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INFLACIÓN ACUMULADA

El gobierno de la inflación: 267,5% en 46 meses.


Análisis y proyecciones 16 de octubre de 2019

RESUMEN EJECUTIVO
 Tras el reciente dato de inflación del mes de septiembre (+5,9%), la suba de precios se
consolida en 53,6% en términos interanuales y alcanza un alza de 267,5% en 46 meses de
gobierno, confirmando en materia inflacionaria uno de los fracasos más importantes del
gobierno y de las políticas con las que se intentó combatir la inflación.
 Todo este proceso no fue inocuo en términos redistributivos. El índice de precios general
fue empujado hacia arriba por los precios regulados como vivienda y transporte y en
segunda instancia, los alimentos. En el otro extremo, perdieron respecto de los demás
rubros, los capítulos de bienes más prescindibles como ropa y calzado, reduciendo
rentabilidad para no perder demasiado mercado.
 Con esto, los hogares de menos ingresos, cuyo gasto se compone del capítulo más
inelásticos como servicios, transporte y alimentos, tuvieron incrementos mayores a los de
la inflación general. Es decir, independientemente de la dinámica de salarios e ingresos, la
variación de precios relativos tuvo efectos regresivos en términos distributivos.
 En el informe se repasan los distintos regímenes con los que se intentó el combato de
la inflación. El esquema de metas de inflación primero, en el que el BCRA fijaba una tasa de
interés y una segunda etapa aún más estricta en la que el objetivo estuvo en mantener las
cantidades de dinero circulante. En ambos casos, el sesgo monetarista dirigió las políticas
contra la inflación. La no consideración de las devaluaciones y las fuertes subas en precios
regulados tornaron ineficaz sus políticas.

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Análisis y proyecciones 16 de octubre de 2019

INTRODUCCIÓN
Al asumir, el gobierno de Mauricio Macri declaraba tener como objetivo prioritario la reducción de la
tasa de inflación, tal como dejaba entrever en conferencias y reportajes varios. Cumplida casi la
totalidad de su mandato, los números muestran que finalmente no era una tarea sencilla, o bien que
la política destinada al combate de la inflación, estaba equivocada.

En esta oportunidad nos proponemos identificar el sesgo ideológico que llevó a la aplicación de
políticas ineficaces para combatir la inflación, no sin antes mostrar un panorama del desenlace al
que estas políticas condujeron, en términos acumulados y distributivos, identificando ganadores y
perdedores.

GANADORES Y PERDEDORES
Tras los casi cuatro años de gobierno del actual presidente los precios al consumidor acumularon
una variación de 267,5%, con inflaciones interanuales por arriba de 50% durante casi todo el año
2019, consolidando niveles de alrededor de 55%, números que los argentinos no vivíamos desde la
salida de la hiperinflación, en 1991.

La dinámica de precios en el periodo, empujada por tarifazos y devaluaciones, no fue inocua en


términos redistributivos. Si bien se presenta a la inflación como la suba generalizada de precios o
la pérdida de poder de compra de la moneda, todo proceso inflacionario suele esconder fuertes

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variaciones de precios relativos y esta vez no fue la excepción, destacándose variaciones de precios
relativos producto de las diversas variaciones por capítulos.

A la cabeza de esta variación estuvieron los servicios regulados, a los que el gobierno dio lugar,
permitiendo aumentos abusivos, favoreciendo la rentabilidad de esos sectores. En primer lugar, los
englobados en el capítulo Vivienda (electricidad, gas y luz), aunque también autorizó aumentos
permanentes en comunicaciones (por ejemplo, telefonía celular), salud (medicina prepaga y
medicamentos) y transporte.

A estos rubros, les siguió el incremento en alimentos y bebidas, que -si bien no se trata de bienes
regulados- las políticas iniciales de desmantelamiento del programa Precios Cuidados y quita de
derechos de exportación, favorecieron su incremento por sobre otros rubros. En el otro extremo,
rubros como los de prendas de vestir y calzado se vieron obligados, en un contexto de crisis
permanente, a reducir márgenes de rentabilidad y subir los precios en menor proporción para no
conservar cuotas de mercado.

Del otro lado, los consumidores tampoco fueron afectados de manera pareja. El índice de precios
al consumidor mide los precios para una canasta que representa un consumidor mediano (decil 4 o
5), pero no capta de igual manera los incrementos de los estratos más altos ni de los deciles más
bajos. Sin embargo, como en el acumulado sobresalen los incrementos en bienes más inelásticos
como son los alimentos, el transporte o la electricidad, mientras que los de menor variación son
bienes más elásticos y de los cuales es posible prescindir (recreación y cultura o vestimenta), el

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efecto de la variación de precios relativos de la inflación, al igual que el de los ingresos, también fue
regresivo.

CRÓNICA DE UN FRACASO
La política contra la inflación ha sido un rotundo fracaso durante todo el periodo de gobierno. El
primer experimento fallido fue el régimen de metas de inflación, en el que mediante la fijación de la
tasa de política monetaria se mantendrían los saldos reales como método para evitar la suba
generalizada de precios. Sin embargo, la devaluación y tarifazos iniciales, realizados en diciembre
de 2015 y a principios de 2016, respectivamente, resultaron en una exacerbada suba del índice de
precios al consumidor mensual en los primeros meses de gobierno, que transitaba un sendero de
variación menor al 2% mensual.

Tras haber cerrado el año 2016 con una inflación de 39,3%, se insistió con las mismas políticas. No
obstante, el INDEC incorporó una medida adicional en su índice de precios: la inflación núcleo que,
no era otra cosa que la medición de la variación de precios de aquellos productos no regulados
(como tarifas de servicios públicos) ni estacionales (como las frutas y verduras). La media móvil de
3 meses de esta inflación fue el caballito de batalla para mostrar que la política monetaria del
gobierno sí era efectiva.

Sin embargo, el gobierno pecó una vez más de ignorar una parte de la biblioteca económica. Lo
cierto es que la inflación (y especialmente su medición núcleo) transitó un sendero descendente

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tras tener por varios meses un tipo de cambio estable a fuerza del endeudamiento más grande de
la historia en un solo año. El ingreso de divisas por esa vía evitó fuertes subas en los precios de los
productos transables. A eso se le añadió cierta moderación en los tarifazos hasta después de
transcurridas las elecciones legislativas de medio término. Con todo, el año 2017 finalizó con una
inflación de 24,8%.

Sin embargo, lo que resulta evidente es que esa baja de 15 puntos se explicaba casi exclusivamente
por la contención cambiaria. En el siguiente gráfico se puede observar el sendero de la media móvil
de la inflación núcleo y el promedio del tipo de cambio mensual.

Resulta evidente que los meses de calma o leve baja inflacionaria pueden ser explicados por la pax
cambiaria y que, finalizada esta, la inflación núcleo también se disparó.

En el año 2018 se puso fin al régimen de metas de inflación y se transitaron meses de una
turbulencia financiera tal que el objetivo anti-inflacionario parecía haber perdido su lugar en el sitial
de las prioridades ofiaciales. Sin embargo, tras la asunción de Guido Sandleris al frente de la entidad
monetaria se optó por un estricto régimen de control de las cantidades de dinero como nuevo
método para reducir la inflación.

Como todo el periodo de gobierno, el dogmatismo ideológico sesgó la política de control de precios
del poder ejecutivo tornándola ineficaz por enésima vez. Con el control de la base monetaria, las
variaciones interanuales de esta mostraban variaciones cada vez más pequeñas, pero la dinámica

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de precios permaneció completamente desacoplada de dicha política, continuando su rumbo ya en


niveles superiores al 50%.

UN DEBATE TEÓRICO: EL SESGO DEL GOBIERNO


Se define a la inflación como el fenómeno de aumento generalizado de los precios de los bienes y
servicios en un espacio geográfico con una moneda común y a lo largo de un periodo de tiempo
determinado. En un fenómeno de esta índole crecen de manera simultánea las distintas variables
nominadas en pesos, además de los precios de los bienes: los salarios, el tipo de cambio, los
agregados monetarios, entre otras. Esto da lugar a que distintas corrientes de pensamiento puedan
convivir y mostrar evidencia sobre diferentes causas de la inflación. Así, la gran diferencia entre las
distintas visiones radica en distinguir cuál de esas causas es la causa primera y originaria y relegar
a las otras como elementos que contribuyen a propagar el fenómeno.

De este modo, se pueden distinguir dos grandes grupos: el primero lo componen quienes entienden
que la causa de la inflación está en la variación de la cantidad de dinero circulante en una economía
y el segundo, quienes creen que las variaciones de los agregados monetarios no son
necesariamente causantes de inflación y encuentran su origen en cuestiones más estructurales,
dando lugar a lo que se conoce como inflación por costos, inflación cambiaria o puja distributiva.

Una conocida frase de Milton Friedman que suelen tomar los agrupados detrás del primer grupo es
que “la inflación es siempre y en todo momento un fenómeno monetario”. La oración, a secas, es

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tan cierta como que la muerte es siempre un fenómeno cardíaco. En el fenómeno inflacionario
siempre hay una pérdida de valor de la moneda y en la muerte siempre deja de latir el corazón, sea
por una asfixia, un cáncer o un balazo. Sin embargo, la frase es tomada para argumentar, y
Friedman también lo hace, que la causa de la inflación es el aumento de la cantidad de dinero en la
economía y que, si los agregados monetarios no tuvieran un sendero ascendente, los precios lo
seguirían.

En el otro extremo, lo que se puede denominar la corriente de la “inflación estructural”, que entiende
que este fenómeno monetario no tiene necesariamente origen en el “exceso” de dinero circulante.
Según esta mirada, los orígenes de los aumentos generalizados de precios se dan, entre otras
cosas, por saltos en el tipo de cambio (típicos en la Argentina por eventos de Balanza de Pagos),
que generan mayores costos en una economía dependiente de importaciones industriales y
mayores precios en bienes salario que son exportados. Esto desata un espiral de puja distributiva
que se traslada a todos los precios de la economía. Claro que, más o menos a la par, suelen
aumentar, entre otras variables, los agregados monetarios, pero no por ello la génesis de la inflación
se encuentra en esa variación.

Si se tuviera que colocar a las políticas económicas antiinflacionarias del periodo en cuestión (2016-
2019) en uno de estos dos grupos, divididos de manera muy esquemática, nadie dudaría en
incluirlas en el primero. Esto nos permite comprender los resultados y los objetivos de inflación que
el propio Banco Central de la República Argentina (BCRA) se trazaba, pese a que, en conjunto con
la política monetaria, se aplicaban grandes aumentos de tarifas y devaluaciones.

Existe cierto consenso en que procesos inflacionarios con incrementos de precios altos no son
deseables. Los argumentos más comunes son que genera un costo en términos de horizonte de
planeamiento o bien que, en un mundo de inflaciones bajas, como el actual, se expone al país a
devaluaciones, con sus consecuencias recesivas y regresivas, para no erosionar la competitividad.
Dicho esto, la administración anterior no estaba dispuesta a resignar objetivos de su proyecto
político, como el crecimiento del empleo o incluso del salario real, a cambio de reducir la inflación.

El gobierno actual, por la matriz ideológica predominante en sus funcionarios, veía en la inflación
un mal con el cual era imposible pensar en los demás objetivos. Por lo tanto, invierte el orden de
prioridades: para crecer, generar empleo, y poder lograr demás propósitos económicos, primero se
debe reducir la inflación. Así, el Poder Ejecutivo y, sobre todo, la conducción del Banco Central
presentó lo que en la literatura económica se conoce como plan de estabilización. De esta manera,
los dispositivos de política económica estarían orientados a reducir la inflación, como un objetivo en

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sí mismo. De hecho, fue parte de las promesas de campaña y el actual presidente afirmaba que
“terminar con el problema de la inflación es de las cosas más simples que tengo que hacer en caso
de gobernar a futuro”. Caracterización que se desprende de la idea de que la única causa era la
emisión monetaria y que, controlada esta, la inflación se reduciría drásticamente.

Con este dogma teórico se emprendió la política del BCRA de metas de inflación, donde se decidiría
una tasa de manera de que los saldos monetarios se ajusten a tales metas. Para mostrar un ejemplo
de este encuadre teórico, se cita al entonces presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, en la
disertación como expositor invitado a la sesión ordinaria de la Academia Nacional de Ciencias
Económicas que tuvo lugar el 16 de marzo de 2016:

Digamos por ejemplo las tarifas de energía aumentan en un mes en particular. Ante este evento, es
muy plausible que escuchemos a economistas, hacer un cálculo del siguiente estilo. Si la ponderación
en el IPC de esas tarifas es, digamos, y estoy inventando el número, un 5%, y el aumento, digamos,
también inventando, es del 100%, uno concluiría que el IPC tendría un aumento del 5% en ese mes. El
razonamiento parece impecable. Esa es la ponderación en el índice y ese es el aumento. La cuenta da
ese resultado. Este razonamiento yo lo circunscribiría al campo del equilibrio parcial. Y allí terminaría
la conclusión. Se hace el cómputo y se obtiene una conclusión. Hasta arriesgo que un consultor que
hace este cálculo pueda llegar incluso a cobrar una tarifa por presentar este cálculo.
Llevemos este evento al plano del equilibro general. Allí el análisis requiere preguntarse algo más. En
el ejercicio mental que proponemos, hay un precio que sube. Pero por otro lado incorporamos al análisis
la restricción presupuestaria que enfrenta la familia. Esa restricción presupuestaria se basa en que las
familias tienen un cierto ingreso nominal, que no cambiamos, (tampoco se cambió en el análisis de
equilibrio parcial), y ese es el ingreso que las familias tienen para gastar en todos los bienes. Entonces
cuando un precio sube, es claro que la restricción presupuestaria implica que se puede gastar menos
en los otros bienes, y que el precio de estos bienes debería bajar. El resultado final, si asumimos que
la demanda por saldos reales no cambia, es que los precios finales, en promedio quedan constantes.
En este caso, contestaría, el economista que piensa en equilibrio general, los efectos de las tarifas
sobre los precios serian nulos.
De esta manera, describe un escenario en el cual un incremento de tarifas no sería inflacionario,
dada la restricción presupuestaria de las familias y la demanda de saldos reales constantes.

La experiencia de los últimos años, constituye una evidencia empírica robusta en contra del dogma
monetarista de la inflación aplicado a la economía argentina. Deberá, de aquí en adelante, prestarse
verdadera atención a los motores reales que dominan la variación de los precios de la economía,
identificando los impulsos primarios de la inflación así como los elementos propagadores de la
misma, en pos de llevar adelante una política de precios efectiva y, sobre todo, deberán observarse
los resultados de la política aplicada durante los últimos cuatro años sobre la distribución del ingreso,
teniendo en cuenta que detrás del objetivo de mantener la inflación en niveles razonables hay un
objetivo superior que es el que debe guiar la política de precios y salarios: mejorar la calidad de vida
de los argentinos y, por ende, alcanzar una pauta distributiva que permita la construcción de una
sociedad más igualitaria.

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