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El castigo de una furiosa Isabel La

Católica a Cristóbal Colón por esclavizar


a 1.600 indios
Las Casas criticó la crueldad de Colón con los indios y
afirmó en sus crónicas que contradecía el espíritu «de
benevolencia, dulzura y paz cristiana» reclamado por
los Reyes Católicos. Los Monarcas exigían que se
tratara bien a los indios, que se enviaran mensajes a los
caciques para reunirse con ellos y que se les llevaran
regalos a esos encuentro

Vídeo: ¿De verdad los españoles fueron tan malos en la conquista de América?

Los Reyes Católicos, como el propio Cristóbal Colón, creyeron en 1492 haber
llegado a una isla de Asia y no a un nuevo continente. No obstante, incluso en la
incertidumbre tuvieron claro que aquella oportunidad histórica debía guiarse por la
evangelización y no por meros intereses económicos. Desde el principio, Isabel La
Católica ordenó al navegante «tratar a dichos indios muy bien y con cariño», pero no
siempre se hizo caso a lo que se predicaba desde España.

Colón describió durante su primer viaje a los indios que encontró en una isla del
Caribe, probablemente en las Bahamas, como «un pueblo gentil y pacífico y de gran
sencillez» a los que regaló gorritos rojos y abalorios de cristal que colgaron en sus
cuellos a cambio de oro. No tardó mucho en buscar formas de obtener más oro y de
esclavizar a los lugareños. En su cuaderno de bitácoras, apuntó el mismo 12 de octubre
de 1492 vio que los nativos aprendían muy rápido y «debían ser buenos sirvientes». Al
día siguiente, presionó para que buscaran tesoros, pero estuvieron por la labor. En la
tercera jornada anotó directamente que «con cincuenta hombres podría someter a todos
ellos y obligarles a hacer todo lo que deseara».
Al intentar hacer un trueque, los indígenas los contestaron con arcos y flechas,
de modo que se produjo el primer enfrentamiento violento entre europeos y americanos
en el Nuevo Mundo

Antes de explorar otras islas, los españoles escogieron a algunos indios para que
trabajaran a la fuerza a su servicio, como explica Kirstin Downey en su libro «Isabel, La
Reina Guerrera» (Espasa). En su avance, Colón no dejó de buscar nuevas formas de
rentabilizar su descubrimiento y, en una isla bautizada como La Española estableció
una fortaleza usando materiales de la Santa María, encallada en aquella costa. En el
asentamiento, llamado La Navidad, quedaron varios europeos a la espera de que
Cristóbal fuera y viniera de España.

A principios de 1493 los españoles visitaron una última isla antes del regreso a
casa, donde, para sorpresa de todos, se toparon con la otra cara de los nativos. Al
intentar hacer un trueque, los indígenas los contestaron con arcos y flechas, de modo
que se produjo el primer enfrentamiento violento entre europeos y americanos en el
Nuevo Mundo. Se trataba de los feroces caníbales, de cuyos peligros habían advertido
los indios pacíficos de las anteriores islas.

La amistad de Isabel con Colón

De vuelta a España, previa parada en Lisboa, Isabel pidió verse con Colón
cuanto antes al advertir la importancia de aquel hallazgo. En las ciudades castellanas se
celebró de forma masiva aquella empresa y Colón fue recibido como un héroe allí por
donde atravesó hasta verse con los reyes. El hijo de Colón describió con magnitud la
bienvenida multitudinaria de Barcelona, donde estaban los monarcas:

«Toda la corte y toda la ciudad salió a saludarle; y los soberanos católicos le


recibieron en público, sentados con toda majestuosidad y grandeza en ricos tronos bajo
un baldaquín de tela y oro. Cuando se acercó a besarles la mano, se levantaron de sus
tronos como si se tratara de un gran señor y no permitieron que les besara las manos,
sino que le hicieran sentarse a su lado»

Cristóbal Colón ante los Reyes Católicos en la


corte de Barcelona (V. Turgis, siglo xix)

Colón fue agasajado por los Reyes, quienes escucharon asombrados los detalles
del viaje y conocieron a varios indios de aquellas tierras. Más allá de las posibilidades
económicas, se habló en la reunión de los millones de vidas que corrían el riesgo de
condenarse si no eran evangelizadas, pues se habían encontrado muestras entre ellos de
«idolatría y sacrificios diabólicos para venerar a Satán».
Seis meses después, Isabel dispuso una segunda travesía, esta vez formada por
17 barcos y cientos de personas embarcadas, muchas de alta posición. La Reina redactó
dieciséis órdenes para esta expedición, cuyo primer punto se refería a la obligación de
instruir en la religión cristiana a los indios, a los que «por todos los medios debían
esforzarse y empeñarse en convencerlos» para convertirlos a «nuestra sagrada fe
católica», además de enseñarlos español para que entendieran a los sacerdotes que envió
con Colón. Isabel «La Católica» ordenó, asimismo, «tratar a dichos indios muy bien y
con cariño, y abstenerse de hacerles ningún daño, disponiendo que ambos pueblos
debían conversar e intimar y servir los unos a los otros en todo lo que puedan». En caso
de que Colón conociera algún maltrato, debía « castigarles con severidad», en virtud de
su autoridad como almirante, virrey y gobernador.

A Colón se le concedieron una infinidades de mercedes y amplia autoridad al


otro lado del charco, pero los Reyes Católicos situaron a su alrededor a personajes de su
confianza, entre ellos a Don Juan de Fonseca, encargado en la Corte de que se
cumplieran las directrices de Isabel y de las flotas enviadas. Fonseca no era marino ni
descubridor, pero, a diferencia de Colón, él sí era un excelente gestor. Sus constantes
discrepancias anticiparon que el navegante no estaba en consonancia con los planes a
largo plazo de Isabel.

El segundo viaje de la discordia

Al este de la actual Puerto Rico, la segunda expedición castellana entró en


contacto con la tribu caníbal de los Caribes, en cuyo campamento «vieron piernas
humanas sazonadas colgando de vigas, como acostumbramos nosotros a hacer con los
cerdos, y la cabeza de un joven recién asesinado, aún con sangre húmeda, y partes de su
cuerpo mezcladas con carne de ganso y loro», escribió Pedro Mártir. Junto a ellos,
hallaron prisioneros de otra tribu que iban a ser ejecutados pronto y que Colón se llevó
consigo. Otras tribus igual de belicosas llenaron de flechazos, untados de veneno, la
travesía de Colón hasta el asentamiento La Navidad.

Los mosquitos y las enfermedades autóctonas convencieron ya a muchos


conquistadores de que Colón había exagerado su relato y los conducía hacia la miseria.
Sin embargo, peor resultó el viaje para los nativos, contagiados por enfermedades que
en Europa no eran mortales, como una simple gripe, que sembraron de cadáveres el
camino de esta segunda expedición.

El cronistas Bartolomé de Las Casas describió como Alonso de Hojeda apresó


más tarde a varios indios y ordenó que a uno de ellos le cortaran las orejas ante la
sospecha de que había robado ropa

En La Navidad descubrieron que los 39 españoles habían muerto. Una docena de


sus cadáveres habían sido colocados, muchos sin ojos, para que se pudrieran al sol por
los nativos, que habían asesinado a los colonos cuando estos empezaron a robarles
comida y mujeres. Colón no castigó al líder local que había permitido aquella matanza
por miedo a represalias, pero permitió otros abusos contra los indígenas, en contra de
las órdenes de la Reina.

El cronistas Bartolomé de Las Casas describió como Alonso de Hojeda apresó


más tarde a varios indios y ordenó que a uno de ellos le cortaran las orejas ante la
sospecha de que había robado ropa, una pena habitual para este delito en el Viejo
Continente. Lejos de frenar a sus hombres, Colón ordenó que ejecutaran a otros tres
indios, en lo que fue el inicio de una oleada de actos vengativos.

Las Casas criticó la crueldad de Colón con los indios y recordó en sus crónicas
que contradecía el espíritu «de benevolencia, dulzura y paz cristiana» reclamado por los
Reyes Católicos. Los Monarcas exigían que se tratara bien a los indios, que se enviaran
mensajes a los caciques para reunirse con ellos y que se les llevaran regalos a esos
encuentros. No fueron el único tipo de críticas que recibió el explorador, que pronto
demostró ser un mal administrador y un líder autoritario. El aragonés Mosén Margarit,
amigo personal del Rey Fernando, decidió marcharse, sin pedir permiso a nadie, a
España con tres barcos para informar en la corte de lo ocurrido.

Cristóbal Colón, en la pintura Virgen de los


Navegantes por Alejo Fernández entre 1505 y 1536

El colmo de los desafíos a la Corona fue la captura de 1.600 nativos, que, sin
capacidad de embarcarlos a todos, obligó a Colón a liberar a 400 de ellos. Las indígenas
«para poder escapar mejor de nosotros, como tenían miedo de que volviéramos a
apresarlas de nuevo, dejaron a sus hijos en el suelo y huyeron como desesperados» a las
montañas, relató Miguel de Cuneo.

En España, la Reina Isabel se puso furiosa por la captura del millar de esclavos
y ordenó al marino que devolviera como fuera a aquellos hombres y mujeres al Nuevo
Mundo, lo que para muchos de ellos fue demasiado tarde, debido al frío ibérico y la
exposición a enfermedades desconocidas.

Entre los indios que pudieron volver a casa, se contó un joven que trabó amistad
con Bartolomé de Las Casas, cuyos familiares habían viajado en este segundo viaje a
América. Aquel encuentro prendió la chispa a la lucha que de Las Casas acometió a lo
largo de su vida en defensa de los derechos de los indígenas. De sus textos, poco
precisos en sus cifras, se valieron los enemigos del Imperio español para tejer la llamada
Leyenda Negra.

La caída en desgracia del descubridor


Las relaciones entre Colón y la Reina empeoraron a raíz de esta ofensa, así como
la percepción de las dotes de Cristóbal Colón como administrador. Los hijos del italiano
fueron insultados en las calles de Granada por las familias de los que habían perdido la
vida en América: «¡Ahí van los hijos del almirante de los mosquitos, el que ha
descubierto las tierras de la vanidad y la ilusión, la tumba y la ruina de los caballeros
castellanos!». Aún así, Isabel accedió finalmente a una tercera expedición tras dos años
de súplicas.

El 30 de mayo de 1498, Colón partió al frente de una flota de seis barcos y la


instrucción clara como el agua de que tratara a los indios con calma y dignidad y los
condujera con «paz y tranquilidad» a la fe católica. Una vez en América, la situación
que encontró en Santo Domingo era de alboroto, sedición y con centenares de personas
enfermas de sífilis.

A pesar de todo, Colón pasó de largo y se fue a buscar oro en nuevas tierras, lo
que en España levantó más indignación e insultos contra el navegante. Son «personas
injustas, enemigos crueles y causantes de derramamiento de sangre española»,
personas que «disfrutaban» matando a quienes se oponían a ellos, en palabras de Pedro
Mártir. Paranoico y cada vez más religioso, Colón empezó a ver enemigos en todas
partes y se veía a sí mismo como una víctima de los designios de los poderosos de
Castilla. Le habían exprimido y luego tirado como si fuera una naranja.

En la primavera de 1499, Isabel, al fin, tomó cartas en el asunto y envió a


Francisco de Bobadilla a que investigara sobre el terreno lo que estaba ocurriendo.
Tenía licencia real para arrestar a los rebeldes y asumir el poder en los fuertes de Colón.
En La Española, se topó con siete españoles ahorcados y otros cinco a la espera de ser
ejecutados al día siguiente por oponerse al navegante y sus incondicionales. Bobadilla
descubrió pronto que Colón había ordenado que le cortaran la lengua a una mujer por el
simple hecho de hablar mal de él y sus hermanos, así como cortar el cuello a un hombre
por conducta homosexual.

Primer desembarco de Cristóbal Colón en


América (Dióscoro Puebla, 1862)

El enviado de los Reyes Católicos asumió el control de la ciudad y se instaló en


la casa del italiano ante aquella anarquía. A su regreso a La Española, Colón fue
esposado y enviado a Europa con los grilletes. Permaneció seis semanas en prisión hasta
que se le concedió audiencia con su querida Isabel. Todavía tuvieron que pasar más
semanas, de hecho varios años, hasta que se permitió a Colón un cuarto viaje a América,
bajo muchas condiciones, de las que incumplió varias.
Paradójicamente, aquel fue el más rentable de todos y en la que encontró una
pista de oro en cantidades importantes. El navegante oyó en Panamá de grandes
cantidades de este metal enterradas y también de otro océano, el Pacífico, a unos
ochenta kilómetros de allí. Claro que fue otro ilustre explorador, Vasco Núñez de
Balboa, al que se le reservó la hazaña de ser el primer europeo en contemplar años
después el Pacífico, llamado durante un siglo el Lago español por el control con que
este país lo dominó.

«No consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus
personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados»

Con la caída en desgracia de Colón, la empresa americana entró en una nueva


fase más ambiciosa. La Reina castellana tenía claro que quería llevar al Nuevo Mundo
la educación castellana, la atención sanitaria, los sistemas políticos y los valores
espirituales cristianos a millones de personas, aparte de que, por mucho aprecio que
tuviera a Colón, no quería permitir que toda la conquista y evangelización se produjera
a través de un solo hombre. Isabel abrió el abanico a otras expediciones a cargo de
Alonso de Hojeda, Juan de la Cosa, Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe, Pedro
Alonso Niño...

La directriz de tratar bien a los indios y cooperar con ellos pervivió a la muerte
de la Reina, aunque no faltaron conquistadores que hicieron oídos sordos y cometieron
numerosos abusos, castigados por la Corona siempre que fue posible. La presencia
de los representantes reales en un territorio tan extenso fue siempre escasa y
condicionada por el poder de los grandes terratenientes.

En los días que precedieron a su muerte, el 26 de noviembre de 1504, una de las


pocas preocupaciones que Isabel la Católica plasmó en su testamento estuvo puesta en
los «inocentes» del Nuevo Mundo y de las Islas Canarias. La Monarca comprendía que
la esclavitud estaba justificada para los «infieles» y los enemigos vencidos, no para los
habitantes de la tierra descubierta por Cristóbal Colón. En su lecho escribió: «No
consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus
bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados».

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