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Desencadenamiento irónico del Estado colombiano

Colombia vive momentos dramáticos, pero quien menos le ayuda es quien la


declara, por impaciencia, por desesperación, o por mala fe, que esas circunstancias
son definitivas o que obedece a causas ingobernables. Más bien yo diría que lo que
vivimos es el desencadenamiento de numerosos problemas represados que nuestra
sociedad nunca afronto con valentía y con sensatez.

Y lo cierto es que Colombia ha pospuesto demasiado tiempo la reflexión sobre las


reformas que reclamaron uno tras otro, por lo que la historia no permite que las
injusticias desparezcan por el hecho de que no las resuelvan; sino afrontándolas
como en los tiempos de la independencia colombiana que fue una época donde se
sembró la semilla de la libertad que fue regada por la sangre de valerosos mártires
que habían dado fruto en el país.

El Estado se caracterizo desde los tiempos de la independencia, por la frustrada


posibilidad de romper con los viejos esquemas coloniales, siguió sintiéndose una
provincia marginal de la historia, siguió discriminando a sus indios y a sus negros,
avergonzándose de su complejidad racial, de su geografía, de su naturaleza. Esto no
fue una mera distracción, fue fruto del bloqueo para construir una patria
medianamente justa e impedir que a la larga Colombia se convirtiera en el increíble
nido de injusticias, atrocidades y cinismos que ha llegado a ser, donde unos cuantos
privilegiados profundamente avergonzados del país del que derivan su riqueza,
predican día y noche un discurso mezquino de desprecio o de indiferencia por el
pueblo al que nunca supieron honrar y ni engrandecer, que siempre les pareció ”un
país de cafres”, una especie subalterna de barbarie y de fealdad.
Tal vez la gran indiferencia entre este y otro momentos de la historia es por lo que
hoy Colombia sigue siendo un país sin un proyecto territorial, sin un plan de
desarrollo sensato y propio, sin un censo aprovechado de sus recursos por lo que
nadie ignora que hoy el país está en muy malas manos aunque haya una larga y
melancólica lista de lucidos y clarividentes colombianos que sueñan con un país
grande y justo, un país afirmado en su territorio, respetuoso de su diversidad,
comprometido con un proyecto verdaderamente democrático, capaz de ser digno de
su riqueza y de su singularidad, que se enfrenta con el principal enemigo de ese
sueño que es el paradójico clamor de los defensores del caos existente que
pretender negar el charco de sangre en que vivimos y el absoluto fracaso de este
modelo de brindar, ya que no felicidad, siquiera mínima dignidad a la población.

Una parte de la sociedad creen que quienes son representantes de la voluntad


nacional son para las mayorías de la población personas indignas de su confianza,
meros negociantes, vividores que no se identifican con el país y que no buscan su
grandeza. Pero ello no es nuevo. Siempre hubo una aristocracia parroquial
arrogante y simuladora que procuraba vivir como en las metrópolis, disfrutando el
orgullo de ser mejores que el resto, de no parecerse a los demás, de no identificarse
con el necesario pero deplorado país en que vivían.

Nunca he dejado de preguntarme por qué los que más se lucran del país son los que
más se avergüenza del, y recuerdo con profunda perplejidad el día en que uno de
los hijos de un ex presidente de la república confeso que la primera canción en
español la había oído a los 20 años, comprendiendo en manos de qué clase de gente
ha estado por décadas este país. Aquellos príncipes de aldea con vocación de
virreyes solo salían a recorrerlo cuando era necesario recurrir a la infecta
muchedumbre para obtener o comprar los votos.

Es triste recordar que durante mucho tiempo las clases privilegiadas, las mas
defendidas por el estado se han resignado a vivir tras los muros y no ignoran que
algo está podrido en el mundo que tan celosamente defienden, como es el caso de
pagar para librar a sus hijos del servicio militar mientras los pobres lo tenían que
cumplir irremediablemente. Y es verdad que los jóvenes deploran tener que ir a un
ejército cuya principal función es enfrentare con su propio pueblo. Pedagogía del
ejemplo el estado no puede exigir que se respete la ley si el mismo no la respeta.
Gobernar en función de unos cuantos privilegiados, saquear el tesoro público,
abusar de la autoridad, es violar la ley de manera grave, y puede generar en la
conciencia de algunos la sensación de que si los encargados de aplicarla violan la
ley, no puede ser tan grave que la violen los particulares.

Existen hoy en el territorio colombiano más de 400 personas secuestradas, y los


presentadores de noticias nos despiertan en las mañanas a la pesadilla de recordar
que vivimos en un país sitiado por guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares,
autodefensas, milicias populares y delincuentes comunes como dijo William
Ospina dicho individuos poseen agresividad que al final es debilidad y estupidez
así como crueldad que corresponde a una penosa falta de imaginación. Los dueños
del país tienen que sentir alarma ante esto que no han sabido evitar con su poder.
Esos millones y millones de pesos que nunca fueron capaces de invertir en evitar
los males de la pobreza, los tienen que gastar en armas para reprimir a los hijos del
resentimiento y la miseria. Como es su costumbre, olvidan que ellos tuvieron el
derecho y el poder de hacer y deshacer a su antojo, y acusan al pueblo de ser el
causante del problema es lo más lamentable es que al no ser capaces de aceptar el
error por el miedo de ser juzgados lo van seguir cometiendo

Lo importante para una sociedad es reconocerse en su territorio, explorar su


riqueza, tomar conciencia de la magnífica complejidad de nuestra composición
étnica y cultural, crear lazos firmes que unan a la población en orgullo y proyecto
común ”una empresa histórica solidaria” donde nos comprometamos a ser un país,
y no un nido de exclusiones y discordias.

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