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Salesianas en América
Tema 1 Nivel Personal
1.Nivel personal
1.1.Presentación
Hay una dato importante que afecta a América Latina y el Caribe: existen 6,4 millones de
profesores. Más allá de los números, resulta difícil ser profesor si a la par no hablamos de "su
persona" y de lo que esto significa. Poder ejercer este trabajo con dignidad y elegancia
profesional, exige partir de un hombre, de una mujer, con una adecuada estructura
personal que facilite el ejercicio de este trabajo.
Los educadores salesianos debemos tener el coraje de conocer nuestros puntos fuertes y
nuestros aciertos, además de nuestras debilidades. Realizar un proyecto personal es la forma
para realmente conseguir el crecimiento personal.
Cuando hablamos en estos temas del maestro vocacionado, nos estamos refiriendo al
educador salesiano. El profesional de la enseñanza, insiste en su saber, su competencia, su
puesta al día en su materia y didáctica, el dominio de la misma y cómo enseñarla. Pero eso no
basta. Decimos educador "vocacionado" a aquel que ama su trabajo y la misión que realiza. Se
siente enamorado con lo que hace. La motivación que hay por debajo de su trabajo es la
oportunidad que le da la escuela de servir, de estar, de ayudar, de colaborar haciendo de ella
un taller de humanismo y de personalización, desde la escucha, el testimonio y la enseñanza.
Nos resulta obligado, como diría Abraham Maslow, el célebre psicólogo social de la Brandeis
University, que hablemos de la persona, en frase suya, la "persona que se auto-realiza" o si
queremos de la persona plenamente humana. Desde esta óptica de la madurez humana,
supone partir de una imagen objetiva y positiva de la persona del educador: alguien que cultiva
relaciones interpersonales profundas, que crece con un proyecto personal sabiendo a dónde va,
cómo conseguirlo de forma procesual, qué estrategias emplear, de qué forma realizarlo y
siempre haciéndolo desde una situación, desde un análisis personal.
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Cierto príncipe tenía tres amigos sabios: uno era escultor; otro era científico-biólogo, y el
tercero era maestro. Un día tuvo curiosidad por conocer y comparar su manera de mirar las
cosas y los puso a prueba de esta forma: por separado, fue citándolos uno a uno en su jardín
junto a un pequeño estanque que había en el centro. A cada uno le hizo la misma pregunta,
señalando el estanque: “dime, ¿qué te llama más la atención?”
El escultor, antes de responder, dio una vuelta en torno al estanque, admirando el muro de
mármol que lo rodeaba, bellamente esculpido. Y contestó: “me gusta el estanque porque el
muro está muy bien tallado”.
El científico observó el muro, pero su mirada se concentró enseguida en el interior del
estanque: contempló largo rato el agua, las flores de loto que se abrían sobre ella, los
pececillos de colores que nadaban entre las algas, los insectos que se movían sobre la
superficie Y en la profundidad... Y así fue su respuesta: “lo mejor del estanque es la vida que
bulle en sus aguas”.
Cuando tocó el turno al maestro, comenzó como los dos anteriores: también observó el muro y,
sobre todo, las aguas; y respondió luego: “el muro es bello; el interior del estanque, la vida que
hay en él es sin duda lo mejor. Pero lo que más me impresiona es la luz”. “¿La luz?”, preguntó
extrañado el príncipe.
“Sí –respondió el maestro–, observa esos juegos de luces y sombras que resaltan los relieves
del muro: la luz hace que tu estanque sea diferente a la mañana, al mediodía y al atardecer.
Fíjate en esos rayos de sol que se filtran hasta el fondo del estanque: todo se hace claro a su
contacto. Y lo que es más importante: la vida crece y se transforma dentro del estanque
gracias a la luz que llega a él. Mañana será distinto de lo que es hoy; es imprevisible lo que
cada día encontrarás en él; porque la luz añade a la vida el misterio”.
Este módulo nos invita a tomar conciencia sobre nuestras actitudes profundas como
educadores, la “luz que da vida” al misterio de nuestra vocación educadora. Y además, nos
propone un proceso de cambio de nuestra mirada para abrirla a toda la realidad del alumno y
hacerla especialmente atenta a los niveles más hondos de nuestra personalidad.
Hablar del educador sin referirnos a la persona en concreto, hombre o mujer, con su adecuada
estructura personal, no tiene sentido. Si queremos una escuela mejor, mejoremos las personas.
Creamos en la esperanza, la cual empieza y se desarrolla en el interior de nosotros mismos.
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Entre los mismos docentes podemos ver formas de expresión de baja autoestima, como por
ejemplo, cuando se manifiestan actitudes excesivamente quejumbrosas y críticas de
descontento constantemente; también cuando se vive en un temor excesivo a equivocarse; de
la misma forma, cuando se asumen actitudes de inseguridad, dependiendo siempre de los
demás (del que dirán). Se da también el caso de docentes que sufren un fuerte perfeccionismo
que provoca el descontento eterno; también aquellos que asumen una actitud desafiante y
agresiva o, por el contrario, una actitud derrotista, de fracaso vital.
Posiblemente a la luz de estas preguntas y de esta reflexión, habrás concluido, cómo eres,
cómo te ven o cómo querrías ser. A medida que te vayas introduciendo en estos módulos,
podremos afirmar que para llevarlo a cabo, hay que construirse todos los días. La
autoestima puede aprenderse y cada persona está en condición de hacerlo. Y el pilar más
valioso de esta edificación, se encuentra en el valor del valorarse, conocerse y aceptarse. Sin
esta dimensión, difícilmente, se podrá construir en positivo con los alumnos/as de la escuela y
desde el equipo de compañeros y compañeras desde donde se edifica tu escuela y la
Comunidad Educativa-Pastoral.
Pero no basta tener conciencia de sí mismo: es necesario saber regularse. Una de las
piezas fundamentales a tener en cuenta en la formación del profesorado, es el mundo
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emocional. Tanto los alumnos como los profesores deben tener una sólida formación en este
ámbito. Si un profesor no tiene habilidades emocionales y no posee recursos para dinamizar
un grupo, llevar a cabo una entrevista o resolver un conflicto de convivencia, todo su bagaje
intelectual y científico le va a servir de bien poco. Es más, es imprescindible que todo profesor
tenga la suficiente madurez emocional para dedicarse a esta compleja y difícil tarea de educar.
De las definiciones de competencia docente que aportan distintos autores, se destaca que las
relaciones personales y la autogestión emocional, que forman parte de lo que se denomina
competencia emocional, suponen al menos el 50% de la capacidad profesional.
Ahora bien, las competencias emocionales de un docente no son las mismas que las de
cualquier persona o las de otro trabajador porque:
● No estar preparado para esta exposición plantea al docente mayor posibilidad de desgaste y
sufrir el Burn-Out que conlleva un deterioro profesional. Se entiende por Burn-out esa
respuesta prolongada de estrés ante factores estresantes emocionales e interpersonales que
se presentan en el trabajo, que incluye fatiga crónica e ineficacia.
● La evolución del rol del profesor, especialmente el salesiano docente, pasa por aumentar la
capacidad de relación educativa con sus alumnos y saber conectar y comprenderles de forma
eficaz y saludable.
● Está demostrado además que la relación educativa que establecen los profesores con sus
alumnos es fundamental para el aprendizaje y está relacionada con las capacidades
emocionales del profesor.
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realizado vocacionalmente.
El optar, consciente o inconscientemente, por uno de los tres niveles, con exclusión de los
otros en la vida práctica, sería un empobrecimiento grave de la propia identidad, aparte del
perjuicio que se causa a los destinatarios de nuestra labor educativa. Pero tampoco es posible
realizar por igual a los tres niveles. La razón es sencilla: puesto que los tres niveles se refieren
a grupos de valores diferentes –aunque no opuestos– es normal que en más de una ocasión
dichos valores entren en conflicto; entonces la persona se encuentra inevitablemente en la
necesidad de optar por un valor, posponiendo –en ese caso– otro u otros valores.
Pero hemos de añadir algo más: a todo educador se le plantea el reto de estructurar su
identidad a partir de los valores vocacionales, el hacer de éstos la perspectiva de su
quehacer, su saber, su ser. Sólo en la medida en que acepta este reto y se pone a caminar en la
dirección que ellos le señalan (las necesidades de sus alumnos, no en función del profesorado o
en función de la enseñanza), podremos hablar de un auténtico educador, y no sólo de un
profesional o un trabajador de la enseñanza. Eso no significa renunciar a ninguno de sus
derechos en los otros niveles.
Proyecto de vida
La fisonomía del agente de pastoral requiere algunos requisitos ("pulmones salesianos") para
llevar a cabo la misión y que deben ser objeto de formación. En la óptica de la misión
salesiana, no es de extrañar que su perfil se amplíe en dos direcciones: del singular al plural
(del “educador aislado" a la "Comunidad Educativo-Pastoral ") y del modelo único al modelo
diversificado (según los contextos). La figura de quien asume la tarea educativo-pastoral en la
escuela se enriquece con nuevas dimensiones: renovación espiritual, tensión pastoral,
preparación cultural y competencia educativa no se pueden separar unas de otras. Un
compromiso con la primacía del ser sobre el hacer, de la relación personal sobre la relación
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funcional, el cuidado del corazón sobre el cuidado de los "músculos", esto es, del “hacer”,
plenamente consciente de que la Comunidad Educativo-Pastoral se construye con la riqueza de
las personas que la componen.
La motivación de la misión salesiana por la educación de la juventud tiene sus raíces, en última
instancia, en una opción clara y sólida de la fe. La interioridad apostólica es, a la vez, caridad
pastoral y capacidad pedagógica, creatividad y competencia, acción y la reflexión... ¡ todas
ellas necesarias en la vida salesiana ! No son los servicios y las actividades los que
educan-evangelizan, sino la identidad apostólica con la que se impulsa y que siempre debe
nacer del itinerario personal del educador. Narrar el Evangelio, encontrar maneras de hacerlo
de forma directa e implicando a la persona (educar es testimoniar), parece ser una de las
mejores pistas para ayudar a los jóvenes en su crecimiento: ser testigos ante todo y, luego,
como consecuencia, "maestros de vida".
Las tareas del educador y de la propia obra educadora cada vez se encuentran más
mediatizadas por la sociedad en la que vive. Si en otro tiempo la educación formal recibía
apoyos -más tácitos que explícitos- del ámbito familiar y social o, en todo caso, los objetivos de
la escuela no eran cuestionados por ese entorno, hoy es fácil encontramos con que el centro
educativo es sólo uno de los espacios educadores y no es seguro que sea el más importante o el
que tenga mayor influencia en la formación integral del sujeto. De hecho,
● nuestras sociedades cuentan hoy con "educadores no institucionales" que ejercen una fuerte
influencia sobre los jóvenes (las redes sociales o ciertos personajes de la vida pública son
una muestra de ello);
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● ni el bloqueo de la negación,
● ni el retorno hacia atrás en búsqueda de respuestas que fueron buenas en el pasado,
● ni el simplismo de querer soluciones únicas y unitarias.
Es necesario educar(se) para el cambio, prepararse para el futuro. Una educación para el
cambio deberá preocuparse de preparar identidades fundamentadas en valores sólidos y
esenciales, pero al mismo tiempo con actitudes críticas y dialogantes. Atenderá menos a dar
fórmulas cerradas y seguridades, y más a situarse en actitud de búsqueda.
Plantearse las cuestiones que iniciaban este punto exige preguntarse por la significatividad
(que la acción educativa tenga impacto social) y la legitimidad (que la acción educativa tenga
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● Rechazar el autoritarismo. En una sociedad con crisis de autoridad las familias pueden
buscar en las escuelas ‘normativas autoritarias’ que eviten en los jóvenes todo tipo de
contestación de roles familiares y sociales. Gran parte del desprestigio de la enseñanza está
en la falta de exigencia de autodisciplina, ante lo cual hay que ofrecer una educación en el
esfuerzo, en el trabajo bien hecho, en el sentido del deber, etc; pero también en el diálogo, la
tolerancia y el talante democrático de las relaciones educativas, los cuales están a la base del
mejor estilo salesiano.
● Resistencia al elitismo. La sociedad cada vez exige a los centros educativos mayor
competencia profesional y mejores resultados académicos. Algunos centros de estudios de
enseñanzas medias y universitarias tienen mayor prestigio por esas dos razones. Sin embargo
la selección y el elitismo (económicos, intelectuales) son fuertes: ¿se puede considerar
"salesiana" una escuela que excluya, que discrimine? Desde luego se opone al carisma
salesiano.
Toda formación docente no puede llevarse a cabo sin partir de y en un contexto concreto. El
contexto ha de ser educativo. Si el educador prescinde de él, la educación
corre el peligro de convertirse en simple instrucción. Ante esto, la escuela debe hacer el
esfuerzo de analizar y evaluar los valores que, de hecho, está promoviendo. En este
sentido debe plantearse si las estructuras educativas, la organización escolar y el curriculum
académico difunden o promueven tendencias despersonalizantes; asimismo es preciso plantear
las estrategias para que el educador salesiano pueda aspirar, más allá de la instrucción y la
capacitación profesional, a una educación abierta a la evangelización.
Al intentar encontrar las respuestas que hemos de dar como educadores hoy constatamos que
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las tendencias presentes en la sociedad y que actúan sobre la juventud, las podríamos agrupar
en cuatro. En esos 4 cuadros van implícitos los desafíos de la educación en valores
planteados a la escuela salesiana:
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1.4.Formación permanente
Cada educador debe asumir su papel de aprendiz. No podemos ser simples ejecutores de
programas o índices de libros de texto. Tarde o temprano el que así actúe se convertirá en un
simple instructor. Aquél que no investiga el proceso educativo que se genera en su entorno
(aula, centro, sociedad, cultura), no tendrá capacidad de descubrir los errores y por tanto
tampoco de corregirlos. No se dará cuenta de la causa de los «bloqueos» en el aprendizaje que
la mayoría de las veces hacen imposible la formación, ni sabrá descubrir el porqué de la falta
de interés de algunos alumnos, etc. Los que reflexionan sobre el proceso educativo en el que
están inmersos, ya sea por medio del diario de clase, la observación, la reflexión personal y en
equipo, la evaluación que hacen los alumnos y la externa, el diálogo con los alumnos, u otras
técnicas, podrán renovarse y renovar.
Vistos los puntos anteriores, los que se consideren educadores deben vivir en conexión con el
mundo del educando y con las personas que componen ese mundo. La labor educativa, si se
queda entre cuatro paredes -caso muy común en la escuela-, se convierte en labor
estrictamente académica y curricular. Si el proceso educativo se desarrolla en la escuela,
debemos tener presente, que ésta debe proyectarse socialmente en el medio, y debe ser un
elemento más de transformación del mismo. Así el educador que desarrolla su labor en ella
debe tener conciencia de su papel. El contexto es agente educativo, y, por tanto, o se conoce o
se margina por parte de los agentes educativos. Pero, ¿cuáles son las razones para estar al
día?:
● Por coherencia personal, esto es, damos una respuesta a nuestro deseo de realización y
crecimiento personal, pues nos sentimos continuamente inacabados; por otro lado, la vida,
con sus problemas y cambios continuos, no se detiene. Las ciencias de la educación, como el
resto de las ciencias, respiran de esa atmósfera de búsqueda y avance. La vocación de
educador nos obliga con mayor fuerza a no quedarnos al margen de ese proceso.
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● Por criterio de calidad y deber de justicia. Intentamos dar lo mejor de nosotros mismos.
Formándonos mejoramos nuestra aptitud para satisfacer las necesidades de nuestros
alumnos, quienes nos demandan una mejora constante.
● Por espíritu innovador, el cual nos impulsa a ser creativos y a la investigación pedagógica.
● Por tradición salesiana. La formación de profesores capaces fue una inquietud fundamental
de San Juan Bosco. Se requiere también una sensibilidad ante las intuiciones fundacionales
salesianas.
● Por acrecentar nuestro sentido vocacional. Entendemos la vocación educadora como algo
dinámico, que madura en nosotros a la vez que maduramos como personas.
● Por sentido profesional, esto es, para adaptarnos a los cambios científicos, tecnológicos y
sociales que afectan a nuestros métodos pedagógicos y pastorales.
El centro escolar es una unidad funcional. Todos sabemos que la comunicación debe basarse
siempre en una experiencia compartida. Cuando se hable de formación permanente debemos
tener en cuenta que no se habla solamente de profesor sino de grupo de profesores. El trabajo
en equipo y la coordinación de distintos equipos es fundamental para la renovación y la
formación.
Con todo esto no se descarta la formación individual. Pero sí se debe tener en cuenta que esta
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Esta concepción del equipo que se forma tiene gran repercusión también para otros momentos
importantes de la acción docente: el trabajo interdisciplinar, la programación, la ejecución de
actividades, el desarrollo del Proyecto Educativo, la sustitución de las relaciones de poder por
las de colaboración, la evaluación conjunta, etc.
Como educador salesiano, debes tomar de referencia un perfil adecuado para la escuela
salesiana. Dentro de un plan de formación, estaría descrita la identificación del perfil del
profesor de la siguiente manera:
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La institución que contrata a un docente, espera que colabore como miembro activo del
equipo educativo, impulsando con las ideas y el trabajo movimientos de renovación
pedagógica adaptados a los tiempos actuales. Hoy se nos pide ser personas con confianza en sí
mismos y en lo que hacemos; creativos para poder realizar una educación creativa y no
meramente magisterial; formadores de conciencias críticas y por tanto críticos con nosotros
mismos; educadores con la capacidad para estimular a sus educandos haciéndoles
responsables, partícipes y merecedores de sus logros, mientras se les reconoce sus habilidades,
destrezas y valores; personas profundamente humanas, bondadosas y justas, con una
afectividad sana y rica; educadores fuera y dentro del aula; acompañantes que valoran los
tiempos gratuitos con capacidad para contribuir a la educación, estimulando, motivando y
mediando; profesores que eliminen el marcado carácter vertical de las relaciones
docente-discente. El limitarse al horario rígido de clases, aunque esté perfectamente
desarrollado y sea científicamente impecable, es limitarse a instruir y no a educar, y está claro
que somos educadores salesianos, no sólo "enseñadores".
Por otra parte, es necesario conocer las características del centro al que llega el nuevo
profesor, de la etapa (primaria, secundaria, etc.), del alumnado a su cargo (más o menos
diverso) y de las relaciones con las familias y los compañeros.
● Se requiere una persona/as que con mayor experiencia en la escuela sigan con acciones
sistemáticas de acompañamiento, apoyo y seguimiento al nuevo profesor. Su finalidad
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fundamental es:
● Personalizar y cuidar la acogida de los nuevos profesores y profesoras.
● Facilitar la asimilación del estilo educativo salesiano, destacando las bases y las intuiciones
pedagógicas del Sistema Preventivo.
● Darles orientaciones prácticas para el desempeño de su trabajo docente.
● Intercambiar experiencias educativas.
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Formar parte de una escuela salesiana es formar parte de una presencia salesiana más
amplia en la que se desarrolla la misión salesiana. Junto a la escuela y el Centro de Formación
Profesional existen otros ambientes: el Oratorio-Centro Juvenil, la presencia salesiana en la
Educación Superior, la parroquia y santuario confiados a los salesianos y las obras-servicios
sociales para jóvenes en riesgo. Y además, una pluralidad de actividades y servicios que nos
permiten promover la educación humana y cristiana de los jóvenes.
Las iniciativas más significativas de una presencia salesiana se articulan como en una red:
todos colaboran a diversos niveles, cooperando en el mismo proceso educativo,
enriqueciéndose mutuamente en un camino común de formación. No se trata sólo de una
simple “estrategia de acción”, a nivel humano, sino de construir juntos el “futuro” del
territorio donde estamos, a la luz del Evangelio, con el dinamismo de la esperanza cristiana
y bajo el impulso de la acción de Dios que realiza su Reino en la historia humana.
Para finalizar, proponemos esta narración. Nos ayuda a descubrir los dinamismos que ponen
en marcha el proceso de maduración de la identidad del educador:
El explorador había regresado junto a los suyos, que estaban ansiosos por saberlo todo acerca
del Amazonas. Pero...¿cómo podía él expresar con palabras la sensación que había inundado
su corazón cuando contempló aquellas flores de sobrecogedora belleza y escuchó los sonidos
nocturnos de la selva? ¿Cómo comunicar lo que sintió en su corazón cuando se dio cuenta del
peligro de las fieras o cuando conducía su canoa por las inciertas aguas del río?
Y les dijo: “Vayan y descubran ustedes mismos. Nada puede sustituir al riesgo y a la
experiencia personales”.
Pero, para orientarles, les hizo un mapa del Amazonas.
Ellos tomaron el mapa y lo colocaron en el Ayuntamiento. E hicieron copias de él para cada
uno. Y todo el que tenía una copia se consideraba un experto en el Amazonas,
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pues ¿no conocía acaso cada vuelta y cada recodo del río, y cuán ancho y profundo era, y
dónde había rápidos y dónde se hallaban las cascadas?
El explorador se lamentó toda su vida de haber hecho aquel mapa. Habría sido preferible no
haberlo hecho.
Quien quiera llegar, tendrá que lanzarse a recorrer el camino. El mapa, lo tenemos a la vista.
1.7.Recordar
1. Ser persona implica hacerse como persona, pero no de manera aislada sino en
comunicación con los demás. Y para que se dé un crecimiento real, el mejor camino,
metodológicamente hablando, es un proyecto personal. El cual consiste en ser consciente
de lo que somos, definir las carencias y fortalezas y proponernos alcanzar uno o varios
objetivos.
3. Podemos decir que el buen educador debe estar en constante formación para conocer el
proceso educativo del que es participe. Desde ahí mejorar el proceso y mejorarse, y
mantener aquello que es positivo. Esto lógicamente no se hace por intuición o sólo con
buena voluntad, sino que debe hacerlo como equipo y con instrumentos conceptuales,
metodológicos y materiales que le posibiliten descubrir lo que está ocurriendo en ese
proceso de la manera más científica posible.
4. Estamos inmersos en una sociedad globalizada y del conocimiento en continuo cambio que
está demandando nuevas competencias, haciendo necesario la puesta en práctica de un
nuevo paradigma educativo y de un nuevo perfil de educador. Contamos con un estilo
personal analizado a través de los valores personales, las limitaciones y la forma de afrontar
la vida. El modo en que afrontan el cambio las personas es diferente y hemos de estar
preparados y cualificados competentemente para los cambios continuos.
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