Вы находитесь на странице: 1из 6

ÉTICA DE LA CONVICCIÓN

Puede parecer muy pedante el pretender analizar la realidad de la oposición


venezolana a la luz de teorías políticas o filosóficas. Estarían fuera de lugar
planteamientos eruditos y citas enjundiosas. Pero ocurre que la teoría es
imprescindible para la comprensión de la praxis y que mentes esclarecidas han
analizado problemas que son recurrentes desde que el hombre vive en
sociedad. Por eso recurrimos a Max Weber, quien en 1919 enunció su célebre
distinción entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad” como las
dos máximas de conducta bajo las cuales los hombres pueden actuar en política.
Decía Weber que hay una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una
ética de la convicción, es decir con fundamento esencial en los principios y valores
o según la ética de la responsabilidad, que ordena tomar en cuenta las
consecuencias previsibles cada acción.

Se preguntará el lector qué tiene que ver este planteamiento con la división de las
fuerzas opositoras en Venezuela. A ver:

Quienes desde el mes de febrero propiciaron la tesis que se ha denominado “La


Salida”, la fundamentaron en la profunda convicción de que el régimen imperante
es una dictadura en lo político y un desastre en lo socio-económico y que, por lo
tanto, no podía esperarse el vencimiento de los lapsos constitucionales y que debía
exigirse en la calle, la puesta en marcha de los diferentes mecanismo que la propia
Carta Magna establece: La renuncia, la Asamblea Constituyente o el referéndum
consultivo. Esta posición ha sido calificada por quienes la adversan, como
“voluntarista” y por algunos como “aventurera”.

Lo que podríamos llamar el “oficialismo” de la MUD, encabezado por su entonces


Secretario Ejecutivo, Ramón Guillermo Aveledo, asumió la ética de la
responsabilidad, considerando que el criterio último para determinar el rumbo de la
oposición, había de fundamentarse en la consecuencia de la acción y especialmente
en sus posibilidades de éxito. Sostuvieron la pertinencia del diálogo con el gobierno.
Algunos sectores “radicales” tacharon de débil y hasta de “colaboracionista” esta
posición.

Sin embargo, y a pesar de la diatriba, aquí tenemos una primera observación


positiva: Ambas partes partieron, tal vez sin darse cuenta, de una visión ética de la
política que contrasta con el accionar del chavismo totalmente desligado de
cualquier referencia principista. Descubrimos entonces un punto a favor de las dos
tendencias opositoras y recordemos además que para Weber una y otra ética no se
excluyen, o que conducirse según las propias convicciones sea equivalente a la falta
de responsabilidad, o al revés, que actuar responsablemente signifique claudicar de
los principios en los que uno cree, sino que dependiendo de la esfera de actuación
de los individuos, debe prevalecer la una sobre la otra, en razón de las
consecuencias que se provoquen con nuestros actos.

El duro precio que se pagó en la calle, cuya responsabilidad es únicamente de un


gobierno represivo y que niega los más elementales derechos humanos, no condujo
a la salida de Maduro. Punto a favor de Aveledo y de Capriles, pensará el lector.
Pero no es así. Responsabilidad quiere decir que uno asume las consecuencias de
sus acciones y la ética de la responsabilidad se vincula con la ética del éxito: las
acciones políticas se valoran con base en el éxito que logran y nadie, en su sano
juicio, puede pensar que la política del Diálogo fue exitosa.

La verdad es que ambas estrategias, una basada en las convicciones y la otra


fundamentada en la responsabilidad, fracasaron, muy posiblemente porque fueron
la expresión de una división totalmente ajena a los deseos del pueblo opositor. Lo
que corresponde entonces es dejar de denunciar los defectos de la tesis contraria
o de justificar los errores y dedicarse a buscar una estrategia común que trate de
sintetizar ambas posiciones, lo que significa discutir y que ambos lados deban
ceder. La libertad de Leopoldo López, de Ceballos y Scarano y de todos los presos
políticos, así como el fin de los juicios inconstitucionales que se le siguen a miles de
estudiantes, constituyen un primero y obligatorio terreno de entendimiento.
Algunos de los que sostuvieron “La Salida” plantean ahora la convocatoria a una
Asamblea Constituyente. Nos sumamos a quienes piensan que esa propuesta
presenta grandes debilidades. María Corina Machado propone la realización de un
Congreso Ciudadano, iniciativa que parece excelente siempre y cuando se lleve a
cabo con la mayor amplitud y transparencia. Se equivocan quienes descalifican a
priori esta convocatoria y rehúsan la discusión. Decir que este mecanismo “no
conduce a ninguna parte” es una profecía auto-cumplida que niega el valor de
la discusión y de la confrontación de ideas. Pero más importantes que el Congreso
mismo, son las estrategias y objetivos que puedan surgir en ese foro abierto.

La tendencia “dialogante”, para darle algún nombre, no plantea alternativa, salvo la


renuncia de Ramón Guillermo Aveledo y Ramón José Medina, que es consecuencia
del fracaso de su propuesta y que les honra, aunque no lo verbalicen así, al asumir
su responsabilidad.

Quienes integran esta tendencia deben al país algo más que un deslinde estéril o la
idea simplista de que la oposición tiene que dedicarse “a crecer” exponencialmente
para superar el ventajismo, la trampa, la corrupción y el cerco comunicacional y
poco hacen para que ello ocurra.

Para concluir, una última referencia a Max Weber, quien, en La política como
vocación, parecía escribir en 1920 para la Venezuela de hoy, cuando dijo que la
vanidad, la necesidad de sentirse el centro de todo, conduce al político a cometer
dos pecados mortales: dejar de lado el compromiso con una causa y perder el
sentido de la responsabilidad. Requieren, quienes se dedican a este noble y
denigrado oficio, alcanzar la síntesis entre una fuerte pasión y un frío sentido de las
proporciones.

Abundan las apelaciones a la responsabilidad de los políticos y los columnistas más


doctos acompañan sus análisis con la inevitable mención a Max Weber. Es
comprensible porque la contraposición web-eriana entre la ética de la convicción y
la ética de la responsabilidad se ha hecho justamente famosa para pensar las
complicadas relaciones entre ética y política. Conviene notar, sin embargo, el uso
polémico que generalmente se hace de esta distinción. Quienes recuerdan la
tipología de Weber no solo sostienen la superioridad de la ética de la
responsabilidad, sino que utilizan la expresión “ética de la convicción” como una
etiqueta reprobatoria. El político que se guía por esta aparece como un ingenuo, o
en el peor de los casos un fanático, obsesionado por la pureza de sus ideales, pero
ciego a la complejidad de lo real e incapaz de atender a las consecuencias de sus
actos. La ética de la convicción sería la pauta de conducta del político irresponsable;
el buen político, por el contrario, solo puede adoptar la ética de la responsabilidad.

El uso polémico acaba por convertir la distinción de Weber en un cliché que


simplifica indebidamente las densas páginas finales de Politik als Beruf , donde traza
el contraste entre las dos éticas. Una lectura atenta ofrece motivos para poner en
duda el cliché. Por ejemplo, inmediatamente después de formular por primera vez
la distinción, Weber nos previene contra el malentendido al que pueden dar lugar
ambas etiquetas: “No es que la ética de la convicción sea idéntica a la falta de
responsabilidad o la ética de la responsabilidad a la falta de convicción. No se trata
en absoluto de esto.” Y, al cerrar la discusión, Weber deja claro que no cabe
determinar si debemos obrar de acuerdo con una u otra ética: “No se puede
prescribir a nadie si hay que actuar según la ética de la convicción o según la ética
de la responsabilidad, o cuándo según una y cuándo según la otra.” Weber no
parece suscribir que estamos ante una ética buena y otra mala, por así decir, ni da
por sentado la superioridad de una sobre otra.

El texto de La política como vocación (o como profesión) es una versión más


extensa de la conferencia que pronunció Weber ante una asociación de estudiantes
en el Múnich revolucionario de 1919. Tras el armisticio, las circunstancias no podían
ser más convulsas en una Alemania derrotada y desgarrada por el conflicto civil.
Días antes de la conferencia los líderes espartaquistas Luxemburg y Liebknecht
habían sido asesinados en Berlín durante la segunda intentona revolucionaria y en
Múnich se había proclamado la República soviética de Baviera. Muchos estudiantes
e intelectuales conocidos de Weber tomaban parte en las actividades
revolucionarias. Las páginas finales van dirigidas a ese público estudiantil y el texto
conservan la viveza y el apasionamiento con los que Weber interpela a su audiencia.
Weber culmina su reflexión sobre el político de vocación, el que vive para la política
y no solo de la política, abordando el sentido moral de esa vocación.
Facultad de Ciencias Económicas

Ética

Tema:

Ética de la Convicción

INTEGRANTES: CARNÉ:
Dorian Iván De León Paz 15819-16
Rolando Gonzales Alvarado 15164-16
Amílcar Noé Rodríguez Alvarado 15198-16

Quetzaltenango, 12 de octubre de 2019

Вам также может понравиться