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“Las cosas sagradas son aquellas que la prohibición protege y aísla” (Durkheim;
1982). Bajo esta premisa podemos entender al aula como un lugar Sagrado, no
cualquiera es maestro quien cumpla ese rol es alguien certificado por la institución. Los
individuos a ser educados se encuentran aislados de su entorno primario (la familia) y
por ende se encuentra sumiso frente a la nueva autoridad (el maestro). En otras palabras
el niño es “lo profano aquello que se le aplica esta prohibición y deben quedar al
margen de lo sagrado” (Durkheim; 1982). Por lo que podemos decir que en el aula
existe un lugar sagrado y un represéntate de lo mismo (maestro y pizarra). En frente lo
profano representado por los pupitres y los educando. Las prohibiciones surgen del
carácter negativo del ritual escolarizado pues se busca el control sagrado del profano
niño. El culto positivo por excelencia en el aula es la evaluación donde el profano es
obligado a rendirse ante lo sagrado y cumplir con su examen (Durkheim; 1982).
El aula esta ordenada de tal manera que los alumnos se encuentran en una
posición de control, puede ser controlado por el maestro, pero también por otras
autoridades académicas, sea desde la puerta, ventana, inclusive cámara. Limitando con
esto cualquier individualidad del estudiante y extirpando la creatividad del sujeto. Pero
no por esto el maestro es una especie de ente libre en el aula, sobre el maestro también
se ejerce el panóptico, a través de sus jefes o bien sobre los planes y programas de
estudio que suprimen cualquier tipo de aprendizaje fuera del que busque la
“normalización” del sujeto. Esta normalización ocurre a través del examen, que busca
un conocimiento particular y ya normado y el control sobre el cuerpo, por ende
podemos decir que en la escuela se busca sobre todo vigilar, controlar y corregir
(Foucault; 1998).
Como respuesta a este uso intencionado del espacio escolar un teórico Frances
que a mediado del siglo XVIII nos ofrece una perspectiva de educación sin aulas, ni
maestro, el planteamiento de Max Stiner lo podemos simplificar en el siguiente
postulado; “La idea de que la misión de una persona consiste en llegar a ser ella misma,
en reconocer lo que le es propio, asumir que nada hay por encima de esa "propiedad" y
de que lo que no constituye "lo propio de sí mismo" debe ser puesto en condición de
tensión para hacer evidente lo que es afín a la autonomía personal y lo que le es
perjudicial y peligroso” (Stiner;1976). Stirner critica las escuelas humanista
(alfabetización) y la realista (nación), la una preocupada por la formación clásica y la
otra por conferir a los ciudadanos de saberes cívicos y de saberes aptos para "ganarse la
vida", la enseñanza no es otra cosa que monopolio de conocimientos, y en verdad,
aunque aparentan ser posiciones opuestas, no dejan de ser semejantes. En cambio,
Stirner percibe a la educación como nutrición del espíritu, como un modo de
personalización del saber, como medio para la formación del carácter. Cuando el saber
es pensando como materia prima a ser transmutada en voluntad, entendemos que la
esencia del conocimiento consiste en favorecer las metamorfosis del Ser. Para Stirner, el
ser humano es una larva perpetua (Stiner; 1976).
Nos encontramos ahora con la misma disyuntiva que Max Stirner enfrentó:
creación o domesticación. Si se elige la primera opción, el conocimiento es solamente
-y nada menos- un instrumento para abrirse paso hacia el misterio de uno mismo.
BIBLIOGRAFIA: