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La fiesta que celebramos, nos sitúa en presencia de la obra maestra realizada por Dios con
la Redención. María Inmaculada es la criatura perfectamente rescatada: mientras todos los
demás seres humanos son liberados del pecado, Ella fue preservada de él, por la gracia
redentora de Cristo.
El texto de la primera lectura nos habla del pecado de la mujer que fue seducido por la
serpiente, pero antes la creación de un alma llena de gracia aparecía como la acción de Dios
sobre la degradación producida, tanto en la mujer como en el hombre, a consecuencia del
drama del pecado. Según el relato bíblico de la caída de Adán y Eva, Dios infligió a la
mujer una sanción por la culpa cometida, pero incluso antes de formular esta sanción,
comenzó a desvelar un designio de salvación en el que la mujer se convertiría en su primera
aliada.
Comienza el Apóstol San Pablo con la afirmación general de que Dios “nos bendijo en
Cristo con toda bendición espiritual en los cielos”. En los siguientes versículos concretará
cuáles son esos beneficios de que Dios nos ha colmado y que constituyen el plan divino de
salud. Habla de bendición espiritual, en cuanto que son beneficios que proceden del
Espíritu, por su origen y por su destino, ya que nos los dispensa Dios desde el cielo y están
destinados a recibir allí su consumación definitiva. Todos estos beneficios nos son
concedidos en Cristo, es decir, en cuanto estamos unidos a Cristo, formando algo uno con
Él. El amor designa, ante todo, el amor de Dios para con nosotros, que es la elección y su
llamamiento a la santidad, pero no hay por qué excluir nuestro amor para con Dios que
deriva de aquel amor y a él responde “y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”, nos
dice en su carta a los Romanos.
En el evangelio de San Lucas nos ayuda a pedir la fe a Ella, no menos que Jesús,
experimentó la tentación y el sufrimiento de las luchas íntimas. Podemos imaginar cómo se
vería sacudida por el drama de la Pasión del Hijo. Sería un error pensar que la vida de
Aquella que era llena de gracia, haya sido una vida fácil, cómoda. María compartió todo lo
que pertenece a nuestra condición terrena, con cuanto tiene de exigente y penoso. Hay que
observar, sobre todo, que María fue creada Inmaculada, a fin de poder actuar mejor en
favor nuestro. La plenitud de gracia le permitió cumplir perfectamente su misión de
colaborar en la obra de salvación: dio el máximo valor a su cooperación al sacrificio.
Cuando María presentó al Padre su Hijo clavado en la Cruz, la ofrenda dolorosa fue
totalmente pura.
Algunos autores sostienen que aquí se trata ya del matrimonio, pero lo ordinario es
entenderlo como desposorio. La edad para contraer matrimonio o casarse en Israel se
realiza para las jóvenes entre los doce y los trece años, y para los jóvenes entre los
dieciocho y los veinticuatro, y el matrimonio al año de la edad para casarse. El desposorio
tenía características especiales: si la desposada en el intervalo de su desposorio era infiel, se
la consideraba adúltera; si el prometido moría, se la consideraba viuda, con los derechos del
“levirato”; el prometido no podía anular los esponsales sino con el “derecho del rechazo y
del repudio”; y el hijo concebido después de los esponsales era considerado legítimo.