Вы находитесь на странице: 1из 1

Comentario sobre “Dictatus Papae y Unam Sanctam”

El hierocratismo es la doctrina que versa acerca de la superioridad del poder religioso


sobre el temporal que se desarrollo en la edad media, durante el papado de Gregorio VII (1073-
1085) a Bonifacio VIII (1294-1303), período en el que la Iglesia llegó a controlar con plena
potestad casi todos los ámbitos de la vida espiritual y temporal de ese entonces.
Tras el cambio de sede del poder imperial que realizó Constantino, la caída de Occidente
(476), la helenización de la Iglesia en Oriente, los enfrentamientos políticos y religiosos entre Roma
y Constantinopla que culminan en su separación, se hace razonable que el papado buscara apoyo
político en la autoridad civil de Roma, sin embargo, la ayuda siempre estaría sometida a una
injerencia del poder civil en asuntos eclesiásticos, de los que derivarían grandes males para la
Iglesia: la simonía, el matrimonio ilícito del clero y la querella de las investiduras.

El joven Hildebrando (futuro Gregorio VII) –que veía en estos problemas la raíz de la
corrupción en la Iglesia y que convertían el papado en peón para reyes y nobles–, se sumaba a un
programa reformador, primero como consejero de los Papas y luego como el mismo Papa. Al tiempo
que se ponía fin a estos conflictos de intervención ilícita, el proceso de reforma también se
encaminaría a afirmar una primacía del poder espiritual como origen del poder secular.

Así en el Dictatus Papae, Gregorio VII subraya el papel del Obispo de Roma como
Vicario de Cristo, con potestad plena espiritual y temporal, tanto que podía excomulgar y
deponer a obispos (3, 5), a emperadores (12) y absolver a sus súbditos del juramento de
fidelidad que le debían (27), además de algunas exageraciones (6, 9, 18, 19, 22).
Con Inocencio III (1160-1216), el Pontífice manejaba con su mano la espada espiritual y
ponía en mano del príncipe la temporal, además de controlar indirectamente con su juicio moral el
gobierno secular. Con Inocencio IV (1243-1254), el Papa podía juzgar a todo cristiano y
excomulgarlo, privándole de toda potestad temporal, como hizo con Federico II al destituirlo.

Con Bonifacio VIII en Unam Sanctam, las cosas irían más lejos: afirma que solo hay una
Iglesia y que fuera de ella no hay salvación, que esta Iglesia fue encomendada a Pedro y quien
no se someta a él y a sus sucesores no es oveja de Cristo (como los griegos), y que someterse
al Papa es necesario para la salvación; que las dos espadas (espiritual y temporal) están en
poder de la Iglesia y que ambas le pertenecen: la espiritual en mano de la misma Iglesia, la
temporal puesta en manos del rey pero bajo la guía y mandato del sacerdote, de modo que la
temporal está sometida a la Iglesia y solo ella puede instituir y juzgar a la temporal, a la Iglesia
nadie puede juzgarla, sino solo Dios.
Cierto es que la injerencia del poder secular en asuntos eclesiásticos ponía en riesgo la
libertad de la Iglesia y que la formulación del hierocratismo justificaba no solo la solución de
los problemas más apremiantes, sino que le aseguraba a la Iglesia un lugar de autoridad en la
sociedad medieval, blindándola de posteriores intervenciones. Sin embargo, también hay que
reconocer que el origen divino de la Iglesia no excluye la debilidad humana de sus miembros,
y que la potestad sofocante que ostentaba la Iglesia jerárquica la haría caer sin remedio en
abusos de poder con los excesos que derivaran de ello. La misma historia cobrará cara factura
a la Iglesia por un pasado de poderío desproporcionado: el destierro de Aviñón, el conciliarismo
y la crisis protestante son apenas los primeros trazos de la Modernidad que cimbrará la
conciencia de los pueblos con las banderas de la Ilustración, el Estado moderno, el liberalismo,
el laicismo, además de la desconfianza infundida hacia la religión cristiana, que se mira con
sospecha y se le margina al ámbito de lo privado, como consta hasta nuestros días.
Ernesto Junior Martínez Avelino

Вам также может понравиться