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Un águila y una zorra que eran muy amigas decidieron vivir juntas con la idea de que eso reforzaría

su amistad. Entonces el águila escogió un árbol muy elevado para poner allí sus huevos, mientras
que la zorra soltó a sus hijos bajo unas zarzas sobre la tierra al pie del mismo árbol.
Un día que la zorra salió a buscar su comida, el águila, que estaba hambrienta cayó sobre las zarzas,
se llevó a los zorruelos, y entonces ella y sus crías se regozijaron con un banquete.
Regresó la zorra y más le dolió el no poder vengarse, que saber de la muerte de sus pequeños;
¿ Cómo podría ella, siendo un animal terrestre, sin poder volar, perseguir a uno que vuela ? Tuvo
que conformarse con el usual consuelo de los débiles e impotentes: maldecir desde lejos a su
enemigo.
Mas no pasó mucho tiempo para que el águila recibiera el pago de su traición contra la amistad. Se
encontraban en el campo unos pastores sacrificando una cabra; cayó el águila sobre ella y se llevó
una víscera que aún conservaba fuego, colocándola en su nido. Vino un fuerte viento y transmitió el
fuego a las pajas, ardiendo también sus pequeños aguiluchos, que por pequeños aún no sabían volar,
los cuales se vinieron al suelo. Corrió entonces la zorra, y tranquilamente devoró a todos los
aguiluchos ante los ojos de su enemiga.
“Nunca traiciones la amistad sincera, pues si lo hicieras, tarde o temprano del cielo llegará el
castigo”.
UNA VISITA AL MERCADO

Un domingo por la mañana José María estaba muy enojado porque su mamá le dijo que tenía
que ir con ella al mercado que estaba en el centro de la ciudad.

Él nunca había ido a un mercado, sólo sabía que a ese lugar iba mucha gente.

Al llegar al mercado quedó sorprendido, nunca se imaginó lo que estaba viendo. Era como
entrar a otro mundo.

Era un mercado muy grande y había tantas cosas, que le dieron ganas de tener ojos en la
espalda para poder verlo todo: frutas, carne de conejo, de víbora y de borrego; verduras que
nunca había visto; ropa, chiles de muchas formas y colores; juguetes, globos y comida; en fin,
había de todo.

A José María le llamó mucho la atención la gente que gritaba: ¡Pásele, pásele, aquí tengo las
cebollas que no hacen llorar, lléveselas! ¡Acérquese señora, llévese esta fruta, está sabrosa, es
fruta fresca y jugosa! ¡Venga, venga, aquí está la diversión para los pequeños de la casa,
lléveles uno!

José María empezó a sentirse muy bien por haber acompañado a su mamá, porque le había
gustado mucho ese mercado.

Mientras ella compraba las cosas que necesitaba, él escuchaba con mucha atención lo que
decía: “¿cuánto cuesta el kilo de pollo?” José María miró los pollos y pensó ¡Qué feos se ven
así, todos pelones!

De pronto pasó el globero: iba a pedirle a su mamá que le comprara un globo, pero como todo
le llamaba tanto la atención lo olvidó rápidamente y siguió muy divertido viendo los juguetes de
madera que un señor estaba vendiendo.

Después de hacer las compras su mamá le dijo: “apúrate José María, no te quedes parado,
vámonos ya porque tengo que hacer la comida y se nos hace tarde”.

Cuando salieron del mercado el niño sintió que el tiempo había pasado rápido, que había
muchas cosas que no había visto y así se lo dijo a su mamá.

“No te preocupes, le contestó la mamá; si quieres, todos los domingos vienes conmigo para
que conozcas todo lo que hay en este mercado” y, por supuesto, José María estuvo de acuerdo
y se fue de muy buen humor a su casa.

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