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La confianza en el mundo de la vida cotidiana1

Parcial I
Historia de la Sociología – Universidad Icesi
Ana Gabriela Pérez Pineda

Me encontraba el lunes pasado revisando las novedades de mi Facebook y en medio de publicaciones diversas, me
encontré con una serie de imágenes que constituían una suerte de “manual de instrucciones” acerca de lo que se debe
y no se debe hacer con un bebé. En ellas se indicaba, por ejemplo, que se debe bañar al bebé en una bañera y no
usando una manguera, que debe secarse con una toalla y no usando una secadora, y que al bebé hay que despertarlo
con un beso en la frente, no haciendo uso de una corneta (el resto de indicaciones se encuentran anexas2). Quise
conocer qué pensaban las personas acerca de ello, así que realicé un ejercicio sencillo: le envié las imágenes a algunos
de mis contactos, seguidas de la pregunta “¿qué piensa usted de las indicaciones anteriores y qué reacción tiene al
verlas?”; veinte personas respondieron, todas mujeres y hombres jóvenes que viven en condiciones muy similares a
las mías y con las que comparto elementos comunes. Vale aclarar que este ejercicio no constituye una prueba
estadística ni comprende elementos generalizables a una población; funciona, más bien, como una ilustración de los
argumentos aquí a tratar, que no tiene un alcance mayor al de estas líneas.
Las respuestas de mis contactos no distaron mucho entre sí. La reacción generalizada que presentaron fue la risa, les
pareció un contenido gracioso y, en general, consideraron que el fin del “manual” era causar humor. Reconocieron
repetitivamente que se trataba de un contenido absurdo, pues “es muy tonto pensar que a alguien en la vida se le
pasaría por la cabeza algo así”, debido a que resulta obvio aquello que no se debe hacer gracias a un ejercicio del
sentido común que, según ellas y ellos, todo el mundo posee y opera de la misma manera. Con menos constancia, se
señaló a las situaciones como “alteraciones de la cotidianidad” o como una exageración de la inexperiencia en padres
primerizos, se consideró también la normalidad de las personas, asegurando que “normalmente los padres son muy
cuidadosos por lo que no hacen ese tipo de cosas” y, además, se planteó la posibilidad de volver realidad las escenas,
pero en un mundo paralelo, uno muy “bizarro”.
La pregunta en cuestión es, entonces, ¿por qué las personas a las que accedí reaccionaron a las imágenes de la manera
en que lo hicieron?, y, además, ¿por qué tuvieron reacciones tan similares? La respuesta que ofrezco afirma que aquello
fue posible, en gran medida, gracias a que todos y todas confían en el mundo de la vida cotidiana en el que viven. Luckman
y Schütz definen el mundo de la vida cotidiana como la “realidad que parece evidente para los hombres [y mujeres] que
permanecen en la actitud natural” (2001, p. 25); al mismo tiempo, Husserl entiende la actitud natural como las operaciones
que realizamos de manera inconsciente y automática, que nos permiten percibir el mundo y actuar en él, sin necesidad
de hacer de los datos que nos llegan un objeto de reflexión. (Joas y Knöbl, 2016, pp. 160-161). En otras palabras, los
resultados del ejercicio fueron esos, desde mi perspectiva, debido a que cada uno de mis veinte contactos tiene
confianza plena en la realidad en la que vive, cree en el mundo que conoce como el único posible y no cuestiona las
actitudes obvias que los adultos deben tener dentro de ese mundo, en este caso, hacia un bebé.
Para construir dicha confianza, es necesario que sucedan varios procesos simultáneos e inconscientes. En primer
lugar, es imprescindible un reconocimiento de los elementos que componen las imágenes y de los significados que
ellos tienen; es decir, para asumir que los actos representados son absurdos, se debe identificar, en primera instancia,
que aquello que está ahí figurado es un bebé y que el bebé está en completa disposición ante los adultos, pues sus
capacidades físicas y cognitivas son distintas; además, se debe reconocer elementos físicos de las imágenes, el uso que

1 Schutz y Luckman, (2001, p. 25).


2
Ver anexos 1 a 11.
se le da a los mismos y los requerimientos para su ejecución, como en el caso de la lavadora, el ajedrez o la botella que
todos reconocieron como contenedor de una bebida alcohólica, sin que ello fuese explícito en la ilustración3. Goffman
explicaría ese reconocimiento común gracias al uso de algunos marcos de referencia primarios, entendidos como esquemas
interpretativos básicos mediante los cuales identificamos los “principios de organización que gobiernan los
acontecimientos” (1974, p. 11), les damos un orden y un sentido, permitiéndonos identificar qué es lo que ahí está
sucediendo y cómo debemos reaccionar al respecto.
Al mismo tiempo, la confianza se asienta sobre un ejercicio del “uso sancionado de la duda” (Garfinkel, 2006, p. 63),
en el que las personas asumen que, en definitiva, las maneras adecuadas para relacionarse con un bebé son las indicadas
en las instrucciones y las que ahí se sancionan constituyen un absurdo, y, al mismo tiempo, asumen que el resto de las
personas asumen lo mismo que ellas y que éstas están asumiendo lo mismo acerca del resto del mundo. Es en medio
de ese proceso que surgen afirmaciones como “es muy tonto pensar que a alguien en la vida se le pasaría por la cabeza
algo así”, frase que evidencia la existencia de unas expectativas comunes y generalizadas acerca de la forma en que se debe
bañar, secar, calmar o ejercitar a un bebé y que se traducen en un orden de las cosas, que se basa en una serie de
acuerdos comunes acerca de la fragilidad, el cuidado, el respeto y el reconocimiento de una etapa llamada “niñez”,
que han sido asumidos por los y las integrantes de la sociedad; y sobre los cuales se asientan las normas4.
Como señalé anteriormente, la reacción más frecuente en mis contactos fue la risa. En este caso, acudir al humor
funciona como un mecanismo para “intentar normalizar las incongruencias resultantes dentro del orden de los eventos
de la vida cotidiana” (Garfinkel, 2006, p. 67). Es así como ninguna de las personas que respondió a mis preguntas
consideró que aquel “manual” constituía, en efecto, una serie de instrucciones serias para el cuidado y relacionamiento
con un bebé. Todas y todos ellos descartaron la normalidad de aquellas imágenes y, en un intento por mantener su
mundo de la vida cotidiana, encontraron una explicación lógica para ello: el humor. Esta insistencia por normalizar lo que
parece absurdo, no obstante, da indicios de la existencia de una estabilidad susceptible al cambio. Si bien aquel mundo
de la vida limita y direcciona nuestras acciones, también se modifica en la medida que cambian nuestras ideas, valores,
actos y formas de relacionarnos (Luckman y Schütz, 2001, p. 28).
La exposición Los niños que fuimos: Huellas de la infancia en Colombia (2012) ilustra la idea anterior. Por medio de una
investigación donde dos historiadores retoman elementos visuales de distintas épocas, se realiza un recuento de las
transformaciones de la vida cotidiana en Colombia, enfocándose en los cambios que ha sufrido la infancia. Su
recorrido empieza por la Colonia, momento en el que fenómenos como la esclavitud determinan y distinguen los
sentimientos y las acciones de los adultos hacia los niños; pasa por el siglo XIX, cuando se representaba a los niños
como pequeños adultos, quienes se vieron inmersos en los conflictos bélicos que azotaron al país; y llega a mediados
del siglo XX, momento que distinguen como “el siglo de la infancia”. Presumiblemente, algunas de las prácticas que
se representan en el “manual” eran parte de la cotidianidad de los colombianos de aquellas épocas, por lo que su
contenido no resultaría absurdo o gracioso; por ejemplo, bañar con una manguera a un niño esclavizado o tratarle de
forma semejante, despertar al niño de manera abrupta en medio de una batalla o forzar su cuerpo para adoptar
posturas determinadas como las que posaban en los retratos5.
Así, la confianza en el mundo de la vida cotidiana es un mecanismo construido de forma colectiva que opera a través de la
interacción de un conjunto de actores ubicados en un espacio y tiempo determinados, quienes se ratifican unos a otros
constantemente por medio de acciones mentales y corporales interconectadas, basadas en los esquemas interpretativos
que comparten y en las expectativas comunes que tienen del mundo. Dichos elementos no son únicos o inamovibles
y funcionan en situaciones y a niveles distintos. En este caso, me enfoqué en la relación de los adultos con los niños

3
Ver anexos 5, 3 y 7, respectivamente.
4
En este ensayo la norma no es un elemento central de reflexión. No obstante, en la referencia de Joas y Knöbl (2016, p. 159) sobre la crítica
de Garfinkel a Parsons, se puede rescatar su consideración de la confianza en el orden de la vida cotidiana como aquello sobre lo cual tiene
lugar la norma. En este caso, podemos pensar la norma como las reglas explícitas: por ejemplo, podríamos reflexionar qué tan efectivo sería
el Código de Infancia y Adolescencia en Colombia si la gran mayoría de las personas no compartieran y confiaran en el orden anteriormente
señalado o, incluso, qué tan efectivo es en la realidad cuando aquel orden no es compatible.
5
Ver anexos 12, 13, 14 y 15.
y en las significaciones que hacemos de los mismos, por medio de reacciones distintas a un contenido compartido en
redes sociales; pero este es un ejercicio que puede aplicar a cualquier situación distinta o similar a esta. Por último,
considero que la confianza que aquí defiendo no constituye una regla absoluta, pues es posible que aplicando este
ejercicio a una población más amplia y diversa se encuentren resultados distintos, existiendo la posibilidad de que
alguna persona encuentre aplicable, posible o útil el “manual” que aquí expongo. Es por eso que este argumento
funciona como una explicación parcial y limitada de la realidad compleja y dinámica en la que se desarrollan nuestra
vida y nuestras interacciones.

Bibliografía
Garfinkel, H. (2006) [1967]. Estudios sobre las bases rutinarias de las actividades cotidianas en: Estudios de
etnometodología. Barcelona, España: Anthropos.
Goffman, Erving (2006) [1974]. Marcos de Referencia primarios. En: Frame analysis: los marcos de la experiencia. Madrid,
España: Centro de Investigaciones Sociológicas - CIS; Siglo XXI de España Editores.
Joas, H. y Knöbl, W. (2016). Enfoques interpretativos (2). Etnometodología. En Teoría social. (pp. 153-174) Madrid,
España: Akal.
La Nave de Memes (2019). [Página de Facebook]. Recuperado el 9 de septiembre de 2019 de
https://www.facebook.com/LaNavedeMemes/photos/pcb.1316255225215060/1316254958548420/?type=3&thea
ter
Londoño, P. y Londoño, S. (2012). Los niños que fuimos: huellas de la infancia en Colombia. Bogotá: Banco de la
República.
Schütz A. y Luckman, T. (2001) [1973]. El mundo de la vida cotidiana y la actitud natural. En Las estructuras del mundo
de la vida. (pp. 25-40). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu editores S.A.
Anexos

Anexo 1 Anexo 2 Anexo 3

Anexo 4 Anexo 5 Anexo 6

Anexo 7 Anexo 8 Anexo 9


Anexo 10 Anexo 11

Anexo 12

J. F.Vásquez
Esclava africana, 1796
Grabado.
J de Laporte, El viagero universal, o noticia del mundo antiguo y nuevo, Vol. 7, Madrid, 1795-1801
Biblioteca Luis Ángel Arango. Sala de Libros raros y manuscritos.
Los niños que fuimos: Huellas de la infancia en Colombia (2012)
Anexo 13

Ramón Torres Méndez


Muchacho corneta, s.f.
Dibujo a lápiz sobre papel
Colección de Arte del Banco de la República
Los niños que fuimos: Huellas de la infancia en Colombia (2012)

Anexo 14

Anónimo
Chinos bogotanos con uniforme y armamento en un batallón de soldados, 1900
Fotografía
Biblioteca Luis Ángel Arango, Hemeroteca
Los niños que fuimos: Huellas de la infancia en Colombia (2012)
Anexo 15

Juan Francisco Mancera


Retrato de Juan Irco Ortíz (niño), 1814
Miniatura sobre marfil
Colección de Arte del Banco de la República, Bogotá
Los niños que fuimos: Huellas de la infancia en Colombia (2012)

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