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Breve sinopsis del reinado de Pedro II de Brasil con hincapié en el

aspecto cultural

Introducción

El derrotero histórico brasileño del siglo XIX reúne una serie de cualidades singulares respecto a
los procesos que se estaban llevando a cabo en sus vecinas sociedades hispanoamericanas. Si bien
es posible acordar que mantuvieron algunas características comunes entre ellas, esta regularidad
se evidencia relativa al observar con algún detenimiento el objeto que nos ocupa, y la divergencia
se ahonda en la medida en que más nos acercamos a él, llegando a veces hasta el contraste. Esta
particular “posición” histórica de Brasil en el contexto latinoamericano impulsa la identificación de
algunos de sus rasgos y constituye de por sí un poderoso motivo de análisis.

Observar con detenimiento y profundidad el reinado de Pedro II representa una tarea


monumental, que está completamente fuera del alcance y las intenciones de este trabajo. Por el
contrario la propuesta es realizar una “breve sinopsis”. Esta especie de redundancia en el
encabezado ya advierte sobre la desproporción entre la magnitud y complejidad del objeto de
análisis y las limitadas aspiraciones del presente. Es intención, entonces, hacer una síntesis
apretada que contemple aspectos básicos estudiados regularmente por la historiografía: el
político, el social, el económico y el cultural. Quizás con un mayor hincapié en este último, ya que
constituye casi un ángulo de observación alternativo, que permitirá compartimentar un poco la
lectura histórica y así lograr resultados más profundos. Si bien será una matización
interdisciplinaria muy elemental, con ello se intentará llevar el análisis a un estadio superador que
facilite el acceso a la complejidad del proceso histórico.

Uno de los hitos fundantes de la originalidad brasileña lo constituye sin duda el traslado de la
corte portuguesa a Río de Janeiro en 1808. El establecimiento de una monarquía (parlamentaria a
partir de 1824) representa una segunda originalidad. Sin embargo esta monarquía adquiere más
rasgos particulares. Heredera y consecuente de las monarquías europeas –en realidad de un
modelo bastante anacrónico, medieval, tal que ya ni siquiera estaba vigente en Portugal- en Brasil
adquiere una connotación exótica. La monarquía asimila notas culturales propias del contexto
americano: la cultura aborigen y la negra africana, el mestizaje y, por supuesto, el mundo europeo.
El trasfondo en que transitan y entrecruzan estas tradiciones es el de una naturaleza exuberante,
de enormes proporciones, rica en recursos naturales y…tropical. El resultado es un sincretismo
cultural que, lejos de ser negado o reprimido, fue hábilmente capitalizado por las élites dirigentes.
Este Brasil decimonónico aislado, tan distante del mundo europeo como del hispanoamericano,
encuentra una síntesis perfecta en la figura de Pedro II, un símbolo personificado que
trascenderá las fronteras inter-culturales de su tiempo y se proyectará mucho después en el
imaginario social brasileño1

1
Lilia Moritz Schwarcz explora larga y profundamente este fenómeno. Pedro II fue convertido en ícono de la
nación brasileña por efecto de una deliberada elaboración y difusión de símbolos que superaron las
expectativas de sus ejecutores. En “As barbas do Emperador. d. Pedro II um monarca nos trópicos” San
Pablo, Editorial Companhia Das Letras, 1999.

[1]
Algunos hechos precedentes

Antes de continuar quizá sea necesario referir algunos hechos previos al reinado de Pedro II,
necesarios para visualizar su arribo al trono brasileño. Vale retrotraernos a la llegada de la corte
portuguesa a Río de Janeiro, lo cual acontece a principios de 1808 2 cuando la posibilidad de una
invasión francesa a Portugal era bastante segura. La modificación del escenario europeo luego de
la derrota de Napoleón, sin embargo, no derivó en el regreso de la corte a Lisboa. Para entonces
se había establecido un desequilibrio entre la metrópoli y su principal colonia, que ya había
estrechado lazos comerciales fuertes con Gran Bretaña. Aunque la corte volviera a Lisboa era
dudoso que Brasil quisiera seguir perteneciendo a ella. Paralelamente se había desarrollado un
sentido de pertenencia, una especie de arraigo que cerraría definitivamente la posibilidad del
retorno3. Consecuentemente con esto en 1815 se proclama el imperio, que reúne los reinos de
Brasil, Portugal y Algarve, evitando de esta manera la disgregación territorial tan temida frente a
las experiencias coetáneas de las colonias españolas.

Las revoluciones liberales europeas de 1821 alcanzan a Portugal y obligan al rey Juan VI a viajar a
Europa. Queda como regente su hijo Pedro. La situación presenta la oportunidad de declarar la
independencia que se supone, por lo poco traumática, consensuada entre Pedro I y su padre. Esta
llega el 7 de septiembre de 1822 y se logra casi sin lucha ni resistencia, estableciendo un elemento
distintivo más respecto de sus recién nacidas repúblicas vecinas, envueltas en costosas guerras, de
independencia primero y civiles luego. El sistema monárquico, sin embargo, continuó 4.

Una larga tradición localista, que se remonta a tiempos coloniales, no obstante, hace aflorar
tensiones entre el poder central y las provincias. Estas tensiones recién se resuelven,
parcialmente, con la proclamación de una monarquía parlamentaria en 1824. Se adopta una
Constitución unitaria que, si bien seguía el modelo inglés, reconocía influencias heterogéneas 5. La
inclusión de un Parlamento en el nuevo régimen resuelve en parte la cuestión de los intereses de
las distintas oligarquías regionales pero no modifica la situación económica y social; en todo caso
se oficializa la incorporación al poder de estos grupos. En particular no se contempló en absoluto
el sistema esclavista que continuó sin modificaciones. De ese modo quedaba indemne uno de los

2
La alianza de Francia y España en el contexto de las guerras napoleónicas decide la migración de la corte
portuguesa. Portugal, firme en su alianza histórica con Gran Bretaña, evade así el destino reservado a las
colonias españolas en América. Tulio Halperín Donghi, Historia Contemporánea de América Latina, cap. 2,
Madrid, Editorial Alianza, 1993.
3
Tulio Halperin Donghi, op. cit.
4
El consenso alcanzado por las elites brasileñas en torno a la monarquía se debió en buena medida a la
aprehensión que causaba el caos en que se encontraban las ex colonias españolas. Se quería evitar la
fragmentación territorial y las guerras civiles pero también preservar el sistema esclavista. José Murilo de
Carvalho, “Federalismo y centralización en el imperio brasileño”, en Carmagnani (1993), 51-79.
5
Esta Constitución preveía la división clásica en tres poderes, con un poder legislativo dividido en dos
cámaras. Pero se le sumaba un cuarto elemento: el “poder moderador”, asignado al emperador que de ese
modo quedaba facultado para nombrar ministros y funcionarios de su gabinete e incluso a los presidentes
de provincia. Estas facultades extraordinarias asimilaban el sistema brasileño más a una monarquía
presidencialista que parlamentaria, en el que se puede adivinar alguna influencia norteamericana. El
sistema de sufragio y representación, que contemplaba un voto popular restringido, fue tomado del
sistema liberal francés post-revolucionario. José Murilo de Carvalho, Desenvolvimiento de la ciudadanía en
Brasil, cap. 2, México, Fondo de Cultura Económica, 1995.

[2]
componentes estructurales del régimen imperial. Con pocas modificaciones esta Ley Fundamental
continuará vigente hasta el advenimiento de la República, en 1889.

En 1831 la segunda oleada de revoluciones burguesas en Europa y asuntos relacionados con los
derechos sucesorios de su hija llevan a Pedro I a abdicar en favor de su pequeño hijo, el futuro
Pedro II, de tan solo 6 años de edad. Pedro queda al cuidado de José Bonifacio de Andrada e Silva,
que inaugura el período de las regencias, signado por la inestabilidad política, fundamentalmente
porque re- afloran diversas fuerzas centrífugas; movimientos separatistas estallan en el norte y en
el sur. El caso más sonado quizás sea el de Río Grande do Sul, que se mantiene autónomo entre
1835 y 1845. En 1840, a los 16 años de edad, Pedro es proclamado emperador. El efecto político
inmediato es la generación de cierto consenso en derredor del papel moderador del monarca.

Un componente distintivo: El sistema político

La ley electoral contemplada en la Constitución de 1824 era bastante liberal para la época. Se
trataba de un sistema indirecto y censitario en el que se debía contar con determinados ingresos
anuales -100mil reis- cifra que, según Murilo de Carvalho 6, no era demasiado excluyente para la
población. Casi todos los varones de 25 o más años estaban habilitados para votar, con excepción
de los esclavos. Pero hasta los libertos (esclavos que habían ganado o comprado su libertad)
podían participar en la primera instancia: las primarias. En ellas se votaban electores: uno cada
100 hogares. Estos elegían luego a los diputados y senadores. Tampoco estaban excluidos los
analfabetos. Los senadores eran elegidos por ternas, y en ellas tenía injerencia el emperador que
solía elegir candidatos de su preferencia e inclusive tenía la facultad de vetar una candidatura
según su inclinación personal. De todos modos la injerencia del emperador en este cuerpo
legislativo era relativa ya que los senadores eran vitalicios, y esa cualidad les otorgaba cierta
independencia. Los diputados duraban cuatro años en sus cargos. En los municipios se elegían
concejales y jueces de paz por voto directo. Sin embargo era facultad del gobierno central
-Consejo de Estado y emperador- el nombrar y remover a los presidentes de provincia, además de
destituir al primer ministro, disolver la Cámara de Diputados y convocar a nuevas elecciones. 7

Este sistema mantuvo una gran regularidad que sólo fue interrumpida en pocas ocasiones como la
guerra del Paraguay y el advenimiento de la República. Sin embargo no todos estaban de acuerdo
con este sistema. Mantener la regularidad de las elecciones demandaba gastos importantes y
además el alto analfabetismo -85% en áreas urbanas y 90% en las rurales- sembraba dudas acerca
de la idoneidad ciudadana de los votantes. La generalización del fraude y el clientelismo también
minaban la confianza en el sistema y desalentaban la participación 8. En consecuencia surgió una
corriente en contra del voto indirecto que no solo propiciaba su eliminación sino también una
6
Murilo de Carvalho, 1995, cap. 2
7
Aun cuando el emperador concentraba atribuciones extraordinarias - el poder moderador- la Constitución
tenía previsto algunas limitaciones a estas facultades. Por ejemplo cualquier decisión importante o
trascendente debía consensuarla con el Consejo de Estado. Pedro II siempre fue respetuoso de la
Constitución, siempre que el tema fuera de importancia nacional lo puso a consideración, nunca impuso su
voluntad personal. Emilia Viotti da Costa: “Brasil la era de la reforma 1870-1889”, en Bethel (2000), tomo
10, cap. 14.

[3]
reducción de la participación popular. Con pocas variantes el sistema electoral se mantuvo así
durante la mayor parte del imperio. Recién en 1881 se elimina la primera vuelta, se aumenta a
200 mil reis el ingreso mínimo y se elimina a los analfabetos. A contrapelo de lo que sucedía en
Europa, donde se estaba ampliando la participación popular, en Brasil se logró una reducción del
electorado del 90%9. La República siguió excluyendo a los analfabetos y la cultura clientelista y
fraudulenta prosiguió de la mano de los “coroneles” –caudillos locales devenidos en jefes
políticos- hasta bien entrado el siglo XX.

En opinión de Murilo de Carvalho la pobre conciencia ciudadana en el Brasil del siglo XIX se debía
a varias cuestiones estructurales. El sistema esclavista constituía el obstáculo más evidente. En
clave comparativa con Estados Unidos, en Brasil el esclavismo estaba ampliamente aceptado,
hasta por los mismos libertos que en muchas oportunidades terminaban esclavizando a otros
negros. Se trataba de dos tradiciones culturales distintas. En Brasil la sociedad completa aceptaba
la esclavitud, desde los latifundistas hasta la Iglesia. A diferencia del país norteamericano, en Brasil
no existía una frontera palpable y definitiva más allá de la cual la esclavitud fuera rechazada, no
había un lugar seguro adonde escapar y refugiarse; los “quilombos” constituían un resguardo
relativo porque si bien el Estado no tenía acceso a ellos, eso mismo dejaba a los prófugos al
margen de la ley.

Otro obstáculo estuvo representado sin duda por el latifundismo. No solo se trataba de una
cuestión de intereses, el gran propietario y el coronel no poseían una conciencia política en el
sentido de reconocerse en igualdad frente a sus conciudadanos. En todo caso siempre se sintieron
por encima del sistema legal. Estas características se dieron sobre todo en el nordeste, las
regiones azucareras. En muchos de estos lugares este poder oligárquico se ubicaba por encima del
poder estatal. Puertas adentro de las haciendas los trabajadores no eran ciudadanos del Estado
sino que se comportaban como súbditos del coronel. Hacia las últimas décadas del imperio y allí
donde los colonos europeos lograron establecerse y la gran propiedad pudo fragmentarse, el
poder de los coroneles se hacía menor. Esto es lo que sucedió en las zonas cafetaleras y centrales
como Sao Paulo y en menor medida en Minas Gerais.

Una economía en consonancia con la región

8
Se concurría a votar más por las presiones de las autoridades, los jueces de paz, los patrones y delegados
de policía que por convicción propia. Cada factor de poder movilizaba su gente. El fraude adquirió
ingeniosas formas representadas en algunos personajes como el “cabalista”, encargado de falsificar los
ingresos del sufragista y garantizar el voto favorable a su jefe. El “fósforo” se ocupaba de reemplazar a una
persona que no se había presentado a votar, ya sea por algún problema personal o porque estaba muerto;
mediante una actuación debía convencer a la mesa electoral de que efectivamente se trataba del legítimo
votante. Si era talentoso podía votar varias veces, lo cual redundaba en mayores ganancias. Los “capangas”
eran personajes violentos, matones a sueldo, encargados de amedrentar a los adversarios y proteger a los
partidarios. Murilo de Carvalho, 1995, cap. 2
9
Según los cálculos de Murilo de Carvalho el electorado se redujo a un porcentaje de alrededor del 0,8%
sobre el total de la población en las elecciones de 1886, de esta manera se perdía una larga tradición de
participación popular inaugurada con la Constitución de 1824. Murilo de Carvalho, op.cit.

[4]
La producción económica brasileña en el siglo XIX estaba constituida fundamentalmente por
materias primas y alimentos, muchas de ellas de carácter extractivo, como la madera, el cacao,
pieles. Sin embargo, y desde el siglo XVII hasta que fue desplazada por el café, la producción
principal fue la de azúcar. No obstante desde fines del siglo XVIII esta producción se va a
diversificar con la producción de algodón, cacao, tabaco, índigo y arroz. A partir de la década de
1830 el café comienza a imponerse sobre las demás producciones. De todas ellas el azúcar,
algodón, tabaco y café se canalizan a través del comercio exportador. Estos productos requerían
del sistema de plantaciones cuya mano de obra era mayoritariamente esclava. La continuidad de
este sistema de producción llega hasta 1888, poco antes de la caída del imperio.

El gobierno imperial recién comienza a interesarse por las actividades exportadoras cuando el
café experimenta un crecimiento importante. Desde este sector recibirá el principal apoyo político
y obtendrá los mayores recursos fiscales. La alta rentabilidad y poca inversión requerida por las
actividades exportadoras fue la que más atrajo a las élites económicas a las actividades primarias.
Desde 1870 en adelante Brasil mejora su posición exportadora a causa de la intensificación de la
Revolución industrial y la incorporación de Estados Unidos, fundamentalmente como mercado.
Desde entonces la producción de café experimenta un salto cuantitativo importante. Hacia fines
del siglo XIX el café constituía el 75% de las exportaciones de Brasil y representaba la mitad del
café que se consumía en el mundo. Por sus cualidades geográficas y climáticas el sureste fue la
región más propicia para este cultivo, pero fue en Sao Paulo donde alcanzó mayor desarrollo y
volumen de exportación, sobre todo a partir de 1872, año en que llega el ferrocarril. En adelante
la participación de Brasil en el comercio mundial se redujo casi a este producto; la caña de azúcar,
el algodón y el cacao fueron disminuyendo su incidencia apreciable en el comercio mundial y
comenzaron a volcarse hacia el mercado interno con protección del Estado 10.

La propiedad de la tierra estaba altamente concentrada. Los terrenos que más se valorizaron
fueron los que se consideraban más aptos para las plantaciones de café, después del proceso de
desforestación11. La excepción a la alta concentración de la propiedad se dio en las regiones de Rio
Grande do Sul y Santa Catarina, allí el Imperio logró cierto éxito en la promoción de colonias
agrícolas en las que se ubicaron a inmigrantes alemanes e italianos.

El sistema de plantación requería de abundante mano de obra y, en general se la asocia


correctamente a la esclavitud. Sin embargo hacia mediados de siglo XIX este sistema de
producción comienza a declinar. El retiro del sistema esclavista fue gradual, comienza después de
1850 con la prohibición de la trata. En 1871 se declara la libertad de vientres al mismo tiempo que
se desarrollaba ya una campaña abolicionista bastante abierta, sobre todo en las ciudades, donde
se había comenzado a desarrollar una conciencia “moderna”; también se hicieron más comunes
10
Al parecer no hubo una política deliberada de desarrollo económico ni preocupación por mejorar los
estándares de producción. La atención prestada al comercio exterior se basaba en una finalidad
preponderantemente recaudadora ya que las Aduanas eran la principal fuente de ingresos del gobierno
imperial. Esta actitud displicente hacia la economía predominó hasta el fin del imperio. Dean Warren, “La
economía brasileña, 1870-1930”, en Bethel (2000), tomo 10, cap. 13.
11
La deforestación y, sobre todo la siembra de cafetales, convirtió a las tierras comprometidas en materia de
especulación. Dean Warren observa que en muchos casos las plantaciones se emprendían sin la intención
real de producir café sino de especular con el precio que adquirían las tierras una vez incorporadas a la
producción cafetalera. Warren, op. cit.

[5]
las fugas y manumisiones. Finalmente en 1888 la Asamblea Legislativa declara su abolición
definitiva. Muchos de estos esclavos permanecieron en las mismas plantaciones, contratados por
sus ex amos devenidos en patrones, por sueldos miserables; algunos migraron a otras regiones: el
noreste, Bahía, Amazonas. En todo caso el espacio vacante, sobre todo en las zonas cafetaleras,
fue ocupado por las oleadas de inmigrantes europeos, españoles, italianos y portugueses 12.

Las actividades agropecuarias se realizaban en medio de un considerable atraso tecnológico


(durante gran parte del siglo XIX todavía se utilizaba el sistema de roza). El aprovisionamiento del
mercado interno provenía de pequeños agricultores, pero el énfasis estaba puesto en las
ganancias que producía el mercado exportador, fundamentalmente del café. Recién a partir de
mediados de 1870, con el aumento de las redes ferroviarias creadas para el mercado exterior, se
consigue estimular un poco el mercado interno.

Como en muchos otros casos latinoamericanos la producción industrial hasta el último tercio del
siglo XIX fue de carácter eminentemente artesanal. Sin embargo esta cualidad no le quitó
importancia al volumen producido. 13 A partir de la década de 1860, a causa de la mejora en el
transporte, comienza un lento crecimiento de la demanda de bienes industriales. En analogía con
otros países de la región, esta demanda se generó a partir del sector exportador, que incita un
mercado de consumo y se dispara con la afluencia de inmigrantes europeos. En este contexto
surge paulatinamente una clase media, sobre todo en el sureste y en el sur. Es en estas regiones
donde aparecen las primeras industrias relacionadas con la alimentación, volcadas no sólo a
agregar valor a la producción primaria, sino también dedicadas a la fabricación de herramientas y
a la construcción. Estos avances surgían o se aceleraban aprovechando las crisis, especialmente
las que sufrió el capitalismo en las últimas décadas del siglo XIX.

Con todas sus limitaciones la economía brasileña del siglo XIX consigue un crecimiento lento pero
constante y seguro, cuyo transcurrir se desarrolló, la mayor parte del tiempo, en una situación de
estabilidad política y social, en comparación con las ex colonias españolas.

Una transformación inevitable

A partir de 1870 comienza a conformarse una nueva “atmosfera” política, en algunos sectores
sociales más que en otros14. Surge paulatinamente un clima “progresista”, fundamentalmente en

12
El fin de la esclavitud produjo una atmósfera de pesimismo entre los plantadores, las contrataciones de
inmigrantes en muchos casos fracasaron dada la falta de experiencia en ese tipo de mano de obra. La
economía brasileña finalmente no quebró, sin embargo la historia demostró que el sistema esclavista, la
mayor parte del tiempo que estuvo vigente, “fue tan lucrativa como cualquier otra inversión alternativa”.
Warren, 2000, op cit.
13
Ante la falta de censos económicos e industriales se calcula sobre la cantidad de hilo importado. Esta nos
dice que la industria textil artesanal alcanzó niveles significativos. Sobre todo en el consumo de sectores
populares, que es adonde estaba destinada. Warren, op cit.
14
El comienzo de la declinación del consenso social por el Imperio generalmente se asocia con el fin de la
Guerra del Paraguay. El emperador pierde popularidad por la tragedia paraguaya y los militares obtienen

[6]
las zonas urbanas y entre los intelectuales, profesionales y militares. La agenda de nuevos
argumentos incluía la abolición de la esclavitud, la incorporación de inmigrantes europeos, la
promoción del federalismo, la separación de la Iglesia del Estado, la reforma del sistema electoral
y el apoyo al nuevo partido republicano. La aplicación de políticas orientadas en esa dirección
operaría como vehículo de inclusión de Brasil en el mundo moderno. Estas ideas maduraron al
calor de la influencia extranjera 15, y del conflicto generacional planteado entre las viejas
dirigencias de origen rural y sus hijos, generalmente educados en las ciudades. Sin embargo quizá
más determinante que el clima reformador fueron los cambios sufridos en la estructura
económica y social, producto de las transformaciones del capitalismo mundial. La urbanización
creciente, la afluencia de inmigrantes europeos, la revolución del transporte, los avances
obtenidos en materia educativa y el crecimiento industrial. Estos factores originaron
dislocaciones sociales y culturales dando lugar al nacimiento de clases y sectores sociales nuevos,
con nuevas expectativas e intereses. Algunas de estas transformaciones produjeron una creciente
desigualdad por lo que hubo resistencias. Estas se dieron generalmente en forma de rebeliones,
más o menos localizadas, pero fundamentalmente de resistencia cultural es decir eran rebeliones
conservadoras de los sectores populares, que manifestaban su disconformidad no solamente con
la explotación de la que eran objeto sino fundamentalmente porque se oponían a la destrucción
de sus sistemas tradicionales de vida.16

El desarrollo económico desigual dio impulso también al federalismo en las provincias. Siendo los
presidentes de éstas nombrados por el emperador y que el Estado central se quedaba con la
mayoría de las rentas públicas, cargaron sus críticas contra el régimen y promovieron el
resurgimiento del federalismo. Entre los militares el descontento se daba por varios motivos: la
guerra del Paraguay puso en evidencia el atraso tecnológico del ejército, también pretendían un
nuevo sistema de ascensos que contemple más la competencia personal antes que el padrinazgo
político, terminar con el uso político del reclutamiento militar y ya no ser utilizados en la
persecución de esclavos. Todos estos factores terminaron alejándolos cada vez más de la élite
tradicional y acercándolos al partido republicano. En otro frente crítico ciertos sectores de la
Iglesia, sobre todo el clero más joven, mantenía conflictos de larga data que reflotaron en estos
años. Le molestaba la injerencia del Estado en asuntos que consideraban de su estricta
incumbencia, como ser la implementación de las Bulas papales y la recomendación de obispos. En
estas decisiones había un alto contenido político, y la Iglesia se sintió también victima del sistema
de patronazgo y clientelar17.

mayor poder e influencia política. Un tanto más lejana, pero igual de influyente fue la Guerra Civil
estadounidense, sobre todo en lo que respecta a la abolición de la esclavitud: la presión internacional se
intensificó.
15
A la presión abolicionista ejercida por la guerra civil estadounidense se sumaron las doctrinas filosóficas
en boga en el mundo occidental, el darwinismo social y el positivismo, que tuvieron en Brasil una
preponderancia mayor que en otros lugares de Latinoamérica. Emilia Viotti da Costa, “La era de la Reforma
1870-1889”, en Behtel (2000), tomo 10, cap. 14.
16
Un caso ilustrativo fue la rebelión de los “quebra quilos”, en el noreste, en el que los campesinos pobres se
rehusaron a adoptar el sistema métrico decimal, el reclutamiento militar y los nuevos impuestos impulsados
por el gobierno. Murilo de Carvalho, 1995, op.cit.
17
En los últimos años del imperio Pedro II se convirtió en masón. Se ha sostenido que este fue un elemento
irritativo no menor que alejó aun más a la Iglesia del régimen imperial.

[7]
El gobierno central también intervenía en diversas áreas de la economía –imponía aranceles,
distribuía las tierras, otorgaba permisos y avales a empresas y bancos extranjeros- es decir los
empresarios también estaban a merced de la política. El capitalismo brasileño, entonces, se
desarrolló dentro de este régimen clientelar, por lo que sólo se puede hablar parcialmente del
ejercicio de la libre empresa. Los sectores beneficiados se resistían a abandonar este sistema de
patronazgo, que consistía básicamente en la distribución de favores, pero al mismo tiempo fue
una fuente de oposición de quienes se sentían discriminados y deseaban un sistema que premie
sus capacidades. El clientelismo alcanzaba todas las esferas imaginables: burócratas, periodistas,
escritores, artistas, comerciantes. Visto en perspectiva el liberalismo burgués europeo funcionaba
en Brasil como una fachada detrás de la cual se ocultaba el verdadero contenido: el clientelismo
autóctono.

Progreso, razón, ciencia y pueblo, fueron conceptos de la nueva retórica que comenzaron a
generalizarse muy lentamente y tuvieron poco efecto sobre una sociedad todavía
mayoritariamente analfabeta en la que el libro y otras publicaciones tenían poca difusión e
influencia. En los ambientes intelectuales, por el contrario, las corrientes ideológicas y filosóficas
en boga fueron calurosamente recibidas. Tal es el caso de las ideas de Augusto Comte y Herbert
Spencer. Sobre todo el primero. Casi todos los intelectuales se hicieron positivistas. Las ideas de
Comte les parecían más apropiadas porque propiciaban cambios pero sin subvertir el orden social;
sobre todo en lo referido a conservar la unidad familiar y las jerarquías sociales. Pero tal vez lo
más atractivo de Comte era que abogaba por el desarrollo de una nueva élite de técnicos y
científicos, valorizados fundamentalmente por sus capacidades y conocimientos. Los cambios a
realizar en el mundo contaban con ellos como sus principales artífices. Estos grupos elitistas eran
críticos al régimen imperial, lo veían como parte de un pasado anacrónico, un lastre pesado que
impedía el ingreso de Brasil a la modernidad.

Los militares se habían sentido poco representados en la época del imperialismo, por eso se
acercaron al partido republicano. La edad y la enfermedad del anciano emperador dejaron de
constituir una expectativa favorable cuando comenzó a preparar la sucesión de su hija Isabel.
Entonces se comenzó a pensar en un golpe de Estado. Las posiciones de los distintos sectores
conspiradores no eran homogéneas como tampoco lo era su extracción social. Se pueden
distinguir al menos tres facciones con participación directa en el golpe: los militares, por los
motivos expuestos más arriba; los propietarios de las plantaciones del oeste de Sao Paulo,
perjudicados por la abolición; y las clases medias urbanas susceptibles a las nuevas ideas y las
más ansiosas por transitar hacia la modernidad.

El 15 de noviembre de 1889 se produce el golpe y el imperio llega a su fin. Emilia Viotti da Costa
concluye que la instauración de la República no redundó en cambios estructurales profundos. La
economía siguió dependiendo del mercado externo, el poder real continuó en manos de
plantadores y grandes comerciantes, el sistema electoral siguió tan excluyente como antes, igual
suerte tuvo el sistema clientelista y de patronazgo. Quizás el cambio más notorio se perciba en el
surgimiento de una nueva oligarquía: la de los plantadores de café. 18

18
Viotti da Costa, 2000, op cit.

[8]
Pedro II ¿epítome del Brasil decimonónico?

El Brasil del siglo XIX era un país complejo. Como hemos visto contenía caracteres que lo
asemejaban a sus vecinos hispanoamericanos –como por ejemplo el perfil económico- pero
muchos otros elementos que lo diferenciaban. También hemos revisado algunos de estos
aspectos, como el sistema político, sin embargo donde tal vez se aprecie más la singularidad
brasileña sea en el contexto cultural. Desde aquí parte una de las explicaciones acerca del hecho
de que Brasil se mantuviera relativamente aislado e indemne a los efectos que impactaron tanto
en sus vecinos. Según este planteo la figura del emperador debió jugar un rol decisivo como
símbolo aglutinante de la nacionalidad brasileña, pero también capaz de neutralizar la potencial
conflictividad derivada de un contexto cultural diverso. Hemos visto que, a causa de las
circunstancias políticas europeas, la corte portuguesa se trasladó a Río de Janeiro. Allí se operó
una adaptación de la simbología a las peculiaridades del espacio y la diversidad de tradiciones: la
indígena, la negra, la blanca y el consecuente mestizaje derivado. Cada una aportó elementos
para la conformación de un sincretismo, que en principio debió ser involuntario pero que sin duda
fue rápidamente asimilado antes que combatido por las elites dirigentes cariocas.

La primera y más conspicua de las adaptaciones fue la del pasado indígena, incorporado
profusamente en la pictografía imperial. Los temas indígenas son introducidos así en la historia
oficial asociado a un origen mítico. En estas obras de arte los indígenas actúan como elementos
legitimantes del poder imperial. A modo de ejemplo Lilia Moritz Schwarcz exhibe una xilografía de
1869 en la que Pedro II es coronado de laureles por un aborigen americano, signo extraordinario
que manifiesta la voluntad de incorporar el pasado americano al relato histórico 19. En consonancia
con esta actitud también se incorporan a la politización de las imágenes motivos asociados a los
frutos de la tierra como el café, el cacao y el tabaco que se hacen presentes en la indumentaria,
las pinturas y fotografías. Otra originalidad es que estos motivos aparecen representados junto a
símbolos de la modernidad, por ejemplo en las exposiciones universales. En este empeño por
crear una memoria y contribuir a la construcción de símbolos y mitos Pedro II propició
investigaciones históricas con la intención de incorporar a los tupí-guaraníes a la cultura brasileña,
en consonancia la narrativa resultante casi siempre culminó teñida de apreciaciones idealizadas
sobre el mundo indígena. 20 En realidad, la decisión de crear una memoria y una identidad
nacional data desde el momento en que la corte llega a Río. Es, sin embargo, durante el gobierno
de Pedro II cuando adquiere mayor fuerza el impulso a las instituciones dedicadas a la producción
y difusión de símbolos. Se crea el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, las Academia Imperial
de Bellas Artes y el Colegio Pedro II; además se fundan, crean y mejoran escuelas y universidades,
se impulsa el arte y la obra de pintores, historiadores, escultores y escritores. También hubo
preocupación por financiar proyectos relacionados con las ciencias y carreras universitarias como
la abogacía, la medicina, la ingeniería y otras. De allí toma cuerpo la frase “la ciencia soy yo”,
atribuida a Pedro II (que emula la de Luis XIV: “el Estado soy yo).

19
Reproducida por Schwarcz, 1999, op.cit.
20
Schwarcz encuentra en este indigenismo una innegable influencia de la teoría del “buen salvaje” de
Rousseau: noble, fuerte, libre, valiente, bondadoso, fiel, sin malas intenciones. Schwarcz, 1999, op.cit.

[9]
Las cualidades del aporte cultural africano se entienden por las características del comercio de
esclavos. Este tráfico incluyó en numerosas ocasiones a familias e integrantes de la nobleza
africanas, acompañados de sus cortes, por lo que diversos elementos simbólicos “viajaron”
literalmente con ellos. Las actitudes de devoción, los altares y rituales de homenaje también
cruzaron el Atlántico. Este flujo cultural se replantea en la América portuguesa y produce un falso
reflejo en las concepciones del mundo monárquico europeo. De allí es posible inferir que la
“natural” inclinación de los negros por la monarquía era remisible a aquellas concepciones
culturales modeladas en África desde tiempos inmemoriales. El rey como fuente de justicia era
una percepción ya presente en la cultura negra. Esto ayudaría a entender la popularidad de Pedro
II entre los negros cariocas, superior por momentos a la aceptación entre los blancos. 21 No hubo
intentos de reprimir, neutralizar o desmadejar este entrecruzamiento de culturas sino más bien
fue hábilmente aprovechado por las élites dirigentes. Un ejemplo de esto son las exposiciones
universales, en donde el emperador se exhibía al lado de productos indígenas y de arte popular. La
elaboración inicial de una ritualística local, que incorporaba elementos indígenas y populares tenía
intenciones claramente políticas: por un lado desligarse de la “patria” portuguesa pero también
presentar a la monarquía como la única opción capaz de evitar el desmembramiento sufrido por
sus vecinos. Excepcionalmente estas representaciones simbólicas y las que franquearon el
océano trascendieron incluso al poder imperial. Al evocar la idea de paz, orden, justicia y
equilibrio aquellas pasaron a formar parte de un fenómeno cultural de larga duración. Como
resultado el sistema monárquico ocupó un lugar imprescindible en el esquema político interno y
se convirtió en un elemento inusualmente resistente a sus avatares. Más allá de estos factores,
la historia personal de Pedro II de alguna manera parecía especialmente predispuesta al mito.
Huérfano de madre a su primer año, de su padre a los diez, su figura melancólica, retratada y
difundida profusamente, y finalmente su exilio, hicieron de él un objeto predilecto de
apropiaciones simbólicas, sobre todo entre los sectores populares.

Como se ha dicho, la estrategia acomodaticia de la monarquía se vio superada en sus efectos.


Schwarcz reproduce una leyenda que en cierto modo expone esa efectividad desbordada en sus
intenciones originales. Se trata del mito de Auké, el hijo no deseado de Amcukuei, una joven
india embarazada. Ésta intenta sacrificar al niño en varias oportunidades. La primera al nacer pero
su madre –la abuela de Auké- interfiere y evita su muerte. Luego vienen otros intentos pero Auké,
imbuido de poderes mágicos, siempre evade la muerte. Hasta que en uno de esos intentos
Amcukuei cree haber logrado librarse de su hijo después de haberlo quemado. Tiempo después,
creyéndolo muerto, Amcukuei manda buscar sus cenizas. Cuando llegan al lugar los enviados se
encuentran con que Auké se había convertido en un hombre blanco que había construido una
casa grande y criaba negros22.

¿Cómo interpretar la leyenda? En principio pareciera que diferentes piezas de un mosaico


compuesto encajan cada una en su lugar, demostrando una de las formas posibles en que se

21
El culto y homenaje a los “reyes” que habitaban Brasil en forma mas o menos democrática incluía
-además del monarca europeo- al rey del Congo y su reina Xinga, al virrey y a los reyes magos de la tradición
cristiana, sobre todo a San Baltasar. Schwarcz, op.cit.

22
Schwarcz, 1999, op.cit.

[10]
corporizó la monarquía en el imaginario de una sociedad cruzada por múltiples mundos culturales.
El mito también expone una situación de desigualdad, que remite a un sentido anterior en la
cosmología, a un momento fundacional. En él el monarca parece aglutinar representaciones
distintas. Porque el mito reúne influencias de distintos mitos, que de alguna manera convergen
en el de Auké. El mito sebastianista que cuenta acerca de un miembro de la familia Braganza,
llegado de Portugal, que recorre secretamente los caminos de Río para dividir a la realeza. Otra
vertiente tiene raíces africanas, parodia a un rey del Congo y su reina Xinga, todo esto en medio
de un relato indígena. De alguna manera el mito de Auké logra enlazar estas vertientes y en ese
acto sentar una base resistente en el imaginario popular acerca de Pedro II como un monarca en
el que confluyen varias “coronas”. Es un rey de varios reinos yuxtapuestos. La figura del
emperador se torna representativa de varias culturas, europea una sí, pero también del mestizaje,
una connotación completamente original, irrepetible, que alcanza la presencia de lo negro y lo
indígena. La manifestación de este entramado cultural constituye una “copia original”, un
complejo que se construyó en base a préstamos inseparables que se adaptaron y redefinieron en
el contexto nuevo, otorgando un cauce duradero, casi indeleble, a las percepciones simbólicas.
Esto explicaría también la poca legitimidad de los símbolos de la república y la prologada validez
de los emblemas de la realeza, como el himno y la bandera, que están inequívocamente ligados a
la simbología monárquica. La simbología republicana habría causado un impacto más bien tenue
en este imaginario largamente amasado e impregnado en la cultura popular. La bandera verde por
la vegetación, pero también por la casa de Braganza; amarilla por el metal, pero también por la
casa de Habsburgo23.

La Guerra del Paraguay es tomada convencionalmente como el principio de la decadencia del


consenso que existía a favor del Imperio. Este hito marca también un cambio en las
representaciones de Pedro II que en adelante aparece con su barba blanca 24. Fue como si hubiera
envejecido repentinamente. Esta última fase de su gobierno se caracteriza, además, por los viajes
al extranjero. Los destinos eran casi siempre Europa y Estados Unidos, le encantaban
(literalmente) las exposiciones universales que tenían un efecto casi hipnótico sobre él. Casi todos
sus viajes se hacen con ese cometido, además de por problemas de salud. Su exposición pública
disminuye y comienza a desentenderse del gobierno, que va delegando gradualmente en su hija
Isabel. En adelante cambia su forma de vestir: siempre de civil, traje y sombrero de época. Se
retrata siempre con un libro en la mano. Está más viejo y cansado. En un clima de total libertad de
prensa cierta prensa amarilla comienza a satirizarlo al mostrarlo como a un pseudo erudito,
figura patética, desentendido de la política y manejado por su círculo íntimo. Poco a poco fue
23
José Murilo de Carvalho se atreve a proponer la existencia de una verdadera batalla entre el imaginario
largamente macerado durante el imperio y el que intentó imponer la República. En una sociedad en la que
el nivel de analfabetismo es muy alto la legitimación se consigue con efectividad a través de la construcción
de un imaginario. Este logra niveles de influencia superiores a los racionales y en el la codificación del
mensaje es más directa, llega “al corazón”. Aun así, el éxito en la construcción de un imaginario republicano
habría sido parcial, el imperio y sus símbolos aseguraron su supervivencia a través de diversas instituciones
–como el Parlamento y la Justicia- pero también por la memoria colectiva. En La Formación de las Almas, el
imaginario de la República en Brasil, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997.
24
Desde la adolescencia la barba constituyó un componente básico en la figura icónica de Pedro II. Si bien
sus retratos siempre se caracterizaron por la ausencia de emociones, la barba acompañó las distintas fases
de su vida: fue indicador de la madurez sexual y el momento de casarse, representó al hombre responsable,
sosegado, sereno y finalmente marcó la época de su decadencia física. Schwarcz, 1999, op.cit.

[11]
perdiendo los apoyos sectoriales, excepto quizás y paradójicamente, el de los negros. La fuerza
que iba tomando el positivismo en Brasil desplazaba al mismo tiempo el encanto romántico del
indigenismo, tanto tiempo asociado a la nacionalidad. Cuando en 1888 su hija Isabel decreta la
finalización de la esclavitud el Imperio pierde su último sostén, el de los hacendados.

Un relato de la salida al exilio del emperador parece coherente con el mito que lo circunscribe;
una atmósfera de tristeza, amargura y cierta vergüenza invade el episodio. La partida es lúgubre,
se hace de noche y sin festejos:

Nada mais triste. Um coche negro, puxado a passo por dois


cavalos, que se adiantavam de cabeça baixa, como se dormissem
andando. À frente, duas senhoras de negro, a pé, cobertas de véus,
como a buscar caminho para o triste veículo. Fechando a marcha um
grupo de cavaleiros, que a perspectiva noturna detalhava em negro
perfil [...]
Quase na extremidade do molhe, o carro parou e o Sr. D. Pedro de
Alcântara apeou-se — um vulto indistinto entre outros vultos — para
pisar pela última vez a terra pátria [...]
O embarque foi rápido. Dentro de poucos minutos ouvia-se um
ligeiro apito, ecoava no mar o rumor igual da hélice da lancha;
reaparecia o clarão da iluminação interior do barco; e, sem que se
pudesse distinguir nem um só passageiro, a toda a força de vapor, o
ruído da hélice e o clarão vermelho afastavam-se da terra.25

Consideraciones finales

En el contexto de los procesos históricos latinoamericanos del siglo XIX, Brasil asoma con un perfil
diferenciado. Las divergencias con el resto son múltiples y se intensifican a partir de la decisión
política de la corte de permanecer en suelo americano. Si existiese la voluntad de descubrir
regularidades no tardará el momento de toparse con ellas. Las más evidentes se relacionan con
el devenir de las economías, que encontró a una Latinoamérica completamente volcada a la
producción de materias primas, y Brasil no fue la excepción. Determinantes acontecimientos
europeos –como las guerras napoleónicas y las revoluciones burguesas- también resonaron en el
ambiente político luso-americano, pero sus consecuencias fueron resueltas de una manera
divergente a la de sus vecinos republicanos. La continuidad de la monarquía, la instauración del
imperio y luego una monarquía constitucional le permitieron a Brasil sortear los efectos “no
deseados” que saturaban la panorámica regional. Sobre todo la fragmentación territorial y las
costosas guerras. Las coincidencias pueden ser muchas o pocas, según el cristal con que se mire.
Más allá de estas cuestiones, que tienen que ver con la posición del observador, Brasil puede
mostrarse como un caso genuinamente singular.

Ante este panorama la figura de Pedro II adquiere un “peso” que inclina definitivamente la
balanza a favor de la distinción. Pocas veces es posible identificar a un personaje histórico con un

25
Revista Sul-Americana, 15/11/1889, ano I, n° 21. Citado por Schwarcz, 1999, op.cit.

[12]
espacio y una época como en este caso. En casi medio siglo de reinado el sistema monárquico
tuvo el tiempo y los medios suficientes como para erigir un mito tan poderoso y duradero. Sin
embargo la perdurabilidad de la figura de Pedro II como ícono brasileño no se explica solamente
por una intención maquiavélica. Schwarcz propone exponer el mito a varias explicaciones
plausibles y complementarias. En primer lugar tal vez haya que atender la posibilidad de una
retroalimentación, un camino de ida y vuelta: si el imaginario popular se nutrió de la realeza, y en
cierta manera se europeizó, también es posible suponer lo opuesto, que la monarquía brasileña se
impregnó de elementos de la cultura local.

Desde otro ángulo, el análisis de esta supervivencia en la memoria colectiva podría incluirse en
una pulseada metafórica dada entre la historia y el mito 26. En ella historia y mito por momentos
lucen inseparables cuando en realidad pujan por vencer al otro. La natural perseverancia de la
memoria terminaría imponiendo al mito, dándole la victoria sobre la historia. Una tercera
alternativa contempla la posibilidad de que más que una oposición entre mito e historia bien
podría establecerse una complementariedad, ya que la construcción del mito remite a
acontecimientos y vivencias especialmente guardados en la memoria. El mito actúa como una
especie de “arca” en la que es posible recuperar las representaciones (y sus motivos), sus valores y
describir sus costumbres. La figura del emperador Pedro II fue introducida en la memoria popular
por conveniencia de las élites pero resultó un fenómeno que superó esas intenciones pragmáticas.
Y posibilitó su persistencia en la memoria de las familias de negros, blancos y mestizos, ya sea
como héroe nacional en los libros escolares o como una especie de pariente lejano.

26
Es en esta localización fronteriza que Schwarcz elige ubicarse para el análisis, un lugar conveniente en el
que historia y antropología convergen. De este modo obtiene una perspectiva que le permite advertir las
referencias históricas y, al mismo tiempo, explorar en estructuras mentales e intentar descubrir la razón del
fracaso o el éxito de determinadas simbologías. Schwarcz, 1999, op.cit.

[13]
Bibliografía consultada

Halperín Donghi, Tulio: Historia Contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza, 1993.

Murilo de Carvalho, José: Desenvolvimiento de la Ciudadanía en Brasil, México, Fondo de Cultura


Económica, 1995.

. La Formación de las Almas, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997.

. “Federalismo y centralización en el imperio brasileño: historia y argumento”, en Marcello


Carmagnani (coord.) Federalismos Latinoamericanos: México, Brasil, Argentina, México, Fondo
de Cultura Económica, 1996, pp. 51-76.

Schwarcz, Lilia Moritz: As Barbas do Emperador d. Pedro II um monarca nos trópicos, San Pablo,
Companhia Das Letras, 1999.

Viotti da Costa, Emilia: “Brasil la era de la reforma 1870-1889”, en Leslie Bethel, Historia de
América Latina, tomo 10, América del Sur 1870- 1930, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 370-413.

Warren, Dean: “La economía brasileña 1870-1930”, en Leslie Bethel, Historia de América Latina,
tomo 10, América del Sur 1870-1930, Barcelona, Editorial Crítica, 2000, pp. 333-369.

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