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“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, es la primera
frase de la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea
General de las Naciones Unidas en 1948. Hoy, más de 50 años más tarde, aún existen
millones de personas con discapacidad cuyos derechos humanos se encuentran
seriamente limitados o totalmente negados.
Lo anterior condujo a:
Programas de rehabilitación a través de los cuales la gente comenzó a creer que estas
personas podían mejorar y compensar sus discapacidades; las personas con
discapacidad adquirieron mayor identidad de sujeto; la asistencia seguía brindándose
en forma segregada.
En los años sesenta, estas prácticas fueron objeto de un severo escrutinio y puestas en
tela de juicio ya que segregaban a muchas personas y obstruían su desarrollo personal.
En los años setenta, este enfoque fue criticado por los defensores de la normalización
e integración, ya que causaba el aislamiento y marginalización de las personas con
discapacidad. La teoría de la normalización, en cambio, enfatizaba el derecho de las
personas con discapacidad a vivir con su familia y en su entorno natural, y de ser
preparados y apoyados para responder a los desafíos que podrían enfrentar en sus
comunidades.
Del mismo modo, las personas con discapacidad cada vez estaban más consientes de
las limitaciones de las políticas y prácticas existentes. Quienes habían sido capacitados
se encontraban con barreras en sus comunidades. El problema del acceso se tornó
central.
No querían simpatía ni caridad; querían ser oídos y, sobre todo, ser incluidos. Las
barreras que enfrentaban las personas con discapacidad, impugnaron la totalidad del
concepto de discapacidad. El nuevo concepto colocó en perspectiva la dimensión
ambiental/social de la discapacidad.
El primer acontecimiento que marcó el apoyo a esta nueva interpretación fue el Año
Internacional de los Impedidos (1981) con el lema “Plena participación e igualdad”.
Sin duda, para muchos países, este fue un momento de cambio y el tema de la
discapacidad comenzó a ser reconocido y reflejado en diferentes programas
nacionales.
Este año fue seguido por el Decenio de las Naciones Unidas para los Impedidos (1983-
1992), el cual contribuyó a la elaboración del Programa de Acción Mundial para los
Impedidos. Una significativa dimensión de este programa fue el foco en la igualdad de
oportunidades, con gran impacto en políticas y legislaciones para hacer el entorno
social más accesible para todos. Un importante efecto secundario del decenio fue la
elaboración de las Normas Uniformes sobre la Igualdad de Oportunidades para las
Personas con Discapacidad, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas
en 1993.
La Convención sobre los Derechos del Niño, adoptada por la Asamblea General de las
Naciones Unidas en 1989, facilitó la movilización de comunidades cívicas y presionó a
los gobiernos para examinar el estatus de los niños a la luz de sus diferentes artículos.
“Todas las personas con discapacidad tienen el derecho a disfrutar del estándar
alcanzable más alto de salud física, psicosocial y mental. Esto significa que los servicios
de salud, rehabilitación y de atención deben estar disponibles, ser accesibles y tener
un precio razonable para toda persona con discapacidad. Las personas con
discapacidad tendrán acceso al mismo tipo y nivel de servicios de salud y atención
médica que reciben los demás ciudadanos, además de los servicios específicos de salud
y rehabilitación que requieran como consecuencia de su discapacidad”.
Lo central es que habrá que adoptar un nuevo léxico sin abandonar las antiguas
prácticas y conceptos tradicionales. La tendencia es incorporar la nueva terminología
agregándola a los antiguos conceptos tradicionales de educación especial, donde el
sistema interdisciplinario se basa en supuestos sobre déficit patológico individual.
• La inclusión no es una estrategia para ayudar a las personas para que calcen
dentro de sistemas y estructuras existentes; es transformar esos sistemas y estructuras
para que sean mejores para todos.
Debemos seguir luchando juntos para que algún día, junto con el desarrollo y los
frutos del progreso entrando a todos los hogares por igual, el respeto a la diversidad
sean el fundamento de una convivencia más humana en una sociedad más justa y
solidaria, más democrática y, por tanto, más libre.