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Raíces y romanos
Los primeros habitantes del territorio que hoy ocupa Alemania fueron tribus
celtas y germánicas nómadas. Bajo el dominio del emperador Augusto, los
romanos iniciaron la conquista de las tierras alemanas en torno al 12 a.C. y
alcanzaron el Rin y el Danubio. Sus intentos por expandir su territorio más al
este se vieron frustrados el año 9, cuando el general romano Publio Quintilio
Varo perdió tres legiones (unos 20 000 hombres) en la sangrienta batalla del
Bosque de Teutoburgo. Las fuerzas germánicas estuvieron encabezadas por
Arminio, hijo de un jefe local que había sido capturado y llevado a Roma
como rehén. Allí adoptó la ciudadanía romana y recibió la educación militar
que le permitiría vencer estratégicamente a Varo.
Durante muchos años se creyó que esta épica batalla tuvo lugar en el monte
Grotenburg, en el bosque homónimo, cerca de Detmold (Renania del Norte -
Westfalia), pero nadie sabe con certeza dónde ocurrió. Lo más probable es
que fuera en la colina de Kalkriese, en la Baja Sajonia, al norte de
Osnabrück. En los años noventa un grupo de arqueólogos encontró allí
yelmos, corazas, huesos y otros restos. Hoy en día es un museo y parque.
Tras la victoria de Arminio, los romanos no volvieron a intentar conquistar
tierras germánicas más allá del Rin y aceptaron este río y el Danubio como
fronteras naturales, tras lo cual consolidaron su poder fundando colonias
como Tréveris, Colonia, Maguncia y Ratisbona. Mantuvieron la hegemonía en
la región hasta el 476.
La Edad Media
El fuerte regionalismo de Alemania tiene su origen en la Alta Edad Media,
marcada por disputas e intrigas por los territorios. El corazón simbólico del
poder durante esta época fue el lugar de sepultura de Carlomagno, la
catedral de Aquisgrán, que acogió la coronación de 31 reyes germanos desde
el 931 hasta 1531, empezando por Otón I (Otón el Grande). Otón demostró
su valía en el campo de batalla al derrotar a las tropas húngaras y, más
adelante, al conquistar el reino de Italia. En el 962 renovó la promesa de
Carlomagno de proteger el Papado, y el papa, en agradecimiento, lo coronó
emperador; así nació el Sacro Imperio Romano Germánico. Durante los 800
años siguientes, el káiser y el papa formarían una pareja extraña y, a
menudo, incómoda.
Las disputas de poder entre el papa y el emperador, que también debía lidiar
con los príncipes y príncipes-obispo locales, fueron la causa de muchas
rebeliones en la Alta Edad Media. Un hito de la época fue la Querella de las
Investiduras entre Enrique IV [1056-1106] y el papa Gregorio VI, en la que se
discutió sobre si era el papa o el monarca quien tenía derecho a designar los
obispos, abades y otros altos cargos eclesiásticos. La reacción del papa fue
excomulgar a Enrique en el 1076, tras lo cual el rey emprendió un camino de
penitencia hasta el castillo de Canossa (Italia), residencia del papa.
Arrepentido, Enrique permaneció descalzo en la nieve durante tres días
rogando que se retirara su excomunión. Finalmente fue absuelto, pero la
cuestión de la investidura mantuvo al imperio al borde de la guerra ci vil hasta
que en 1122 se firmó un tratado que concedía derechos limitados al
emperador en la elección de obispos.
Enrique IV era miembro de la poderosa dinastía salia, una de las que
dominaron Alemania en la Alta Edad Media. Las otras fueron las familias
reales Hohenstaufen y Welf, la antigua Casa de Baviera. Uno de los
miembros más poderosos de esta última fue Enrique el León, que reinó sobre
los ducados de Sajonia y Baviera, y extendió su influencia hacia el este en
sus campañas para germanizar y convertir a los eslavos.
Enrique, que tenía unas conexiones excelentes (su segunda esposa, la
inglesa Matilde, era hermana de Ricardo Corazón de León), fundó Brunswick
(donde yace enterrado), Múnich, Lubeca y Luneburgo. En el apogeo de su
reinado, su dominio se extendía desde las costas del mar del Norte y del mar
Báltico hasta los Alpes y desde Westfalia hasta Pomerania (en la actual
Polonia). Sin embargo, los Hohenstaufen, bajo el reinado de Federico I
Barbarroja [1152-1190], acabaron recuperando el poder y le arrebataron
Sajonia y Baviera.
En 1254, tras la muerte del último emperador Hohenstaufen, Federico II, el
imperio se sumergió en una era conocida como el Gran Interregno, en que
ninguno de los sucesores lograba apoyos suficientes y que duró hasta la
elección de Rodolfo I en 1273. Rodolfo fue el primero de los 19 emperadores
de la dinastía Habsburgo que dominaron a la perfección el arte de los
matrimonios políticos y lograron mantener el cetro imperial hasta principios
del s. XIX, cuando Napoleón finiquitó el imperio.
En el s. XIV se consolidó la estructura básica del Sacro Imperio Romano
Germánico. Un documento clave fue la Bula de Oro de 1356 (así llamada por
su sello dorado), decreto emitido por el emperador Carlos IV que, en esencia,
equivalía a una Constitución imperial. Lo más importante es que estableció
reglas precisas para la elección de los emperadores al especificar los
siete Kurfürsten (príncipes-electores) encargados de decidir quiénes serían
los coronados por el papa. El privilegio recayó en los gobernantes de
Bohemia, Brandeburgo, Sajonia y el Palatinado, así como en los príncipes -
obispos de Tréveris, Maguncia y Colonia. Para elegir al nuevo emperador
bastaba la mayoría simple.
La importancia de la pequeña nobleza fue decreciendo al tiempo que
aumentaba el poder económico de las ciudades, sobre todo después de que
muchas forjaran una estratégica alianza comercial, la Liga Hanseática. A las
urbes más poderosas, como Colonia, Hamburgo, Núremberg y Fráncfort, se
les concedió el estatus de ciudad imperial libre, por lo que respondían
directamente ante el emperador (en oposición a las ciudades no libres,
subordinadas a un gobernante local).
Fueron tiempos difíciles para los alemanes de a pie, ya que tuvieron que
hacer frente al hambre, los pogromos contra los judíos y la escasez de mano
de obra, todo ello causado por la peste que entre 1348 y 1350 exterminó al
25% de la población europea. Sin embargo, en la misma época en que tantos
alemanes sucumbieron a la muerte, se fundaron universidades por tod o el
país, la primera de ellas en Heidelberg en 1386.
El auge de Prusia
A medida que el poder del Sacro Imperio Romano Germánico se desvanecía,
una nueva potencia empezaba a divisarse en el horizonte: Brandeburgo -
Prusia. Desde 1411, el ducado oriental de Brandeburgo había estado en
manos de la dinastía Hohenzollern, pero ocupaba una posición marginal en el
imperio. La situación cambió en el s. XVII con Federico Guillermo [1640-
1688]; conocido como el Gran Elector, tomó varias medidas que llevaron al
ascenso de Brandeburgo a la categoría de potencia europea. Convirtió Berlín
en una plaza fuerte, impuso un nuevo impuesto sobre las ventas, transformó
la ciudad en un núcleo comercial mediante la construcción de un canal que
unía los ríos Óder y Spree y promovió la acogida de refugiados hugonotes
franceses. Entre 1680 y 1710, la población de Berlín casi se triplicó y se
convirtió en una de las mayores urbes del Sacro Imperio. En cuanto tuvo
oportunidad, su hijo, Federico III de Brandeburgo, se autoproclamó Federico I
de Prusia (elector de 1688 a 1701 y rey de 1701 a 1713) y estableció en
Berlín la residencia real y la capital de Brandeburgo-Prusia.
El hijo de Federico, Federico Guillermo I [1713-1740], sentó las bases del
poderío militar prusiano. Los soldados eran la obsesión del rey, que dedicó la
mayor parte de su vida a reunir un ejército de 80 000 efectivos, en parte
mediante la instauración del servicio militar (muy impopular ya entonces y
finalmente revocado) y también persuadiendo a otros gobernantes de que le
vendieran hombres. La historia lo recuerda con bastante acierto como el Rey
Sargento.
Irónicamente, dichos soldados no entraron en acción hasta el ascenso al
trono de su hijo y sucesor Federico II el Grande [1740-1786]. Federico luchó
a brazo partido durante dos décadas para arrebatar Silesia (en la actual
Polonia) a Austria y Sajonia. También abrazó las ideas de la Ilustración y
abolió la tortura, garantizó la libertad religiosa e introdujo reformas legales.
Varios grandes pensadores (Moses Mendelssohn, Voltaire y Gotthold
Ephraim Lessing, entre otros) acudieron a Berlín, que floreció como capital
cultural y pasó a ser llamada “la Atenas del Spree”.
La República de Weimar
En julio de 1919 se aprobó una Constitución federal y republicana en la
ciudad de Weimar, donde la asamblea constituyente había buscado refugio
del caos de Berlín. El primer experimento serio de Alemania con la
democracia trajo el sufragio femenino y derechos sociales básico s, pero
también dio al canciller el derecho a gobernar por decreto, concesión que fue
clave en el posterior ascenso al poder de Hitler.
La República de Weimar (1920-1933) estuvo gobernada por una coalición de
partidos de izquierda y de centro, pero no agradaba ni a comunistas ni a
monárquicos. De hecho, los años veinte no fueron nada “felices” en
Alemania, pues estuvieron marcados por la humillación de haber perdido la
guerra, la hiperinflación, el paro generalizado, el hambre y las enfermedades.
La gente moría de frío en las ciudades mientras el carbón de la cuenca
minera del Ruhr se enviaba a Francia.
La estabilidad económica fue recuperándose gradualmente tras la
introducción en 1923 de una nueva moneda, el Rentenmark, y con el Plan
Dawes de 1924, que limitó las abrumadoras indemnizaciones impuestas a
Alemania. Sin embargo, la tendencia volvió a revertirse tras el crack del 29,
que hundió al mundo en la depresión económica. En cuestión de semanas,
millones de alemanes perdieron el empleo y los disturbios y las
manifestaciones volvieron a resonar en las calles.
La II Guerra Mundial
La II Guerra Mundial se inició el 1 de septiembre de 1939 con la invasión nazi
de Polonia. Francia y Reino Unido declararon la guerra a Alemania dos días
después, pero ni siquiera esto pudo evitar la rápida derrota de Polonia,
Bélgica, Países Bajos y Francia. Dinamarca y Noruega pronto cayeron
también bajo el dominio de los nazis.
En junio de 1941, Alemania rompió su pacto de no agresión con Stalin y
atacó la URSS. Aunque al principio tuvo éxito, la Operación Barbarroja no
tardó en topar con dificultades. Las tropas alemanas fueron finalmente
derrotadas en la batalla de Stalingrado (la Volgogrado actual) al invierno
siguiente y se vieron forzadas a retirarse.
Con el desembarco de Normandía en junio de 1944, los aliados se
adentraron con formidable fuerza en el continente europeo, ayudados por
constantes y devastadores ataques aéreos que destruyeron con saña las
ciudades alemanas y su patrimonio cultural y artístico, y mataron al 10% de la
población civil. La definitiva batalla de Berlín dio comienzo a mediados de
abril de 1945. Más de 1,5 millones de soldados soviéticos se dirigieron a la
capital desde el este; llegaron el 21 de abril y la rodearon el 25. Dos días más
tarde alcanzaron el centro de la ciudad y libraron batallas callejeras con lo
poco que quedaba del ejército alemán, un desorganizado grupo de
adolescentes y ancianos.
El 30 de abril, las bombas caían sobre el búnker de Hitler, donde
el Führer del “Reich de los Mil Años” se escondía junto a Eva Braun, la que
durante mucho tiempo había sido su amante y con quien se había casado un
día antes. Tras aceptar que la derrota era inevitable, se suicidaron. Mientras
sus cuerpos ardían en el patio de la Cancillería, los soldados del Ejército
Rojo izaban la bandera soviética en el Reichstag.
El 7 de mayo de 1945, Alemania se rindió de forma incondicional. La paz se
firmó en los cuarteles del ejército estadounidense en Reims (Francia) y en los
del ejército soviético en Berlín. La II Guerra Mundial en Europa terminó
oficialmente el 8 de mayo de 1945.
El gran enfriamiento
En las conferencias de Yalta y Potsdam, celebradas en febrero y julio de
1945, los aliados (EE UU, Reino Unido, la Unión Soviética y Francia)
redibujaron las fronteras de Alemania y dividieron el país en cuatro zonas de
ocupación.
Pronto surgieron roces entre los aliados occidentales y los soviéticos. Los
primeros pretendían que Alemania se recuperara reconstruyendo su
devastada economía; algo habían aprendido del Tratado de Versalles. Los
soviéticos insistían en recibir cuantiosas indemnizaciones y empezaron
explotar su zona de ocupación. Decenas de miles de hombres físicamente
capaces y de prisioneros de guerra terminaron en gulags (campos de trabajo)
situados en lo más profundo de la Unión Soviética. La inflación seguía
castigando las economías locales, hubo escasez de comida y el Partido
Comunista de Alemania (KPD) y el Partido Socialdemócrata de Alemania
(SPD) se vieron forzados a unirse en el Partido Socialista Unificado de
Alemania (SED). Mientras tanto, en las zonas aliadas occidentales comenzó
a asentarse la democracia con la elección de los parlamentos estatales
alemanes (1946-1947).
La confrontación se produjo en junio de 1948, cuando los aliados
occidentales introdujeron el marco alemán en sus zonas. La URSS lo
consideró una infracción del Acuerdo de Potsdam, en que las potencias
habían decidido tratar Alemania como una sola zona económica. Los
soviéticos pusieron en curso su propia moneda, el Ostmark, y anunciaron un
bloqueo a gran escala de Berlín Oeste, que se hallaba completamente
rodeada por la zona soviética. Los aliados occidentales respondieron con un
admirable puente aéreo: durante 11 meses, las flotas aéreas británica y
estadounidense descargaron comida, carbón, maquinaria y otros recursos
básicos en el aeropuerto de Tempelhof de Berlín Oeste. Para cuando los
soviéticos se echaron atrás, los aliados ya habían realizado 278 000 vuelos,
recorrido una distancia equivalente a 250 viajes de ida y vuelta a la Lu na y
entregado 2,5 millones de toneladas de mercancías.
Dos Alemanias
En 1949 se formalizó la división de Alemania (y de Berlín). Las zonas
occidentales formaron la Bundesrepublik Deutschland (República Federal de
Alemania, RFA) o Alemania Occidental; Konrad Adenauer fue su primer
canciller, y la capital se estableció en Bonn, junto al Rin. El paquete de
ayudas conocido como Plan Marshall hizo posible
el Wirtschaftswunder (milagro económico alemán): la economía creció, de
media, un 8% cada año entre 1951 y 1961. La recuperación fue obra, sobre
todo, del ministro de Economía Ludwig Erhard, que compensó la grave
escasez de mano de obra acogiendo en Alemania a 2,3 millones de
trabajadores extranjeros, sobre todo turcos, yugoslavos, españoles e
italianos. Este hecho puso las bases de la sociedad multicultural actual.
Por su parte, la zona soviética se convirtió en la Deutsche Demokratische
Republik (República Democrática Alemana, RDA); Wilhelm Pieck fue su
primer presidente y la capital se estableció en Berlín Este. Las políticas
económicas, judiciales y de seguridad estuvieron bajo el control de un solo
partido, el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), cuyo líder era
Walter Ulbricht. Para sofocar toda oposición, en 1950 se creó el Ministerio
para la Seguridad del Estado o Stasi.
La RDA entró en un estancamiento económico, en gran parte debido a la
incesante política soviética de especulación financiera e indemnizaciones. El
fallecimiento de Stalin en 1953 hizo crecer las esperanzas de reforma, pero
solo estimuló al Gobierno de la RDA a aumentar aún más los objetivos de
producción. El descontento latente estalló de forma violenta el 17 de junio de
1953, cuando el 10% de los trabajadores de la RDA salieron a la calle. Las
tropas soviéticas sofocaron la sublevación, pero hubo muchas muertes y
unas 1200 detenciones.
El Muro
En los años cincuenta, la diferencia entre las economías de las dos
Alemanias se hizo abismal, lo que llevó a 3,6 millones de ciudadanos de la
RDA (casi todos jóvenes e instruidos) a buscar fortuna en Alemania
Occidental, lo que dejó a la RDA al borde del colapso económico y político. Al
final, esta fuga de cerebros permanente provocó que el Gobierno comunista,
con el consentimiento de los rusos, levantara un muro para mantener a sus
ciudadanos dentro de las fronteras. La construcción del Muro de Berlín, el
símbolo por antonomasia de la Guerra Fría, empezó la noche del 13 de
agosto de 1961.
Este acto furtivo dejó a los berlineses de piedra. Las protestas formales de
los aliados occidentales y las manifestaciones masivas en Berlín Oeste
fueron ignoradas. Llegaron tiempos tensos. En octubre de 1961, los tanques
estadounidenses y soviéticos se encararon en el paso fronterizo de Berlín
conocido como Checkpoint Charlie en un acto de política suicida.
El nombramiento de Erich Honecker (1912-1994) como líder de la RDA en
1971, en combinación con la Ostpolitik (política amistosa con el Este) del
canciller de Alemania Occidental Willy Brandt (1913-1992), suavizaron las
relaciones entre ambos países. En septiembre del mismo año, los cuatro
aliados firmaron un acuerdo que regulaba el paso entre Berlín Oeste y
Alemania Occidental, garantizaba el derecho de los habitantes de Berlín
Oeste a visitar Berlín Este y la RDA e incluso daba permiso a los ciudadanos
de la RDA para viajar a la RFA en caso de emergencia familiar.
El acuerdo también allanó el camino para la firma, un año después,
del Grundlagenvertrag (Tratado Básico), en que los dos países reconocían la
soberanía y las fronteras del otro y se comprometían a llevar a cabo
“misiones permanentes” en Bonn y Berlín Este.
En 1974, Alemania Occidental entró a formar parte del G8. Sin embargo, los
años setenta también estuvieron marcados por el terrorismo, y varios
políticos y empresarios importantes fueron asesinados por los anticapitalistas
de la Baader-Meinhof, la Fracción del Ejército Rojo (Rote Armee Franktion;
RAF). En la misma década surgieron la cuestión antinuclear y la ecologista,
que condujeron a la fundación del Die Grünen (Los Verdes) en 1980.
La caída
Los corazones y las mentes de Europa del Este llevaban mucho tiempo
esperando un cambio, pero la reunificación de Alemania cogió por sorpresa
hasta a los observadores políticos más perspicaces. El llamado Wende, punto
de inflexión de la caída del comunismo, tuvo un desarrollo gradual que
terminó con un gran boom: el derrumbamiento del Muro de Berlín el 9 de
noviembre de 1989.
Antes de la caída del Muro, los habitantes de la RDA de nuevo habían
empezado a abandonar su país en tropel, esta vez a través de Hungría, que
había abierto sus fronteras con Austria. El SED no pudo hacer nada por
impedir el flujo de personas que deseaban marcharse; algunas buscaron
refugio en la embajada de Alemania Occidental en Praga. Mientras tanto, las
manifestaciones masivas de Leipzig se extendieron a otras ciudades, incluida
Berlín Este.
Como la situación empeoraba, Erich Honecker dimitió y cedió el poder a Egon
Krenz, tras lo cual se abrieron las compuertas: la trascendental noche del 9
de noviembre de 1989, el funcionario Günter Schabowski informó a los
ciudadanos de la RDA que podían viajar directamente al Oeste, con efecto
inmediato. Aunque el anuncio era verdadero, se suponía que no debía
hacerse hasta el día siguiente, por lo que los guardias de frontera se vieron
desbordados. Decenas de miles de alemanes del este se precipitaron, llenos
de júbilo, hacia los pasos fronterizos en Berlín y en el resto del país y
pusieron fin a la larga y fría era de la división alemana.
La reunificación
La actual Alemania reunificada, con 16 estados federales, se forjó tras un
delicado debate político y una serie de tratados para terminar con las zonas
de ocupación establecidas tras la guerra. La ciudad reunificada de Berlín
pasó a ser una ciudad-estado (como Hamburgo o Bremen). La moneda única
y la unión económica se hicieron realidad en julio de 1990, y tan solo un mes
después se firmó en Berlín el Tratado de Unificación. En septiembre del
mismo año, los representantes de la RDA, la RFA, la URSS, Francia, Reino
Unido y EE UU se reunieron en Moscú para firmar el Tratado Dos más
Cuatro, que puso fin a las zonas de ocupación de posguerra y allanó el
camino para la reunificación formal de Alemania. En octubre se disolvió la
RDA y en diciembre se celebraron las primeras elecciones de la Alemania
reunificada.
En 1991, con una pequeña diferencia (338 a 320 votos), los miembros del
Bundestag aprobaron el traslado del Gobierno a Berlín y la volvieron a
convertir en la capital de Alemania. El 8 de septiembre de 1994, las últimas
tropas aliadas que quedaban en Berlín abandonaron la ciudad tras una
ceremonia festiva.
La figura dominante durante el proceso de reunificación y los años noventa
fue Helmut Kohl, cuya coalición entre la Unión Democrática Cristiana (CDU),
la Unión Social Cristiana (CSU) y el Partido Democrático Libre (FDP) fue
reelegida en diciembre de 1990 en las primeras elecciones del país tras la
reunificación.
Bajo el liderazgo de Kohl, se privatizaron los activos de Alemania Oriental, se
redujeron drásticamente los subsidios excesivos a las industrias estatales (o
bien se vendieron o se cerraron) y se invirtió mucho (quizá demasiado) en la
modernización de infraestructuras para crear un boom que logró que la
antigua RDA creciera un 10% al año hasta 1995.
No obstante, el crecimiento se ralentizó muchísimo a mediados de los
noventa y dio pie a una Alemania formada por vencedores y vencidos de la
reunificación. A quienes tenían trabajo les iba bien, pero la tasa de paro era
alta y la falta de oportunidades en varias regiones del este aún hacía que
muchos jóvenes probaran fortuna en el oeste de Alemania o en ciudades en
desarrollo como Leipzig. A pesar de su frágil economía, Berlín fue la
excepción. Muchos funcionarios públicos se trasladaron allí desde Bonn para
trabajar en los ministerios, mientras que los jóvenes de todo el país acudían
por su vibrante escena cultural.
La implicación de Kohl en un escándalo de financiación ilícita a finales de l a
década de 1990 supuso una carga económica para su partido y provocó que
la CDU le despojara de su cargo de presidente honorífico vitalicio. En 1998,
la coalición entre el SPD y Alianza 90/Los Verdes derrotó a la coalición CDU -
CSU-FDP.
El nuevo milenio
Con la formación de un Gobierno de coalición entre el SPD y Alianza 90/Los
Verdes en 1998, Alemania logró otro hito. Por primera vez un partido
ecologista gobernaba un país. Dos figuras protagonizaron los siete años de
gobierno de esta alianza: el canciller Gerhard Schröder y el vicecanciller de
Los Verdes y ministro de Exteriores Joschka Fischer. Este último, a pesar de
su pasado izquierdista en Fráncfort del Meno durante los años setenta, gozó
del respeto internacional y de gran popularidad entre los alemanes de todas
las ideologías políticas.
Con Schröder, Alemania adoptó una postura más independiente en los
asuntos exteriores; se negó a involucrarse militarmente en la Guerra de Irak,
pero dio su apoyo a EE UU, históricamente su mayor aliado, en Afganistán y
en Kosovo. Su posicionamiento en cuanto a la invasión de Irak, que reflejaba
los sentimientos de la mayoría de los alemanes, tensó las relaciones con la
administración de George W. Bush.
El ascenso de Los Verdes y del partido democrático socialista Die L inke (La
Izquierda) ha modificado drásticamente el panorama político de Alemania;
ahora es mucho más difícil que uno de los dos grandes (CDU/CSU y SPD)
obtenga la mayoría absoluta. Las elecciones del 2005 se saldaron con una
gran coalición entre la CDU/CSU y el SPD, con Angela Merkel como canciller.
Fue la primera mujer en ocupar este cargo, así como la primera en haber
nacido en la RDA, hablar ruso y ser licenciada en Química. Aunque muchos
alemanes esperaban que esto solucionara el estancamiento político entre el
Gobierno y el Bundesrat (Consejo Federal), liderado por la oposición, las
negociaciones se apartaron del foco de atención y se llevaron a cabo en
segundo plano.
Con la crisis económica del 2008, el Gobierno alemán inyectó cientos de
miles de millones de euros en el sistema financiero para respaldar a los
bancos. Entre otras medidas, se permitió a las empresas reducir la jornada
laboral de los trabajadores sin perder la paga y se idearon estrategias como
animar a los alemanes a cambiar de coche.
Las elecciones del 2009 confirmaron la tendencia a votar partidos pequeños y
el sistema político de Alemania quedó repartido en cinco formaciones. La
CDU/CSU y el SPD perdieron una considerable cantidad de votos en favor
del FDP, La Izquierda y Los Verdes. La Izquierda había recibido mucho
apoyo en la zona oriental, pero el éxito del 2009 les permitió establecerse a
nivel federal. En las elecciones del 2013 se invirtió ligeramente esta
tendencia y los partidos grandes recuperaron parte de los votos. En esa
ocasión, el principal perdedor fue el FDP, que obtuvo solo un 4,8% (un 9,8%
menos que en el 2009) y no alcanzó el mínimo del 5% necesario para tener
representación en el Bundestag.
En las elecciones del 2013 también se produjo un ascenso meteórico de un
nuevo partido conservador y escéptico con Europa, Alternativa para Alemania
(AfD). Fundado en abril del 2013, obtuvo el 4,7% de los votos abogando por
la recuperación del marco alemán y de las otras monedas nacionales, por un
impuesto fijo del 25% y por unas leyes más duras con la inmigración. Los
votantes de este partido pertenecían a todo el espectro político, pero
compartían una desilusión generalizada con los partidos existentes.
Aunque se quedó a las puertas del 5% para entrar en el Bundestag, el AfD ha
obtenido representación en el Parlamento Europeo y en los parlamentos
estatales de Brandeburgo, Sajonia, Turingia, Hamburgo y Bremen. Sin
embargo, la elección de la nacionalista conservadora Frauke Petry como líder
en la convención del AfD de julio del 2015 provocó que miles de sus
miembros más moderados, incluido el cofundador Bernd Lucke, abandonaran
el partido. Un par de semanas después, Lucke fundó un nuevo partido
llamado Alfa.
En el discurso que pronunció en la convención, Petry fue especialmente
ovacionada por su postura islamofóbica, la cual explica su popularidad entre
los detractores del islam y los miembros de PEGIDA (Patriotas Europeos
contra la Islamización de Occidente), un movimiento populista fundado en
Dresde en octubre del 2014. Aunque recibió un aluvión de críticas por sus
lazos con la ultraderecha, PEGIDA consiguió atraer a miles de seguidores y
protagonizó varios titulares en el invierno del 2014-2015 con sus
manifestaciones semanales, que llegaron a contar con 25 000 participantes
en enero del 2015. Este hecho desató numerosas manifestaciones aún
mayores en su contra, así como la condena pública de personajes famosos y
políticos de peso como Angela Merkel.
La cuestión que explica el apoyo recibido por PEGIDA y por el AfD es la
oleada de refugiados económicos y políticos que intentan acceder a Europa.
En Alemania, se calcula que en el 2015 la inmigración será la más alta en 20
años, con 300 000 peticiones de asilo (un 50% más que en el 2014). La
xenofobia y la frustración con las leyes y políticas de inmigración actuales
han ocasionado que se incendiaran intencionadamente unos cuantos refugios
donde viven los inmigrantes que solicitan asilo mientras sus peticiones se
estancan en el complejo sistema burocrático alemán.
Entre todos estos acontecimientos serios hubo un momento de alegría en el
2014, cuando la selección de fútbol de Alemania ganó la Copa Mundial de la
FIFA por cuarta vez (antes lo hizo en 1954, 1974 y 1990).
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