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1. INTRODUCCIÓN:
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3. El Debate sobre el feudalismo.
3.1. La visión clásica: el feudalismo como una relación jurídico-política.
3.2. La visión marxista: el feudalismo como un conjunto de relaciones sociales
de producción.
3.3. Feudo y Señorío: la tercera vía (sistema social y sistema económico.
1.1. Los antecedentes lejanos: el colonato del Bajo Imperio y las relaciones de clientela.
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extensión del patrocinio, incrementándose así la evasión de los impuestos. Resultó un círculo
vicioso, una involución fatal del Estado.
Las contradicciones no presionaron necesariamente hasta el punto en que algo se rompe. La
evasión de impuestos en Oriente no llevó al colapso del Estado. la diferencia en Occidente
estuvo, en las invasiones germánicas. Fueron, esencialmente, una fuerza externa que rompió
la estructura del Estado. lo derrotaron militarmente. En los años 470, cada región de Occidente
tenía sus propios gobernantes bárbaros; el estado unitario occidental había dejado de existir.
La instalación prioritaria de los pueblos germanos en determinadas áreas del Imperio de
Occidente fue insuficiente para modificar sus estructuras. En líneas generales, los recién
llegados se adaptaron a las circunstancias de las regiones ocupadas y se dispusieron a
heredar el poder del Imperio en ellas. Todo ello se realiza en un contexto de:
- frágil pervivencia de las ciudades. Desde el siglo III, las ciudades habían ido perdiendo
población en beneficio del campo. Y con la población perdieron sus funciones. Apenas se
mantenían unas cuantas ciudades, invadidas por campos cultivados de ovejas y cabras,
que servían de asiento a algunas sedes episcopales. Con sus muros y parcelas agrícolas,
y ya sin pavimento de piedra, anunciaban el modelo de ciudad altomedieval.
- Disminución de la actividad mercantil.
- La revalorización del campo como escenario de la vida y de la tierra como forma de riqueza
explica la estructuración de la sociedad en función de las propiedades rústicas.
- Estructuración de la sociedad: aristocracia/ esclavos / siervos y colonos. La fuerza de las
aristocracias, asentada en las riquezas rústicas, se complementaba con el ejercicio, por
parte de los propietarios, de competencias fiscales, militares, judiciales, anteriormente
públicas, sobre sus dependientes directos e incluso sobre otros que, a falta de defensores
más seguros, confiaban en ellos. Los dominios territoriales de los poderosos se iban
configurando así como verdaderos señoríos. Sin apenas escalones intermedios, porque la
crisis y la desaparición del Imperio habían eliminado prácticamente a artesanos,
mercaderes y funcionarios, en el otro extremo de la escala social se hallaba una mayoría
de trabajadores de la tierra. Los esclavos “ simples instrumentos con voz”, carecían de
peculio propio, realizaban tareas domésticas en las casas del señor o, bajo el mando de un
villico o administrador, labores en los campos. Los siervos, cuyo número, por razones de
rentabilidad ( M. Bloch), comenzó a crecer a costa del de los esclavos, se les reconocía
personalidad jurídica. Instalados en pequeñas tenencias de carácter familiar esparcidas por
el territorio de la villa o en reducidas aldeas situadas entre los campos de uno o varios
propietarios. Tenían la obligación de trabajar unos cuantos días en los campos que el señor
se reservaba ( la reserva señorial) pero podían atender su propia explotación familiar, el
manso. Ésta adoptaba la forma de pequeña extensión continua de tierra o de un conjunto
de reducidas parcelas por los alrededores del núcleo habitado de la aldea junto con
derechos de aprovechamiento de pastos, bosques y marismas, que, a la larga, mediante
procesos de roturación consentidos, permitía al siervo ampliar su pequeña explotación. Los
colonos , ocupaban pequeñas explotaciones alrededor de los latifundios o se habían
hecho cargo de porciones generadas en la fragmentación de las villae, eran personas
jurídicamente libres. Casi siempre se trataba de antiguos pequeños propietarios que, por
temor al fisco imperial, los bagaudas o los invasores, habían acabado por reclamar la
protección de un gran propietario a cambio de entregarle sus tierras. Desde este momento,
y sobre sus mismas explotaciones se convirtieron en colonos, con la obligación de ceder
parte de sus cosechas o de realizar algunas labores en las tierras del señor. Esta
delimitación de perfiles sociojurídicos es incompleto porque ignoramos los efectivos
demográficos de cada uno de estos grandes grupos sociales. La impresión es que
esclavos, siervos y colonos constituyeron una masa poco diferenciada de hecho. La
generalidad aparente de este modelo ha fortalecido la hipótesis de Pierre Bonnassie, de
una supervivencia de la esclavitud como elemento significativo del modelo social vigente
hasta el siglo X. Como conclusión, nos sumamos a la hipótesis defendida en los últimos
veinticinco años según la cual el conjunto de procesos desarrollados en lo que fue la parte
occidental del Imperio Romano, entre mediados del siglo V y primeros decenios del VIII,
ofrece como balance una pervivencia de una sociedad antigua cuyas estructuras se han
debilitado:
1. En el ámbito de la ordenación política, con la aparición de poderes privados que
comparten su ejercicio con los públicos, en milicia, justicia y fiscalidad, y la
desestructuración de la antigua organización del espacio basada en el control de
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las ciudades sobre sus territorios, lo que propicia que la multiplicación de las villae
esclavistas conviva con un poblamiento cada vez más inestable.
2. en el ámbito de la actividad económica, con la severa disminución y el cambio de
contenido de los intercambios mercantiles, y el fortalecimiento de una economía más
arraigada en el propio espacio rural local, donde es más fácil desplegar relaciones
privadas de encomendación.
La idea dominante hoy es que la paulatina modificación de las relaciones de producción trajo
consigo, en una primera fase, la desestructuración final del esclavismo y, con ella, un periodo
de cierta libertad del campesinado. Y, en una segunda fase, a partir de mediados del siglo X, un
nuevo encuadramiento social bajo pautas marcadas por los señores, que tuvo repercusiones
demográficas y económicas. Los historiadores se inclinan actualmente por pensar que la
sociedad de tipo antiguo, de base esclavista, prolongó su existencia más allá de la caída del
Imperio Romano, hasta finales del primer milenio de la era. Las relaciones de producción en el
mundo tardorromano y, en menor medida, germanorromano se habían articulado en torno a las
villae de tipo esclavista, esto es, basadas en la explotación directa de grandes patrimonios.
Junto a ellas, en algunas regiones de los reinos bárbaros, el asentamiento de los germanos y
las alteraciones subsiguientes habían contribuido a desarticular las villae y estimular el
desarrollo de pequeñas explotaciones campesinas trabajadas a escala familiar.
A partir de esta situación, durante los siglos VI a VII, las relaciones de producción se
articularon, según los espacios europeos en cuatro modelos:
- la comunidad de valle
- la villa tardorromana de explotación directa
- la pequeña explotación campesina y
- la villa que podemos llamar carolingia
Lo característico de esos siglos fue precisamente el debilitamiento de las dos primeras y el
fortalecimiento de las dos últimas.
De los cuatro modelos enunciados, la novedad la constituyó la villa carolingia, la gran
propiedad rural que se desarrolló, sobre todo, en las tierras entre el Rin y el Loira, y cuyo
funcionamiento quedó reflejado en las capitulares imperiales y en los polípticos de los grandes
monasterios. Según algunos especialistas, la villa carolingia era heredera de la villa
tardorromana, con la salvedad de que el antiguo latifundio de explotación directa había
quedado dividido en dos partes. Una, se la reservaba el propietario; la otra la dividía en
tenencias o mansos ( “ la tierra de una familia”) que entregaba a las familias campesinas para
su instalación. La parte de la reserva la explotaba directamente el propietario mediante un
administrador y la fuerza de trabajo aportada por dos tipos de hombres: los esclavos, instalados
en las dependencias centrales en la villa y los campesinos asentados en los mansos. Mientras
los primeros dedicaban todo su tiempo a la explotación de las tierras del propietario, los
segundos lo repartían entre la atención de sus propios mansos y la realización de unas
prestaciones: corveas o servicios de trabajo personal en las tierras del amo de la villa. Estas
prestaciones, en número variable según los dominios, podían llegar a los tres días por semana.
Los grupos familiares encargados de realizarlas (los asentados en los mansos), podían ser
colonos encomendados al gran propietario, por tanto, libres jurídicamente, o antiguos esclavos
manumitidos por su amo y convertidos en siervos. Este doble origen se traducía en el hecho de
que unos mansos fueran libres y otros serviles con obligaciones diferentes respecto al señor.
Este proceso de asentamiento en tenencias familiares, con adquisición de capacidad
económica y personalidad jurídica, contribuyó más que ningún otro a la desaparición de la
esclavitud antigua. En esa extinción colaboró igualmente la expansión del cristianismo; no tanto
porque la Iglesia fuera antiesclavista sino porque la consideración del esclavo ante dios era
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igual a cualquier otro hombre por tanto se le dignificaba y su reunión en la misa con otros
feligreses contribuyó a la confusión de los estatus de los campesinos y a la “hominización” de
los esclavos. Vocablos como “servus” o “mancipia” pasaron de significar esclavo entendido
como instrumento con voz a siervo, tanto doméstico como rural o instalado en manso servil.
Por todos estos caminos, a finales del siglo IX y en el X, la situación de los campesinos en
muchas de las grandes explotaciones de los señores o en sus cercanías se había igualado y a
penas dejaba conocer el origen, servil o libre de su ocupante.
Este modelo de villa carolingia (el gran dominio) ha sido considerado por algunos especialistas
como el motor económico que permitió el aumento de los rendimientos agrícolas, de la
productividad del trabajo que se tradujo en incremento de la producción y con ello, de los
excedentes y de los mercados donde realizar los intercambios. Esta interpretación que prima el
papel de los grandes dominios no ha sido aceptada unánimemente, otros especialistas como
G. Bois y P. Bonnassie se inclinaron por otro modelo interpretativo. Para ellos, las familias
campesinas de pequeños propietarios libres fueron los protagonistas del comienzo del proceso
de crecimiento europeo de los siglos IX y X. El origen de estas familias radicaría igualmente en
la crisis de la villa tardorromana, con la fuga subsiguiente de esclavos. Todos ellos, numerosos
en el norte de la P. Ibérica y en las tierras allende del Rin, en definitiva, en la frontera de la
Cristiandad, aplicaron su esfuerzo a la roturación y puesta en cultivo de zonas yermas, lo que
trajo consigo un aumento de la producción y, en consecuencia, de los efectivos demográficos.
En cualquiera de las dos interpretaciones queda claro que, durante los siglos VII a IX, se operó
en la sociedad europea un cambio en las relaciones de producción. De resultas a él, se abrió
paso la consolidación de la pequeña explotación campesina, bien en su modalidad de
integración, en forma de manso, en un gran dominio, bien en su versión alodial, esto es, libre.
En efecto, en la Europa occidental de los siglos IX y X, antes del cambio feudal, existía
también la pequeña propiedad libre o alodial, dominante en la Europa meridional donde el gran
dominio era excepcional. Incluso la pequeña y mediana propiedad libre o alodial estaba muy
presente en el "centro" de la sociedad carolingia y postcarolingia. En las regiones del Sur,
generalmente, el alodio y las comunidades de aldea era el marco dominante de la producción y
de la expansión agraria iniciada en los siglos IX y X. Así, en las zonas de la Península Ibérica
no ocupadas por los musulmanes, el movimiento colonizador y roturador de los siglos IX y X
fue obra de familias campesinas libres. Este es el caso de los campesinos alodieros de
Cataluña que ocuparon y roturaron nuevas tierras mediante la aprisio o de la presura en
Castilla. Estas colonizaciones fueron llevadas a cabo por hombres libres, pero también por
antiguos esclavos o de sus descendientes, más numerosos en las regiones del antiguo Imperio
carolingio y que bien habían sido manumitidos por la acción de la Iglesia o bien por el interés
de los propios propietarios, o bien se habían fugado aprovechando el movimiento
desestabilizador de las segundas invasiones de fines del siglo IX y del siglo X.
Pero cada vez más, según P. Bonnassie, se abre paso la teoría según la cual fue el
crecimiento económico el que hizo entrar en crisis el sistema esclavista que había llegado a ser
poco productivo. Las investigaciones de los quince últimos años resaltan el enorme dinamismo
de la pequeña propiedad campesina libre protagonista de la expansión agraria y de las
innovaciones técnicas y de los sistemas de cultivo iniciada en los siglos IX y X, anteriores a lo
que tradicionalmente venía considerándose (siglos XI al XIII). Esta expansión agraria implicaría
la necesaria movilidad incompatible con el sistema esclavista. Incluso este dinamismo de la
pequeña propiedad forzó a la gran propiedad a parcelarse en pequeños dominios,
reduciéndose las prestaciones en forma de trabajo sustituidas por censos en especie o
exacciones de parte de la cosecha.
Estos pequeños y medianos propietarios libres y económicamente autónomos,
formaron las comunidades rurales o comunidades de aldea, ligadas por lazos de solidaridad, de
vecindad y por la necesidad de cercar y defender las zonas de cultivo y las áreas de
aprovechamiento común (bosque, prados, molinos, etc.). Como consecuencia de esta
expansión agraria, en el paisaje rural de los siglos IX y X destacaban dos formas distintas y
hasta contrapuestas de organización del terrazgo: la gran villa señorial y la aldea (o villa) de
campesinos libres alodiales, y una gran diversidad de status del campesinado (libres,
semilibres, colonos y esclavos). Un paisaje caracterizado por un hábitat disperso en pequeñas
aldeas en las que se agrupaban las casas, una aureola de cultivos en sus alrededores y
todavía extensas zonas de bosques y prados.
Este sería, en síntesis, el panorama de la Europa occidental de los siglos IX y X, antes
de la constitución de una sociedad feudal. Una sociedad en la que perduran rasgos "antiguos"
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del régimen esclavista, pero que en modo alguno pueden ni deben identificarse con la sociedad
romana del bajo imperio, sino en la que están germinando nuevas formas de organización
social y económica que tendrán su fruto en la revolución feudal como lo expone en su tesis Guy
Bois o en la ruptura o mutación feudal, como la caracteriza George Duby, o en el cambio feudal
como la denominan Jean-Pierre Poly y Éric Bournazel. En definitiva, una sociedad en proceso
de descomposición-recomposición.
La organización del Imperio Carolingio se realizó de una forma empírica, más germánica que
romana. Sin embargo, los eclesiásticos del palacio supieron revestirla de una conceptualización
de tradición romana y basada en la noción abstracta de un estado como instrumento garante
de la res pública, del bien común. Los poderes efectivos del rey franco derivaban, de un lado,
del ban militar y, de otro del munt judicial supremo, ambos de tradición germánica, como lo era
igualmente la fortaleza de los vínculos personales que ligaban a los hombres libres con el rey
franco y que, anualmente, los guerreros renovaban en asambleas convocadas para ello.
El centro teórico del I. Carolingio era el Palatium y estaba dividido en una especie de
circunscripciones territoriales, los condados, en número superior a doscientos. Al frente de
ellos, los condes, disponían, a su escala, de las mismas facultades que el emperador, quien
los reclutaba entre la aristocracia de la zona a gobernar, lo que facilitaba el fortalecimiento de
poderes regionales. El hecho de que su gestión fuera inspeccionada por los missi dominici,
enviados por el Palatium imperial, apenas paliaba la situación, ya que los inspectores, uno
eclesiástico y otro laico, eran miembros de la misma aristocracia a la que pertenecían los
inspeccionados. De esta forma el principio teórico de una justicia condal pública se combinaba
con el ascenso de la fuerza de los grandes terratenientes que iban consiguiendo para sus
posesiones las inmunidades que las dejaban a salvo de los funcionarios imperiales. En estas
circunstancias, no era fácil que el emperador conservara su fuerza política. Carlomagno trató
de mantener la fidelidad personal de sus guerreros. La fórmula escogida fue pagarles tanto a
ellos como a sus vasallos directos y a los vasallos de sus vasallos mediante la entrega de
tierras en usufructo, los beneficios. Por supuesto, el emperador podía revocar las cesiones para
entregar esos mismos beneficios a otros vasallos. Este principio resulto difícil de cumplir en la
práctica. De esta forma, aunque la noción de res pública no había desaparecido de occidente y
los propios carolingios trataron de revalorizarla, en la práctica la pobreza de medios para
garantizarla dejaba, cada vez más, en manos de la fidelidad personal de los vasallos la defensa
de la construcción imperial de Carlomagno. Así, las relaciones entre señor y vasallo se
sujetaban a un contrato que incluía un doble vínculo: uno de carácter personal- la
encomendación o prestación de un homenaje por parte del vasallo al señor- otro de carácter
real- inicialmente tuvo la forma de un regalo obligado, que podía ser de cualquier tipo; más
tarde se concretó en forma de cesión de tierra, esto es, de un beneficio o feudo.
Entre los años 875 y 888, y después de las “segundas invasiones”, los relevos generacionales
de los carolingios se aceleraron contribuyendo a arruinar definitivamente la estructura política
del Imperio. En este tiempo, se detectaron cuatro procesos significativos:
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quien lo prestaba. Todo el sistema se consolidó en la dirección privatizadora en que venía
evolucionando cuando los reyes reconocieron el derecho de los vasallos a transmitir en
herencia los feudos que habían recibido. Tal fue la decisión de Carlos el Calvo recogida por
la capitular de Quierzy del año 877. a partir de este momento, al no poder recuperar los
beneficios para premiar con ellos a nuevos vasallos, el Imperio vio considerablemente
mermados sus dominios públicos. Con su paso a manos de la aristocracia guerrera, las
fortunas de ésta se incrementaron y, con ello, la posibilidad de tejer más tupidamente su
propia red de fidelidades y poderes privados.
- El cuarto fue la aparición de lo que podríamos llamar ancestros de las figuras del futuro. En
Francia occidentalis o Francia propiamente dicha, en 888, sus vasallos hicieron rey a
Eudes, conde de París, que había defendido la ciudad contra los vikingos. frente a él, la
aristocracia apoyó la candidatura de un carolingio, Carlos el Simple. Durante un siglo se
prolongó el enfrentamiento entre robertinos ( del nombre de Roberto el Fuerte padre de
Eudes) y carolinos, descendientes de Carlomagno. En 987, el robertino Hugo Capeto dio el
golpe de Estado que extinguió la dinastía carolingia.
Por su parte, en Francia Orientalis o Alemania, su condición de frontera frente a los húngaros y
los vikingos favoreció la consolidación de los poderes regionales hereditarios en algunos
ducados. Los duques alemanes fueron pronto conscientes de la ayuda que podían recibir de
los sólidos obispados de sus dominios frente a las pretensiones de la aristocracia laica. Se
iniciaba así un camino de colaboración llamado a marcar la historia de ese espacio durante los
siglos X y XI. Tras un breve predominio del duque de Franconia, el título de rey con la difusa
hegemonía que le correspondía pasó en 918 a manos de Enrique I, duque de Sajonia. En 936,
su hijo Otón I le sucedió al frente del ducado a título de rey.
c. en el papel que tuvieron las “segundas invasiones” como freno o como estímulo
al desarrollo de la sociedad del occidente de Europa.
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Tras el derrumbamiento de la organización política de Roma tiene lugar una reestructuración
social, que prolonga y desarrolla relaciones ya perceptibles al final del periodo romano y que
desembocarán en el feudalismo. Sus caracteres varían según las regiones, adaptándose a las
relaciones preexistentes y a las condiciones generales coetáneas.
La sociedad se constituye piramidalmente; su trama la forman ciertas relaciones de
dependencia personal (vasallaje), que afectan desde la cúspide (el rey con los grandes) hasta
la base ( el campesinado).
Esta dependencia personal de obligaciones mutuas nace de un acto solemne y sacramental
(hominium = homenaje) rodeado de formalidades ( inmixtium manum, besos / pacto de manos)
y presenta dos vertientes : el vasallo (del celta gewas = siervo) ofrece al señor fidelidad, trabajo
y ayuda; recíprocamente, el señor inviste al vasallo en la posesión del elemento real y
económico de la relación feudal: el beneficio (convertido, tras el hominium, en feudo). Ante la
inseguridad generalizada, el propietario alodial (alodio = tierra en propiedad libre) tiende a
situarse bajo la protección de un señor por medio de este tipo de relación. La commendatio
romana – un hombre libre pasa a ser vasallo de otro a cambio de cierta protección – entronca
ahora con el concepto de subordinación germánica, basada en el juramento de fidelidad. El
señor garantiza al vasallo una cierta seguridad, incluso económica (cesión del apero, suministro
de víveres en época de hambre); a cambio recibe sus tierras y numerosas prestaciones y
servicios personales (corveas), por las que el antiguo propietario renuncia prácticamente a
su libertad y queda adscrito a la tierra, estableciéndose así un régimen de servidumbre
gradual, cuyo escalón más bajo es la servidumbre de la gleba. Consecuencias: el señor se
incorpora el dominio de grandes extensiones de tierra y se beneficia de una parte importante de
cuanto ésta produce; queda transformado, al tiempo, en juez, administrador y (prácticamente
dueño de sus vasallos); el feudo pasa a constituir la unidad básica de la economía medieval,
caracterizada por la autarquía y por la ausencia casi total de intercambios monetarios.
En un principio ( dado el carácter individual del vasallaje y el beneficio) el feudo es vitalicio,
y se extingue a la muerte del señor o del vasallo. Posteriormente pasa a ser hereditario; en 877
las CAPITULARES DE QUIERZY (firmadas por Carlos El Calvo) establecen la heredabilidad, si
el sucesor es “digno”. Pero además, el sistema feudal alcanza también a los potentes
( =grandes) que reciben en feudo ciertas funciones públicas ( ducados, condados); con ello, el
rey refuerza su vínculo personal con los titulares de los cargos ( subordinación política).
En una sociedad eminentemente agrícola, la tierra no es sólo fuente de riqueza sino también de
poder, la condición de las personas se basa en la relación que guardan con el suelo, y quien
tiene tierra posee a su vez libertad y poder; estas premisas son las que enmarcan el
denominado RÉGIMEN DOMINICAL O SEÑORIAL, que constituye la base física y jurídica
sobre la que se implanta el modelo feudal. En el año 1000 afectaba con diferente intensidad a
toda Europa. El sustento para su existencia reside en la posesión de una gran cantidad de
tierra, lo que se conoce como Señorío Territorial, es decir, aquel en el que el señor es
solamente el dueño de la tierra y no tiene potestad jurisdiccional alguna sobre aquellos
campesinos que trabajan sus tierras. Este dominio territorial que en principio no tenía porque
ser muy grande, se fue creando a base de donaciones que los reyes realizaban a los nobles,
que constituían su punto de apoyo en la administración y defensa del reino, pero, que al
amparo de las condiciones de precariedad e inseguridad que se han señalado, este núcleo
originario fue creciendo extraordinariamente con las tierras que entregaban los
atemorizados y empobrecidos campesinos que buscaban la protección de los poderosos, cuyos
patrimonios fueron desarrollándose en la misma medida que se ampliaban sus facultades, que
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pasaban a abarcar otras parcelas que hasta entonces no habían tenido a su alcance, como las
atribuciones jurídicas y políticas sobre los hombres de sus tierras, produciéndose por ello una
transformación fundamental en el señorío territorial, pues bastará con que los señores unieran
sus facultades económicas con las jurídicas y políticas para que naciera con pujanza el Señorío
Jurisdiccional, un verdadero estado.
El régimen de señorío territorial surge como síntesis del tipo de posesión latifundista de época
romana ( a cuya cabeza se encontraba el amo, con potestad sobre una clientela de colonos,
obligados a pagar tributos y a aportar hombres para el servicio de las armas) y el dominio
territorial de tipo germánico, jurisdicción en la que el titular ejerce su poder sobre las personas
(= MUNT) libres, semilibres o encuadradas en el séquito militar y sobre las cosas (=WEBERE)
como casas, predios e iglesias. La jurisdicción señorial – en un principio aplicada solamente a
siervos y semilibres (villanos)- pasa progresivamente a abarcar vasallos y campesinos libres
acogidos a la protección del propietario, que a la vez los representa ante los tribunales y el
ejército, y asume sus correspondientes cargas públicas. Ello conduce a la sumisión general a la
jurisdicción señorial y termina por transformar a los campesinos libres en siervos de la gleba. El
proceso se ve reforzado por el incremento de la agricultura intensiva, basada en la prestación-
frecuentemente obligatoria- de trabajo personal (corveas), que será característica del
feudalismo.
Comienza a afirmarse, entre la zona del Sena y del Loira, un nuevo sistema de relaciones
agrarias en el que la tierra aparece concentrada en pocas manos y cuya norma será la
dispersión territorial. La forma habitual de explotar el gran dominio era el régimen de villae,
con las peculiaridades que adquirió en época carolingia, conocidas gracias a los polípticos y a
la Capitular “ De Villis”.
El régimen de villae en su forma carolingia clásica nació, con probabilidad, en los siglos
VII y VIII entre el Loira y el Rin, en tierras de Neustria, Austrasia y Borgoña y desde allí se
extendió a las áreas de expansión o influencia carolingia, sobre todo a Alemania y a Flandes,
aunque también se encuentra en Inglaterra y en los países mediterráneos con profundas
deformaciones. En conjunto, en el seno del señorío se distinguen dos grandes unidades:
- La terra indominicata: integrado por el resto de las tierras de labor cuya explotación es
efectuada por colonos que en teoría eran libres, aunque en realidad, estaban adscritos
hereditariamente a la tierra que cultivan y tenían que pagar unas rentas variables en
especie o en dinero ( los censos). Dentro de esta parte del señorío destaca el manso,
auténtica célula de explotación del dominio y base de su organización social que
representa unidades de tenencia de extensión variable según la calidad del suelo, el tipo de
explotación, la naturaleza de los instrumentos de labor, la densidad humana...etc, y que, en
principio, está pensado para que pueda mantener una familia.
El sistema de relaciones feudo – vasalláticas interfirió, entre otras cosas, en los modos de
posesión y explotación de la tierra, en una época en la que ésta constituía la fuente principal de
riqueza y poder, de manera que en el señorío se pueden encontrar las siguientes variedades:
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a. el alodio: en su origen era una tierra condal, libre y exenta de cargas, que quien la
obtenía podía poseer en plena propiedad, venderla, legarla y transmitirla a sus
herederos libremente.
b. la tenencia: surge como consecuencia de la fragmentación del gran dominio alodial
y en origen debió constituir un beneficio u honor otorgado por el conde, pero el término
resulta un tanto equívoco debido a la extensión de las tenencias, ya que se aplica
también al lote del dominio que el propietario del mismo entrega al cultivado-tenente-
libre para que viva en él con su familia y le preste ciertos servicios y censos a cambio.
Si en este sentido la tenencia equivalía al manso, en el primero correspondía al
beneficio u honor que el príncipe entregaba en pago de sus servicios a los fieles o
magnates – tenentes- para que ejercieran funciones de gobierno en su nombre. En su
origen, pues, la tenencia fue meramente temporal y limitada al tiempo que el nominado
rigiese la demarcación como representante del monarca.
c. el feudo: con este nombre se designa la extensión de tierras que poseía un hombre
libre por concesión del señor a cambio de declararse aquel vasallo de éste y obligarse
a determinadas cargas, satisfechas en servicios o en especie mucho más que en
dinero, entre las que figuraba en lugar preferente el servicio militar, prestado a
requerimiento del señor.
Los habitantes de los mansos soportaban las cargas impositivas más gravosas del señorío,
como el pago de rentas y prestación de servicios que la costumbre de cada lugar fija para
asegurar que el dominio produzca todo lo que una economía cerrada de tipo autárquico exigía
y, entre sus obligaciones, los ocupantes de las tenencias incluyen la explotación de sus propios
mansos, de cuyas cosechas habrían de mantenerse, pagar un canon al señor y además,
prestar servicios de carácter obligatorio y personal – corveas-. Como eran enormemente
gravosas, los habitantes del señorío tratarán de evitar estas prestaciones personales mediante
el pago de tasas en especie, a lo que se va a unir el pago de ciertas rentas, unas que
representan un canon del usufructo del manso, otras el de utilización de los servicios del
dominio- molino, fragua, horno- que el señor monopoliza, y otras el de la explotación de las
tierras comunes- pastos, bosques y aguas- del señorío. También peajes en caminos.
El SEÑORÍO JURISDICCIONAL: desde el siglo IX, este señorío rural y territorial tiende a
fragmentarse para formar entidades señoriales menores, a lo que va a contribuir la constitución
de feudos en las antiguas villae, los repartos hereditarios y las donaciones piadosas a
instituciones eclesiásticas, mientras que se acentúan las atribuciones del señor rural sobre las
gentes de su señorío que deja de ser solamente territorial para convertirse en jurisdiccional, de
manera que todos lo hombres, libres o no, que habitan el dominio son, a la vez, renteros y
súbditos, y todo ello se debe a que, al margen de los derechos que como propietario del
dominio poseía, el señor adquiere sobre los vasallos y habitantes de su dominio una serie de
derechos:
a. las banalidades: recuerdo de las atribuciones para dictar órdenes y reglamentos- bannum-
tenía el funcionario en su circunscripción. Banalidades = obligaciones impuestas por el
señor en su dominio, tales como los monopolios del horno, molino y fragua, la prohibición
de vender libremente productos de las cosechas si no lo había autorizado él, los derechos
de acuñación de moneda o de justicia, las prestaciones que habían de efectuar los
campesinos ( variadísima gama de exacciones a que estaban sometidos)etc. En conjunto,
los ingresos del señor serán más o menos cuantiosos dependiendo de los señoríos,
teniendo en cuenta que la tónica general en sus inicios fue la arbitrariedad con la que se
imponían las cargas y se percibían, ya que quedaban sujetas a la voluntad única e
indiscutible, del dueño del dominio.
b. La inmunidad: es la facultad que confería autonomía a un territorio y que permite que el
señor disfrute de las rentas públicas, la administración y el ejercicio pleno de la justicia. En
rigor, la inmunidad del señor franco consiste en la franquicia del introitus ( = derecho de
entrada en territorio privilegiado), de las exactiones (= contribuciones) y del districtio
(=procedimiento judicial). Bajo Carlomagno, quedó establecido – Capitular del 803- que el
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tribunal del dominio inmune – mallum – se limitase al conocimiento de las causas menores
y que el delegado real pudiese entrar en territorio inmune y obligar a sus hombres a
comparecer ante él; más tarde – Capitular del 844 – fue limitada la intervención real a los
casos de homicidio, rapto e incendio y, finalmente en el siglo X, quedó suprimida la
intervención real y el señor alcanzaba la plena autonomía jurisdiccional en todos los
aspectos. La inmunidad es una institución, en principio, contraria a los intereses del estado
y, sin embargo, los carolingios van a multiplicar la concesión de inmunidades, al principio
sólo a las iglesias con objeto de que, libres de interferencias de los condes, pudieran vigilar
mejor a éstos. Se trata, por tanto, de un método de gobierno que a los ojos de los
carolingios no pareció peligroso: el rey, para vigilar a sus funcionarios se une a los
propietarios, en este caso eclesiásticos, que actuaban como agentes suyos dentro de las
tierras inmunes. Pero, en el siglo X y sobre todo en el XI, las grandes familias ducales o
condales aplican en beneficio propio esta inmunidad e inician un proceso de constitución
de señoríos independientes en los que estará prohibida la entrada a todos, incluido el rey,
sin permiso expreso del señor.
c. La justicia: es el derecho que viene a significar la principal facultad señorial. El señor
puede juzgar los procesos civiles, criminales y administrativos dentro de los límites de su
dominio y a todos sus habitantes, incluidos los transeúntes. En los grandes dominios la
jurisdicción señorial alcanzaba en ocasiones la pena de muerte, ejecución de la sentencia y
confiscación de tierras.
La fuerza coactiva del dominio acaba con los últimos vestigios de libertad individual de sus
gentes, y si bien es cierto que la esclavitud de tipo antiguo ha desaparecido o se ha reducido
de forma considerable, también lo es que la libertad se ha convertido en un privilegio que es
patrimonio de los propietarios del suelo, de modo que, en este sentido, el Imperio Carolingio no
hizo sino acentuar la evolución ya manifiesta desde la época del Bajo Imperio Romano.
La sociedad feudal, caracterizada de forma general, posee una estructura piramidal. A grosso
modo, los grupos sociales que vivían y se relacionaban en el entramado de realidades
económicas y jurídicas en que se desarrollaba el marco feudal son los formados por señores-
dueños de la tierra y beneficiarios principales de las diversas fuentes de renta como
consecuencia de sus funciones de dominio, mando y organización del conjunto social- , y los
campesinos – trabajadores de la tierra-.
Eclesiásticos:
a. aristocracia episcopal y monástica: dueña de las mismas fuentes de renta rural que
la aristocracia laica, a veces, en mayor medida y con más estabilidad.
b. Media y baja clerecía: de condición económica modesta.
Laicos : la aristocracia era un grupo social muy jerarquizado y diversificado que en su seno
desarrolla una fuerte tendencia a constituir linajes a medida que se impone el orden feudal
y que culmina en los países occidentales durante el siglo XIII, momento en el que se
produce la transformación de la aristocracia primitiva en la llamada nobleza vieja o
primera nobleza, algunos de cuyos grandes linajes- la alta nobleza – consiguió el amplio
ejercicio de las potestades jurisdiccionales y mantener niveles de riqueza y poder que les
convertían en magnates del país. Muy por debajo de ella se situaba otra serie de nobles –
baja nobleza – que ejercía su dominio y privilegios en un nivel local o comarcal y que, muy
a menudo, estaba vinculada a los grandes aristócratas o a los reyes por vínculos de
vasallaje.
2.4.2. campesinos: este grupo social se caracteriza, de forma general, por su dedicación a la
tierra, su adscripción a ella, y la ausencia total de privilegios. Hubo entre campesinos, sin
embargo, fuese cual fuese su situación económica, criterios internos de diferenciación jurídica
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cuya importancia no ha de desdeñarse, entre aquellos que tenían condición libre y los que
estaban sujetos a cargas serviles , aunque el dominio señorial los alcanzase a todos, hasta
el extremo de que, en las primeras épocas del orden feudal, en la época postcarolingia, se
tendió a igualar a todos los campesinos en un grupo servil. Sin embargo, la realidad era mucho
más compleja, ya que se caracterizaba por una gradación variable de derechos y libertades – o
por la ausencia de las mismas, que era lo propio de la auténtica servidumbre. Aunque había
siervos – servi cotidiani, servi casati – descendientes de esclavos o caídos por la fuerza en
esclavitud, en la mayoría de los casos, a la servidumbre se llegaba por varios caminos:
- por deterioro de la situación económica- búsqueda de protección voluntaria-
encomendación a un poderoso
- mediante el colonato, cultivar la tierra de otro propietario y aceptar forzosamente por ello
ciertas obligaciones respecto a él y al predio
- permanecer como libertos bajo la protección del antiguo dueño y en sus tierras
En realidad se trataría de situaciones de servidumbre “de facto”, puesto que se reconocía la
libertad jurídica del campesino pero se mermaban o se negaban sus libertades reales a la
propiedad, al régimen familiar y de herencias, a la disposición de su propio trabajo o a la
libertad de movimientos.
El número de campesinos de condición servil muy posiblemente alcanzó la cota más alta en los
siglos X al XII, pero con fuertes desviaciones regionales y temporales, estimándose que llegó a
afectar a más de la mitad de la población rural en muchas tierras francesas comprendidas entre
el Loira y el Rin, Franconia, Baviera, y, también Inglaterra, siendo la proporción menor en otras
zonas como Flandes, Borgoña o Aquitania.
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3. EL DEBATE SOBRE EL FEUDALISMO.
En este punto vamos a tratar la revisión historiográfica que han sufrido la teorías
tradicionales acerca de la formación y de la naturaleza misma del fenómeno feudal, e
incluso de su cronología, a raíz de los estudios realizados en los últimos veinte años por
Georges DUBY, Guy BOIS, Pierre BONNASSIE, Pierre TOUBERT, Robert FOSSIER, Abilio
BARBERO y Marcelo VIGIL, Reyna PASTOR, Ángel GARCÍA DE CORTÁZAR, José María
SALRACH, Julio VALDEÓN, entre otros.
Vamos a intentar, pues, hacer una sucinta síntesis de lo se ha venido en denominar la
visión "tradicional" y la "nueva visión" dejando sentado ya que nos inclinamos por esta última, la
que remarca sobre todo que el paso de la sociedad antigua a la feudal hay que situarlo a
comienzos del año mil, marcado por la aparición del señorío banal o jurisdiccional como
elemento más característico de esta nueva formación social.
1) Hasta la actualidad se han aceptado una serie de teorías sobre los orígenes del
feudalismo que para entendernos llamaremos la explicación tradicional. En primer lugar, ha
sido habitual explicar el origen del feudalismo como una consecuencia de la desmembración o
fragmentación del Imperio carolingio a finales del siglo IX y de los cambios experimentados en
el seno de la gran propiedad carolingia en la que estaría el germen del nuevo señorío feudal; y
paralelamente la fragmentación del poder público y su apropiación o privatización, con carácter
hereditario, por la antigua nobleza de funcionarios carolingios (condes, marqueses) en su
propio beneficio. En segundo lugar, que este fenómeno tuvo lugar primero y de modo completo
en el "centro", en el corazón del Imperio carolingio (al norte del Sena y a lo largo del Rin). Aquí
tendrá lugar ese feudalismo adjetivado por Ganshof de "clásico", mientras que en la "periferia"
(Provenza, sur de la Galia, Milanesado, Lacio, Cataluña, Castilla, León) la feudalización sería
un hecho tardío, incompleto e imperfecto.
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pesar de su crítica a otros historiadores marxistas como Parain, sostiene también la escasa
importancia que tuvo la esclavitud en la alta Edad Media.
3) La nueva visión sobre el origen de la sociedad feudal parte de la idea de una clara
ruptura en las sociedades del occidente europeo de los siglos IX y X, en las que según los más
caracterizados defensores de esta tesis, Guy BOIS y Pierre BONNASSIE, la relaciones
económico-sociales de los grandes o de los pequeños dominios con su modelo bipartito
(reserva-mansos) seguían marcadas por la pervivencia del sistema esclavista y las relaciones
políticas eran del tipo "benéfico-vasalláticas", es decir, relaciones de fidelidad entre la nobleza
de grandes funcionarios condales y el rey quien les retribuía con parte de los beneficios de las
tierras o de los impuestos del distrito condal, concesión que tenía un carácter temporal y no
hereditario. La sociedad y las relaciones socioeconómicas de los siglos IX y X nada tenía que
ver con las instituciones feudovasalláticas que serán características de la recomposición de las
relaciones de poder tras la "Revolución feudal" del siglo XI. Estas relaciones anteriores a la
época feudal se daban todavía en el marco del poder público del que estos condes, marqueses
o vizcondes no eran sino delegados del poder real al que debían fidelidad. En realidad este
sistema fue fomentado por el propio Carlomagno para consolidar la autoridad pública mediante
un densa red de relaciones de vasallaje, de clientelas vasalláticas desde la base hasta la
cúspide del poder político, militar y administrativo del Imperio. Este sistema situó en la cúspide
a la gran aristocracia militar y territorial. Fue, en fin, un intento desesperado de mantener unido
el Imperio y que a todas luces fracasó. Contrastando esta nueva visión con la de la
historiografía marxista observamos que la cuestión clave es el problema de los modelos de
transición y la determinación de las causas del paso de uno a otro, en este caso del esclavismo
al feudalismo. Y estas cuestiones dividen tanto a los propios historiadores marxistas como a los
no marxistas, por lo que limitar el debate a marxistas y no marxistas resulta reduccionista.
Por lo tanto, es en torno al año mil, dislocado ya el Imperio carolingio en principados
territoriales (condados, ducados, marcas), cuando se produjo tanto en el "centro" como en la
"periferia", un brusco cambio que se prolonga durante los siglos XII y XIII y cuyos protagonistas
fueron los sectores más agresivos de la "nueva nobleza" provenientes de los milites o
caballeros. La "crisis" del año mil estuvo impregnada de conflictos entre estos milites y los
nobles y de los nobles con el poder condal y el poder regio y contra la Iglesia. Aprovechando el
quebranto de las instituciones estatales, esta violencia de los caballeros y de la nobleza militar
por crearse un lugar en la nueva sociedad, por acumular tierras y hombres que las hiciesen
producir, desembocó en el fenómeno de incastillamiento. Los castellanos o señores de los
castillos representan el nuevo reordenamiento económico-social y político en torno a distritos
militares y jurisdiccionales y económicamente autónomos.
La denominada "Revolución feudal", según G. DUBY, abocó en la constitución de un
territorio más o menos extenso sobre el que un señor se aseguraba el poder jurisdiccional
(poder de ban). Se formaron así señoríos banales o jurisdiccionales en los que los nuevos
agentes del poder feudal, los castlans o señores de los castillos y sus caballeros ejercían el
poder de coerción y de mando sobre un territorio compacto y, sobre todos los campesinos con
independencia de su status jurídico.
En el plano socioeconómico, la nueva sociedad feudal se polarizó en el marco rural en
una poderosa aristocracia militar y territorial y el conjunto de los campesinos que al final del
proceso quedaron fundidos en una sola categoría social y sometidos a una serie de cargas e
imposiciones. De la "revolución feudal" surgirá un nuevo modo de explotación y unas nuevas
relaciones de propiedad junto a la privatización del poder público. En el señorío banal o
jurisdiccional se desarrolla un nuevo mecanismo de extracción de las rentas o del plusproducto
del trabajo de los campesinos. A las rentas de la tierra derivadas del dominio o derecho
eminente del señor sobre las tenencias de los campesinos se agregan las rentas de los
hombres que emanan del ejercicio del poder de coerción o de mando y de la justicia o señorío
jurisdiccional. A este doble mecanismo de explotación feudal se superponen las dos formas de
dependencia o de servidumbre: la servidumbre personal, por la que el campesino pierde su
libertad al convertirse en hombre propio del señor, y la servidumbre real que significa la pérdida
de los derechos de los campesinos sobre su propiedad alodial, transformándose ahora en
deberes, entre los que sobresale la adscripción a la tierra y la carencia de libertad para
abandonarla. De esta forma de explotación y de relaciones económicas y sociales en torno a la
tierra, el señorío territorial y jurisdiccional, nacerán las nuevas formas de propiedad: el dominio
eminente del señor sobre la tierra y el dominio útil o usufructo de los campesinos sobre las
tenencias con las correspondientes cargas y obligaciones.
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En el plano político-institucional, tras los primeros momentos de descomposición y de
hundimiento de las instituciones estatales públicas, surge una nueva forma de recomposición
del poder político que proviene de la propias fuerzas internas del mundo señorial interesadas
en asegurar su propia supervivencia ante la agresión incontrolada ejercida por bandas de
milites o la violencia ejercida desde los castillos en la dura pugna por acumular tierras, aldeas y
campesinos bajo el poder de los nuevos linajes nobiliarios. La solución estabilizadora sería el
desarrollo de las relaciones feudovasalláticas en la que confluyese el poder y el desarrollo de la
nueva nobleza feudal y la garantía de ese orden por una nueva forma de autoridad pública: el
estado feudal -la monarquía feudovasallática- y la ideología eclesiástica de los "tres órdenes".
4. BIBLIOGRAFÍA:
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o WICKAM, Chris: “ La otra transición: del mundo antiguo al
feudalismo”. Studia Histórica. Hª Medieval, VII, 1989, pp. 7-36.
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