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Análisis narrativo. El Guardagujas. Juan José Arreola.

Hay relatos que en su intento de hacer llegar al lector a la “catarsis” desperdician la


brevedad de este género literario, y se enfrascan en descripciones desmedidas o en
acciones demasiado rápidas que dejan al público, en un alto porcentaje, indiferente. Por
el contrario, hay relatos que, como si de una tragedia raciniana se tratara, saben adatar
las “tres unidades aristotélicas” con una proporción magistral, en otras palabras: narran
lo justo en su justo espacio. Y “El guardagujas” es una de eso relatos. Recogido en un
volumen de cuentos que el escritor mexicano publicó bajo el nombre de
“Confabulario”, el cuento de Arreola se basa en dos circunstancias concretas: una
estación de tren y dos hombres que conversan en el andén mientras esperan la incierta
llegada del ferrocarril. Estos dos hombres (únicos personajes de la historia) son un
viajero con prisa, que es quién verdaderamente espera al tren, y el guardagujas. Todo el
relato está centrado en las respuestas que el guardagujas le da a su interlocutor cuando
éste le pregunta por la llegada del tren. Y, es precisamente en estas respuestas donde
reside la magia y el virtuosismo de este relato, pues la gracia e ironía, así como la crítica
social y moral se despliegan de una manera monumental, adheridas siempre, a la
brevedad del relato y del tiempo real de la conversación, que demuestran la perfecta
adecuación del autor, el cual dice mucho pero en un “espacio narrativo” muy corto, y
todo ello, como hemos referido más arriba, en su justa medida.
La forma de modalización comienza con una omniscencia neutral que nos informa de la
situación espacial así como de algunas particularidades de los dos caracteres, para
seguidamente entrar en un modo dramático que predomina en casi la totalidad de la
historia. Este tipo de modalización propia del género teatral da al relato una cierta
objetividad ya, que el autor implícito y el propio narrador quedan al margen de
cualquier tipo de juicio e ideología, pues, es el personaje el que con sus propios
pensamientos desarrolla la idea o ideas principales que subyacen en el relato.
En el texto se mezclan realidad y fantasía, propias, por otro lado, del género
metalingüístico conocido como Realismo mágico que se desarrolló principalmente en
América del sur a mediados del siglo XX. Toda la conversación entre los dos individuos
es una crítica ingeniosa al sistema ferroviario (probablemente mexicano) y a la sociedad

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actual en general, con su prisas, sus incongruencias, su miseria y como no. Sus
gobernantes.
Todo comienza cuando “El forastero” le pregunta al guardagujas si ha salido ya el tren.
A partir de aquí, nuestro querido guardagujas comienza a explicar a su consignatario las
virtudes del sistema ferroviario de ese país, al tiempo que le advierte de que no puede
andarse con exigencias pues el gobierno sigue trabajando en un continuo mejoramiento
de los medios de transporte: “Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted
sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho ya
grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de
boletos.” Es inconfundible la huella de la literatura rusa decimonónica en está líneas
llenas de las más pura ironía, y sus pinceladas de humor, e incluso la brillante sencillez
de su estilo dejan entrever una significativa deuda con la crítica satírica de Nikolái
Gógol y de sus contemporáneos.
La temporalización manifiesta en un 90% una equivalencia precisa entre el tiempo de la
historia y el tiempo del discurso. Este fenómeno viene dado, en su mayor parte, por el
dominio del diálogo en casi todo el relato, pero, incluso en las dos partes en las que se
constata la presencia de un narrador, partes que coinciden con el principio y el final de
la historia, tampoco podemos hallar una gran discordancia entre el tiempo real y el
narrado: “Alguien, salió de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al
volverse, el forastero se halló ante un viejecillo…”. Este ajuste entre los dos tiempos
abre una especie de intriga que, llevada por el ritmo del propio diálogo, crea en el lector
cierta sensación de incertidumbre ya, que es difícil predecir el desenlace final.
La fantasía tampoco es un factor que falte en este relato y así, utilizándola con un fin
irónico, Arreola nos cuenta algunas de las peculiaridades del sistema nacional de
transportes: “En la ruta faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien, el
maquinista, en vez de poner marcha hacia atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de
ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección el tren fue
desarmado pieza por pieza y conducido a hombros al otro lado del abismo…”
Pero en todo esta “maravillosa” conversación tampoco faltan anacronías en el tiempo,
y la historia, en boca del guardagujas, produce varias analepsis que evocan un tiempo
indefinido pero pasado, y que ayudan al lector a comprender los porqués del (al parecer)
ya largo retraso del tren con destino a T: “Recientemente, doscientos pasajeros
anónimos escribieron una de las páginas más gloriosas de nuestros anales ferroviarios.
Sucede que en un viaje de prueba…”

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La educación es otro de los puntos de mira de Arreola que con su gracia e ingenio,
arremete contra la descortesía de la gente que, imbuida por las prisas del “capital” y por
el individualismo endémico que se proyecta sobre la base de un “liberalismo
inhumano”, ya comenzaba a crear la raíz de una involución del género humano que hoy
ha crecido con el abono de las nuevas tecnologías y su gélida globalización: “Al llegar
un convoy, los viajeros, irritados por la espera demasiado larga, salen de la fonda en
tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con
su increíble falta de cortesía y de prudencia. (…) Se resolvió entonces el
establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros reciben
lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado.”
Otra de las consignas del guardagujas es hacer ver al forastero que los viajeros cuando
cogen un tren no tienen la seguridad de que los traslade al sitio deseado, aunque eso no
quiere decir que no pueden llegar alguna vez al mismo: “Viene un tren, suben, y al día
siguiente oyen que el conductor anuncia: “Hemos llegado a T”. Sin tomar precaución
alguna, los viajeros descienden y se hayan precisamente en T.”
Resumiendo: El relato, cuyo discurso presenta un carácter nouménico, se desarrolla en
tres partes muy marcadas. Una obertura donde se hace una pequeña descripción del
lugar y los personajes, un cuerpo central basado en el diálogo (estilo propio de la novela
dialógica) y una parte final que, volviendo al uso del narrador neutral, cierra el final de
la historia donde el autor deja abierta una puerta a las distintas lecturas que en ella
residen. (Lector implícito). Es este un cuento especial por su tratamiento del tiempo,
donde el autor consigue hacer una “desviación psicológica” para que se llegue a
concebir el paso de unos pocos minutos como un tiempo más largo, gracias a la falta de
referencias temporales que en él predominan, y de este modo, crear una sensación de
sorpresa al final del relato, cuando se descubre que el tren se está acercando, y todo ello
dentro del tiempo real de una conversación.
En definitiva, es un cuento de lucha; en una guerra contra la alienación de la sociedad
“civilizada” que se empeña en retroceder al pasado hablando del futuro, contra una
burocracia incompetente que, al igual que estos trenes, siempre va con retraso. Una
lucha que dispara con un arma que nunca se encasquilla, ese arma que parece inofensiva
pero que pueden calar más adentro que cualquier otra, porque puede calar en las
conciencias. Es el arma de la risa, que con un carácter lúdico, educa mejor que cualquier
seco ilustrado y que cualquier institución de valor, es esa arma que en manos de la
literatura se viste de etiqueta para enseñarnos no solo la vida, sino un paso más.

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