Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
ar
Buenos días. A través de Griselda sé que en estos encuentros han estado escuchando
distintas investigaciones en torno a la infancia. Soy semióloga, y hace muchos años
vengo indagando la relación entre los niños y la televisión, los niños y los medios, y
más recientemente, los niños y la información. Quisiera mostrar el recorrido de una in-
vestigación sobre la infancia partiendo de una primera hipótesis, que fue la que dio lu-
gar a este libro, llamado ¿Se acabó la infancia? Ensayo sobre la destitución de la niñez,
publicado en 1999.
Me interesa mostrar el movimiento de pensamiento en torno a la infancia y en torno a
la relación de la infancia con los medios. En 1993 empecé una investigación sobre la
figura del niño, fundamentalmente en la publicidad y en la televisión. Y a partir de eso
no sólo fue cambiando la idea sobre la infancia, sino que también fueron cambiando
las herramientas, los procedimientos y los modos de abordar el problema de la infan-
cia. Es decir, a medida que iba cambiando la concepción inicial que teníamos de la in-
fancia –y además de que cambió absolutamente la época– también fueron cambiando
las herramientas, los procedimientos, los marcos para pensar el problema. Me parece
que lo más interesante en toda investigación es poder ver cómo se altera el procedi-
miento mismo de la investigación. Es decir, no sólo uno va cambiando; el problema va
cambiando. Y lo esencial que se percibe cuando se investiga es cómo tiene que ir alte-
rando los procedimientos y las herramientas que se tornan obsoletos a medida que se
piensa el problama. Es ésa la experiencia que me gustaría transmitir, porque es lo más
interesante para el investigador: no sólo encontrarse con la respuesta a una pregunta,
sino poder pensar cómo él mismo se transforma durante la experiencia de investigar.
Coordinador
GPO 000 / 2
www.estudiolewkowicz.com.ar
El niño como promesa, como porvenir, como realización futura. ¿Niños o adul-
tos?
Desde el punto de vista del procedimiento quedaba muy claro que la infancia era un
modo de darle sentido a los niños, de darle predicados, de darle símbolos que los vol-
vieran homogéneos entre sí. Pero de pronto se nos aparece el hecho de que la infancia
y los niños ya no son lo mismo; de que estamos antes dos entidades diferentes.
– No me queda claro si (…) en términos de distintas infancias para distintos niños.
Lo que pregunta Patricia es si esto no es lo mismo que decir que hay distintas infancias
para distintos niños. Ésa fue la conclusión de la investigación. Porque uno podría decir
que si no hay producción unificada de infancia, que es lo propio de la producción bur-
guesa de las instituciones, entonces habrá tantas experiencias de infancia como situa-
ciones en las que estén involucrados los niños. Lo más interesante de esto –que por
supuesto no veíamos en ese momento– es que la infancia deja de ser una institución
no sólo para los niños sino también para los adultos. De modo que los adultos pueden
tener experiencias de infancia con los niños –por ejemplo, nuestros alumnos, nuestros
hijos– muy disímiles entre sí. En la misma situación puede haber muchos modos de
ser padre, muchos modos de ser maestro, muchos modos de educar, muchos modos
de asumir o no responsabilidades.
El subtítulo del libro al que dio lugar la investigación es Ensayo sobre la destitución
de la niñez. Así, la hipótesis de que la infancia se destituye es la apertura a una situa-
ción donde hay niños que no están amparados, producidos y homogeneizados por la
institución. Ni la escuela, ni la familia, ni el Estado producen un discurso y unas prácti-
cas capaces de enlazarlos a todos y producirlos de modo homogéneo. Denominamos a
esa figura desacople: había un desacople entre el real, los niños, y el discurso institu-
cional de la infancia cuyos supuestos se volvían irremediablemente anacrónicos. Y por
ese lado se empezaban a explicar estas irrupciones extrañas de niños asesinos. Irrup-
ciones que cuestionaban el predicado de la inocencia, y la propia concepción jurídica
del menor: la concepción de inimputabilidad. Esa idea de inimputabilidad del menor
quedaba cuestionada en un entorno en que se destituían las instituciones que produje-
ron infancia. Resumiendo, se empezaba a entender que había distintas situaciones de
infancia. Y que llamarlas a todas infancia por igual era algo así como un abuso. Por-
que este concepto siempre refería a una experiencia homogénea en la cual los niños
eran comprendidos, eran representados, eran nombrados.
Pensando de este modo llegábamos a la idea de que estábamos ante una variación
histórica, esencial y radical de la infancia. Es decir, que la infancia como institución ya
no se producía. Y que las instituciones que habían sido tutoras o cuidadoras de la in-
fancia durante un par de siglos fallaban en su capacidad de producción subjetiva.
Entonces, la pregunta era ¿quién produce subjetivamente a los niños? ¿Con qué senti-
dos? ¿Con qué predicados? ¿Bajo qué ideas nos ligamos con los chicos? Aquí es donde
aparece la función del discurso mediático. Veíamos que no tanto la tele sino el discurso
o dispositivo mediático cumplía la función de unificar –muy débilmente– la dispersión
en la que estaban los niños cuando se agotaban las instituciones productoras de subje-
tividad, y que la imagen que resultaba de esa operación era lo que tenía perplejos a
los adultos. La idea en ese momento –que después abandonamos– era que el discurso
mediático había tomado el lugar que tradicionalmente tenían las instituciones. Es decir,
producía un lazo que homogeneizaba a los pibes en la dispersión. Se trataba del lazo
que antes era producido por la familia, por el Estado y por la escuela de un modo ar-
mónico. Porque como el Estado burgués tenía como soporte a la familia y a la escuela,
Coordinador
GPO 000 / 3
www.estudiolewkowicz.com.ar
lo que producía cada una de estas instituciones era equivalente con lo que producían
las demás. De ahí la idea de que la escuela es el segundo hogar y la maestra es la
mamá de los chicos. Digamos, todas estas metáforas con las cuales se educó durante
mucho tiempo y se formó a la infancia arrancan de ese isomorfismo entre las institu-
ciones burguesas. Ahora, cuando se agota el Estado y las instituciones se empiezan a
fragmentar, ya no hay una homogeneidad discursiva: la familia dice una cosa, la es-
cuela dice otra cosa y el Estado dice otra. Y no hay ningún discurso que haga lazo en-
tre todas esas situaciones.
Coordinador
GPO 000 / 4
www.estudiolewkowicz.com.ar
trar porque hicimos la experiencia de la destitución de la niñez. Sin ella, hubiera sido
imposible. Con la destitución de la niñez no habíamos podido producir el movimiento –
que apareció bastante después– que nos permitiera hablar con los niños, dialogar
con ellos y a ver en qué situación piensan.
– En esta hipótesis de los medios ¿no hay, también, diferentes circuitos? Me refiero a
los discursos que llegan a chicos burgueses y los discursos que llegan a los otros. Por-
que no es lo mismo los que tienen cable que los que no tienen.
En la idea institucional de la infancia siempre hay dos posibilidades: que los chicos es-
tén institucionalizados, o que no lo estén. En esa lógica uno siempre puede ver que
hay chicos que gozan de los privilegios de una clase social alta, del acceso a las tecno-
logías, del acceso a la educación, a la TV por cable; y chicos que no. Esta es la idea
típicamente burguesa de la infancia (me refiero a su funcionamiento, a su lógica, claro
está): siempre hay quienes están por fuera de la institución y otros que están bajo el
dominio del discurso institucional o hegemónico. Si están por fuera es o bien porque
transgreden la institución; o bien porque la institución no llega a domesticarlos o a
ampararlos. El problema es que con esa lógica no podemos ver qué pasa con la infan-
cia cuando el discurso que producía la homogeneización de la infancia se agota o se
desfonda. Porque esa suposición de que hay adentro y afuera, o de que hay diferen-
cias por estar adentro o afuera no desfonda el discurso sino que lo restituye en su ca-
pacidad de homogeneizar -aunque en los hechos la haya perdido-.
– Lo que yo pregunto es si el discurso mediático se considera un discurso unificado.
Sí. O depende. Depende de cómo lo estés considerando. Para la hipótesis de la desti-
tución de la infancia sí, efectivamente, el discurso mediático es un discurso con capa-
cidad unificante. Éste es un problema de método en la investigación. Debido a que no-
sotros considerábamos el discurso mediático como discurso estatal, seguíamos soste-
niendo la función de incluir o de dejar algo afuera. Con lo cual, seguíamos viendo a la
infancia en lógica institucional, aunque la institución ahora fueran los medios. De modo
que seguíamos atrapados, si bien percibíamos que debía diferencias, síntomas, des-
acoples. El problema era que el discurso mediático, si bien producía otros efectos, te-
nía para nosotros la misma lógica que el discurso estatal. Por eso, para poder llegar a
una conexión más inmanente tuvimos que abandonar esa matriz conceptual.
tico producía al niño como ser actual. Y esa idea del niño como alguien que es, desti-
tuye la concepción de la vida en etapas. Porque si algo caracterizaba la infancia como
etapa de la vida, era que durante esa etapa no se era nada, sólo había que ser educa-
do, contenido y disciplinado para el mañana. Por otro lado, el niño imagen también
destituye la concepción burguesa cuando aparece la entidad del niño como sujeto de
derechos. El niño como sujeto de derechos ¿sigue siendo irresponsable? ¿Qué tipo de
responsabilidades tiene este enano que es alguien, que puede opinar, que puede to-
mar partido, que puede votar, que puede participar en los programas?
tante impensado, sino que también era muy difícil de instrumentar la forma de defen-
der y de sostener los derechos, con un Estado con una incapacidad notable de legislar
y de sancionar. Entonces, el problema de los derechos era bastante sintomático. Es
decir, se constituían en una dimensión mediática, en una dimensión de declaración, y
no con capacidad de acción. Precisamente porque el Estado, la figura que tenía que
hacer valer los derechos, velar por que se cumplieran, e imaginar procedimientos, es-
taba desvanecida.
Entre los años 1998 y 2000 indagamos la figura del niño como sujeto de derechos.
Veíamos que, al desfondarse las instituciones productoras de infancia, el niño era reci-
bido socialmente bajo la figura de sujeto de derechos. Pero también veíamos que esta
figura se disolvía rápidamente, que era fragmentaria. Era una figura construida por el
régimen de la opinión, pero no había ninguna práctica instalada en la cual ese sujeto
se pudiera constituir. La figura burguesa del menor se constituyó en dos siglos de or-
den jurídico: juzgado de menores, patronato, juez de menores, leyes que regulan la
tenencia del niño, etc. Pero en lo que hace al niño como sujeto de derechos, no po-
díamos encontrar en qué prácticas se constituía.
– Me acuerdo de que hace un año empezaron a funcionar los comedores escolares en
época de vacaciones. Pero no los boletos escolares.
Ése sería el síntoma de la desaparición del Estado: hay iniciativas, pero están comple-
tamente fragmentadas. El Estado no tiene fuerza como para exigirle a las empresas de
transporte público que habiliten el boleto gratuito. Entonces, uno diría: ¿cómo se pro-
duce prácticamente la infancia? La respuesta sería: cuando hay una autonomía y una
capacidad estatal de obligar a todos los agentes a obedecer. La experiencia de un es-
tado fuerte es la del estado de bienestar. Pero en la medida en que el estado pierde la
capacidad de presión sobre sus agentes las prácticas productoras de subjetividad insti-
tucional se disuelven. Que haya un comedor escolar en medio de la fragmentación no
significa que bajo esa práctica se vaya a producir la subjetividad del niño, ni la del
alumno. No alcanza.
– Otra cosa que pasa es que las instituciones escolares comienzan a tener varias fun-
ciones, por ejemplo alimentar a los chicos. Son funciones que, en realidad, no les co-
rresponden a las instituciones sino al Estado.
Son funciones para las que, históricamente, las instituciones escolares no están desti-
nadas. La hipótesis de la destitución de la infancia ve que cuando las instituciones de-
jan de cumplir las funciones para las que históricamente estaban destinadas, se desti-
tuyen. Porque cuando cumplen otras funciones, prácticamente se convierten en algo
distinto de lo que eran. La idea de la destitución es práctica. No es que vino alguien a
decirnos que la institución se destituyó. Tampoco la institución hizo una asamblea para
resolver que a partir de ahora ya no son más una escuela sino un comedor. La destitu-
ción opera en el ámbito fáctico. Ya sea porque hubo funciones que no pudo cumplir o
porque está cumpliendo otras que antes no cumplía, en los hechos esa institución ya
es otra cosa. Entonces, lo que se produce como efecto de esa prácticas también es
otra cosa. No es un infante, sino que es un niño: un niño con derechos, un niño que
opina, un niño que sabe, o incluso un chico en banda, a la deriva, a lo que pinte... Me
refiero a un niño que no se inscribe en un régimen de autoridad, que no entra en una
relación saber-poder con los adultos; o que incluso no entra en relación, lisa y llana-
mente.
toridad con los niños estaba codificada. La relación de saber, también. Entonces la
responsabilidad, la autoridad y el saber –que son los nudos de la relación con los chi-
cos– estaban bastante codificadas y las responsabilidades emanadas de allí están cal-
cadas de la responsabilidad jurídica. La figura del niño como sujeto de derechos, su-
mada al desfondamiento mismo del dispositivo pedagógico nos dejaban a los adultos –
como el otro término de la relación de la infancia– totalmente en banda. Esto es lo que
empezó a aparecer entre el año 1999 y el 2001, cuando empezábamos a ver el des-
acople entre el discurso pedagógico y el discurso mediático. Veíamos que muchas de
las formas, muchas de las figuras de violencia, de las figuras del déficit de las que se
hablaba en la escuela estaban suscitadas por ese desacople. Es decir, el desacople en-
tre la constitución mediática del niño como sujeto de derechos, como imagen plena, y
la constitución pedagógica del niño como ser que no sabe, como alguien que tiene que
ser educado fundamentalmente bajo la idea de que deben ser educados todos por
igual.
en cuenta que es muy probable que uno tenga más comisiones a cargo– es suponer
una relación uno a uno. Es como si no se hubiera constituido la subjetividad del disci-
plinamiento, la idea de que soy un alumno en el mismo status para el profesor que los
noventa restantes, la idea de que soy un número -si tengo suerte, un número de do-
cumento- para el profesor. Para la institución pedagógica un alumno es un número, y
eso, si hay institución, se puede discutir, se puede cuestionar, pero no se puede dejar
de suponer. Para la institución, ese sujeto no es ni Pablo, ni Matías, ni Ayelén, sino que
es un alumno. Uno entre noventa. Y son todos iguales: para el dispositivo son una
homogeneidad. Y cuando uno lee ese examen, no lo lee como el examen de Matías, si-
no que lo lee como el examen de un alumno. Es decir, es como si la subjetividad con-
temporánea no pudiera percibirse bajo el rasgo de la homogeneidad. Lo cual está bien.
Porque, en realidad, la institución ya no produce esa homogeneidad. El problema es
que los docentes, en general, persistimos en suponer que eso es así. Y éste es el pun-
to del desacople.
Coordinador
GPO 000 / 9
www.estudiolewkowicz.com.ar
nos. Y hay otros que, tomando las condiciones, tratan de pensar estrategias nuevas
para no tener que sacar fotocopias y estar atados al material didáctico.
Sin dudas. Lo que veo como punto interesante de estas condiciones –y también como
el punto más difícil– es eso: que uno está obligado, cada vez, a pensar todas las ope-
raciones pedagógicas. Que uno no puede suponer la existencia de casi nada hoy. En
cada situación va a tener que gestionar no sólo los contenidos sino también y sobre
todo los recursos para dar esos contenidos. Además, va a tener que construir las posi-
ciones subjetivas necesarias para que esos contenidos se puedan dar. Y a lo mejor, en
alguna situación, incluso hasta tendrá que declarar que no se puede enseñar, y que
hay que hacer otra cosa. Por ejemplo, que hay que darles de comer los chicos, que es
más importante organizar un modo de conseguir la comida que un modo de organizar
unos contenidos de enseñanza.
Habitar la destitución
Bueno, avanzo sobre la investigación. La etapa de la que estábamos hablando recién
es la etapa en la que empezamos a ver la destitución de la escuela y la familia, pero
no tanto desde los chicos sino sobre todo desde los adultos. Esto es: la infancia, o el
dispositivo infancia-escuela o infancia-familia no sólo caen porque los chicos son otros,
sino que caen porque los adultos están en otro lugar, en otras condiciones, en otro
suelo. La verdad es que, como experiencia subjetiva, fue bastante fuerte la cuestión –
que ahora puede parecer una obviedad– de ver que no sólo se destituye el niño sino
también el adulto que formaba al niño. Y que el término adulto que formaba al niño
era un término tan institucionalizado como el de niño-alumno-hijo que se desfondaba.
Finalmente, en los años 2002 y 2003 empezamos a indagar otras cuestiones. El inte-
rés no se orientaba tanto hacia el desfondamiento, hacia el agotamiento y hacia cómo
se cae lo que se cae, sino más bien se orientaba a pensar cómo se habita el desfon-
damiento. Dejamos de pensar que había cosas que ya no iban, y empezamos a pensar
cómo se habita lo que hay.
En lo que atañe específicamente a la relación del niño con los medios, recién ahora
empezamos a mirar qué miraban los chicos. Les digo que nos costó bastante, porque
los métodos de una investigación comportan visiones y subjetividades armadas en tor-
no a esas visiones. Y, desde el punto de vista de la sensibilidad, uno muchas veces es-
tá en algún tipo de conexión con las cosas, pero el método insiste en llevarlo para otro
lado. El método a veces lo lleva a uno a persistir en una posición en la que a lo mejor,
intuitivamente, uno sabe que no va más. Como les decía, empezamos a acercarnos
por otros caminos. En realidad, partíamos de un buen comienzo: ya no había ninguna
representación posible del niño. ¿Por qué? Porque al desfondarse los dispositivos de
institucionalización de los niños nos habíamos quedado sin saber sobre ellos. La bús-
queda tenía que orientarse, entonces, a ver cómo piensan los chicos. Es decir, con qué
cabeza piensan. Porque hasta ahora los chicos habían sido pensados: por la pedago-
gía, por la escuela, por la familia. Pero ¿cómo piensan los chicos? Descubrimos que
una zona muy potente para ver cómo piensan es ver la tele que ven los chicos. Y no
solamente la tele que ven, sino cómo ven la tele, cómo juegan a los jueguitos de In-
ternet, cómo se relacionan con la publicidad; en fin... qué hacen con eso.
Esta nueva tarea es difícil, porque en principio no teníamos dispositivos de observa-
ción. Y no los teníamos porque a esa altura la investigación ha desfondado el dispositi-
vo de observación de chicos: el dispositivo pedagógico1. Es bien interesante instalarse
a mirar la televisión para chicos y a la vez observar qué hacen los pibes con la tele. El
universo de la televisión para niños, el universo de las señales infantiles –Fox Kids,
Discovery Kids, Cartoon Network– es un universo asombroso. Asombroso en cuanto a
la calidad de lo que hay, a la agudeza y la inteligencia que tienen los dibujos, y al de-
sarrollo de estéticas y de lenguajes. Realmente es sorprendente. Y lo que es muy sor-
prendente también es que está toda la tele infantil desde que empezó la tele. Por
1
La investigación también ha desfondado el dispositivo psicoanalítico de ob-
servación de chicos, si no en su totalidad, sí en uno de sus puntos nodales:
la interpretación del juego infantil en la clínica de niños. Hay escritos al res-
pecto en las reseñas del Seminario sobre géneros infantiles (ELWZ,
2002)
Coordinador
GPO 000 / 10
www.estudiolewkowicz.com.ar
ejemplo, hay un canal que se llama Boomerang que pasa los dibujos que yo veía de
chica en blanco y negro, pero en colores. Y otra cosa que es muy interesante es que la
tele para niños no es para niños. Nosotros la llamamos televisión infantil; pero en rea-
lidad no es para niños. Es para el que la pueda ver. Es para el que quiera pensar y pa-
ra el que quiera jugar con eso.
Coordinador
GPO 000 / 11
www.estudiolewkowicz.com.ar
Sí. En los canales de aire están los mismos dibujos que en los canales de cable, pero
enlatados. Pero en principio la distinción cable/aire no es pertinente para la observa-
ción de las operaciones infantiles sobre la información.
– Pero también ven muchos programas que no son para su edad.
Es lo que vengo diciendo: es porque no hay niños. En el entorno de la información, el
receptor no es niño. Es un usuario de la información. Por eso digo: que vea o no vea
dibujos no es lo que lo hace niño. Porque la propia lógica de la información –la modali-
dad del zapping, por ejemplo– hace que, en realidad, el chico que mira tele no sea un
niño. La tele de los tiempos estables, la tele de los tiempos sólidos en los que había
horario de protección al menor, instituía al niño como niño. Había un horario en donde
había tele para chicos, y un horario donde se terminaba y a la cama. Entonces las
prácticas familiares educaban bajo esa hipótesis. Obviamente, esa posibilidad de la te-
le se inscribía en una serie de prácticas del disciplinamiento de los niños. En cambio,
en la fluidez esto es imposible tanto desde la familia como desde la tele misma. Porque
la tele misma introduce esa fluidez. Si hay tele para chicos a cualquier hora, entonces
¿en qué momento se termina el horario en que los chicos ven la tele? No se termina
nunca.
Independientemente de que sea televisión de cable o televisión abierta, ése que está
mirando la tele no es un niño sino que es un usuario. Puede ser un usuario de un seg-
mento de edad de 0 a 4 años, o puede ser un usuario de un segmento de 20 a 25
años. Lo que distingue la relación con la tele no es la edad, como un término previo
instituido, sino las operaciones que se hacen para habitarla. Éste sería el cambio esen-
cial en el modo de considerar la relación con los medios. Es decir que no hay ningún
elemento instituido a priori –fundamentalmente, la edad–que permita hacer alguna in-
ferencia de cómo va a ser recibido un mensaje. El mensaje es un fluido. La situación
en la que el mensaje funciona es un fluido. Y entonces la subjetividad es la serie de
operaciones que cohesionan los fluidos en una situación.
y lo rescata una pandilla de animales. Es una escena dura que no es fácil de transitar
con un nene de tres años. En esa línea entonces uno podría pensar que en la era de la
información impedirle al chico que vea algo es desampararlo. En vez de recibir colabo-
ración para multiplicar las operaciones con que pensar lo que pasa, el nene queda más
desprovisto.
– Además cómo habrá sido su sensación sabiendo que desde la casa se la habían
prohibido.
Pero supongamos que él ni se enteró de eso. Si una prohibición está bien hecha, el
chico no tiene porqué enterarse. A donde quiero llegar es al siguiente punto: en la era
de la información, en la era de la saturación, en la era de las conexiones infinitas e im-
posibles de controlar por cualquier humano, lo único eficaz es multiplicar las operacio-
nes de pensamiento con los chicos. Entonces, es preferible que algo se vea y se piense
con otro, que impedir que se vea. Porque el impedimento tiene patas cortas; el pen-
samiento no tanto. La estrategia con la información es multiplicar las operaciones de lo
que se habita, y no limitarlas, que es la estrategia de la prohibición. La prohibición
puede ser eficaz en un contexto de escasez: está esto y esto. Uno prohíbe, y el con-
texto y el elemento prohibido permanecen estables. Pero en la era de la información
los contextos son saturados, excesivos. Es imposible anticipar en qué contexto brotará
la información.
– Me parece que lo más importante es mediar el contacto de los chicos con los discur-
sos, independientemente de que se impongan prohibiciones o no. El riesgo es no me-
diar, porque no se le permite adquirir capacidad de asimilar criterios de evaluación.
– ¿Más que mediar no es construir el significado entre dos personas? Me refiero a una
relación sujeto-sujeto, y no sujeto-objeto.
El asunto es a qué llamamos mediar. La mediación, cuando hay dispositivo pedagógico
y contexto institucional, es mediación. Es decir, mediación de saber, de autoridad, de
crítica. Sería: yo le doy unos elementos críticos para que él, por sí mismo, pueda llegar
a la conclusión. Ahora bien, eso supone que el dispositivo pedagógico es capaz de con-
trolar lo que sucede. En cambio, en el contexto de saturación de la información, más
que intermediar para formar espíritus críticos es necesario pensar con otro para pro-
ducir sentido en la insensatez de la saturación. Yo puedo pensar que tal o cual cosa le
va a hacer mal al pibe, pero probablemente el pibe ni la vea, por la velocidad a la que
transcurren las cosas. Entonces desaparece la posibilidad de anticipar qué va a pasar
con ese signo. Porque la multiplicidad es tal y la velocidad misma de la información es
tal, que es imposible predecir de antemano cuál va a ser la incidencia de ese signo en
el chico. En tiempos estables uno podía decidir enseñarle a un chico a estar del lado de
los buenos y de la justicia. Entonces, se lo va inculcando de chiquito. Total, en tres ge-
neraciones la justicia va a tener siempre el mismo significado. Pero hoy eso es imposi-
ble, porque no hay ley y las reglas del juego cambian en las situaciones, y cambia el
sentido de lo justo, hay que decidirlo en las situaciones. Es decir, no hay valores; hay
pura dispersión.
Entonces la estrategia respecto de la educación con los chicos tiene hoy la complica-
ción de que los contextos se alteran permanentemente. Si el contexto es estable, pue-
do suponer que lo que hoy le doy a un niño le sirve para mañana. Pero si el contexto
cambia, no sé siquiera si le sirve para hoy.
En este capítulo que vimos en el video se ve claramente la incapacidad de prohibir de
la que hablábamos hace un rato en el padre de Dexter. O no tanto la incapacidad de
este padre -ciertamente incapaz- como la inoperancia misma de la prohibición. Parece
que esta inoperancia está parodiada. Está borrada la diferencia generacional entre el
padre y el chico, que están en un plano de paridad todo el tiempo. Eso es muy pareci-
do a lo que pasa en la familia Simpsons. Evidentemente, la relación con los chicos pa-
sa por otro lado que por las prohibiciones.
Lo que es notable en la familia de Dexter es el grado de desconexión de los padres con
los hijos. Dexter tiene un laboratorio en la casa y los padres no lo saben. Esa desco-
nexión está tematizada en la mayoría de los dibujos, no sólo en Dexter. También en La
vaca y el Pollito, en las Superpoderosas.
Coordinador
GPO 000 / 13
www.estudiolewkowicz.com.ar
Integrantes:
Vínculos:
Palabras clave: psicología evolutiva
Desgraba: Textos ad hoc
Última revisión: 11-08-03
Ruta: G:\EL03\Chr\CharlasCCorea\CharInf210603.doc
Coordinador
GPO 000 / 14