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LA MANO

La emperatriz gimió de placer, la guerra había acabado hace tiempo y ahora yacía junto a su nuevo
semental, uno más de los muchos que se le antojaban.
Su anterior amante (en la sombra), cayó en la gran batalla de la Gema; su amante real, el mandatario
de nobles, el soberano que nunca supo la verdad...
Su esposa había sido envenenada por orden de la afamada “mano”, por orden de la amante
conspiradora, la que movía los hilos de esta banda de mercenarios a sueldo.
Miles de cruentos asesinatos relamían los encantos de la emperatriz, dulce con los suyos, letal con
los encargos que siempre llegaban de algún sitio.
Celene era su nombre, hasta esa noche en la que dejo de existir, esa fría noche donde gemía de
placer en el camastro junto a uno de sus guardias reales.

El gran “cara quemada” actuó rápido y con sigilo, le acompañaba su amigo el enano guerrero,
templario mayor de una orden milenaria.
Dos héroes consagrados, que ahora venían a saldar cuentas pendientes de antaño, cuitas que
salvarían la cabeza del pícaro, y de paso por fin se sabría la verdad de lo que aquel día ocurrió con
la Reina.
Todo fue rápido, una vez más se hacía justicia en el mundo de los sueños. Otra jornada más de
sangre compartida, otro día como los de antaño...

Suley, se erigió como la nueva “mano”, pero una cosa tenía bien clara: nunca volvería a ejecutar a
gente inocente, a partir de ahora solo iría a por la peor calaña.

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