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2.

GRECIA

La aparición de las ciudades-E stado helenas en la zona del Egeo


es anterior a la época clásica, y con las fuentes disponibles, no
escritas, sólo pueden apreciarse sus rasgos generales. Tras el
colapso de la civilización m icénica hacia el año 1200 a. C., Gre-
cia sufrió una prolongada «Edad Oscura» en la que la escritura
desapareció y la vida económ ica retrocedió a un estadio dom és-
tico rudim entario: es el m undo prim itivo y rural reflejado en
la épica de H om ero. Fue en la siguiente época de la Grecia ar-
caica, del 800 al 500 a. C., cuando cristalizó por vez primera y
m uy lentam ente el m od elo urbano de la civilización clásica. En
algún m om ento antes de la aparición de los docum entos his-
tóricos, las m onarquías locales fueron derrocadas por las aris-
tocracias tribales y, bajo el dom inio de estas noblezas, se fun-
daron o desarrollaron algunas ciudades. El gobierno aristocrático
de la Grecia arcaica coincidió con la reaparición del com ercio
de larga distancia (principalm ente con Siria y con el Oriente),
con las prim eras acuñaciones de m oneda (inventadas en Lidia
en el siglo VII) y con la escritu ra alfabética (derivada de Feni-
cia). La urbanización progresó ininterrum pidam ente, extendién-
dose a ultram ar por el M editerráneo y el Euxino, hasta que a
finales del período de la colonización, a m ediados del siglo V I,
había alrededor de 1500 ciudades griegas en la patria helénica
y en el extranjero, prácticam ente ninguna de ellas alejada más
de 40 kilóm etros de la costa. En lo esencial, estas ciudades eran
n úcleos residenciales donde se concentraban los agricultores y
los terratenien tes. En la pequeña ciudad típica de esta época,
los agricultores vivían dentro de sus m urallas y cada día salían
a trabajar a los cam pos, volviendo de noche, aunque el territo-
rio de las ciudades siem pre incluía una circunferencia agraria
con una población enteram ente rural asentada en ella. La or-
ganización social de estas ciudades todavía reflejaba buena par-
te del pasado tribal del que habían surgido: su estructura in-
terna estaba articulada en unidades hereditarias cuya nom en-
clatura de parentesco representaba una traslación urbana de
24 La an tigü edad clásica

las tradicionales divisiones rurales. Así, los habitantes de las


ciudades estaban norm alm ente organizados —en orden descen-
dente de tam año y pertenencia— en «tribus», «fratrías» y «cla-
nes». Los clanes eran grupos exclusivam ente aristocráticos y
las «fratrías» quizá fueran originalm ente sus clientelas popu-
lares1 . De las constitu ciones políticas form ales de las ciudades
griegas en la era arcaica se conoce poco, ya que —a diferen-
cia de las de Rom a en un estadio equivalente de desarrollo—
no sobrevivieron en la época clásica, pero es evidente que es-
taban basadas en el dom inio privilegiado de una nobleza here-
ditaria sobre el resto de la población urbana, d om inio que se
ejercía norm alm ente por m edio del gobierno sobre la ciudad
de un con sejo exclusivam ente aristocrático.
La ruptura de este orden general acaeció en el últim o siglo
de la era arcaica, con la aparición de los «tiranos» (ca. 650-510
antes de Cristo). E stos autócratas rom pieron el d om inio de las
aristocracias ancestrales sobre las ciudades; representaban a
los nuevos terratenien tes y a una riqueza m ás reciente, acum u-
lada durante el. crecim ien to económ ico de la época precedente,
y basaban su poder, en una m edida m ucho m ayor, en las con-
cesion es hechas a la m asa no privilegiada de los habitantes de
la ciudad. Las tiranías del siglo VI constituyeron, en efecto, la
crítica transición hacia la p o lis clásica, porque en e ste período
de sacudidas fue cuando se echaron los cim ien tos económ icos
y m ilitares de la civilización clásica de Grecia. Los tiranos fue-
ron el producto de un doble proceso que tuvo lugar en las
ciudades helénicas de finales del período arcaico. La llegada de
la m oneda y la expansión de una econom ía m onetaria fueron
acom pañadas de un rápido aum ento en el com ercio y la pobla-
ción global de Grecia. La ola de colonización ultram arina de
los siglos VIII al VI fue la expresión m ás obvia de esta evolu-
ción. M ientras tanto, la superior productividad de los cultivos
helénicos de vino y olivo, m ás intensivos que la coetánea agri-
cultura cerealista, proporcionó quizá a Grecia una ventaja re-
lativa en los intercam bios com erciales dentro de la zona m edi-
terrá n ea 2. Las oportunidades económ icas ocasionadas por este
crecim ien to crearon un estrato de propietarios agrícolas en-
riquecidos en fecha reciente, que no procedían de las filas de
la nobleza tradicional y se beneficiaban probablem ente en al-

1 A. Andrewes, Greek society, Londres, 1967, pp. 76-82.


2 Véanse las pruebas en William McNeill, The rise of the W est, Chica-
go, 1963, pp. 201, 273. [La civilización de Occidente, Barcelona, Vosgos,
1973.]
G recia 25

gunos casos de las em p resas com erciales auxiliares. La nueva


riqueza de este grupo n o iba em parejada a u n poder equiva-
len te en la ciudad. Al m ism o tiem p o, e l aum ento de la pobla-
ción y la expansión y d islocación de la econom ía arcaica provo-
caron profundas ten sion es sociales entre la clase rural m ás
pobre, que era siem pre la m ás suscep tib le de verse degradada
o som etid a a los terraten ien tes nobles y que ahora estaba ex-
puesta a nuevas presion es e in certid u m b res3. La presión com -
binada del d escon ten to rural por abajo y de las nuevas fortu-
nas por arriba quebraron el estrech o círculo del dom inio aris-
tocrático en las ciudades. El resultado característico de los
levan tam ientos p o lítico s que tuvieron lugar en las ciudades
fue la aparición de las fugaces tiranías de finales del siglo VII
y del VI. Los tiranos eran norm alm ente un os arribistas de con-
siderable riqueza, cuyo poder p erson al sim bolizaba el acceso
del grupo social del que procedían a los honores y las posicio-
nes elevadas dentro de la ciudad. Su victoria, sin em bargo, fue
p o sib le generalm ente só lo p or la u tilización que hicieron de las
reivindicaciones radicales de los pobres, y su s realizaciones
m ás duraderas fueron las reform as económ icas en favor de las
clases populares que tuvieron que con ceder o tolerar para ase-
gurar su poder. En co n flicto con la nobleza tradicional, los ti-
ranos bloquearon ob jetivam ente la m onopolización de la pro-
piedad agraria, que era la tendencia final del d om inio ilim itado
de aquélla y que am enazaba con causar ten sion es sociales cre-
cien tes en la Grecia arcaica. Con la ú nica excepción de la lla-
nura interior de Tesalia, las pequeñas propiedades agrarias fue-
ron conservadas y consolid adas durante esta época en toda
Grecia. Dada la carencia de testim o n io s docum entales del pe-
ríodo p reclásico, las d iferentes form as en las que tuvo lugar
este proceso tienen que ser reconstruidas a partir de sus efec-
tos p osteriores. La prim era rebelión im portante contra el dom i-
n io aristocrático que desem bocó en la im plantación de una ti-
ranía, apoyada en las cla ses b ajas, tuvo lugar a m ediados del
siglo V II en Corinto, donde la fam ilia de lo s B aquíadas fue
derrocada de su tradicional control sobre la ciudad, u n o de los
prim eros cen tros com erciales que flo reció en Grecia. Pero son
las reform as solónicas de A tenas las que ofrecen e l ejem plo

3 W. G. Forrest, The em ergence of Greek dem ocracy, Londres, 1966,


páginas 55, 150-6 [La dem ocracia griega, Madrid, Guadarrama, 1967], que
insiste en el nuevo crecimiento económ ico del campo; A. Andrewes, The
Greek tyrants, Londres 1956, pp. 80-1, que acentúa la depresión social de
la clase de los pequeños agricultores.
26 La an tigü edad clásica

m ás claro y m ejor docum entado de l o que probablem ente fue


el m od elo general de la época. Solón, que no era un tirano, fue
investido del poder suprem o para que sirviera de m ediador en
las encarnizadas luchas sociales entre ricos y pobres que es-
tallaron en el Atica a com ien zos del siglo V I. Su m edida m ás
d ecisiva con sistió en abolir la adscripción por deudas a la tie-
rra, m ecanism o típ ico por el que los pequeños propietarios eran
víctim as de los grandes terraten ien tes y se convertían en sus
arrendatarios dependientes, o los arrendatarios se convertían en
cautivos de los propietarios aristócratas4. El resultado fue im pe-
dir el crecim ien to de las fincas nobiliarias y estabilizar el m odelo
de las pequeñas y m edianas propiedades, que a partir de en-
tonces caracterizaron al cam po del Atica.
E ste orden econ óm ico fue acom pañado de una nueva adm i-
nistración política. S olón privó a la nobleza de su m onopolio
de los cargos al dividir a la población de Atenas en cuatro cla-
ses de rentas. A las dos clases superiores les concedió el dere-
cho a las suprem as m agistraturas; a la tercera, el acceso a los
cargos adm inistrativos in feriores, y a la cuarta y últim a, un
voto en la asam blea de ciudadanos, que a partir de entonces
se convirtió en un a in stitu ción regular de la ciudad. Pero estas
disp osicion es no estab an destinadas a durar. En los treinta
años siguientes, Atenas experim entó un rápido crecim iento co-
m ercial con la creación de una m oneda de la ciudad y la m ul-
tiplicación del com ercio local. Los con flictos sociales entre los
ciudadanos se renovaron y agravaron rápidam ente, culm inando
en la tom a del poder por el tirano Pisístrato. Bajo su dom inio,
la form ación social aten iense adoptó su configuración definiti-
va. Pisístrato patrocinó un program a de construcciones que
proporcionó trabajo a los artesanos y trabajadores urbanos y
presidió el florecien te desarrollo del tráfico m arítim o m ás allá
del Pireo. Pero, sobre todo, P isístrato ofreció una asistencia fi-
nanciera directa al cam pesinado ateniense en form a de crédi-
tos públicos que afianzaron su autonom ía y seg u rid a d 5 en vís-

4 No se sabe con certeza si los campesinos pobres del Atica eran


arrendatarios o propietarios de sus tierras antes de las reformas de So-
lón. Andrewes afirma que quizá fueran lo primero (Greek society, pá-
ginas 106-7), pero las generaciones posteriores no conservan ningún re-
cuerdo de una distribución de tierras efectuada por Solón. La tesis de
Andrewes parece, pues, improbable.
5 M. I. Finley, The ancient Greeks, Londres, 1963, p. 33 [Los griegos
de la Antigüedad, Barcelona, Labor, 1973] considera la política de Pisís-
trato más importante para la independencia económica del campesinado
ático que las reformas de Solón.
Grecia 27

peras de la polis clásica. La supervivencia incondicional de


los pequeños y m edianos agricultores estaba garantizada. Este
proceso económ ico —cuya inversa ausencia habría de definir
m ás tarde la h istoria social de R om a— parece que fue sim ilar
en toda Grecia, aunque los hechos en que se apoyó no están en
parte alguna tan docum entados com o en Atenas. En el resto de
Grecia, el tam año m edio de las propiedades rurales posible-
m ente era m ayor, pero sólo en Tesalia predom inaban las gran-
des fincas de la aristocracia. La base económ ica de la ciudada-
nía helena habría de ser la m odesta propiedad agrícola. Apro-
xim adam ente al m ism o tiem po en que se llegaba a este ajuste
social, en la era de las tiranías, tuvo lugar un cam bio signifi-
cativo en la organización m ilitar de las ciudades. A partir de
entonces, los ejércitos se com pusieron esencialm ente de hopli-
tas, infantería pesada que constituyó una innovación griega en
el m undo m editerráneo. Cada hoplita se equipaba, a sus expen-
sas, con arm as y armadura: una soldadesca de este tipo pre-
suponía un razonable nivel econ óm ico y, de hecho, los solda-
dos hoplitas siem pre procedían de la clase m edia agraria de
las ciudades. Su eficacia m ilitar habría de m ostrarse en las
sorprendentes victorias griegas sobre los persas en el siglo si-
guiente, pero lo m ás im portante fue, en definitiva, su posición
central dentro de la estructura política de las ciudades-Estado.
La condición previa de la posterior «dem ocracia» griega o de
la extendida «oligarquía» fue una infantería de ciudadanos que
se arm aban a sí m ism os.
E sparta fue la prim era ciudad-E stado que encarnó los re-
sultados sociales del sistem a m ilitar hoplita. Su evolución en
la época preclásica constituye un curioso contrapeso de la de
Atenas. Esparta, en efecto, no con oció ninguna tiranía, y la fal-
ta de este habitual ep isodio transicional prestó un carácter
peculiar a sus in stitu cion es econ óm icas y políticas, m ezclando
en un m olde sui generis rasgos avanzados y arcaicos. La ciudad
de Esparta conquistó desde fecha tem prana un hinterland rela-
tivam ente am plio en el P eloponeso, prim ero hacia el este, en La-
conia, y después hacia el oeste, en M esenia, y esclavizó a la
m ayor parte de los habitantes de am bas regiones, que se convir-
tieron en «ilotas» del Estado. E ste engrandecim iento geográfico
y este som etim ien to social de la población de los alrede-
dores se consiguieron bajo el dom inio m onárquico. En el trans-
curso del siglo V II, sin em bargo, y tras la conquista inicial de
M esenia o la p osterior represión de una rebelión m esenia, y
com o consecuencia de ella, tuvieron lugar en la sociedad espar-

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28 La an tigü edad clásica

tana algunos cam bios radicales, atribuidos tradicionalm ente a


la figura m ítica del reform ador Licurgo. De acuerdo con la le-
yenda griega, la tierra se dividió en partes iguales que se d is-
tribuyeron entre los espartanos en kleroi o parcelas, cultivadas
por los ilotas, que eran propiedad colectiva del Estado. Más
tarde, esas propiedades «antiguas» se consideraron inalienables,
m ientras que los terrenos más recientes se consideraban pro-
piedad privada que podía venderse y co m p ra rse6. Todos los
ciudadanos tenían que abonar cantidades fijas en especie a la
syssitia o m esa com ún servida por cocineros y cam areros ilo -
tas; quienes fueran incapaces de cum plir esa obligación perdían
autom áticam ente la ciudadanía y se convertían en «inferiores»,
desgracia contra la que p osiblem ente fue establecida la pose-
sión de lotes inalienables. El resultado final de este sistem a
fue la creación de una intensa unidad colectiva entre los espar-
tanos, que se llam aban a sí m ism os con todo orgullo hoi ho-
m oioi, los «iguales», aunque la com pleta igualdad económ ica no
fue en ningún m om ento un verdadero rasgo de la ciudadanía es-
partana7.
El sistem a p olítico que surgió sobre la base de los kleroi
fue correlativam ente nuevo para su tiem po. La m onarquía nun-
ca desapareció por com pleto, com o sucedió en las otras ciuda-
des griegas, pero quedó reducida a un generalato hereditario
y lim itada por una doble titularidad, investida en dos fam ilias
reales8. En los dem ás aspectos, los «reyes» espartanos eran sim -
plem ente m iem bros de la aristocracia y participaban sin pri-
vilegios especiales en el con sejo de los treinta ancianos o ge-
rousia que gobernaba originariam ente a la ciudad. El conflicto
típico entre m onarquía y nobleza en la prim era época arcaica
se resolvió aquí por m edio de un com prom iso in stitu cion al en-
tre am bos. Sin em bargo, durante el siglo V II la m asa de los
ciudadanos llegó a con stituir una asam blea plenaria de la ciu-
dad, con derecho a decidir sobre la política que le presentaba
el con sejo de ancianos, que, a su vez, se convirtió en un cuerpo

6 Se ha puesto en duda la realidad de una originaria división de tie-


rras e incluso de una posterior inalienabilidad de los kleroi; véase, por
ejem plo A. H. M. Jones, Sparta, Oxford, 1967, pp. 40-3. Andrewes, aunque
con precaución, concede más crédito a las creencias griegas: G reek so-
ciety, pp. 94-5.
7 La extensión de los kleroi que apuntalaban la solidaridad social de
Esparta ha sido muy debatida, con estim aciones que varían desde 8 a
36 hectáreas de tierra cultivable; véase P. Oliva, S parta and her social
p ro b lems, Amsterdam-Praga, 1971, pp. 51-2.
8 Para la estructura de la constitución, véase Jones, Sparta, pp. 13-43.
G recia 29

electivo, m ien tras que lo s cin co m agistrados anuales o éforos


tuvieron en adelante la suprem a autoridad ejecutiva p or elec-
ción directa de tod o s los ciudadanos. Las decisiones de la asam -
b lea podían ser rechazadas p or e l v e to de la gerousia, y los
éforos disponían de una excep cion al concentración de poder
arbitrario, pero a p esa r de ello la con stitu ción espartana que
cristalizó en la época p reclásica era en lo social la m ás avan-
zada de su tiem po. E sa co n stitu ció n representaba, en efecto, el
prim er derecho de v o to hoplita que se conquistó en G recia9,
y su introd ucción se sitúa a m enudo en el papel desem peñado
por la nueva in fantería pesada en la con q u ista o el aplastam ien-
to de la población som etida de M esenia. A partir de entonces,
E sparta siem p re fu e fam osa p or la inigualada disciplina y e l
valor de sus sold ados hoplitas. Las singulares cualidades m ili-
tares de los espartanos fueron consecu encia, a su vez, de la
generalización del trabajo de los ilotas, que liberó a los ciuda-
danos de toda función productiva directa y les perm itió entre-
narse p rofesion alm en te para la guerra con una dedicación ple-
na. E l resultado fue la creación de un cuerpo de unos och o o
nueve m il ciudadanos de Esparta, económ icam ente autosufi-
cien tes y p olíticam en te libres, m ucho m ás am plio e igualitario
que cualquier otra aristocracia coetánea o cualquier otra o li-
garquía p osterior en Grecia. El extrem o conservadurism o de
la form ación social y e l sistem a p o lítico espartanos en la época
clásica, que les hace parecer o b so leto s y atrasados en el siglo V,
fue en realidad el p rod u cto de los n otab les éxitos de sus trans-
form aciones innovadoras del sig lo V II. Fue el prim er E stado
griego que alcanzó una con stitu ción hoplita y el ú ltim o que la
m odificó: el m od elo prim igenio de la era arcaica sobrevivió
h asta la m ism a víspera de la defin itiva extinción de Esparta,
m edio m ilen io después.
E n el resto de Grecia, co m o ya h em os visto, las ciudades-
E stad o evolucionaron m ás len tam en te hacia su form a clásica.
N orm alm ente, las tiranías fueron las necesarias fases inter-
m edias de desarrollo. Su legislación agraria o sus innovaciones
m ilitares prepararon la polis h elén ica del siglo V . Pero todavía
fue n ecesaria una nueva y com p letam ente decisiva innovación
para la llegada de la civilización griega clásica. Se trata, natu-
ralm ente, de la in trod ucción en gran escala de la esclavitud.
La conservación de la pequeña y m ediana propiedad de la tie-
rra había resu elto en el Atica y en toda Grecia una creciente

9 Andrewes, The G reek tyran ts, pp. 75-6.


30 La an tigü edad clásica

crisis social, pero por sí m ism a habría conducido a la paraliza-


ción del desarrollo p olítico y cultural de la civilización griega
en un nivel «beocio» al im pedir la aparición de una división
social del trabajo y de una superestructura urbana m ás com -
plejas. Las com unidades relativam ente igualitarias de cam pesi-
nos pueden congregarse físicam en te en ciudades, pero lo que
no pueden crear, en la sim plicidad de su estado, es una bri-
llante civilización ciudadana del tip o que la Antigüedad iba a
presenciar ahora por vez prim era. Para eso se requería la gene-
ralización de una fuerza de trabajo excedente y cautiva que
em ancipara al estrato dirigente y le perm itiera construir un
nuevo m undo civil e intelectual. «En general, la esclavitud fue
fundam ental para la civilización griega en el sentido de que su
abolición y su stitu ción por trabajo libre —si a alguien se le
hubiera ocurrido intentarlo— habría dislocado toda la sociedad
y acabado con el o cio de las clases altas de Atenas y Esparta»10.
Así pues, no fue algo puram ente fortuito que la salvación
del cam pesinado independiente y la cancelación de la servi-
dum bre por deudas fueran rápidam ente seguidas, en las ciuda-
des y en el cam po de la Grecia clásica, de un nuevo y extra-
ordinario aum ento en el u so del trabajo de esclavos. En efecto,
cuando los extrem os de la polarización social quedaron bloquea-
dos dentro de las com unidades helenas, la clase dom inante
recurrió lógicam ente a la im portación de esclavos para resol-
ver la escasez de m ano de obra. El precio de los esclavos —en
su m ayoría tracios, frigios y sirios— era bajísim o, n o m uy su-
perior al costo de un año de m antenim iento11; lo que perm itió
que su em pleo se generalizase en toda la sociedad griega hasta
el punto de que incluso los m ás hu m ildes artesanos o los p e-
queños agricultores con frecuencia podían poseerlos. E sta evo-
lución económ ica tam bién se había anticipado en Esparta, por-
que la previa creación de una m asa rural de ilotas en Laconia
y M esenia fue lo que perm itió la aparición de la fraternidad de
los espartanos, la prim era población esclava num erosa de la
Grecia p reclásica y la prim era clase libre de hoplitas. Pero en
este caso, com o en todos los dem ás, la prioridad espartana blo-
queó la p osterior evolución: la condición de los ilotas se detuvo
en una «form a subdesarrollada» de e sc la v itu d 12, porque los

10 Andrewes, Greek society, p. 133. Compárese con V. Ehrenburg, The


Greek state, Londres, 1969, p. 96: «Sin metecos o esclavos, difícilmente
habría existido la p olis.»
11 Andrewes, Greek society, p. 135.
12 Oliva, Sparta and her social problem s, pp. 43-4. Los ilotas poseían
Grecia 31

ilotas no podían ser com prados, ni vendidos, ni m anum itidos,


y eran propiedad colectiva en vez de privada. La esclavitud ple-
nam ente m ercantil, regida por las leyes del m ercado, fue intro-
ducida en Grecia en las ciudades-Estado que habrían de ser los
rivales de Esparta. En el siglo V , durante el apogeo de la polis
clásica, Atenas, Corinto, Egina y prácticam ente todas las ciuda-
des de alguna im portancia tenían una num erosa población es-
clava que con frecuencia superaba a la de ciudadanos libres.
Fue la im plantación de esta econom ía esclavista —en las m i-
nas, la agricultura y la artesanía— lo que perm itió el repentino
florecim ien to de la civilización urbana de Grecia. N aturalm ente,
su im pacto —com o ya hem os indicado antes— no se lim itó a
lo económ ico. «La esclavitud no era, por supuesto, una mera
necesidad económ ica, sino que era vital para el conjunto de la
vida social y p olítica de los ciudadanos»13. La polis clásica es-
taba basada en el nuevo descubrim iento conceptual de la libertad,
posibilitado por la institu ción sistem ática de la esclavitud: frente
a los trabajadores esclavos, el ciudadano libre aparecía ahora
en todo su esplendor. Las prim eras in stitu ciones «dem ocráti-
cas» de la Grecia clásica aparecieron en Quíos a m ediados del
siglo V I; la tradición afirm a tam bién que Quíos fue la primera
ciudad griega que im portó en gran escala esclavos procedentes
del bárbaro O riente14. En Atenas, las reform as de S olón fueron
seguidas por un vertiginoso aum ento de la población esclava en
la época de la tiranía, a la que siguió, a su vez, una nueva
constitución elaborada por C lístenes que abolió las tradicio-
nales division es tribales de la población, con sus oportunidades
para el clien telism o aristocrático, reorganizó a los ciudadanos
en «dem os» locales y territoriales e instituyó la elección por
sorteo para un am pliado C onsejo de los Q uinientos, que diri-
giría los asuntos de la ciudad en com binación con la asamblea
popular. Durante el siglo V tuvo lugar la generalización de
esta fórm ula p olítica «probuléutica» en las ciudades-E stado de
Grecia: un con sejo reducido proponía las decisiones públicas
a una asam blea m ás am plia que las votaba, pero que carecía
de derecho de iniciativa (aunque en los E stados m ás popula-
res la asam blea conquistaría m ás adelante ese derecho). Las
variaciones en la com p osición del consejo y la asam blea, y en
la elección de los m agistrados del E stado que dirigían su adm i-

también sus propias fam ilias y en ocasiones fueron utilizados para reali-
zar tareas militares.
13 Victor Ehrenburg, The G reek state, p. 97.
14 Finley, The ancient Greeks, p. 36.
32 La a n tigü edad clásica

nistración, definían el grado relativo de «dem ocracia» o de «oli-


garquía» dentro de cada polis. El sistem a espartano, dom inado
por un eforado autoritario, fue el evidente antípoda del ate-
niense, que llegó a estar centrado en la asam blea plenaria de
ciudadanos. Pero la línea esencial de dem arcación no pasaba
por la ciudadanía constituyente de la polis, p or m ás que ésta
estuviera organizada y estratificada, sino que separaba a los
ciudadanos —ya fuesen los 8.000 espartanos o los 45.000 ate-
nienses— de los no ciudadanos y de los no libres. La com unidad
de la polis clásica, independientem ente de sus divisiones de
clase internas, estaba erigida sobre una m ano de obra esclavi-
zada de la que recibía toda su form a y toda su sustancia.
E stas ciudades-E stado de la Grecia clásica se enzarzaron
en con stan tes rivalidades y agresiones m utuas. D espués de que
el p roceso de colonización hubiese llegado a su fin al term inar
el sig lo V I, la vía típica de expansión fue la conquista y el
tributo m ilitar. Con la expulsión de las fuerzas persas de Gre-
cia a principios del siglo V , Atenas conquistó de form a gradual
el poder preem inente entre las ciudades rivales del m ar Egeo.
El Im perio ateniense levantado en la generación que va de Te-
m ístocles a Pericles parecía contener la prom esa, o la am enaza,
de la u nificación política de Grecia bajo el gobierno de una
sola polis. Su base m aterial se asentaba en la situ ación y los
rasgos peculiares de la propia Atenas, que territorial y dem o-
gráficam ente era la m ayor ciudad-Estado helena, aunque sólo
tuviese unos 2.500 kilóm etros cuadrados de extensión y unos
250.000 habitantes. El sistem a agrario del Atica ejem p lificab a
el m od elo general de la época, aunque quizá de una form a es-
p ecialm ente pronunciada. Según las m edidas helenas, la gran
propiedad agraria era la finca de 40 a 80 hectáreas15. En el
Atica había m uy pocas fincas grandes, e in clu so los terratenien-
tes ricos poseían cierto núm ero de fincas pequeñas m ás que
latifundios concentrados. Las propiedades de 30 e in clu so 20
hectáreas se situaban por encim a de la m edia, m ientras que
las parcelas m ás pequeñas n o superaban probablem ente las dos
hectáreas. H asta finales del siglo V , las tres cuartas partes de
los ciudadanos libres poseían alguna propiedad r u r a l16. Los
esclavos aseguraban el servicio dom éstico, el trabajo del cam -
po — donde cultivaban norm alm ente las haciendas de los ricos—
y el trabajo artesano. Probablem ente su núm ero era in ferior al
15Forrest The emergence of Greek dem ocracy, p. 46.
16 M. I. Finley, S tudies in land and credit in ancient Athens, 500-200
b. C., New Brunswick, pp. 58-9.
G recia 33

de los trabajadores libres en la agricultura y quizá en la arte-


sanía, pero form aban un grupo m ucho m ayor que el total de
lo s ciudadanos. E n el siglo V quizá hubiera en Atenas de 80.000
a 100.000 esclavos p or unos 30.000 a 40.000 ciu d a d a n o s17. Un
tercio de la pob lación lib re vivía en la m ism a ciudad y la m a-
yor parte de los restantes en las aldeas de los inm ediatos alre-
dedores. La in m en sa m ayoría de los ciudadanos estab a form a-
da p or las clases de los «hoplitas» y los «thetes», quizá en una
proporción resp ectiva de 1 a 2. E sto s ú ltim os con stitu ían el
secto r m ás pobre de la población, sien d o incapaces de equi-
parse a sí m ism os para los deberes de la infantería pesada. Le-
galm ente, la división en tre h op litas y th etes se hacía por los
ingresos, p ero no por la ocupación o la residencia: lo s hopli-
tas eran p osib lem en te artesanos urbanos, m ientras que quizá
la m itad de los th e tes eran cam pesin os pobres. Por encim a de
esta s dos ciases in feriores había dos órdenes m ucho m ás re-
ducidos de ciudadanos acom odados, cuya élite form aba un n ú -
cleo de unas 300 fam ilias ricas, situadas en la cim a de la so-
ciedad a te n ie n s e 18. E sta estructura social, con su reconocida
estratificación , pero tam bién con su falta de abism os radicales
den tro del cuerpo de lo s ciudadanos, sen tó las b ases de la de-
m ocracia política de Atenas.
A m ediad os del sig lo V , el C onsejo d e los Q uinientos, que
supervisaba la adm in istración de A tenas, se seleccionaba por
sorteo del co n ju n to de ciudadanos, para evitar los peligros del
predom inio y el clien telism o autocráticos, asociados con las
eleccion es. De los p u esto s im portantes del E stado, los únicos
electivos eran los diez generalatos m ilitares que, lógicam ente,
recaían siem pre en el estrato sup erior de la ciudad. El consejo
d ejó de p resentar resolu cion es controvertidas a la asam blea de
ciudadanos — que ahora concentraba ya la plena soberanía y
la iniciativa p olítica— y se lim itab a a preparar el orden del día
y a som eterle los tem as d ecisivos para su aprobación. La asam -
blea celebraba un m ín im o de 40 sesio n es anuales, a las que po-
siblem en te a sistían por térm ino m edio m ás de 5.000 ciudadanos,
ya que se n ecesitab a un q u o ru m de 6.000 para la liberación de
m uchos tem as rutinarios. La asam blea debatía y determ inaba
directam ente todas las cu estio n es p olíticas im portantes. E l sis-
tem a ju d icial que flanqueaba al núcleo legislativo de la polis
estaba com p u esto p or jurados, seleccion ad os p or sorteo entre
17 Westermann, The slave system s of Greek and R om an A ntiquity, pá-
gina 9.
18 A. H. M. Jones, Athenian dem ocracy, Oxford, 1957, pp. 79-91.
34 La an tigü edad clásica

los ciudadanos, que recibían una paga por sus obligaciones


para perm itir el servicio de los pobres, com o en el caso de los
con sejeros. E ste principio se extendió durante el siglo IV a la
asisten cia a la m ism a asam blea. Puede decirse que no existía
ningún funcionariado perm anente, ya que los cargos adm inis-
trativos se distribuían por sorteo entre los consejeros, y la
dim inuta fuerza de p olicía estab a com puesta por esclavos esci-
tas. N aturalm ente, la dem ocracia popular directa de la consti-
tución aten iense se diluía en la p ráctica por el predom inio in -
form al sobre la asam blea de los p o líticos profesionales, proce-
dentes de las fam ilias de la ciudad tradicionalm ente ricas y de
alta cuna (o m ás tarde de los nuevos ricos). Pero este predo-
m in io social nunca se afianzó o solid ificó legalm ente y siem pre
estuvo exp uesto a trastornos y enfren tam ientos a causa de la
naturaleza dem ótica del sistem a p olítico en el que tenía que
ejercerse. La con trad icción en tre am bos fue fundam ental para
la estructura de la polis ateniense y encontró un sorprendente
reflejo en la condena unánim e de la insólita dem ocracia de la
ciudad, efectuada por los pensadores que encarnaron su ini-
gualada cultura: T ucídides, S ócrates, Platón, A ristóteles, Iso-
crates o Jenofonte. Atenas nunca produjo una. teoría política
dem ocrática: prácticam ente todos los filósofos e historiadores
áticos de alguna im portancia tuvieron convicciones oligárqui-
cas19. A ristóteles con d ensó la quintaesencia de sus opiniones
en su breve y significativa proscripción de los trabajadores m a-
nuales de la ciudadanía del E stado id e a l20. El m odo de produc-
ción esclavista que subyacía a la civilización ateniense encontró
necesariam ente su expresión id eológica m ás prístina en el es-
trato social privilegiado d e la ciudad, cuyas cim as intelectuales
fueron p osib les gracias al plustrabajo realizado en los abism os
silen cio so s de la polis.
La estructura de la form ación social ateniense, así consti-
tuida, no fu e por sí m ism a su ficien te para generar su suprem a-
cía im perial en Grecia. Para conseguir e sto fueron necesarios
otros dos rasgos esp ecífico s de la econom ía y la sociedad ate-
n ien ses, que la situaron aparte de cualquier otra ciudad-Estado
helena del siglo V . En prim er lugar, el Atica tenía en Laurión
las m inas de p lata m ás ricas de Grecia. E xtraído principalm en-

19 Jones, Athenian dem ocracy, pp. 41-72, documenta esta divergencia,


pero no se percata de sus im plicaciones para la estructura del conjunto
de la civilización ateniense, contentándose con defender la democracia
de la polis contra los pensadores de la ciudad.
20 Politics, III, iv, 2, antes citado.
G recia 35

te por grandes grupos de esclavos —alrededor de 30.000— , el


m ineral de esta s m inas financió la construcción de la flota ate-
niense que venció en Salam ina a los barcos persas. La plata
ateniense fue desde el principio la condición del poderío naval
de Atenas. Adem ás, hizo posib le la aparición de una moneda
ática que, caso excepcional entre las m onedas griegas de la
época, fue am pliam ente aceptada en el extranjero com o instru-
m ento del com ercio interlocal, contribuyendo así decisivam en-
te a la prosperidad com ercial de la ciudad. E sta prosperidad se
vio favorecida todavía m ás por la excepcional concentración
en Atenas de extranjeros «m etecos», a quienes estaba prohibi-
da la propiedad de la tierra, pero que llegaron a dom inar la
actividad com ercial e industrial de la ciudad, a la que convir-
tieron en punto central del Egeo. La hegem onía m arítim a que
así se acum uló en Atenas estaba relacionada funcionalm ente
con la organización política de la ciudad. La clase hoplita de
agricultores m edianos, que proporcionaba la infantería de la
polis, ascendía a unos 13.000, es decir, un tercio de todos los
ciudadanos. La flota ateniense, sin em bargo, estaba tripulada
por m arineros p rocedentes de la clase m ás pobre de los thetes;
a los rem eros se les pagaba un salario y estaban de servicio
ocho m eses al año. Su núm ero era prácticam ente igual al de
los soldados de a pie (12.000), y su presencia contribuyó a ase-
gurar la am plia base dem ocrática del sistem a político atenien-
se, a diferencia de las otras ciudades-Estado de Grecia en las
que sólo la categoría hoplita proporcionaba la base social de
la p olis21. La superioridad m onetaria y naval de Atenas fue lo
que dio fuerza a su im perialism o, del m ism o m odo que favo-
reció su dem ocracia. Los ciudadanos de Atenas estaban exen-
tos casi por com pleto de toda form a de im p uestos directos. En
especial, la propiedad de la tierra — que estaba legalm ente li-
m itada a los ciudadanos— no soportaba ninguna carga fiscal,
lo que constituía una condición básica para la autonom ía cam-
pesina dentro de la polis. Los ingresos públicos interiores de
Atenas procedían de las propiedades estatales, de los im puestos
indirectos (tales com o los derechos portuarios) y de las obliga-
torias «liturgias» financieras ofrecidas a la ciudad por los ri-
cos. E sta benigna fiscalidad se com plem entaba con la paga

21 La tradición afirma que la victoria de los marinos en Salamina hizo


que las demandas de derechos políticos por los thetes fuesen irresisti-
bles, del mismo modo que las campañas de los soldados contra Mesenia
probablemente habían conquistado para los hoplitas espartanos su ciu-
dadanía.
36 La a n tigü edad clásica

pública por los servicios de los jurados y con un am plio em -


p leo naval, com binación que ayudó a garantizar el notable gra-
do de paz pública que caracterizó a la vida p olítica de A tenas22.
Los costes económ icos de esta arm onía popular se desplazaron
hacia la expansión exterior de Atenas.
El Im perio ateniense que surgió a raíz de las guerras per-
sas fue un sistem a esencialm ente m arítim o, destinado a subyu-
gar coercitivam ente a las ciudades-E stado griegas del Egeo. La
colonización propiam ente dicha desem peñó en su estructura un
papel secundario, aunque en m odo alguno desdeñable. Es sig-
nificativo que Atenas fuese el único E stado griego que creó una
clase especial de ciudadanos en el extranjero o «clerucos», a
quienes se dieron tierras coloniales confiscadas a los rebeldes
aliados extranjeros y que —a diferencia del resto de los colonos
helenos— conservaban todos los derechos ju ríd icos en la m e-
trópoli. El continuo establecim iento de cleruquías y colonias
ultram arinas durante todo el siglo V perm itió a la ciudad la
prom oción de m ás de 10.000 atenienses de la condición de the-
tes a la de hoplitas por m edio de la con cesión de tierras en el
exterior, con lo que al m ism o tiem po reforzó enorm em ente su
poderío m ilitar. Sin em bargo, la base fundam ental del im peria-
lism o ateniense n o radicaba en estas colonias. El auge del po-
derío de Atenas en el Egeo creó un orden p o lítico cuya verda-
dera función con sistió en coordinar y explotar las costas e is-
las ya urbanizadas por m edio de un sistem a de tributos m one-
tarios recaudados para el m antenim iento de una flota perm a-
nente, que era nom inalm ente el com ún defensor de las liberta-
des griegas frente a las am enazas orientales, p ero que de hecho
era el in strum ento central de la opresión im perialista de Ate-
nas sobre sus «aliados». E n el año 454, el tesoro central de la
Liga de Delos, creada en principio para luchar contra Persia,
fue transferido a Atenas; en el 450, la negativa de A tenas a
perm itir la d isolu ción de la liga tras la paz con Persia convirtió
a aquélla en un im perio de fac to. En el m om ento de su e s-
plendor, durante la década de 440, el sistem a im perial atenien-
se abarcaba a unas 150 ciudades, principalm ente jónicas, que
pagaban una sum a anual en dinero al teso ro central de Atenas
y no podían m antener flotas propias. E l trib u to total proceden-
te del im perio era, según los cálculos, un 50 p or ciento
superior a los ingresos interiores del Atica, e indudablem ente
22 M. I. Finley, Democracy ancient and m odern, Londres, 1973, pp. 45,
48-9; véanse también sus observaciones en The ancient econom y, pági-
nas 96, 173.
G recia 37

financió la superabundancia civil y cultural de la polis de Pe-


r ic le s B. En A tenas, la arm ada que pagaba el im perio propor-
cion aba em p leos esta b les a la cla se m ás num erosa y m enos
p rivilegiada de los ciudadanos, y las obras públicas que finan-
ciaba — entre ellas el Partenón— constituyeron los m ás insignes
em b ellecim ien to s de la ciudad. E n el exterior, los escuadrones
a ten ien ses vigilaban las aguas del E geo, m ientras que los dele-
gados p o lítico s, los com andantes m ilitares y los com isarios vo-
lantes garantizaban la docilidad de las m agistraturas en los E s-
tad os so m etid o s. Los tribunales aten ien ses ejercían los poderes
de la represión ju d icial sobre los ciudadanos de las ciudades
aliadas so sp ech o so s de d e s le a lta d 24.
Pero los lím ites del p o d erío exterior de Atenas se alcanza-
ron m uy pronto. P robablem ente, ese poderío estim u ló el co-
m ercio y las m anufacturas en el Egeo — donde se extendió por
d ecreto el u so de la m oneda ática y se suprim ió la piratería— ,
aunque lo s m ayores b en eficio s del crecim ien to com ercial se
acum ularon en la com un idad m eteca de la propia Atenas. El
sistem a im perial gozaba tam bién de las sim patías de las clases
m ás pobres de las ciu dad es aliadas, porque la tutela ateniense
sign ificab a p o r lo general la in stalación local de regím enes de-
m ocráticos, acordes con los de la propia ciudad im perial, y la
carga financiera d e lo s trib u to s recaía sobre las clases a lt a s 25.
Pero A tenas fue incapaz de con segu ir una integración in stitu -
cional de e sto s aliados en un sistem a político unificado. La
ciudadanía a ten ien se era tan am p lia en el interior que n i si-
quiera fue p o sib le extenderla en el exterior a los n o atenienses,
ya que esto habría sido fu n cion alm en te contrario a la dem ocra-
cia resid encial directa de la asam b lea de m asas, realizable úni-
cam ente d en tro de un esp a cio geográfico m uy pequeño. Así
pues, y a p esar de los acen to s populares del gobierno ateniense,
los fu n dam entos «dem ocráticos» in teriores del im p erialism o de
P ericles generaron n ecesariam en te la explotación «dictatorial»
de su s aliados jó n ico s, q u e ten d ieron in evitablem ente a ser arro-
jad os con rapacidad hacia la servidum bre colonial; y esto fue

23 R. Meiggs, The Athenian E m pire, Oxford, 1972, pp. 152, 258-60.


24 Meiggs, ibid., pp. 1714, 205-7, 215-6, 220-33.
25 G. E. M. De Ste. Croix dem uestra de forma convincente esta sim -
patía: «The character o f the Athenian Empire», H istoria, vol. VIII, 1954-
1955, pp. 1-41. En la Liga de Delos había algunos aliados oligárquicos
—Mitilene, Quíos o Sam os— y Atenas no intervino sistem áticam ente en
la constitución de sus ciudades, pero los conflictos locales se aprovecha-
ron normalmente com o oportunidades para el establecim iento forzoso
de sistem as populares.
38 La an tigü edad clásica

así porque no había ninguna base para la igualdad o la federa-


ción, que quizá habría perm itido una constitución m ás oligár-
quica. Al m ism o tiem po, sin em bargo, la naturaleza dem ocráti-
ca de la po lis aten iense —cuyo p rin cip io no era la representa-
ción, sino la p articipación directa— im posibilitaba la creación
de una m aquinaria burocrática capaz de som eter por m edio de
la coerción adm inistrativa a un exten so im perio territorial.
Apenas existía un aparato de E stado separado o profesional en
la ciudad, cuya estru ctu ra p olítica se d efinía esencialm ente por
su rechazo de cuerpos esp ecializad os de funcionarios —civiles
o m ilitares— situad os aparte de los ciudadanos ordinarios: la
dem ocracia aten ien se significaba, precisam ente, el rechazo de
sem ejan te división entre «E stado» y «sociedad»26. Por tanto,
tam poco existía ninguna base para una burocracia im perial. El
exp ansion ism o ateniense, en consecuencia, se derrum bó rela-
tivam ente p ronto debido tanto a las contradicciones de su pro-
p ia estructura com o a la resisten cia — que su estructura faci-
litaba— de las ciudades m ás oligárquicas de la Grecia interior,
encabezadas por Esparta. La liga espartana poseía las ventajas
contrarias de las debilidades atenienses: una confederación de
oligarquías, cuya fuerza se basaba directam ente en los propie-
tarios h oplitas m ás que en una m ezcla con los m arineros de-
m óticos y cuya unidad n o entrañaba, por tanto, ni tributos m o-
n etarios ni el m on opolio m ilitar de la m ism a ciudad hegem ó-
nica de E sparta, cuyo poder siem pre fue intrínsecam ente m enos
am enazador para las otras ciudades griegas que el de Atenas.
La falta de un im portante hinterland hacía que el poderío m i-
litar de Atenas — tan to en reclutam iento com o en recursos—
fu ese dem asiado débil para resistir una coalición de rivales te-
rrestres27. La guerra del P eloponeso unió el ataque de sus pa-

26 Para Ehrenburg, ésta era su gran debilidad. La identidad entre Es-


tado y sociedad era necesariamente una contradicción, porque el Estado
tenía que ser único m ientras que la sociedad siempre era plural a causa
de su división en clases. De ahí que o bien el Estado reproducía esas divi-
siones sociales (oligarquía) o bien la sociedad absorbía al Estado (democra-
cia): ninguna de estas soluciones respetaba una distinción institucional,
que para Ehrenburg era inmutable, y de ahí que ambas llevaran en sí m is-
mas el germen de su propia destrucción: The Greek s ta te , p. 89. Natu-
ralm ente, para Marx y Engels la grandeza de la democracia ateniense
residía precisam ente en este rechazo estructural.
27 En general, las líneas divisorias entre «oligarquía» y «democracia»
correspondían con bastante exactitud en la Grecia clásica a las discre-
pancias entre las orientaciones hacia el mar y las orientaciones hacia
tierra firme. Los m ism os factores m arítim os que prevalecían en Atenas
también estaban presentes en su zona de influencia jónica, mientras que
G recia 39

res a la rebelión de sus súbditos, cuyas clases propietarias se


unieron a las oligarquías con tinentales una vez com enzada la
guerra. Sin em bargo, y a pesar de todo, fue n ecesario el oro de
Persia para financiar una flota espartana capaz de acabar con
el dom inio aten iense del m ar antes de que el Im perio ateniense
fu ese derrotado d efinitivam ente en tierra por Lisandro. A par-
tir de entonces, no existió ninguna posib ilidad de que Jas ciu-
dades helenas generasen un E stado im perial unificado desde
su centro, a pesar de la relativam ente rápida recuperación eco-
nóm ica de los efectos de la larga guerra del Peloponeso: la
m ism a paridad y m ultiplicidad de los centros urbanos de Gre-
cia los neutralizaba colectivam en te para una expansión exte-
rior. Las ciudades griegas del siglo IV se hundieron en el ago-
tam iento a m edida que la polis clásica experim entaba crecien-
tes d ificultad es en las finanzas y en el reclutam iento m ilitar,
síntom as de un inm inente anacronism o.

la mayor parte de los aliados de Esparta en el Peloponeso y en Beocia


estaban más profundamente afincados en la tierra. La principal excep-
ción fue, naturalmente, Corinto, el centro comercial tradicionalmente ri-
val de Atenas.

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