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La palabra suicidio viene del latín sui (de sí, a sí) y caedere (matar), denotando la acción
de quitarse la propia vida. Por lo tanto, hay que distinguir entre el suicidio (el quitarse la
vida) y el sacrificio (el arriesgar la propia vida para salvar la de otro). Además, el fenómeno
del suicidio abarca la ideación suicida (pensar y desear), el intento suicida (una conducta
sin resultado de muerte) y el suicidio consumado.
Se han observado, una serie de características relacionadas con este fenómeno: (a) se
suicidan más hombres que mujeres, pero son más las mujeres que lo intentan; (b)
actualmente se da más entre los jóvenes que entre los ancianos; (c) en contraste con el
siglo XIX, hoy el suicidio es más frecuente en el campo que en la ciudad; (d) la tasa de los
viudos, los divorciados y los célibes es superior a la de los casados; (e) entre los casados,
la tasa de aquellos con hijos es menor que la de aquellos sin hijos; (f) en los períodos de
vacaciones disminuye el número de suicidios; y (g) las tasas suelen ser más elevadas en
aquellos países que han alcanzado un mejor nivel económico de vida.
Los motivos más frecuentes son la aparente falta de solución ante problemas graves, la
huida frente determinadas tareas y responsabilidades, la muerte social en jubilados o
ancianos, la existencia de problemas interpersonales considerados insolubles, la
sensación de ser una carga para otros, el deseo de pedir atención y ayuda, y la presencia
de algunas patologías.
Implicaciones éticas
La ética siempre ha tenido una postura negativa frente al suicidio. El suicidio comporta
una deserción individual (de las propias tareas), social (servicios prestados a los demás),
y religiosa (desconociendo a Dios como el único dueño de la vida).
El nuevo Derecho Canónico (1983) no enumera a los suicidas entre los excluidos de la
sepultura eclesiástica ni de la misa de exequias (cánones 1184 y 1185). El Catecismo de
la Iglesia Católica (1992, Nos 2280 – 2283) recuerda que el ser humano es administrador
y no propietario de la vida que Dios le ha confiado. Sin embargo, se deja en claro que
“trastornos psíquicos graves, la angustia o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o
de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida”.
En el juicio ético concreto del suicidio es preciso distinguir entre el plano subjetivo (la
responsabilidad individual) y el plano objetivo (la significación del acto). Aunque
determinados condicionamientos psicológicos, culturales y sociales puedan llevar a
realizar un gesto que contradice tan radicalmente la inclinación innata de cada uno a la
vida, atenuando o anulando la responsabilidad subjetiva, el suicidio, bajo el punto de vista
objetivo, es un acto gravemente inmoral, porque comporta el rechazo del amor a sí
mismo y la renuncia a los deberes de justicia y de caridad para con el prójimo, para con
las distintas comunidades de las que se forma parte y para la sociedad en general. En su
realidad más profunda, constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la
vida y sobre la muerte, proclamada así en la oración del antiguo sabio de Israel: Tú tienes
el poder sobre la vida y sobre la muerte.