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El Plan de Barranquilla: Proyección de conflictos en desarrollos políticos posterioresa

Jesús Méndez Quijadab


Resumen

El “Plan de Barranquilla”, presentado en la ciudad que le da nombre, el 22 de marzo de 1931, fue


la presentación pública del grupo “Acción Revolucionaria de Izquierda”, liderado por Rómulo
Betancourt. A pesar de ser un documento al cual estudiosos de la política venezolana le han dado
poca importancia, dos de sus firmantes –Rómulo Betancourt y Raúl Leoni- ocuparon la presidencia.
Más relevante, a nuestro juicio varios de sus planteamientos centrales se desarrollaron
posteriormente en los acuerdos de 1958. Nos referimos a la tenencia de la tierra, las fuerzas
armadas, la industria petrolera y la educación, ejes centrales en el programa mínimo de gobierno
pactado por los candidatos a la presidencia de la república en 1958. También, sostenemos,
conflictos presentes en el momento de la firma continuaron un curso de escalamiento hasta la
aparición, en el inicio de los años 60, de la guerrilla contra el gobierno electo en 1958.

Analizamos el desarrollo de estos dos cursos, a la luz de conceptos de la conflictología.


Sostenemos que no se trata de cuestiones aleatorias, productos de azar, sino de un diseño
consciente. En un caso, se hizo un esfuerzo por conciliar posiciones entre intereses si bien no
antagónicos, sí diferentes, lo que desembocó en procesos de conciliación. En el otro, por el
contrario, se asumió la confrontación. No fue aquí el resultado del fracaso de una conciliación
buscada, sino de la decisión estratégica de no conciliar. En todo esto está la impronta de un
protagonista clave, Rómulo Betancourt.

Palabras claves: Plan de Barranquilla. Rómulo Betancourt. Conflictología

Abstract

The “Barranquilla Plan”: Projection of conflicts in posterior political development

The “Barranquilla Plan”, a document signed in the city which name took, was the first public act
of “Left Revolutionary Action” group, whose main leader was Rómulo Betancourt. On the one
hand, although it is a document a few venezuelan political researchers have paid attention to, two
in the signers –Romulo Betancourt and Raul Leoni- became presidents of the republic of
Venezuela. On the other hand, political agreements achieved many years later, in 1958, included
some of the main propositions the “Plan” had (we refer to land property, oil industry, military
forces, and education). Last but not least, we argue that other kind of conflicts the signers faced
with in 1931 were worse, and turned in the guerrilla warfare against government, at the beginning
of The Sixties.
We use concepts of Conflict Resolution to discuss those two different political courses. We argue
that the results did not depend on random or fortuitous facts but a conscious decision. On one
side, an effort to conciliate different although not antagonistic interests was made so, conciliation
was achieved. On the other, in contrast, confrontation was the answer. It was not an undesirable
result in a conciliation process but a wanted one. That means confrontation was a strategic
decision. The whole political process has a main protagonist, Romulo Betancourt.

Key words: Barranquilla Plan. Rómulo Betancourt. Conflict Resolution.

a Este trabajo fue publicado en Memoria Política. Nueva Etapa. (2013). Centro de Estudios Políticos y Administrativos de la facultad de Ciencias Jurídicas y

Plolíticas de la Universidad de Carabobo. Nº 2, pp. 13-46.

b
Jesús Méndez Quijada es Médico Cirujano. Abogado. Magister Scientiarum en Psiquiatría. Profesor en Centro de Estudios de
Posgrado, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, Universidad Central de Venezuela. Cursando Doctorado en Ciencias Políticas.
jmendezquijada@yahoo.com
El Plan de Barranquilla: Proyección de conflictos en desarrollos políticos posteriores

Aún en términos metafóricos, no es posible concebir la vida humana sin conflictos.


Conflicto entre millones de espermatozoides por alcanzar un único óvulo. Conflicto entre el
feto, cómodamente instalado en el tibio fluido uterino, y los pulmones listos para aspirar su
primera bocanada de aire lo que obliga a la expulsión, condición indispensable para que
otra etapa de desarrollo se abra. De inmediato, conflicto entre los requerimientos
permanentes de atención del recién nacido y las restricciones de quienes deben cuidarlo.
Contraposición entre nuestra necesidad de satisfacernos, de experimentar placer, y los
impedimentos con que esa necesidad-deseo se enfrenta. En fin, la tensión, el conflicto nos
acompañará por toda nuestra existencia.
Y el conflicto no es malo en sí mismo, digámoslo de una vez. De él pueden nacer
extraordinarias oportunidades para avanzar aunque, igual, la potencialidad para la
destrucción. Somos los hombres quienes decidimos un curso o el otro. Con estas ideas
compartimos lo expresado por Eduard Vinyamata, 2001:

…los conflictos pueden poseer, como mínimo dos significaciones simultáneas.


Cuando los conflictos significan y representan crecimiento, oportunidad,
posibilidad de innovación, cambio, regeneración, estímulo, mejora, descubrimiento
y serenidad… En este sentido, los conflictos son elementos que nos permiten
avanzar, mejorar, prever su función regeneradora y sacar provecho.
Pero el conflicto también puede significar destrucción, dominación, alineación,
frustración, guerra, desgracia, dolor, sufrimiento, angustia, ofuscación, bloqueo,
violencia. En estos casos podemos pensar que se está produciendo una disfunción…
(p.14-15).
En el área social el conflicto es omnipresente, como lo apunta el profesor Víctor
Jansen Ramírez, 2012:

El conflicto per se vive en la estructura de la sociedad: es un aspecto intrínseco que


nace en las relaciones entre los individuos en todos los aspectos que prescriban
intercambios de ideas, intereses, asignación de bienes o prestación de servicios; en
fin, es el conflicto el eje sobre el cual gira la convivencia humana y es a la vez la
causa para la búsqueda de soluciones que permitan fortalecer y mantener la paz
social. El conflicto es un fenómeno social inevitable y en oportunidades necesario
para aprender de los aciertos y desaciertos que se producen con ocasión de la
construcción de opciones válidas para conseguir la cooperación de las partes
involucradas en las disputas. (p. 70-71).

De modo que tanto individuos como sociedades, grupos, organizaciones,


estados han de lidiar con los conflictos permanentemente. Si no hay forma, entonces, de
evitarlos es una necesidad adaptativa del ser humano aprender a convivir con ellos. Más
que convivir, “gerenciar”, gestionar de forma que puedan convertirse en instrumentos
positivos para el cambio social.

Intentar una definición


Como suele pasar cuando se intenta definir un término que nos parece conocido por
todos, fácilmente identificable, tenemos problemas por la diversidad de acepciones que
emergen. El conflicto se evidencia desde lo interno, especie de confrontación conmigo
mismo, mis aspiraciones, potencialidades para alcanzarlas, expectativas de interacciones
con otros.
En el desarrollo humano esto tiene inmenso impacto durante la adolescencia cuando
la búsqueda por consolidar nuestra autoimagen, por un lado, y por construir el propio
proyecto de vida, por el otro, son fuentes de tensión que a veces sobrepasa la capacidad
adaptativa individual. En el campo de las interacciones, los conflictos surgen por nuestra
necesaria participación en un conglomerado. En todo ello estas tensiones internas no son
inocentes, por el contrario, se expresan vivamente. Tienen un papel importante en la forma
de abordar las situaciones conflictivas.
Todos los elementos complejos en torno al conflicto se evidencian cuando se trata
de poner en blanco y negro una definición. Veamos la propuesta por Eduard Vinyamata,
2005:

Conflicto: Lucha, desacuerdo, incompatibilidad aparente, confrontación de


intereses, percepciones o actitudes hostiles entre dos o más partes. El conflicto es
connatural con la vida misma, está en relación directa con el esfuerzo por vivir. Los
conflictos se relacionan con la satisfacción de las necesidades, se encuentra en
relación con procesos de estrés y sensaciones de temor y con el desarrollo de la
acción que puede llevar o no hacia comportamientos agresivos y violentos… (p.78).

Es de advertirse, no obstante, que hay casi tanta diversidad de definiciones como


autores tratan el tema. Sin embargo, existen elementos comunes que Deborah Borisoff y
David Víctor, 1991, identifican como presentes en la mayoría de los casos: “Los elementos
comunes a todas las definiciones citadas se hallan en los términos diferencias, lucha
expresa, incompatible, frustración, interferencia, percepción e interdependencia.” (p. 1).

Conflicto político: entre el poder y los valores


A los efectos del enfoque que emprendemos en este trabajo, resulta útil
adicionalmente referirnos a dos tipos de conflicto que aborda Josep Redorta, 2004, en su
libro Cómo analizar los conflictos. En los conflictos de poder se expresa la competitividad,
“los procesos de jerarquía y dominación están en la médula misma de la sociedad y, a su
vez, en las relaciones grupales e interpersonales” (p. 145) de modo que “un juego de poder
puede verse como un proceso competitivo”, como expresa el mismo autor unas líneas más
adelante. (Josep Redorta, 2004, p.146).
Con frecuencia, los conflictos políticos tienden a apreciarse de esta manera. Un
proceso competitivo por alcanzar la dominación jerárquica. Detenernos allí es, no obstante,
insuficiente. Los valores cuentan. Los valores definen nuestras creencias más queridas,
afirman nuestra identidad a la vez que nos acercan a quienes comparten con nosotros una
visión de la vida, de la sociedad, de la trascendencia. Por cuanto se construyen desde muy
temprano, se arraigan, forman parte integral de nuestro propio ser. Cuando entran en
contradicción se expresan de manera marcada, se tiende a la polarización y desaparecen los
matices, ya no hay tonos grises, sólo el blanco y el negro, los extremos.
En el trabajo que sigue el conflicto será protagonista. La forma de abordarlo, sin
dudas asociada a las características personales de los protagonistas, marcará el rumbo.
Algunos se encaminarán hacia alternativas constructivas de concertación, a través
de la conciliación1 que permite, mediante acuerdo, convertir la confrontación en
colaboración. Otros, por el contrario, escalarán y, como dice Josep Redorta, 2005,
“…cuando se produce la escalada de un conflicto, este escalamiento transforma el propio
conflicto convirtiéndolo en un conflicto de poder que ya no tiene nada que ver con el
detonante inicial o el conflicto subyacente.” (p. 131).
El escalamiento puede ser, no obstante, un resultado buscado. Es decir, el hecho de
que un conflicto escale, avance cada vez más hacia la confrontación, no necesariamente
obedece al fracaso. Cuando hay valores en juego, por ejemplo, especialmente en el campo
de lo político, en oportunidades la conciliación no es una alternativa y, por el contrario, el
escalamiento surge como elección. ¿Qué hacer, digamos, ante una tiranía en la que se
pisotean derechos humanos y libertades fundamentales? Lo veremos expresado en la forma
como se dirimieron algunos de los conflictos que analizamos en la discusión que sigue.

El Plan de Barranquilla
Aparte del interés entre especialistas, el Plan de Barranquilla pareciera un hermano
pobre entre los hitos destacados en la historia política del país. Ello quizás se explique por
los aparentes pocos efectos inmediatos, al menos reconocidos de manera general, que se le
pueden atribuir a aquel documento. Muchos podrán tenerlo sólo como la proclama inicial
de algunos opositores, con poca significación para la época. O como la declaración pública
de existencia de un grupo político, de esos que han surgido y desaparecido en Venezuela
con tanta velocidad a partir del segundo tercio del siglo XX.
Pero algo pasa con esta percepción sobre el Plan de Barranquilla. Fue grande la
influencia ejercida por algunos de entre su escasa docena de presentadores. Dos de ellos,
Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, alcanzaron la presidencia de la república y, sin dudas,
Rómulo Betancourt fue una de las figuras más relevantes de todo el siglo XX venezolano.
De otro lado, la proyección de las propuestas del “Plan”, simples y “reformistas”, se hizo
sentir en desarrollos cruciales, como los acuerdos de 1958.

A esto último se apunta entre especialistas. El profesor Manuel Caballero, 2007, por
ejemplo, lo expresa con contundencia:

No es demasiado exagerado decir que jamás, en la historia de Venezuela, un


documento redactado en tan precarias condiciones, en el exilio de unos cuantos
muchachos desconocidos; y que además, al revés de todos los manifiestos políticos,

1
Para Eduard Vinyamata, 2001:128, conciliación es “Acto o proceso ecléctico con el cual se establece,
mediante acuerdos o no, un cambio de actitud que permite pasar de la confrontación a la colaboración que
permite establecer una relación positiva que se ha visto afectada por la existencia de un conflicto…”
no ofrecía el Cielo para esta tarde o mañana por la mañana a más tardar; que un
documento así haya tenido la influencia que tuvo, por un largo tiempo: de hecho,
durante todo el resto del siglo XX. Se puede decir que este Plan es el primer
documento de la modernidad en Venezuela. Hasta entonces, las proclamas de los
diversos caudillos no hacían más que repetir las gastadas consignas del liberalismo,
con su invocación de una libertad abstracta. (p. 61).

En el presente trabajo aspiramos a señalar la proyección de los conflictos presentes


para la fecha de la presentación del Plan de Barranquilla, -y la manera de abordarlos,
especialmente por su protagonista principal, Rómulo Betancourt- en episodios posteriores
de concertación o de confrontación. Es decir, cómo algunos avanzaron hacia la conciliación
mientras otros, por el contrario, tomaron la vía del escalamiento, en términos de la
conflictología.2

Más concretamente, analizaremos el desarrollo de las escaramuzas teóricas iniciales


con los fundadores del Partido Comunista de Venezuela como fuente de confrontación, por
un lado, y la integración de algunas ideas esenciales del Plan –el problema de la tierra, la
cuestión militar, la educación y la industria petrolera- en la concertación y acuerdos de
1958, por el otro.

El impacto de un protagonista

Con frecuencia se discute en torno a la trascendencia de los protagonistas en los


eventos históricos. Hay quienes consideran que los acontecimientos sólo tienen que ver con
la gestión de la sociedad, con fuerzas inexorables que mueven su progreso y cuya “lógica”
permite establecer leyes predictivas -especie de determinismo histórico que Karl Popper
subraya en su concepto de historicismo- y poco importan los individuos. En esa
apreciación, criticada por Popper, 1973, los hombres no son sino piezas aleatorias,
intersecciones de camino que sirven según las circunstancias.3

Aquí nos apartaremos de esta posición para colocarnos en un ángulo que permita
ver las interacciones de los actores. A éstos los consideraremos como agentes
movilizadores de recursos, capaces de potenciar, innovar sobre categorías culturales
2
Eduard Vinyamata, 2001, define conflictología como “Ciencia a-disciplinaria y transversal del Conflicto, el
Cambio, la Crisis… Sinónimo de Resolución de Conflictos y de Transformación de Conflictos como sistemas
integrales e integradores de conocimientos técnicas y habilidades orientadas al conocimiento de los conflictos,
sus posibles causas y maneras de facilitar su solución pacífica y no violenta.” (p. 129).
3
En esta obra Popper define el historicismo como “…un punto de vista sobre las ciencias sociales que supone
que la predicción histórica es el fin principal de estas, y que supone que este fin es alcanzable por medio del
descubrimiento de los ´ritmos´ o los ´modelos´, de las ´leyes´ o las ´tendencias´ que yacen bajo la evolución
de la historia.” (p. 17).
heredadas, en acuerdo con sus propias ideales personales y colectivos, intereses y
compromisos, en los términos de Emibrayer y Goodwin, 1994,4. Así, se permite destacar,
entre otros factores, el reconocimiento de la capacidad humana de “agencia” como
relevante para cualquier intento apropiado de explicación de los fenómenos históricos. En
el campo de la conflictología, por su parte, el individuo, sus actitudes, intereses, emociones,
en fin, su mundo personal son relevantes en la forma como se abordan los conflictos.

En ese sentido, no podemos abordar el estudio del Plan de Barranquilla sin atribuirle
importancia, la que históricamente le corresponde, a un protagonista central, Rómulo
Betancourt. Advertimos que no se tratará de un estudio de la figura de Betancourt. Sí de
señalar cómo su particular visión, su forma de encarar desacuerdos y conflictos presentes
cuando se presentó el Plan de Barranquilla, influyeron en el desarrollo posterior de las
opciones de concertación o de confrontación. Efecto que se proyectó aun en los acuerdos
construidos en 1958, en torno al Pacto de Punto Fijo.

No estamos diciendo con ello que el Plan “generó” ni, mucho menos, que fue
“causa” de los conflictos que a la distancia se produjeron. Los mismos existían, o estaban
en desarrollo. Lo que nos interesa es discutir cómo una determinada manera de abordarlos,
o una decisión de no eludirlos como tema del combate político pudieron influir en eventos
lejanos.

Es decir, algún escenario de confrontación expresado tiempo después pudo, en


cierta forma, estar viviendo su incubación para 1931, fecha de presentación del Plan. Nos
referimos con esto a las diferencias planteadas con los primeros militantes comunistas. De
otro lado, esfuerzos por la concertación pudieron fortalecerse a partir de postulados
iniciales presentes en el Plan. Hablamos ahora de planteamientos básicos que más tarde
formaron parte de los acuerdos de 1958, más específicamente, del plan mínimo de gobierno
suscrito por los candidatos a la presidencia de la república.

Un producto colectivo y una huella innegable

El Plan de Barranquilla ve luz en la ciudad que le da su nombre, el 22 de marzo de


1931. El documento -carta de presentación en sociedad de ARDI, Agrupación
Revolucionaria de Izquierda- es tenido como una creación colectiva. No obstante, varios
investigadores coinciden en que su redacción estuvo a cargo de Betancourt, si no
exclusivamente, al menos de manera preponderante. Para Manuel Caballero, hay giros
idiomáticos –“desanalfabetización”, entre ellos- que se pueden identificar como parte del

4
Los autores se refieren al término “agencia” así: “Human agency, as we conceptualize it, entails the capacity
of socially embedded actors to appropriate, reproduce, and, potentially, to innovate upon received cultural
categories and conditions of action in accordance with their personal and collective ideals, interests, and
commitments.” (p. 1443).
estilo propio de Betancourt, presente desde su juventud. Manuel Caballero, 2004, llega
hasta a destacar cierta “jaquetonería” -reveladora, según el autor, de la personalidad de
Betancourt- al “autocalificar” el Plan como “análisis penetrante” de la realidad venezolana:

Es un documento colectivo, no solamente firmado, sino también redactado a varias


manos. Pero a pesar de serlo, está marcada en el papel la huella muy acusada de la
más fuerte personalidad del grupo: Rómulo Betancourt. Esta huella es detectable
con relativa facilidad a través de ciertos elementos de estilo: fórmulas alambicadas y
percutantes como apelar a “un nuevo y menos gaseoso concepto de la libertad que el
profesado por los jacobinos en todos los tiempos de la república”; hablar de “los
fideicomisarios en la república de las clases dominantes”; acuñar un término
lindante con el trabalenguas como “desanalfabetización”; decir que “caudillismo y
latifundismo son y han sido, en lo interior, los dos términos de nuestra ecuación
política y social”; y, por supuesto, la jaquetonería de llamar “penetrante” a su propio
análisis, son algunas de esas huellas delatoras esparcidas aquí y allá en el
documento y que señalan la presencia, en el acto de la redacción, de Rómulo
Betancourt. (p. 102).

Sin embargo, no hay que buscar demasiado en las consonancias estilísticas para
“descubrir” la participación principalísima de Rómulo Betancourt en la redacción del Plan
de Barranquilla. Tal búsqueda indirecta por parte de un académico tan acucioso como
Manuel Caballero luce incomprensible cuando hay una fuente específica que deja claro el
punto, como se lee en párrafo inserto por el profesor Germán Carrera Damas, 1994, en
“Emergencia de un líder. Rómulo Betancourt y el Plan de Barranquilla”, citando a
Betancourt: “El plan de Barranquilla lo redacté yo, reflejando el pensamiento de la
izquierda moderada de la emigración, de la que no cree posible, llamándose marxista y
creyendo honradamente que está siendo leal a la ideología marxista, sustituir a Gómez por
un gobierno obrero-campesino.” (p. 26).

Toma clara de posición sobre su responsabilidad, con determinación que no se ve


afectada por las críticas que despertó el escrito. ¿Es acaso un intento de Betancourt de
asumir toda la carga para dejar a sus compañeros fuera del alcance de los dardos críticos
lanzados contra el Plan? Acto de honestidad intelectual, diríamos. O, por el contrario, ¿se
expresa aquí esa “jaquetonería” a la que se refiere Manuel Caballero?

Como sea, lo cierto es que, ya por los flujos de poder que interactuaban, ya por la
inocultable postura polémica de Rómulo Betancourt quien fungía como figura central en la
propuesta, el debate se avivó. Nuestro propósito es discutir cómo las disputas pudieron
convertirse en temas de controversias futuras, asociadas a la confrontación. Y cómo
aspectos centrales del Plan formaron parte, mucho después, de los acuerdos fraguados en
1958, como dijimos arriba, dentro de un gran esfuerzo por la concertación.

El Plan de Barranquilla, “primer ensayo de historiografía marxista”

Aunque no es, por mucho, un ejemplo de concertación general, sí puede ser


estudiado como un antecedente para acuerdos y desacuerdos a mediano plazo,
especialmente en cuanto al proceso político abierto a partir de 1958 y el desarrollo
temprano del período democrático que se iniciaba.

Como destacaremos luego, es llamativo que un documento, difundido escasamente


por un grupo reducido de la oposición al régimen dictatorial gomecista, generara tanta
controversia. Esto refleja las tensiones que estaban en juego, las disputas por el liderazgo y
las visiones enfrentadas que podían expresar los actores. Tensión que se deja ver al inicio
del documento, cuando se apunta:5

Ahora bien, ante el desarrollo de acontecimientos que llevarán fatalmente a la


revolución, ¿cuál es la actitud de los sectores de vanguardia de la oposición, dentro
y fuera del país? De expectativa; o de esfuerzo y labor polarizados exclusivamente
hacia una finalidad inmediata: la de derrocar el gomecismo. Si la primera actitud es
indigna y vergonzosa, la segunda aun cuando justa en cierta medida, es condenable
en su aspecto de unilateralidad de la acción. Coexistiendo con la tarea concreta de
acopiar elementos de todo orden para la lucha armada, debe desarrollarse
activamente otra de análisis de los factores políticos, sociales y económicos que
permitieron el arraigo y duración prolongada del orden de cosas que se pretende
destruir.

Dejando de lado la “expectativa” a que se, queda claro que el Plan enfrenta de
inmediato un análisis más integrador, ante otros que aspiran igual a actuar eficazmente
para derrocar el régimen. Para los segundos, desaparecido Gómez y el “gomecismo”
cesarían los males nacionales. La diferencia se apreciará mejor si leemos, ahora destacada,
una frase transcrita: “…debe desarrollarse activamente otra de análisis de los factores
políticos, sociales y económicos que permitieron el arraigo y duración prolongada del
orden de cosas que se pretende destruir.” No basta con la sustitución del caudillo. Es más,
se sigue leyendo en el Plan:

5
Utilizamos aquí el documento: El Plan de Barranquilla, 1931. Estudio preliminar de Manuel Caballero. Las
posteriores citas del Plan de Barranquilla en el texto se tomarán igual de la misma fuente.
Si no se cumple esta tarea, el triunfo de la revolución, o de la acción cualquiera que
termine con el régimen de Gómez, nos hallaría profesando la tesis simplista y anti
sociológica de que la ‘zamarrería’ y la ‘ausencia de fronteras morales’ en aquél
explican y justifican el cuarto de siglo de rehabilitación. En consecuencia, se caería
también en el error de suponer que con la simple renovación de la superestructura
política estaba asegurado para Venezuela un ciclo de vida patriarcal. ‘Hombres
honrados en el poder y Venezuela está salvada’, es la fórmula en que traducen su
atolondrado optimismo quienes sólo en Gómez y en su persistencia radican la causa
determinante de nuestra inestabilidad nacional. La verdad de los hechos es otra.

Se trata de comprender los fenómenos sociales a partir de un instrumento específico


de análisis, el materialismo histórico, como se ve en el párrafo siguiente:

El análisis penetrante de la situación venezolana, la confrontación de sus problemas


con similares en otros pueblos de América Latina, la aplicación al estudio de su
evolución histórica de los métodos de la ciencia social contemporánea, el esfuerzo
decidido de ir más allá de las explicaciones superficiales de los fenómenos para
buscarles sus causas últimas, nos llevan al convencimiento de que el despotismo ha
sido en Venezuela, como en el resto del continente, expresión de una estructura
social económica de caracteres diferenciados y precisables sin dificultad. Estos
factores son internos unos y externos otros. Los primeros, pueden referirse al que
los comprende y explica a todos: la organización político-económica semi-feudal de
nuestra sociedad. Los segundos, a la penetración capitalista extranjera.

No se menciona expresamente, pero cuando el documento habla de “la ciencia


social contemporánea” podemos leer su referencia al marxismo y a su herramienta teórica
estrella, el materialismo histórico. Se pone el acento en desentrañar las “causas últimas”,
aquí, una “estructura social económica de caracteres diferenciados”. Por eso, no basta con
“la simple renovación de la superestructura política” sino que, en contraposición, es la
modificación de la infraestructura económica la solución real. Cualquier otro diseño no
sería sino expresión de “atolondrado optimismo”.

¿Cómo no resultar polémicas estas ideas en la Venezuela de 1931? ¿Cómo no


promover discusiones entre quienes pretendían, con métodos de análisis y planes de acción
radicalmente distintos, desplazar a Gómez y al gomecismo? Las pugnas por el poder no son
inocentes, después de todo.
Así queda dibujada una de las características que llevan a Manuel Caballero, 2004, a
definir al Plan de Barranquilla como “el primer ensayo de historiografía marxista” escrito
en Venezuela que, en palabras más contundentes, “señala, en el terreno teórico, el inicio de
la modernidad en la historia de nuestro país.” Estilo de análisis que impactaría no sólo las
discusiones nacidas con la presentación del Plan sino muchas otras en el futuro, como lo
destaca Caballero, 2004,: “En breves líneas se sintetiza una concepción de la historia
venezolana que los marxistas repetirán desde entonces casi sin modificación, aun entre
historiadores profesionales.” (p. 101).

Influencia marxista, pero…

La influencia marxista en el Plan la destacan, por su parte, otros autores. Así lo


encontramos en Naudy Suárez Figueroa, 2008. Pero en éste se nota una búsqueda clara por
contextualizar la influencia dentro de lo que significaba un deslinde respecto de las
posiciones de los fundadores del partido comunista, fieles a las líneas soviéticas
rígidamente dictadas desde la Internacional Comunista. El profesor Suárez anota:

Mientras el programa comunista repite las tesis y consignas del VI congreso de la


Internacional Comunista, con defectos de perspectiva y objetividad mayúsculos,
existe en el Plan de Barranquilla una interesante exploración, enmarcada también
dentro del método marxista, de las raíces históricas –políticas, económicas, sociales-
que debían fundamentar una teoría de la revolución venezolana necesaria. (p. 142).

No se trataba, destaca Suárez en la misma obra, de trasladar mecánicamente los


métodos de análisis y las recetas que de ellos derivaban otros grupos influidos por el
marxismo. Por el contrario: “Con todo, los conceptos de Betancourt tenían mucho de
“marxismo de tierra caliente”: con esta lograda expresión definiría el ensayista
venezolano Mariano Picon-Salas, mucho después, el pathos político de Betancourt, su
corresponsal de los años 30.” (p. 142).

El carácter de ensayo historiográfico marxista del Plan tiene, dese luego sus
limitaciones. Algunas probablemente relacionadas con el propio método de análisis; otras
con la madurez alcanzada por sus autores, especialmente Betancourt, a quien, no obstante,
podríamos ver como angustiado por construir su propia referencia intelectual y, por
supuesto, su liderazgo. Así lo deja ver el profesor Germán Carrera Damas, 1994,
refiriéndose al Plan de Barranquilla:
…La tosca combinación de historicismo, determinismo social-histórico y marxismo
primario que conforman los párrafos iniciales del Plan de Barranquilla, ofrece la
clave del camino ideológico recorrido por el autor. Recuérdese la estructura
ideológica de algunos párrafos: la caracterización suscinta del cuadro político de
América Latina y de Venezuela en los años 29 a 31 culminan con la siguiente
aserción: “son factores concurrentes que nos autorizan a esperar un pronto y
decisivo conflicto entre las masas populares de Venezuela y el gobierno de los
Gómez”. (p.11).

La comprensión “determinista” de la historia es una de las críticas que muchos


teóricos han hecho a los esquemas marxistas de análisis, en donde la acción de los
individuos resulta poco impactante, meros colaboradores en el desenvolvimiento de ciertas
fuerzas, las leyes inexorables que conducen a un desenlace previsible.

Lo individual como búsqueda

Germán Carrera Damas, 2004, ve en una personal solicitud de ayuda que


Betancourt le hiciera para localizar unos escritos de Lenin, un esfuerzo por comprender, -
aparte de “los acontecimientos que llevarán finalmente a la revolución”-, el papel de los
individuos. Diríamos, apreciar el impacto de los actores ejerciendo lo que más arriba se
definió como “agencia”, en términos de Emibrayer y Goddwin. Así, el profesor Carrera
afirma:

La proyección de esta conclusión sobre un conjunto documental, tanto previo como


correlativo, me lleva a pensar que el verdadero propósito del Plan no fue el formular
un programa de acción revolucionaria sino el permitir practicar, con referencia a un
conjunto de proposiciones, el deslinde de las actitudes, pero sobre todo de los
propósitos. La forma casi intransigente como Betancourt manejó la discusión
suscitada por su documento, me permite pensar que estaba, sobre todo, interesado
en identificar a quienes habrían de ser “los suyos”, como condición necesaria a la
conformación de su liderazgo. (p. 12).

Audaz interpretación, a nuestro juicio, que abona terreno para entender el tono
encendido de las discusiones, en las cuales Betancourt no se ahorraba calificativos para
subrayar la pugnacidad con que personalmente enfrentaba a sus adversarios, definidos de
manera muy específica en el campo de los militantes comunistas. En nuestra argumentación
posterior aspiramos a explorar cómo estos conflictos fueron escalando, al punto de
desembocar en fuente de confrontación definitiva.

No intentaremos evaluar en detalle el origen de las influencias marxistas en Rómulo


Betancourt. Tampoco su militancia en el Partido Comunista de Costa Rica ni la evolución
de su pensamiento, tarea que supera infinitamente los límites de este trabajo y que ha sido
abordada con profusión, y con acierto, por reconocidos especialistas.

Puede resultar útil, no obstante, echar una ojeada al impacto que acontecimientos
internacionales, específicamente la revolución bolchevique, tuvieron en un grupo numeroso
de dirigentes estudiantiles que formaron parte de la llamada generación del 28. Sirve para
este propósito leer un párrafo del profesor Manuel Caballero, 2004:

…cuando se producen aquellos acontecimientos que en 1928 terminarán aventando


al exilio a la mayoría de los (involuntarios) autores del Libro Rojo, hace apenas
cuatro meses que la Revolución Rusa acaba de cumplir diez años. Todavía conserva
sus mayúsculas, todavía el prestigio virginal de Octubre, y mucho más ante aquellos
muchachos que apenas sabrán de su existencia cuando comiencen a transitar los
caminos del destierro. Las “nuevas teorías sociales”, como con pudor e hipocresía
se les llamará más tarde, les llegan a través de la propaganda de la Internacional
Comunista y del ejemplo sin cesar exaltado de la Revolución Rusa.

En síntesis, que “Se operó en la mayoría de los estudiantes exiliados ese fenómeno
común a la juventud americana de los años treinta” que con fervor de neófitos
absorbían cuanto escribieron los clásicos del socialismo, llegando a soñar con una
revolución a la bolchevique, “con nuestro zar de Maracay fusilado al amanecer”;
llegando incluso a pensar “por un momento” que en Rusia “se estaba forjando un
tipo de organización social de vigencia ecuménica. (p. 106).

El individuo que pone su huella, que de alguna manera imprime un color propio a
los acontecimientos y que, en cierta forma, influye en su curso. El individuo, claro,
sumergido en sus propias influencias que no puede abandonar, de modo que se expresan
también en el tono dado al abordaje de los conflictos.
La polémica, compañera congénita

Una primera característica relevante a considerar es que la postura expresada por los
firmantes del Plan no sólo se aparta de la concepción caudillista, la combate. La define
como uno de los males que imponen el denso manto de la miseria, analfabetismo, carencias
en salud y, en fin, precarias condiciones de vida sufridas por la gran mayoría de la
población.

Construido en dos partes diferenciables, la primera se dedica al diagnóstico, como


vimos, influido por la teoría marxista. La segunda tiene las propuestas que el propio Plan
reconoce como “reformistas”. Este calificativo, que muchos se apresuraron a resaltar como
crítica propia contra el Plan, fue ampliamente discutido en intercambios epistolares y
debates protagonizados por los firmantes, básicamente por Betancourt. Es claro que en
estas discusiones se expresa la búsqueda de deslinde que advierten tanto Germán Carrera
Damas como Naudy Suárez Figueroa en comentarios transcritos arriba.

Programa mínimo dice el Plan: “Hemos dicho programa mínimo, porque el suscrito
hoy por nosotros apenas contempla los más urgentes problemas nacionales y porque el
contenido mismo de nuestros postulados de acción es apenas reformista.” Aspecto que
sería centro de disputas. Un antiguo compañero de luchas de Betancourt, corredactor con él
del panfleto antigomecista “La huella de la pezuña”, Miguel Otero Silva, terció desde París,
donde compartía con un grupo de universitarios definidamente comunistas, para criticar
duramente el Plan:

Objetivamente el Programa es pobrísimo. ´Revisión de los contratos y concesiones


celebradas por la Nación con el capitalismo nacional y extranjero´. Revisión
solamente. ´Nacionalización de las caídas de agua´. De las caídas solamente. No se
alude a la expropiación de los grandes terratenientes sin indemnización, ni a la
repartición de las tierras a los campesinos pobres, ni a la disminución de las
jornadas de trabajo, ni al derecho a las huelgas. En general, el proletariado no
aparece por ninguna parte.

Afirmo yo: radicalmente, con un programa clarificado y revolucionario, trabajando


con las masas y por las masas es el único modo de lograr algo. Existe la
organización y la disciplina, trabajo de zapa, certero, demoledor. Y vuelve el
ejemplo admirable: la revolución rusa: Con un programa intermediario, timorato, la
labor es contraproducente: Le hacemos el juego a los explotadores.6

6
El texto se extrajo de una carta de Miguel Otero Silva a Rómulo Betancourt, del 24 de abril de 1931.
Transcrita por Naudy Suárez Figueroa, 2008, en El joven Betancourt. Serie Cuadernos de Ideas Políticas.
Caracas, Fundación Rómulo Betancourt. P. 142.
Al decir del profesor Naudy Suárez, lo que pedía Otero era la aplicación de una
receta que adoptara el programa que se elaboró en el VI Congreso de la Internacional
Comunista para países en condiciones de colonia o semi-colonia, lineamientos acogidos en
el manifiesto inaugural del Partido Comunista de Venezuela, en 1931.

La confrontación teórica se expresa igual en una carta de Salvador de La Plaza para


Rómulo Betancourt, del 27 de agosto de 1931 citada por Carrera Damas, que deja claras las
diferencias:

El origen de nuestros desacuerdos está en que nosotros aceptamos como marxistas-


leninistas, los lineamientos de la Internacional Comunista y ustedes, llamándose
marxistas, no lo aceptan. Hablemos claro y dejémonos de medias tintas. Es ése el
origen de los desacuerdos que existen entre nuestros compañeros del Perú y los
apristas… tú no intentas revisar la experiencia internacional al enfrentar el
programa mínimo del Plan de Barranquilla al programa mínimo de la Internacional
Comunista y en toda la página 8 de tu carta te pronuncias contra la acusación de los
ultraizquierdistas que ya empiezan a tildarlos de oportunistas, seguidores; sin querer
ver que ello es consecuencia lógica de la persistencia de ustedes en poner a la cola y
no a la cabeza del movimiento revolucionario, a la clase obrera de Venezuela.
Profundiza tu posición y verás como se tambalea a tus pies todo el andamiaje que
has construido. La plataforma del Plan de Barranquilla no es que sea mínima,
timorata, es que no responde a la revolución: la lucha agraria y la lucha
antiimperialista no se plantean, como no se plantean quiénes y qué fuerzas van a
llevar a la práctica esos puntos de la reforma.7

De nuevo con despliegue de su tono polémico, en una carta del año 1932 Betancourt
destaca lo insalvable de las discrepancias que estaban planteadas:

No más bohemia ‘’revolucionaria’’, porque esa manera de ser revolucionario debe ir


entre comillas, porque no es auténtica, y en vez de ella, acción segura, firme, basada
en un método: el marxista, y orientada en una táctica: no la que se importe de
ultramar con el mismo criterio colonialista y servil con que los abuelos del año
transplantaron de la Francia jacobina códigos y constituciones, sino la que nosotros
7
El texto fue tomado de una carta de Salvador de La Plaza a Rómulo Betancourt, del 27 de agosto de 1931,
transcrita por Germán Carrera Damas, 1994, en Emergencia de un líder. Rómulo Betancourt y el Plan de
Barranquilla. Caracas, Fundación Rómulo Gallegos. Pp. 67-68.
mismos forjaremos en la lucha y la experiencia diaria. Precisamente, este es el punto
esencial de la divergencia de nuestro sector con el Partido Comunista Venezolano,
ellos prefieren aceptar, sin beneficios de inventario, la línea de acción que les trazan
los burós de la III Internacional, las más de las veces, por no decir en la totalidad de
las veces, formulada de acuerdo con esquemas mecánicos, librescos, sin conexión
con nuestra realidad varia y compleja; nosotros, nuestras armas de lucha contra la
reacción nacional e internacional, contra el gamonalismo criollo y contra la
penetración conquistadora extranjera, armas no pedidas a préstamo a partidos que
actúan en medios económica, social y políticamente diferentes de los nuestros, sino
en la realidad americana, móvil, operante, dialéctica.8

Tan claras y definidas diferencias habrían de tomar el camino del escalamiento.


Llamamos la atención aquí, de nuevo, sobre el escalamiento como decisión. No como
fracaso de la conciliación sino un rumbo autónomo, definido como estrategia.

Un enfrentamiento “definitivo”

No era discusión teórica únicamente. Estaba por definirse más que un simple debate
académico sobre métodos de lucha o interpretación de la sociedad. Las pugnas por el poder
no son inocentes, repetimos. Y la que se perfilaba aquí lucía definitiva. Al menos en las
palabras de Corina Yuris-Villasana, 2004, quien afirma: “Para Betancourt, el
enfrentamiento que inevitablemente sobrevendría con el PC era de vida o muerte para
ambos.” (p. 87). Si consideramos la lucha armada emprendida por el Partido Comunista,
recién iniciado el período democrático en 1958, los comunistas no habrían leído esta
afirmación como mera metáfora.

Del lado de Betancourt tampoco se asumió la cuestión como discusión entre


intelectuales. Hombre de acción, no hay dudas. Quizás uno de los primeros hechos
concretos que evidenciaban lo enconado de la lucha fue el episodio relacionado con la
conferencia de trabajadores, en 1944.

Instalada el 23 de marzo de 1944, la Segunda Conferencia de Trabajadores de


Venezuela debía discutir sobre la refundación de la Confederación de Trabajadores de
Venezuela, cuyo Comité Ejecutivo elegiría. Se considerarían, además, temas relacionados
con el Seguro Social Obligatorio, la reforma agraria y de la ley del trabajo, los trabajadores
ante la posguerra y la participación de los obreros venezolanos en el Congreso Mundial, a
celebrarse en Londres en junio siguiente.

8
Texto tomado de carta de Rómulo Betancourt a Antonio García, de 14 de mayo de 1932, San José, Costa
Rica. Archivo de Rómulo Betancourt. Tomo 4. Caracas, Fundación Rómulo Betancourt.
Para cualquiera que diera importancia al movimiento obrero, se trataba de un
episodio crucial. Y, aun cuando el Plan de Barranquilla se apartaba de la concepción
marxista clásica que atribuye al proletariado la hegemonía en el movimiento
revolucionario, saltaría a la vista que en la organización de masas los trabajadores habrían
de descollar. Incluso en un esquema de alianzas de clases, como el que se definió en los
postulados del recién constituido partido Acción Democrática.

En representación de unos cien mil trabajadores y unas 150 organizaciones


sindicales, según cifras de Celestino Mata, fundador de la CTV, entre los delegados había
una importante presencia de comunistas. Esto se evidenciaba en que Jesús Faría, dirigente
comunista, presidiera el comité Organizador. En esas condiciones adversas, sostiene Yuris-
Villasana, que “Betancourt maniobró hábilmente para lograr el dominio de la CTV” pero
en este caso, asumiendo ella versión de Juan Bautista Fuenmayor, la “habilidad” rebasó el
límite hasta terrenos menos elegantes:

…para ello, buscó la manera de evidenciar el predominio comunista en la


Convención y, ante algunas manifestaciones en contra de la intervención de
Marcano, los 41 representantes de Acción Democrática abandonaron el recinto.
Hecho esto, se dirigieron al diario Ahora y delataron a los comunistas. No podemos
olvidar que estaba vigente la Constitución que proscribía las actividades comunistas
(Inciso VI)…En el fondo, delataba la filiación ´política de la mayoría de los
delegados obreros de la Convención, exponiéndolos a persecución política¨” (p. 88).

Se destaca una diferencia que existía antes y que alcanza niveles críticos en hechos
posteriores. Aquí está el núcleo central que, a nuestro juicio, no podía tener ya un camino
distinto al escalamiento. Y se escaló hasta desembocar en confrontación que el partido
comunista planteó como enfrentamiento armado contra el sistema democrático recién
inaugurado en 1958.

Pensamos que el conflicto siguió un curso de escalamiento, es decir, se fue


agravando, no sólo porque Betancourt no se planteara resolverlo sino porque decidió
asumir la confrontación. Una consecuencia de tal diseño es la exclusión del Partido
Comunista del Pacto de Punto Fijo. Por su lado, los comunistas radicalizaron su postura
hasta promover y participar en el movimiento guerrillero que intentó derrocar militarmente
la democracia recién instaurada a partir de 1958.
El ámbito de la concertación
Dijimos al inicio que los conflictos existentes cuando se elaboró el Plan de
Barranquilla tuvieron dos tipos de desarrollo. Unos escalaron hasta derivar en auténticas
confrontaciones, como analizamos ya. Otros evolucionaron de forma que promovieron
concertación fructífera. Veamos ahora éstos.
Destacaremos cuatro temas cruciales. El problema militar y el caudillismo. El
problema de la tierra. La industria petrolera nacional con revisión de las concesiones
otorgadas al capital nacional y extranjero. La educación como soporte del desarrollo.
Temas que identificaremos luego entre las propuestas que formaron parte del programa
mínimo de gobierno, firmado por los candidatos a la presidencia de la república en
diciembre de 1958.

El problema militar y el caudillismo:


Un rasgo central del Plan es su carácter civilista. Al respecto, Manuel Caballero ha
resaltado como significativo que entre quienes lo firman no se encuentra ningún coronel o
general. Por el contrario, desde el comienzo se desliga del caudillismo y lo denuncia como
uno de los males centrales de nuestra historia. Es más, no por azar el punto primero entre
los del programa presentado reza: “Hombres civiles al manejo de la cosa pública.
Exclusión de todo elemento militar del mecanismo administrativo durante el período
preconstitucional. Lucha contra el caudillismo militarista.”

La propuesta resume una conclusión muy debatida y expresada con toda claridad en
la primera parte del Plan, la que contiene el diagnóstico de la situación de Venezuela:

Caudillismo y latifundismo son y han sido, en lo interior, los dos términos de


nuestra ecuación política y social. Para caudillos y latifundistas la situación
semihambrienta de las masas y su ignorancia son condiciones indispensables para
asegurarse impunidad en la explotación de ellas. Sin libertad económica,
analfabetos y degenerados por los vicios, los trabajadores de la ciudad y del campo
no pueden elevarse a la comprensión de sus necesidades ni son capaces de
encontrarle cauce a sus anhelos confusos de dignidad civil.

Y un poco más abajo:

Si en la alianza latifundista-caudillista se apoyaron primero las oligarquías y luego


la autocracia para explotar al país, minar esa alianza, luchar contra ella hasta
destruirla, debe ser la aspiración consciente de los venezolanos con un nuevo y
menos gaseoso concepto de la libertad que el profesado por los jacobinos de todos
los tiempos de la República, convencidos ingenuos de que sufragio universal, el
juicio por jurados y otras conquistas de orden democrático bastan para asegurar el
'respeto a la ley' y 'la felicidad de los pueblos'.

Este párrafo critica algunos postulados clásicos liberales, aunque esa crítica no
significa un divorcio radical o definitivo con los mismos. De hecho, el sufragio universal,
con todo y tenerlo como insuficiente aquí, fue uno de los puntales de acción de la Junta
Revolucionaria de Gobierno que presidió Betancourt en 1945. El derecho al voto, universal,
directo, secreto, ejercido por todos los ciudadanos por la sola condición de ciudadanía, se
constituyó en una de las grandes conquistas cívicas de la época republicana.

La sustitución del caudillo no basta


Lo central es la confrontación con el modelo caudillista, de un lado, y con quienes
pensaban que la sustitución de un caudillo por otro sería suficiente para resolver la
situación de atraso de la población.
El enfoque civilista del Plan es, por supuesto, congruente con la vocación civilista
de Betancourt, esa que expresa tan vivamente cuando rinde homenaje al Gran Mariscal de
Ayacucho:

Lo que en Sucre reclama fervor de recuerdo y propósito de imitación es el firme


valor civil, ciudadano, que fisonomiza su personalidad, de grande hombre. Valor
civil, el único valor, en concepto de Unamuno, porque aun el valor guerrero, cuando
deja de cumplir esa condición, ya nos es valor, sino barbarie. Desde sus primeros
años de servicio bajo las banderas de emancipación, ya esta virtud es su guía.9

En su afán de análisis histórico, Betancourt no se ahorra lengua para ratificar su


apreciación sobre la ancestral influencia negativa del caudillismo en la conducción de la
cuestiones del Estado:

9
Conferencia inicial en la Alianza Unionista de la Gran Colombia, publicada en La Nación de Barranquilla,
Colombia, el 29 de mayo de 1930. En: Rómulo Betancourt. Antología Política. Volumen Primero 1928-1935.
Fundación Rómulo Betancourt, Caracas 1990. P. 185.
De Páez a Juan Vicente Gómez, aparte fugaces momentos de gestión civil, ha
gobernado a Venezuela el sable bárbaro. La causa de ese predominio de fuerzas
cavernarias tiene sus raíces teológicas en la despoblación de hombres civiles que
significó para mi país su quijotismo emancipador. La generación que hubiera
podido estabilizar la República desapareció íntegra aplastada debajo de los cascos
de las caballerías realistas; y ha sido necesario un siglo de sacrificios, de pruebas de
gestación dolorosa en la matriz castigada de la raza, para que cuaje y salga afuera, a
la superficie de la realidad social, armada de una conciencia de su misión histórica,
la otra generación, la de hoy, la que tiene 20 años de vida y una fe inconmovible en
sus propias capacidades y en las capacidades virtuales del pueblo. 10

Esta historia de caudillismos apuntalada por guerreros que terminaban pisoteando la


condición civil, la ubica el Plan en los tempranos tiempos de la lucha emancipadora. No es
que no hubiera existido un respetable grupo civilista, que el propio Betancourt
personalizaba en Antonio José de Sucre, como expresara en conferencia reseñada arriba. Es
que, para seguir su línea discursiva, quedaron sepultados en la propia guerra, o fueron
barridos por las luchas intestinas en las que la vocación sanguinaria sustituía toda
argumentación. La afirmación recogida en el Plan es clara:

A través de cien años, para las masas populares la situación continúa idéntica.
Escindida Venezuela de la Gran Colombia, los 'canastilleros' del año 30, aliados con
la burguesía rural de cepa latifundista se compactaron alrededor de Páez, traidor a
los ideales de su clase y conculcador sistemático de la libertad económica de los
hombres con los cuales había luchado por la conquista de la libertad política. En las
combinaciones de los dirigentes 'godos', del 30 al 46, no se contó nunca, para nada,
al pueblo, a la nación.

Años después, cuando se estructuran los acuerdos de 1958, esta preocupación


civilista y contra el caudillismo militar se expresa en el tratamiento dado a la cuestión de las
fuerzas armadas y en el compromiso de defensa de la constitucionalidad y del derecho a
gobernar conforme al resultado electoral, uno de los elementos centrales del Pacto de Punto
Fijo. No es la montonera, ni el caudillo que cuente con más fuerza o habilidad para
imponerse. Ahora es la voluntad popular, el pueblo, secularmente ignorado en las
decisiones, convertido en protagonista y decisor.

10
Discurso de clausura de la Fiesta de Venezuela. Pronunciado en la conmemoración del 5 de julio de 1811,
celebrada por la Alianza Unionista de la Gran Colombia, en el Teatro Municipal de Barranquilla, el 6 de julio
de 1930. En Rómulo Betancourt. Antología Política. Obra precitada. P. 194.
El programa mínimo común de gobierno, pactado por los candidatos horas antes de
las elecciones de diciembre de 1958, deja clara la posición de las Fuerzas Armadas
Nacionales como “cuerpo apolítico, obediente, no deliberante”, principio elevado a rango
constitucional en el artículo 132 de la Constitución de 1961, publicada en la Gaceta Oficial
número 662, extraordinario, del 23 de enero de ese año:

Art. 132: Las Fuerzas Armadas Nacionales forman una institución apolítica,
obediente y no deliberante, organizada por el Estado para asegurar la defensa
nacional, la estabilidad de las instituciones democráticas y el respeto a la
Constitución y a las leyes, cuyo acatamiento estará siempre por encima de cualquier
otra obligación. Las Fuerzas Armadas Nacionales estarán al servicio de la
República, y en ningún caso al de una persona o parcialidad política.

No es la primera vez que aparece en la Constitución esta referencia expresa a las


Fuerzas Armadas Nacionales. En la Constitución de 1947, dictada por la Asamblea
Nacional Constituyente durante el período en que Betancourt presidió la Junta
Revolucionaria de Gobierno, se incluyó un capítulo, el tercero, dentro del título cuarto,
sobre las Fuerzas Armadas Nacionales.11 El artículo 93 se redactó en forma muy similar al
artículo 132 de la Constitución de 1961.
Como se sabe, la vigencia de esta Constitución fue efímera, derogada como fuese
por efecto del golpe de Estado de noviembre de 1948. La Junta Militar ordenó aplicar la
Constitución del 20 de julio de 1936, reformada el 5 de mayo de 1945. En 1936 el artículo
45 constitucional establecía que “La fuerza armada no puede deliberar, ella es pasiva y
obediente…” mientras que la Constitución publicada en la Gaceta Oficial número 372,
extraordinario, del 15 de abril de 1953, contenía un artículo del siguiente tenor:

“Art. 56. Las fuerzas Armadas Nacionales son una institución profesional,
impersonal, apolítica, al servicio exclusivo de la nación. Las Fuerzas Armadas
Nacionales tienen por objeto fundamental garantizar la defensa de la Nación,
mantener la estabilidad interna y apoyar el cumplimiento de la Constitución y las
leyes. ”

11
Gaceta Oficial, extraordinaria, número 194, del 30 de julio de 1947. El artículo 93 establecía: “Las fuerzas
Armadas Nacionales constituyen una institución apolítica, esencialmente profesional, obediente y no
deliberante, y se organizan para garantizar la defensa nacional, mantener la estabilidad interna y respaldar el
cumplimiento de la Constitución y de las leyes…”
La novedad en esta materia se introdujo en 1947, cuando se estableció el carácter
apolítico. Por su parte, la definición de las fuerzas armadas como obedientes y no
deliberantes es una de las disposiciones con más antigüedad en la historia constitucional
venezolana. Así, se le encuentra en todas las constituciones, desde 1830, entre
disposiciones complementarias (1864, art. 116; 1874, art. 116; 1881, art. 113; 1891,
art.113); disposiciones generales (1893, art. 145; 1901, art. 137; 1904, art. 122; 1909, art.
140; 1914, art. 125; 1922, art. 125); en títulos referidos a la fuerza armada (1830, art. 180;
1857, art, 92; 1858, art. 143); o en título relativo a la soberanía y el poder público (1925,
1928, 1929, 1931, art. 47; 1936, art. 46; 1945, artículo 47).12
Ha de notarse lo que para algunos podría resultar una sutil diferencia. Tanto la
Constitución de 1947 como la de 1961 definen a las Fuerzas Armadas Nacionales como una
institución apolítica, obediente y no deliberante mientras, la de 1953 sigue definiéndola
como apolítica pero prescinde de los vocablos obediente y no deliberante.
Más allá de la formalidad, no parece que se modificara mucho la concepción
tradicional de las Fuerzas Armadas porque se mantuviera en la Constitución de 1953 la
calificación de apolítica, nacida de la Constitución de 1947. Después de todo, el presidente
de la república, Marcos Pérez Jiménez, tomó las riendas a raíz de acontecimientos
posteriores al golpe de Estado de 1948.
Tampoco extraña que la restricción de la beligerancia y el sometimiento a
obediencia, vigentes desde 1830, no se constituyeran en elementos de tensión durante más
de cien años. Se trataba de un país donde, por encima de las restricciones constitucionales,
los militares dirigían la política y se alzaban y asumían el gobierno sin más límites que los
derivados de su capacidad de fuego.
¿Qué resultaba distinto, cabe preguntarse, cuando el Plan proponía excluir a los
militares de la actividad política? Sin dudas, la convicción de que detrás de esa propuesta
había una decisión civilista sólida.

El problema de la tierra
El binomio caudillismo-latifundismo emerge como uno de los puntos claves en el
diagnóstico social que el Plan de Barranquilla ofrece. En la base de la consideración está la
alianza entre los latifundistas, herederos de los mantuanos que, en palabras del Plan, fueron
a la guerra en defensa de sus intereses de clase y se nuclearon alrededor de jefes militares
triunfantes para proteger tales intereses:

12
Para abundar en esta materia se puede consultar Las Constituciones de Venezuela. Estudio preliminar de
Allan R. Brewer-Carías. 1985. Madrid. Coedición Ediciones de la Universidad Católica del Táchira, Instituto
de Estudios de Administración Local y Centro de Estudios Constitucionales.
Caudillismo y latifundismo son y han sido, en lo interior, los dos términos de
nuestra ecuación política y social. Para caudillos y latifundistas la situación
semihambrienta de las masas y su ignorancia son condiciones indispensables para
asegurarse impunidad en la explotación de ellas. Sin libertad económica,
analfabetos y degenerados por los vicios, los trabajadores de la ciudad y del campo
no pueden elevarse a la comprensión de sus necesidades ni son capaces de
encontrarle cauce a sus anhelos confusos de dignidad civil.

De este modo, la acción no es completa si se sustituye un caudillo por otro sin


incidir en las relaciones estructurales que se han tejido desde la propia Colonia:

Si en la alianza latifundista-caudillista se apoyaron primero las oligarquías y luego


la autocracia para explotar al país, minar esa alianza, luchar contra ella hasta
destruirla, debe ser la aspiración consciente de los venezolanos con un nuevo y
menos gaseoso concepto de la libertad que el profesado por los jacobinos de todos
los tiempos de la República…

La afirmación da paso a una conclusión categórica que aparta a los autores del Plan
de la tendencia más extendida en su tiempo, la de quienes creían que el problema, o la
solución, era la sustitución del caudillo de turno:

Nuestra revolución debe ser social y no meramente política. Liquidar a Gómez y


con él al gomecismo, vale decir, al régimen latifundista-caudillista, entraña la
necesidad de destruir en sus fundamentos económicos y sociales un orden de cosas
profundamente enraizado en una sociedad donde la cuestión de la injusticia esencial
no se ha planteado jamás.

Y de inmediato surge la idea: “…un pedazo de tierra, sin capataces y sin amos,
para el campesino desposeído por la voracidad de los terratenientes…” Es verdad que
entre los puntos del programa no se incluyó algo parecido a repartición de tierras de
latifundistas, sino que se limitó a la confiscación de los bienes de Gómez, sus familiares y
servidores. Lo que sí se dijo fue que tales bienes comenzarían, de inmediato, a ser
“explotados por el pueblo y no por los jefes revolucionarios triunfantes”. Diferencia
resaltante con alzamientos, montoneras o revoluciones previas en las cuales las tierras de
los derrotados se distribuían entre los nuevos jefes.
El programa mínimo conjunto de gobierno de 1958 sí contenía un compromiso para
adelantar la “Reforma Agraria concebida como uno de los instrumentos fundamentales de
la transformación económica del país.” Tal iniciativa estaría dirigida a “enfocar el
problema rural en todos sus aspectos; económicos, sociales, técnicos, culturales etc. Y
orientarse especialmente hacia el aumento y la diversificación de la producción agrícola y
pecuaria.”

Nuestra opinión es que este acuerdo, pactado dentro de la concertación de 1958,


puede considerarse a su vez como parte del desarrollo de algunas de las ideas ya plasmadas
en el Plan de Barranquilla, que fueron evolucionando con el tiempo. Es relevante que en
aras de propiciar la concertación, y seguramente como muestra de la madurez alcanzada
desde la propuesta inicial, el programa mínimo conjunto establecía que esa reorganización
del régimen de la propiedad de la tierra “garantizará y estimulará la propiedad privada
que cumpla su función económica y social.”

La industria petrolera nacional y la revisión de las concesiones otorgadas al capital


nacional y extranjero

En el acápite “Penetración capitalista extranjera”, el Plan examina con detalles la


consolidación de un tipo de relación económica que establece alianzas tácticas con Gómez,
para garantizarse la explotación de los recursos de la nación. Es una relación de doble
sentido. El capital transnacional, con participación del gobierno norteamericano, apoya al
dictador mientras éste le facilita el acceso a las riquezas y se mantiene a los trabajadores en
condiciones de explotación semi esclavista. Se trata, de acuerdo con este punto de vista, de
un acuerdo que consolida la tiranía a cambio de que se facilite la explotación por el capital
extranjero que controla “casi toda la economía nacional” o aquella parte que Gómez no se
ha reservado para sí, para sus familiares o allegados:

La alianza tácita de los explotadores extranjeros con los explotadores criollos se


transforma en expresa obligación contractual cuando Gómez, en los días de la
reacción, pide ayuda a Estados Unidos contra posibles movimientos castristas,
ofreciendo de paso la solución de todos los conflictos de orden internacional con las
grandes potencias, vale decir, ofreciéndole a los capitanes de industria de esas
potencias protección y apoyo para que realizasen en nuestro país sus calculados
planes de conquista económica.

Gómez ha sido consecuente con ese compromiso. Las industrias no afectadas


directamente por su monopolio personal han sido entregadas sucesivamente, sin
control de ninguna clase, a la explotación capitalista extranjera…En cambio de esa
política de puerta abierta para la explotación imperialista, que ha entregado las más
productivas fuentes de riqueza venezolana a unas cuantas docenas de banqueros e
industriales yanquis o ingleses, la internacional de los gobiernos capitalistas le ha
prestado resuelta ayuda, en todos los terrenos, al despotismo.

No es una alianza ad-hoc, algo desarrollado exclusivamente para el caso


venezolano. No es que ese capital extranjero tenga alguna preferencia especial por Gómez,
derivada de cierta característica personal que cautive a los inversionistas. ¡No! Es una
especie de división internacional de tareas, lo cual hace que la fuerza contra la que hay que
luchar sea mucho más poderosa:

Si relacionamos la situación venezolana, en su aspecto internacional con las de los


otros países del continente, comprobamos que no se trata en nuestro caso de una
política determinada a una situación dada, sino de una táctica uniforme aplicada en
todas las zonas de inversión y explotación imperialista desde que el capitalismo
evolucionó de su etapa librecambista a la monopolista, típica en el último estado de
su proceso orgánico que actualmente estamos contemplando.

…La internacional imperialista ha sostenido a Gómez en Venezuela como sostiene


y sostendrá en cualquiera de estos países a gobiernos de fuerza, que con represiones
brutales ahogue toda aspiración de mejoras de las clases trabajadoras, que por el
utilitarismo de sus gestores no vacile en poner al servicio de la explotación
extranjera los medios de producción del país.

Esta realidad impone una conducta de suficiente contundencia como para lidiar con
dos grandes frentes, el interno, con su inmensa carga de represión, autoritarismo y raíces
dictatoriales, y el externo, interesado en mantener la situación para aprovecharla en la
consolidación de sus intereses. Encima, en el frente interno Gómez había logrado
establecer alianzas eficaces con diferentes sectores que le permitían cierto grado de
legitimidad a la vista de tales actores. Se comprende así que la respuesta sea radical: “En
consecuencia, la lucha en nuestro pueblo contra el absolutismo político por la defensa de
la autonomía económica y para la protección de las clases productoras plantea de una vez
la cuestión de defensa nacional de la penetración capitalista extranjera.”

El radicalismo expresado en el análisis, no obstante, contrasta con la propuesta


específica que se recoge en el plan de acción. Ya se explicó que el propio Plan se
autodefine como programa mínimo y que sus presentadores aclaran, para adelantarse a
críticas o para situar la cuestión en el contexto objetivo correcto, que se trata de una
propuesta reformista. Así luce lo planteado, en el punto VII del programa:

Revisión de los contratos y concesiones celebrados por la nación con el capitalismo


nacional y extranjero. Adopción de una política económica contraria a la
contratación de empréstitos. Nacionalización de las caídas de agua. Control por el
Estado o el Municipio de las industrias que por su carácter constituyen monopolios
de servicios públicos.

La evolución desde este punto hasta los acuerdos de 1958 es notable. Expresión de
un desarrollo que va hacia la consolidación de la concertación, del acuerdo, vía
conciliación. Aquí, se trató de un aspecto del conflicto que se “gerenció” de manera
distinta, si comparamos con aquellos cuyo curso fue hacia el escalamiento.

Ya antes, durante el gobierno de la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por


Betancourt, en 1945, se adelantaron acciones específicas para tratar de lograr cierto
equilibrio en las ganancias producidas por la explotación petrolera. La decisión de no
otorgar más concesiones, por una parte, y la redefinición de regalías en términos del
conocido 50/50 –popularizado para la época como fifty/fifty-, por la otra, formaron parte, a
nuestro juicio, de medidas económicas que en cierta forma aparecían esbozadas en el Plan.

El radicalismo debió matizarse. Así como la dictadura gomecista construyó alianzas


internas con sectores diversos, ganando legitimidad, la construcción de acuerdos en 1958
requería de acercamientos que pudieran garantizar una nueva correlación de fuerzas, no en
términos partidistas sino de actores sociales diversos. Un giro de este tipo permitió que para
abril de 1958 Fedecámaras suscribiera con el Comité Sindical Unificado un pacto dirigido a
contribuir con la estabilidad que diera soporte a la concertación de ese año.

En el programa mínimo común de gobierno, que nace del Pacto de Punto Fijo, se
dedica una parte a la cuestión económica:

El Estado reconoce la función primordial que cumple la iniciativa privada como


factor de progreso y la colaboración en este mismo sentido de las inversiones
extranjeras; por consiguiente, les estimulará y protegerá dentro de los límites
establecidos por el interés público y social y el ejercicio cabal de la soberanía
nacional.
Dentro de esa orientación se plantea tratar en el país “un volumen apreciable de
materias primas, en particular del petróleo y del hierro”, así como la “reorganización,
ampliación y defensa de industrias estatales como la Petroquímica y la Siderúrgica.”

El desarrollo de las ideas iniciales del Plan de Barranquilla, en este caso, dio paso a
una postura más conciliadora que propició los acuerdos. Pero, de nuevo, destacamos que la
semilla estaba incubándose en aquellas ideas primigenias y que el tratamiento a este
conflicto, lejos del escalamiento hacia la confrontación, desembocó en concertación.

La educación

El último punto que abordaremos como herencia del Plan, trasladada a la


concertación de 1958, es la educación. El movimiento estudiantil de 1928 se sabía parte de
una élite, un puñado absolutamente minoritario de ciudadanos entre un tumulto extensísimo
de otros que casi no tenían ciudadanía, sumidos en pobreza, enfermedades y analfabetismo.

Una propuesta progresista, para no entrar en la definición de lo revolucionario, tenía


que hacer del problema educación uno entre los más trascendentes. Justamente, en el Plan
se plasma un reclamo por el abandono ancestral de esta área:

En cuanto a educación popular, un 90% de analfabetos demuestra cómo a pesar del


'magnánimo' decreto de Guzmán Blanco y de los demás 'esfuerzos' posteriores en el
mismo sentido -incluyendo la reciente campaña de desanalfabetización decretada
por Samuel Niño-, los fideicomisarios en la República de la clase dominante
colonial han realizado a cabalidad el anhelo expresado en 1796 por los munícipes de
Caracas, en Acta dirigida al rey, de que se continuara negando a las clases bajas 'la
ilustración de que hasta entonces habían carecido'… El balance de un siglo para los
de abajo, para la masa, es éste: hambre, ignorancia y vicio. Esos tres soportes han
sostenido el edificio de los despotismos.

A partir de esta tipificación de la situación, se propone “Intensa campaña de


desanalfabetización de las masas obreras y campesinas. Enseñanza técnica industrial y
agrícola. Autonomía universitaria funcional y económica.” Es curioso que en aquél país
rural, casi todo analfabeta, en donde escasamente algunos tenían acceso a la educación
elemental y poquísimos a la universidad, los gestores del Plan planteen la autonomía
universitaria como un objetivo. Probablemente influencia de las luchas asociadas a la
reforma universitaria de Córdoba, de 1918, chispa que se extendió más allá de lo
meramente académico para entrar en el terreno de la difusión de las ideas sociales.
El programa mínimo conjunto de gobierno de 1958 incluyó una ambiciosa
propuesta en materia educativa:

Fomento de la educación popular en todos sus aspectos, desde el preescolar y la


primaria hasta la Universidad. Revisión a fondo del sistema educacional en sus
distintas ramas a fin de adaptarlo a las necesidades reales del desarrollo económico
y cultural del país. Campaña para erradicar totalmente el analfabetismo del territorio
nacional. Intervención del estado en la Educación sin detrimento del principio de la
libertad de enseñanza. Protección y dignificación del magisterio. Medidas para
incrementar al máximo la formación de maestros. Defensa de los valores históricos
y artísticos nacionales y del patrimonio espiritual de Venezuela.

Estos acuerdos fueron refrendados en la Constitución de 1961, más importante que


eso, dieron paso a un importantísimo esfuerzo del Estado dirigido a mejorar las condiciones
de educación de la población. Independientemente de los debates y los reclamos en cuanto
al desempeño de los gobiernos surgidos a partir del Pacto de Punto Fijo, algo que no
debería desconocerse es el impulso real que tuvo la educación a todos sus niveles. Baste
precisar que para1958, según la profesora Laura de Gurfinkel, 2003, el 56% de la población
era analfabeta. En 1998 esa cifra había caído al 7%.

De nuevo, evidenciamos la presencia de elementos del Plan de Barranquilla en


acuerdos y concertación. Es claro que no pretendemos presentar esos desarrollos como
consecuencia inercial de aquel proyecto. Lo que hemos querido discutir es cómo los
conflictos, las tensiones, tuvieron caminos distintos. En unos casos avanzaron hacia la
confrontación. En otros fueron base para construir escenarios de concertación.

La influencia que el liderazgo pudo ejercer para seguir una u otra vía tuvo que ver
con las definiciones, a partir de la concepción del Estado que debería desarrollarse. De allí
que la confrontación no se eludió cuando se pensó que era la alternativa correcta. Así
mismo, las coincidencias en torno a los temas que propiciaron la concertación fueron
trabajadas con esmero, sacrificando en el camino algún radicalismo.

Referencias

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Fuentes electrónicas
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www.analitica,com/va/sociedad/articulos/5991468.asp (consultada el 05/7/2013).

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