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Los cuatro lunes del mes

En la medianoche, tuve uno de aquellos sueños en los que una persona sabe perfectamente

que está fantaseando.

Me encontraba en el garaje de la universidad, en medio de una fiesta. Había un disco móvil,

altoparlantes en la esquinas, juegos de luces y un sin número de chicos vestidos de gala. Yo

buscaba a uno para sacarlo a bailar, pero ellos no hacían más que reírse.

Consciente de que me encontraba en un sueño, procuraba volver las imágenes a mi favor.

Iba de un lado a otro del patio, trataba de atraer la atención de algún chico pero ningún

resultado.

De pronto, apareció un muchacho con un suéter blanco, de espaldas a mí. Intuí que el

aceptaría bailar y se acercó. Pero entonces ocurrió uno de esos alejamientos que solo se dan en

los sueños: repentinamente, como si se tratase de un salto en la escena de la película, se vio

caminando en el garaje, junto a mí, tomado de su mano.

La situación era exilia. El mantenía el rostro de lado, de modo que yo no alcanzaba a mirarle

las facciones, que debían de ser hermosas si guardaban armonía con su cabello negro, brillante.

Un muchacho con el pelo así seguro era bonito.

Se hizo de noche. Ambos avanzábamos por la escuela donde unos postes de madera,

pintados de azul, nos alumbraban con una luz amarilla.

En un momento, él se me desprendió de su mano y se apoyó contra un poste, manteniéndose

siempre de espaldas: el suéter blanco en su cuerpo, se le mostraba ejercitado y bien fornido.

Fue hacia él y le rece el hombro, dócilmente; le tomó las manos por detrás y sus dedos se

entrelazaron; apoyo mi frente en la nuca del muchacho. El sueño parecía perfecto, aunque yo

deseaba mirar el rostro del aquel muchacho guapo. Lo abrase y supe que me besarían.
Iba a besar a un muchacho bonito, que ni en sueños me atrevía a verle las facciones.

El momento exacto había llegado, el empezó a darse la vuelta, lentamente. Un viento

soplaba con suavidad. La luz amarilla del poste se tornó blanca.

Estaba emocionada y sentí la invasión de un repentino frío en mi cuerpo, el que en la

realidad, fuera del sueño, el muchacho terminó de darse la vuelta y le ofrecí mis labios. Sin

embargo, en ese mismo instante, antes de que yo pudiera entablar una conversación con aquel

rostro en mi memoria, escuche una voz a lo lejos y el muchacho se desvaneció. La voz volvió

a escucharse, esta vez más cerca, del otro lado del sueño, desde la realidad:

- ! Levántate, hija! Vas a atrasarte a la universidad, tienes las primeras horas aprendizaje de

la comunicación humana y tienes que aprovechar al máximo con todos los requerimientos que

la docente exija para que puedas pasar el semestre.

La voz provenía de mi madre, - !Levántate, María Fernanda! - insistió mi madre.

Me levante con una sensación hermosa, había soñado algo hermoso que nunca había tenido,

era el chico más bello.

Fui a la universidad a las 7:00, las clases de metodología fueron aburridas o al menos así

me parecieron a mí, me pase las horas con la mente en blanco, perturbada por el sueño del

muchacho. Y me cuestione que pasaría si mi madre no me hubiera despertado justo cuando iba

a besarlo? Por qué solo podía recordar el cabello y el suéter blanco? El sueño guardaba relación

con mi vida?

Las preguntas se me repetían una y otra vez, y yo mismo la respondía. Por supuesto que

guardaba relación, porque hace tiempo que no salía con nadie debido a mi mala experiencia

con Matías, no resultó ser un hombre serio y todo lo tomo a mal.

La ansiedad me hacía imaginarme a un muchacho a quien ni en sueños llegaba a besar.


Al concluir las clases, me retire con Vanesa, una de mis mejores amigas, luego mi amiga y

yo nos dirigimos a su casa a terminar un trabajo que teníamos plazo hasta medio día.

En el camino, - Te ves media volada –comentó Vanesa mientras comía un snack

-Más que volada, embarullada, le confesé a Vanesa -¿Y eso?

Tuve un sueño raro, encontraba a un chico en una fiesta de la universidad, pero no le podía

mirar el rostro. Nos poníamos a caminar bajo unos postes de luz y el continuaba de espaldas.

Luego se daba la vuelta y, justo cuando iba a besarla, mi progenitora me despertó. La verdad

que el amor es un no sé qué, no se sabe cuándo empieza ni cuando termina.

Fin

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