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Francisco Moreno-Fernandez
University of Alcalá
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2 M. V. MATEO GARCÍA
tados por la lingüística de corpus. La historia revela que los que presu-
men del monopolio de la ciencia a menudo no son capaces más que de
ofrecer falsa ciencia. Pero vayamos a lo que nos interesa.
Sin negar la trascendencia del pensamiento y la obra de Labov, lo
cierto es que la evolución de la sociolingüística –de su sociolingüística–,
al tiempo que ha diversificado sus centros de interés, ha experimentado
con los años una revisión crítica interna que ha puesto en evidencia sus
limitaciones de fondo y de forma. Muestra de ello pueden ser el tem-
prano libro de Norbert Dittmar (1973) y las obras colectivas de
Rajendra Singh (1996) o de Carmen Fought (2004). Es importante
conocer, no obstante, que buena parte de la crítica al variacionismo ha
surgido con un positivo espíritu constructivo, como lo demuestra la
implicación del propio Labov en esas revisiones críticas, evidenciando
un deseo de permanente actualización de sus técnicas de análisis, así
como de participación en las disputas dialécticas más estimuantes.
Las críticas a la sociolingüística de Labov podrían agruparse del
siguiente modo, que, por supuesto, no es el único válido (Villena
Ponsoda, 2008). En primer lugar, estarían las que proceden de teorías
que conciben la lengua de una manera diferente; el caso más claro es el
del generativismo, que opera desde bases psicológicas y que se despre-
ocupa de fenómenos supuestamente superficiales, como la variación
lingüística, y de sus relaciones con parámetros sociales y contextuales
(Moreno Fernández, 1988). En segundo lugar, estarían las críticas de
aquellos que, interesados por la dimensión social de las lenguas, entien-
den la realidad social y, específicamente, la realidad sociolingüística de
un modo distinto al laboviano (Williams, 1992); aquí pueden incluirse
desde los planteamientos de los criollistas (Bickerton, Bailey), hasta las
propuestas fundamentadas en modelos sociales marxistas (Dittmar,
1973; Bourdieu, 1985; Milroy, 1982) o los trabajos preocupados por la
lengua como componente de la identidad social (Gumperz, Le Page y
Tabouret-Keller, 1985). En tercer lugar, se encuentran las críticas cen-
tradas en aspectos metodológicos y técnicos, hechas incluso desde el
modelo teórico general de la sociolingüística de Labov, si bien es fre-
cuente que la discrepancia metodológica encierre una disparidad de
criterios teóricos; estas críticas se pueden referir, por ejemplo, al exce-
sivo protagonismo que ha tenido la investigación fonológica frente a la
sintáctica (Macaulay, 1988), al poco peso que se da en los análisis a la
figura del hablante como individuo (Horvath, 1985), a la forma en que
se realizan las entrevistas sociolingüísticas (Fought, 2004) o a la idonei-
dad de determinadas pruebas estadísticas, entre otros aspectos.
En todo este surtido de críticas al labovianismo, no han faltado las
relacionadas con la dimensión cognitiva del fenómeno de la variación
sociolingüística, aun cuando no se hayan hecho desde posiciones teóri-
cas cognitivistas propiamente dichas. Y a menudo esas críticas han gira-
do en torno al concepto de competencia, al modo de entender su natu-
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4 M. V. MATEO GARCÍA
SOCIOLINGÜÍSTICA PRE-COGNITIVA
El panorama de heterogeneidad al que se ha hecho referencia y
algunas cuestiones de complicado tratamiento teórico han ido dejando
espacio en la sociolingüística variacionista para la inclusión – esporádi-
ca, irregular y, si se quiere, hasta errática – de elementos de naturaleza
cognitiva. Entre ellos sobresalen, por su frecuencia y por su peso en la
interpretación de determinados fenómenos, los conceptos de actitud
lingüística y de monitor. Asimismo se han manejado recursos cognitivos
para el desarrollo metodológico de otros conceptos, como el de merca-
do lingüístico. Recordemos brevemente en qué ha consistido todo ello.
Actitudes lingüísticas
La actitud lingüística es una manifestación de la actitud social del
individuo, centrada y referida específicamente tanto a la lengua como
al uso que de ella se hace en sociedad. Para Teun van Dijk (1998), las
actitudes se instalan en el mundo cognitivo del hablante y consisten en
un conjunto de creencias evaluativas generales, generalmente compar-
tidas por un grupo social. Son, por tanto, conjuntos específicos, orga-
nizados, de creencias socialmente compartidas. La actitud puede enten-
derse como factor explicativo de cambios lingüísticos, como rasgo defi-
nitorio de la identidad social y, a la vez, como resultado de la interac-
ción social.
Generalmente, en la actitud se identifican tres dimensiones: una
dimensión competencial, una dimensión valorativa y otra instrumental o de
uso. La dimensión competencial incluye el elemento cognitivo de la actitud
y se refiere al nivel de conocimiento que se tiene de la lengua de la
comunidad, que, al aumentar, suele propiciar actitudes favorables. La
dimensión valorativa refleja el elemento afectivo de la actitud; el valor
otorgado a la lengua se encuentra determinado por el sistema de cre-
encias que se manifiestan en la interacción social. La dimensión instru-
mental, finalmente, refleja el elemento conativo de la actitud (Sanz,
2008). Las actitudes lingüísticas son parte integrante y consecuencia de
la conciencia lingüística, factor decisivo en el comportamiento de los
hablantes en relación con las formas lingüísticas de mayor prestigio, así
como en el reconocimiento de los sociolectos y los estilos más cercanos
a los ideales de cultura y educación dentro de una comunidad
(Fernández Marrero, 1999: 175; Kristiansen, 2001).
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6 M. V. MATEO GARCÍA
El mercado lingüístico
El concepto de “mercado lingüístico” está fundamentado en un prin-
cipio marxista según el cual la conducta lingüística viene determinada
por la relación de los hablantes con los medios de producción. Un mer-
cado lingüístico refleja conductas dependientes de las actividades socio-
económicas de los individuos (Sankoff y Laberge, 1978) y, en él, los
hablantes que desempeñan ciertas profesiones tienden a hacer un uso
normativo de la lengua, mientras que los que desempeñan otras profe-
siones no necesitan hacerlo, aunque ambos compartan unos mismos
rasgos socioeconómicos. El componente cognitivo, en relación con este
concepto, aparece cuando se intenta poner en relación unas variables
lingüísticas con unos índices de integración en el mercado lingüístico,
que se consideran atributos de los hablantes. Para la asignación de tales
índices, se parte del juicio emitido por varias personas (jueces) sobre la
historia de la vida socioeconómica de cada hablante: el índice de inte-
gración en el mercado se correlaciona con las variables lingüísticas estu-
diadas.
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8 M. V. MATEO GARCÍA
b1 bn
Reacciones Reacciones
conscientes inconscientes
y comentarios a la lengua
sobre la lengua
b’ – estados y procesos cognitivos que rigen b
Según este gráfico, se debe distinguir entre lo que la gente dice (con
los estados y procesos cognitivos que llevan a ello) y el modo en que la
gente (desde ciertos estados y procesos cognitivos) reacciona a lo que
se dice. En el continuo b1-bn, la “lingüística popular” se ocuparía del
extremo izquierdo y la psicolingüística de las actitudes se preocuparía
del extremo derecho.
En lo que a la investigación española se refiere, resultan especial-
mente significativas las incursiones hechas por Ángel López García
(1994; 1996) en la sociolingüística y, más específicamente, en el terre-
no de la “comprensión” de la variación lingüística. La intención de este
lingüista es llegar a un modelo que haga compatible la realidad lin-
güística invariante y la realidad variable de la lengua. Además, para
López García, lingüística y sociología podrían coincidir en una ciencia
común en la que ninguna prevaleciera. El modelo que lo haría posible
sería el del espacio topológico, que sería paralelo a la teoría del proto-
tipo. Desde esta perspectiva, aplicada a la sociolingüística, el lenguaje
humano está integrado por un conjunto de elementos concretos rode-
ados por situaciones sociales que constituyen su “contexto”. Los facto-
res sociales pueden ser responsables de una conciencia específica, por
parte del hablante, de las diferencias que separan a las variantes de una
variable; pongamos como ejemplo la realización [h] o [Ø] de una con-
sonante final en español.
Por otra parte, como la variación puede adoptar tres formas funda-
mentales –geolingüística, sociolingüística y estilística– sería posible
caracterizar cada uno de esos tipos de variación como espacios topoló-
gicos de distinta naturaleza. La variación geográfica o dialectal implica-
ría a espacios normales, en los cuales, a los conjuntos cerrados A y B (dia-
lectos) les corresponden conjuntos abiertos U y V (territorios), de tal
forma que A se incluye en U y B se incluye en V; la variación sociolin-
güística implicaría espacios compactos, en los cuales los hechos lingüísti-
cos tienen una significación social y pueden caracterizar a los que los
usan como hablantes de una variedad sociolingüística determinada: un
elemento lingüístico puede ser típico de un grupo social X, pero eso no
significa que sea desconocido por el grupo social Y; finalmente, la varia-
ción estilística implicaría espacios regulares, en los cuales para cada fenó-
meno x y para cada conjunto de fenómenos A que no incluye x, existe
algún conjunto de expresiones U que incluye x y que no tiene nada en
común con el conjunto V que rodea a A, lo que significa, por ejemplo,
que una pronunciación como la de los participios en [‘ao] (-ado) puede
ser característica de un estilo poco cuidado cuando es utilizada por
hablantes de nivel social acomodado o de un estilo cuidado cuando es
utilizada por hablantes de nivel sociocultural bajo; por lo tanto, no
puede decirse que, en sí misma, pertenezca a un estilo o a otro y sola-
mente podrá adscribirse a un grupo U o V cuando se haya definido el
entorno lingüístico, la situación y el perfil del hablante.
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