Вы находитесь на странице: 1из 8

La lección inaugural, entre la voz y la institución

PRESENTADO EN LAS XV JORNADAS NACIONALES DE ESTÉTICA Y DE


HISTORIA DEL TEATRO MARPLATENSE
MAR DEL PLATA, 11 AL 13 DE OCTUBRE 2013

Por Rosalía Baltar


(CELEHIS – Universidad Nacional de Mar del Plata)
rosalia.baltar@gmail.com

Ceremonia y personalidad

Dos pasos más allá de la Facultad de Humanidades, en el marco de los días de inicio de
las clases, podemos distinguir entre murales políticos y publicidades de todo tipo, algunos
carteles que anuncian: “Clase inaugural del Arquitecto A, aula x, en tal día, a tal hora”.
La Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño Industrial de la UNMdP comienza el
año lectivo con el anuncio de clases inaugurales de ciertas materias, no todas, sino de
aquellas que puede suponerse proporcionan un plus, un saber creativo, algo más que la
mera transmisión libresca o técnica, como el caso de los talleres verticales de diseño en
Arquitectura. La clase será difundida y contará con los alumnos y con parte de la
comunidad universitaria de la Facultad y, tras las palabras del profesor-arquitecto, se
cerrará con aplauso emocionado la ceremonia de apertura.
No se sabe de dónde proviene esta costumbre en una universidad pública de la
Argentina y en el marco de ésta se presenta como una anomalía ya que no sucede en
ninguna otra facultad. Es un resto aristocrático, diríamos, que une el vestigio
sudamericano con los hábitos de las casas de altos estudios más antiguas y prestigiosas
de occidente, en las que, con regímenes muy distintos, tienen a la lección inaugural como
el primer privilegio y la primera obligación de todo nuevo profesor. En nuestra república
no se trata de que deba ser así, extrañamente se produce, y revela nuestro perfil anárquico.
Sin embargo, existe un vaso comunicante entre las dos situaciones, entre lo exótico y la
norma: la manifestación de la personalidad, la notabilidad de una voz, que se reconoce
en ese acto como dadora de atributos al medio y dotada por el medio de atributos para
elevarse y ser.
La llamativa existencia de las clases inaugurales en arquitectura me lleva a pensar
en la génesis de la lección en el Collège de France, un hábito que podemos datar al menos
desde hace dos siglos, y que ha trascendido de la palabra a la escritura, como preservación
de esa personalidad.

El Collège de France

Creado como un espacio alternativo, en 1530, para enseñar las materias desdeñadas por
la Soborna (griego, hebreo y matemática) y con la consigna “Enseñarlo todo”, en 1870,
con sucesivos cambios, el Collège de France toma el nombre actual. Tras varios siglos y
una política definida –la de impartir cursos y seminarios no conducentes a título alguno-
, hoy es una de las instituciones más prestigiosas del mundo y en sus cincos departamentos
(de ciencias matemáticas, ciencias físicas, ciencias naturales, ciencias filosóficas y
sociológicas y, por último, ciencias históricas, filológicas y arqueológicas) alberga a los
más prominentes investigadores.
Estudiantes y profesores muy famosos han desfilado por sus aulas; incluso, ha
sido prestigioso no entrar en el Collège de France o no aceptar ser parte de él, como el
caso de Jean Paul Sartre. Formar parte del Collège supuso, en algún momento, que los
profesores fueran importantes casi exclusivamente en ese término: en su primera etapa,
la contemporánea a Francisco I, por ejemplo, importaron menos las fechas de nacimiento
y de muerte que las del paso de los profesores (la sucesión familiar de físicos y médicos
personales del rey, Martin Akakia, III y IV, sobre los que se desconoce la fecha de
nacimiento pero de los que se sabe el día de entrada exacto al Collège y su día de salida).
Una mirada sobre el listado de los profesores a lo largo de los siglos, de los programas
que presentaron y de los nombres de sus seminarios proporciona algo más que una
nomenclatura. Los cursos siguen o generan, habría que ver, el tono del momento, porque
se podría leer en las insistencias por las lenguas del oriente, la antropología, y hoy los
estudios de economía y China, las distintas etapas de la institución así como también su
interés por determinados investigadores. Breves y curiosos ejemplos podemos encontrar
al examinar el siglo XIX. Es el siglo del comparativismo, el siglo de la arqueología y la
antropología, el de las cátedras de lenguas antiguas, exóticas, y también, como reverso,
el de la nacionalidad. En consonancia con las prácticas naturalistas y experimentales
surgidas un siglo atrás, ese siglo XIX enseñó “Física”, “Física matemática”, “Historia
natural”. Y el Collège de France en el centro de la Ciudad Luz exportaba sus autores a
todo el mundo. Como dato curioso anoto aquí cómo aquel perdido mundo sudamericano
de 1830 era lector de los profesores del Collège, seguía de cerca sus trabajos (Alberdi,
lector de Cousin, de Angelis, de Cuvier, todos los románticos de Guizot o Jouffroy) o,
aún más, algunos de sus protagonistas habían trabajado con alguno de ellos (Pedro de
Angelis con Pierre Daunou). Es decir, si las investigaciones revelan las preocupaciones
de una época, el Collège fue dando cuenta de los cambios y permanencias de tales
inquietudes a lo largo de su historia.

Lecciones (Les leçons inaugurales)

El portal de la institución, en su apartado referido a las lecciones inaugurales, anuncia la


política que ésta ha desarrollado a partir de 1949 respecto de ellas, esto es, cómo las han
sistemáticamente publicado en forma de separata o folleto primero, para editar
volúmenes, libros digitales de libre acceso, dvds y, ya desde 2006, video audios colgados
en el mismo portal o en la página de cada profesor. Una breve introducción antecede el
portal: “Prononcée solennellement par chaque nouveau professeur, la leçon inaugurale
est à la fois la description de l'état d'une discipline et la présentation d'un programme de
recherche.” 1
Así, las lecciones que hemos elegido sin ninguna originalidad puesto que son dos
de las más frecuentes en nuestro espacio académico y sus autores por todos conocidos,
ponen en funcionamiento al pie de la letra las palabras introductorias: las dos son
pronunciadas con toda solemnidad y remarcado en cada autor la configuración de tal
momento iniciático; las dos describen, con variaciones, el estado de las disciplinas en las
que se inscriben los nuevos profesores y éstos, a su vez, presentan su programa de
investigación. Además, como lo señala Daniel Link, las relaciones entre Barthes y
Foucault, de ellos se trata, no han sido todavía lo suficientemente estudiadas y aquí
podríamos comenzar a pensar en ellas a través de esas lecciones dadas en un espacio
compartido y, cabe decir, heredado.2
Las lecciones presentan una estructura común que me lleva a pensar en este modo
de ensayo o proyecto, en esta conferencia o clase, en esta primera lección como un género
y al mismo tiempo como marca institucional. A diferencia de la lección sudamericana,

1
Pronunciada solemnemente por cada nuevo profesor, la lección inaugural es a la vez la descripción del
estado de la disciplina y la presentación de un programa de investigación.
2
Barthes es nombrado profesor por el comité asesor tras propuesta de Foucault: el sistema hereditario en
la institución o por recomendación comienza en 1530 y se sostiene hasta la fecha.
que es siempre la primera, año a año, pronunciada por los mismos profesores, éstas son
únicas: se pronuncian el 7 de enero de 1977 (Barthes) y el 2 de diciembre de 1970, en el
caso de Foucault.3 Se parecen a los sermones, que, una vez pronunciados, eran
distribuidos entre los feligreses cultos para su lectura y comentario. De alguna manera,
como muchos otros rasgos del Collège, el origen sacro de la autoridad se encuentra activo
en la lección expuesta por un sacerdote laico (en estos tiempos, no siempre), cuyas
palabras personales se inscribirán en los muros de la institución y así ambos se verán
constituidos y reforzados.
Una de las cosas que llama la atención en las lecciones es la larga errancia del
sujeto enunciador por la captatio benevolentia que construye sus principios. Se plantea
como un problema teórico y así se lo desarrolla, pero es, también, y sin dudas, un gesto
de coquetería que sin embargo se esgrime como huella de una falta. Decía Nicolás Rosa
que “el lenguaje es la respuesta al desiderium y por ende sólo a partir de una falta
primordial puede fundar sus operaciones de sentido” (La lengua del ausente, 37). La falta,
aquí, en las lecciones, es la certidumbre del sujeto o, en todo caso, el juego de quien
enuncia como ser vacilante, ambiguo, depreciado.
Así, en 1970, Michael Foucault pronuncia su lección inaugural, “El orden del
discurso” al suceder en el cargo a su maestro Jean Hyppolite en la cátedra Historia de
los Sistemas de Pensamiento. De principio a fin, el tema es la voz del ausente, tema que
se interrumpe –y deja de hablar- cuando Foucault, meticulosamente, expone su tesis y su
programa de investigación, es decir, los procedimientos, delimitaciones e instancias de
control del discurso (25). Sin embargo, agazapada en el pretendido rigor, surge la
ausencia de la voz como máxima preocupación, aquello que Foucault designará como
logofobia y que pondrá en el centro mismo de su investigación: la “inquietud con respecto
a lo que es el discurso en su realidad material de cosa pronunciada o escrita” (13). Su
proyecto se define casi como continuidad de una voz, la de Hyppolite, al tiempo que es
su mismo reemplazo o sustituto al ser heredero de su misma cátedra; su propia voz es
llamado, invocación de la voz ausente, otorgando un sabor sacro al íncipit de su lección.
Siete años después, Roland Barthes hace su arribo al College, en calidad de
profesor. Ha estado en esas aulas del lado de la escucha, del lado de la lectura y, como
otro gesto del ritual sagrado que también podemos advertir en otro género de ingreso a

3
Algún profesor ha proferido una lección de clausura, el prestigioso Maurice Angullon entre ellos, pero
son excepcionales.
un campo como lo son los discursos de aceptación del premio Nobel o el Cervantes,
Barthes propone una genealogía de voces de profesores del College que fueron sus
maestros: lector de Jules Michelet (impartió la cátedra de “Historia y moral” durante),
discípulo de Jean Baruzi (Historia de las religiones) y Paul Valery (Poética), colega y
aprendiz de Benveniste, “Gramática comparada”, y Merleau – Ponty, “Filosofía”. Hace
presente a sus maestros, también como una invocación, como un llamado y, a la vez,
como la construcción de paternidades y hermandades (como la declaratoria de amistad
con Foucault).
Ambos ponen su voz en la cuerda tensa del autor con la disciplina o del sujeto
frente a la institución. La voz y la norma se alternan y se vuelven, en rodeo, hacia el
examen de esta experiencia inaugural. Y si en Foucault el conjuro contra lo único, contra
la dominación es el planteo de interrogantes que introducen unas voces ficcionalizadas
quienes exponen una “exterioridad salvaje” cercana a la verdad y productoras, a su vez,
de imágenes de sujetos rotos y esparcidos, en Barthes la voz juega su hacer en la
oposición, en un clarísimo movimiento de oscilación y balanceo de la escritura.
Barthes plantea un mapa de carácter binario y contrastivo entre el sujeto, una voz
en el discurso, y la institución, el College; entre el recién venido y la historia, entre la
incertidumbre y la tradición. El sujeto “incierto”, “impuro” es productor de un género a-
científico, “bastardo”, encabalgado entre el análisis y la “escritura”, el ensayo; es un
sujeto, además, inscripto a las orillas de cualquier disciplina, descentrado. Sujeto, ensayo
y materia expuestos como películas clase B frente al College, la institución, una casa
“donde reinan la ciencia, el saber, el rigor y la invención disciplinada”.
La debilidad de Barthes, exhibido por sí mismo en situación de orfandad, se
revierte, en parte, al ser recibido, acogido por una casa de altos estudios puesta en el lugar
de orfanato y no de hogar. El College es un ámbito de tránsito y de recepción, una casa
cuna para el carente, el que está a la intemperie, solitario. Como en el College, en el asilo
o en el hospital (experiencia que Barthes conoce bien) prima ante todo el rigor, la
disciplina, la imposición científica, un saber. Barthes es una criatura desposeída que
ingresa a ese templo de autoridades y, de pronto, nos alerta: esa institución a la que llega
está fuera del poder. Con su ingreso no hay honor sino alegría; es una institución fuera
de las instancias del juicio, la elección, la promoción, del sometimiento a un saber
dirigido. Él se sentirá, al ingresar al College, fuera de toda sumisión burocrática (porque
prima la personalidad), fuera de todo imperativo revolucionario (porque prima la
tradición). Para colmo, su función será hablar e investigar, es decir, “enseñar lo que no se
sabe” (12), “soñar en voz alta su investigación” (2). Una enseñanza casi sin alumnos, con
auditorio, de un discurrir que asemeja a ese huérfano Barthes a un Leopold Bloom, rey,
que queda protegido del poder, de la sujeción que atrapa a quienes permanecen fuera del
Collège. El Collège recibe a esta débil criatura y la fortalece con todos sus privilegios de
emancipación del poder, emancipación sustentada en normas de autoridad real o sagrada.
El Collège se erige así en un espacio de libertad para enseñar la puesta en crisis
de las condiciones y los mecanismos a través de los cuales el discurso oprime, somete al
sujeto a su libido de poder, es fascista, extremará Barthes; y también para pensar en el
ejercicio del lenguaje “en tanto lucha por desbaratar todo discurso consolidado” (11). Es
curioso que esas posibilidades de libertad se enmarquen en un espacio en el que la
tradición y la herencia terminan por ser constitutivas de ese lenguaje que quiere
despojarse de sus ímpetus autoritarios y en el que el sujeto viene a hablar en lugar de y
gracias, diríamos, a la carencia. Son, las lecciones, un culto a la voz, un culto a la
institución que, paradójicamente, con su peso, hace libre.

Bibliografía
Barthes, Roland, El placer del texto y Lección inaugural de la cátedra de semiología
literaria del College de France, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.
Foucault, Michel, El orden del discurso, Buenos Aires: Tusquets, 2005.
Link, Daniel, posfacio a Foucault, Michel, ¿Qué es un autor? Buenos Aires: El cuenco
de Plata, 2010.
Liste des professeurs depuis la foundation du College de France en 1530.
http://www.college-de-france.fr/site/college/index.htm
Marty, Éric, Roland Barthes, el oficio de escribir. Buenos Aires: Manantial, 2007
Rosa, Nicolás, La lengua del ausente. Buenos Aires: Biblos, 1997

ANEXO. Un apunte sobre La Lección de la lección, Pierre Bourdieu

Bourdieu, por su parte, ingresa en 1981, por la presentación de André Miquel, un


especialista en el mundo árabe y que según el portal del college, es famoso en su ámbito
por las contribuciones al conocimiento de la geografía del Magreb y las mil y una noches.
Habría que decir que la sociología difiere de las demás ciencias al menos en un
aspecto: se le exige una asequibilidad que no se le pide a la física o a la filosofía. Y para
Bourdieu este aspecto es esencial -aunque, como señala García Canclini con mucho
humor, hay momentos en los que su escritura roza lo intransitable y agrega que esto ha
dado lugar a un comentario malintencionado de un sociólogo respecto del estudio de
Bourdieu referido a la escuela normal superior en el cual desmonta el elitismo de la
educación francesa, “su comprensión parece requerir que los lectores hayan pasado
primero por la escuela normal superior”.
Por otro lado, la sociología compromete de modo más directo que otras ciencias
los intereses sociales, afecta intereses que pueden ser vitales por lo que no se puede contar,
dice, “con patrones, obispos y periodistas” para que alaben el carácter científico de los
estudios que revelan los fundamentos ocultos de sus dominios, ni para trabajar en la
divulgación de los resultados. Este compromiso es un postulado del propio Bourdieu: no
podés ser sociólogo, estudiar los problemas y no intentar intervenir en la dimensión
material de esos problemas. Dos aclaraciones acá: por un lado, remarco que esto es lo que
piensa el propio B. y que no todo sociólogo desde Marx, Durheim o Weber ha compartido;
sí es característico del intelectual de los años de la posguerra, en especial, de los
existencialistas como Sartre o Simon de Beauvoir, quienes fueron, entre paréntesis, lo
más parecido a dos rock stars en su tiempo (una anécdota divertida es que, en una
manifestación por el cierre o la huelga en la Renaux, la policía francesa reprime con palos
a los manifestantes y agrede, entre otros, a los jovencísimos Foucault y Deleuze, hasta
que ve a Sartre y en ese momento dejan de reprimir, lo que indica el conocimiento cabal
que un ciudadano común tenía del rostro de Sartre al menos y de su lugar en el espacio
social. Bourdieu, en un nivel más acotado, fue un intelectual que estuvo muy presente en
los medios; hay que tener en cuenta, por otro lado, que para la cultura popular francesa -
quizás hasta hoy mismo- valora la existencia del intelectual en tanto, para utilizar la
categoría que reformula Bourdieu, capital simbólico asociado con lo que se tiene en tanto
“patria” diríamos, simplificando mucho); y, por otro, estamos ante el ejercicio de lo que
podemos llamar metalección por lo que me pregunto si no debemos “aprender” a leer la
autorreflexión de la “Lección sobre la lección” en tanto posibilidad de indagar nuestro
propio hacer discursivo. Pienso que algo que nos puede enseñar o transmitir Bourdieu (y
lo mismo Foucault) es tomar para sí esta idea de autorreflexión a la que llamará, como
veremos, vigilancia epistemológica.
Ahora, la difusión de este discurso está sometida a las leyes de la difusión cultural
que él denuncia y los poseedores de la competencia cultural necesaria para apropiárselos
no son aquellos a quienes más interesa hacerlo, por lo tanto el rol del sociólogo es
participativo y activo (o debe ser), pero su discurso, como el de cualquier disciplina
científica se halla medio entrampada (fíjense lo que sucede con esos conceptos de “bajada
al aula” o la trasferencia de saberes en la enseñanza, etc.). Efectivamente, el discurso
científico tiene varias dificultades: a) lucha contra el discurso de los “altoparlantes”, los
políticos, ensayistas o periodistas; b) dificultades y lentitud de su elaboración; c) una
complejidad inevitable, que desalienta a quienes no tienen el capital cultural para
descifrarlo; d) impersonalidad abstracta que desalienta proyecciones, identificaciones
gratificantes; e) distancia respecto a las ideas preconcebidas y las convicciones primarias.
Entonces, ¿qué debe hacer el sociólogo con su discurso? ¿soy riguroso pero críptico o
legible pero chanta?
Muchas veces el sociólogo debe jugar el juego que a su vez denuncia:

Tratar de evocar los mecanismos de la moda intelectual en uno de sus templos [el
diario, la radio, la tele], utilizar los instrumentos de la mercadotecnia intelectual
para obligarlos a transmitir precisamente aquello que ocultan, en especial su propia
función y la de sus usuarios, a tratar de evocar la lógica de las relaciones entre el
partido comunista y los intelectuales en uno de los órganos del propio partido
dirigido a los intelectuales, es una forma que trata de devolver contra el poder
intelectual, aceptando de antemano que se sospechará un compromiso, al decir lo
menos esperado, lo más improbable, lo más fuera de lugar allí donde se dice; es
una forma de negarse a “predicar para los conversos”, como lo hace el discurso que
es tan bien recibido porque no dice a su público más que lo que él quiere oír.
(Prólogo a Sociología y cultura, p.4, 1990, [1984]).

Como Barthes, también Bourdieu oscila entre la primera persona y la tercera, pasando del
yo a “el sociólogo”, generalizando su propia visión de las cosas, también esto que
mencionaba al principio, la cuestión de la captatio y el íncipit.

Вам также может понравиться