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Breve ensayo sobre la memoria histórica en la masacre de 1932, El Salvador

¿Causalidad comunista o supresión étnica? ¿Persecución política o etnocidio? En realidad


no lo sabemos y quizás nunca lo sepamos. Lo cierto es que a la luz de la evidencia histórica
todo apunta a que no fue una sino múltiples causas las que suscitaron los fatídicos
incidentes de las primeras semanas de 1932.

A decir verdad poco importa lo “qué en realidad pasó”, el meollo del asunto radica mas en
“cómo se recuerda lo qué pasó” y en “por qué se olvidó lo que pasó”. Con esto no quiero
decir que el rigor historiográfico debe lanzarse por la borda; que fantástico sería que en
algún rincón de algún archivo en algún lugar lejano se encontrara la evidencia suficiente
para iluminar aquellos lugares de la historia salvadoreña que permanecen en la oscuridad.

Por ahora es más importante comprender que la poli no solo ha engullido a la zoe, como
plantea la biopolítica, sino también ha invadido el territorio de la memoria, el recuerdo y el
olvido. Analizar porque se convirtió en aceptable para la mayoría de personas (de derechas
y de izquierdas) una de las dos explicaciones sobre las masacres de 1932, nos permite
entender la politización del pasado y como éste es constituido desde el presente.

Es en esa dialéctica del recuerdo y el olvido en donde se teje el pasado y en donde cobra
relevancia el debate sobre las implicaciones de la memoria histórica, ya que esta puede
utilizarse para provocar olvidos, legitimar recuerdos, políticas y acciones concretas. Al
respecto Lindo, Ching y Lara nos dicen que «el hecho de que “las palabras sacadas del
pasado,” las narraciones alternativas acerca de acontecimientos que ocurrieron hace mucho
tiempo, puedan convertirse en “armas de guerra” es la razón por la cual el estudio de la
memoria histórica es tan importante como el conocimiento de “lo que realmente ocurrió.”»
(2010, p. 35).

Y es que en realidad hasta “lo que realmente ocurrió” está atravesado por la dialéctica del
recuerdo y el olvido, es decir, por la forma en la que se construye nuestra memoria. Pues
como bien sostiene Assman, «el pasado no es sencillamente “recibido” por el presente. El
presente se encuentra bajo la sombra del “fantasma” del pasado y el pasado es moldeado,
inventado, reinventado y reconstruido por el presente» (citado en Lindo, Ching & Lara,
2010).

Esto lo demuestra muy bien Dalton (1982) al sostener que Mármol habla de los sucesos de
1920, de los de 1932 y los de 1944 a la luz del pensamiento político que poseía en 1966.
Seguramente Mármol no hubiese dicho lo que dijo sobe aquellas fechas sin la experiencia
de su militancia política en el partido comunista salvadoreño; puesto que Mármol es, como
dice Dalton citando a Lennin, producto de su hábitat socio-geográfico y por ende su
memoria también lo es.

Tomemos otro ejemplo para clarificar lo discutido. En la tradición popular salvadoreña es


bien sabido que Anastasio Aquino, el líder indígena del levantamiento de 1831, luego de
ser nombrado Jefe Político de San Vicente, se acercó a la imagen de San José, le quitó la
corona y se la puso en la cabeza proclamándose con sorna Rey de los Nonualcos.
Probablemente este hecho nunca ocurrió y si ocurrió no ocurrió de la forma tan novelesca
con la que se recuerda.

Más o menos por la misma fecha, Atanasio Tzul protagonizaba el levantamiento indígena
en San Miguel Totonicapán; de este evento hay dos elementos que pueden enriquecer la
discusión. El primero de ellos es como se construyó al Atanasio heroico y empoderado en
nuestra memoria; pero más interesante aún es analizar lo que se olvidó sobre él. Me refiero
a su encarcelamiento y ulterior tortura por haber acometido lo que acometió. En este caso la
memoria histórica sirvió como “arma ideológica” de los liberales, quienes utilizaron la
figura heroica de Atanasio para su proyecto nacional.

Lindo, Ching y Lara sostienen que «los recuerdos tienen una función similar a las
narrativas en tanto ordenan los acontecimientos pasados y los vinculan con determinadas
audiencias» (2010, p. 31). En este sentido se hacen evidentes las implicaciones políticas
que puede llegar a tener la memoria histórica.
Las cifras de los muertos dejados por la represión estatal en las semanas siguientes al
levantamiento indígena de 1932 hacen aún más evidentes tales implicaciones políticas;
pues de diez mil a treinta mil hay veinte mil de diferencia. Esta obviedad esconde algo de lo
que ya veníamos hablando: la politización del pasado.

Es por esto que todos los libros testimoniales poseen un marcado acento político. Tal es el
caso del libro escrito por Roque Dalton sobre los hechos de 1932 en base a los testimonios
de Miguel Mármol. Dicho libro está atravesado, por un lado, por la configuración de la
memoria de Mármol; por el otro, por la subjetividad de Dalton y por el deseo implícito del
autor de contribuir a dilucidar la historia del salvador desde el punto de vista del
movimiento revolucionario.

Como hemos visto someramente, los sucesos de 1932 se han visto transfigurados una y otra
vez, ya sea en aras de la derecha o en aras de la izquierda. Tanto así que quizás cabría decir
que de todas las historias de la historia, la del Salvador es la más triste, porque se ha
tergiversado tanto que todo lo que se diga sobre ella se pondrá en tela de juicio.

Bibliografía

Lindo, Ching & Lara. (2010). Recordando 1932: la Matanza, Roque Dalton y la política de
la Memoria Histórica. San Salvador: FLACSO.

Dalton, R. (1982). Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador.

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