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Los resultados de la encuesta efectuada por Marks and Spencer apoyan las
afirmaciones de los escépticos de que por más que la gente jure y perjure que
las cuestiones éticas tienen gran influencia en lo que compra, la mayor parte de
los compradores sólo se interesa por el costo y que la transparencia haría poca
o ninguna diferencia. Basta sólo con ver el abismo existente entre la cantidad
de gente que dice ser ecológica y lo que compra en realidad. En Estados
Unidos, las encuestas de compradores indican que siete de cada 10 personas
se consideran "defensoras del medio ambiente"' y alrededor de la tercera parte
afirma haber dejado de comprar un producto porque la empresa que lo fabrica
contamina. Asimismo, alrededor de las tres cuartas partes de los entrevistados
dicen que no comprarían un producto fabricado bajo malas condiciones
laborales; 86% en una encuesta dijo que estaría dispuesto a pagar un dólar
más si se le garantizara que una prenda de ropa de 20 dólares no fue fabricada
en un taller que explota a las obreras. Sin embargo, este tipo de argumento
supone que la virtud siempre cuesta más, pero las realidades del mercado
enturbian el panorama. Consideremos los 10 champús más "tóxicos" y los 10
menos "tóxicos" (de acuerdo con la clasificación de Skin Deep, el sitio Internet
que evalúa la seguridad relativa de productos para el cuidado personal). Si bien
el peor de todos, un champú para niños, es también el más barato de la lista
por 30 ml de producto, el champú más caro de los 20 también aparece en la
lista de "peores". En otras palabras, cosco y virtud no siempre van de la mano.
Por ejemplo, con el incremento en los costos del petróleo, los negocios han
comenzado a buscar formas de reducir el consumo del mismo a lo largo de la
cadena de suministro, optando por fuentes más limpias de energía. Dichas
fuentes pueden costar menos que el petróleo, rompiendo una vez más el
vínculo entre un costo alto y una mejor calidad ecológica. Dow Chemical se ha
comprometido a encontrar alternativas no basadas en el petróleo para la
amplia variedad de productos químicos industriales que fabrica, un cambio que
sin duda reducirá la cantidad de toxinas artificiales en la naturaleza. A medida
que se modifiquen las ecuaciones de los costos, es posible que los productos
más ecológicos resulten más baratos o, en el peor de los casos, cada vez más
competitivos en términos de costo.
Es posible que los compradores de más edad estén poco dispuestos a cambiar
sus hábitos de indiferencia colectiva o se sientan tan poco entusiasmados por
las compras que no deseen emplear tecnologías como el código de barras
inteligente. Pero las nuevas generaciones, que han crecido en una atmósfera
de alarma sobre el futuro del planeta, parecen muy dispuestas a hacerlo. Si las
predicciones sobre el calentamiento del planeta resultan remotamente ciertas,
Katrina y sus parientes anuncian una verdadera avalancha de desastres
ecológicos en las próximas décadas.
Es muy probable que este tipo de trauma generacional, que podríamos decir
que las define, se exacerbe con el tiempo a medida que las reacciones
ecológicas ya desencadenadas produzcan efectos cada vez mayores. Si bien
las generaciones más viejas de consumidores tienen poca capacidad de
cambio, la gente joven está plenamente consciente de la necesidad de
establecer un límite respecto del daño que podemos seguir causando al
planeta. En una encuesta efectuada en 2007 entre adolescentes
estadounidenses, la mitad de los entrevistados afirmó que el deterioro del
planeta los asusta. Todavía más revelador es el hecho de que casi dos tercios
dijeron que pensaban que su generación sería mucho más responsable en
cuanto al medio ambiente que las generaciones anteriores y que 78% piensa
que tendrán tiempo de efectuar cambios capaces de reparar el daño hecho al
medio ambiente.
Esta diferencia de motivación hace que las nuevas generaciones estén más
dispuestas que las viejas a adoptar la transparencia ecológica como un factor
de las decisiones de compra y a hacerlo con un carácter cada vez más urgente
a medida que transcurra el tiempo. Para empezar, 80% piensa que las
corporaciones deberían estar sujetas a un código ético obligatorio en relación
con los efectos que causan en el medio ambiente. Las tres cuartas partes
afirman estar dispuestas a comprar productos o servicios que beneficien al
medio ambiente (si lo hacen o no, está por verse). De manera más específica,
83% dijo que si no costara mucho trabajo y si alguien les enseñara cómo,
harían algo por ayudar al medio ambiente. Esta es, en esencia, la función de la
transparencia radical: que sea fácil ayudar.
i
Tomado
de
Goleman
Daniel.
2009.
Inteligencia
Ecológica
“Cómo
el
hecho
de
conocer
las
consecuencias
ocultas
de
lo
que
compramos
puede
cambiarlo
todo”.
USA.