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Resúmenes primera Solemne Clínica Psicoanalítica

El método psicoanalítico de Freud

Método psicoterapéutico psicoanalítico → procedimiento catártico (1985), el cual fue descubierto por
Breuer. El paciente tenía que ser susceptible de hipnosis y se basaba en la ampliación de conciencia
que sobreviene en ese estado. Meta: eliminar síntomas patológicos (hacer retroceder al paciente hasta
donde el síntoma se produjo por primera vez, los cuales quedaron ausentes de su conciencia). Luego
cuando se le comunicaba el acontecimiento al médico, el síntoma se iba sin retorno.
Síntoma en catarsis → El síntoma reemplazaba a unos procesos psíquicos sofocados que no llegaban
hasta la conciencia, es decir, había una conversión de los procesos.
Eficacia terapéutica → provocaba la descarga del afecto adherido a las acciones anímicas sofocadas
que hasta entonces se encontraba estrangulado (abreacción). Se complicó ya que se vio que en la
génesis del síntoma no participaba algo traumático único, sino que era una serie de ellos, difícil de
abarcar.
Entonces, el método catártico había abandonado la sugestión y Freud, ahora quería abandonar la
hipnosis. Luego, Freud logró no ejercer influencia sobre sus pacientes, sino que, simplemente, les dice
que se acuesten en el sofá mientras él, se sienta en una silla sin tener contacto visual con sus
pacientes. Esta terapia transcurre como una conversación entre dos personas.
El ser o no hipnotizado, depende un poco del médico, pero sobre todo del albedrío del paciente. Por
eso, la renuncia de la hipnosis aseguró la aplicabilidad del procedimiento a un sinfín de personas.
Al no hacer más hipnosis, se perdió la ampliación de la conciencia, pero Freud halló en las ocurrencias
de los enfermos un sustituto, los cuales son los pensamientos involuntarios, los cuales son
perturbadores. Para llegar a las ocurrencias Freud les pedía que hablaran y se dejaran llevar por la
comunicación: “hable todo lo que se le pase por la cabeza, aunque crea que no es importante, y diga
todo, aunque les de vergüenza”, Freud decía que sin amnesia no existe historial clínico neurótico.
Freud, infirió que la amnesia son el resultado de un proceso psíquico, el cual es la represión, cuyo
motivo es el displacer. Las fuerzas psíquicas que originan la represión, cree registrarlas en la
resistencia que se opone a la reproducción.

La resistencia será uno de los fundamentos de la teoría de Freud. A las ocurrencias que suelen dejarse
de lado, Freud las considera retoños de los productos psíquicos reprimidos, son desfiguraciones de
pensamientos y mociones provocadas por la resistencia que se opone a su reproducción.
A mayor resistencia, mayor desfiguración. El valor de las ocurrencias no deliberadas que tienen
para la técnica terapéutica de Freud se sostiene en el vínculo de las ocurrencias con el material
psíquico reprimido. Si uno posee un procedimiento que permita avanzar desde las ocurrencias a
lo reprimido, puede, sin recurrir a la hipnosis, volver asequible a la conciencia lo que antes era
inconsciente en la vida anímica.
En relación con el procedimiento, Freud ha creado un arte de interpretación destinado a extraer del
mineral bruto de las ocurrencias no deliberadas el contenido metálico del pensamiento reprimido (no
sólo ocurrencias, sino sueños, acciones no deliberadas como las acciones sintomáticas y los deslices
que comete en su vida cotidiana, como lo son el trabarse al hablar, etc.). Aunque aún no dice nada al
respecto, al parecer, se trata de reglas adquiridas por vía empírica, para construir el material
inconsciente a partir de las ocurrencias, de señalamientos sobre modos de proceder cuando el enfermo
no tenga nada que decir y de experiencias acerca de las más importantes resistencias típicas.
A la hipnosis hay que reprocharle que oculta las resistencias y así impide al médico meterse en los
juegos psíquicos del enfermo, pero no las liquida, solamente las elude, por lo que arroja resultados
incompletos y efímeros.
Método psicoanalítico → Tarea de la cura es suprimir las amnesias, si se han llenado todas las lagunas
y esclarecido todo lo de la vida psíquica, se ha imposibilitado la continuación de la enfermedad. Deben
deshacerse todas las represiones; el estado psíquico resultante es el mismo que produce el llenado
de las amnesias. Se trata de volver asequible lo icc a la conciencia, lo cual se logra venciendo las
resistencias. Pero, un estado ideal de esa índole tampoco se presenta en el ser humano normal y solo
rara vez se presenta esto. La cura es el restablecimiento de su capacidad de rendimiento y de goce.
En caso de que la cura se incompleta, igual se obtiene mejoría del estado psíquico general, mientras
que los síntomas puedan persistir, pero su importancia habrá disminuido para el enfermo. El
procedimiento será el mismo para todos los cuadros sintomáticos de la histeria y de las variedades de
las neurosis obsesivas, pero ello no implica que se le pueda hacer a todo el mundo, ya que el método
supone indicaciones y contraindicaciones, en relacion a las personas tratas y al cuadro patológico: los
más favorables para el psicoanálisis son los casos crónicos de psiconeurosis con escasos síntomas
violentos y peligrosos, la neurosis obsesivas, pensamientos y acciones obsesivas y casos de histeria
como las fobias y abulias, todo lo relacionado a la histeria excepto la anorexia (en donde se debe
eliminar rápidamente los síntomas).
Para someterse a psicoanálisis debe cumplir ciertos requisitos → Tiene que ser capaz de un estado
psíquico normal (ejemplo, en depresión melancólica no se consigue nada). Hay que exigir cierto grado
de inteligencia natural y de desarrollo ético (en personas carentes de valor, el médico pronto pierde el
interés). Se crean condiciones desfavorables para el psicoanálisis cuando el paciente tiene más de 50
años, ya que no es posible dominar la masa yoica.
Pero, a pesar de todas las restricciones, el numero de personas aptas para el psicoanálisis sigue
siendo muy alta. Para un tratamiento eficaz, Freud exige plazos largos (medio año hasta 3 años), en
casos más leves, la duración podría acotarse mucho.
Sobre la psicoterapia de la histeria (295-296/305-306)
El síntoma es de determinismo múltiple. Puede ocurrir que en el material patógeno haya más de un
núcleo, por ejemplo, el segundo estallido histérico que tiene su propia etiología, pero se entrama con
un primer estallido de histeria aguda, superado años atrás.
Acerca del material patógeno, se anunció que se comportaba como un cuerpo extraño y que la terapia
opera como la remoción de este cuerpo extraño del tejido vivo, ahora es tiempo de decir en qué falla
esta comparación. Un cuerpo extraño no entra en ninguna clase de conexión con los estratos tisulares
que lo rodea, nuestro grupo psíquico patógeno, en cambio, no se puede extirpar limpiamente del yo,
pues sus estratos más externos traspasan hacia sectores del yo normal y en verdad pertenecen a este
último no menos que a la organización patógena, por lo que la organización patógena no se comporta
genuinamente como un cuerpo extraño, sino mucho más, como una infiltración. La resistencia es lo
que infiltra, por lo que, la terapia no consiste en extirpar algo, sino en disolver la resistencia y así
facilitar a la circulación el camino por un ámbito antes bloqueado.
El material patógeno, se infiltrará como por una estrecha hendidura, y así alcanzará la conciencia como
descompuesta en fragmentos, es tarea del psicoterapeuta recomponer desde ahí la organización
conjeturada.
Método catártico → Es posible que la presión fracase, que no promueva reminiscencia alguna por más
que se reasegure y esfuerce al enfermo, para esto, hay dos alternativas: 1) que en el lugar donde uno
investiga, realmente no haya nada que recoger, y se ve por el gesto calmado del enfermo. 2) Que se
haya tropezado con una resistencia que solo más tarde se podrá vencer, se lee también en el gesto
del enfermo, gesto tenso y que testimonia esfuerzo intelectual. Ahora bien, puede haber un tercer caso
que significa un caso externo (no interno como en los anteriores) , el cual sobreviene cuando el vínculo
del enfermo con el médico se ve perturbado y significa el más enojoso obstáculo con el que se pueda
tropezar.
Ya se ha indicado el importante papel que juega la persona del médico en la creación de motivos
destinados a derrotar la fuerza psíquica de la resistencia, pero, en no pocos casos la colaboración del
paciente pasa a ser un sacrificio personal que tiene que ser recompensado mediante algún subrogado
del amor (las cuales pueden ser la amistosa tolerancia del médico). Si la relación de la enferma con el
médico es perturbada, también se deniega su buena disposición; cuando el medico quiera averiguar
la siguiente idea patógena, a la enferma se le cruzará a la conciencia de los cargos que se han
acumulado contra él. Este obstáculo sobreviene en 3 casos particulares:
1) Enajenación personal, cuando la enferma se cree relegada, menospreciada o ha escuchado
cosas desfavorables del médico o el método de tratamiento. Caso menos grave se supera
fácilmente por la vía de la declaración y el esclarecimiento.
2) Cuando la enferma es presa del medio de acostumbrarse demasiado a la persona del médico.,
perder su autonomía y hasta caer en dependencia sexual de él. Caso más importante. La
enferma aquí tiene un nuevo motivo de resistencia, el cual permanece inconsciente y lo
exterioriza mediante un síntoma histérico de nueva producción, El dolor de cabeza significa una
actitud de que está poco dispuesta a dejarse influir.
3) Cuando la enferma se espanta por transferir a la persona del médico las representaciones
penosas que afloran desde el contenido del análisis. Es la más frecuente y de ocurrencia
regular. La transferencia sobre el médico acontece por enlace falso.

Sobre la iniciación del tratamiento

Al iniciar un tratamiento, el médico puede en una o dos semanas ver si el enfermo es apto o no para
el psicoanálisis, ya que, si se interrumpe en ese lapso, le ahorra al enfermo la impresión penosa de un
intento de curación infortunado. Además, esto posee una motivación diagnóstica, la cual es ver si
efectivamente el enfermo tiene o no una histeria o síntomas obsesivos y no derechamente una
esquizofrenia, ya que, para el psicoanalista, habrá cometido un error práctico, y ha desacreditado su
procedimiento terapéutico, ya que, si el enfermo no padece de histeria ni de neurosis obsesiva, él no
podrá mantener la promesa de curación. Por otra parte, si hace un tratamiento de pruebas de uno o
dos semanas podrá percibir signos sospechosos que podrán determinar si continuar o no el intento.
Las prolongadas entrevistas previas antes del tratamiento, o hacer al enfermo pasar por terapias de
otro tipo, así como que el enfermo y el médico se conozcan desde antes, traen consecuencias
nefastas, ya que hacen que el paciente enfrente al médico con una actitud transferencial ya hecha, y
éste deberá descubrirla poco a poco en vez de tener la oportunidad de verla desde el inicio, de este
modo, el paciente tendrá durante un tiempo una ventaja que uno preferiría no concederle.
Uno debe desconfiar de todos los que quieren empezar la cura con una postergación ya que la
experiencia muestra que no se presentan luego de pasar el tiempo. Por otra parte, también se
presentan dificultades cuando han existido vínculos amorosos o de trato social con el médico y el
paciente que ingresa en el análisis o su familia.
Hartos médicos, suelen atribuirle mucha importancia a la expectativa con que el paciente enfrente el
nuevo tratamiento, a menudo creen que no les costará mucho trabajo cierto paciente por tener mucha
confianza en el psicoanálisis y, por otra parte, creen que será muy difícil el éxito cuando el paciente se
muestra escéptico. Sin embargo, esa actitud en el paciente tiene valor escaso, ya que con el que trae
confianza bastará una dificultad para que se vuelva desfavorable, y al que no le tiene confianza se le
dirá que esta no es más que un síntoma entre los otros que él tiene, la cual no resultará perturbadora
para el tratamiento siempre que este obedezca a la regla del tratamiento.
Lo importante para el comienzo de una cura analítica tiene que ver con el tiempo y el dinero.
Tiempo
En relación con el tiempo, éste tiene que tener una hora estricta determinada, a cada paciente se le
asigna una hora y aunque el paciente no esté será suya. La gente cree que habrán muchas cosas que
le impidan al paciente ir siempre a la misma hora, pero no puede ser de otro modo, ya que cuando se
es más flexible las inasistencias se multiplican hasta tal punto de amenazar la existencia material del
médico, y lo que suele pasar cuando se es estricto es que las inasistencias son casi inexistentes. Un
trabajo menos frecuente corre el riesgo de no estar acompasado con el vivenciar real del paciente y
que así la cura pierda el contacto con el presente.
También hay pacientes al que se les tiene que dar más de una hora de consulta, ya que pasan la
mayor parte de la hora tratando de romper el hielo, de volverse comunicativos.
Una pregunta incómoda para el médico es ¿cuánto durará el tratamiento? Y se le responde “Camina,
uno tendría que conocer el paso del caminante antes de estimar la duración de su peregrinaje”,
además, es fácil que el neurótico en ciertos periodos haga progresos muy lentos. Determinar el tiempo
de tratamiento es casi imposible.
La neurosis es para las personas como algo que, como no se sabe de dónde vino, un día vaya a
desaparecer. Los médicos alimentan ésta fe vana, ya que no suelen apreciar como es debido la
dificultad de una neurosis. El psicoanálisis requiere siempre tiempos largos, medio año o uno, por eso,
se le tiene que decir al enfermo todo eso para que él decida emprender el tratamiento, es importante
que, sin proponer que se asuste, se le diga cuales son las dificultades y sacrificios de la terapia
analítica.
Freud desaprueba comprometer a los pacientes a que perseveren cierto tiempo en el tratamiento, sino
que, les permite que terminen la cura cuando quieran, diciéndoles, eso si, que una ruptura luego de
un breve tiempo de análisis no arrojará un buen resultado, y es posible que los deje en un estado
insatisfactorio. En sus
primeros años como psicoanalista, su mayor dificultad era lograr que los pacientes mantuvieran el
análisis y ahora, tiene que empeñarse angustiosamente a incitarlos a cesar. Las alteraciones anímicas
solo se consuman con lentitud, esto, de debe a la atemporalidad de los procesos inconscientes, cuando
se les dice a los enfermos éste problema, no es raro que propongan una solución como: “Basta con
que usted me libre de estos problemas, en cuanto a los otros, ya les pondré término en la vida misma”,
esto, no hace más que sobrestimar el poder electivo del análisis, ya que el analista no puede
determinar con exactitud lo que quiere conseguir. El analista puede introducir un proceso, el cual es la
resolución de las represiones inexistentes, pero, en líneas generales, ese proceso, una vez iniciado,
sigue su propio camino y no admite que se prescriban ni su dirección ni la secuencia de los puntos
que acometerá.
La neurosis de un ser humano posee las características de un organismo vivo, ya que, sus fenómenos
parciales no son independientes unos de otros debido a que sueles apoyarse recíprocamente. El
psicoanalista no puede menos que preferir a los pacientes que le piden la salud plena en la medida en
que sea asequible, y le conceden todo el tiempo que el proceso de restablecimiento necesita, pero,
solo en pocos casos se pueden esperar estas condiciones favorables.
Dinero
El analista no considera que el dinero debe considerarse como un medio de sustento y de obtención
de poder, pero asevera que en la estima del dinero coparticipan poderosos factores sexuales, es decir,
el hombre trata el asunto del dinero con la misma mojigatería e hipocresía con la cual trata el asunto
de la sexualidad. Entonces, se debe tratar las relaciones monetarias ante el paciente con la misma
naturalidad en que pretende educarlo para los asuntos de la vida sexual.
Al comunicarle espontáneamente en cuánto estima su hora de trabajo le demuestra que él mismo ha
despuesto toda falsa vergüenza. Además, debe cobrarse cada periodos cortos de tiempo (un mes por
ejemplo), el psicoanalista tiene derecho a adoptar la posición de cirujano, que es sincero y cobra caro
porque dispone de tratamientos capaces de remediar. El psicoanalista tiene el derecho de negar
asistencia gratuita, ya que, a diferencia del médico, el psicoanalista sustrae una fracción considerable
del tiempo de trabajo de que dispone para ganarse la vida y por lapso de muchos meses. Por otra
parte, las resistencias del enfermo se acrecientan enormemente por el tratamiento gratuito.
La ausencia de la regulación del pago al médico sin duda establece se hace sentir muy penosamente;
la relación toda se traslada fuera del mundo real el paciente pierde un buen motivo para aspirar al
término de la cura.
Freud mantiene la idea de que el paciente se acueste en el diván mientras él está detrás por dos
razones fundamentales: no tolera permanecer bajo la mirada fija de otros ocho horas al día o tal vez
más. Por otra parte, cuando él escucha, también se abandona en sus pensamientos inconscientes y
no quiere que eso dificulte la transferencia con el paciente.
¿En qué punto y con que material se debe empezar el tratamiento? No interesa con cual se comienza
(biografía, recuerdos de infancia) con tal que se deje al paciente hacer su relato y escoger el punto de
partida, uno le dice “Antes de que pueda decirle algo, es preciso que haya averiguado mucho sobre
usted; cuénteme por favor, lo que sepa de usted mismo”.
Lo que debe hacer el enfermo es proceder diciendo todo lo que se le pase por la cabeza. El enfermo
observará que en el curso de su relato le acudirán pensamientos diversos que preferiría rechazar con
cierta objeción crítica, pues, el enfermo no debe ceder a esa crítica, tiene que decir todo lo que se le
pase por la cabeza. Además, el enfermo promete absoluta sinceridad y nunca debe omitir algo que
por alguna razón le resulta desagradable comunicarlo.
El paciente comienza a narrar su historia, el cual no debe ser sistemático. Luego de esto, cada
fragmento de la historia deberá ser narrado de nuevo y solo en esas repeticiones aparecerán los
complementos que permitirán obtener los nexos importantes, desconocidos para el paciente. Hay
pacientes que desde la primera sesión preparan bien su relato, supuestamente para aprovechar mejor
el tiempo en terapia, pero en verdad lo que así viste de celo, no es más que resistencia. Por lo que
corresponde desaprobar esa preparación.
Luego el paciente empieza a inventar otros métodos como empezar a comentarlo con seres cercanos,
por lo que también es oportuno amonestar al paciente para que trate su cura analítica como un asunto
entre el médico y él mismo, y no le diga nada a las demás personas, generalmente, en estadios
posteriores de tratamiento, el paciente no sucumbe a tales tentaciones.
No opongo dificultad si es que el enfermo quiere mantener en secreto su tratamiento ya que lo más
probable es que también se guardo secreto sobre su neurosis. La decisión misma del paciente en favor
del secreto trae a la luz un rasgo de su historia secreta. Cuando uno le dice al paciente que sea
conservador y no le cuente a muchas personas que está en tratamiento, uno protege al enfermo de
las múltiples influencias hostiles que intentaran apartarlo del análisis. Más tarde serán la mayoría de
las veces indiferentes y hasta útiles para que salgan algunas resistencias que pretendían esconderse
Si en el curso del análisis el paciente paralelamente necesita otra terapia, es mucho más adecuado
acudir a un colega no analista que prestarle uno mismo esa asistencia. Lo mejor es posponer el
tratamiento orgánico hasta la conclusión del psíquico.
A veces, se toparán con pacientes que parten con la des autorizadora afirmación de que no se les
ocurre nada aunque tengan toda su historia por delante, de su vida y de su enfermedad, pero, no se
debe ceder nunca a su ruego de que se les indique de que tienen que hablar, ya que, esto quiere decir,
que una fuerte resistencia ha pasado al frente para amparar su neurosis y se debe arremeter contra
ello. El aseguramiento constante de que no existe semejante falta de ocurrencia para empezar y que
solo se debe a una resistencia contra el análisis, pronto dirige al paciente a las conjeturadas
confesiones o pone en descubierto una primera pieza de complejos.
Los pacientes cuyo análisis precedido por ese rehusamiento de las ocurrencias son, sobre todo,
mujeres que por el contenido de su biografía son, sobre todo, mujeres que por el contenido de su
biografía están preparadas para una agresión sexual, u hombres de una homosexualidad reprimida
hiperintensa.
Mientras las comunicaciones y ocurrencias del paciente afluyan sin detención, n hay que tocar el tema
de la resistencia, sino que se debe guardar este momento, hasta que la transferencia haya devenido
resistencia.
¿Cuándo debemos empezar a hacer comunicaciones al analizado? ¿Cuándo es oportuno revelarle el
significado secreto de sus ocurrencias, iniciarlo en las premisas y procedimientos técnicos del análisis?
No antes de que se haya establecido en el paciente una transferencia operativa, un rapport en la regla,
ya que, la primera meta sigue siendo allegarlo este y a la persona del médico, y para ello, hay que
darle tiempo. El paciente por si solo produce ese allegamiento y enhebra al médico en una de las
imagos de aquellas personas de quienes estuvo acostumbrado a recibir amor.
Aún en periodos posteriores del tratamiento, habrá que proceder con cuidado para no comunicar una
solución de síntoma y traducción de un deseo antes que el paciente esté pronto a ello, de suerte que
solo tenga que dar un corto paso para apoderarse el mismo de esa solución. La comunicación
prematura de una solución pone fin a la cura prematuramente, tanto por las resistencias como por el
alivio que iba de mutuo acuerdo con la solución.
¿Es nuestra tarea prolongar el tratamiento, y no llevarlo a su fin lo más rápido posible? ¿No padece el
enfermo a causa de su no saber y no comprender, y no es un deber hacerlo sapiente lo más pronto
posible, es decir, cuando el médico lo deviene? Para contestar esto se debe explicar el significado del
saber y el mecanismo de la curación del psicoanálisis.
En los tiempos iniciales del psicoanálisis se le atribuía mucho valor al saber del enfermo sobre lo
olvidado. Se consideraba una particular suerte obtener de otras personas información sobre el trauma
infantil olvidado y se apresuraban a poner en conocimiento del enfermo la noticia y las pruebas de su
exactitud con la segura expectativa de llevar a la neurosis y a su tratamiento aun rápido final, pero, el
existo esperado no se producía, ya que todas las veces que se le producía el relato al enfermo,
reaccionaba nuevamente con un ataque histérico, tras el cual la comunicación quedaba olvidado de
nuevo, la enferma exteriorizaba una violentísima resistencia a un saber que le era impuesto.
Al psicoanálisis, sobre la base de su reconocimiento de lo inconsciente, no le depara dificultad alguna
y es porque los enfermos saben sobre la vivencia reprimida en su pensar, pero a este último le falta la
conexión con aquel lugar donde se halla de algún modo el recuerdo reprimido. Solo puede sobrevenir
una alteración si el proceso consciente del pensar avanza hasta ese lugar y vence ahí las resistencias
de la represión.
Por otra parte, la comunicación consciente de lo reprimido no deja de producir efectos en el enfermo,
el cual, no exteriorizará los efectos deseados (poner fin al síntoma) sino que tendrá consecuencias
como incitar resistencias, pero luego, una vez vencidas, un proceso de pensamiento cuyo discurso
terminará por producirse el esperado influjo sobre el recuerdo inconsciente.
El motor más directo de la terapia es el padecer del paciente y el deseo de sanar. La fuerza pulsional
es incapaz de eliminar la enfermedad por si sola ya que para ello le faltan dos cosas: no conoce los
caminos que se deben recorrer hasta ese término y no suministra montos de energía contra las
resistencias. El tratamiento psicoanalítico remedio ambos déficits.
En cuanto a las magnitudes de afecto requeridas para vencer las resistencias, las suple movilizando
las energías aprontadas para la transferencia y mediante las comunicaciones oportunas muestra al
enfermo los caminos por los cuales debe guiar esas energías. La transferencia basta por sí sola para
eliminar los síntomas, pero solo de manera provisoria, ya que sería solo un tratamiento sugestivo, no
psicoanálisis, solo será este último si la transferencia ha empleado su intensidad para vencer las
resistencias.
Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico
a) La tarea de guardar en la memoria los innumerables nombres, fechas, detalles, recuerdos
ocurrencias y producciones patológicas que se presentan durante la cura, es la más difícil. La
hazaña mnémica que supone lograr esto, despierta en los extraños incredulidad, asombro u
hasta conmiseración (sentimiento de pena y dolor por el sufrimiento de alguien), aunque, por
otro lado, tendrán curiosidad por conocer la técnica que permitirá dominar semejante plétora
(Abundancia excesiva de memoria).
Sin embargo, la técnica es muy simple, el cual desautoriza todo tipo de recurso auxiliar, aún el
tomar apuntes y consiste en no querer fijarse en nada en particular y prestar a todo lo que
uno escucha la misma atención parejamente flotante. De esta manera, uno se ahorra el
esfuerzo de atención que no podría sostener día tras día y evitar el peligro de “tan pronto como
un tensa adrede su atención empieza a escoger entre el material ofrecido; uno fija un fragmento
con particular relieve, y elimina otro y esa elección obedece a las propias expectativas (Con lo
que se corre el riesgo de no hallar más allá de lo que ya se sabe y falseará la percepción
posible). No se debe olvidar que la mayoría de veces uno tiene que escuchar cosas cuyo
significado solo con posterioridad tendrá sentido.
El percepto de fijarse a todo por igual es el correspondiente de lo que se le pide al analizado
(Que refiera todo cuanto se le ocurra, sin críticas ni selección previa). Para el médico la regla
seria: “Uno debe alejar cualquier injerencia conciencia sobre su capacidad de fijarse, y
abandonarse por entero a sus “memorias inconscientes””. O dicho de otra manera “Uno debe
escuchar y no hacer caso si se fija en algo”. Entonces, uno recibe del

analizado, el inmerecido halago de tener una memoria particularmente buena. Las confusiones
con el material de otro paciente son bastante raras.
b) No puedo recomendar que en el curso de las sesiones se tomen notas algo extensas, ya que,
mientras uno toma apuntes, forzosamente practica una dañina selección en el material. Sin
embargo, no cabe objetar que se hagan algunas excepciones a esta regla para fechas, textos
de sueños, etc. Freud igual no suele hacer eso, sino que registra por escrito de memoria al
anochecer (por lo general).
c) Tomar notas durante la sesión con el paciente se podría justificar por el designio de convertir el
caso tratado en tema de una publicación científica, aunque no parece el camino para remediar
la falta de evidencia que se descubre en las exposiciones psicoanalíticas.
d) La coincidencia de investigación (1) y tratamiento (2) en el trabajo analítico es sin duda uno de
los títulos de gloria del segundo. Sin embargo, la técnica que sirve al tratamiento se contrapone
hasta cierto punto con la primera, ya que, mientras el tratamiento no esté cerrado, no es bueno
elaborarlo científicamente, ya que, en el caso del tratamiento, se asegura mejor cuando uno
procede como al azar, abandonándolo sin premisas y con ingenuidad. Para el analista, la
conducta correcta es pasar de una actitud psíquica a la otra al compás de sus necesidades; en
no especular mientras se analiza y en someter el material adquirido al trabajo sintético del
pensar solo después de concluido el análisis.
e) Hay una tendencia afectiva peligrosísima: la ambición de obtener con su nueva y tan atacado
instrumento, un logro convincente para los demás (quiere convencer a los demás antes de
curar, quiere que el resto esté contento antes de sostener la regla). La frialdad de sentimiento
que cabe exigir en el analista se justifica porque crea para ambas partes cosas ventajosas: para
el médico el cuidado de su propia vida afectiva, y para el enfermo el máximo grado de socorro
que hoy no es posible prestarle. “yo curé sus heridas, Dios lo sanó” el analista debe darse por
satisfecho con algo parecido a la frase.
f) Es fácil sacar conclusiones en base a las reglas que se han presentado por separado. El medico
debe ponerse en estado de valorizar para los fines de la interpretación, del discernimiento de lo
inconsciente reprimido, todo cuanto se le comunique, sin sustituir por una censura propia la
selección que el enfermo resignó, es decir, debe volver hacia el inconsciente emisor del enfermo
su propio inconsciente como órgano receptor, es decir, acomodarse al analizado. .
Ahora bien, si el médico ha de estar en condiciones de servirse así de su inconsciente como
instrumento de análisis, él mismo tiene que llenar en vasta medida una condición psicológica.
No puede tolerar resistencia alguna que aparten de su conciencia lo que su inconsciente ha
discernido porque sino estaría seleccionando de nuevo. Para ello, es necesario exigirle, más
bien, que se haya sometido a una purificación psicoanalítica y tomando noticia de sus propios
complejos que pudieran perturbarlo para aprehender lo que el analizado le ofrece, cualquier
represión no solucionada en el médico, corresponde a un punto ciego de su percepción
analítica.
Para hacerse analista uno debería poder interpretar sus propios sueños, si embargo, no todos
lo logran sin un tercero que lo ayude, por lo que, todo el que pretenda llevar a cabo un análisis
en otros deba someterse antes a un análisis con un experto, lo cual promete más de una ventaja:
el sacrificio de franquearse con una persona ajena sin estar compelido (obligado) a ello por la
enfermedad es ricamente compensado. Se realizará en menos tiempo y con menor gasto
afectivo su propósito de tomar noticia de lo escondido en la persona propia, y además, obtendrá
vivenciándolas uno mismo, impresiones y convicciones que en vano buscaría en el estudio de
libros.
Parece natural que un análisis de una persona sana no termine nunca, pero quien como analista
haya desdeñado el análisis propio, no solo vendrá castigado por su incapacidad para aprender
de sus enfermos más allá de ciertos límites sino que puede caer en la tentación de proyectar
sobre la ciencia lo que en una sorda percepción de si mismo discierna sobre las propiedades
de su propia persona, arrojará el descrédito sobre el método psicoanalítico e inducirá a error a
los inexpertos.
g) Es tentador para el psicoanalista joven poner en juego mucha de su propia individualidad. Uno
creería que el medico deje ver sus propios defectos y conflictos anímicos, para que así le
posibilite un pie de igualdad mediante una comunicación sobre su vida hecha en confianza,
pero, esto no confirma la bondad de esa técnica afectiva, además con ello uno abandona el
terreno psicoanalítico y se aproxima a los tratamientos de sugestión. Esta técnica no ayuda en
nada a descubrir el inconsciente para el enfermo, sino que lo inhabilita aun más para superar
resistencias y en ciertos casos el enfermo quiere revertir la relación (analizado analizante) pues
encuentra el análisis del médico más interesante.

También la transferencia es dificultada por la actitud íntima del médico, por lo que, el medico no
tiene que ser transparente para el analizado.

h) Otra tentación surge de la actividad pedagógica que al médico le cabe en el tratamiento


psicoanalítico, sin que sea su particular propósito (en relacion a la indicación de nuevas metas
a las aspiraciones liberadas). No todos los neuróticos poseen un gran talento para la
sublimación, Cómo médico, es necesario ser tolerante con las debilidades del paciente, por lo
que debe darse por contento si ha recuperado un poco de la capacidad de producir y de gozar
el enfermo. La ambición pedagógica es tan inadecuada como a terapéutica, además hay que
pensar que muchas personas han enfermado por el intento de sublimar sus pulsiones
rebasando la medida que su organización les consentía, y que el proceso de sublimación, en
quien es apto para él, suele consumarse por si solo tan pronto como sus inhibiciones son
superadas por el análisis. Empeñar regularmente le tratamiento analítico en la sublimación
de las pulsiones es algo muy loable (elogiar), pero en modo alguno se le puede
recomendar en todos los casos.

i) ¿Dentro de qué límite se debe reclamar la colaboración intelectual del analizado en el


tratamiento? Lo decide la personalidad del paciente. Es incorrecto dictar al analizado unos
deberes ya que es él el que tiene que aprender sobre todo que en virtud de una actividad mental
como la reflexión, ni de un esfuerzo de atención, se resolverán los enigmas de la neurosis, sino
solo por la paciente obediencia a la clínica psicoanalítica que ordena desconectar la crítica a lo
inconsciente.
Freud le manda a sus pacientes que aprendan en su propia persona y les asegura que de es
amanera averiguarán más que leyendo.
Freud advierte que no debe buscarse el consentimiento o el apoyo de padres o parientes
dándoles a leer alguna obra de la bibliografía ya que consigue que estalle de manera prematura
la natural e inevitable hostilidad de los parientes al tratamiento psicoanalítico de uno de los
sueños, de suerte que aquel ni siquiera podrá iniciarse.
Sobre la dinámica de la transferencia
Todo ser humano, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de la vida amorosa. O sea,
para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las metas
que habrá de fijarse. Esto da por resultado, un cliché que se repite de manera regular en la vida, en la
medida en que lo consientan las circunstancias exteriores y la naturaleza de los objetos de amor
asequibles.
Pero, solo un sector de esas mociones determinantes de la vida amorosa ha recorrido el pleno
desarrollo psíquico, el cual está vuelto hacia la realidad objetiva, disponible para la personalidad
consciente y constituye una pieza de esta última. Otra parte de esas mociones libidinosas ha sido
demorada en el desarrollo, y solo tuvo la oportunidad de desplegarse en la fantasía o bien a
permanecido en el inconsciente, siendo no consabida para la consciencia de la personalidad.
Si la necesidad de amor de alguien no está satisfecha de manera exhaustiva por la realidad él se verá
precisado a volcarse con unas representaciones expectativas libidinosas hacia cada persona nueva
que aparezca y es muy probable que las dos porciones de su libido (consciente y no consciente)
participen de tal acomodamiento.
Por lo tanto, es normal que la investidura libidinal aprontada en la expectativa de alguien que está
insatisfecho se vuelva al médico, la cual, se atendrá a modelos, se anudará a los clichés existentes de
la persona en cuestión o dicho de otra manera, insertará al médico en una de las series psíquicas que
el paciente ha formado hasta ese momento. (El modelo o las series son las imago materna, paterna o
de hermano)
El problema se produce cuando se dice que no solo las representaciones-expectativas consciente
producen la transferencia, sino también las inconscientes. Aquí quedan implícitos dos puntos
esenciales para el psicoanálisis
1) No comprendemos que la transferencia resulte tanto más intensa en personas neuróticas
bajo análisis que en otras no analizadas.
2) Sigue constituyendo un enigma por qué en el análisis la transferencia nos sale al paso como
la más fuerte resistencia al tratamiento, siendo que, fuera del análisis, debe ser
reconocida como portadora del efecto salutífero (saludable), como condición del éxito.
Hay una experiencia que uno puede corroborar: cuando la asociación libre de un paciente se deniega,
en todos los casos es posible eliminar esa parálisis aseverándole que ahora él está bajo el imperio de
una ocurrencia relativa a la persona del médico, y en ese caso, las ocurrencias ya no se deniegan,
sino que se silencian.
Parece una desventaja que en la transferencia (la más poderosa palanca del éxito) se mude en el
medio más potente de la resistencia. Si se piensa de cerca, gracias a esto se remueve el primero de
los problemas enunciados: No es correcto el primer punto ya que en institutos donde los enfermos
nerviosos no son tratados analíticamente se observan máximas intensidades y las formas más
indignas de una transferencia que llega hasta el sometimiento. Así la transferencia no es producto del
psicoanálisis, sino que hay que atribuírselos a la neurosis.
En cuanto al segundo problema, hay que evocarse a la situación psicológica del tratamiento: una
condición previa regular e indispensable de toda contracción de una psico neurosis es el proceso de
“introversión” de la libido”, es decir, disminuye el sector de la libido susceptible de conciencia, y en esa
misma medida aumenta el sector de ella extrañada de la realidad objetiva que, si bien puede todavía
alimentar las fantasías de la persona, pertenece a lo inconsciente.
La libido, se ha internado por el camino de la regresión y reanima las imagos parentales y hasta ahí la
cura analítica quiere pillarla, volverá de nuevo asequible a la conciencia y por último, ponerla al servicio
de la realidad objetiva. Toda vez que la investigación analítica se tropieza con la libido, no puede
menos que estallar un combate: todas las fuerzas que causaron la regresión de la libido se elevarán
como resistencia al trabajo, para conservar ese nuevo estado. Si la introversión no se hubiera
justificado por una determinada relación con el mundo exterior (frustración de satisfacción) no habría
podido producirse de modo alguno. Estas no son las únicas resistencias ni siquiera las más poderosas.
La libido disponible para la conciencia habría estado siempre bajo la atracción de los complejos
inconscientes y cayó en la regresión por haberse alejado la atracción de la realidad. Para liberarla, es
preciso ahora vencer esa atracción de lo inconsciente, es decir, cancelar la represión de las pulsiones
inconsciente.
El análisis tiene que librar combate con las resistencias de ambas fuentes (consciente e inconsciente).
La resistencia acompaña a todos los pasos del tratamiento, la cual se constituye como un compromiso
entre las fuerzas cuya meta es la salud y aquellas, ya mencionadas, que la contrarían.
Si se persigue un complejo patógeno desde su subrogación en lo consciente (como síntoma o
totalmente inadvertida) hasta su raíz en el inconsciente, enseguida se entrará en una región donde la
resistencia se hace valer con tanta nitidez que la ocurrencia siguiente no puede menos que dar razón
de ella y aparecer como un compromiso entre sus requerimientos y los del trabajo de investigación, y
en ese punto sobreviene la transferencia. Si algo del material del complejo es apropiado para ser
transferido sobre la persona del médico, esta transferencia se produce, da por resultados una
ocurrencia inmediata y se anuncia mediante los indicios de una resistencia (mediante una detención
de las ocurrencias). Siempre que uno se aproxima a un complejo patógeno, primero se adelanta hasta
la conciencia la parte del complejo susceptible de ser transferida y es defendida con la máxima
tenacidad.
El mecanismo de la transferencia se averigua reconduciéndolo al apronte de la libido que ha
permanecido en posición de imagos infantiles, pero el esclarecimiento de su papel en la cura, solo se
sabe si se penetra en los vínculos con las resistencias.
Recordar, repetir y reelaborar
Recuerda las alteraciones que la técnica psicoanalítica ha experimentado a lo largo de su historia, vale
decir, que en un comienzo existía la fase de la catarsis breueriana que se enfocaba en la formación
de síntoma, con su empeño de reproducir los procesos psíquicos de esa situación con el fin de guiarlos
para que tuviesen su decurso a través de la actividad consciente. Recordar y abreccionar eran metas
para alcanzar, con la ayuda, eso sí, del estado hipnótico.
Luego, cuando se renunció a la hipnosis, se trató de inferir, desde las ocurrencias libres del analizado,
aquello que él denegaba a recordar, así se pretendía evitar la resistencia mediante el trabajo
interpretativo y mediante la comunicación de sus resultados al analizado. Con esto, se mantenía el
enfoque en la formación de síntoma; la abreacción era postergada y sustituida por el gasto de trabajo,
que el analizado tenía que prestar, para poder vencer la crítica a sus ocurrencias.
Finalmente, y lo que hasta hoy se usa, es que el médico renuncia a enfocar un momento o un problema
determinado sino que se conforma con estudiar la superficie psíquica que en analizado presenta y se
vale del arte interpretativo para poder discernir las resistencias del enfermo y poder hacérselas
conscientes. Aquí, se establece una nueva modalidad: el médico pone al descubierto las resistencias
desconocidas para el analizado; cuando se dominan, el paciente relata con toda facilidad las
situaciones y nexos olvidados. La meta de todas estas técnicas ha permanecido idéntica: llenar
las lagunas del recuerdo (términos descriptivos) y vencer las resistencias de la represión
(términos dinámicos).
Recordar, en los tratamientos hipnóticos, tenía una forma muy simple, donde el paciente se trasladaba
a una situación anterior, comunicaba los procesos psíquicos de ésta hasta donde permanecieron
normales y luego agregaba lo que pudiera ser la trasposición en procesos psíquicos entonces
inconscientes en conscientes.
El olvido de impresiones, escenas, vivencias se reduce a un bloqueo de ellas; cuando el paciente se
refiere a ese olvido suele agregar “en verdad lo he sabido siempre, solo que no me pasa por la cabeza”,
es decir, nunca hubiera vuelto a pensar después de que sucedieron. El olvido experimenta otra
restricción: los recuerdos encubridores, la amnesia infantil; donde se conserva todo lo esencial, solo
que hace falta saber desarrollarlo (lo esencial), desde ellos (recuerdos encubridores), por medio del
análisis. Representan tan acabadamente a los años infantiles olvidados como el contenido manifiesto
del sueño a los pensamientos oníricos.
Los otros procesos psíquicos que, como actos puramente internos, uno puede oponer a las
impresiones y vivencias deben ser considerados por separado en su relación con el olvidar y el
recordar, vale decir, las fantasías, mociones, nexos, etc. En sí, que se recuerdo algo que nunca pudo
ser olvidado, es porque nunca fue consciente.
En la neurosis obsesiva, lo olvidado se limita a disolución de nexos, a desconocimiento de
consecuencias o al aislamiento de recuerdos. Para las vivencias importantes infantiles (tempranas),
que en su tiempo no fueron entendidas, pero que encontraron su inteligencia e interpretación con
efecto retardado, es imposible despertar un recuerdo; incluso se puede llegar a ellas a través de
sueños.
Un signo distintivo de esta técnica respecto de las anteriores es que el analizado no recuerda nada de
lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa, es decir, no lo reproduce como recuerdo sino como acción,
lo repite sin saber que lo hace. Por ejemplo, el analizado no refiere acordarse de haber sido desafiante
e incrédulo frente a la autoridad de los padres; en cambio, se comporta de esa manera frente al médico.
Él empieza la cura con una repetición así.
Con la regla fundamental del psicoanálisis, que es inducir al paciente a decir todo lo que se le ocurra,
se espera que las comunicaciones acudan en torrente, pero éste experimenta que no sabe decir
palabra. Ésta es la repetición de una actitud homosexual, que se esfuerza hacia el primer plano como
resistencia a todo recordar; pero en el análisis no se va a librar de esa compulsión de repetición, sino
que esa es su manera de recordar.
Lo que más interesa es la relación de esa compulsión de repetir con la transferencia y la resistencia.
Así, la transferencia misma es solo una pieza de repetición, y la repetición es la transferencia del
pasado olvidado. Por eso, tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a esa
compulsión de repetir (ahora, impulso de recordar).
La participación de la resistencia es muy importante: a mayor resistencia más será sustituido el
recordar por el actuar. Entonces, en la hipnosis, el recordar ideal de lo olvidado corresponde a un
estado en que la resistencia ha sido por completo abolida. Si la cura comienza con una transferencia
positiva, permite una profundización en el recuerdo en donde se callan los síntomas patológicos; pero,
si la transferencia es negativa, y que por eso necesita represión, recordar dejará lugar al actuar. Las
resistencias comandan la secuencia de lo que se va a repetir; el paciente saca sus armas con las que
se defiende de la cura y que nos es preciso, arrancárselas pieza por pieza.
¿Qué repite o actúa? Todo cuanto, desde las fuentes de su reprimido, ya se ha abierto paso hasta su
manifiesto, vale decir, inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Durante
el tratamiento repite sus síntomas; entonces, desde la compulsión de repetir no se ha obtenido ningún
hecho nuevo, sino que solo una concepción más unificadora, por ende, no debemos tratar la
enfermedad como un episodio histórico sino como un poder actual. Entonces el trabajo terapéutico, en
buena parte, consiste en la reconducción al pasado.
El hacer repetir en el tratamiento equivale a convocar un fragmento de vida real y no en todos los
casos puede ser inofensivo o carente de peligro; aquí arranca el problema: el empeoramiento durante
la cura. La introducción del tratamiento conlleva a que el paciente cambie su actitud consciente frente
a la enfermedad, ya que por lo general se ha lamentado de ella, despreciándola y menospreciándola
que ha prolongado la conducta represora. Es necesario, entonces, que el paciente tenga el coraje de
ocupar su atención en los fenómenos de su enfermedad; ya no le está permitido considerarla como
algo despreciable, sino como un digno oponente, como un fragmento de su ser que se nutre de buenos
motivos. Así, se prepara, desde el comienzo, la reconciliación con lo reprimido (que se exterioriza en
síntomas) y también le da cierta tolerancia a la condición de enfermo.
Al progresar en la cura, se puede conseguir que nazca el peligro de la repetición de mociones
pulsionales nuevas que estaban a mayor profundidad.
El recordar, para la técnica antigua, es decir, el reproducir en un ámbito psíquico, sigue siendo la meta,
pero con la nueva técnica no se puede lograr. La idea es librar una permanente lucha con el paciente
a fin de retener todos los impulsos que llevaría a lo motor y, si consigue tramitar mediante el trabajo
del recuerdo, algo que preferiría descargar, se celebra como un triunfo de la cura. Cuando la ligazón
transferencial es viable, el tratamiento logra impedir que el paciente haga repeticiones y utilice el
designio de ellas como un material para el trabajo terapéutico.
Es importante que durante el tratamiento no se adopte ninguna decisión de importancia vital, sino que
es mejor esperar al momento de la cura.
El principal recurso para dominar la compulsión de repetición, y poder transformarla en un motivo para
recordar, radica en el manejo de la transferencia. Así, se abre la transferencia como un lugar donde
tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, donde también se le ordena que escenifique
todo pulsionar patógeno que permanezca escondido en la vida anímica del analizado.
Dar a todos los síntomas un nuevo significado transferencial, sustituir su neurosis ordinaria por una de
transferencia, es decir, de una de la que puede ser curado con el tratamiento. La transferencia crea
así, un reino intermedio entre la enfermedad y la vida; así, se constituye la enfermedad como una
artificial asequible por todos lados a nuestra intervención ya que es un fragmento del vivenciar real-
objetivo que posee la naturaleza de algo provisional.
El vencimiento de la resistencia comienza, primero, con el acto de descubrirla y, luego, que el médico
la comunique. Los principiantes suelen confundir este momento con el análisis en su totalidad.
Nombrar la resistencia no puede producir su cese inmediato ya que el paciente necesita tiempo para
concentrarse en la resistencia no conocida por él, es decir, para reelaborarla, vencerla prosiguiendo el
trabajo en desafío a ella y obedeciendo la regla analítica fundamental.
La reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua tarea para el analizado y en una
prueba de paciencia para el médico, pero es la pieza de trabajo que produce el máximo efecto alterador
sobre el paciente y que distingue al tratamiento analítico de toda influencia sugestiva. En teoría, se le
puede equiparar a la abreacción de los montos de afectos de la represión.
Construcciones en análisis
Todas las interpretaciones que hacemos vienen con un “si es cara, yo gano y si es sello, tu pierdes”
esto significa que, el paciente da su conformidad y/o aceptación sobre todo lo que interpretamos, es
decir que, si nos contradice, entonces no es más que un signo de su resistencia y, entonces, es
igualmente correcto.
El propósito del trabajo analítico es mover al paciente para que vuelva a cancelar las represiones de
su desarrollo temprano y las sustituya por otras reacciones que corresponderían a un estado de
madurez psíquica. Con el fin de volver a recordar ciertas vivencias, con las mociones de afecto que
provocaron. Vale decir que los síntomas e inhibiciones son las consecuencias de esas represiones, es
decir, son sustituto de eso olvidado.
¿Qué materiales ofrece? Rasgaduras de recuerdos en sueños desconfigurados, pero de mucho valor,
por los factores que participan en el sueño. También las ocurrencias, cuando el paciente se entrega a
la asociación libre, podemos elegir alusiones a las vivencias reprimidas (retoños de las mociones de
afectos sofocadas), como también sus reacciones contra ellas. Como también los indicios de
repeticiones de los afectos pertenecientes a lo reprimidos en las acciones más importantes o ínfimas
del paciente.
La relación transferencial, con respecto al analista, es particularmente apta para favorecer el retorno
de tales vínculos afectivos.
Con estos materiales, se trata de producir una imagen confiable e integra de los años olvidados de la
vida del paciente. El trabajo analítico consta de dos piezas diferentes, en dos escenarios distintos y
que cumplen dos personas; en un principio uno se tiende a preguntar cómo no notó hace tiempo ese
hecho fundamental, pero resulta que nada se le ha mantenido en reserva sino que es un hecho por
todos conocido pero solo ahí y con un propósito en particular, es posible ponerlo en relieve y apreciarlo
por sí mismo.
El analizado debe ser movido a recordar algo vivenciado y reprimido por él; las condiciones dinámicas
de este proceso suelen ser tan interesantes que, la otra pieza de trabajo (la operación del analista),
queda en segundo plano. Pero el analista no ha vivenciado ni reprimido, su tarea no es recordar algo,
sino que su tarea es deducir lo olvidado desde los indicios que ha dejado tras de sí, vale decir, tiene
que construirlo. El cómo, cuándo y qué hará con esas construcciones y elucidaciones es la conexión
entre ambas piezas del trabajo analítico, entre su participación y la del analizado.
El trabajo de reconstrucción muestra amplias semejanzas con las del arqueólogo que exhuma unos
monumentos destruidos y sepultados. Pero, el analista trabaja en mejores condiciones y dispone de
más material auxiliar porque trabaja con algo que todavía está vivo, no con un objeto destruido. Es
incuestionable el derecho de ambos a reconstruir mediante el completamiento y encaje de los restos
conservados, pero las dificultades y fuentes de error son iguales para ambos.
Lo más complicado para el arqueólogo es determinar la edad relativa de un hallazgo, si un objeto sale
a la luz, eso no decide si pertenece a ese lugar o fue trasladado ahí debido a una perturbación. Esta
dificultad también está en las construcciones analíticas.
El analista trabaja en condiciones más favorables, donde el material de exhumaciones no se puede
igualar; como, por ejemplo, las repeticiones de reacciones que provienen de edades más tempranas
y todo lo mostrado a través de la transferencia a raíz de esas repeticiones.
La prehistoria del objeto psíquico es lo que el analista quiere establecer. Todo lo esencial se ha
conservado, aun lo que parece olvidado por completo (inasequible al individuo); solo es cuestión de
técnica analítica que se consiga, o no, traer a la luz de manera completo lo escondido. El objeto
psíquico es incomparablemente más complicado que el objeto material del exhumador y que, nuestro
conocimiento, no está preparado, en la medida suficiente, para lo que ha de hallarse porque su
estructura intima esconde todavía más secretos.
La principal diferencia entre los dos reside en que, para la arqueología, la reconstrucción es la meta y
el término, en cambio, para el análisis, la construcción es solo una labor preliminar.
El analista da culmina a una pieza de construcción y la comunica al analizado para que logre un efecto
en él. Si en la técnica analítica se oye tan poco sobre “construcciones” porque se oye más de
“interpretaciones” las que significan que uno emprende con un elemento singular del material, vale
decir, una ocurrencia, una operación fallida, etc. En la construcción, en cambio, al analizado se le tiene
que presentar una pieza de su prehistoria olvidada.
¿Qué garantías hay de que la construcción sea correcta? No produce daño alguno equivocarnos en
alguna oportunidad y presentarle al paciente unas construcciones incorrectas como la verdad histórica
probable, significa solo una pérdida de tiempo; el problema surge cuando las equivocaciones son
varias, lo que no le dará una buena impresión ni tampoco obtendrá gran cosa del tratamiento. Pero los
errores aislados son inofensivos ya que el paciente queda como no tocado, no reacciona a ello ni por
sí ni por no; pero puede pasar que de luz a un material nuevo que permita una mejor construcción y
poder rectificar el error.
El peligro está en desviar al paciente por sugestión “apalabrándole” cosas en las uno mismo cree pero
que el nunca había admitido. Esto es comportarse incorrectamente.
Es correcto que no aceptemos como de pleno valor un No ni un Sí del analizado. El Sí directo es
multívoco, al igual que el No; el Sí puede indicar que reconoce la construcción como correcta pero
también puede no tener significado; puede ser también un Sí hipócrita, que resulta cómodo para la
resistencia seguir escondiendo la verdad no descubierta. Este Sí solo posee valor cuando es seguido
por corroboraciones indirectas, cuando el paciente produce recuerdos nuevos que complementan y
amplían las construcciones.
El No es menos usado; exterioriza una resistencia que es provocada por el contenido de las
construcciones que se le han comunicado, pero, que puede provenir de otro factor de la situación
analítica, por lo tanto, el No, no prueba nada respecto de la construcción. Como toda construcción de
este tipo es incompleta, siempre tenemos que suponer que el analizado no desconoce lo que se le
comunicó sino que su contradicción viene legitimada por el fragmento que todavía no ha descubierto.
La única interpretación segura de un No es aquella donde no es integral; la construcción no se la dicho
todo.
Las exteriorizaciones directas del paciente después de que se le comunicó la construcción, son pocos
los puntos de apoyo para saber si se ha deducido bien o no por eso es tan interesante que existan
variadas indirectas de corroboración, plenamente confiables.
Una confirmación igualmente valiosa es que el analizado responda con una asociación que incluya
algo semejante o análogo al contenido de la construcción. La confirmación se filtra en la contradicción
directa con ayuda de una operación fallida.
Si la construcción es falsa, no modifica nada en el paciente, pero si es correcta, o aporta alguna
aproximación a la verdad, él reacciona frente a ella con un evidente empeoramiento de sus síntomas
o de su estado general.
Cada construcción la consideramos apenas una conjetura, que aguarda a ser examinada, confirmada
o desmentida. No demandamos al paciente un asentamiento inmediato.
El camino que parte de la construcción del analista debía terminar en el recuerdo del analizado. Pero
es frecuente que no se consigue llevar al paciente hasta el recuerdo de lo reprimido; en su lugar, si el
análisis ha sido correcto, uno alcanza una convicción cierta sobre la verdad de la construcción, que en
lo terapéutico tiene el mismo valor que un recuerdo superado.
La pulsión emergente de lo reprimido, que se puso en movimiento al comunicar la construcción, había
querido transportar hasta la conciencia aquellas huellas mnémicas importantes, pero la resistencia
habría conseguido, no atajar el movimiento, pero sí desplazarlo sobre objeto vecinos circunstanciales.
Aquí está el ejemplo de que venían, en un paciente, vívidos recuerdos, calificados como hipernítidos
pero en forma de detalles, como algunos rostros. Aquí, es posible llamar “alucinación”, sobre esos
recuerdos hipernítidos; esta analogía cobró importancia con la ocasional ocurrencia de efectivas
alucinaciones, pero de psicóticos, donde la ilación de pensamientos, podría tener un carácter universal
(la alucinación), donde dentro de ella retorne algo vivencia en la edad temprana y olvidado luego, es
decir, algo que el niño oyó o vio en aquella época donde apenas era capaz de lenguaje y que, ahora,
se esfuerza por aparecer en la conciencia pero de manera desfigurada y desplazado. Quizás, las
formaciones delirantes no sean tan independientes de la pulsión emergente de la inconsciente y del
retorno de lo reprimido.
El mecanismo de una formación delirante tiene dos factores: extrañamiento de la realidad y la
influencia del cumplimiento de deseo sobre el contenido del delirio. Entonces surge la pregunta de que
si, ¿la pulsión emergente de lo reprimido puede aprovecharse del extrañamiento de la realidad objetiva
para imponer su contenido en la conciencia, donde las resistencias tuviesen en la responsabilidad de
desfiguración (dislocación) y desplazamiento (descentramiento) de lo vuelto a recordar?
Lo esencial es la afirmación de que no solo hay un método en la locura, sino que esta también contiene
un fragmento de verdad histórico-vivencial, lo que nos lleva a suponer que la creencia compulsiva que
halla el delirio cobra su fuerza en una fuente infantil.
Las formaciones delirantes son equivalentes de las construcciones que nosotros edificamos en los
tratamientos analíticos, es decir, unos intentos de explicar y de restaurar un fragmento de realidad
objetiva, en el presente, en los pacientes que lo desmienten en la temprana prehistoria. Nuestra
construcción produce un efecto por restituir un fragmento de biografía del pasado, así como también
el delirio debe su fuerza de convicción a la parte de la verdad histórico-vivencial que pone en el lugar
de la realidad rechazada. Entonces, lo que era exclusivo de la histeria, ahora lo es también para el
delirio, vale decir, que el enfermo sufre por sus reminiscencias.

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