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CANOSA, Ailín Iara

DNI 41.028.888
Comisión Bieda

FINAL DE LENGUA Y CULTURA GRIEGAS II (Cátedra Castello)

En la tragedia Medea de Eurípides, el personaje femenino homónimo principal se caracteriza


por ser un personaje complejo, en tanto que no puede ser identificado con los estereotipos de
figuras femeninas construidos por mitos y relatos épicos anteriores como, por ejemplo, el
personaje de Penélope y su opuesto en Clitemnestra o Helena en La odisea de Homero. Ambos
polarizan los estereotipos entre la “mujer deseable” y la mujer como “bello mal”, causa de los
padecimientos de los hombres. Pero Medea se evade de ambos extremos y propone otro tipo de
problematización de la femineidad.

Por un lado, Medea como figura femenina se construye sobre tres bases: ser extranjera
(sinónimo de barbarie, salvajismo y predominio de las pasiones en la cultura griega); ser mujer
y esposa repudiada (que, en tanto esposa, es representación de la civilización, aunque por ser
mujer le está prohibido participar en política); ser nieta de Helios, es decir, de linaje divino. Las
primeras dos condiciones la colocan en la posición de outsider de la sociedad griega de la época,
en términos de Cartledge (1999), mientras que la última, asociada además con sus
conocimientos de pociones, la convierten en sujeto poderoso, peligroso e incontrolable por las
fuerzas de los hombres. Los extremos civilización-barbarie (o los saberes y conductas que son
percibidos de tal modo por los griegos) en Medea están en constante tensión y producen
tormentas internas que el personaje exterioriza en reflexiones como “pues no haré perder
resolución a mi mano. / ¡Ay ay! / No, en verdad, corazón mío, no cometas tú el crimen”
[previamente al asesinato de sus hijos] (Eurípides, 2007: vv. 1054 a 1058).

Por otro lado, al haber sido deshonrada por su esposo, que le quitó la preeminencia social y
doméstica que le correspondía por ley en su rol de esposa, ejerce un reclamo a la sociedad
griega en su conjunto. Pero para que la justicia que exige finalmente se realice, Medea se
“masculiniza” progresivamente (¿voluntariamente?) a lo largo de la obra. Hasta la salida de
Egeo de escena, su rol es casi completamente pasivo, aunque podría citarse el momento de su
salida inicial de sus habitaciones con el propósito de refutar las acusaciones que le son dirigidas
como un primer momento de fortalecimiento de su posición. Sin embargo, luego de su diálogo
con Egeo por la falta de descendencia de éste, Medea es quien comienza a actuar. La “treta del
débil” que utilizó en su ruego a Creonte, en la segunda parte es solamente una máscara que
oculta la estrategia que va a desencadenar el asesinato de la princesa. Es decir, es una posición
de debilidad aparente que tiene su fuente en la astucia y en otra intencionalidad subyacente.
Pero el mayor rasgo de masculinización del personaje es la anulación de su maternidad, en
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principio a partir de la alteración del concepto que tiene de sus hijos. Ya no piensa en ellos en
a partir de los cuidados, el afecto y la devoción que le merecen, sino que los considera en
términos utilitarios, meramente como prolongación de la estirpe. Esa anulación del sentimiento
maternal es lo que inclina la balanza en el conflicto interno de Medea hacia la decisión de
asesinarlos, y que a su vez le implica la pérdida de alianzas de género con las mujeres del Coro.
El momento de mayor frialdad del personaje en este sentido es en vv. 1395-1396: “No estés
llorando; espera todavía a la vejez” (haciendo referencia a la deshonra de Jasón al llegar a la
vejez sin descendencia que continúe su linaje), pues alcanza el mayor desapego respecto de la
figura de la esposa prudente que encarna Penélope, por ejemplo. El mismo Agamenón en el
Canto XI de La odisea la caracteriza como “de mente bien cuerda y honrado sentir”, “insigne
en prudencia” y afectuosa madre de Telémaco (Homero, 1993: 278). Pero tampoco se la puede
identificar en la descripción de Agamenón de la mujer infiel que causa penurias a los hombres,
como Helena. La clave tal vez está en vv. 1034-1035, donde Medea dice respecto de la
consideración de asesinar sus hijos: “pues privada de vosotros, tendré una vida de pesadumbres
y aflicciones”. Ser privada de sus hijos implica una actitud de padecimiento de la acción, y
matiza el asesinato como un acto no del todo voluntario, sino que podría verse condenada a ello
por la situación social crítica en la que la puso Jasón al deshonrarla.

Por último, los sucesivos mecanismos de distanciamiento que actúan en la obra (como las
redundancias y los adelantos de la trama que eliminan el suspenso) ponen al espectador/lector
en una posición de juez respecto de la representación, de modo que el rol didáctico de esta
tragedia de Eurípides no actúa a partir de la presentación de un modelo de personaje cerrado a
imitar en la cotidianeidad, sino más bien a partir de personajes complejos que desatan debates
y exigen reflexión1.

Bibliografía

Aristófanes (2007). Comedias III. Lisístrata, Tesmoforiantes, Ranas, Asambleístas, Pluto, trad.
L. M. Macía Aparicio. Madrid: Gredos.

Arnott, P. D. (2003). Public and Performance in the Greek Theatre. New York: Routledge.

Cartledge, P. (1999). “«Deep Plays»: Theatre as process in Greek Civic Life”, The Cambridge
Companion to Grrek Tragedy, P. Easterling (ed.). Cambridge: Cambridge University Press.

1 En la comedia Las ranas, de Aristófanes (2007), puede verse que Esquilo y Eurípides están de acuerdo en el rol didáctico de las tragedias,
pero disienten en torno a cómo llevarlo a cabo. Esquilo favorece la idea de la representación de personajes virtuosos que sirvan de ejemplo
y modelo a seguir por la sociedad, mientras que Eurípides prefiere educar a partir del ejercicio de la razón en debates desencadenados por
las representaciones (pp. 281-286).
CANOSA, Ailín Iara
DNI 41.028.888
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Eurípides (2007). Medea, trad. César Guelerman. Buenos Aires: Biblos.

Homero (1993). La odisea, trad. José Manuel Pabón. Madrid: Gredos.

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