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Comprensión del hecho

La palabra suicidio viene del latín sui (de sí, a sí) y caedere (matar), denotando la acción
de quitarse la propia vida. Por lo tanto, hay que distinguir entre el suicidio (el quitarse la
vida) y el sacrificio (el arriesgar la propia vida para salvar la de otro). Además, el fenómeno
del suicidio abarca la ideación suicida (pensar y desear), el intento suicida (una conducta
sin resultado de muerte) y el suicidio consumado.

Se han observado, una serie de características relacionadas con este fenómeno: (a) se
suicidan más hombres que mujeres, pero son más las mujeres que lo intentan; (b)
actualmente se da más entre los jóvenes que entre los ancianos; (c) en contraste con el
siglo XIX, hoy el suicidio es más frecuente en el campo que en la ciudad; (d) la tasa de los
viudos, los divorciados y los célibes es superior a la de los casados; (e) entre los casados,
la tasa de aquellos con hijos es menor que la de aquellos sin hijos; (f) en los períodos de
vacaciones disminuye el número de suicidios; y (g) las tasas suelen ser más elevadas en
aquellos países que han alcanzado un mejor nivel económico de vida.

Desde la psicología y la sociología han intentado una comprensión de este fenómeno,


señalando la presencia de dos factores: (a) unas condiciones internas de ciertos
individuos; y (b) unas circunstancias externas que lo llevan a actuar en un lugar y en un
momento determinado

Psicológicamente, en cuanto fenómeno personal, se suele señalar que el suicidio es


motivado por razones de fuga y de liberación frente a un estado de profunda angustia,
debido a sufrimientos presentes o previstos. En este sentido puede ser la expresión de:
(a) un acto de desesperación por una resistencia estimada imposible; (b) un último acto
de libertad; o (c) un gesto agresivo contra personas hacia las que se está ligado
afectivamente, pero consideradas culpables del propio sufrimiento. Se piensa que la gran
mayoría de los casos de suicidios se da en enfermos depresivos. En el fondo, el suicida no
busca la muerte en cuanto tal, sino más bien la solución de sus problemas.

Los motivos más frecuentes son la aparente falta de solución ante problemas graves, la
huida frente determinadas tareas y responsabilidades, la muerte social en jubilados o
ancianos, la existencia de problemas interpersonales considerados insolubles, la
sensación de ser una carga para otros, el deseo de pedir atención y ayuda, y la presencia
de algunas patologías.

Implicaciones éticas

La ética siempre ha tenido una postura negativa frente al suicidio. El suicidio comporta
una deserción individual (de las propias tareas), social (servicios prestados a los demás),
y religiosa (desconociendo a Dios como el único dueño de la vida).

El nuevo Derecho Canónico (1983) no enumera a los suicidas entre los excluidos de la
sepultura eclesiástica ni de la misa de exequias (cánones 1184 y 1185). El Catecismo de
la Iglesia Católica (1992, Nos 2280 – 2283) recuerda que el ser humano es administrador
y no propietario de la vida que Dios le ha confiado. Sin embargo, se deja en claro que
“trastornos psíquicos graves, la angustia o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o
de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida”.

En el juicio ético concreto del suicidio es preciso distinguir entre el plano subjetivo (la
responsabilidad individual) y el plano objetivo (la significación del acto). Aunque
determinados condicionamientos psicológicos, culturales y sociales puedan llevar a
realizar un gesto que contradice tan radicalmente la inclinación innata de cada uno a la
vida, atenuando o anulando la responsabilidad subjetiva, el suicidio, bajo el punto de vista
objetivo, es un acto gravemente inmoral, porque comporta el rechazo del amor a sí
mismo y la renuncia a los deberes de justicia y de caridad para con el prójimo, para con
las distintas comunidades de las que se forma parte y para la sociedad en general. En su
realidad más profunda, constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la
vida y sobre la muerte, proclamada así en la oración del antiguo sabio de Israel: Tú tienes
el poder sobre la vida y sobre la muerte.

Subjetivamente, el suicidio no suele nacer de una reflexión sino de un acto de


desesperación. El suicidio es un acto de enorme soledad y los últimos motivos quedan
ocultos casi siempre. La responsabilidad subjetiva es generalmente muy limitada (y, a
veces, ausente), ya que la libertad se encuentra fuertemente condicionada por la
presencia de procesos psicológicos de carácter preferentemente depresivos y por
situaciones muy adversas. Aún más, en algunos casos el suicidio, o su intento, debería
comprenderse como una última y dramática petición de ayuda o de reconocimiento.

Objetivamente, el problema ÉTICO se plantea en términos de un conflicto entre el valor


de la vida y el ejercicio de la libertad. En otras palabras, desde una perspectiva ética, en
cuanto ejercicio responsable de la libertad, surge el interrogante: ¿Es la opción por el
suicidio éticamente válida cuando la libertad busca su propia destrucción? El dilema
frente a la alternativa entre la auto-realización y la auto-destrucción sólo puede recibir
una respuesta válida desde el significado de la vida. Así, la pregunta por el suicidio es, a
la vez, un interrogante ético (el valor de la vida) y una pregunta filosófica o/y religiosa (el
sentido de la vida).

¿Es el suicidio la piedra de toque de la autonomía de la libertad o, más bien, un indicador


de su límite? El tema del suicidio plantea de manera dramática el tema de la existencia y
de su significado, como también la responsabilidad de la sociedad de crear condiciones
de calidad de vida, junto con la necesidad de una cultura que supere definitivamente la
condenación al aislamiento y a la soledad. La negativa frente al suicidio implica una
enérgica protesta frente al cansancio existencial, la recuperación de una projimidad
solidaria, la superación de un hedonismo individualista, y una mayor profundidad en la
vivencia. En una palabra, el gran desafío consiste en crear condiciones que hagan que la
vida valga la pena, ya que un mundo sin significado será habitado por individuos
desorientados. Una cultura incapaz de generar significado condena al ser humano al sin
sentido existencial.

En un momento de desesperación, la fe en un Absoluto Incondicional y Amoroso, que


tiene derechos sobre uno porque lo trasciende y le da sentido a la propia existencia, hace
admitir el propio límite. La experiencia religiosa de que el sentido de la propia existencia
se encuentra fuera de uno mismo hace reconocer el derecho divino sobre lo humano; un
derecho que, a la vez, le da plena consistencia a lo humano. Es la experiencia de haber
recibido el don de la vida como un regalo divino y, por ello, se encuentra en las manos
paternales de Dios. La presencia del dolor, y hasta del sin sentido, remite al testimonio
de la agonía de Jesús el Cristo, cuando realiza el acto supremo de entrega confiada en las
manos del Padre (cf. Mt 26, 36 – 46).

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