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El contar historias acompaña al ser humano desde que “el mundo es mundo”. En algún
momento, se contaban historias solo en fogatas o reuniones, y quizás con algunas imágenes en
paredes y papiros. Luego, los libros y las grandes novelas se convirtieron en el medio narrativo
por excelencia. En nuestra generación, tenemos en la cartelera de cine un menú de historias que
cambia cada semana, desde donde observamos todo tipo de enseñanzas; muchas con
aberraciones profundas al diseño de Dios, pero otras con ideas que resuenan con la cosmovisión
bíblica.
Lamentablemente, la mayoría de los cristianos a quienes les pregunto por qué ven
películas me dan respuestas como “para pasar el tiempo”, “para entretenerme”, o quizás
“para compartir con otros”. Estas cosas no tienen nada de malo en sí mismas; sin embargo,
cuando vemos una película nos estamos exponiendo a la cosmovisión de sus realizadores,
a su forma de ver el mundo. Por tanto, si no somos cuidadosos, podemos encontrarnos
entreteniéndonos y pasando el tiempo con ideas que son contrarias a los designios de
nuestro Dios, a la vez que podemos estar pasando por alto grandes enseñanzas edificantes
dentro de la misma película.
Sucede que el filme, como modo de contar historias, es muy poderoso. ¿Quién no
recuerda la muerte de Mufasa en The Lion King? ¿O lo imponente de Aslan al hablarle a
la Bruja Blanca en las Crónicas de Narnia? Las historias son tan poderosas que Cristo
mismo las utilizó para enseñar conceptos complejos (en las parábolas), y David cayó en
cuenta de su pecado al Natán presentarle la historia del hombre y su corderita (2 Sam.
12). Lo que es más, ¡dos tercios de nuestras Sagradas Escrituras son historias! A través
de narrativas podemos encontrarnos aplaudiendo cosas que en la vida real
condenaríamos; y lo contrario también es cierto. Muchos han dicho que el cine es un
púlpito moderno, donde los realizadores le “predican” a multitudes inadvertidas. El
peligro está en si los cristianos “apagamos” el cerebro, y recibimos esos mensajes, siendo
poco a poco conformados a este mundo, en vez de ser transformados mediante la
renovación de nuestra mente (Ro.12:2).
Esto no solo produce que seamos edificados, sino que resulta en que Dios sea glorificado.
Esto NO significa que podemos ver cualquier cosa con tal de sacarle lo positivo, pero
tampoco significa que solo hay cosas positivas en las películas cristianas. No es mi lugar
imponer reglas en las conciencias de los demás, pero sí es mi propósito el edificar al
pueblo de Dios a través de mis reseñas y escritos. En próximos artículos seguiremos
conversando sobre estas cosas. Como conclusión, les pido que no olvidemos lo que
nuestro Dios nos dice en 1 Corintios 6:20: “Porque han sido comprados por un precio.
Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios”.