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EL AROMA DEL TIEMPO

DES-TIEMPO

Maria José Cruz


201813468
Sociohumanistica

Centra su atención en ese tema crucial que es el tiempo, cómo vivimos el tiempo en
nuestro mundo actual, cuáles pueden ser las causas de esa vivencia, sin omitir alguna
propuesta para rectificar el rumbo desquiciante y falto de sentido de nuestro momento
histórico. La tesis fundamental es que la falta de tensión narrativa provoca una
atomización del tiempo.

Este pasa de ser un continuo más o menos lineal a convertirse en una sucesión puntual
de instantes sin relación los unos con los otros. El autor hace buena reflexión acerca del
fin de los grandes relatos en la posmodernidad. De hecho la idea más potente y la que
articula buena parte del libro es la de que la ausencia de tensión narrativa propia de
nuestra condición posmoderna (distante tanto del pensamiento mítico antiguo, anclado
en el pasado, como del discurso protector de la modernidad que deposita su peso en el
futuro) es la causa de esa falta de gravedad que provoca finalmente que los instantes
temporales floten ingrávidos, resistentes a la duración.

Se asume la aceleración del tiempo pero se cree haber encontrado en esa falta de
gravedad la causa última de la tesis del autor, esto es exceso de velocidad que impone
lo mediático y que propicia la velocidad de escape del sentido. Se trata de un tiempo
fragmentado, “atomizado”, donde los intervalos vacíos se intentan llenar con una
acelerada sucesión de gratificaciones sensoriales, ninguna de las cuales tiene una real
importancia sobre las demás. Todo vale igual, gratificaciones efímeras, superficiales.

De esta situación emerge un sujeto sobreestimulado y desorientado, con una cada vez
mayor desconexión con la verdad y el conocimiento, porque éstas exigen duración,
interconexión temporal, contemplación, detenimiento. Por el contrario, el sujeto se arropa
de una información efímera, que consume aceleradamente y que aceleradamente olvida.
La modernidad, por tanto, más que una aceleración consiste en una pérdida del elemento
que cohesiona el tiempo, que le da una forma unitaria, un significado. El fin de las
narraciones, de los metarrelatos, dimensión que se define el momento presente, provoca
una dispersión del mundo como totalidad, por lo que cada objeto deviene desconectado,
efímero, incluso la propia identidad personal.

Es esta situación la que lleva a atender a la diseminación, a la desintegración del mundo,


comprendiendo que la vivencia de una aceleración del tiempo no es más que uno de sus
síntomas. El tiempo suele comprenderse como secuencia de instantes, tal y como sucede
en el modelo newtoniano.

Ahora bien, esto implica una confusión cualitativa entre ellos, por lo que son valorados
como semejantes, deviniendo el tiempo, por tanto, poco más que el paso de una
actualidad a otra, simple sucesión, censurando así cualquier posibilidad de duración, de
permanencia: el tiempo es, aquí, una avalancha de instantes que no disponen de sostén
alguno, de conducción. Como se señala, al no disponer de sujeción, de unidad, de
dirección, el tiempo no puede, propiamente, acelerarse, es decir, “llegar antes” a un
destino del que carece.

En la existencia moderna esto viene a señalar que aquél ideal de vivir apresuradamente
para disponer de un mayor número de experiencias constituye, verdaderamente, una
confusión entra la abundancia y la consumación, entre la enumeración y la narración.

Por tanto, lo que históricamente se ha venido comprendiendo como aceleración del


tiempo moderno se muestra ahora como simple desorientación, confusión, sinsentido.
Esta inquietud, esta vida de tropiezos, esto tiene una de sus causas en la pérdida o
distanciamiento de los dioses, el tiempo de miseria heideggeriano, pues éstos no actúan
ya más como narradores de la historia, ya no le confieren un principio y un final, un
sentido.

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