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Lassalle, inquieto como sólo un hombre de su alcurnia y temperamentos lo era, se planteó tal pregunta y

sus reflexiones tornaron en una tesis precursora del materialismo constitucional, lo que a la postre autores
como Covián Andrade llamarían constitucionalismo científico.

Lassalle comienza su conferencia haciéndose estas preguntas: ¿Qué es una Constitución? ¿En qué consiste

la verdadera esencia de una Constitución? Es decir, cuál es la esencia de toda Constitución y dónde reside

ésta.

Probablemente para intentar dar respuesta a las preguntas planteadas, dice Lasalle, muchos estarían tentados

a acudir a la Constituciones escritas y particulares de cada Estado. Las respuestas así obtenidas, sin

embargo, adolecerían de parcialidad al ser concepciones limitadas a las especiales particularidades de cada

Constitución concreta estadal, pues dichas respuestas sólo se concentrarían y concretarían a describir

exteriormente minucias relativas a la formación de esas Constituciones omitiendo determinar, en sentido

estricto, qué es, en esencia, una Constitución.

Lassalle desecha esa primera postura y estima que, antes de todo, primeramente debe determinarse dónde

yace la verdadera esencia de una Constitución, pues sabida qué es la esencia se podrá revisar si una

específica y concreta carta constitucional se acomoda o no a esas exigencias sustanciales.

Para inquirir sobre la esencia de toda Constitución, más correctamente, sobre la esencia de la Constitución

de un Estado (en tanto especial categoría) es menester preguntar cuál es la diferencia entre una Constitución

y una ley; es decir, en qué se distinguen unade la otra.

Afirma el autor en comento que hay similitudes entre ley y Constitución: una Constitución para regir

necesita la promulgación legislativa; es decir, tiene que ser también ley, aunque no es una ley común, no

una ley cualquiera, en suma, la Constitución no es una simple ley: es algo más, es una ley fundamental

(según el autor esta sería la respuesta que la inmensa mayoría daría). Pero, vuelve a inquirir Lassalle, ¿en

qué se distingue una ley de una ley fundamental? La respuesta, como puede percibirse, es desplazada a

determinar qué hace a una ley ser fundamental; cuáles son esas notas que justifican ese calificativo que le

es asignado.

Lassalle considera que para que una ley sea fundamental es necesario que presente los tres elementos

siguientes:
a) Que la ley fundamental sea una que ahonde más que las leyes corrientes, como ya su propio predicado

de fundamental lo indica;

b) Que sea el verdadero fundamento de otras leyes; es decir, que pueda informar y engendrar las demás

leyes ordinarias basadas en ella, y

c) Que sea una necesidad activa; es decir, una fuerza eficaz que hace, por ley de necesidad, que lo que sobre

ella se funda sea así y no de otro modo.[3]

Así entonces y según el pensamiento de Ferdinand Lassalle, si la Constitución es una ley fundamental,

luego, ésta es una fuerza activa que hace, por un imperio de «necesidad», que todas las demás normas de

un Estado «sean lo que realmente son», de tal modo que, a partir de ese instante, no puedan promulgarse

otras cualesquiera en ese Estado.

Ahora bien ¿es que existe en un Estado un algo o alguna fuerza activa e informadora que influya de tal

modo en todas las leyes promulgadas en ese Estado que las obligue a ser necesariamente, hasta cierto punto,

lo que son y como son, sin permitirles ser de otro modo? A esta pregunta Lassalle (p. 45) contesta: los

factores reales de poder, los cuales consisten en “[…] la fuerza activa y eficaz que informa todas las leyes

e instituciones jurídicas de la sociedad en cuestión, haciendo que no puedan ser, en sustancia, más que tal

y como son.”

Lassalle aclara lo anterior con ejemplos plásticos bastante dramáticos: Comienza el autor su ejemplo con

un hecho evidente: en Prusia sólo tienen «fuerza de ley» los textos publicados en la Colección Legislativa

y dicha Colección Legislativa sólo es impresa en una tipografía concesionaria situada en Berlín. Los

originales de las leyes son custodiados en los archivos del Estado y en otros archivos, bibliotecas y depósitos

están guardadas las colecciones legislativas impresas.

Posteriormente, Lassalle invita a utilizar la imaginación y a suponer que ese archivo estatal, que esos

archivos, bibliotecas y depósitos son consumidos por el fuego, es decir, destruidos por un gran incendio,

equiparable a aquél producido en Hamburgo en 1842 Si sólo esas colecciones tienen el texto auténtico de

las leyes, luego, ¿si éstos desapareciesen, desaparecerían «todas las leyes» de un Estado?[6] ¿Podría el

legislador, utilizando expresiones de Lassalle, limpio el solar, ponerse a trabajar a su antojo, hacer las leyes
que mejor le pareciese, a su libre albedrío? ¿Podría el legislador prusiano, ante tal panorama, desaparecer

en las nuevas leyes la monarquía? A esta última interrogante Lassalle contesta categórico: ¡No, porque el

rey, quien tiene el poder efectivo ─real[7]─ sobre el ejército no permitiría que le impusiesen más

prerrogativas ni posiciones que las que él quisiera! Por tanto, el rey es un pedazo de Constitución.

¿Podría el legislador prusiano, ante la ausencia total de leyes, desaparecer los privilegios de los que gozan

los terratenientes de la nobleza; ¿es decir, suprimir el privilegio de éstos de poder formar una Cámara

Señorial que pueda sopesar y rechazar sistemáticamente todos aquellos acuerdos que son de alguna utilidad

y que fueron tomados por la Cámara de Diputados, la cual fue electa por la nación entera? No, porque los

grandes terratenientes de la nobleza prusiana ejercen gran influencia en el rey y en la corte, y esta influencia

les permitiría sacar a la calle al ejército y los cañones para mantener sus privilegios y realizar sus fines

propios como si este aparato estuviera directamente bajo su disposición. Por tanto, la aristocracia influyente

es también un pedazo de Constitución.

Después de estos dos ejemplos, Lassalle pide que imaginemos la situación inversa: que fueran las clases

privilegiadas las que atentaran contra las otras, verbi gratia, que el rey y la aristocracia se aliasen para

restablecer (tomando en cuenta que no hay leyes porque éstas desaparecieron en el magno incendio

imaginario) la organización medieval de los gremios, pero no circunscribiendo la medida al pequeño

artesanado sino tal y como regía en la Edad Media; es decir, aplicada a toda la producción social, sin excluir

a los grandes industriales ni a las fábricas ni la producción mecanizada. Este cambió en la forma de

producción social implicaría que el gran capital no pudiera de forma alguna producir, ocasionando, en

consecuencia, un retroceso en la manera de crear bienes y servicios ¿Podría dicha Constitución gremial

persistir? Igualmente categórico Lasalle contesta ¡No, pues sucedería que los grandes fabricantes cerrarían

sus fábricas y pondrían en la calle a todos sus obreros; el comercio y la industria se paralizarían; gran

número de maestros artesanos se verían obligados a despedir a sus operarios y esta muchedumbre de

hombres despedidos se verían arrojados a la calle pidiendo pan y trabajo! Por tanto, los grandes industriales

son también un pedazo de Constitución.

Posteriormente Lassalle imagina un gobierno (rey y aristocracia) al que se le ocurriera implantar una de

esas medidas excepcionales abiertamente lesivas para los intereses de los grandes banqueros ¿Qué
sucedería? Sucedería que el Estado se vería sin la posibilidad de obtener una inmediata liquidez; la

economía de dicho Estado quedaría paralizada y éste quedaría sin intermediarios que le permitirían obtener

grandes cantidades de dinero en un corto plazo. Por tanto, los banqueros son también un pedazo de

Constitución.

Por otro lado, qué pasaría, pregunta Lassalle, si al gobierno (rey y aristocracia) se le ocurriera imponer una

ley penal ─al estilo Chino─ que sancionase a los padres por lo que hicieran sus hijos ¿Podría tal ley

prevalecer? ¿Sería aceptada dicha ley? No, contesta tajante aquél, tal ley no podría prevalecer pues contra

ella se rebelaría la conciencia social del país; todos tendrían algo que objetar y, por tanto, la conciencia

social, dentro de ciertos límites, también es un fragmento de Constitución.

Por último, Lassalle imagina un gobierno que ─en aras de proteger a la nobleza, banqueros y gran

burguesía─ priva de sus libertades políticas a la pequeña burguesía o, yendo más allá y siendo extremistas,

priva a éstos de sus libertades personales; es decir, impone la esclavitud ¿Tal gobierno podría hacer tal? No

podría pues los hombres que integran esa pequeña burguesía saldrían a la calle sin necesidad de que les

cerrasen las fábricas y se unirían y se convertirían en un gran bloque cuya resistencia sería invencible. Por

tanto, la pequeña burguesía es también un fragmento de Constitución.

Lassalle intenta demostrar, con los ejemplos antes expuestos, que en todo Estado existe una fuerza activa

que hace que las cosas sean como son; es decir, un «fundamento» de la realidad, un «algo» que informa la

manera de ser de la realidad. Dicho «algo o fundamento» constituye, para Lassalle, un especial fenómeno

político al cual denomina «factores reales de poder» y los cuales vienen a constituir la verdadera esencia

de la Constitución[8].

Así entonces, y conocida la esencia de la Constitución, se pregunta el autor en comento qué relación existe

entre ésta, la esencia, y lo que vulgarmente se llama Constitución.

En sus palabras: Se toman estos factores reales de poder, se extienden en una hoja de papel, se les da

expresión escrita, y a partir de ese momento, incorporados a un papel, ya no son simples factores reales de

poder, sino que se han erigido en derecho, en instituciones jurídicas, y quien atente contra ellos atenta

contra la ley, y es castigado.[9]


Por último, concluye Lassalle: Los problemas constitucionales no son, primariamente, problemas de

derecho, sino de poder; la verdadera constitución de un país sólo reside en los factores reales y efectivos

de poder que en ese país rigen; y las Constituciones escritas no tienen valor ni son duraderas más que cuando

dan expresión fiel a los factores de poder imperantes en la realidad social […][10].

Ferdinand Lassalle es un precursor de la concepción actual de la Constitución como norma, pues ya éste
equipara a ésta con la ley. Sin embargo, afirmamos que es sólo un precursor pues no desprende todas las
consecuencias que dicha afirmación envuelve y que con posterioridad se expondrán y revisarán.
[3] Ferdinand Lassalle (p. 44 y 45) lo explica así “Pero las cosas que tienen un fundamento no son como
son por antojo, pudiendo ser también de otra manera, sino que son así porque necesariamente tienen que
ser. El fundamentoa que responden no les permite ser de otro modo. Sólo las cosas carentes de un
fundamento, que son las cosas causales y fortuitas, pueden ser como son o de otro modo cualquiera. Lo que
tiene un fundamento no, pues aquí obra la ley de la necesidad. Los planetas, por ejemplo, se mueven de un
determinado modo. ¿Este desplazamiento responde a causas, a fundamentos que lo rijan, o no? Si no hubiera
tales fundamentos, su desplazamiento sería causal y podría variar en cualquier instante, estaría variando
siempre. […] La idea de fundamento lleva, pues, implícita la noción de una necesidad activa, de una fuerza
eficaz que hace, por ley de necesidad, que lo que sobre ella se funda sea así y no de otro modo.”

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