizo
su cautiva. ¡Penny! Perdida en el tiempo. Argentino. Y sólo
yo era libre. El partido. Veía mi camino. El más imbécil. El
único imbécil. El único que vino hoy al colegio. ¿Quién me
trajo a este mundo? ¿Quién me puso de salvador? ¿Castigo?
¿Privilegio?
DÁMASO: Qué pena, campeón, me da una pena.
MANNIE: ¡Mamá!
KNOX: Pero yo era libre del hechizo que a todo el mundo puso
su cadena luminosa. Televisión. Y afuera el animal gritaba
mi condena. ¡Knox! Yo gritaba. ¡Knox! La prisionera es Penny.
Me entró el animal al pecho. ¡Salvarla! Victorino. Penny. Es-
pera. El jefe invasor. Capturó, mutiló a los que vieron el par-
tido. ¿Qué te había hecho? Salvarla. Yo era el héroe escogi-
do. Por no ver el encuentro.
208
SEGUNDO TIEMPO
Cuarto I
(Mientras Dámaso, Knox y Mannie hablan, la Mujer se va pro-
bando diversos vestidos, sombreros y adornos que saca de una
maleta, como si se mirara en un espejo. Parece perennemente
insatisfecha con lo que se pone pero su vestuario va adquirien-
do la forma de las ropas y adornos hippies de los años sesenta.)
MANNIE: ¡Que se calle! ¡Hay que decirle! ¡Que se calle!
KNOX: Mannie. Cállate tú. ¿Qué dijo?
MANNIE: Somos libres...
DÁMASO: ¿Pero de dónde salió ése? ¿De dónde? No lo vas a
creer. ¿Vas a ver ahora el partido? Tienes que verlo, cam-
peón, tienes que fijarte en cómo se falló ese gol. ¡Ese ani-
mal! Cachito Ramírez. ¿De dónde lo sacaron? Ahí fue que
perdimos el partido. Aunque hizo el primer gol Cachito, igual
es malo. No te vayas; ven, ven, para que te cuente cómo fue
eso, para que aprendas. Solo, solito frente a Cejas; ahí esta-
ba ese tal Cachito. Cejas salió a achicarle el arco y este ani-
mal, en vez de hacerle un sombrero, le estrella la pelota en
el cuerpo.
MANNIE: Largo tiempo el peruano oprimido...
KNOX: ¿Perdimos?
MANNIE: ... luminosa cadena arrastró.
KNOX: Mannie. ¿Perdimos dijo? ¿Qué?
MANNIE: No ha dicho. Hasta ahora no ha dicho así: perdimos.
Hay que ir a mi cuarto. Que se calle. Hay que cantar. Fuerte.
Condenado a una cruel servidumbre...
KNOX: Mannie, cállate tú. ¿Dijo perdimos o no dijo?
DÁMASO: Vas a ver, campeón, porque hacíamos ese gol y ganá-
bamos; con ese gol, estábamos en México. ¡Pero qué animal!
Ahí nos quedamos fuera de México. Al cuerpo de Cejas. ¿Por
qué no jugó Gallardo? Yo hacía ese gol. Tú hacías ese gol,
campeón; creo que hasta tu mamá sabía que había que ha-
cerle un sombrero. Porque, si el arquero se te viene encima,
te achica el arco, ¿tú qué haces? Contéstame, pues, cam-
peón. ¿Qué harías tú? ¿Qué harías? El arquero se te pone al
frente; ¿qué haces? ¿Por qué no contestas?
KNOX: ¿México? ¿Fuera? ¿Nos quedamos?
MANNIE: No ha dicho que perdimos. No ha dicho así.
KNOX: ¡Ya dijo! Perdimos. ¡No puede ser!
MANNIE: Sólo ha contado la jugada de Cachito. Nada más. No
ha dicho nada de que perdimos. Sólo está hablando de la
jugada, ¿no es cierto?
214
Cuarto II
(Knox está sentado en la silla en medio del escenario. Apartado,
solitario, está Mannie. Dámaso juega con una pelota con la Mu-
jer. Ésta está vestida con el uniforme alterno de la selección
peruana de fútbol: camiseta roja, pantalón blanco, medias rojas.)
KNOX: ¿Judy o Penny? ¿Quién? Claro, claro. ¿Oye, Judy o Penny?
¿A quién prefieres? Chócala. Yo también, por supuesto. ¿Judy
o Penny? Que si prefieres a Judy o a Penny. ¿A quién? Por
supuesto, todos con Judy. ¿Y, tú? ¿Judy o Penny, oye?
DÁMASO: De lejos: Ángela. Y Ángela Cartwright como Penny.
KNOX: Anda a que te midan la vista, oye. Estás demente. Cómo
vas a comparar a ese palo con la Judy. Ya, sigan jugando, no
más.
(Dámaso y la Mujer se acercan a donde está sentado Knox. La
Mujer, con la pelota en las manos, aprueba con asentimientos
las opiniones de Dámaso.)
DÁMASO: La Judy es como demasiado empalagosa. ¿Qué vas a
hacer tú con ésa?
KNOX: Sigan jugando...
DÁMASO: ¿Oye, escuchaste lo del partido? Dicen que fue con
trampa. Además, Judy tiene pinta muy de puta. Como que te
atraganta.
KNOX: ¿Judy o Penny? ¿Ves? Democracia: Judy. Sí, fue arregla-
do.
DÁMASO: Si le ves bien la cara, Judy es fea; mírala bien. La
boca. En cambio, mira la cara de Ángela. Te arregla el día con
los ojos y las trenzas.
KNOX: ¿Y qué vas a hacer tú con los ojos? ¿Un cebiche? Quítale
la cara y ¿qué te queda? Sigue jugando, chiquillo. Una escoba
sin nada, sin tetas, sin nada. Pura trenza; para usarla de
trapeador. Oye, imbécil. ¿Judy o Penny? Sí, tú. ¿Acaso hay
otro imbécil por acá?
221
Cuarto III
(La Mujer está sentada en la silla durmiendo. Su cuerpo está
totalmente laxo. Viste una blusa blanca y un pantalón celeste
ceñido y con el botón abierto; está descalza. Durante esta esce-
na, Dámaso, Knox y Mannie la miran desde distintos ángulos,
como si miraran un partido de fútbol por televisión.)
MANNIE: Amén.
DÁMASO: ¿Knox?
MANNIE: Amén.
DÁMASO: ¿No vas a decir amén? Minuto treinta y cinco, Knox.
Treinta y cinco.
MANNIE: Rebota la pelota en Roberto Challe, en el centro del
terreno. Recoge Cachito por el sector izquierdo, que controla
el balón. Oswaldo Cachito Ramírez avanza. Deja en su cami-
no a un marcador. Treinta y cinco minutos de juego. Sigue
avanzando. Toma la diagonal. Ya sin marca, avanza Cachito
Ramírez, avanza. Ingresa al área y queda sólo frente al golero
Cejas. Cachito, Cachito, Cachito...
KNOX: Papá ¡Sombrero! Vamos, vamos. ¡Por arriba! Cachito,
vamos. Lo que quieras, papá. Está bien. Pero un sombrero.
¡Sombrero! Por lo que quieras. Lo hago. Te doy. Que sea,
pero, papá. Que sea. ¡Que sea!
DÁMASO, KNOX Y MANNIE: ¡Gol!
(La Mujer está a punto de resbalar de la silla, despierta un ins-
tante, mira a los otros que corren alrededor celebrando, y vuel-
ve a acomodarse para dormir.)
MANNIE: Gol, gol, gol, gol, gol, gol, gol.
DÁMASO: Un golazo. Hay que admitirlo. Un sombrerazo.
MANNIE: Gol, gol, gol, gol, gol.
DÁMASO: Como debe ser: por encima y a un ángulo. Una joya.
MANNIE: Gol, gol, gol.
DÁMASO: Un maestro. Un sombrero para el manual.
KNOX: ¡Gracias!
MANNIE: Hay que apagar el televisor. Ahorita.
DÁMASO: Como los grandes. Un gol de lujo.
MANNIE: ¡Apaga!
KNOX: Que salta, que salta...
DÁMASO Y KNOX: ... por Perú doy el alma.
MANNIE: Hay que dormir. Voy a apagar, ¿no es cierto Dámaso?
DÁMASO: ¡Viva el Perú!
KNOX: ¡Carajo!
(Dámaso y Knox se abrazan y caen al piso; Mannie los va a
abrazar y su temor se expande al los tres, a quienes se ve muy
228
la Rata. Listo.
MANNIE: Muy poco, todavía es muy poco.
KNOX: ¡Con Victorino! Ser su amigo. Hablarle. Y mi mamá, fe-
liz. Que exista y darle la mano. Listo.
DÁMASO: No, no, Knox. Concéntrate. No se puede ofrecer lo
que no vas a poder cumplir. Sería peor. Si no cumples, no
sabes lo que puede pasar. Minuto treinta y uno. Piensa rápi-
do. Si se te va, es para siempre.
MANNIE: Es que no hay nada que se le pueda dar a Dios que Él
ya no tenga. ¿Qué se le puede ofrecer? Se le está pidiendo un
montón; que cambie un partido pasado es un montón. Hay
que darle todo, todo de todo.
KNOX: ¡Una lista! ¡Una lista! Rápido.
DÁMASO: No hay tiempo para hacer una lista, ahora. ¿Qué se
puede ofrecer, grande pero viable; sacrificado pero beneficio-
so? ¿Qué?
KNOX: ¡Mannie! Mira. Cubillas. Está solo. Ofrece algo. Patea,
Cubillas. Mannie, Mannie. Solo.
MANNIE: Si Cubillas hace este gol, ofrezco tirarme a las ruedas
de un carro.
DÁMASO: ¿Otra vez, Knox? ¡Por favor! Concéntrate.
KNOX: ¡Pero cómo falló! Cubillas. Solo. Ni con Dios. Todos son
malos. Así no ganamos. Ni con ángeles ni nada.
MANNIE: ¡Hay que creer! Si no se cree, todo esto es por gusto.
¿No es cierto?
KNOX: Creo, pues. Ya, está bien. A ver, qué pasa.
MANNIE: Hay que ser más específico. Hay que decir lo que se
cree.
DÁMASO: Dilo, Knox.
KNOX: Creo. Dios puede. Listo. Cambiarlo. Si le ofrezco algo. El
partido. El resultado. El partido. Ya.
DÁMASO: Muy bien, Knox. Ya falta poco. Tienes que decidirlo
ya. ¿Sí o no?
MANNIE: ¡Sí!
DÁMASO: ¿Y qué quieres ofrecer?
MANNIE: ¡Cómo se besan! Míralos, mira a los argentinos. Mari-
cones.
KNOX: Estoy loco. Cambiar lo que ya pasó. Qué imbécil.
MANNIE: Pero Dios sí puede; puede hacer cualquier cosa. Y
mejor si se lo pide la Virgen. ¿No es cierto, Dámaso?
KNOX: Apaga.
MANNIE: ¡No!
DÁMASO: Imagínate la cantidad de sacrificios que ofrecen por
todo el mundo. Tú nunca has ofrecido nada, Knox. Cómo te
232
iba a hacer caso Dios. Pero ahora vas a ofrecer algo y algo
que valga de verdad.
KNOX: No sirve. No ver televisión. Le ofrecí. Y nada. Hace un
rato. Y nada.
DÁMASO: ¿Es que querías marear a Dios? Todo el partido has
tratado de concentrarte en el sombrero de Cachito. Y ahora
vienes a pedirle que Argentina se falle el penal. ¿Quieres
volverlo loco, Knox?
KNOX: ¡Es diferido! ¡Ya pasó! No se puede cambiar.
DÁMASO: Tienes razón, Knox. Esto no sirve de nada. O crees
totalmente o nada. Olvídate, entonces, Cachito falló, Argen-
tina nos ganó, ya estamos fuera de México. Mejor apaga el
televisor y vete a dormir.
KNOX: Apaga, pues.
MANNIE: No. Hay que creer. Se puede. Si se tiene fe como un
grano de mostaza, puedes mover hasta el cerro de La Molina,
una vez escuché.
KNOX: Si crees eso. Estás loco. ¡Mover un cerro! Claro. Tan
loco, que lo vas a ver. Tirándose al mar. Al cerro. De puro
loco.
DÁMASO: Con eso no se bromea, Knox.
KNOX: ¿Y si era broma? Victorino. ¿Y si ganamos? De mentira.
Por gusto. Para fastidiar, no más. Me dijo. ¿Qué? Por gusto
creo. Por gusto prometo tanto si Victorino bromeaba.
DÁMASO: Absolutamente todo lo que ese tipo te dijo se ha cum-
plido, punto por punto. Cero a cero, el primer tiempo; el pelo-
tazo de Challe; lo de Perico León; el primer gol de Cachito; el
penal; todo.
MANNIE: Y además hay cosas con las que no se bromea. ¿No es
cierto?
DÁMASO: Con el fútbol no se bromea, Knox. Acuérdate.
KNOX: Y la madre. Tampoco. Ni la de los otros.
MANNIE: Ni con Dios ¡Hay que creer! Si no crees, todo esto es
por gusto.
KNOX: Creo, pues. Ya, está bien. A ver, qué pasa.
MANNIE: Hay que ser más específico. Hay que decir lo que se
cree.
DÁMASO: Dilo, Knox.
KNOX: Creo. Dios puede. Listo. Cambiarlo. Si le ofrezco algo. El
partido. El resultado. El partido. Listo. Listo.
DÁMASO: Pero no hay que confundirlo. Acuérdate: vale la juga-
da de Cachito del minuto treinta y cinco.
MANNIE: Si los argentinos fallan este penal, Santísima Virgen,
yo te ofrezco, te ofrezco...
233
Cuarto IV
(Las ropas de luto de la Mujer -zapatos, blusa, saco, falda y velo
negros- están tiradas por todos lados. La silla está en el medio.
En el lado derecho, la Mujer, que viste la malla negra ceñida con
que terminó el primer acto, salta de alegría al igual que los
otros personajes.)
DÁMASO, KNOX Y MANNIE: Que salta, que salta;
por Perú doy el alma.
Que salta, que salta;
por Perú doy el alma.
(Todos siguen saltando durante el siguiente diálogo.)
KNOX: Que vengan. Yo quiero. Todos.
MANNIE: Todos están felices. Hay que decirles, ahora que to-
dos están en la calle. Hay que decirles que fue por mí... Por
Perú doy el alma.
KNOX: Que vengan los argentinos. Yo quisiera. Que todos es-
tén así. Argentinos, peruanos. Que todo el mundo esté con-
tento. Saltando. Los chilenos.
DÁMASO: Los vietnamitas también.
KNOX.: Quién sea. Todos. Todos. Y nos abrazamos. Y grita-
mos. Y es domingo. Siempre. Domingo. Domingo. Para to-
dos. ¿Quiénes son ésos?
DÁMASO: Claro, Knox, dices eso porque ganamos. Así, qué fá-
cil. Pero imagínate que nos hubieran ganado. ¿Estarías invi-
tando al mundo así tan feliz? Si todo el mundo pudiera estar
feliz, no habría fútbol, o no tendría gracia.
MANNIE: Por mí, todos felices, por mí. ¿No es cierto Dámaso?
Hay que escribir una carta donde se cuente todito lo que
pasó hoy día, desde la mañanita. Entonces, alguien encuen-
tra la carta, después de años, y la lleva a los periódicos y
todos se enteran de que fue por mí. Y que vayan a buscar al
que escribió la carta, felices todavía, después de cinco, de
diez años. ¡No hay que saltar! ¡Por favor! ¡No hay que morir!
(Dámaso, Knox y Mannie dejan de saltar y se miran. También la
Mujer, al verlos, deja de festejar; en el lado derecho, empieza a
recoger sus ropas.)
KNOX: Mannie. No pienses. Mannie. Que vengan todos. Los
vietnamitas. Quién sea. Que salten. Chechelev. No pienses.
No pienses. Hormazábal. Nos abrazamos. García Battistini y
su mamá. También. Mannie. Todos. Todos. Todos. ¡Arriba!
¡Abajo!
MANNIE: ¡Qué viva el Perú, carajo!
KNOX: ¡Arriba! ¡Abajo!
235
FIN
Lima, 1999
242
243
Conrado y Lucrecia
Personajes:
HAYDEE: cercana a los 30 años de edad
HORACIO: cercano a los 40 años de edad
"LAURA": cercana a los 20 años de edad
MANUEL: cercano a los 30 años de edad
MARTÍN: cercano a los 30 años de edad
Escenario:
Hay una mesa y sillas típicas de cervecería.
Hay también dos sombras o figuras oscuras (una masculina, una
femenina) que, con sus movimientos y gestos, desarrollan o con-
tradicen, rememoran o anticipan aquello de lo que se habla.
Es una noche de enero de 1996 en una cervecería limeña.
246
HORACIO: "Primera."
MARTÍN: "Cuando dijiste que parecía una pared, eso sí dolió."
HORACIO: "¿Cómo eras? ¿Qué pasó?"
MARTÍN: "Algo."
MANUEL: Tiempo. Eso sonó a vampiresa en celo desde ultra-
tumba. ¿Por qué no dices mejor "Algo" así? "Algo".
MARTÍN: Perfecto: virgen y mártir de telenovela venezolana.
HAYDEE: Ya, sigan, pues, que me desconcentro.
MANUEL: "Algo."
MARTÍN: "Algo."
HORACIO: "¿Hace cuánto?"
MARTÍN: "Hará seis o siete años ya. Antes, yo armaba la fiesta.
Paseos, partidos, parrilladas. Yo armaba todo. No me cono-
cerías. ¿Te conté que jugaba fulbito?"
HORACIO: "¡¿Tú?!"
MARTÍN: "¿No te conté? Me decían "Puchunga"."
HORACIO: "¿Y por qué ya no... Segunda. ¿Y por qué ya no jue-
gas?"
MARTÍN: "Ya no tengo derecho. Es horrible. Ya para qué. ¿Para
qué?"
MANUEL: ¡Para qué va a vivir la vida! Ha perdido ese derecho y
está tratando de comunicarlo. Es un alarido de auxilio. El
otro es el que es una pared. "¡Para qué!"
HORACIO: "Recapitulemos. Hace siete años..."
MARTÍN: "Derecha."
HORACIO: "... tú eras una persona abierta y sonriente. Con los
sobresaltos y entusiasmos de cualquier contadora de..."
MARTÍN: "Veintitrés."
HORACIO: "... veintitrés años. Entonces, de la nada, pasó algo."
MARTÍN: "Algo."
MANUEL: "Algo".
HAYDEE: Parecen un par de hembritas.
HORACIO: "Algo te metió una patada artera, violenta..."
MANUEL: "... en el pie de apoyo...."
HORACIO: "... sin pelota..."
MARTÍN: "... por atrás..."
HORACIO: "... que te dejó con una lesión que te obligó a retirar-
te para siempre del juego, y te recluyó tras un escritorio don-
de pasas doce horas al día aunque el universo se derrumbe
alrededor de tu asiento. Terminó la fiesta. Y ahora estás fija-
da en este organismo bellísimo, ausentísimo y siniestro..."
MANUEL: "No hables así..."
262
sos.
("Laura" entra con cuatro botellas de cerveza.)
"LAURA": Cuatro.
HAYDEE: De todo se liberaban... de zapatos y de moños...
MANUEL: ... de sostenes y sustentos, de ciencias y números...
HAYDEE: ... de letras, de impuestos...
MANUEL: ... de supuestos y presupuestos...
MARTÍN: ... de guerras...
MANUEL: ... de gallinazos, de ratas y pericotes, de buitres...
"LAURA": ... de perros...
MARTÍN: ... de pulpas y culpas, de púlpitos y pálpitos...
HAYDEE: ... de tentáculos, de artículos, de obstáculos...
"LAURA": ... de canículas...
MARTÍN: ... de cefalópodos y mamíferos, de semáforos y célu-
las...
MANUEL: ... de cálculos...
MARTÍN: ... de embriones...
HAYDEE: ... de calzones, pantalones y condones, de conchas y
manchas...
"LAURA": ... de mamas...
HAYDEE: ... de papas...
MARTÍN: ... de leches...
"LAURA": ... de ubres y octubres...
MARTÍN: Ni Conrado ni Lucrecia...
HAYDEE: ... de quincenas y arenas, de cadenas y macarenas...
MARTÍN: Eran pura inculta pulpa...
MANUEL: Hasta que... ¡Ampay! ¡Primero de noviembre!
Halloween, Día de la Canción Criolla, Todos los Santos y
muertos... Los descubrieron. Una volvió a su embrión
mañosón y el otro a contar perros.
HAYDEE: Y Lulú que se aparece con novio nuevo... el veintiúnico,
que se sepa. Era lo que necesitaba después del desbande. El
chico es buenísima gente. La adora.
"LAURA": Como pagando por todo, como castigándose.
HAYDEE: ¿Castigándose por qué?
MANUEL: Por andar en pulpa viva entre la arena y la espuma. El
hombre casado y mosca muerta. Doña Laura parece enviada
a nuestro rescate. Todo entiende.
"LAURA": Lo único que no entiendo es por qué me dicen "Laura".
MARTÍN: ¿No te llamas... ¿Por qué le decimos así?
HAYDEE: No. Es una cosa de Horacio. Pobre. Lo que pasa es
que hay una secretaria en el diario, como una secretaria eje-
265
MARTÍN: Calor...
HAYDEE: Terrible...
MARTÍN: Sí...
HAYDEE: Terrible...
MARTÍN: En fin...
HAYDEE: Salud...
MARTÍN: Salud.
HAYDEE: Oye, ésa es mi pierna.
MARTÍN: Y ésta es mi palma. Mucho gusto.
HAYDEE: Igualmente. Pero no aprietes y sólo la rodilla. Y sólo
hasta que regresen.
MARTÍN: Calor...
HAYDEE: Terrible. Duermo casi desnuda y amanezco hecha una
sopa.
MARTÍN: Terrible...
HAYDEE: Salud...
MARTÍN: No provoca ni salir a trabajar.
HAYDEE: ¿A qué te dedicas tú?
MARTÍN: Con Manuel tenemos una empresa de transporte.
HAYDEE: ¿Cómo se llama su negocio?
(Se escucha, desde fuera, a Manuel que vomita.)
MARTÍN: ¿Cómo? Ah, Scarabus.
HAYDEE: ¿No necesitarán contadora?
MARTÍN: Manuel maneja los números. Pero pensaremos en ti
si la cosa crece.
HAYDEE: Es una persona buena, ¿no? Tu amigo.
MARTÍN: Sí. Hasta pensé que, si le volvías a decir "rata pelu-
da", así "peluuuda" como dices, con los labios en ofertorio...
HAYDEE: Qué hablas...
MARTÍN: Otro "rata peluuuda" y el hombre botaba todas las
botellas, te ponía sobre la mesa y, ahí no más...
HAYDEE: Qué hablas, oye.
MARTÍN: Eiaculatio seminis...
HAYDEE: Exagerado. Si apenas lo conozco.
MARTÍN: ... inter vas naturale mulieris.
HAYDEE: Exagerado... ¿Cómo es que digo? Peluuuda...
MARTÍN: Peluuuda. Rata peluuuda. Pero tiene que ser espon-
táneo.
HAYDEE: Peluuuda... ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? Por Conrado,
¿no?
MARTÍN: ¡Me da pánico no sentir como otros! ¿Por qué no pue-
do, puta madre?
269
HORACIO: La adora.
"LAURA": Pobre. Un amor que no cuaja; espuma, ácida como el
concho de la cerveza.
MARTÍN: Ya basta, por favor...
HAYDEE: Lo que me parece increíble es cómo Laurita se apren-
dió el poema y sólo lo escuchó una vez. Deberías trabajar en
el circo. Estás perdiendo plata. Quiero ver si yo me lo acuer-
do también. Tómenme, tómenme...
HORACIO: Ya, China. Recita. Un, dos, tres...
HAYDEE: "La madreperla"
Soy agua. Tú eres ácida y aceite
de manos tibias pero heladas.
Fría. Calculadora. Negruzca.
Como un loquito, te meto el pie a tu pulpita peluda.
Ciudad de mierda. Luz roja. Luz ámbar.
Fumo y fumo y fumo.
La otra chupa y chupa y chupa hasta que sale espuma.
A la una, a las dos y a las tres:
¡Luz verde! ¡Ya, qué chucha! ¡Ponte en cuatro!
¿Me invitas un helado y al teatro?
HORACIO: Dios mío...
HAYDEE: No. Creo que nunca dice "luz verde", ¿no?
"LAURA": Sí. Sí lo implica, señora. ¡Claro que lo implica!
HAYDEE: ¡Señorita!
("Laura" sale.)
MARTÍN: Bueno, bueno; es mi turno de hacer mea culpa.
HAYDEE: ¿Podrás?
MARTÍN: Con su permiso.
HAYDEE: Cobarde.
(Martín sale. Manuel está dormitando.)
HORACIO: ¿De verdad, China, Martín se portó bien?
HAYDEE: Sí. Regular, ya te he dicho.
HORACIO: Ustedes dos parece que están mejor que al princi-
pio. Al principio, creí que se iban a terminar estrangulando.
HAYDEE: Peluuuda. Peluuuda... Rata peluuuda.
HORACIO: ¿Qué te pasa, oye?
HAYDEE: Horacio, por favor, di algo feo; pero agárrame despre-
venida...
MANUEL: ¡¿Mejor que al principio?! ¡No te das cuenta de que
esos dos han estado a punto de tirar sobre la mesa!
HORACIO: ¡Manuel!
MANUEL: No me digas que no te has dado cuenta, porque, si no
te has dado cuenta, hazte ver, huevón.
273
hasta el fondo...
HAYDEE: La agarró del cuello así, pero la soltó. Lulú quedó pé-
sima. Se notaba que se estaba aguantando el llanto. Todos
nos hicimos los... Cobardes...
HORACIO: El quinto metatarsiano o el que te llega a hartar... O
el quinto...
MARTÍN: ¡El mandamiento! ¡El quinto mandamiento, puta ma-
dre! Rompió el quinto mandamiento. ¿Satisfechos?
HAYDEE: Oye, ¿los has estado escuchando a ellos o a quién?
MARTÍN: Disculpa, cholita, hice mi mejor esfuerzo; pero, si se
habla algo relevante, por un lado, y una huevada, por otro...
HAYDEE: ¿Cholita?
(Haydee está a punto de darle una cachetada a Martín, pero se
contiene.)
HAYDEE: ¿Y cuál es el quinto mandamiento?
HORACIO: Amar a Dios sobre todas las cosas; no tomar su
santo nombre en vano...
HAYDEE: No robar, no mentir, no ser holgazán...
"LAURA": No matar.
("Laura" sale.)
HAYDEE: No me digas que crees que Conrado trató de matar a
Lucrecia. ¡No jodas!
HORACIO: Tal vez, sólo sea una figura. "Si me dan el momento
y el cuarto apropiados, soy capaz de matar". Pero matar como
una figura que quiere decir que es capaz de cualquier cosa.
MARTÍN: Oye, métete tus figuritas al culo...
HAYDEE: Y, según tú, ¿por qué trató de matarla? ¿Por celos?
¿Porque salió con novio después del desbande de primavera?
MARTÍN: ¿Cuándo he dicho yo que trató de matar a Lucrecia?
HORACIO: También puede ser "matar" como una figura de "ti-
rar", o sea, "copular". Como dicen los jóvenes...
MARTÍN: ¡Punto! ¡Punto! Por fin, Horacio, tienes tu punto para
Perú. ¿Quieren que les diga qué pasó? La violó. Conrado vio-
ló a Lucrecia. No soportó más el juego que le hacía la otra y
se volvió loco. La violación es un delito de poder, de violen-
cia. Rompió el quinto mandamiento... Tal vez, tuvieron su
realización de primavera y ella lo peloteó tanto que... No lo
estoy justificando; pero ella...
HORACIO: No llores...
MARTÍN: ¡No estoy llorando!
HAYDEE: ¡Anda a que te cache un burro y te arrastre tres cua-
dras! Estás enfermo. No. Yo tengo que escucharlo de nuevo.
Horacio, recítalo.
HORACIO: ¿Martín?
276
"LAURA": "Algo."
HORACIO: "Algo te metió una patada artera, violenta..."
"LAURA": "... en el pie de apoyo..."
HORACIO: "... sin pelota..."
"LAURA": "... por atrás..."
HORACIO: "... que te dejó con una lesión que te obligó a retirar-
te para siempre del juego, que te recluyó tras un escritorio
donde pasas doce horas al día aunque el universo se de-
rrumbe alrededor de tu asiento. Terminó la fiesta. Y ahora
estás fijada en este organismo bellísimo, ausentísimo y si-
niestro..."
"LAURA": "No hables así..."
HORACIO: "... fijado desde los orígenes en la culpa y el miedo;
un animal que, a la primera sospecha de amor, se esconde
en su durísima concha de madreperla después de botar una
mancha que empaña la claridad del agua."
"LAURA": "Entonces, para ti, soy un cruce de calamar y nautilo.
Leí tu artículo sobre los cefalópodos..."
HORACIO: "Siempre envuelta en tu concha y en tu mancha...
Tercera."
(Horacio y "Laura" vuelven a hacer el movimiento del cambio.)
"LAURA": "Nunca he hablado de esto con nadie. Es horrible."
HORACIO: "¿Pero qué fue lo que pasó? Por favor, no digas "algo"."
"LAURA": "Algún día, tal vez, te voy a contar."
HORACIO: ¿Qué día?
"LAURA": Derecha, derecha... A Ricardo Palma...
(Horacio hace como si moviera el timón.)
HORACIO: ¿Qué día?
"LAURA": Todavía.
HORACIO: ¿Tengo que hacer algo?
"LAURA": Sí. Algo, algo, algo... La luz...
HORACIO: ¿Qué?
"LAURA": Cuidado con la luz roja...
HORACIO: O me lo dices o... cuarta.
"LAURA": No, por favor. Segunda. La luz... ¡Por favor! Por mí.
HORACIO: Segunda...
(Horacio y "Laura" forcejean con la mano de la que están toma-
dos.)
"LAURA": No. Cuarta, cuarta, cuarta. Izquierda. Quinta. ¡Izquier-
da!
HORACIO: ¡Qué haces!
"LAURA": Ya es ámbar...
284
versión de las cosas y con lo que diga, con eso nos quedamos
per se?
HORACIO: No se puede.
HAYDEE: Tráiganla acá. Con los gallinazos, sáquenle todo.
HORACIO: No. No se puede. Entre uno que le tiene miedo y el
otro que la desprecia...
HAYDEE: No. Yo creo que es al revés: uno es el que la des-
precia y el otro, el que le tiene miedo.
HORACIO: Punto para Perú.
HAYDEE: Salud.
HORACIO: Salud.
(Haydee y Horacio toman un largo trago.)
HAYDEE: ¡Esa concha de su madre!
FIN
El joven calvo
288
289
Personajes:
LIDIA: 40 años de edad.
MINA: 20 años de edad.
Escenario:
Un cuadrado de luz de unos dos metros de lado en el piso.
290
MINA: ¡Basta!
LIDIA: ... not to be just babbling away on trust as it is were not
knowing and something gnawing at me.
MINA: ¡Basta he dicho! ¡Mira lo que has hecho! ¡Lárgate de aquí!
¡Aléjate! ¡Qué me has hecho! ¡Desgraciada! ¡Comeinsectos
de mierda! ¡Míralo cómo se ríe! ¡Míralo! ¡Qué asco! ¡Que se
deje de reír!
LIDIA: No te preocupes. No va a poder sostener la sonrisa mu-
cho tiempo. Vas a ver cómo pronto se va a convertir en cala-
vera, calavera grasosa, babosa, temblorosa...
MINA: ¡Míralo!
LIDIA: ¿Cómo llegó hasta allá?
MINA: ¿No te das cuenta de que se está riendo de nosotras?
¿De que finge esa calma para distraernos? Y, apenas nos
distraemos, se mueve. Aplástalo, Lidia, cómetelo.
LIDIA: ¿Será el mismo? Oh, gran dios, tus ángeles te hablan.
Responde. ¿Qué quieres de nosotras?
MINA: ¡Dioses! ¡Ángeles! ¡Basta de tonterías!
LIDIA: Por lo menos, yo sí hago algo, Mina. Podrías ser más
colaboradora en lugar de sabotear todo intento. ¿O es que
acaso tú eres la que está de su parte? Claro. Lo sabía. Tú
eres la que está con el joven calvo. Estás de su lado. Entre
los dos se han puesto de acuerdo para hacerme esto. ¿Qué
pretenden? ¿Qué quieren de mí? Yo era una señora decente,
respetable; yo tenía mi esposo, mis hijos… Mi hijo mayor...
Los mataron a todos. Se repartieron a mis hijas, a mis nue-
ras... ¿Por qué te pones de su lado?
MINA: ¿De su lado? Si a mí ni me habla.
LIDIA: ¿Y, entonces, por qué te burlas o descartas todo inten-
to? ¿Por qué no consideras que podemos no estar en Irlan-
da? Mira ese insecto. Nunca he visto algo así en mi vida.
Esto no es Irlanda.
MINA: Sí es Irlanda, sí es Irlanda, sí es Irlanda.
LIDIA: ¡Extranjera!
MINA: ¡Loca!
LIDIA: ¡Extranjera!
MINA: ¡Loca! ¡Demente! ¡Chiflada! Lidia loca Lidia loca...
LIDIA: ¡Alienígena!
MINA: Loca y vieja.
LIDIA: Inglesa y estúpida.
MINA: ¡Alienada! ¡Esquizofrénica! ¡Sicótica!
LIDIA: Pero, si yo estoy loca, tú también lo estás.
MINA: Con la relevante diferencia de que a mí no me importa.
LIDIA: ¡Inglesa! ¡Paraguaya! ¡Mina vietnamita! ¡Papuana-
305
neoguineína!
MINA: Aprende a hablar, inculta. ¡Lidia estólida!
LIDIA: ¿Cuál es la capital de Irlanda? Responde sin pensar.
MINA: Baile Átha Cliath.
LIDIA: Lo acabas de inventar.
MINA: Tú me dijiste que no pensara.
LIDIA: ¡Déjenme salir! ¡Por favor! ¡Déjenme salir! Ya no quiero
esto. Ya no quiero... Por favor...
MINA: No te desesperes; creo que así le gusta más.
LIDIA: Suéltame. Ya te descubrí. Tú estás de su lado.
MINA: ¿Tú crees que yo no quiero colaborar, no? Pues te voy a
demostrar que estoy más hasta el cuello que tú. Yo sí he
pensado. He pensado muchas cosas que no pensaba decir-
te...
LIDIA: ¿Qué cosas?
MINA: Pero ahora te las voy a decir. No somos ángeles, no.
¿Sabes qué somos? Somos putas.
LIDIA: ¡Tu madre!
MINA: Sí, también; pero escúchame. Somos putas, pero putas
sin conciencia ni culpa. Nos han secuestrado, una banda
internacional de traficantes, y nos han confinado aquí mien-
tras cierran el negocio de nuestra venta. No hay otra explica-
ción.
LIDIA: Y el joven calvo era el contacto que tenían. Él nos convo-
caba día tras día para irnos cautivando. Él es su contacto.
MINA: En este momento, deben estar registrando todo lo que
hacemos. Todo lo que decimos. Nos sueltan esos insectos
para tentarnos...
LIDIA: Estamos en exhibición. En este mismo instante, todos
los potenciales clientes nos están viendo. Y es una pelícu-
la...
MINA: O un cuento... Nos observan. Nos escudriñan. Nos leen.
Nos desnudan proyectando sus deseos sobre los trajes ver-
des... Todos son jóvenes y calvos, y babean...
LIDIA: Y estamos en un barco hacia Papúa Nueva Guinea don-
de nos van a entregar a una tribu de...
MINA: ¡He dicho que estamos en Irlanda!
LIDIA: Perdón, pensé que ahora sí estábamos hablando en se-
rio.
MINA: Aquí nada es en serio. Pero tenemos que escoger algo.
Estamos en Irlanda.
LIDIA: Y no estamos locas.
MINA: Si perdemos eso, no hay salvación.
LIDIA: Entonces lo de la banda de traficantes de putas...
306
bería tener una tercera por lo menos, creo yo; es mucho tra-
bajo para dos.
MINA: Mira: no se ha movido.
LIDIA: Tal vez, tiene vergüenza.
MINA: ¿De qué?
LIDIA: De todo. Así es él.
MINA: Será porque somos muy bonitas.
LIDIA: Y él es tan feo, el pobre. Y calvo.
MINA: Y todo grasoso. Se debe morir de vergüenza con noso-
tras.
LIDIA: Debe ser por eso.
MINA: A ti te quiere más.
LIDIA: No.
MINA: A ti te dijo su nombre. A ti te habla cuando te convoca.
LIDIA: Pero me habla de ti.
MINA: Te toca.
LIDIA: Pero a ti te toca más.
FIN
Lima, 2006
309
Dominante de si bemol
Personajes:
ALICIA: 46 años. Viste con una fina bata turquesa.
JOSÉ: 46 años. Viste con un elegante y oscuro frac.
JACKIE: 20 años. Viste como modelo de televisión, con tonali-
dades rojas.
JUDITH: 20 años. Viste como modelo de televisión, con tonali-
dades rojas.
ELEAZAR: 17 años; mulato. Viste y luce de manera desaliñada y
sucia.
Escenario:
El escenario representa la sala de una casa que puede repre-
sentar el estudio de un programa familiar de televisión.
Hay dos puertas que dan a interiores y otra que da al exterior.
312
PRIMER ACTO
JUDITH (lee): "Chichi es Sor Judea Chávez Checa. Era una veci-
na del Kambul Mondragón cuya madre le prohibió hablarse
con él por prejuicios; él era negro. La muchacha se internó en
un convento y, hasta ahora, vive ahí en estricta clausura."
JOSÉ: No. Si van a plagiar, por lo menos, háganlo bien. Otra...
JUDITH (lee): "¿No se dan cuenta de que Chichi no es una per-
sona real? Es un nombre cualquiera que representa a la amada
y cuyo sonido era adecuado al propósito eufónico de la can-
ción. Punto."
JOSÉ: No, no, no...
JACKIE: ¡Oiga! Me tocaba a mí.
JUDITH: Perdóneme, Jackie.
JOSÉ: Chichi, la representación de la mujer amada; Chichi a la
voluntad y capricho de cada quien; no. ¡Qué fácil! No, señor.
Chichi es Chichi es Chichi... Otra...
JUDITH (a Jackie): ¿Usted o yo?
JOSÉ: ¡Otra!
JUDITH (lee): "Don José: ¿Sabía usted que el 31.7 por ciento de
las mujeres menores de treinta años de nuestra patria se
llama "Chichi" debido a la canción?"
JOSÉ: Ya no es el 31.7, amigo; estamos ya en el 33.2 por ciento
y sigue subiendo... Y no vayan a olvidar nuestra campaña
para que "Amar es amar a Chichi" sea elegida como la can-
ción latinoamericana del siglo, pues sabemos ya que hay fuer-
tes presiones para conceder ese honor a "Garota de Ipanema".
JUDITH: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Muera!
JOSÉ: No nos ganarán; ni brasileños ni argentinos, con su "El
día que me quieras", ni la promocionadísima "Piel canela"
por la que cubanos, puertorriqueños y mexicanos se pelean
paternidad, y a ver si se ponen de acuerdo de una vez...
JUDITH: ¡Muera! ¡Mueran todos!
JOSÉ: Podrán todos tener una gran promoción internacional,
pero ninguno de ellos tendrá lo que nosotros. Nosotros te-
nemos a Chichi.
JUDITH: ¡Bravo! ¡Bravo!
JOSÉ: Venceremos. Chichi es nuestra... y la hemos encontra-
do.
JUDITH: ¡No!
JOSÉ: Y está aquí en nuestros estudios.
JUDITH: ¡No!
JOSÉ: La real, la única, la tangible.
JUDITH: ¡No!
JACKIE: Ya cállese usted...
JOSÉ: Sí, señoras y señores, nadie se me desmaye, por favor.
316
nuestra frustración..."
JOSÉ: ¡Aquí está! ¡Ahí la tienen! ¡Chichi!
(José enciende nuevamente la música; se escucha la versión
"danesa" de la canción. Alicia entra sujetada por Jackie por la
primera puerta a interiores. A Alicia se le ve demacrada; camina
con torpeza.)
JUDITH: ¿Por qué no me dijeron?
(Alicia tropieza y cae al piso. Jackie y Judith la ayudan a levan-
tarse. José detiene la música.)
JOSÉ: Jackie, ¿no le dije que escondiera el whisky?
JACKIE: Yo le dije a Judith. Pregúntele si quiere.
JUDITH: Yo escondí lo que encontré. Cómo podía saber yo que
había gente en el otro cuarto. ¿Por qué no me dijeron? ¿Es la
Chichi de verdad?
JOSÉ: La mismísima... No hay otra... La gran Chichi...
ALICIA: Desgraciado...
JUDITH: ¿Por qué no me dijeron? Señora Chichi, levántese. ¡Us-
ted es Chichi! No puede arrastrarse por el piso así. Usted es
la que quién no mataría por ser.
(Alicia se incorpora y, ayudada por Jackie y Judith, va a sentar-
se a un sillón.)
JUDITH: ¿No sería mejor dejarlo para otro día? La señora Chichi
no se siente bien...
JOSÉ: ¡Nada de otro día! Los martes son los martes. Éstas son
las contingencias que nos ocurren a quienes hacemos las
cosas en vivo... Efectivamente, por más que le reviente el
hígado a quien le reviente, ésta que tienen aquí es la más
deseada y la más buscada, la más gloriosa y relamida de las
mujeres de nuestra patria y este vasto continente: ¡Chichi!
JACKIE: Y hoy reviviremos con ella los tres encuentros en que
trató al Kambul Mondragón.
JOSÉ: Comprenderá nuestra persistente audiencia los esfuer-
zos que nos ha costado la reconstrucción de estos encuen-
tros a través de las minúsculas gotas que exudaba doña Ali-
cia en esta última semana de interrogatorios, de gritos y bal-
buceos...
ALICIA: Desgraciado...
JOSÉ: ¿Qué dice, perdón?
ALICIA: ¡Desgraciado!
JOSÉ: Nuestras disculpas a nuestro leal público de doce a tres,
horas mágicas en que quién no preferiría comer y sestear
para espantar las espinas de la pasión y el calor. Nuestro
agradecimiento por su perseverancia y nuestro estado de
perpetua apología por los exabruptos en que pueda incurrir
318
Se lo dije y se arruinaron
las mañanas, los ayeres...
Al principio, fue violento;
se ensañó contra los muebles,
rompió en llanto y se marchó.
Volvió al cabo de unas siete
u ocho horas. Se reía
con espasmos y entre dientes...
Y me dijo comprender
que eran bromas, sí, sandeces
con que yo jugaba, porque,
ni en el sueño con más fiebre,
yo podría ser aquélla...
Se reía. Y, nuevamente,
se marchó. Volvió con rosas.
De rodillas, con voz tenue,
me pidió que lo ayudara
a tragarse el agrio aceite
de que él había sido,
tantos años -más de veinte-
el marido de esa Chichi
con quien todos se adormecen.
JOSÉ: Y su amor los salvará...
ALICIA: ¡Basta ya de estupideces!
Le empezó a pegar al hijo...
JOSÉ: ¿Pero cómo? ¿Un hijo, ustedes?
ALICIA: Y decía que era porque
ya podía defenderse.
Ya era un hombre, ya era un...
JOSÉ: ¿Hijos?
¿Tiene usted...
ALICIA: ¡No le compete!
Otras tardes, sólo hablaba
de su encanto por ser ese
que quisieran todos ser...
¡Que otros suden llanto y semen!
Yo era Chichi, la gran Chichi...
¡La gran puta!
JOSÉ: No me puede
trasladar la culpa en eso.
Hable usted con el tal Pepe...
ALICIA: ¡Sí lo culpo! Y lo podría
perdonar ya que se muere.
¿Mas por qué tengo este pálpito
de que todo lo hizo adrede?
Quiso herirlo y deleitarse,
324
SEGUNDO ACTO
JOSÉ (canturrea): "No mire así, sea gentil, suave Chichi; / ésos,
sus ojos, me puede partir / más que los filos que rasgan mi
carne / color carmesí."
ALICIA: ¿Vio? Ella lo rechaza con miradas hostiles y rasguños.
JOSÉ: Si hubo rasguños, entonces, hubo contacto, violencia,
sangre, terror. ¡Hable! ¡Terminemos con esto! ¿Qué pasó esa
noche?
ALICIA: ¡Si usted tanto lo quiere, le puedo mentir! Imagínese la
carroña que quiera, descríbamela con detalles y yo le confir-
mo todo...
JOSÉ: No interesa lo que yo imagine. ¡Queremos la verdad! ¡Sal-
gamos de esto!
(Alicia solloza. Judith corre hacia Alicia.)
JUDITH: Basta, don José. Usted no tiene derecho. La señora
Chichi no tiene por qué contarnos lo que no quiera...
JOSÉ: ¿No tengo derecho?
ALICIA: ¡Es que es verdad; no pasó nada! No recuerdo.
JUDITH: ¡Ella es Chichi! Y a Chichi nadie tiene el derecho de
exigirle nada. Y Chichi tiene todo el derecho del universo de
hacer lo que quiera con quien quiera cuando quiera. Es Chichi.
Usted debería estar orgulloso...
ALICIA: Yo soy Chichi...
JOSÉ: No... Lo siento... Ya no puedo...
(José se aleja, abrumado. Judith acaricia el pelo de una llorosa
Alicia mientras le habla suavemente.)
JUDITH: Usted es la que quién no mataría
por ser... O por gritarle al mar: "¡Soy ella,
la que hace una canción una epopeya!"
Por ver lo que sus ojos, sólo un día,
le doy mi perdición; por sus lunares,
silencios y timbales, mis adornos.
Usted fijó en la arena los contornos
más tenues del amor... ¡Y a amar a mares!
¿Qué se hizo de ese amor? Con lo que sobre,
tendré un buen material para mi plagio.
¡Qué vida! ¿Fue un paseo o un naufragio
perennizó en su boca un fa salobre?
¿Qué se hizo de su cuerpo? Cuente... Cuente
a salvo allá en las playas de su mente.
Usted es la que quién no mataría
por ser... O por gritarle al mar: "¡Soy ella...
(Judith sigue murmurando y acariciando a Alicia. Jackie entra
por la puerta al exterior.)
JACKIE: ¿Dominante, don José?
340
de ese tipo...
ALICIA: ¿De José?
JOSÉ: ... pues jamás de los jamases
Tito hará otro tema mío.
ALICIA: ¿Qué pasó?
JOSÉ: Voy a contarle.
Ese falso amigo dijo:
"Mi Kambul, como usted sabe,
soy su amigo y, como amigo
que lo quiere, voy a hablarle.
Nunca tuvo usted ni tiene
ni la gracia ni las artes
que le han hecho a usted creer.
Canta bien. No es que no cante.
Pero tuvo suerte; es todo,
y una voz gentil y grave.
Mas no puede usted cantar
siempre "Chichi", dale y dale.
¿Ha hecho algo desde entonces?
No... Retírese a lo grande;
pues no sea que otro advierta
que su gracia es sólo un fraude."
ALICIA: Si debemos ser honestos...
JOSÉ: "Ser honestos" ¿qué? ¡Acabe!
ALICIA: Nada... No... No dije nada...
JOSÉ: ¡No me importa lo que ladren
o rebuznen! Van a ver...
Cuando Tito ose mandarme
sus propuestas de hacer fiesta
de "Colón" con sus timbales,
le diré que se los ponga
donde más le duele y arde.
(Alicia se levanta. Se la ve algo aturdida.)
JOSÉ: ¿Ya se va?
ALICIA: Me voy.
JOSÉ: ¿Molesta?
ALICIA: No es tan fácil que me enfade.
Nunca sé qué corresponde,
compungirme o extasiarme.
Usted sólo me buscó
para ver si los azares
se juntaban nuevamente.
¡Qué cumplido! ¡Qué vejamen!
Se movía entre mis piernas
cual frotando talismanes
347
FIN
Personajes:
AURELIO: 20 años de edad. Viste con jeans y polo algo sucios.
BEGONIA: 35 años de edad. Viste con una pulcra y elegante
bata.
CHARLIE: 50 años de edad. Viste con el atuendo de trabajo de
un pintor de casas.
Escenario:
Una sala de espera como de una dependencia pública: sillones
deteriorados, mesitas, revistas ajadas, etc. Hay una única puerta
que da a un balcón; no hay más puertas o ventanas. Un viejo
teléfono destaca en un lugar central.
360
(Aurelio duerme sobre uno de los sillones. Begonia lee una re-
vista. Charlie camina de un lado a otro algo impaciente. Des-
pués de algún tiempo así:)
AURELIO (en sueños): ¡No! ¡No voltees!
BEGONIA: Sigue con lo mismo. Pobre; ni en sueños lo dejan en
paz... Por lo menos, puede dormir.
CHARLIE: Deberíamos despertarlo para terminar de una vez con
el trabajo...
AURELIO (en sueños): ¡No me mires! Monstruo… ¡Monstruo!
BEGONIA: Pobre chibolo... Sí, despiértalo, Charlie. Pero no seas
violento, por favor. No lo vayas a...
(Charlie zarandea a Aurelio con cierta violencia.)
CHARLIE: Aurelio, Aurelio... Vamos, terminemos con esto de
una vez... ¡Aurelio!
(Aurelio despierta y mira a los otros.)
AURELIO (casi en sueños): Maribel... Maribel dice los pieses.
(Begonia y Charlie se miran sorprendidos.)
BEGONIA: ¿Qué dijiste? Repite eso.
CHARLIE: ¡Habla!
AURELIO: Maribel dice los pieses.
BEGONIA: Buena... Buena. Ésa es muy buena, chibolo.
CHARLIE: No... Pero... ¿De dónde la sacaste?
AURELIO: Se me acaba de ocurrir. Estaba soñando.
BEGONIA: ¡Bravo, chibolo! Felicitaciones...
CHARLIE: ¿Hombre o mujer? ¿Quién lo dice?
AURELIO: No sé... Una mujer.
BEGONIA: ¡Hombre! ¡Hombre! Siempre es una mujer la que lo
dice. Hay que variar. ¿Qué dices, Charlie?
CHARLIE: No sé... Sí. Es buena... Pero...
AURELIO: Maribel dice los pieses.
BEGONIA: Definitivamente: hombre.
CHARLIE: ¿Dónde...
AURELIO: Mujer.
BEGONIA: Hombre.
CHARLIE: No...
AURELIO: ¡Mujer!
BEGONIA: ¡Hombre!
CHARLIE: ¡Déjenme terminar! ¿Dónde la escuchaste, Aurelio?
AURELIO: ¿Dónde escuché qué?
(Hay un silencio. Aurelio y Charlie miran a Begonia con impa-
ciencia.)
BEGONIA: Ah, perdón... Un, dos, tres... Un, dos tres...
361
FIN
Lima, 2009
386
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1975
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389
Personajes:
FERDINANDO: 60 años de edad, pero, por su estado de deterio-
ro y descuido, parece mayor. Viste bata y pantuflas.
MARGARITA: 60 años de edad, pero, por su estado de deterioro
y descuido, parece mayor. Viste bata y pantuflas.
ROSSIE: 35 años de edad. Subida de peso.
NANDO: 25 años de edad. Viste a la moda de los años setenta.
RITA: 25 años de edad. Viste a la moda de los años setenta.
Escenario:
A la izquierda (de los actores), una pequeña mesa con tres si-
llas alrededor. Sobre la mesa, una azucarera, café, panes, mer-
melada, mantequilla, cubiertos y vajilla.
A la derecha, una vieja radiola y un pequeño televisor portátil
blanco y negro.
Al centro, hacia el fondo, una hilera de macetas con plantas y
flores. Tras las macetas, una pared de color claro en la que se
proyectarán algunas imágenes durante la representación: mien-
tras no se indique algo distinto, aparecerán proyectadas en la
pared (alternadamente y a criterio del director) fotos del soldado
japonés Teruo Nakamura, de la actriz norteamericana Angelina
Jolie y del futbolista peruano Hugo Sotil.
390
PRIMER ACTO
cales lo del alza del petróleo del 72, el efecto de rebote retar-
dado...
ROSSIE: Sí, por supuesto que me van a escuchar... Pero, si
vamos a hacer locuras, mejor sería quitarnos las ropas y
distraerlos con eso. Sobre todo, tú, con esa cinturita...
RITA: ¡Esto no es broma, Rossie! Yo te traje al Movimiento.
Esto es un acto oficial del MLR, y yo soy dirigente, dirigente
de base, pero dirigente al fin. Te estoy dando la orden directa
de que vayas y hagas entrar en razón a esa gente.
ROSSIE: Ay, niña... Son miles.
RITA: Mira, Rossie, seremos amigas, tú serás mayor, pero aho-
ra yo soy la dirigente a cargo, y esto es una orden directa.
Anda. Que entiendan. Tú ya estás formada. ¡Anda, camarada
Rosa de los Ángeles!
(Rita se aleja. Rossie sonríe nerviosa al público. Los ruidos se
siguen escuchando.)
ROSSIE (al público): Señores... Velasco... Velasco y su esposa,
Consuelo, estaban volando en helicóptero sobre Lima. En-
tonces, Velasco le dice a Consuelo: "Mira, Consuelo, si tira-
mos un billete de cien soles, hacemos feliz a una familia
peruana." Y Consuelo le dice: "Sí, Juan; pero si tiramos dos
billetes de cincuenta, hacemos felices a dos familias perua-
nas." Y Velasco le dice: "Y si tiramos cinco billetes de vein-
te..." Y, entonces, el piloto del helicóptero les dice: "Pero, si
se tiran ustedes dos, hacen felices a catorce millones de
peruanos."
(Rossie ríe pero se pone seria cuando Rita se le acerca.)
RITA: No hacen caso... No quieren ni escuchar...
ROSSIE: A mí tampoco...
RITA: ¡País de cagones! ¡Quítate la ropa!
ROSSIE: ¡¿Qué?!
NANDO (desde fuera): ¡Muere!
RITA: Vamos a distraerlos con eso. Si se portan como animales,
como animales los trataremos. Desvístete. Rápido, rápido...
ROSSIE: Era una broma, niña. ¿Cuándo vas a aprender a distin-
guir?
RITA: Rossie, es una orden directa. Seremos sólo dos pero esto
es un acto oficial. Quítate la ropa. Será tu sacrificio por la
Revolución. Los distraemos con eso. Primero, te van a ver
algunos. Pocos...
ROSSIE: ¡Ni hablar! Estás loca.
RITA: Después, corres hacia allá... Después, se van a pasar la
voz, y se van a ir uniendo más y más... Cuando hayamos
distraído a ésos... ¡Qué esperas para desvestirte!
404
SEGUNDO ACTO
FIN
Nuestra señora
de los desmadres
Basada en una idea original
de Alfredo Bushby y Margarita Saona
428
429
Personajes:
PABLO: Cuarentón; periodista que investiga la desaparición de
Lady Huayanay -vocalista del grupo "Lady y las Huayruras"-
acontecida hace veinticinco años.
MILAGRITOS: Cuarentona; propulsora del culto a Lady Huayanay.
FERMÍN: Cuarentón; "viudo" de Lady; propulsor del culto a Lady
Huayanay.
CHICHO: Cuarentón; ex manager de "Lady y las Huayruras".
BECKY: Cuarentona; ex guitarrista de "Lady y las Huayruras".
PATTY: Cuarentona; ex baterista de "Lady y las Huayruras".
LADY: 20 años de edad; tiene la cara y el cuerpo pintados de
rojo y negro; casi angelical.
Además, dos hombres (HOMBRE 1 y HOMBRE 2) y dos mujeres
(MUJER 1 y MUJER 2) harán diversos roles según se indique.
Escenario:
Una mesa y tres o cuatro sillas serán lo suficiente para repre-
sentar los siguientes espacios:
- Cuarto del secuestro
- Calles de Lima
- Estudio de Pablo
- Sala de la casa de Lady
- Sala del ritual de Milagritos
- Sala de la casa de Augusto y Ángela, amigos de Pablo
Hay una pantalla en la que aparecerán proyectadas algunas imá-
genes.
430
UNO
(Cuarto del secuestro. Chicho entra tomando a Pablo del cuello
y apuntándole en la cabeza con un revólver. Obliga a Pablo a
sentarse en la silla y continúa apuntándole.)
CHICHO: ¿Por qué?
PABLO: ¿Qué me van a hacer?
CHICHO: ¿Por qué?
PABLO: ¿Me van a matar?
CHICHO: ¡¿Por qué?!
PABLO: ¡¿Por qué, qué?!
(Chicho amenaza con golpear a Pablo con el revólver.)
PABLO: De acuerdo... Simplemente, me interesó el tema; no
hay más razón. Soy periodista; trabajo como periodista.
"Betsabé", la revista; ¿la conoce? Yo trabajo ahí. Temas fe-
meninos y esas cosas... Eso es todo: un artículo para
"Betsabé". Van a pasar veinticinco años desde la desapari-
ción de Lady. Pensé que sería interesante publicar algo: en-
trevistar a la gente que la conoció, averiguar del culto, publi-
car una nota. Nada más.
(Chicho saca de entre sus ropas un cuaderno; se lo muestra a
Pablo.)
PABLO: ¿De dónde sacaron eso? Deme eso.
(Pablo se levanta intentando asir el cuaderno. Chicho le da un
golpe con el revólver y Pablo cae al piso.)
CHICHO: Perdón. Discúlpame. Por favor, no me obligues. Nadie
quiere hacerte daño, Pablo. Por favor. Tenemos que saber.
Ven. ¿Estás bien?
(Chicho ayuda a Pablo a levantarse y lo lleva a la silla. Le mues-
tra el cuaderno.)
CHICHO: Ahora que ya sabes que sabemos lo que sabes -lo que
crees que sabes-, pregunto por última vez: ¿Por qué?
PABLO: Créame: fue curiosidad; sí, al principio, fue pura curio-
sidad... Un artículo... "Betsabé"... Reportajes novedosos, lec-
tura fácil... Firmo con el seudónimo de "Angie Tarsiana". Tal
vez, me haya leído...
CHICHO: Cómo perderme esos artículos...
PABLO: Después es que las cosas se salieron... Todo se compli-
có... Pero al principio, créame, me interesó como tema de
reportaje. Nada más. Veinticinco años de la desaparición de
Lady Huayanay. Me pareció un buen tema. Algunos podrían
acordarse de Lady... Empecé a preguntar en las calles...
CHICHO: ¿A quiénes?
PABLO: A todos... A cualquiera...
CHICHO: No te haremos daño, Pablo, pero no saldrás de aquí
431
DOS
(Calles de Lima. Empiezan a pasar -como si fueran transeún-
tes- el Hombre 1, el Hombre 2, la Mujer 1 y la Mujer 2. Pablo se
acerca a los transeúntes.)
PABLO: Señorita, ¿sabe usted quién fue Lady Huayanay?
MUJER 1: ¿Por qué me pregunta eso? No, señor, desconozco.
No me acuerdo. ¿Por qué me pregunta a mí?
HOMBRE 1: ¿"Huayanay" dice? ¿"Lady"? Me suena, me suena.
No me diga. Ahorita me acuerdo. ¿Es para el periódico?
MUJER 2: ¿No es una de esas cumbiamberas que han salido?
¿Ésas que se mueven todas desvergonzadas así como loqui-
tas sin ropa? (Bailando) Así... Así... Así...
HOMBRE 1: No me diga... Lady Huayanay es la milagrera... Creo...
¿Para qué periódico es? Espere... Es que no me acuerdo si es
la que se fue volando o a la que trataron de perjudicar y se le
cerró la cosa ¿O a la que trataron de perjudicar fue la que se
elevó a los cielos?
HOMBRE 2: Claro, por supuesto. Ésa era la que cantaba "Si te
vas con otro, no respondo, ay, mujer, no respondo", ¿no? ¿Ésa
era? La que dicen que se elevó al cielo en un concierto, ¿no?
¿Es ésa?
PABLO (a la Mujer 1): ¿No sabe o no se acuerda?
(La Mujer 1 sonríe ruborizada. Ríe nerviosamente.)
MUJER 1: Pero no va a salir mi nombre, ¿no?
PABLO: Le garantizo total discreción.
MUJER 1: Lady Huayanay es la que nos protege a todas noso-
tras. Es la santa de nosotras que nos ayuda.
PABLO: ¿A quiénes?
432
TRES
(Estudio de Pablo. Pablo mira la pantalla; en ésta se ve un video
de un grupo de tres mujeres tocando música chicha: "Lady y las
Huayruras". Lady toca el bajo y canta, Becky toca la guitarra y
Patty toca la batería. Las tres tienen las caras y los cuerpos
pintados en rojo y negro. Lady -en persona- observa a Pablo.)
LADY (en el video; cantando): Nunca verás mi cara, nunca verán
tus ojos;
nunca te enseñaré lo que en mi piel escondo.
Nunca verás mi cara, nunca verán tus ojos;
nunca descubrirás lo que aquí atrás escondo.
LADY, BECKY Y PATTY (en el video; cantando): Nunca, nunca,
nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
Nunca, nunca, nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
(En el video, se ve que Lady tiene un ataque de tos; inmediata-
mente, Becky la cubre con un solo de guitarra. Pablo detiene el
video con un control remoto y lo retrocede unos segundos. Vuel-
ve a poner en marcha el video.)
LADY (en el video; cantando): ... nunca verán tus ojos;
nunca descubrirás lo que aquí atrás escondo.
(Pablo detiene la filmación con el control remoto. Toma un lápiz
y un cuaderno, y se pone a escribir y a leer notas. Lady se le
acerca; Pablo no nota su presencia.)
PABLO: Una de las más peculiares irrupciones en informal san-
toral limeño de los ochentas fue la de la cantante popular
Lady Huayanay quien, según la creencia imperante de su culto,
ascendiera a los cielos durante una descomunal gresca en
433
(Lady le extiende sus manos a Pablo. Éste las toma y las besa.)
PABLO: Ya van a ver. Te voy a encontrar, mi señora. Todo lo haré
por ti.
CUATRO
(Sala de la casa de Lady. Pablo entrevista a Becky y Patty.)
BECKY: ¡Ni una!
PATTY: Ni una, ni una...
PABLO: ¿Ni una sola?
PATTY: Parece sordo usted, señor. Ni una sola.
BECKY: La idea fue de nuestro productor y promotor...
PATTY: Chicho Mayolo...
BECKY: Que saliéramos así todas pintadas así como semillas
de huayruro, rojo y negro. Decía Chicho que así íbamos a
tener más acogida.
PATTY: Y para otras cosas también.
BECKY: Oye, cállate, Patty. Ésta, cada vez que abre la boca, hay
que cuidarse... Idiota.
PATTY: No me digas así, por favor.
BECKY: Y Chicho nos obligó a quemar todas las fotos que tenía-
mos. Decía que había que mantener para siempre el miste-
rio.
PATTY: Decía Chicho que había que destacar lo mejor que te-
níamos: nuestra música y nuestros cuerpos.
BECKY: Porque teníamos unos cuerpazos...
PATTY: Cómo que "teníamos", Becky. Mírenos, señor, todavía
estamos para que nos metan diente, ¿o no?
BECKY: No seas vulgar, Patty… Nadie sabía cuánto iba a durar
el éxito. En un año y medio, pasamos de ser unas totales
desconocidas a llenar estadios en todo el mundo.
PATTY: Nueva Jersey, San Diego, Frankfurt, hasta Tokio...
BECKY: Aprendimos tanto de un golpe, aprendimos tanto con la
desaparición de Lady... Usted ni se lo puede imaginar.
PATTY: Si sólo pudiera comprender eso, entendería todo: en-
tendería qué pasó con Lady.
PABLO: ¿Por qué?
PATTY: No, no... Nada.
BECKY: Yo destrocé todas mis fotos; las quemé. Quería des-
aparecer todo lo que era antes de ser una huayrura.
PABLO: Ni una sola foto de Lady, entonces.
BECKY: Ni una.
PATTY: En verdad, yo sí guardé unas fotos mías. Chicho ni se
enteró. Además la cosa era sobre todo para Lady; no era tan-
435
to para nosotras.
BECKY: Era para todas, Patty.
PABLO: Ustedes fueron las testigos más cercanas de la desapa-
rición de Lady. ¿Qué ocurrió ese día?
PATTY: Lady ascendió a los cielos.
PABLO: Por favor, ya han pasado veinticinco años. Ya pueden
hablar.
BECKY: Todo estaba muy confuso esa noche. Todos se peleaban
con todos, y yo sólo quería esconderme. Pero, en medio de
todo, sí, me pareció que se elevaba. Varias personas la vie-
ron.
PATTY: Eso sí fue increíble. Gente que ni conocíamos se puso a
describir cómo Lady ascendía. La locura total.
BECKY: Idiota, no hables tanto.
PATTY: No me digas "idiota", te he dicho.
PABLO: Todavía hay gente que va a lo que fue el Chichódromo
me dicen. Dicen que le dejan flores a Lady.
PATTY: Desde que Fermín y Milagritos se pelearon, ese sitio se
ha convertido en un antro. Está abandonado. Nadie limpia.
Todo huele a pichi.
BECKY: Al principio, era más organizado. Hasta mantas limpias
había.
PATTY: Y a condones usados también huele.
BECKY: Pero Fermín y Milagritos siguen mandando a los segui-
dores de Lady a que le dejen flores y ofrendas. Claro que
Fermín los manda para que pidan por la maldición de los
inicuos y Milagritos los manda para que los adúlteros pue-
dan tener suerte y protección, y ahí no más se revuelcan a la
vista de todos.
PATTY: Huele a pichi y a condones; horrible todo.
PABLO: ¿Esta Milagritos era algo del grupo?
BECKY: No, no. Es una vieja amiga de Lady, las dos son de
Huánuco. Milagritos Reyna. Vino a Lima después de que Lady
ascendió a los cielos. Al principio, trabajaba con Fermín en
lo del culto de Lady, pero ahora se han peleado.
PATTY: No le vaya a sacar el tema de Milagritos a Fermín.
PABLO: ¿Por qué?
BECKY: Milagritos le ha quitado devotos a Fermín desde que
abrió su culto propio. El pobre Fermín cada día tiene menos
gente que venga a la casa de Lady para rezar su salmo, para
comprar sus estampitas y sus pañuelos "originales", y sus
rosarios de huayruros. El pobre va a tener que volver a traba-
jar detrás del Palacio de Justicia.
PABLO: ¿Qué hacía ahí?
436
BECKY: Trámites.
PABLO: Falsificador de documentos.
BECKY: ¿Qué más se puede hacer detrás del Palacio de Justi-
cia? Si necesitas certificados de algo, de matrimonio, de es-
tudios... Porque creo que nunca terminaste de estudiar...
PATTY: Ahí viene, ahí viene...
(Fermín entra; tiene un fajo de estampitas.)
FERMÍN: Bienvenido nuevamente a la casa de Lady que es la
casa de todos, joven. Aquí están las estampitas; recién sali-
das. Mire, joven: ésta es la carita de mi Lady justiciera. Mire
la paz de su rostro. Mire cómo eleva las manos a los cielos
preguntando por qué. ¿Por qué tanta iniquidad, por qué? Por-
que mire, mire la iniquidad aquí abajo. Toda esa gente pe-
leándose, acuchillándose. ¿Se ve claro? Miré, abajo todos
peleándose y mi Lady justiciera –su cuerpecito no lo pudo
soportar- ascendiendo sobre toda esa abominación. Porque
no sólo se están golpeando y acuchillando aquí abajo. ¿Qué
más ve usted? Dígame, joven.
PABLO: No sé... Está un poco borroso...
FERMÍN: Pero fíjese. ¿Qué más ve usted en esa confusión so-
bre la que se eleva mi Lady justiciera?
PABLO: Tal vez, si me dice qué es lo que hay que ver...
FERMÍN: ¡La concupiscencia! No sólo hay violencia. Mire. ¿Qué
ve aquí?
PABLO: Dos puntitos y... No veo... ¿Una manchita?
FERMÍN: Es otra de esas muchas sinvergüenzas que se quitó la
blusa y el sostén, y se deja manosear por cualquier extraño.
Es todo una orgía de violencia y concupiscencia. Y mi Lady
justiciera se eleva a los cielos preguntándose ¿por qué? ¿Por
qué tanta iniquidad? Aquí atrás de las estampitas está la
oración favorita de mi Lady cuando habitaba entre nosotros:
el Salmo 109, del seis al diecinueve. Ahora es la oración que
hay que elevarle a ella cuando quiera que los inicuos sufran.
Léala.
PABLO (leyendo): "¡Sean pocos sus días, que otro ocupe su car-
go; queden sus hijos huérfanos y viuda su mujer!"
PABLO, BECKY Y PATTY: ¡Anden sus hijos errantes, mendigan-
do y sean expulsados de sus ruinas...
FERMÍN, BECKY Y PATTY: ... el acreedor le atrape todo lo que
tiene, y saqueen su fruto los extraños!
PABLO: Éstas son maldiciones terribles, don Fermín. ¿No se
supone que la casa de Lady es la casa de todos, que ella es
todo amor?
FERMÍN: ¡Todo amor para los que no reniegan del amor! Lea el
versículo dieciséis. Léalo...
437
CINCO
(Sala del ritual de Milagritos. Milagritos está frente a una mesa
de altar vestida con túnicas rojas y negras. La flanquean el Hom-
bre 1 y la Mujer 1 que hacen de percusionistas que tocan tum-
bas a un ritmo constante. Frente a la mesa, están Pablo, Becky,
Patty, el Hombre 2 y la Mujer 2 -estos dos últimos hacen de
439
SEIS
(Cuarto del secuestro. Pablo habla con Chicho que empuña un
revólver.)
PABLO: Aunque fuera una farsa, aunque supiera que todo era
un montaje para que otros obtuvieran el poder y la gloria,
quería sentirme como ellos: poder gritar incoherencias, arrás-
trame por el piso, moverme a un ritmo sin darme cuenta de
que existía un ritmo al que me movía, sin contar tres hacia
la derecha, tres hacia la izquierda...
CHICHO: Muy bien, muy bien. No pensamos que fuera tan fácil
llegar al fondo del asunto tan rápidamente.
(Chicho deja el revólver sobre la mesa. Pablo lo ve.)
PABLO: Estaba a punto de hacerme un devoto más de Lady
Huayanay, cuando, de pronto, todo fue obvio, tan evidente...
Listo. ¿Ahora qué? ¿Me van a matar?
CHICHO: Mira, Pablo: nadie quiere hacerte ningún mal. Todo lo
contrario. Queremos ayudarte. Pero así como nosotros te
vamos a dar ayuda, de igual forma necesitamos de ti.
PABLO: Olvídense. Jamás los ayudaré con sus mentiras.
CHICHO: Vives obsesionado con qué es verdad y qué es menti-
ra. Por eso es que no puedes bailar como los demás, como
todos, como cualquiera.
(En eso, Pablo se lanza hacia el revólver en la mesa. Lo toma y
le apunta a Chicho. Chicho sonríe tranquilo.)
PABLO: Ahora tú me vas a escuchar, matoncito. Los voy a de-
nunciar. Voy a publicar un reportaje que los va a destrozar.
Qué lástima que no sea un delito engañar a la gente con
creencias falsas...
CHICHO: No habría espacio en las cárceles.
PABLO: No seas gracioso. Es el fin de su negocio, de su farsa.
Espero que toda la gente a la que han engañado venga a
pedirles cuentas. Yo me voy a encargar de informarles.
440
SIETE
(Sala de la casa de Augusto y Ángela. En esta escena, Lady está
en un segundo plano y reacciona con gestos a la conversación
de los otros. El Hombre 2 y la Mujer 2 hacen de Augusto y Ángela.
Pablo conversa con el Hombre 2.)
HOMBRE 2: "Chicha" fue un término que, al principio, preten-
día ser despectivo respecto a la gran revolución musical que
se dio en los años ochenta en el Perú. Probablemente al-
guien dijo algo así como "Esta música es una chicha" como
queriendo decir que no valía nada. Pero los cultores de esta
música que combinaba la cumbia tropical, la música andina
y el rocanrol asumieron con orgullo esta denominación y con
"música chicha" se quedaron.
PABLO: Pero, Augusto, todavía sigue siendo un término despec-
tivo: "cultura chicha", "economía chicha", "prensa chicha"...
HOMBRE 2: ¿Ya ves, Pablito? Tú no necesitas entrevistarme
para sazonar tu artículo. Tal vez, incluso, tú sepas más que
yo. Dime la verdad, hombre, ¿para qué has venido?
(La Mujer 2 entra con una botella de pisco y tres vasitos.)
MUJER 2: Un pisquito para celebrar el reencuentro, porque,
después de esta aparición, te nos vuelves a perder por si-
glos.
(La Mujer 2 sirve pisco en los tres vasitos y los reparte.)
MUJER 2: Salud, Pablocho. Por la sorpresa, por el milagro, por
el gusto de volverte a ver.
PABLO: Salud, Ángela.
HOMBRE 2: Salud.
(Los tres beben el pisco de un sorbo.)
HOMBRE 2: Mi amor, justamente le estaba diciendo a Pablito
que él no necesita la excusa de entrevistarme para visitar-
nos.
MUJER 2: Ésta es tu casa. Somos como hermanos hace
veintitantos años.
HOMBRE 2: No sólo por eso. Te decía que, pese a que abando-
naste la carrera a la mitad por hacerte el interesante, tú
442
cojudas?
MUJER 2: Déjalo en paz, mi amor.
HOMBRE 2: ¡Lo digo por su bien! ¡¿No te das cuenta?!
(El Hombre 2 y la Mujer 2 vuelven a quedar inmóviles. Pablo se
dirige a Lady nuevamente.)
PABLO: ¿Cuánto tiempo más va a durar esta tortura? Qué mala
idea, esta inútil visita; qué mal pretexto para ver si ocurre al
fin el milagro: en su casa, frente al marido. Ya perdí toda
razón, mi señora. Sigamos.
(El Hombre 2 y la Mujer 2 vuelven a tener movimiento. Es como
si hubieran pasado varios minutos.)
PABLO: En "Betsabé", aunque no aparece mi nombre -porque se
supone que todas son mujeres-, soy de facto el editor jefe;
publico artículos de lo que me dé la gana. La paga es buena;
me mantiene y me da tiempo para dedicarme a lo que quiero.
MUJER 2: ¿Y qué es lo que quieres?
(Hay un tenso silencio.)
MUJER 2: ¿No serás tú la famosa "Angie Tarsiana" de "Betsabé"?
¡Tú eres "Angie"! ¡Con razón!
HOMBRE 2: ¿Tú lees "Betsabé"?
MUJER 2: Cuando la encuentro en la peluquería o, a veces, la
traen para las pacientes, para la sala de espera. ¡Felicitacio-
nes, Pablocho!
HOMBRE 2: Ten cuidado; por estar leyendo eso, se te puede
seguir secando el cerebro. Ahora sí, con su perdón, me tengo
que ir.
MUJER 2: Son artículos buenísimos. Cualquier tema lo desme-
nuzas de una forma tan sutil y tan simple que nos haces
sentir inteligentes.
HOMBRE 2: "Angie Tarsiana"... Qué original...
MUJER 2: ¡Felicitaciones, "Angie"! ¡Tú sí que eres el verdadero
"todólogo"!
HOMBRE 2: ¡Te dije que no me digas así!
MUJER 2: No te lo he dicho a ti, Augusto. Se lo dije a Pablo.
PABLO: ¿Pablo?
HOMBRE 2: No te hagas la... Porque si él es el "verdadero
todólogo", qué vendría a ser yo, ¿el "falso"? Está bien, quéda-
te con tu "auténtico todólogo". Yo me tengo que ir. ¿Ves? Eso
te pasa por andar leyendo basuras como "Betsabé" y esas
cosas.
MUJER 2: Augusto, por favor, estás ofendiendo a Pablo. No lo
vemos hace años y no se te ocurre otra cosa que insultarlo.
HOMBRE 2: "Angie Tarsiana" sabe muy bien de qué hablo.
MUJER 2: Mi amor, por favor...
446
sé qué hacer.
PABLO: Pídele protección a Lady Huayanay.
MUJER 2: Huevón. No sé si estás hablando en broma o en se-
rio. ¿Qué quieres?
PABLO: No sé qué quiero. Siempre he pensado en lo triste, lo
frustrante de que la vida se te pase sin saber qué es estar, al
menos una vez, con la mujer que... Un beso, Ángela, aunque
sea para saber qué me perdí. Un beso en que el torbellino
nos lleve hasta donde tenga que llevarnos. Después, no me
vuelven a ver.
MUJER 2: ¿Torbellino? Estas leyendo mucho "Betsabé" y esas
cosas.
(Pablo se acerca a la Mujer 2. La acaricia; va a besarla.)
MUJER 2: Sólo uno...
PABLO: Y nunca más me vuelves a ver...
MUJER 2: ¿Me lo juras?
PABLO: Nunca más.
(Pablo y la Mujer 2 se besan.)
MUJER 2: Pablocho... Morocho... Nariz de Pinocho...
(Pablo y la Mujer 2 se besan con más pasión. Lady los mira.)
OCHO
(Calles al exterior del Chichódromo. En una semipenumbra: en
un rincón, el Hombre 1 y la Mujer 1 están tendidos en el piso
besándose y acariciándose, semidesnudos, gimiendo; en otro rin-
cón, la Mujer 2, arrodillada, repite, una y otra vez, el Salmo 109
versículos del seis al diecinueve; se escuchará su letanía a lo
largo de toda la escena. Pablo, con una flor en la mano, entra.)
PABLO: Huele a pichi pero el sitio es santo.
(Los gemidos del Hombre 1 y la Mujer 1 se hacen más intensos.
Pablo se acerca lentamente a la pareja. La Mujer 1 ve a Pablo y
da un grito.)
MUJER 1: ¡Es Walter! ¡Ahí está Walter! Nos encontró...
(La Mujer 1 sale corriendo. El Hombre 1 se viste a la volada y se
acerca temeroso a Pablo.)
HOMBRE 1: Waltercito, compadre... Déjame explicarte: Cuchita
te quiere.
PABLO: Disculpe, caballero. Yo no soy Walter.
(El Hombre 1 se acerca a Pablo y lo mira.)
HOMBRE 1: ¡¿Y qué hacía usted espiándonos?! ¡Pervertido! ¡Ma-
ñoso!
PABLO: Yo no vine a espiar a nadie. Disculpe si involunta-
riamente...
448
guir chambeando.
HOMBRE 1: Chau, compadre.
(El Hombre 2 sale. El Hombre 1 cae de rodillas al piso.)
HOMBRE 1: Gracias, Lady... Gracias, gracias, gracias...
PABLO: ¿Pero, en verdad, usted cree que Lady lo ayudó en esto?
HOMBRE 1: ¿Pero no ha visto lo que acaba de ocurrir? Si no
llegaba usted, Cucha y yo ya estaríamos muertos. ¡Muertos!
¡Tirados ahí entre la sangre! Usted es un agente de Lady.
¿No se da cuenta? ¿No se da cuenta de lo que acaba de ocu-
rrir? ¿De lo poderosa que es Lady?
PABLO: Fue una casualidad.
(El Hombre 1 se levanta.)
HOMBRE 1: Si sólo cree en las casualidades, le contaré que,
con la de hoy, yo ya tengo... serían... siete, ocho... más de
diez casualidades. No son casualidades, señor, son gracias
de Lady.
PABLO: Dígame, si Lady en realidad los protege, ¿por qué no
evitó que el tal Walter viniera esta noche? ¿Por qué tenerlos
al susto y salvarlos con las justas?
HOMBRE 1: Gracioso es usted, ¿no?
PABLO: No. Lo pregunto en serio: ¿por qué no los salvó de una
forma más milagrosa? ¿Por qué no les permitió que disfruta-
ran su aventura hasta el final? Si es tan poderosa... ¿O por
qué no cegó a Walter o los hizo invisibles a usted y su aman-
te? Habría sido lo más práctico, creo.
HOMBRE 1: Gracioso. Pero no tiente a Lady, amigo, se lo acon-
sejo. Lo perdono porque usted, pese a su poca fe, ha sido su
agente.
PABLO: Yo no soy agente de nadie.
HOMBRE 1: ¿Y esa flor? Es para Lady, ¿o no? ¿Vio? No tiene
usted tan poca fe como quiere aparentar. Lady le hizo una
gracia y viene a agradecerle... Amigo, no puede negar más el
milagro que acaba de ver, del que acaba de ser agente. Déjele
su flor a Lady y pídale perdón por sus dudas. Usted no sabe
de lo que Lady es capaz.
(El Hombre 1 va a salir; ve a la Mujer 2 que reza en un rincón.)
HOMBRE 1: ¿Y ésa? ¿Otra casualidad? ¿Otra casualidad que
justo estuviera ahí para encubrirme? Gracioso.
(El Hombre 1 sale. Pablo mira a la Mujer 2 que sigue arrodillada
en un rincón rezando. Su voz suena gradualmente más intensa.)
MUJER 2: ¡Anden sus hijos errantes, mendigando, y sean ex-
pulsados de sus ruinas; el acreedor le atrape todo lo que
tiene, y saqueen su fruto los extraños! ¡Ni uno solo tenga
con él amor, nadie se compadezca de sus huérfanos, sea
450
NUEVE
(Sala del ritual de Milagritos. Milagritos trata de cantar en me-
dio de atoros. El Hombre 1 y la Mujer 1, como percusionistas,
tocan tumbas a un ritmo frenético. Pablo, Becky, Patty, el Hom-
bre 2 y la Mujer 2 los escuchan. Salvo Pablo, todos emiten gemi-
dos, golpean el piso, se retuercen.)
MILAGRITOS (tratando de cantar): Si te vas con otro,
no respondo... no respondo...
(Después de varios segundos así, la ronca voz de Milagritos se
va aclarando hasta que empieza a cantar sin las toses y los
atoros. La percusión sigue a un ritmo cada vez más frenético.)
MILAGRITOS (cantando): Si te vas con otro,
no respondo, no respondo,
ay, mujer, no respondo de quién soy...
Así me dijo mi hombre,
pues se me escapó tu nombre,
cuando, en alma, me hizo suya
pero, en cuerpo, yo era tuya...
No respondo de quién soy...
Si te vas con otro,
no respondo, no respondo,
ay, mujer, no respondo de quién soy.
Si te vas con otro…
(En medio del canto, la Mujer 2 ha entrado cada vez más en
trance con gritos, convulsiones y golpes al piso con pies y ma-
nos. Súbitamente, la Mujer 2 se lanza hacia Milagritos tratando
de agredirla. El Hombre 1 deja de tocar y sujeta a la Mujer 2; es
ayudado por Becky y Patty en su intento de contenerla. La Mujer
1 sigue tocando las tumbas aunque a un ritmo más suave. El
Hombre 1 sigue en trance. Pablo mira todo con desconfianza. La
451
Mujer 2 se va calmando.)
MILAGRITOS (a la Mujer 2): Lo peor ha pasado, hija. Lady escu-
chó tus súplicas de auxilio. Tu sufrimiento, tu fe, han traído
a Lady hasta nosotros: yo fui sólo su instrumento. Anda y
deja que tu amor se desborde con quien se deba desbordar y
hasta donde se deba desbordar; tienes la protección de Lady.
Suéltenla.
(El Hombre 1, Becky y Patty sueltan a la Mujer 2. Ésta abraza
llorando a Milagritos. Milagritos le acaricia la cabeza y también
llora. Las tumbas que toca suavemente la Mujer 1 se siguen
oyendo.)
MILAGRITOS: Que Lady los bendiga y los proteja a todos en
cualquier empresa en que la autentica pasión de sus cuer-
pos y almas los rebalse. Becky, Patty, por favor, preciosuras,
acompañen a todos a la salida. El señor Pablo y yo tenemos
que hablar.
DIEZ
(Estudio de Pablo. Pablo escribe en su cuaderno y lo lee. Lady lo
mira.)
PABLO: Tarea pendiente: Juntar o tratar de juntar a Fermín
Rodríguez y Milagritos Reyna para ver qué tienen que decir-
se; tal vez, citar a Milagritos en el local de Fermín sin que
éste lo sepa. Ojalá no se saquen los ojos... Tarea pendiente:
Visitar el ritual de Milagritos. Que no pase otro jueves sin ir.
¿Por qué no voy? ¿A qué le tengo miedo? ¿A terminar por
convertirme en un devoto de Lady o a romper todo el encanto
y, ahora sí, para siempre?
(Lady ríe; se acerca a Pablo y lo besa en la boca. Ambos se be-
san. Luego, Lady lleva a Pablo frente a la pantalla; le da el con-
trol remoto. Pablo se deja llevar sin queja o sorpresa. Enciende
el video con el control remoto. En la pantalla, se ve un noticiero
de 1989: una periodista lee las noticias. En la parte inferior del
video, se ve un cintillo con noticias de la época: atentados te-
rroristas, escasez de alimentos y servicios, hiperinflación, etc.)
PERIODISTA (en el video): Una descomunal gresca que costó la
vida de al menos una persona se desató ayer por la noche
durante un masivo concierto del grupo "Lady y las Huayruras".
El local llamado "El Chichódromo" en el distrito de La Victo-
ria fue testigo de una violencia generalizada entre los asis-
tentes que la emprendieron los unos contra los otros sin
que la policía pudiera intervenir. Estamos ya en contacto,
desde el lugar de los hechos, con nuestro reportero Freddy
Eizaguirre con los últimos detalles. Freddy, ¿me escuchas?
(Se ve, en la pantalla, en una calle, al reportero con un micrófono
al lado de la viuda del asesinado. Se nota que es de madrugada.)
452
ONCE
(Sala de la casa de Lady. Pablo habla con Becky y Patty.)
BECKY: ¿Nos estás diciendo que nosotras la matamos?
PATTY: ¡Está loco usted!
PABLO: No sé si fueron ustedes. No sé quién fue, pero estoy
seguro de que la mataron. Y también estoy seguro de que no
ascendió a los cielos.
BECKY: Cada quien es libre de creer lo que quiera.
PATTY: ¿Y por qué la íbamos a matar? Ella era la voz del grupo.
La verdad es que sin Lady no éramos nadie.
BECKY: Nadie... Sin Lady en el bajo y las voces...
PATTY: En el bajo y las toses...
BECKY: ¡Cállate!
PATTY: Aunque es verdad que en los últimos meses...
BECKY: ¡Cállate, idiota!
PABLO: ¿En los últimos meses qué?
PATTY: Nada.
BECKY (a Patty): Idiota.
PATTY: No me digas "idiota". Ya estoy harta de que...
BECKY: Idiota.
PABLO: ¡No le digas así! Dime, Patty, puedes confiar en mí. No
eres idiota; eres honesta. ¿Qué pasó en los últimos meses?
(Hay un tenso silencio.)
PABLO: De acuerdo, no digas nada. Déjame a mí hablar. En los
últimos meses, el éxito de "Lady y las Huayruras" estaba en
su tope. Lady se dio cuenta de que casi todo o todo el éxito
se debía a su sensual voz: sin ella no eran nada. Entonces,
decidió abandonar el grupo para llevar una carrera de solista
o, tal vez, exigió demasiado para permanecer en el grupo.
Eso sería la ruina de muchos: de ustedes, del tal Chicho
Mayolo, hasta de Fermín, si es que son ciertos los rumo-
res... ¿Me equivoco? ¡Respondan! El "Cirujano", el asesino
de la noche en que Lady desapareció dice que lo contrataron,
que lo contrataron para generar violencia. ¿Quién lo contra-
tó? ¿El tal Chicho? ¿Para qué querían que se armara un des-
madre?
(En eso, entra Milagritos. Ésta habla siempre con una voz ronca
peculiar.)
MILAGRITOS (a Pablo): El señor Pablo, me imagino.
PABLO: Señora Milagritos.
PATTY: ¿Qué haces aquí, Milagritos?
MILAGRITOS: ¿Cómo están, preciosuras?
BECKY: Fermín te va a matar.
454
DOCE
(Estudio de Pablo. En la pantalla se ve el video de "Lady y las
Huayruras" cantando.)
LADY (en el video; cantando): Nunca verás mi cara, nunca verán
tus ojos;
nunca te enseñaré lo que en mi piel escondo.
Nunca verás mi cara, nunca verán tus ojos;
nunca descubrirás lo que aquí atrás escondo.
(Mientras la canción continúa, se ve, poco a poco, que Pablo y
Lady están en el piso abrazados y semidesnudos, acariciándose.)
LADY, BECKY Y PATTY (en el video; cantando): Nunca, nunca,
nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
Nunca, nunca, nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
(En el video, tras un atoro de Lady, hay un solo de guitarra de
Becky. Luego, Lady sigue cantando.)
LADY (en el video; cantando): Nunca verás mi cara, nunca verán
tus ojos;
nunca te enseñaré lo que en mi piel escondo.
Nunca verás mi cara, nunca verán tus ojos;
mi cuerpo es un huayruro, mi amor es negro y rojo.
LADY, BECKY Y PATTY (en el video; cantando): Nunca, nunca,
nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
457
con las señoras que sus maridos no querían bailar, para ani-
mar el concierto. Soy bailarín, señorita. No es la primera vez
y yo no fui el único. ¿Por qué no interrogan a los otros?
(Se escucha una confusa ráfaga de preguntas.)
"CIRUJANO" (en el video): Es que ahora dicen que lo que yo
hice se propagó como una onda explosiva o algo así. Ahora
me quieren echar la culpa de todo lo que pasó en ese
Chichódromo. No es justo.
(Se escucha una confusa ráfaga de preguntas.)
"CIRUJANO" (en el video): No sé quién habrá sido. No me dijo
su nombre. Sólo me dio buen billete y me dijo que me asegu-
rara que todas las señoras bailen y se diviertan aunque sus
maridos no quisieran. No es justo, señor. Yo no soy un ase-
sino. Soy bailarín. Me contrataron. Esto no es justo.
(En el video, "El Cirujano" llora. Pablo detiene el video con el
control remoto. Toma uno de sus cuadernos y apunta.)
PABLO: No lo contrataron para bailar a este ingenuo. Lo contra-
taron para que se arme la gran bronca. Pobre tipo; qué estú-
pido. Querían que haya una gresca. ¿Quién? ¿Quiénes?
(Lady mira a Pablo y lo vuelve a besar. Pablo despierta como de
un sueño.)
PABLO: ¡Eso era! ¿En qué estábamos? Ah, sí: Milagritos, ir a
donde Milagritos... Ahora sí... El edema de Reinke.
TRECE
(Sala del ritual de Milagritos. Pablo habla con Milagritos.)
MILAGRITOS: Me muero de curiosidad por su opinión, señor
Pablo. ¿Qué le pareció todo?
PABLO: Estaría muy impresionado... Casi llegué a caer en ese
trance maravilloso en que Lady entra en su cuerpo y en su
voz. Lamentablemente...
MILAGRITOS: Lamentablemente, lo volvió a ganar el viejo e in-
crédulo Pablo y no dejó salir al nuevo.
PABLO: Tal vez. Pero también, para mala suerte de todos -me
incluyo-, ya sé al fin qué pasó con Lady.
MILAGRITOS: ¿No me diga que sigue con la idea de que Fermín
la asesinó por celos? ¿O que las preciosuras y Chicho la
mataron?
PABLO: No, Fermín no. Ni Chicho ni las "preciosuras"; al me-
nos, ninguno de ellos fue tan culpable de su muerte como
usted.
MILAGRITOS: ¿Que yo la maté está insinuando?
PABLO: Se podría decir.
MILAGRITOS: Ya se le ablandó el cerebro de tanto trabajar en
459
amante. No lo llame.
MILAGRITOS (llamando): ¡Chicho!
PABLO: Le dije que no...
(Pablo sujeta a Milagritos y le tapa la boca. Milagritos trata de
soltarse y, en un momento en que lo logra, grita.)
MILAGRITOS (llamando): ¡Chicho!
(Súbitamente, entra Chicho con un revólver en la mano.)
CHICHO: ¡Suéltela!
MILAGRITOS: ¡¿Por qué te demoraste tanto?!
(Pablo suelta a Milagritos y levanta las manos.)
PABLO: Así que usted es el famoso Chicho Mayolo.
CHICHO (a Pablo): Al cuarto de al lado.
PABLO: ¿Me van a matar?
CHICHO: Vamos al cuarto de al lado, carajo.
(Chicho toma a Pablo del cuello y le apunta con el revólver a la
cabeza. Así salen Pablo y Chicho. Milagritos queda tendida en
el piso.)
MILAGRITOS (canturreando): Nunca verás mi cara, nunca ve-
rán tus ojos...
(Milagritos queda susurrando la canción.)
CATORCE
(Cuarto del secuestro. Pablo habla con Chicho.)
PABLO: ¿Qué más puedo decir, Chicho? Ya sabes todo lo que
querías saber sobre mí. Creo que ahora yo tengo derecho a
una pregunta.
CHICHO: Te has ganado el derecho, Pablo. Dime.
PABLO: ¿Es verdad todo lo que descubrí? ¿Acerté con la verdad?
CHICHO: Se podría decir que sí. Efectivamente, Milagritos es
Lady, y tuvo su problema del edema en la laringe. Sí, todo fue
planeado, incluyendo la gresca en el Chichódromo, para que
Lady se vaya en la gloria. Pero te faltó lo más importante.
PABLO: ¿Qué?
CHICHO (llamando): ¡Chicas!
(Entran Milagritos, Becky y Patty.)
PABLO: ¿Qué es esto? ¿Los ángeles de Chicho?
MILAGRITOS: Pablo, queremos invitarte a unirte a nosotros.
PABLO: ¿Para qué?
MILAGRITOS: Es verdad que tenemos muchos devotos, pero los
tiempos han cambiado y, cada vez, menos gente recurre a
Lady para buscar su justicia y protección. Cada vez, la gente
ve sólo el provecho personal...
PABLO: Como ustedes.
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FIN
Lima, 2011
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467
Personaje:
CANDY: 42 años
Candy está vestida con una sola prenda (o una sola combina-
ción de prendas) que puede manipularse para sugerir
alternadamente lo siguiente: una toalla o pareo alrededor del
cuerpo, un vestido juvenil y un vestido de mujer adulta.
Escenario:
A la derecha (de la actriz), hay una elegante y pulcra silla de
jardín; a la izquierda, hay una cama desarmable (una comodoy),
vieja y sucia. En escena, hay un muñeco de peluche de un chan-
cho y un machete.
Tres tipos de música marcarán distintos momentos según se
indique: una música siniestra, una música sensual y una músi-
ca festiva.
470
PRIMER ACTO
VOZ DE CANDY: ¡No llores! ¿Quieres saber por qué cojeo? Es-
cucha...
(Se pone el vestido juvenil.)
VOZ DE CANDY: Había llovido. Yo aceleraba, me metía a los
charcos, hacía que la moto patinara así...
(Candy hace como si manejara una moto.)
VOZ DE CANDY: Así... ¡Una delicia! El barro en la boca... El
viento... puro... Más y más... La princesa vengadora de la
selva... Vi un charco, lindo: no parecía tan profundo... Acele-
ré...
(Candy cae al piso como si hubiera tenido un terrible accidente.)
VOZ DE CANDY: El camión me recogió... Me contaron que la
moto había salido volando y me había caído con todo el motor
en la rodilla. Aquí.... Enorme... No podía gritar me dijeron: la
policía y los otros narcos podían aparecer de cualquier sitio.
Ahí empecé a fingir que no me dolía, que nada dolía...
CANDY: En Uchiza, un huesero trató de enderezarme la pier-
na...
(Da un gran grito mudo.)
CANDY: Salvaje... Entre el dolor y la noche, no pude ver lo que
era Uchiza. Tingo María era más ciudad, pero Uchiza...
(Se escucha la música festiva. Candy baila cojeando.)
CANDY: Conseguías lo que sea de donde sea: perfumes france-
ses, ropa de Estados Unidos, whisky, champán, coñac... Las
casas, los carrazos... Comida, comida, comida... Una gaseo-
sa te costaba cinco dólares. Ya era obsceno. Qué Tingo Ma-
ría. Qué Lima. Qué Nueva York. En Uchiza, la calle parecía
un desfile de modas. Te despertabas a cualquier hora y te-
nías fiestas para escoger: cumbia, rock, salsa... Lo único que
no había era hospital. En la posta médica, no tenían rayos X;
ni siquiera me podían enyesar. Tenía que regresar a Tingo
María a que me viera un doctor, pero la transacción: había
que esperar a la avioneta... Sólo me vendaron.
VOZ DE CANDY: Entre fiesta y fiesta, trago y trago, la venda se
me cayó y aprendí a caminar, a bailar, a correr sin cojear.
Nadie nunca se dio cuenta, hasta ahora...
(La música festiva cesa. Candy se pone el vestido de mujer adulta.
Le habla al muñeco. Sigue cojeando.)
CANDY: Tengo cuarenta y dos años, y ¡basta! No puedo más. Sí,
yo, esposa y madre intachable, la abnegada hija que acompa-
ña a su madre a misa de siete, yo, lo he estado fingiendo
todo, caminando como si nada doliera. Yo, que te hice la
envidia de tus amigos... ¿O no te has dado cuenta de cómo
me miraron siempre esos pobres perros babosos? Hasta aho-
ra, hay tres o cuatro que me incrustan los ojos en el escote
477
SEGUNDO ACTO
VOZ DE CANDY: Qué tal admiración, qué tal respeto, qué tal...
no sé... sumisión. Mi aventura de traquetera los dejó con las
babas colgando. Además, ya habían salido los resultados de
la Universidad Nacional Agraria de la Selva: admitida a zoo-
tecnia, primer puesto. Si mi papá me hubiera visto... ¡Qué
princesa! Ahora yo era la reina.
(La música festiva cesa. Candy se pone el vestido de mujer adulta.
Le habla al muñeco. Cojea.)
CANDY: Te preguntarás, si todo era un bosque encantado, por
qué regresé a Lima y terminé en una oficina, en una casa en
San Borja; por qué renuncié a todo por esto. Quién sabe...
Tal vez, fue por Luis José Poémape o por Orejas, los dos
enamorados que tuve; o por la universidad... Tal vez, si te
sigo contando... Tal vez, todo fue por mi papá...
(Deja de cojear. Se pone el vestido juvenil.)
CANDY: Como yo era toda una celebridad, los narcos se entera-
ron de que mi papá era León Pesoa y ofrecieron una recom-
pensa: treinta y tres mil dólares para el que lo matara. Sí,
pues, un día, mi papá me dejó una carta en mi cuarto de la
UNAS: me esperaba a las seis de la mañana en un sitio en el
que ya no hay casi pueblo; me daba indicaciones de cómo
llegar en moto. Ahí estaba esperándome, ansioso. Esa sonri-
sa...
(Se escucha la música siniestra. Candy toma el machete de bajo
la comodoy y queda de pie, con el machete en la mano, tensa.)
VOZ DE CANDY: Me habló de una tierra que había comprado en
Huánuco, limpia: perfecta para lo que sería el cultivo del fu-
turo: aceite de palma. Ya tenía los contactos para empezar.
Todo era legal, todo estaba en regla; pero -eso sí- se tendría
que cambiar de nombre. Una nueva vida, limpia. Limpia. Se
iba con Vilma Butrón y sus hijos; quería que yo me fuera con
ellos. Limpia. Huánuco. Huánuco. De aquí a diez años, ya
nadie usaría otro aceite. Gringos, alemanes, japoneses; hasta
para cosméticos y cremas. Franceses. Huánuco. Todos, to-
dos, todos lo usarían. Limpia. El más sano, el más rendidor:
ni colesterol ni grasas saturadas. Huánuco. Huánuco.
Huánuco. Huá...
(La música siniestra cesa.)
CANDY: ¿Es cierto que nos abandonaste o fue mi mamá la que
te botó de la casa por maldito?
VOZ DE CANDY: Estaba drogado. Me agarró los hombros y me
sacudió.
(Candy ataca violentamente el aire con el machete hasta que
cae al piso rendida.)
VOZ DE CANDY: Piensa lo de Huánuco, me dijo. Si quieres
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de las hijas...
(Se escucha la música siniestra.)
VOZ DE CANDY: Viernes, sábado, domingo... Con la comodoy
que chirriaba... Cric, cric, cric... El último cliente del domin-
go fue un muchachito: lo conocía, pero a la luz de la vela...
¿Dónde lo había visto? ¿Dónde mierda lo había visto? Ya es-
taba encima de mí penetrándome cuando... ¡Mierda!
(Candy toma el machete de bajo la comodoy y queda de pie, con
el machete en la mano, tensa.)
VOZ DE CANDY: Casi grito. Con una navaja, ese muchachito
había cortado mis ropas y mi maletín cuando vivía en su casa:
el hijo de Vilma Butrón, el de catorce; el hijo de Vilma Butrón
y mi papá: mi hermano. Pude contener el grito. Que no se dé
cuenta, por favor, que no se dé cuenta... Lo dejé terminar. Se
puso la ropa. Pero antes de salir me dijo: Encontraron a papá...
muerto. El río lo varó en una playita. Un machetazo en el
cuello. Ya estarás satisfecha, dijo. Y desapareció.
(Candy ataca violentamente el aire con el machete hasta que
cae al piso rendida.)
CANDY: Ni miedo, ni pena, ni odio... Con la plata de la noche
anterior, compré mi pasaje a Lima.
(Arroja el machete bajo la comodoy.)
VOZ DE CANDY: No me despedí de nadie: el viejo que olía a
vómito, Vilma Butrón, sus hijos, hasta la señora Conchita,
para mí ya era como si nunca hubieran existido... Los tres
meses de mis viajes bien pudieron haber sido sólo tres se-
manas o un simple fin de semana... 24 de diciembre de 1989...
Orejas, mis hombres en la playita, Huaraca y el viejo Clint,
mis clientes, Luis José Poémape, todos eran como un solo
fantasma que, en el bus, yo iba dejando más y más atrás en
la selva... Ni siquiera compré un permiso de viaje con nueva
fecha. Tenía dieciséis o diecisiete años, pero, con todo lo
que cargaba encima, quién me iba a confundir con una me-
nor de edad.
(La música siniestra cesa.)
CANDY: En Lima, Jenny y Judy estaban a punto de entrar a la
escuela de secretariado: postulé. Carrera corta; dinero rápi-
do: lo necesitaba. Terminé en el primer puesto y entré a tra-
bajar: Poma y Poma Ingenieros.
(Candy se pone el vestido de mujer adulta. Toma al muñeco en
sus manos y le habla. Cojea.)
CANDY: Ahí practicabas tú. Te confieso que a mí no me intere-
sabas entonces; es que eras muy... muy... trinchudo. Pero
insistías tanto... Te llevé a mi casa y te presenté a mi mamá.
(Se escucha la música festiva. Candy baila alegremente, aun-
486
FIN
Simposio
Personajes:
SIMPOSIO: Hombre de 50 años de edad. Viste con la comodidad
de quien pasa un día en casa sin compromisos o apuro.
PARVANEH: Mujer de 35 años de edad. Tiene una belleza par-
cialmente oculta por la formalidad de su apariencia.
MUCHACHO: 20 años de edad. Viste como un explorador que
acaba de salir de la selva.
Escenario:
Un amplio apartamento sin divisiones. Ocupan el mismo espa-
cio el dormitorio, una oficina, el comedor y la cocina. Destacan
un conducto de aire y una toma de aire en una pared contigua a
la cocina. Hacia un lado, hay un atril junto a un maniquí con un
disfraz de cazadora y una red de caza.
Hay una sola puerta de salida.
490
Conferencia I
(Simposio está tendido boca abajo sobre la cama, como si flota-
ra. Tiene la cabeza levantada; mira un punto fijo frente a sí,
inmóvil. En otro lugar, Parvaneh observa a Simposio. El Mucha-
cho aparece súbitamente de tras un mueble, le hace una venia
al público, y se dirige al atril.)
MUCHACHO: Buenas noches... Shwámukuk... Un poco de dio-
ses y sexo para empezar... ¿Somos, sexualmente hablando,
leales a nuestras parejas? ¿Creemos en una divinidad que
nos crea, actúa sobre nosotros y nos juzga? Dioses y sexo...
Un poco de muerte... ¿Qué tendrían que ver estas preguntas
con nuestra inteligencia individual y nuestro avance como
civilización? Para escándalo y celebración de muchos, un re-
ciente estudio ha comprobado que... No, "comprobado" es
una palabra muy severa... Un estudio -decía- parece indicar
que los que son leales a sus parejas y los que no creen en
dios alguno tienen un desarrollo mental superior a los
adúlteros y creyentes. Sería revelador que fuera cierto; tan
revelador como que lo contrario resulte verdadero... Pero
mientras se comprueba o refuta tan tajante afirmación, per-
mítanme especular acerca de las posibles razones detrás de
la superior inteligencia de los ateos y los fieles. Quienes no
creen en algún dios, quienes no visitan el adulterio, actúan
en contra de los instintos más íntimos de su ser como hu-
manos. Evolucionamos y llegamos a donde estamos gracias
a nuestra fe en una voluntad superior y a nuestra ansia por
esparcir nuestros... genes... Casi digo "nuestra esperma";
perdónenme... Queremos esparcir nuestros genes -decía- en
cada oportunidad que la providencia nos dé. No hacerlo re-
quiere un esfuerzo, una agonía mental, moral, una lucha
contra nuestra misma esencia humana; una agonía que bien
podría ser la definición de inteligencia que tanto nos ha eva-
dido. La fe y la promiscuidad están en nuestros programas;
rechazarlas implica un sacrificio por un bien mayor, por una
civilidad que... Perdonen... Qué introducción tan impertinen-
te... ¿Qué podría informarle el contubernio entre sexo, inte-
ligencia, dioses y civilización a esta conferencia sobre la
muerte y sus concepciones? Les pido su paciencia... Tengo
tres razones; su paciencia, por favor. Primero, quisiera hala-
gar a todos los presentes, pues, si han llegado hasta aquí,
muy probablemente ni sean adúlteros ni crean en dioses...
Además, un poco de melodrama nunca sobra entre personas
tan sedientas de saber como ustedes, señoras y señores,
autoridades, profesorado y estudiantes de la Universidad de
Uppsala; es mi segunda razón. La tercera es que, sin que
casi nadie lo sepa, discurría por la cuenca del Amazonas una
491
Nada me desquicia
(Simposio prepara algo en la cocina.)
SIMPOSIO: Un poco más... Un poco más... La pulpa
de congrio... Un poco más... La menta, el ajo...
Por falta de sabor no habrá disculpa;
si es muy punzante... ¡Váyanse al carajo!
(Dirige el grito al público. Apenas lo ha dicho, se avergüenza.
También dirige al público las explicaciones siguientes.)
SIMPOSIO: Perdonen mi impaciencia... Mi delicia
no tiene cuerpo; ni alma, mi trabajo...
Mi vida en breve: nada me desquicia.
Cualquier olor a amor me ve y me evita;
me evade todo bálsamo o caricia;
ni el cántico más íntimo me invita...
Sólo por recordarlos, yo me embuto
de ardores; su memoria sí es bendita.
La fiesta empieza en mi alma en el minuto
en que sudor y sangre se han enfriado...
(Simposio se dirige a la cama. Se recuesta.)
SIMPOSIO: Fragores y fragancias... Los disfruto
cuando su espasmo último ha expirado,
y evoco un largo beso o una batalla,
ya solo y boca arriba, sin pecado...
Lo que haga no me absuelve: lo que me haya
pasado es que me salva del diablo.
Pero hoy derribaré, al fin, la muralla
que encierra gozo y culpa en un vocablo...
Permítanme aclarar más mi proceso:
mi oficio es el de hablar y hablar: les hablo
de todo: aquí, un simposio; allá, un congreso...
¿Mi tema? ¡Cualquier pájaro es mi tema!
Yo hablo y hay aplausos... Y hay el beso
de alguna a quien salvé de algún dilema.
Entonces, vuelvo a casa con premura:
la sed por precisar su olor me quema
y hasta humeantes sábanas perdura.
(Simposio vuelve a la cocina y sigue preparando algo.)
SIMPOSIO: Desde los siete, sufro verborreas:
hablar fue para mí la travesura,
como a otros el perderse o las peleas.
No llamaré "mentiras" sino "inventos"
a mi adicción a hacer, de las más feas,
497
Conferencia II
(Desde el atril, el Muchacho le habla al público.)
MUCHACHO: Curiosa, curiosa, curiosa en los tres sentidos de
la palabra sigue siendo esta raza aunque esté ya moribunda.
Les dicen los "shwami-shwami", pero la mayoría de libros ni
siquiera los menciona. Nadie sabe hasta qué punto son
adúlteros o creyentes, pero tienen otra gracia que bien po-
dría ir contra el instinto más íntimo de la condición humana:
no le temen a la muerte. Espero no aturdir a nadie si digo
que esto los pone al lado de los ateos o los fieles en inteli-
gencia y civilidad... Nadie habla de eso... ¿Por qué será? Pero
volveré al tema... Quisiera antes explayarme en otra carac-
terística shwami, una que todos los estudios y crónicas men-
cionan: nada como hablar y hablar los deleita. Cualquier ru-
mor, cualquier susurro, les es una rotunda razón con qué
empezar su verborrea. ¡Benditas lenguas y oídos, siempre
listos para los fuegos santos o la compasión profana! El pá-
rrafo más largo sobre ellos nos informa que aman tanto oír a
los visitantes como embrollar sus historias los desquicia,
los arrebata. Son pocos los viajeros que a ellos llegan: los
que aman la aventura y la soledad, los protestantes, los com-
batientes por las almas o el dinero, apasionados en busca de
la última lengua o la última cura. Católicos, sargentos, men-
sajeros, todos, todos, son escuchados, interrogados, cele-
brados... Un momento... Espero no estar recreando en sus
cabezas una especie de inocente jardín, perdido en plena
jungla. No, no; por favor... No hay mayor culpa que en el
hambre de saber, y saber que no se puede saberlo todo; no
hay más cruel infierno que conocer que hay tanto por ver y
oír, y nos está prohibido... Un ejemplo: de tanto enmarañar
historias, han destilado una esencia: la leyenda del mance-
bo y la cazadora, que otros llaman "La chupaculpas y el man-
cebo", y que les anexo a esta conferencia, como ilustración
del cándido sincretismo de la nación de los shwami-shwami.
Pues, si algún incauto apasionado decidiera hurgar todas las
498
Conferencia III
(Desde el atril, el Muchacho le habla al público. Parvaneh per-
manece en el piso inmóvil, atada con la red.)
MUCHACHO: Perdónenme tanta emoción, tanta digresión, se-
ñoras y señores, autoridades, profesorado y estudiantes de
la Universidad de Uppsala. Este simposio no es sobre mis
pasiones. Es sobre el miedo a lo último y desconocido, sobre
ese miedo que fingimos desde que aprendemos a fingir... Una
de las leyendas más aceptadas sobre éste, su país, señoras
y señores, es que es el primer país, el país campeón en... A
ver, ¿en qué? ¿En volumen de alcohol consumido por cabeza?
506
Conferencia IV
(El Muchacho habla desde el atril. Parvaneh sigue inmóvil, ata-
da con la red en el piso.)
508
Conferencia V
(En esta escena, Simposio y Parvaneh quedan inmóviles: Sim-
posio, sorprendido, echado sobre la cama; Parvaneh, observán-
dolo desde la puerta de salida. Desde el atril, el Muchacho le
habla al público.)
MUCHACHO: Sucedió hace más de cuarenta años. A la historia
oficial se le traspapeló la fecha exacta. La nación de los
shwami-shwami discurría por unas tierras en guerra civil, o,
al menos, en escaramuzas civiles. Los shwami-shwami se
mantuvieron al margen del conflicto. No es que no entendie-
ran los motivos de ambos bandos, como muchos eruditos
han querido; los entendían tan bien que sus contradicciones
y sus vaivenes los aburrían hasta lo insoportable... Lo que
tenía que ocurrir ocurrió un atardecer: la patrulla de uno de
los bandos en guerra llegó a donde los candiles de los shwami-
shwami espantaban a las sombras y a las bestias. Gentiles y
anhelantes por hablar, los shwami-shwami recibieron a los
combatientes. A cambio de una buena conversación, les die-
ron alimentos, les dieron información, les dieron sus place-
res hasta la madrugada siguiente… La venganza de los otros
les llegó sólo unos días después... Fue una mañana; los
shwami-shwami, hombres y mujeres, hablaban; algunos ca-
zaban o preparaban una fogata; un niño pescaba en una la-
guna cercana, una niña lo miraba a la distancia... Tal vez, en
517
Tres pájaros
(Simposio, en la cama, le habla al público.)
SIMPOSIO: Las tres, a un tiempo, vaciarán mi mente…
¡Y así tendré mi ardor de eterna llama!
Hoy nada arrancará de mí el presente
que todos gozan mientras yo, en mi cama,
invoco a un tiempo muerto, y me masturba...
Que la oiga y que me palpe y que le lama
mi salsa de su cuerpo, curva a curva...
Tres pájaros de un golpe... Bajo, aleve...
(Intenta escuchar algo. Se acerca a la toma de aire. No oye nada.)
SIMPOSIO: Va media hora -si algo no me turba-
desde que oí el llamado de las nueve...
¡Y nadie llega aún! ¿Y si el concierto
para aguas y vajilla, que es tan breve,
arranca y finaliza, y quedo tuerto?
¡¿Sin fuegos ni delicias?! ¡Siempre en vilo!
(Simposio está desesperado. Trata de calmarse. Sonríe forzada-
mente al público y va a preparar algo a la cocina.)
SIMPOSIO: Por años, casi de hambre caigo muerto;
no fue necesidad, pues este asilo
me colma de atención. Fue por hartazgo...
Comía congelado e intranquilo
por qué cocinaré... Y he aquí mi hallazgo...
(Señala un recipiente. Luego, sigue preparando algo.)
518
Finales
(Parvaneh, desde la puerta, mira a Simposio que yace boca aba-
jo en la cama. El Muchacho observa todo.)
PARVANEH: ¡Ciego de mierda!
(Simposio se sorprende al escuchar a Parvaneh. Se levanta de
la cama; quiere decir algo.)
PARVANEH: No. Usted no hable. Ya habló todo lo que tuvo que
hablar en su vida. Siéntese, sólo siéntese y escuche... ¡No!
Ni una palabra.
(Simposio se sienta en la cama.)
PARVANEH: Cómo comenzar... No sé cómo me di ánimos para
hacer lo que vengo planificando hace tantos meses; pero lo
hice. No fue fácil decidirme: mi acto, para darle realismo,
requería que me metiera a la fuerza a una casa ajena, y que
amarrara y silenciara a una desconocida. Lo hice... Sí, a su
vecina. No se preocupe por ella; está ilesa. Yo misma llama-
ré a la policía para que la encuentren atada mañana. Pasado
519
Conferencia VI
(Mientras Simposio y Parvaneh están en la cama acariciándose,
el Muchacho le habla al público desde el atril.)
MUCHACHO: Estaban ciegos. Suplicaban por agua, por perdón.
Se sabían culpables pero no llegaban a entender de qué. Es-
taban solos. Las autoridades se encargaron de dispersarlos
por todo el mundo, por todo lugar que los quisiera recibir; los
jueces, aburridos y apurados, los distribuyeron en familias y
hospicios aquí y allá... Perdonen... Perdonen estas emocio-
nes... ¿Qué más les puedo decir? ¿Tengo tiempo?
(El Muchacho mira a Simposio y a Parvaneh que se acarician en
la cama. Sus caricias y gemidos se hacen cada vez más inten-
sos.)
MUCHACHO: Según las últimas versiones, el trío de mujeres, la
tríada inquisidora que busca a los shwami-shwami cuando
agonizan, está integrada por una mujer real que el moribundo
o la moribunda conociera; la segunda es una dama imaginaria
que cada shwami trae a la existencia por sus sueños o su
invención; la última es la cazadora, la chupaculpas, ya conoci-
da por ustedes por el anexo a esta conferencia. Ahí, las tres,
a la hora de la muerte; y, ahí, el grito de ese pájaro...
PARVANEH (riendo): ¡Pescador!
(Simposio da un gemido y queda inerte en la cama; Parvaneh lo
toca para comprobar que ya está muerto. Le hace un gesto afir-
mativo al Muchacho.)
524
FIN