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28 Diciembre 2013
Introducción
En el origen de la cultura humana, siempre ha existido la necesidad de inventar historias, de
contarlas a otros, de depositar en ellas los saberes esenciales para la vida humana. El ciclo
vital humano es una sucesión de etapas, con su inicio y su final, como si se tratara de un
guion o una leyenda jalonado de momentos de especial trascendencia en los que tiene lugar
una transformación. Como diría Mircea Elíade, la vida está constituida por un continuo, en
el que se suceden una serie de muertes y resurrecciones, de momentos iniciáticos. Según la
Alquimia, el plomo se convertía en oro mediante una compleja y trabajosa serie de
transformaciones que había que saber guardar y potenciar en su justa medida. Y en la
tradición práctica de contar cuentos, el oro es la metáfora que resume un proceso completo
de transformación psicológica, que va desarrollándose a lo largo de toda nuestra vida.
El cuento es una potente fuerza de acción sobre nuestro interior y permite un trabajo de
autoayuda, pues la persona que se familiariza con este universo metafórico, está en
condiciones de reconocerse en los momentos de crisis, como una indicación de un
momento iniciático, es decir, el fin de una etapa conocida y el comienzo de un nuevo tramo
del camino: podrá identificar sus dificultades, considerándolas un desafío necesario para la
transformación y reconocer los elementos de ayuda que le faciliten superarlas. Y así, será
capaz de elaborar la propia leyenda personal, con los ayudantes, magos, hadas y brujas....
que en ella intervienen.
Aquello que es inabarcable con la conciencia, abismal y misterioso siempre pudo ser
intuido a través de las metáforas. Aspectos fundamentales de la vida humana están
reflejados en los cuentos: príncipe y princesa pueden estar hablándonos de una pareja
arquetípica, de lo masculino y lo femenino, así como una boda puede hablar de la
unificación y conjunción de los opuestos o complementarios, al mismo tiempo que de la
unión amorosa y sexual.
Fátima o Cenicienta
Fátima formaba parte de un grupo terapéutico de niños en el Hospital Clínico de Madrid.
Eligió el cuento de Cenicienta. Era una niña de nueve años, que pasaba gran parte del
tiempo sola en casa, haciendo las tareas domésticas. Sus padres estaban separados, vivía
con su madre que trabajaba muchas horas al día fuera de casa.
Fátima disfrutaba cuando se trabajó su cuento, durante la fase de inmersión, en la escena
en que el Hada Madrina, ofrece un nuevo universo a Cenicienta, transformando elementos
cotidianos en personajes que serán un vehículo para llegar a su deseo: el baile, el príncipe,
el amor, la compañía. Quedaba deslumbrada con el maravilloso vestido dorado que el Hada
le regalaba a Cenicienta con tan sólo un golpe de su varita mágica.
A lo largo del proceso grupal y en la fase de transformación de los cuentos,
Fátima propuso la siguiente transformación:
Cenicienta va a ir al baile, pero en lugar de que el Hada Madrina le dé un vestido ya hecho,
ella misma lo cose porque ha aprendido a hacerlo. El vestido hecho por Cenicienta no es
tan deslumbrante como el del Hada Madrina pero es también muy bonito.
Podemos apreciar en esta transformación la madurez alcanzada por Fátima a través del
proceso terapéutico, que la lleva a considerarse una persona con recursos adecuados para
confeccionar ella misma su vestido (el vestido es un símbolo del yo histórico, de la
autoimagen socializada, es una construcción propia). Después de haber podido
experimentar la fascinación por la ayuda mágica, cálida y protectora del Hada Madrina,
Fátima prefiere enfrentarse a la realidad con su verdadero autoconcepto, con la vivencia y
la experiencia de una autoestima adecuada para seguir adelante en su proceso de
convertirse en persona que estaba paralizado. Fátima acudió a terapia por estar en una
situación de aislamiento, bloqueo emocional, inactividad, como preámbulo de una
depresión infantil, y con una desmotivación y falta de rendimiento en las tareas escolares.
Si no le hubiéramos permitido la compañía de Cenicienta, que en su soledad y privación es
ayudada por ese Hada Madrina (símbolo de una madre buena), Fátima no habría podido
construir ese sentido de la realidad y de sí misma como alguien capaz de “hacerse su propio
vestido”, no tan maravilloso como el del Hada (puesto que este vestido es el YO IDEAL),
pero también muy bonito, lo que nos habla de que puede verse con valores y gustarse, es
decir con autoestima.
Podemos apreciar muy bien que el cuento de Cenicienta fue un vehículo muy apropiado
para plasmar la situación de Fátima. Ella destaca en este cuento los aspectos de soledad y
trabajo doméstico, que eran los que la abrumaban mucho en su vida. El elemento en el que
pudo proyectar aspectos más importantes de su guion existencial fue el del vestido, lo que
nos hace pensar que el cambio que necesitaba Fátima se encontraba en un nivel no muy
profundo.
Cada persona conecta con aquello que necesita y nos lo muestra a través del cuento elegido
y de la visión personal que concibe del mismo. En el caso de Fátima el cambio producido
fue en su yo social, aspecto que pudo llevar a cabo en un proceso de mejora de su
autoestima, al ir descubriendo sus recursos y capacidades, que eran muchos.
Fátima estuvo dos cursos en el grupo, pero ya en el primero empezó a mejorar
notablemente su rendimiento escolar y su estado emocional. Esta transformación nos la
propone en el segundo curso de terapia.
La Cenicienta sola, huérfana, a quien le estaba prohibido ir al baile, se convirtió en una
Cenicienta activa, hábil para hacerse ella sola un vestido, satisfecha de su trabajo y con las
puertas abiertas para el baile de la vida.
El Método de Psicodrama Simbólico está presentado en el libro Educar en valores a través
de los cuentos de Irene Henche Zabala, publicado por la editorial Bonum, en Buenos Aires,
en 2008.