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Criterios
INFORME ESCRITO:
Esta vez, la misma, se remontaba al año 1912 donde su vida se entretejía “arriba
de un barco”.
Jorge, pues ese era el nombre de mi abuelo, había inmigrado de la Bella Italia
junto con sus padres escapando de la guerra que azotaba en aquél momento al
continente Europeo. En su mirada se refleja la mirada de aquel inmigrante, cuya
vida se deshoja entre alegrías y penas inmensas, donde tampoco le enseñaron a
desprenderse de su tierra y a superar el dolor desgarrador de la muerte de los
suyos. En sus ojos brillosos puedo apreciar, su mirada lejana al recordar, el
desembarco en una patria extraña y sin más que lo puesto. Había llegado a la
Argentina, la tierra de la gran promesa.
“El barco partió de Génova, mis padres y yo subimos con una gran tristeza, detrás
quedaba la familia, la tierra la Patria. Pero a mis padres les habían dicho que del
otro lado del Atlántico, había una tierra rica, tan rica que alcanzaba para todos,
donde todos podrían tener su lugar en el mundo, donde nadie los mandaría y
serían finalmente libres. Sabíamos que ese viaje duraría entre 15 a 20 días.
Aunque era un barco con muchas personas y familias juntas nosotros teníamos un
camarote, viajábamos bien y en Argentina nos esperaban familiares que ya tenían
parcelas de tierra que les fueron asignadas por el Estado, íbamos con la
seguridad de que estaríamos bien y con la esperanza de ir a la “Tierra prometida”.
Una tarde después de dos días de encierro en el camarote decido pasear por la
parte trasera del barco. Caminaba solo mirando el cielo cuando me encuentro con
quien sería mi primer amor. Ella, una niña de 15 años, caminaba y cantaba en voz
baja, sin mirar alrededor, como si se sintiera feliz. Me acerqué y le pregunté su
nombre y me respondió con voz suave y armónica, “Antonia”. Desde ese día creo
que no nos separamos más durante todo el viaje. Compartimos todo, hasta
grandes charlas con su papá llamado Albino y su hermano Nicola. Ellos esperaban
encontrar en Argentina un lugar donde se podría comenzar una vida muy
esperanzadora, iban al encuentro de amigos de su papá, quienes arrendaban un
campo y estaban trabajando como chacareros, con buena paga. Eso les habían
dicho.
Así fueron pasando los días, y yo cada vez más cerca de Antonia a quien
tímidamente la tomé de la mano y le pedí que fuera mi novia dos días antes de
nuestro desembarco en el Puerto de Buenos Aires. Ella me aceptó y yo le pedí
una pulsera a mi mamá para regalare a mi primer amor. Fue ese día, creo, uno de
los más felices de mi vida que quedó grabado en mi memoria para siempre.
Sellamos nuestro amor con un beso en la mejilla y prometimos buscarnos en
Argentina.
Llegó el día del desembarco. Nos separamos. Ella llevaba la pulsera puesta y al
agitar su mano para saludarnos pude ver los destellos de luz que salían de su
muñeca al reflejo del sol. En el desembarco se notaba cierta tensión que más
tarde nos explicarían los parientes que nos esperaban.
Nos contó que la oleada inmigratoria se fue volviendo marea y que la tierra
prometida fue repartida. La llamada “conquista del desierto” había entregado
millones de hectáreas a los mismos de siempre en lugar de reservarlas para los
inmigrantes como planteaba la Ley Avellaneda.
Sigo atento el relato del tío Francesco y mi corazón se acelera cada vez más.
El tío nos cuenta que los inquilinos de las tierras debían hacerse cargo de todo:
de sembrar por su cuenta y riesgo, alquilar a los propietarios –y sólo a los
propietarios- los elementos de labranza y las trilladoras, les entregarían los
cereales limpios y embolsados –en bolsas que sólo podían comprarles a los
dueños del campo- listos para su traslado al puerto y quedaría para los dueños
entre el 40 y el 50% de la producción. La cosa no terminaba ahí. Los
arrendatarios, que comenzaron a ser llamados “chacareros”, no podían sembrar
otro cultivo que los pactados con los dueños y no podían criar ganado ni caballar,
ni vacuno si no pagaban una abultada suma en carácter de “multa”. La mayoría de
los chacareros se veía obligada a comprar todos los elementos necesarios para su
vida diaria en los almacenes de sus patrones a precios varias veces superiores a
los valores de mercado, lo que los llevaba a vivir endeudados de una cosecha a la
otra.
La cosecha del año anterior había sido particularmente mala y las deudas se
multiplicaron y cuando todo parecía solucionarse este año con una muy buena
cosecha, la perversidad del sistema se puso en evidencia: a los labriegos sólo les
alcanzó para pagar lo que debían a sus propietarios y ni siquiera pudieron
cancelar los importes de las libretas con los almacenes que no pertenecían a la
patronal.
“Se viene una huelga”, dijo mi tío… ¿Qué es una huelga? Pensé… hasta que me
animé a preguntar. El tío se asombró de mi interés pero me dijo que la huelga es
una forma de protesta de los trabajadores consistente en el cese del trabajo hecho
de común acuerdo con el fin de conseguir mejoras laborales o sociales, es decir
que por ese tiempo no se trabajan las tierras.
Pasaron los días, así fue como el 25 de junio de 1912 se reunieron en la Sociedad
Italiana de Alcorta, unos dos mil chacareros de la zona. Allí pudo escucharse la
voz de Francisco Bulzani decir: “No hemos podido pagar nuestras deudas y el
comercio, salvo algunas honrosas excepciones, nos niega la libreta. Seguimos
ilusionados con una buena cosecha y ella ha llegado pero continuamos en la
miseria. Esto no puede continuar así. Los propietarios se muestran reacios a
considerar nuestras reclamaciones y demandas. Pero si hoy sonríen por nuestra
protesta, puede que mañana se pongan serios cuando comprendan que la huelga
es una realidad”.
Y así comenzó la huelga de los chacareros, que se extendió del Sur de Santa Fe a
Córdoba y Buenos Aires. Pedían la rebaja de los arrendamientos, la libertad de
contratación, un mínimo de cuatro años para los contratos, cosas lógicas. A la
protesta se sumaron los sacerdotes José y Pascual Netri y el abogado Francisco
Netri.
Nunca le conté a mi padre sobre lo que había hecho pero si mi tío Francesco me
contó que la Unión Cívica Radical entró en las divisiones que se gestaron entre las
fuerzas de chacareros y arrendatarios y alcanzó a representar a los sectores
emergentes, convirtiéndose en el primer partido popular de masas. El gobierno
radical de la provincia de Santa Fe que había llegado al poder gracias a la Ley
Sáenz Peña, ordenó a una comisión la elaboración de un informe que concluyó
que los reclamos de los huelguistas eran absolutamente justos y aconsejaba la
fijación por escrito de contratos de arriendos justos y previsibles en los que los
gastos de embolsado y acarreo corriera por cuenta de los propietarios y se liberara
a los arrendatarios del pago de garantías de calidad de cultivos. Eso me dejó más
tranquilo. Pero jamás pude olvidar a Antonia y la ilusión de un reencuentro.
El abuelo me miró con los ojos llenos de lágrimas y me dijo: - Hijo, ¿sabes por qué
vine antes del viaje? Fue porque necesitaba contarte que Antonia me esperó
siempre, que vivió en Rosario, su padre falleció por una herida en una protesta.
Ella se volvió a Buenos Aires y su hermano Nicola volvió a Génova. Fue allí donde
se encontró conmigo, me contó donde y con quien vivía.
Tuve la misma sensación que sentí la última vez que la vi en 1912 y no supe más
de ella. Después de 63 años tuve la primera información Antonia estaba viva. Fue
por eso que volví. Volví para que me ayudaras a encontrarla”.
Les repito, fue la historia de amor más tierna que pude conocer.