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La esclavitud en España entre los siglos XV y XVI

En España, como en resto del mundo, la esclavitud ha existido siempre y existe


hoy, aunque hoy los esclavos votan.
Pero parece interesante, al menos al autor de estas líneas, internarse en el asunto
centrándonos en el momento álgido de la reunificación de España por parte de los Reyes
Católicos y en el reinado de los Austrias, desgajando la cuestión en lo tocante a tiempos
anteriores y posteriores, a los que se dedica otros capítulos específicos, y no por
casualidad, como se verá en el desarrollo de la cuestión.
Es cuestión demostrada históricamente por documentos fehacientes de la época,
que en el siglo XI, por ejemplo, existían en Barcelona tanto esclavos sarracenos como
mercaderes de esclavos, del mismo modo que existen documentos de manumisión por
los cuales se puede decir que el esclavo tenía posibilidades de pagarse su propia libertad
mediante el abono de unas cantidades estipuladas con su amo, que normalmente eran
muy superiores a las que se pagaban por la adquisición de un esclavo.
Estamos hablando del siglo XI… pero podíamos haber empezado a hablar del
asunto bastante antes… o bastante después. Valgan estos apuntes para señalar que ese
mercado de esclavos de Barcelona, como el de Sevilla, Lisboa o Cádiz por ejemplo, se
desarrolló de forma muy especial en el siglo XIV, tiempo en que todos esos puertos
desarrollaron su comercio con el norte africano, con el que se intercambiaba todo tipo
de productos…y de esclavos.
Tan es así que se generó una legislación específica que impedía el comercio de
esclavos de origen griego, si bien el conflicto por los esclavos de este origen
permaneció vigente, y ya a finales del siglo XIV se aplicó la instrucción papal de
Urbano V por la que se estipulaba la liberación de los esclavos griegos, aunque
finalmente, Martín I de Aragón, “el Humano”, acabó revocando todos los privilegios
que habían sido otorgados a estos esclavos.
Pero no sólo generaban conflictos los esclavos griegos, ya que la legislación
protegía los intereses de aquellos esclavos que pudiesen acreditar la injusticia de su
situación.

Un esclavo que hubiese sido declarado de buena guerra y, posteriormente,


reclamase libertad y la ganase por derecho, no podría disfrutar de la libertad
hasta haber satisfecho el precio pagado por su dueño cuando lo adquirió,
incluyendo los gastos del proceso, ya que la primera declaración habría sido
fraudulenta. Si no podía hacer frente al pago, debería servir a su propietario
durante un tiempo arbitrado por el baile o por dos prohombres elegidos por el
consejo de la ciudad e, incluso, podría ser vendido por su dueño a terceros
siempre y cuando quedase garantizada su libertad una vez expirado el período
de servicio. (Armenteros 2012)

Los conflictos generados en Barcelona como consecuencia del mantenimiento de


estos esclavos llegaron al enfrentamiento entre las autoridades civiles y el obispo de
turno, destacando el enfrentamiento que en 1400 tuvo lugar entre el obispo Ramón
Escales y el consistorio, que acabó llamando al orden al obispo, que hizo caso omiso, lo
que llevó a una espiral de enfrentamientos que acabó con la ejecución de un esclavo
griego que había buscado refugio en el entorno del obispo.
Ya en el siglo XV, en 1424, Barcelona

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contaba con una población esclava de entre 3.500 y 5.000 individuos sobre
una demografía total que se movía entre los 35.000 y los 40.000 habitantes.
(Armenteros 2012:313)

Estamos hablando del 10% de la población, de Barcelona, sí, pero nos sirve de
ejemplo que podemos extrapolar al menos a otros puertos como los citados, y debemos
tener en cuenta que esta situación era consecuencia de otras actuaciones anteriores,
como puede ser la negativa de los jornaleros libres a emplearse en determinadas
actuaciones por las más variadas circunstancias: mala remuneración, abusos de los
contratadores…
¿Y qué procedencia tenían esos esclavos? Por las circunstancias del momento se
puede inferir que los esclavos sarracenos, existiendo, no constituían la totalidad de la
fuerza esclava. Debemos considerar que en estos momentos la presencia musulmana se
circunscribía al reino de Granada, que pagaba parias al reino de Castilla, y en esa
situación, las grandes campañas militares, principales suministradoras de mano de obra
esclava, habían dejado de existir, por lo que un alto porcentaje de los esclavos procedían
del oriente mediterráneo.

Es probable que las bailías de Valencia y Barcelona acometieran un doble


papel como centros de expedición de certificados de buena guerra en la
Corona de Aragón. Mientras que Barcelona, por su situación geográfica,
tendría más fácil acceso a los esclavos que procedían del Mediterráneo
oriental y central, redistribuyéndolos, luego, a otros puertos ibéricos y
baleáricos, Valencia, por las mismas razones, dispondría de una mayor
capacidad de absorción de esclavos sarracenos ibéricos y magrebíes, primero,
y negros subsaharianos, después, especialmente desde la década de 1470.
(Armenteros 2012: 318)

En este primer cuarto de siglo XV, ya llevaba Portugal décadas dedicando sus
esfuerzos para llegar al extremo Oriente fuera del control de los turcos. A punto de
entrar en el siglo XV, en 1400, las expediciones marítimas portuguesas, que se estaban
impulsando tras haber acabado con su parte de reconquista peninsular, no iban más allá
del cabo de No, que se tenía como el fin del mundo. El Infante D. Enrique de Portugal,
que pretendía llegar a la India, lo sobrepasó y llegó hasta el que acabó denominándose
cabo de Bojador por lo mucho que debían bogar para no acabar en las escolleras, no
atreviéndose a adentrarse en el mar.
En este mismo tiempo, en 1400, Juan de Betancor conquistó para la Castilla de
Enrique III las Islas Canarias (Hierro, Fuerteventura y Lanzarote), y en 1407, el sobrino
de Juan de Betancor, Maciot Betancor, conquistó la Gomera al servicio de Juan II,
aunque posteriormente vendió sus derechos de conquista a Portugal.

En estos tiempos se sacaban esclavos canarios que eran enviados a Sevilla


(Las Casas. Africa. 26)

En 1424 Alfonso V de Portugal atacó las islas, y en 1450, hizo una nueva
incursión. En 1452 se reclamó a Portugal por estas actuaciones.
El cuatro de septiembre de 1479 se firma la paz de Alcazobas. Con ella acabaron
las pretensiones portuguesas sobre las Islas Canarias, en las que la protección personal
de la Reina Isabel declaraba que los canarios no podían ser reducidos a esclavitud.
Pero si Portugal abandonaba sus pretensiones sobre las Islas Canarias, Castilla
hacía lo propio sobre la costa africana, reconociendo el monopolio portugués

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sobre el tráfico de Guinea siendo que en este tiempo las naves portuguesas
habían avanzado considerablemente en la exploración de la costa atlántica; en 1434
llegaron hasta cabo Blanco; en 1444 cautivaron un número importante de africanos, que
fue enviado a la Península, y allí, repartido; en 1446 descubrieron Guinea, Cabo Verde y
Azores.
Pero si por el Atlántico iba avanzando la Cristiandad, por el Mediterráneo iba
retrocediendo, siendo que el año 1453 caía Constantinopla, la esplendorosa capital del
Imperio Romano de Oriente, en poder de los turcos.
Este tremendo hecho tuvo como consecuencia económica y comercial el cese del
tráfico de esclavos procedente del oriente Mediterráneo, que se cerraba para muchas
cosas, y específicamente para las expectativas comerciales de la Europa cristiana.
Con esas circunstancias apremiantes, Juan II de Portugal tenía la obstinación de
llegar a la India como alternativa a los flujos comerciales que con las actividades de los
turcos ya venían sufriendo restricciones, para lo cual como paso previo en su viaje a
Oriente, y como base de aprovisionamiento, comenzó tomando posesión de Guinea en
1481.
Por el Tratado de Alcazobas, Portugal se reservaba el derecho de navegación a
partir del cabo Bojador, y la corona de Castilla efectuaba ataques al enemigo secular, en
las costas de Berbería, donde esos hostigamientos, que en principio pudieron servir
como paso previo para terminar la Reconquista con la incorporación de la Hispania
Tingitana, se quedaron en ser la principal fuente de esclavos, y como consecuencia del
descubrimiento de América, se quedaría en eso.
Como consecuencia del citado tratado, fue construida una fortaleza en la costa
africana, Santa Cruz de la Mar Pequeña, a partir de la cual debía gestionarse el comercio
castellano con África.
El reconocimiento internacional al tratado de Alcazobas sería sancionado por la
bula papal Inter Caetera de 1493, momento en el que Portugal da comienzo a la
construcción de fortalezas y depósitos de esclavos en la costa africana, cuya posesión
queda nuevamente ratificada el siete de junio de 1494 con la firma del Tratado de
Tordesillas, por el que Castilla y Portugal se repartían las zonas de descubrimiento y
conquista, quedando África y todo lo comprendido hasta 370 leguas al oeste de Cabo
Verde bajo la dependencia de Portugal.
Este hecho dio lugar a que la corona portuguesa pudiese constituir un monopolio
sobre la trata de esclavos, del que haría uso librando las correspondientes licencias a los
traficantes.
El crecimiento del tráfico esclavista, directamente relacionado con el desarrollo
de la industria azucarera hizo incrementar el tráfico de esclavos en los distintos puertos
españoles, aspecto que se vio favorecido por las necesidades de atraer nueva población
para cubrir las bajas producidas por la peste que se padeció en el último cuarto de siglo
XV.

entre 1479 y 1516, Sevilla absorbió nada menos que 3.173 esclavos, que
Málaga hizo lo propio con otros 3.576 cautivos entre 1489 y 1538, y que
Valencia, el paradigma por excelencia, superó los siete millares en tan solo 28
años. Y todas estas cifras frente a los 1.237 esclavos y libertos –o 1.101
cautivos, si se prefiere– de la Barcelona de 1479-1516. (Armenteros 2012)

Pero el desarrollo del tráfico esclavista aportaría una nueva percepción de la


imagen del esclavo, que a lo largo de las siguientes décadas recaería principalmente en
personas de raza negra.

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El 8 de abril de 1483, …/… la notaría de Joan Mateu registró, por vez
primera, la venta de un esclavo guineano procedente de la trata atlántica,
vendido por el tarraconense de Reus Lluís Cerdà a Joan Ferrer de Busquets,
mercader de Barcelona, quien desembolsó las 34 libras en las que fuera
valorado Joan, de unos 22 años de edad (Armenteros 2012: 409)

La nueva situación que presentaba el abandono del Mediterráneo oriental con la


caída de Constantinopla, unido a la definitiva toma del reino de Granada por parte de los
Reyes Católicos y la actividad portuguesa en África, son los responsables de la imagen
de esclavo que ha llegado al imaginario colectivo en nuestros días, cuando al escuchar
el adjetivo de esclavo inmediatamente pensamos en una persona negra. Pero es evidente
que ese pensamiento es erróneo.
Ciertamente, a partir de este momento el número de personas negras que
atravesó el océano para servir como esclavos es alarmantemente elevado, pero no eran
las únicas personas esclavizadas, ni el trato era igual en todas partes; tan es así que si en
1483 se tiene el primer registro de un guineano esclavo en Barcelona, también es cierto
que antes de finalizar el siglo también existía un buen número de esclavos negros
manumitidos. De la esclavización del mundo árabe hablamos en capítulo aparte… y de
la esclavización de ingleses e irlandeses por parte de la corona británica, también
hablaremos en capítulo aparte.
Lo que resulta evidente es que el desarrollo del comercio, base principal que
figura en el argumentario británico para la creación de su imperio, fue en sí el motivo
principal del masivo transporte de seres humanos de un lado a otro del Atlántico en los
siglos XVIII y XIX. Si bien la responsabilidad de ese mercado es general y gradual,
habrá que determinar qué grado de responsabilidad tiene cada quién. Habrá que
determinar quién, cuándo y como impuso como derecho cuasi-humano el del libre
comercio y quién, basándose en las leyes del mercado, sacó absolutamente de contexto
la trata que, con todas las condenas que se quiera, y que se merece, se mantuvo durante
siglos en unos niveles de microeconomía en los que, además, los esclavos no perdían su
esperanza de libertad, que con frecuencia alcanzaban tanto en la Roma Imperial como
en las Españas.
Con esa concepción de la esclavitud llegaron los primeros esclavos a la América
acompañando a sus amos. Todos ellos, moros y negros, esclavos domésticos, sujetos a
una condición de siervo más que de esclavo, de acuerdo con el Código de las Siete
Partidas, que era el legalmente aplicado, eran acompañantes necesarios, y como tales
también fueron conquistadores.
Y no es extraño que en esos momentos hubiese esclavos moros cuando la guerra
para la Reconquista de Granada estaba en pleno desarrollo, lo que inexcusablemente
ocasionaba crecimiento en la población esclava por ambas partes, ya que ambas partes
utilizaban los mismos métodos al respecto.

En Zahara, por ejemplo, en 1481, fueron muertos o cautivados cerca de 160


cristianos, mientras que en Alhama, al año siguiente, de tres a 4.000
sarracenos perdieron la libertad, la mayoría mujeres y niños. Las noticias que
conocemos sobre este tipo de actuaciones son numerosas, pero es relevante
que, junto a ellas, las cabalgadas contra territorio norteafricano –unas 70
incursiones registradas tan solo entre octubre de 1482 y mayo de 1486–
continuaran sirviendo como fuente alternativa y complementaria para la
obtención de cautivos. (Armenteros 2012: 272)

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Era lo normal. De ahí las incursiones de navíos berberiscos en las costas,
especialmente en la costa mediterránea, donde hasta la expulsión de los moriscos en
1609 tuvo especial significado, y fue la principal causa que posibilitó la aprobación de
la expulsión, ya que eran los moriscos residentes en España los quintacolumnistas de las
expediciones que el mundo musulmán lanzaba para la caza de esclavos en España.
Y en esa normalidad, tomada que fue definitivamente Granada, la ciudad
conoció un importante desarrollo en el mercado de esclavos, pasando a ser los de raza
negra la parte principal del mismo, ocupando un segundo lugar los esclavos
musulmanes.
Iniciada la conquista de América, y mientras se dilucidaba el carácter de sus
habitantes, alguno de éstos acabó también en el tráfico de esclavos, en parte como
consecuencia de la escasez de recursos que en principio generaron los nuevos
descubrimientos, que habían visto truncado el objetivo de llegar a la India, y que como
medio de justificar la empresa, parece que Colón intentó convencer a los Reyes
Católicos para que tomase las Indias como fuente de esclavos, de donde se comprometía
a extraer un número que anualmente no fuese inferior a los cuatro mil.
Y dio comienzo a la caza de esclavos, lo que ocasionó uno de los momentos más
tristes y negativos de la Conquista, que generó la lógica rebelión de los naturales a la
que siguió un importante número de víctimas.

Este hecho, a su vez, condujo a la espontánea decisión de muchos nativos de


huir a las montañas. Esta «rebelión», como la llamaron equivocadamente,
condujo a que Colón apresara a unas 1.660 «almas entre machos y hembras»,
tal como lo expresó Miguel Cuneo, de las que 550 fueron enviadas a Castilla,
voluntariamente o forzadas, en la segunda flota que al mando de Antonio de
Torres partió de La Isabela el 24 de febrero de 1495. La trata de esclavos
comenzó así en dirección oeste este, no desde África, sino desde el Caribe a
Europa. (Thomas, el imperio español)

Y este hecho, convenientemente engordado por la mente calenturienta de Fray


Bartolomé de las Casas, es el argumentario de las campañas que, principalmente a partir
de la traición de Antonio Pérez a Felipe II, conforman la leyenda negra contra España.
Es el caso que con la premisas anteriormente señaladas de Colón, y con esta
actuación luctuosa, se comenzó a enviar esclavos que entraban en la península por los
puertos andaluces, ya que no en vano, la tradición esclavista tenía un largo recorrido en
estas tierras; en Andalucía se comerciaba con bereberes y eslavos desde hacía mucho
tiempo, y últimamente también con canarios, aunque en este último caso el número de
esclavizados fue escaso.
En un principio todo parecía normal, y con la anuencia explícita de la Corona
se comenzó con la operación, pero en breve todo sería de otro modo.

La venta de estos esclavos (los traídos por Colón) fue explícitamente


autorizada en un primer momento por los Reyes Católicos en una carta escrita
el 12 de abril de 1495, donde éstos sugieren la venta de varios cautivos en
Andalucía. Curiosamente, cuatro días después es despachada una carta que
suspende la venta de indios esclavos hasta conocer la opinión de los letrados,
teólogos y canonistas, lo que resulta muy curiosa, considerando que la
esclavitud estaba plenamente inserta en la sociedad española, tal como lo
entendió Colón a su llegada. Esto marca el principio de lo que sería una larga
discusión sobre la licitud de la esclavitud en América y muestra por parte de
los Reyes Católicos un espíritu de justicia, aunque limitado. (Arce 2013: 37)

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Y es que, como venimos señalando, la esclavitud era una realidad cotidiana
admitida por todos como un hecho natural. Lo curioso es que fuese justamente la
Corona la que se cuestionase el asunto. ¿Qué pudo influir en ello?... Muy
probablemente las opiniones del benedictino Bernat Boïl, que en 1493 acompañó a
Colón como representante de la Inquisición. Y por supuesto, de esa actuación no podía
andar muy lejos el Cardenal Cisneros, quién acabaría siendo, entre otras cosas,
Inquisidor General de la Corona de Castilla en 1507.
Pero Colón no acabó de creerse la política de la Corona en lo tocante a la
esclavización, por lo que cuatro años después seguía obstinado en su voluntad de
esclavizar, desoyendo las instrucciones reales.
Su obcecación acabaría reportándole ser depuesto del cargo y encadenado ser
trasladado a la Península, donde la Reina le libraría de las cadenas.
Sólo un año antes de proceder al cese y reclusión de Cristóbal Colón, el 16 de
abril de 1496, los monarcas le enviaron otra carta a Juan Rodríguez de Fonseca, a la
sazón responsable de las tareas de Conquista, para que pospusiera la venta de esclavos:

Nos querríamos informarnos de letrados, teólogos e canonistas si con buena


conciencia se pueden vender éstos [esclavos] por solo vos o no; y esto no se
puede facer fasta que veamos las carta s que el Almirante nos escriba [...] y
[que] tiene Torres que non las envió; por ende en las ventas que fíciéredes
destos indios sufincad [se afirme] el dinero dellos por algún breve término,
porque en este tiempo nosotros sepamos si los podemos vender o no, e no
paguen cosa alguna los que los compraren, pero los que los compraren no
sepan cosa desto; y faced a Torres que dé priesa en su venida e que si se ha de
detener algún día allá que nos envíe las cartas. (Thomas, el imperio español)

Pero Colón, que arrastraba un enfrentamiento personal con el obispo Fonseca


con motivo de las permanentes discrepancias que éste tenía con las actuaciones relativas
al gobierno de La Española, no prestaba oídos a lo que éste le transmitía.
No sería la esclavitud el destino de los indios, ya que el 29 de junio de 1500 la
Reina Isabel ordenó, mediante cédula expedida al efecto, poner en libertad a todos los
indios vendidos hasta ese momento en España, que tendrían que
regresar a La Española en la flota de Francisco de Bobadilla, encargado a
su vez de apresar a Cristóbal Colón.
Pero si la esclavitud de los indios estaba claramente señalado que no iba a
producirse, curiosamente no era extensiva esa medida al resto completo de la
humanidad. Tan es así que en esas fechas se calcula que existía en la Península del
orden de cien mil personas sometidas a esclavitud, dato que debemos complementar con
el número de habitantes total edn ese momento, que se estima conforme al siguiente
cuadro:
Corona de Castilla…………………4.200.000
Corona de Aragón………………… 850.000
Reino de Portugal………………….1.000.000
Reino de Granada…………………. 300.000
Reino de Navarra………………….. 120.000

Y pasarían pocos años cuando el año 1510 pasó a ser legal el envío de esclavos
negros a América. Siete años después, en 1517, el gerónimo Fray Bernardino
Manzanedo, que era enviado por el Cardenal Cisneros a La Española para intentar
reconducir la precaria administración, informaba de la necesidad de importar negros
ante la también precaria población de la isla.

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Pero no serían los primeros negros que llegasen a la isla, porque ya en 1501
llegaron los primeros acompañando a sus amos conquistadores.

Los negros esclavos fueron casi siempre compañeros de aventura de los


descubridores y conquistadores –Ovando, Cortés, Pizarro, Núñez Cabeza de
Vaca, etc.–, desempeñando a veces funciones relevantes. En las Instrucciones
dadas en 1501 por los Reyes Católicos al gobernador Nicolás de Ovando, se
prohibía el paso a las Indias de judíos y moros, pero se autorizaba el ingreso
de negros esclavos, con tal de que fuesen nacidos en poder de cristianos.
(Iraburu 2003: 176)

No eran sólo los conquistadores quienes atravesaban el Océano acompañados de


esclavos. Los funcionarios, tanto los reales como los eclesiásticos, también iban en
muchas ocasiones acompañados de esclavos, como es el caso de Pedro Antonio de
Arenaza y Gárate, inquisidor que fue de Lima entre 1744 y 1751.

permisos para pasar a las Indias con un número de esclavos que


fluctuaba entre tres y ocho se les dio a casi todos los funcionarios
nombrados por el Consejo [de Indias] en el siglo XVI: virreyes,
gobernadores, oidores, contadores, fundidores, así como a las
dignidades eclesiásticas y hasta los simples párrocos». Estos negros de
que hablamos ahora venían a ser criados, hombres a veces de mucha
confianza de sus señores. El arzobispado de Sevilla, por ejemplo, tenía
un gran número de estos esclavos, y también los tenían en las Indias los
religiosos, a veces en gran número, como los jesuitas. (Iraburu 2003:
176)

Cuando fue autorizada la importación de negros, la Corona impuso una serie de


condiciones, entre las que destacaba que los esclavos transportados no fuesen
musulmanes, y cuando fuesen negros, que fuesen nacidos en España, cristianizados, o
en el peor de los casos, sólo cristianizados, lo que conllevó fraude al procederse, en no
pocas ocasiones, a bautizarlos en el trayecto, sin que mediase previo aprendizaje de la
doctrina.
Parece que en estos momentos todos estimaban que la solución a la mano de
obra en América se encontraba en la importación de mano de obra esclava ya que, de
conformidad con la legislación que por momentos se estaba generando, el indio no
podía ser forzado a trabajar, y la voluntad de los indios no parecía estar por someterse a
un régimen laboral como el que se estaba implantando en esos momentos. Y a todo ello
se añadía la peculiar condición de los africanos, que les hacía más resistentes al trabajo
que los indios, y más resistentes a las enfermedades que los españoles a las
enfermedades tropicales y que los indios a las enfermedades aportadas por los
españoles.
Tras haber tomado la determinación de transportar esclavos negros había que
solventar cómo hacerlo, porque los negreros portugueses no podían acceder a las Indias
españolas, pero eran los únicos que podían acceder a África Occidental, y al comercio
con las Antillas solo lo podían hacer los castellanos, los traficantes castellanos debían
adquirir los esclavos a los negreros portugueses.
Y como estas transacciones debían hacerse en Sevilla o Cádiz, los embarques
portugueses de esclavos debían ir desde las costas africanas hasta Sevilla o Cádiz para
que negreros españoles compraran allí los esclavos, cumplieran con el correspondiente

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pago de impuestos de exportación, y posteriormente pudieran dirigirse hacia las
Antillas.
Estaba también por calibrar la influencia que pudiese tener el Islam en los negros
importados, tanto como su predisposición a la insubordinación, por lo que no todos los
negros que eran aportados por los traficantes resultaban válidos conforme a lo
estipulado por la legislación española, que disponía que solamente se llevasen a las
Indias esclavos procedentes de las tierras de Angola y de Guinea, pero los traficantes
incumplieron estas disposiciones e introdujeron esclavos de todas las regiones africanas.

Por su propensión a la insubordinación y tendencias musulmanas en 1532 se


prohibió la importación de negros «gelofes» (Wolol) de Guinea exclusión que
en la práctica no se llevó a efecto. En cambio durante todo el siglo XVII
existió una preferencia por los llamados “negros de Guinea”, procedentes de la
región situada entre los ríos Níger y Senegal, estimados por su laboriosidad,
alegría y adaptabilidad. (Gutiérrez, Ildefonso: 194)

Salvado ese escollo, el tráfico se desarrollaría no sólo atendiendo la


demanda existente, sino creando la necesidad de la misma, lo que acarreó,
además, la subida de su precio.

En 1540 el precio de un esclavo estuvo regulado por la Corona en 140 pesos


para la Nueva Granada y Popayán, y en 1564 un navío negrero llegado a
Cartagena los vendió a razón de 162 pesos; por ese entonces, el Cabildo de la
ciudad había tasado la botija de manteca de puerco en un peso y medio. En
1618 un negro valía 180 pesos y el arancel eclesiástico para los vecinos de
Cartagena establecía el estipendio de dos pesos por el entierro de un esclavo.
De 1631 a 1637 encontramos los siguientes precios: 222, 390, 332 pesos por
un esclavo, y 328, 330 pesos por muleques y mulequillos, una madre con su
cría 255 pesos y una esclava bozal loca 60. El valor de un vestido en esos años
para un negro era de cuatro pesos y el Gobernador de Cartagena cobraba de
sueldo anual 2.000. (Gutiérrez, Ildefonso: 205)

Si el negro hablaba español o/y tenía un oficio, subía su precio hasta los 1000
pesos. Por lo general, el precio de la mujer era 1/3 superior al del varón.
Esta situación se daba treinta y un años después de la fundación de Cartagena,
momento desde el que se convirtió en puerto receptor de esclavos africanos, generando
un volumen de negocio de envergadura, animado por el desarrollo de la minería, que
requería el aporte de esta mano de obra esclava.
Un volumen de negocio que se manifestaba en todos los órdenes, propiciando un
rápido crecimiento de la ciudad, donde pronto llegaron las órdenes religiosas para
atender las necesidades tanto de la propia ciudad como de las gentes en tránsito, y entre
ellas, naturalmente, la población esclava, con la que desarrollaron una encomiable labor
humanitaria.
Este arribo de las órdenes religiosas provocó a su vez un nuevo impulso en el
desarrollo urbanístico de la ciudad, con la construcción de diversas edificaciones
destinadas al uso de las órdenes y para la atención de los diversos servicios
humanitarios que prestaban.
Y a su vez, este crecimiento urbanístico y poblacional, generó un espectacular
crecimiento económico que dio lugar a la construcción de nuevos edificios, tanto de
negocio como administrativos y consiguientemente de defensa, siendo que ese
desarrollo que resultaba evidente, además de reclamar la mano de obra que llegaba no
sólo en forma de esclavos africanos, sino de trabajadores libres especializados, se veía

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amenazada por las potencias extranjeras, muy en concreto por sus armadas de piratas,
que a la par de transportar esclavos amenazaban la seguridad de la ciudad.
Pero el arribo de esta mercancía humana, tuvo un precedente anterior en
América. La Corona portuguesa, que como hemos señalado tenía el monopolio de
África, había transportado trabajadores esclavos negros a Brasil.

La importación de esclavos africanos a Brasil fue autorizada, según


parece, en 1549, aunque ya desde 1535 se los podía encontrar
trabajando en las plantaciones de caña de azúcar de Sao Vicente, y en
1570 había miles de ellos empleados en los engenhos azucareros.
(Bethell 1990: Sánchez, 51)

No sólo en Cartagena ocasionó el tráfico de esclavos el desarrollo urbanístico.


También Sevilla notó un incremento sensible, alcanzando a ser en ese momento la
segunda población europea en cuanto a número de habitantes, solamente superada por
París, y en ella existía una notable población negra, con un número importante de
libertos.
Esclavos tenían las principales familias de toda España, siendo que a finales de
siglo se calcula que existían en la península del orden de los sesenta mil, número que
fue progresivamente descendiendo, como así mismo en las provincias insulares, como
es el caso de Sicilia, de donde se tienen datos precisos de los esclavos existentes en
1565, cuando según informa Iván Armenteros en su trabajo sobre la esclavitud en
Barcelona a fines de la Edad Media, Palermo contaba con una población cautiva de 456
esclavos, de los 1os que 118 eran blancos, 115 oliváceos y 223 negros. (Armenteros
2012: 281), mientras que en las provincias americanas se mantuvo el flujo de entrada de
mano de obra esclava, con sus paréntesis.
No obstante, hubo un hecho que provocó un incremento en el comercio de
esclavos: el levantamiento morisco en las Alpujarras en la Navidad de 1568, pero como
queda señalado en el capítulo relativo al tráfico negrero, por estas fechas no podemos
sino señalar la realidad de la esclavitud como sumida en una desaceleración que,
además conoció periodos completos de inactividad en el tráfico, como es el periodo de
1640-1650.

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