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RELACIONES PÚBLICAS - PRIVADAS EN MATERIA DE INVERSION

PÚBLICA

Con carácter general, las obras públicas se financian con cargo a los presupuestos de los
distintos entes públicos responsables de su gestión. La no disponibilidad de fondos
suficientes para hacer frente a los elevados costes de ejecución de las obras, y el interés
de no demorarlas en el tiempo por los beneficios sociales que se derivan de ellas, han
movido a las Administraciones a recurrir al endeudamiento para poderlas financiar,
deuda que, junto con los intereses, deben ir saldando a lo largo de un número de años.
Recurrir al endeudamiento para financiar una infraestructura, siempre que ese
endeudamiento se encuentre en unos niveles razonables de modo que pueda saldarse la
deuda en un período de tiempo adecuado, es una estrategia correcta. Por un lado, porque
la puesta en marcha de esa infraestructura va a generar una actividad económica
asociada a ella que, junto con los beneficios sociales derivados de la misma (desarrollo
regional, creación de empleo), producirá ingresos en las arcas públicas, vía impositiva.
Por otra parte, cabe interpretar que existe una cierta “ética social” en esa estrategia, pues
los más beneficiados por la obra pública serán los ciudadanos que desarrollen su
actividad en los años futuros, que es cuando, precisamente, se estará haciendo frente al
pago de la deuda.

El problema está en que no es posible seguir endeudándose indefinidamente, no solo


por la imposibilidad de hacer frente a esas cantidades (y sus intereses). Tampoco es
posible el endeudamiento más allá de ciertos niveles por las limitaciones europeas como
consecuencia de la existencia de una moneda única. Ahora bien, para aquellas
infraestructuras públicas que, además de tener un interés social, sea socialmente factible
la imposición de un peaje al usuario por su utilización, cabe analizar si gracias a los
ingresos previsibles pudiera resultar rentable su construcción y explotación a lo largo de
un número de años porque, en ese caso, es probable que acuda la iniciativa privada y se
haga cargo de esos elevados costes. Esa posibilidad es interesante para la
Administración, pues consigue que se ejecuten las obras y que el servicio público
empiece a funcionar cuanto antes, sin necesidad de recurrir a préstamos. Las
concesiones administrativas tienen una amplia tradición en nuestro país,
fundamentalmente en los sectores del transporte y de la energía, y están reguladas en
nuestra legislación bajo la denominación de “contrato de concesión de obras públicas”.
Sin embargo, los elevados costes de construcción (y de expropiaciones) pueden hacer
difícil la rentabilidad de la inversión. Para conseguirla, manteniendo los peajes, y la
demanda, en unos niveles socialmente aceptables, sería preciso (siempre en el
entendimiento del interés social de la inversión y de su conveniencia en no demorarla),
una “ayuda” por parte de la Administración. Esa ayuda puede materializarse en unas
aportaciones públicas a la construcción (con lo que el concesionario asumiría realmente
unos costes de inversión menores), o a la explotación, mediante diversos
procedimientos, entre otros, la aportación por parte de la Administración de la
diferencia entre el peaje teórico que habría que establecer para rentabilizar la inversión,
y el valor real que abonarán los usuarios.

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