Вы находитесь на странице: 1из 67

SERGE HUTIN

LA ALQUIMIA

EUDEBA

EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES


INTRODUCCION

Nada más fácil, en apariencia, que definir la alquimia. Es, se dice corrientemente, el arte
de la transmutación de los metales, seudociencia de la Edad Media, cuyo fin era la
fabricación del oro. Y muchos completan esta definición con una condena desdeñosa y
categórica exclamando con el químico Fourcroy: "La alquimia ha ocupado a muchos
locos, ha arruinado a una multitud de codiciosos e insensatos y embaucado a otra
multitud aún más grande de crédulos1."

Sin embargo, al estudiar la cuestión con menos ligereza, se observa que tras el
término alquimia se oculta una realidad histórica extremadamente compleja.

"La historia de la alquimia -escribe Berthelot- es muy oscura. Es una ciencia sin raíz
aparente, que se manifiesta de pronto en el momento de la caída del Imperio Romano y
que se desarrolla durante toda la Edad Media, entre misterios y símbolos, sin salir del
estado de doctrina oculta y perseguida; en ella los sabios y los filósofos se mezclan y
confunden con los alucinados, los magos y los charlatanes y, a veces, hasta con
malvados, estafadores, envenenadores y falsificadores de moneda."

El problema dista mucho de estar claro y, si numerosos trabajos eruditos han sido
consagrados a la Alquimia, ésta no permanece menos profundamente desacreditada a los
ojos de la mayoría del gran público, que habitualmente no hace diferencias entre
"alquimista", "hechicero" y "charlatán". La alquimia habría sido una especie de arte más
o menos mágico, consistente en la ingeniosa combinación de pases mágicos, retortas e
invocaciones al Diablo, con el fin de obtener oro, o simular su obtención ante los ojos de
papanatas maravillados...

Si la alquimia no hubiera sido nada más que eso durante todo el largo período que fue
cultivada, no merecería, por cierto, haber sido estudiada por tantos sabios e historiadores
modernos, en primer término el gran químico Berthelot. Pero, cuando se sabe diferenciar
a los verdaderos alquimistas de los estafadores y charlatanes que pretenden ser adeptos
del arte sagrado se observa que la alquimia, lejos de reducirse a la simple fabricación de
oro, era en realidad algo más noble y complejo. Así, un estudio imparcial aunque rápido
de la antigua "ciencia de Hermes" es del más alto interés. Es una exploración
verdaderamente apasionante de los tiempos pasados, a la cual invitamos al lector.

1
ROGER BACON, Espejo de la alquimia (en latín; hay trad. francesa por A. Poisson).
CAPÍTULO I

¿QUÉ ES LA ALQUIMIA?

Volvamos a la definición corriente de la alquimia: "El arte de hacer oro".

El alquimista era un "hacedor de oro", alguien que procuraba enriquecerse al menor


costo posible y, muy a menudo, a expensas ajenas... Sin embargo, este prejuicio es un
grave error. Las tentativas experimentales de los verdaderos alquimistas para transmutar
los metales eran emprendidas no para enriquecerse sino con el propósito de aportar una
prueba material a su sistema "en interés de la ciencia", como se diría hoy. De ahí, las
múltiples precauciones empleadas por los adeptos para ocultar sus secretos a los ojos de
los profanos; de ahí su desdén por aquellos a quienes llaman "sopladores", es decir,
simples fabricantes de oro, los que buscaban empíricamente la Piedra filosofal y que,
ignorantes de las teorías iniciales ensayaban al azar los procedimientos más heteróclitos
y concluían a veces su carrera como estafadores o monederos falsos.

ETIMOLOGIA. Pero ¿qué era entonces la alquimia propiamente dicha? Interroguemos


primero a la etimología de la palabra. Esta es árabe en su forma (el-Kimyâ), pero griega
en su raíz. Kimyâ deriva, sin duda, de Khem ("el país negro"), nombre que designaba a
Egipto en la antigüedad. La palabra misma, nos aporta útiles informes en cuanto a la
patria de origen, real o simbólica, del arte sacro. (cf. más adelante, cap. III)

CARACTERES GENERALES. En lo relativo a su fisonomía general, la alquimia


presenta todas las características de un arte oculto, escondido, reservado a ciertos
iniciados, y que no debe ser comunicado al vulgo. Es en esto donde desde el principio
difiere fundamentalmente de la ciencia moderna. La alquimia se trasmite
por tradición oral o escrita; en secreto, de maestro a discípulo. Se basa en las
revelaciones y en los viejos secretos trasmitidos por una literatura emblemática. El
alquimista nada tiene que descubrir; sólo reencontrar un secreto. Por eso la alquimia ha
permanecido tan semejante a sí misma durante largos siglos: si su simbolismo y algunos
de sus desarrollos pudieron exhibir variadas formas durante la Edad Media y hasta el
siglo XVI, sus teorías básicas sobre la constitución de la materia no cambiaron. La
alquimia es un arte oculto, decíamos; también un arte maldito, condenado por teólogos (y
antes que ellos, por el Derecho Romano tardío), y que se desarrolló al margen de los
cánones oficiales del saber y a veces contra ellos (cf. cap. II). Necesitamos considerar
ahora la alquimia tal como la definían los mismos alquimistas.

LA FILOSOFIA HERMETICA. Los alquimistas se adjudicaban de buen grado el título


de filósofos, y lo eran en efecto en un género particular, toda vez que se consideraban
depositarios de la Ciencia por excelencia, constituida por los principios de todas las
demás, que explica la naturaleza, el origen y la razón de ser de todo lo que existe, que
narra el origen y el destino del universo entero. Esta doctrina secreta era la madre de
todas las ciencias, la más antigua, la que estudiaba el mundo y su historia y que, según la
tradición, había sido revelada a los hombres por el dios Hermes (el Thoth egipcio),
origen del nombre de filosofía hermética dado a esta doctrina (ver caps. III y IV).

Pero es abusiva la confusión de esta doctrina y las operaciones propiamente dichas. La


alquimia fue ante todo una práctica y, por lo tanto, la aplicación de la filosofía
hermética.

LAS TEORIAS ALQUIMICAS. La alquimia en el sentido estricto del término era un


arte práctico, una técnica, pero como tal se apoyaba sobre un conjunto
de teorías relativas a la constitución de la materia, a la formación de las sustancias
inanimadas y vivas, etc., teorías que constituían los postulados de donde partía el
alquimista (ver cap. VI).

LA ALQUIMIA PRÁCTICA; SUS FINES. La alquimia práctica, aplicación directa de la


alquimia teórica, era la búsqueda de la Piedra filosofal. Presentaba dos aspectos
principales complementarios: la transmutación de los metales, que era la Gran Obra en
el sentido estricto del término, y la Medicina universal. Eran éstos los dos poderes
esenciales de la Piedra (cf. cap. VII).

Los alquimistas suponían que los metales eran vivos y que en estado de pureza debían
presentarse con la forma del oro, metal perfecto. De ahí la definición más corriente de la
alquimia. "La alquimia es la ciencia que enseña a preparar cierta medicina o elixir que al
ser proyectado sobre los metales imperfectos les comunica la perfección en ese mismo
momento2".

Pero licuando la Piedra se obtenía el elixir de larga vida, que debía asegurar a su
poseedor la prolongación de la vida hasta la casi perpetuidad de la existencia, y a la vez
la Panacea, remedio milagroso que restauraba la fuerza y la salud del organismo. Tal era
la Medicina universal: se procuraba encontrar lo que hoy se llamaría un "regenerador
celular".

La Piedra filosofal debía igualmente comunicar a su poseedor toda clase de poderes


maravillosos: volverse invisible, mandar a las potencias celestes, desplazarse a voluntad
en el espacio, etcétera. Pero esos poderes mágicos serán mencionados sobre todo en la
literatura alquímica solamente al fin de la Edad Media, lo mismo que los otros problemas
que hasta el Renacimiento vinieron a injertarse en el de la Piedra: el alkaest (descubrir un
"disolvente universal", capaz de desintegrar todos los cuerpos), el homunculus (fabricar
artificialmente un hombre), etcétera.

LA ALQUIMIA MISTICA. Es una muy distinta concepción de la alquimia; según


algunos autores, y en particular los pensadores de la francmasonería, la alquimia era
una Mística. La terminología alquímica tenía, en realidad, un sentido figurado y
significaba el oro espiritual. El propósito del alquimista no era la búsqueda del oro
material: era la purificación del alma, las metamorfosis progresivas del espíritu. Los
"metales viles" eran los deseos y las pasiones terrenales, todo lo que entorpece el
desarrollo del ser humano auténtico. La Piedra filosofal era el hombre transformado por

2
ROGER BACON, Espejo de la alquimia (en latín; hay trad. francesa por A. Poisson).
la transmutación mística.

La transmutación del plomo en oro era la elevación del individuo hacia lo Bello, la
Verdad, el Bien, la realización del arquetipo que cada ser humano lleva dentro de sí. El
hombre era la materia misma de la Gran Obra, y así se explica este pasaje de los Siete
capítulos de Hermes. "La Obra está contigo y reside en ti de tal modo que, al hallarla en
ti mismo donde está siempre, la tienes constantemente, cualquiera fuere el lugar donde te
hallares, en la tierra o en el mar." (Ver cap. VIII)

EL "ARS MAGNA". Pero la concepción más grandiosa de la alquimia es el Ars


magna ("Gran Arte"), llamada a veces arte regia: en Europa se la encuentra
principalmente desarrollada entre los autores del siglo XV y posteriores. He aquí la
definición que le da uno de sus intérpretes modernos, A. Savoret: "La alquimia
verdadera, la alquimia tradicional, es el conocimiento de las leyes de la vida en el
hombre y en la naturaleza, y la reconstrucción del proceso mediante el cual esta vida,
adulterada aquí abajo por la caída de Adán, ha perdido y puede recobrar su pureza, su
esplendor, su plenitud y sus prerrogativas primordiales: lo que en el hombre moral se
llama redención o regeneración, perennidad en el hombre físico, purificación y
perfección en la naturaleza; en fin, en el reino mineral propiamente dicho, refinamiento
[el problema de la quintaesencia consistía en extraer de cada cuerpo sus propiedades más
activas] y transmutación”.

El fin de la alquimia se apoyaba así en la comprobación de una caída, de una decadencia,


de una degradación de los seres de la naturaleza. La suprema Gran Obra (Obra Mística,
Vía del Absoluto, Obra del Fénix) era la reintegración al hombre de su dignidad
primordial. La Piedra filosofal daba al adepto la excelencia iluminativa física y moral, la
felicidad perfecta, la influencia sin límites sobre el universo, la comunión con la Causa
Primera. Encontrar la Piedra filosofal era descubrir lo Absoluto, la verdadera razón de
ser de todas las existencias, poseer el Conocimiento perfecto (gnosis). La ascesis y la
práctica se asocian estrechamente en esta alquimia trascendente: “Capaz de inventar,
entre los órdenes diversos del ser, correspondencias fantásticas -escribe A.-M. Schmidt-,
impone a sus sectarios una ascesis sujeta a reglas precisas. Mientras en el Huevo
filosófico, globo de cristal cuidadosamente cerrado, vigilan la cocción y la metamorfosis
del compost, mezcla secreta de la cual, como de un embrión prisionero del útero, nacerá
la Piedra filosofal, deben pasar por las gradaciones lentas de un proceso de purificación.

Profesan la creencia de que para realizar la Gran Obra, regeneración de la materia, deben
procurar la regeneración de su alma... Así como, en su vaso sellado, la materia muere y
resucita perfecta, de igual modo ellos anhelan que su alma, al caer en la muerte mística,
renazca para llevar en Dios una existencia extasiada. Se jactan de ceñirse en todo al
ejemplo de Cristo que, para vencerla, hubo de sufrir o, más bien, aceptar el golpe de la
muerte. Así, para ellos, la imitación de Cristo es no solamente un método de vida
espiritual, sino hasta un medio de regular el curso de las operaciones materiales de las
cuales provendrá el Magisterio."

El adepto resulta así capaz de realizar la Obra física, la regeneración del cosmos. La
transmutación, después de operarse en el secreto del alma humana, debe manifestarse en
el mundo material.

La Piedra filosofal, materia animada más perfecta que todos los seres, semejante a la
materia prima de la Creación cuando el Caos hubo sido animado por el Fuego divino (ver
cap. V), extiende su acción a todos los reinos: animal, vegetal y mineral. El alquimista,
en conocimiento de las leyes que según él han presidido la formación de los seres, puede
reproducir los cuerpos que tenemos a la vista: "Lo que la naturaleza hizo al principio,
decían los alquimistas, podemos hacerlo remontando el procedimiento que ella ha
seguido; lo que ella quizás hace todavía, con ayuda de los siglos, en sus soledades
subterráneas, podemos hacérselo terminar en un instante ayudándola y poniéndola en
mejores circunstancias" (Hoefer).

Pero el adepto busca también el descubrimiento y la fijación de un fermento misterioso,


que es precisamente la Piedra, y que no sólo permite retardar casi indefinidamente la
desintegración de los cuerpos, sino también asegura el progreso rápido de los seres hacia
el estado superior, regenerando todos los seres imperfectos, cambiando los metales
"leprosos" en oro y devolviendo la salud a los enfermos. El alquimista se transforma en
un verdadero superhombre, regenerador del mundo (ver cap. IX).

Resulta, así, mucho más difícil dar una respuesta precisa a la pregunta: ¿qué es la
alquimia? Esa palabra abarca diferentes dominios, que pueden ser agrupados en cinco
aspectos principales:

1. Una doctrina secreta, la filosofía hermética.

2. Teorías que se podrían calificar de "científicas" sobre la constitución de la materia.

3. Un arte práctico cuyos fines principales son la transmutación de los metales y la


medicina universal.

4. Una mística.

5. El Ars Magna, curiosa alianza de misticismo, aspiraciones religiosas, teosofía y


procedimientos prácticos, especie de síntesis de los aspectos precedentes.

Hubo tantos alquimistas como categorías precedentemente distinguidas: unos interesados


casi exclusivamente en la transmutación de metales en oro (crisopea) o en plata
(argiropea), otros en la medicina; unos, ante todo prácticos; otros, especulativos que
trataban de disimular sus doctrinas heterodoxas tras el velo de alegorías y de símbolos;
algunos fueron sobre todo místicos. Pero los maestros del "arte regia"3 han cultivado
simultáneamente todos los aspectos posibles.

Exteriormente la alquimia ha evolucionado mucho a través del tiempo; en Occidente no

3
Observemos que la expresión arte regia designaba también, en el lenguaje de las corporaciones
medievales, a la arquitectura.
adquiere su fisonomía definitiva hasta la Edad Media y a veces hasta el siglo XVI (ver
caps. III y IV).

El estudio de la alquimia no es, pues, tan fácil como algunos podrían creer, tanto más
cuanto que es difícil, hasta para un historiador sensato, abandonar el punto de vista de la
ciencia contemporánea para buscar, detrás de un lenguaje especial de extraño porte,
conceptos que a primera vista parecen insólitos y extravagantes al hombre moderno.

Hemos pensado, por lo tanto, que una obra precisa y objetiva sobre este tema abstruso
pero atrayente sería por su naturaleza interesante para los lectores. Encararemos
sucesivamente los cinco puntos de vista considerados en este dominio, que permiten una
aproximación cómoda y metódica al tema; pero primero trataremos de familiarizar al
lector con la atmósfera de la alquimia europea medieval y su curioso simbolismo,
después de lo cual deberemos estudiar sumariamente los orígenes de la alquimia y luego
las líneas generales de su evolución (caps. III y IV).

CAPÍTULO II

LOS ALQUIMISTAS Y SU SIMBOLISMO

I. LOS ALQUIMISTAS

LOS ALQUIMISTAS EN LA SOCIEDAD MEDIEVAL. Era un medio curioso y


bastante heterogéneo el de los alquimistas, verdaderos o falsos. Había nobles y hombres
de pueblo, religiosos y laicos, cristianos y judíos, sabios e iletrados, hombres y mujeres,
eruditos y simples artesanos, médicos y “hechiceros”, en resumen; todas las clases
sociales. Alemania, Francia, Inglaterra e Italia eran recorridas por una multitud de
alquimistas ambulantes. Esos adeptos, cuya existencia era vagabunda y errante,
cambiaban a menudo de nombre y viajaban a través de toda Europa. Dejaban la ciudad
en que vivían en cuanto realizaban una transmutación, sin omitir precauciones para
permanecer desconocidos. Verdaderos “ciudadanos del mundo”, los alquimistas
mantenían entre sí estrechas relaciones por medio de sociedades secretas análogas a las
cofradías, con sus signos de identificación y contraseñas para los iniciados. Así se
explica la posibilidad de esos viajes prolongados en cuyo transcurso el adepto estaba
siempre seguro de ser bien acogido dondequiera que fuese (por lo demás, en aquel
tiempo era muy fácil viajar con poco gasto). Los alquimistas se mezclaban con los
peregrinos y así se aseguraban alojamiento y comida. Siempre nómades, mezclados a
veces con los gitanos, los alquimistas estaban verdaderamente en todas partes. Ciudades
como París o Praga tenían calles especiales enteras, cuyas casas servían de laboratorios o
de centros de reunión.

Rodeados de un prestigio mezclado de temor, introducidos hasta en el clero y en las


corporaciones de constructores de catedrales, protegidos a veces por los soberanos,
formaban una verdadera fuerza secreta que era menester tomar en cuenta.

Considerada por los sabios de entonces como una ciencia de la naturaleza, suscitando
una verdadera admiración por la experimentación, la alquimia servía eventualmente
también de vehículo a todas las doctrinas más o menos “heréticas”, obligadas a
disimularse a los ojos de las autoridades eclesiásticas.

LA IGLESIA Y LA ALQUIMIA. Los teólogos católicos no quedaron inactivos frente a


ese desarrollo inquietante. El Papado condenó al arte de Hermes. Así fue como Juan
XXII, Papa desde 1316 hasta 1334, expidió una bula de excomunión contra todos los que
cultivaban el arte alquímico (hecho curioso: una tradición pretende, por el contrario, que
Juan XXII fue su protector), y la Inquisición quemó a cierto número de alquimistas,
mientras los tribunales seglares condenaban a otros a ser ahorcados. Sin embargo, y a
pesar de las persecuciones –muy intermitentes por otra parte- la alquimia no dejó de
prosperar, y algunos adeptos aislados desempeñaron funciones políticas importantes,
como Jacques Coeur, el “gran platero” del Rey Carlos VII, que había encontrado, dícese,
la Piedra filosofal.

LA FORMACIÓN PROFESIONAL DEL ALQUIMISTA. ¿Cómo se llegaba a ser


alquimista? Los adeptos tenían una idea elevadísima de su profesión: “Quien tenga su
espalda encorvada sobre nuestros libros –declara la obra conocida con el nombre de
Turba Philosophorum- y, fiel a nuestro arte, no se deje desviar por pensamientos
frívolos, quien que se haya confiado a Dios, encontrará un reino que no perderá sino con
la muerte”. Pero, decían los alquimistas, se necesita tener grandes cualidades y aún gozar
de un verdadero socorro divino por revelación interior. Esta tendencia se exalta entre los
cultores del arte regia, que aluden al episodio evangélico (Mateo, XXII) del invitado que
no vestía ropas de boda, es decir, que no se había purificado moralmente antes de
emprender la Obra:

“Examínate a ti mismo.
Si no te has purificado asiduamente
las bodas te harán daño.
Desventurado quien se entretenga por ahí;
que se abstenga el que sea demasiado liviano”4

“Lo que caracterizaba en más alto grado al alquimista era la paciencia –escribe Hoefer.
No se dejaba abatir jamás por los fracasos. El operador arrebatado a sus trabajos por una
muerte prematura a menudo dejaba en herencia a su hijo una experiencia comenzada, y
no era raro que éste, a su vez, legara en su testamento los secretos de la experiencia
inconclusa heredada de su padre”. El aspirante debía seguir el adagio: Lege, lege, relege,
ora, labora, et invenies” (“Lee, lee, relee, ora, trabaja, y hallarás”). Era necesario leer
mucho y, sin embargo, desconfiar, de la ciencia puramente libresca.

4
J.V. Andreae, Las nupcias químicas de Christian Rosencreutz (en alemán; trad. Francesa de Auriger y P. Chacornac,
París, 1928).
El adepto, por lo demás, construía personalmente sus aparatos (hornos, retortas,
alambiques, etc.).

Pero la enseñanza alquímica es principalmente oral. El novicio se somete a la dirección


de un maestro. Para encontrar tal maestro el aspirante no vacilaba en emprender largos
viajes (era, por otra parte, común en muchos estudiantes frecuentar las universidades más
distantes de su país de origen, con el fin de tomar contacto con los profesores más
renombrados).

La enseñanza propiamente dicha consistía a veces en el estudio de uno o varios


manuscritos, aunque, con más frecuencia, se impartía en forma de preguntas y respuestas
que era necesario aprender de memoria.

LOS “GRANDES INICIADOS”. Los adeptos del Arte magna llegan a una concepción
sobrehumana de la iniciación: así es como, para el rosacruz Robert Fludd, los grandes
adeptos forman la Iglesia oculta de los elegidos, que se manifiesta en diversos períodos
de la historia en diferentes formas. Esos “Invisibles”, esos “Inmortales” desconocidos del
vulgo y dotados de poderes divinos, son los depositarios y guardianes de la Tradición (cf.
el cap. IX y el apéndice III). Esta doctrina tendrá, por otra parte, una fortuna singular: en
el siglo XVIII el Conde de Saint-Germain y Cagliostro se prestigiarán como tales, y esta
concepción se expresa todavía en muchas obras esotéricas de la época actual.

II. II. LA LITERATURA ALQUÍMICA

EL ESOTERISMO. Los alquimistas se han esforzado por sustraer a los profanos el


secreto de la Gran Obra, como también, por lo demás, su filosofía secreta. ¿Por qué? Se
ha dicho con frecuencia que era por razones de seguridad, pero en realidad ese
esoterismo es deliberado y tiende a ocultar al vulgo secretos que no debe conocer:
“Revelado el secreto –escribe Roger Bacon en su Opus tertium- se debilita su fuerza. El
pueblo nada de ello puede comprender. Haría de él un uso vulgar y le quitaría todo valor.
Es locura dar al asno lechuga cuando se conforma con cardos. Y si los malvados
conociesen el secreto lo aplicarían mal y convulsionarían el mundo. Yo no debo ir contra
la voluntad de Dios ni contra el interés de la Ciencia, y por ello no escribiré el secreto de
modo que cualquiera pueda comprenderlo”. Todo será dispuesto para desanimar a los
curiosos: “Debe haber siempre, a la puerta del laboratorio, un centinela armado con una
espada flamígera para examinar a todos los visitantes, y rechazar a los que no merezcan
ser admitidos.5 Muy pocos, dicen los adeptos, son dignos de entrar en el “Palacio cerrado
del Rey”, según expresión del Filaletes. Es menester también ocultar el objetivo detrás de
misteriosos símbolos, cosa que los alquimistas han logrado acabadamente: es
absolutamente imposible comprender cualquier tratado de alquimia si no se posee, en
apoyo del conocimiento de las teorías alquímicas, la clave de los principales símbolos
(ver más adelante § 3).

5
MADATHANUS, Aureum seculum redicicum.
Haremos ahora una especie de inventario de la literatura alquímica medieval, pero
también de la moderna, pues hasta el final del siglo XVIII y mucho más tarde inclusive,
ha sido editada gran cantidad de obras de este género.

LAS OBRAS ESCRITAS. Los tratados europeos de alquimia que nos han llegado son
abundantísimos y llenarían fácilmente una inmensa biblioteca. Con esta abundante
producción se pueden constituir dos grupos: primero las traducciones latinas de
escritores árabes, aparecidas en Occidente hacia el siglo XI, obras confusas, llenas de
frases y hasta de páginas tomadas literalmente de los alquimistas griegos (cf. Cap. IV, §
3); luego las obras originales de los alquimistas de Occidente, publicadas en latín,
después en lengua vulgar, que se multiplican a partir del siglo XIII. Esos escritos están
en prosa o, con frecuencia, en verso. La influencia de la filosofía hermética en la poesía
ha sido, por otra parte, considerable.

A pesar de la cantidad de obras desaparecidas, lo que queda basta ampliamente para


hacernos conocer la alquimia. Algunos eruditos (Manget, Salmon, Ashmole, etc.) se
esforzaron otrora en recopilar las obras que juzgaron más representativas. Queda también
una cantidad grande de manuscritos inéditos en todas las bibliotecas de Europa; sólo muy
pocos han sido editados.

Esas obras, aún las más prolijas, intentan salvaguardar el esoterismo multiplicando los
símbolos extraños y las frases misteriosas, de este género: “Toma, hijo mío, para
comenzar, la piedra que tú sabes para el Remedio”6. Muy a menudo las operaciones son
expuestas en un orden cualquiera para hacer el trabajo más inextricable todavía. Y,
además, la mayor parte de las obras no se limita a la práctica, sino que trata todas las
doctrinas herméticas y se inicia, de hecho, con una invocación a la Divinidad, como este
pasaje de Arnaldo de Vilanova al comienzo de su Rosario de los filósofos: “Nuestro
corazón permanecerá en la inquietud hasta que hayamos retornado a Él, porque la
esencia superior de los elementos asciende hacia ese Fuego que está por encima de las
estrellas. Y nosotros, salidos de Él, aspiramos legítimamente a retornar hacia Él, fuente
única de todas las cosas” (citado por Ganzanmüller). La ilustración acude en apoyo del
texto. Junto con muy preciosos aparatos, en las obras alquímicas abundan signos como el
hermafrodita, que representa la unión del principio masculino con el femenino. A partir
del siglo XV estas figuras se vuelven cada vez más frecuentes y también más
complicadas; llegan a ser verdaderos pentaclos7, que resumen en sí toda una teoría
aglomerando en una misma imagen los elementos más variados. Estos curiosos grabados,
que ayudan a comprender el texto y tienen a veces un real valor artístico, son
particularmente abundantes en las Doce Claves de Basilio Valentino, en Amphitheatrum
Sapientiae aeternae de H. Khunrath, en las obras de Maier y Fludd, etc.

6
GÉBER, Summa.
7
Estrellas de cinco puntas (N. del T.).
LAS FIGURAS ALEGÓRICAS. Algunas obras se componen únicamente de imágenes
simbólicas. Tales son: el Mutus Liber (“Libro mudo”), que expone las diferentes fases de
la Gran Obra en una serie de planchas sin una palabra escrita; las Figuras de Abraham el
Judío, comentadas por Nicolás Flamel; el “Gran Rosario” (Rosarius Magnus), etc.

En esta categoría se puede también incluir el célebre Tarot de los Bohemios, uno de los
más curiosos objetos esotéricos de Occidente.

EL TAROT. A fines del siglo XIV se fija en general la llegada de los bohemios (o
gitanos) a Europa occidental. El esoterismo gitano trajo aportes muy variados (técnicas
de adivinación, de clarividencia, de magia, poemas místicos tal vez de origen hindú,
etc.). Mas parece también haberse incorporado la tradición hermética, condensada en un
“libro” simbólico y emblemático, esto es, el tarot, llamado también “libro de Toth”, que
no es solamente filosofía hermética. El Tarot comprende setenta y ocho “hojas”
(constituidas por veintidós láminas “mayores” y cincuenta y seis láminas “menores”),
cuyas figuras quizás hayan sido dibujadas en el siglo XV. Dispuestas en un orden
determinado, las veintidós láminas mayores ofrecen toda la cosmogonía hermética (ver
cap. V, § 2); el Caos, el Fuego creador, la división de la materia única y primordial en
cuatro elementos, etc. Se vuelve a encontrar, del mismo modo, la teología solar, el
conocimiento por iluminación (simbolizado por la “Papisa”), la simpatía y la antipatía, el
dualismo sensual, el mal y la caída. En esas curiosas figuras, cuyo origen es sumamente
misterioso, es posible encontrar las diferentes fases de la Gran Obra, si hemos de creer a
algunos esoteristas.

LAS ESCULTURAS ALQUÍMICAS. Por último, los alquimistas han utilizado las artes
plásticas para exponer sus doctrinas y sus procedimientos (ver ante todo las obras de
Fulcanelli citadas en la bibliografía). Algunas viviendas medievales –o renacentistas-
(como la casa de Jacques Coeur en Bourges), ciertos edificios religiosos (Portal de Saint
Marcel, de Notre Dame de París; la torre de Saint Jacques, edificada por Nicolás Flamel
…) son ricos en esculturas simbólicas.

III. EL SIMBOLISMO ALQUÍMICO

Los adeptos, para ocultar al vulgo sus arcanos, constituyeron durante la Edad Media toda
una simbólica que los alquimistas ulteriores no han dejado de usar hasta comienzos de la
época contemporánea. Pese a los prejuicios corrientes, este simbolismo dista mucho de
ser arbitrario: ha permanecido constante por espacio de siglos. Daremos de ello un
resumen rápido.

SIGNOS. Los signos propiamente dichos, que parecen jeroglíficos estilizados, eran ya
conocidos de los alquimistas griegos y así pasaron a los adeptos medievales y a sus
sucesores más modernos.
He aquí algunos ejemplos:

“Azufre”
“Mercurio” Tres principios (ver cap. VI)
“Sal”
Oro; Sol
Hierro; Marte
Alambique

Figura 1
Algunos tratados, como la Confessio de chao physico chimicorum de Khunrath, están
escritos casi exclusivamente en signos. John Dee intentó en su Mónada jeroglífica,
edificar toda una metafísica mediante esos signos alquímicos: el signo del Sol, por
ejemplo, representa la Mónada configurada por el punto alrededor del cual el círculo
simboliza al mundo.

SÍMBOLOS. Los símbolos que utilizaron los adeptos eran muchos y muy variados. He
aquí algunos de los más usuales.

Águila . . . . . . . . . . . . . . . . Volatilización; ácidos empleados en la Obra; aire.


Águila que devora a un león: volatilización de lo fijo por lo
volátil.
Animales . . . . . . . . . . . . . . 1) Animales de la misma especie y de sexo diferente (león-leona,
perro-perra, etc.): Azufre y Mercurio preparados para la Obra;
fijo y volátil (macho = el Azufre, principio fijo; hembra = el
Mercurio, principio volátil). Estos animales, unidos, expresan
conjunción; si luchan representan fijación de lo volátil o
volatilización de lo fijo.
2) Animal terrestre-animal aéreo: fijo y volátil.
Apolo . . . . . . . . . . . . . . . . . Ver “Sol”.
Árboles . . . . . . . . . . . . . . . 1) Árbol con lunas: magisterio menor;
2) Árboles con Soles: magisterio mayor.
Baco . . . . . . . . . . . . . . . . . Materia de la Piedra.
Baño . . . . . . . . . . . . . . . . . 1) Disolución del oro y de la plata.
2) Purificación de esos dos metales.
Cámara . . . . . . . . . . . . . . . Huevo Filosófico.
Caos . . . . . . . . . . . . . . . . . Materia prima no diferenciada.
Circunferencia . . . . . . . . . Unidad de la materia.
Cisne . . . . . . . . . . . . . . . . . Albura.
Corona . . . . . . . . . . . . . . . . Perfección metálica (metal transmutado en oro).
Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . Piedra filosofal.
Cuadrado . . . . . . . . . . . . . . Cuatro elementos.
Cuervo . . . . . . . . . . . . . . . . Color negro que adquiere primero la materia de la Obra cuando se
la calienta.
Diana . . . . . . . . . . . . . . . . Ver “Luna”.
Dragón . . . . . . . . . . . . . . . Dragón en las llamas: fuego
Dragones en lucha: putrefacción.
Dragones de Flamel: sin alas (= fijo), alado (= principio volátil).
Encina hueca . . . . . . . . . . Atanor (horno).
Espada; hoz . . . . . . . . . . . Fuego.
Fénix . . . . . . . . . . . . . . . . Color rojo de la Piedra.
Flores . . . . . . . . . . . . . . . . Colores de la Gran Obra.
Fuente . . . . . . . . . . . . . . . . Ver “Baño”.
Grano . . . . . . . . . . . . . . . . Materia de la Piedra filosofal.
Hermafrodita . . . . . . . . . . Azufre y Mercurio después de la conjunción.
Azufre y Mercurio.
Hombre y Mujer . . . . . . . . En nupcias = conjunción.
Encerrados en un sepulcro = Azufre y Mercurio en el Huevo
filosófico.
Júpiter . . . . . . . . . . . . . . . . Estaño.
León verde . . . . . . . . . . . . Vitriolo verde.
Lobo . . . . . . . . . . . . . . . . . Antimonio.
Luna . . . . . . . . . . . . . . . . . Principio hembra: volátil; plata preparada para la Obra.
Marte . . . . . . . . . . . . . . . . . Hierro.
Matrimonio . . . . . . . . . . . Conjunción Azufre-Mercurio.
Neptuno . . . . . . . . . . . . . . . Agua.
Niño . . . . . . . . . . . . . . . . . Revestido de púrpura real o coronado: Piedra filosofal.
Pájaros . . . . . . . . . . . . . . . En vuelo ascendente: volatilización, sublimación.
En vuelo descendente: precipitación, condensación.
En oposición a animales terrestres: Aire.
Pelícano . . . . . . . . . . . . . . . Piedra filosofal.
Azufre; oro.
Perro . . . . . . . . . . . . . . . . . Perro devorado por un lobo: purificación del lobo por el
antimonio.
Perro-perra: fijo-volátil.
Prisión . . . . . . . . . . . . . . . . Huevo filosófico.
Rebis . . . . . . . . . . . . . . . . . Sinónimo de “hermafrodita”.
Rey y Reina . . . . . . . . . . . . Ver “Hombre y Mujer”.
Rosa . . . . . . . . . . . . . . . . . Color rojo.
Salamandra . . . . . . . . . . . . Fuego.
Saturno . . . . . . . . . . . . . . . Plomo.
Sepulcro . . . . . . . . . . . . . . . Huevo filosófico.
Tres serpientes: los tres principios.
Serpiente . . . . . . . . . . . . . . Serpiente alada: principio volátil, - sin alas: principio fijo.
Serpiente crucificada: fijación de lo volátil.
Serpiente que se muerde la cola (Uróboro): unidad de la materia.
Sol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Oro preparado para la Obra.
Venus . . . . . . . . . . . . . . . . Cobre.

Los alquimistas, para disimular mejor las nociones, utilizan el anagrama, el enigma y el
acróstico. Así, la Piedra filosofal está designada por la palabra Azoth, formada por la
letra inicial común a todos los alfabetos (A) y seguida de la última letra de los alfabetos
latino, griego y hebreo, lo que significa que la Piedra es principio y fin de todos los
cuerpos.

ALEGORÍAS Y MITOS. Para disimular las operaciones, los adeptos recurren a las
fábulas mitológicas. (Se ha llegado a admitir hasta la recíproca, y algunos autores
hicieron interpretaciones alquímicas de Homero, de Ovidio o de Virgilio). Un mito muy
difundido es la leyenda del Fénix que renace de sus cenizas. Pero los alquimistas no han
titubeado en crear alegorías. Veamos una, extraída de una obra alemana, El cofrecillo del
paisanito8, que simboliza los colores tomados por la materia durante la Gran Obra: “y,
habiéndome ido de viaje, me encontré entre dos montañas donde admiré a un hombre de
campo, grave y modesto en su porte, vestido de un manto gris, con un cordón negro en el
sombrero, envuelto en una bufanda blanca, ceñido por una correa amarilla y calzado con
botas rojas”. (Subrayado nuestro).

CRIPTOGRAFÍA. Los alquimistas han empleado con frecuencia la criptografía


utilizando letras (Raimundo Lulio), letras mezcladas con cifras, escritura invertida,
alfabetos enteros compuestos de signos extraños (Tritheim). Algunos autores han
recurrido a la música, han procurado relacionar los sonidos con las reacciones de la
materia, particularmente el adepto rosacruz Michael Maier (tentativa repetida por Cyrano
de Bergerac en su Histoire comique des Etats et Empires de la Lune).

ALQUIMIA Y RELIGIÓN. Los adeptos han hecho múltiples analogías religiosas y han
hallado una especie de culto de la naturaleza: “La Naturaleza –decía Lulio en su Teoría-
ha fijado un tiempo para la concepción, la gravidez y el alumbramiento. Así el
alquimista, después de haber fecundado la materia prima, debe esperar el término del
nacimiento. Cuando ha nacido la Piedra, debe nutrirla como a un niño hasta que ella
pueda soportar un gran fuego”. Los alquimistas han comentado extensamente la palabra
evangélica si el grano no muere no puede dar frutos, que interpretan diciendo que, así
como el trigo que debe corromperse en el seno de la tierra, la materia de la Piedra debe
pasar por una fase de putrefacción. De este modo la alquimia se ha anexado el dominio
religioso; autores como Ripley o Nurysement han llegado a interpretar alquímicamente
las Escrituras. Así es como George Ripley dice en su Libro de las doce puertas: “El
mundo y la Piedra provienen de una masa informe.

La caída de Lucifer, como el pecado original, simboliza la corrupción de los metales


viles”. Los adeptos cristianos han tratado de hacer de su arte una especie de religión
8
Citado por Poisson, Théories et symboles des alchimistes págs.. 46-47.
esotérica, superior al cristianismo ordinario: no vacilan en comparar a Cristo con la
Piedra filosofal, pues la Piedra, asimilada a la causa final que puede reproducirse por sí
misma, se fecunda y engendra como el Verbo de Dios.

El Ars magna, por las múltiples comparaciones tomadas de la Pasión del Salvador,
resulta un verdadero gnosticismo (ver cap. IX).

Terminamos este breve paseo por entre los adeptos en la Edad Media y su posteridad en
el Renacimiento y el Gran Siglo, con esta síntesis del simbolismo alquímico, que
merecería un volumen entero para ser convenientemente tratado, aunque solo fuera en lo
que concierne a la antigüedad de esos curiosos símbolos, tales como el Uróboro
gnóstico, la Serpiente que se muerde la cola encerrando en su centro la fórmula “hèn tò
pân” (uno el Todo”), símbolo, a un tiempo, de la unidad cósmica y de la Obra, que no
tiene principio ni fin … Mas ahora debemos hacer un poco de historia, estudiar los
orígenes y las grandes etapas de la alquimia.

CAPÍTULO III

LOS ORIGENES DE LA ALQUIMIA

I. LAS FUENTES LEGENDARIAS

EL ARTE MALDITA. Los adeptos aceptaban de buen grado atribuir a su arte un origen
maldito. Uno de los más célebres alquimistas griegos, Zósimo de Panópolis (ver cap. IV,
§ 1), escribía las siguientes líneas, citadas a menudo por los discípulos de Hermes: “Las
antiguas y santas Escrituras dicen que algunos ángeles, enamorados de las mujeres,
descendieron a la Tierra y les enseñaron las obras de la naturaleza; y por ello fueron
arrojados del cielo y condenados a perpetuo exilio. De ese comercio nació la raza de los
gigantes. El libro en el cual enseñaron las artes se llama Khêma. Allí tiene su origen el
nombre de khêma, aplicado al arte por excelencia”. (Se encuentra también esta leyenda
en el Libro de Enoc, inspirado tal vez en este pasaje del capítulo V del Génesis: “Los
hijos de Dios, al ver que las hijas de los hombres eran bellas, escogieron mujeres entre
ellas”). Hay en esta concepción de la ciencia, encarada como impía y maldita, un eco del
viejo mito bíblico del Árbol de la Ciencia cuyo fruto perdió a la humanidad (recordar el
carácter mágico atribuido entre los primitivos y por todos los antiguos a los que se
ocupan en la extracción y trabajo de los metales).

Zósimo continúa su relato y nos dice como el arte sagrada, conocida primero solo por
los sacerdotes egipcios, fue inmediatamente después revelada a los judíos
fraudulentamente, y como éstos la hicieron conocer al resto del mundo.

HERMES TRISMEGISTO. Los alquimistas preferían a menudo un patronazgo divino, el


de Hermes Trismegisto, “el tres veces grande”, a quien se suponía inventor de las
ciencias y de las artes. (La alquimia ha debido su nombre de arte hermético a este
patronazgo asignado a Hermes). El dios egipcio Thoth, que los griegos asimilaron a
Hermes, era escriba de los dioses y divinidad de la sabiduría. Thoth-Hermes era el
custodio y transmisor de la tradición, “la representación misma del antiguo sacerdocio
egipcio o, mejor, del principio de la inspiración suprahumana cuya autoridad tenía y en
cuyo nombre formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático” (R. Guénon).

Es menester, también, observar que los alquimistas consideraban a veces a Hermes como
un personaje humano, un viejo rey, inventor de las ciencias y del alfabeto, el primer
sabio.

II. LAS FUENTES PSICOLÓGICAS

La alquimia, como toda doctrina esotérica, responde a determinadas aspiraciones, a


ciertos deseos, a tendencias eternas del espíritu humano; responde a una estructura dada
–tradicional- del pensamiento; de ahí la posibilidad de un estudio psicológico del
simbolismo alquímico.

El dualismo sexual, herencia de mitos religiosos milenarios, está sumamente


desarrollado en la literatura alquímica, donde encontramos cuadros de este género:

Macho Hembra
Esperma Menstruo
Activo Pasivo
Forma Materia
Alma Cuerpo
Fuego Agua
Cálido-seco Frío-húmedo
Azufre Mercurio
Oro Plata
Sol Luna
Levadura Pasta no leudada

Todas las oposiciones se ordenan en función de la oposición fundamental masculino-


femenino: la Gran Obra es la unión del elemento masculino, el Azufre, y el elemento
femenino, el Mercurio. Y todos los autores multiplican las comparaciones tomadas del
lenguaje de la unión y de la generación (cf. Caps. V y VI).

Pero sería una interpretación demasiado simplista vincular la alquimia, como todas las
concepciones de este género, con la irrupción de una sexualidad exacerbada. Todos estos
antiguos símbolos lo mismo que el del fuego, que desempeña una función tan importante
entre nuestros adeptos (cf. la expresión philosophus per ignem, “filósofo por el fuego”,
empleada para designar al alquimista, son de origen tradicional: de ahí la posibilidad,
sobre todo en lo referente al Ars magna, de hallar el significado profundo del
simbolismo, de hacer una especie de fenomenología de la iconografía alquímica. Esto
fue intentado por C. G. Jung en su obra Psicología y Alquimia (1944), en la que brinda
cantidad de ilustraciones extraídas de antiguos tratados alquímicos y muestra sus
analogías asombrosas con las visiones y los sueños. La alquimia es encarada como una
técnica de salvación que procura liberar la chispa de la luz eterna caída en las tinieblas
de la materia.

“El opus cristiano era un operari de los que tenían necesidad de ser liberados, en honor
del Dios salvador; mientras que el opus alquímico era el esfuerzo del hombre salvador
que se consagraba al Alma universal divina, adormecida en la materia, en espera de la
liberación9. Reencontramos el fin último del Ars magna y la ambición desmedida del
adepto, que se constituye en salvador de la propia Divinidad (ver caps. I y IX).

III. LOS ORÍGENES HISTÓRICOS

LA ALQUIMIA ORIENTAL Y LA ALQUIMIA GRIEGA. El Oriente conoció la


alquimia y allí encontramos, en un lenguaje a veces muy diferente, la misma aspiración
de liberación extracósmica.

Según la leyenda, los chinos habrían practicado la alquimia desde 4.500 años a.C. Pero
es el taoísmo, doctrina atribuida a Lao-tse (hacia 600 a.C.) el que, a partir sobre todo del
siglo III de nuestra era, originó este tipo de investigaciones. El taoísmo distingue dos
principios complementarios: el yang, principio masculino que es la luz, el calor, la
actividad y que tiene su sede principal en el Sol; y el yin, principio femenino que es la
oscuridad, el frío, la pasividad y que radica en la Tierra. Todo se explica por la lucha y la
reunión de ambos principios. Primero aparece el k’i, especie de espíritu vital aeriforme,
sutil, al cual todo lo que vive debe su existencia. Luego las interacciones del yin y del
yang engendran cinco elementos (el agua, el fuego, la madera, los metales, la tierra) que
forman todos los seres de la naturaleza. De estas premisas los alquimistas chinos
derivaban toda una práctica muy compleja tendiente a la obtención de la Piedra filosofal
y de la Inmortalidad, para llevar los seres a su máxima perfección10.

La India también supo de investigaciones alquímicas, que constituyen una de las


disciplinas ocultas del tantrismo (hindú y budista).

Todavía no se conocen bien la interpretación histórica de esas alquimias orientales y de


la que nos es más familiar. Será la alquimia occidental, exclusivamente, la que nos ocupe
aquí, porque ésta ha cumplido, en la historia del pensamiento europeo, una misión muy
importante, y porque es también más accesible al especialista.

Fue en Egipto, durante los primeros siglos de nuestra era, y más particularmente en
Alejandría, donde se manifestó la alquimia por influencia del sincretismo filosófico-
religioso de la época helenística combinado con los conocimientos prácticos debidos a
médicos y metalúrgicos. De allí pasó a los bizantinos y después a los árabes.

9
Obra cit. (Hay trad. Española, Buenos Aires, 1960)
10
Cf. F. DE MÉLY, “L’Alchimie chez les Chinois et l’Alchimie grecque”, Journal des Savants, París, 1895, y los
trabajos de F. Maspero.
El estudio de los orígenes remotos de la alquimia griega es difícil, en gran parte por la
escasez de testimonios probatorios anteriores al fin del Imperio Romano. La primera
mención oficial de la alquimia aparece durante Diocleciano, quien por un edicto ordenó
destruir todos los libros egipcios alusivos a la fabricación del oro y de la plata.

Sin embargo, el estudio de los textos permite, en cierta medida, llegar más atrás del siglo
IV de nuestra era y realizar un censo de las influencias formativas.

EGIPTO. El Egipto era considerado por la unanimidad de los alquimistas europeos como
la patria de origen del arte sagrada y, sin duda, los conocimientos esotéricos de los
sacerdotes egipcios no dejaron de desempeñar un gran papel.

Encontramos en los alquimistas de Alejandría algunos rasgos característicos de las


doctrinas religiosas del Egipto antiguo. Esta influencia es, sin embargo, bastante difícil
de aislar, ahogada, como parece haber estado, por la masa de ideas helenísticas.

CALDEA E IRÁN. Babilonia ha desempeñado un papel de primera categoría en todo lo


que se relacione, de cerca o de lejos, con las ciencias ocultas. Nada mejor podríamos
hacer que citar estas líneas de René Berthelot, en su libro La pensé de l’Asie et
l’Astrobiologie11 : “La primera ciencia humana nació con las primeras industrias
metalúrgicas, especialmente con las primeras aleaciones en proporciones definidas (en
particular el bronce), los primeros esmaltes y el teñido de los géneros, así como por el
uso de la balanza. Pero los caldeos asociaron estos procedimientos a teorías astrológicas
sobre la fecha de las operaciones químicas (es decir, sobre la situación de los astros
definida por esta fecha) … No es casualidad que más tarde, en el Imperio Romano, la
palabra mathematici resultara sinónima de astrólogos, como tampoco es accidental que
la alquimia y la astrología fueran interrelacionadas constantemente desde esta época, ni
que estuvieran vinculadas, una y otra, con la idea de una correspondencia entre lo que los
griegos llamaban microcosmo y macrocosmo, es decir, entre el organismo individual y el
universo, organismo universal que forman el Cielo y la Tierra”.

La alquimia debe al Irán la reformulación de varios mitos y leyendas relativos al Hombre


primordial12, cuya muerte y desmembramiento originaron los diferentes metales.

FUENTES HEBRAICAS Y GRIEGAS. En las obras alquímicas aparecen cantidad de


leyendas hebreas (cf. el libro de Enoc y los otros Apocalipsis judíos). En lo que
concierne a las doctrinas puramente helénicas, los alquimistas se han servido de todas las
filosofías griegas (presocráticos, estoicismo, etc.), en gran parte, destaquémoslo, por
medio de los neoplatónicos de Alejandría y los herméticos.

GNOSIS PAGANAS Y CRISTIANAS. La alquimia griega parece formada en el siglo III


d.C., en ese período confuso y atrayente donde todas las doctrinas aspiran a la vez a la
salvación, la pureza y al conocimiento por iluminación (gnosis), impregnadas de las
mismas tendencias fundamentales de la sensibilidad de la época, caracterizadas así por

11
RENÉ BERTHELOT, La pensé de l’Asie et l’Astrobiologie, París, Payot, 1938.
12
Es el Adam Kadmón de los cabalistas.
A.-D. Nock: “deseo de incertidumbre y de revelación, gusto por el esoterismo,
propensión a las abstracciones, cuidado del alma y de su salvación, tendencia a
considerar el mundo en relación con la suerte del alma y a ésta en relación con el mundo.
El hombre veía oscuramente en un espejo, se veía y tenía clara conciencia de distinguirse
de la mayor parte de los hombres, que no se veían a sí mismos”.

El hermetismo propiamente dicho, forma especial de gnosis pagana, comprendía una


literatura muy ramificada, consagrada a temas diversos (astrología y otras ciencias
ocultas, doctrinas filosóficas, religiosas, etc.), presentadas siempre como revelaciones y
no como descubrimientos. “Cuando las creencias de Egipto entraron en el marco de la
cultura griega –escribe Nock- y sufrieron su influencia, Thoth conservó su función
tradicional y una nueva literatura en griego se desarrolló con su nombre”. Desde el
segundo siglo, los textos herméticos se multiplicaron y la cantidad de escritos atribuidos
a Hermes era, al decir del neoplatónico Jámblico (en su libro De los misterios), superior
a veinte mil volúmenes. Entre los escritos consagrados a las artes de adivinación que nos
han llegado, se destaca la serie de obras filosófico-religiosas compiladas en el Corpus
Hermeticum. Es una sucesión de diálogos entre personajes divinos (Hermes, Isis, Horus,
etc.) que apunta a la naturaleza de Dios, el origen del mundo, a la creación y caída del
hombre, a la iluminación divina como único medio de liberación. Esas obras, en
particular el Poimandres, no cesaron de ser comentadas hasta el siglo XVII. En este
sentido se plantea el problema de la conexión de esta literatura con la filosofía hermética
de la Edad Media y del Renacimiento (ver cap. IV. § 3 y cap. V).

El neoplatonismo, doctrina de la Escuela de Alejandría, ejerció igualmente una


importante influencia en la formación de la alquimia. El neoplatonismo tardío, influido
por el hermetismo y las religiones mistéricas, se parecía más, por otra parte, a la gnosis
pagana que a la filosofía propiamente dicha.

En cuanto al gnosticismo cristiano que proliferaba en Alejandría, desempeñó un papel


preponderante. Por lo demás, la alquimia tomó el estilo complicado de la gnosis, que
mediante imágenes a la vez grandiosas y confusas intentaba iniciar a sus fieles en los
secretos del cosmos, de la esencia y de los fines del universo, de las manifestaciones de
la Divinidad y de la lucha eterna entre los principios del bien y del mal. Hay profunda
analogía entre la gnosis, que enseña el sentido verdadero de teorías filosóficas y
religiosas, disimulado tras el velo de símbolos y alegorías, y la alquimia, que en cuanto
doctrina busca el conocimiento de las propiedades ocultas de la materia y las representa
por símbolos. Los alquimistas utilizaron copiosamente los símbolos gnósticos, en
particular el famoso Uróboro, que se encuentra grabado en las gemas y talismanes que
posee la Biblioteca Nacional de París (cf. las sectas conocidas con el nombre de naasenos
u ofitas, que veneraban la serpiente como símbolo del Alma del mundo, la que envuelve
todo lo que existe, encerrando el universo creado).

La alquimia griega se manifestó en un período de intenso fervor espiritual; muestra la


colaboración de influencias y tendencias bastante diversas, aunque de inspiración
análoga, y se presenta como un vasto sincretismo que une el arte práctico de los egipcios
con la filosofía griega, las doctrinas orientales con el misticismo alejandrino; como una
prestigiosa mezcla de elementos orientales, griegos, judíos, cristianos: según lo observa
A. Ouy, la alquimia era “en cierto modo la imagen de la población de Alejandría”.

CAPÍTULO IV

LAS GRANDES ETAPAS DE LA ALQUIMIA

I. ALEJANDRÍA Y BIZANCIO

LA LITERATURA ALQUÍMICA GRIEGA. La alquimia, según hemos visto, parece


nacida en Alejandría de un complejo constituido por especulaciones y prácticas
helénicas, caldeas, egipcias y judías. El arte sagrada tomó, en el siglo IV
principalmente, gran extensión en Egipto y en las provincias romanas vecinas.

Toda la literatura alquímica de este período está en idioma griego. Los manuscritos
forman una colección de textos, de los cuales los más viejos no trasponen el siglo III y
los más recientes pertenecen al período bizantino. Se pueden dividir estos textos en
cuatro categorías:

1°. Escritos atribuidos a personajes divinos: Hermes, Isis, Agatodemon, etc.

2°. Escritos atribuidos a soberanos célebres: Kheops, Alejandro, Heraclio, etc.

3°. Escritos atribuidos a sabios ilustres: Platón, Aristóteles, Tales, Heráclito, Zoroastro,
Pitágoras, Moisés, etc.

4°. Y, por último, las obras cuyos autores reales son conocidos: Zósimo, Olimpiodoro,
Sinesio, etc.

ALQUIMISTAS ALEJANDRINOS. La edad de oro de la alquimia alejandrina va desde


el fin del siglo III hasta el comienzo del siglo V. Desde el principio fue verdaderamente
un arte sagrada que debía mantenerse al margen de la muchedumbre, y el esoterismo
inherente no dejó de acentuarse también a medida que las autoridades eclesiásticas de la
ciudad se volvían más y más intolerantes, sobre todo a partir de fines del siglo IV.

Los alquimistas de Alejandría pertenecían a diversas religiones (cristianismo, judaísmo,


paganismo), aunque de hecho profesaban el mismo iluminismo exaltado de doctrinas
teosóficas análogas. Señalemos el gran papel desempeñado por las mujeres durante este
período.

Zósimo (comienzos del siglo IV), oriundo de Panópolis, aunque vivió en Alejandría, fue
el más célebre alquimista griego, apodado “corona de filósofos”. Fue autor de gran
cantidad de obras, muchas de las cuales han sido conservadas.

María la Judía. Vivió, sin duda, en el transcurso del siglo IV. Inventó el kerotakis, vaso
cerrado en el que delgadas láminas de cobre y de otros metales podían ser expuestas a la
acción de diversos vapores, y el procedimiento designado aún hoy por el nombre de
“baño de María”. En la metrópoli egipcia hubo otras mujeres alquimistas; la más célebre
de las cuales fueron Cleopatra la Copta y Teosebia, “hermana hermética” de Zósimo.

Sinesio (fin del siglo IV), era quizás el mismo famoso obispo de Ptolomea en Cirenaica,
discípulo de la neoplatónica Hipatía, asesinada en 415 por el populacho cristiano de
Alejandría.

Oliompodoro vivió al comienzo del siglo V. Era un historiador y un filósofo que enseñó
en la escuela de Alejandría y que, según la tradición, fue enviado como embajador ante
Atila (412).

BALANCE DE LA ALQUIMIA GRIEGA. Desde un punto de vista fundamental, las


obras de esos alquimistas alejandrinos aparecen como una amalgama curiosa, donde
encontramos teorías que asumen aspecto gnóstico mezcladas con visiones extáticas,
descripciones detalladas de aparatos y experiencias, unidas a múltiples exhortaciones al
lector de guardar el secreto del Arte. El alquimista intenta realizar la Gran Obra por
medio de tres clases de operaciones distintas aunque simultáneas:

La transmutación de metales en oro (crisopea) o en plata (argiropea) mediante el


descubrimiento de la Piedra filosofal.

El descubrimiento de la Panacea y la prolongación indefinida de la vida humana.

La Felicidad perfecta en el seno de la Divinidad, la identificación con el Alma del mundo


y la relación con los Espíritus celestes.

Así se nos presenta la alquimia alejandrina, cuyos desarrollos ulteriores solo debían, en
resumen, diversificar en extremo estas tendencias fundamentales.

LOS BIZANTINOS. De Alejandría, la alquimia pasa a los bizantinos, y hombres como


Estéfano o Eneas de Gaza (siglo VI) la cultivaron asiduamente. El arte hermética se
benefició con el apoyo oficial durante el reinado del emperador Heraclio. Más tarde la
alquimia fue más o menos perseguida, aunque no fue desterrada de Bizancio; en el siglo
XI el filósofo platónico Miguel PSELLOS llegó hasta a intentar la apuesta de realizar de
ella un arte positivo y racional, despojado de todo esoterismo.

La alquimia bizantina tuvo notable proyección exterior pero fue sobre todo por los árabes
como llegó al Occidente cristiano.

II. LOS ÁRABES


LA ALQUIMIA ÁRABE. Los árabes tuvieron un papel preponderante en la alquimia,
como, por otra parte, lo demuestra la gran cantidad de palabras árabes empleadas por los
adeptos e incorporadas al lenguaje corriente: “alquimia”, “alcohol”, “alambique”,
“elixir”, etc.

La alquimia se difundió muy temprano en el mundo islámico, y poseemos gran cantidad


de obras herméticas escritas en árabe. Según la leyenda, el príncipe omeya Jalid ib
Kjazid (Calid), que reinó en Egipto en la primera mitad del siglo VII, habría aprendido el
arte sagrada por intermedio de un ermitaño oriundo de Roma aunque residente de
Alejandría, Moriano, discípulo a su vez de un filósofo cristiano llamado Ádfar. De
hecho, el papel esencial en la trasmisión de escritos griegos al árabe fue desempeñado
por los sabios coptos de Egipto, impregnados de cultura alejandrina. La alquimia fue
cultivada principalmente entre las comunidades místicas del Islam, poderosamente
influidas por las gnosis y el neoplatonismo; y, a pesar de los defensores de la estricta
observancia coránica, las doctrinas y los trabajos griegos fueron rápidamente difundidos
en el mundo árabe.

ALGUNOS ALQUIMISTAS MUSULMANES. Djábir ibn Hayyán, a quien los


occidentales llaman GÉBER, vivió hacia 720-800. Nacido en Kufa, junto al Éufrates,
perteneció a una cofradía de sufíes. Fue un gran sabio que intentó aplicar las matemáticas
al estudio del cosmos y descubrió una cantidad de cuerpos químicos nuevos, como el
ácido sulfúrico, el ácido nítrico y el agua regia. De su obra más importante, Summa
perfectionis magisterii, solo se conoce la traducción latina.

Razes, derivado de su verdadero nombre ar-Razí, muerto alrededor del año 930, ensayó
preferentemente aplicar la alquimia a la medicina. Ibn Sina, más conocido con el nombre
occidentalizado de AVICENA (980-1036), cultivó todas las ramas del saber y hasta
presintió algunos descubrimientos de la geología. Personalmente consideró las
transmutaciones como cambios en el aspecto y no en la naturaleza de los cuerpos.

Otros autores, como el Artephius de los adeptos medievales, idéntico sin duda al poeta
at-Tugraí, ejecutado alrededor de 1120, se orientan decididamente hacia el iluminismo,
fundando el arte alquímico en la revelación y en la iniciación. Algunos místicos del
Islam, como al-Gazali o Algacel (muerto alrededor del año 1111) rechazaron totalmente
las operaciones materiales y no admitieron más que una alquimia interior y espiritual
(Kimyá as-saada, “alquimia de la felicidad”), análoga a la concepción masónica del Arte
de Hermes (ver cap. VIII).

III. LA ALQUIMIA EUROPEA

PASO DE LOS ÁRABES A OCCIDENTE. La alquimia pasó de Oriente a Occidente


gracias a los árabes. ¿Cómo se operó este pasaje?
1°. La influencia árabe penetró en Occidente primero por España: el califato de Córdoba
alcanzó su apogeo durante los reinados de Abderramán II (912-961) y de al-Hákam II
(961-976). Se crearon escuelas públicas y bibliotecas que atrajeron a estudiantes de todo
el mundo mediterráneo. Según la tradición, el monje Gerbert, más tarde Papa con el
nombre de Silvestre II (999-1003), fue el primer europeo que conoció las obras
alquímicas escritas por árabes; aunque personalmente fuera sobre todo teólogo y
matemático.

2°. Pero fueron principalmente las Cruzadas las que pusieron al Occidente en relación
con la civilización árabe y despertaron vivo interés por la ciencia oriental. Observemos
también que Sicilia constituye un nexo entre Oriente e Italia: el astrólogo Miguel Escoto
dedicó su De Secretis (1209), obra en la cual las teorías alquimistas estaban
extensamente desarrolladas, a su maestro el emperador Federico II de Hohenstaufen.

La alquimia comenzó a ponerse de moda en Occidente a mediados del siglo XII, época
en que fue traducida del árabe al latín la obra conocida con el nombre de Turba
philosophorum (“La turba de filósofos”). Es ésta una obra anónima, caótica y oscura, que
relata una especie de concilio celebrado por los filósofos para fijar los términos del
vocabulario hermético; los interlocutores son: Anaxímenes, Empédocles, Sócrates,
Jenófanes y otros grandes pensadores de Grecia curiosamente “arabizados” en Ixidimus,
Pandolfus, Frictes, Acsabofen … Las traducciones del árabe aumentaron
progresivamente y suscitaron, en el siglo décimo-tercero una extraordinaria boga literaria
de la alquimia.

EL HERMETISMO MEDIEVAL. La Tabla de Esmeralda. A partir del siglo XII


apareció en Occidente toda una serie de obras atribuidas a Hermes13, de las cuales la más
conocida es la célebre Tabla de Esmeralda (en latín Tabula Smaragdina) que ningún
alquimista ha omitido comentar desde la Edad Media. Es un texto muy corto, y ésta es su
traducción14:

“El Sol es el padre, la Luna es la madre, el viento la ha llevado en su vientre, la Tierra es


su nodriza, el Telesma (“perfección”) de todo el mundo está aquí.

“Su poder no tiene límites sobre la Tierra.

“Tú separarás la Tierra del Fuego, lo sutil de lo espeso, suavemente, con mucha destreza.

“Él sube de la Tierra al Cielo y enseguida baja nuevamente a la Tierra, y recoge la fuerza
de las cosas superiores e inferiores. Tendrás así toda la gloria del mundo porque toda
oscuridad se alejará de ti

“Es la fuerza fuerte de toda fuerza, pues vencerá todo lo sutil y penetrará todo lo sólido.

“Así el mundo ha sido creado.

13
CF. L. THORNDIKE, A History of Magic …, t. II, Nueva York, cap. XLV.
14
En POISSON, Cinq traités d’Alchimie, págs.. 2-3.
“He aquí la fuente de las admirables adaptaciones indicadas aquí.

“Por eso he sido llamado Hermes Trismegisto, poseedor de las tres partes de la Filosofía
universal.

Lo que he dicho de la operación del Sol es completo”.

Todo es misterioso en este texto, verdaderamente “hermético” en el sentido corriente de


la palabra. Lo son su fecha y su origen: los alquimistas le atribuían un origen fabuloso; la
Tabula habría sido, según ellos, grabada por el propio Hermes sobre una esmeralda
(origen de su nombre) y encontrada en la tumba de aquél (escenario clásico de la
literatura esotérica: pensemos en el descubrimiento de la tumba de Rosenkreutz relatado
en el manifiesto rosacruz titulado Fama Fraternitatis Roseae Crucis). Los historiadores
se han esforzado por fechar ese texto, cuyo tenor ha sido conservado fielmente en
manuscrito desde el siglo XIII. La Tabla de Esmeralda parece la versión de un texto
árabe (siglo X?) traducido a su vez de un original griego más antiguo (siglo IV?).
también es misterioso el propio tema que se trata: a primera vista ese texto extraño puede
parecer verbalismo y delirio. Mas, para quien está al corriente de la doctrina hermética y
de la alquimia, esta obra rara está en realidad plena de sentido; en ella encontramos la
doctrina de la unidad cósmica, la de la analogía y correspondencia entre todas las partes
de la Creación, como entre la Creación y la Gran Obra: es un discurso pronunciado por el
Mercurio de los Sabios sobre cómo se elabora la Obra filosofal (cf. los caps. V y VIII).

Entre las otras obras atribuidas a Hermes, cabe mencionar el Libro de los XXIV
Filósofos, apócrifo del siglo XII, donde se halla la definición célebre de Dios, “círculo
cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia, en ninguna”.

LOS ALQUIMISTAS DEL SIGLO XIII. En el siglo XIII la alquimia alcanza en


Occidente gran difusión. Suelen advertirse entre los autores de este período
preocupaciones de orden científico ligadas al sincero afán de salvaguardar la ortodoxia
católica.

San Alberto el Grande (1193-1280) se interesa por la alquimia desde un punto de vista
científico, experimental, y sus obras describen con precisión cantidad de hechos
positivos. Su discípulo, santo Tomás de Aquino (1226-1274), contrariamente a la
leyenda, no cultivó el arte sagrada. Empero, consideraba la alquimia como una ciencia
perfectamente lícita mientras no entrara en los dominios de la magia15.

Roger Bacon (121|4-1294) fue uno de los más grandes sabios de la época y se interesó
mucho por las investigaciones experimentales sobre la transmutación de los metales.

Con el médico Arnaldo de Vilanova (1245-1313), amigo del Papa de Aviñon Clemente
V, la alquimia se revela más filosófica: desarrolla la noción, tomada quizás de la Cábala,

15
Cf. Suma teológica, II, q. LXXVII, art. 2.
del spiritus, que constituye el vehículo de la influencia de los astros en el universo y, por
analogía, el mediador entre el alma y el cuerpo en el microcosmo humano 16. La tradición
considera discípulo suyo a Raimundo Lulio (1235-1313), el “Doctor iluminado”. Este
extraño personaje, nacido en Palma de Mallorca, persiguió durante toda su vida el gran
proyecto de convertir a los infieles mediante su apostolado. De acuerdo con historiadores
modernos, todos sus tratados alquímicos serían apócrifos.

Durante el siglo XIII la alquimia había tomado en suma, la apariencia de una ciencia de
la naturaleza perfectamente compatible con las enseñanzas corrientes de la Iglesia. Pero
el iluminismo, que no había dejado de bullir durante este período, no tardaría en invadir
los tratados de los adeptos.

EL SIGLO XIV. El siglo XIV presenció un gran desarrollo de las obras escritas y la
aparición, cada vez más intensa, de inclinaciones teosóficas. Ya el Roman de la Rose,
verdadera obra maestra de la poesía hermética, cuyos autores eran GUILLERMO DE
LOBRIS y JUAN DE MEUNG, exaltaba en forma simbólica la Gran Obra mística,
paralela al descubrimiento de la Piedra filosofal, por la cual el alma humana alcanza la
serenidad perfecta de la iniciación a través de pruebas múltiples, en tanto que la Rosa
representaba a la vez la Gracia Divina y la Piedra. Idénticas tendencias cristianas
esotéricas se encuentran en la Divina Comedia de Dante17.

Los alquimistas más notables de este período fueron Petrus Bonus (de Ferrara); el
hermano menor de Juan de Roquetaillade; Martín Ortholain (Ortulanus), que vivió en
Francia a mediados del siglo; John Cremer (1327-1377), abate de Westminster … y
sobre todo el célebre Nicolás Flamel.

NICOLÁS FLAMEL Y EL ARTE REGIA. Flamel (1330-1418), oriundo de Pontoise,


establecido en París como escribano público y luego como bibliotecario de la
universidad, se consagró más tarde a la arquitectura: la iglesia Saint-Jacques-de-la-
Boucherie (de la que sólo queda hoy el campanario) fue construida por él. Después de
andar a tientas durante veinticuatro años, ayudado por su mujer Pernelle, descubrió el
manuscrito de un tal Abraham el Judío que representaba la Gran Obra en una serie de
figuras cuyo secreto habría de descubrir Flamel después de un largo viaje por España18.

Nicolás Flamel fue verdaderamente un maestro del arte regia que debía expandirse
plenamente durante el siglo XV, uno de los períodos más complejos y menos conocido
que encierra la Edad Media propiamente dicha.

EL SIGLO XV. En este siglo la alquimia se revela francamente como gran doctrina
iluminista: en esta época confusa en que las herejías abundan, cuando las doctrinas
teosóficas y mágicas se extienden a través de toda Europa, la alquimia se resuelve en
doctrina secreta disimulada tras las normas alegóricas y misteriosas, y cuya inspiración

16
Cf. M. HAVEN, Arnauld de Villeneuve, París, 1898.
17
Cf. E. Aroux, Dante hérétique …, París, 1939.
18
Ver A. POISSON, Nicolás Flamel, París, 1893.
parece muy distante de las devociones populares corrientes. Muchas obras de este
período son anónimas. Sin embargo, algunos personajes atraen la atención: Juan de la
Fonteine, preboste de la ciudad de Valenciennes, Isaac el Holandés; Bernardo, conde de
Trevisan (1406-1490); Eck de Sulzbach; los ingleses George Ripley (1450-1490) y
Thomas Norton …

BASILIO VALENTINO. Debe asignarse lugar aparte a Basilio Valentino, que habría
vivido en un convento de benedictinos, en Erfurt, hacia 1413. Sus manuscritos,
encontrados, según la leyenda, en la iglesia de Erfurt después que un rayo hubiera
quebrado una columna, no fueron impresos hasta 1602. Muchos historiadores también lo
consideran un personaje mítico y sus obras, a veces, se juzgan posteriores a las de
Paracelso. Sea como fuere, esas obras son del más alto interés, en ellas se expresa en
toda su amplitud, la concepción más gnóstica de la alquimia. También se halla en ella la
descripción de cuerpos químicos nuevos, como el antimonio, y la utilización de muchos
procedimientos, como el del anillo adivinatorio para descubrir metales ocultos en el seno
de la tierra. Las obras de Basilio Valentino, singularmente sus célebres Doce Claves,
están ilustradas con curiosas planchas simbólicas.

EL RENACIMIENTO. Desde el siglo XVI comienzan ya a aparecer obras químicas en


el sentido moderno de la palabra. Jorge Agrícola (1494-1555) redacta uno de los
primeros tratados de mineralogía científica, el De Re Metallica (Basilea, 1530). Sin
embargo, la alquimia propiamente dicha alcanza su apogeo, y se asocia cada vez más a la
Cábala, la magia y a la teosofía, que aparecen a plena luz; neo-platonismo de Marsilio
Ficino, neo-pitagorismo de Nicolás de Cusa, cabalismo cristiano de Reuchlin y de Pico
della Mirandola … La naturaleza constituye un inmenso laboratorio donde la materia,
siempre en fermentación, es revestida de mil formas por “artistas” invisibles dirigidos
por un Maestro supremo. Cada ser tiene su principio particular de organización, lo que
Paracelso denominará archéus.

El mundo es el dominio de acciones y de interacciones mutuas. En cuanto al hombre,


imagen de Dios y resumen de toda la creación, es verdaderamente el centro del universo
… Los alquimistas, herederos de todo ese esoterismo tradicional, son cada vez más. La
invención de la imprenta permite una difusión considerable de escritos de los adeptos. Y
las sociedades secretas brotan como hongos: la síntesis de esas aspiraciones será
realizada por el movimiento de los Hermanos de la Rosa Cruz que se extenderá con más
amplitud en el siglo siguiente (ver más adelante).

Entre los muchos adeptos del siglo XVI citemos en Italia, J. Augurelli (1454-1537),
autor de un poema célebre, la Crisopea; en Francia, Blaise de Vigenaire, Jacques
Gohory, Denis Zachaire …; en Inglaterra, Samuel Norton (1548-1604), el célebre John
Dee (1527-1608) y su amigo Edward Kelley; en países de habla alemana, el abate Johann
Tritheim (1462-1516), el misterioso Salomón Trismosin y, sobre todo, Paracelso.
PARACELSO. Su verdadero nombre es Teofrastus Bombast Von Hohenheim. Paracelso
nació en Einsiedeln en 1493. Su existencia es una verdadera novela de aventuras: durante
diez años, terminados sus estudios médicos, llevó una vida vagabunda a través de toda
Europa. Y, nuevamente en su país natal en 1526, obtuvo una cátedra en la Universidad
de Basilea. Por haberse atraído la hostilidad de sus colegas debió dejar la ciudad y
recomenzar su existencia errante, en el curso de la cual operó curas maravillosas.

Murió en Salzburgo en circunstancias quizás sospechosas (1541) a la edad de cuarenta y


ocho años19.

Es ante todo un médico; para él la medicina no puede separarse de la alquimia, de la


filosofía y ni siquiera de la religión. Quiere conocer todas las fuerzas misteriosas que
obran en la naturaleza y en el hombre. El centro de la doctrina es la diferenciación del
macrocosmo y el microcosmo, es decir, del universo y del hombre, que forman dos
términos perfectamente semejantes; reproduce y repite exactamente lo que pasa en el
otro. La vida del ser humano es inseparable de la del universo. Allí reaparecen los tres
principios alquímicos (la sal, el azufre y el mercurio), que se presentan con la forma del
espíritu, del alma y del cuerpo cuando se trata del ser humano. En cuanto a Dios, “centro
y circunferencia del Todo”, envuelve toda la Creación; por lo demás, todo emana de Él
por un vasto proceso cosmogónico (cf. cap. V, § 2). El hombre es triple: pertenece al
mundo divino por su alma; al mundo visible, por su cuerpo, y al mundo angélico por el
fluido vital, el “espíritu”, que se interpone entre el alma y el cuerpo como una especie de
vehículo. El universo es un perpetuo flujo y reflujo de Vida, que pasa por el hombre para
de Dios a las cosas y de las cosas a Dios. El alma humana posee en sí todas las ciencias,
pero en estado latente. Conocer es reconocerse, reencontrar en sí la Ciencia por el
recogimiento del alma que se considera a la claridad de la iluminación divina y, dice
Paracelso: “quien se conoce, conoce implícitamente a Dios”20.

A ese sistema teosófico, Paracelso unía múltiples aplicaciones prácticas; principalmente,


mucho contribuyó a orientar la alquimia hacia la fabricación de remedios químicos.

La influencia de Paracelso fue considerable, tanto desde el punto de vista práctico (por
ejemplo en Libavius, 1560-1616, y en muchos médicos) como desde un ángulo
especulativo. Los rosacruces del siglo XVII deben las líneas generales de sus doctrinas a
las ideas de Paracelso.

EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XVII. LOS “HERMANOS DE LA ROSA-CRUZ”.


El comienzo del siglo XVII vio una gran expansión de la alquimia en todas sus formas.
Los adeptos no cesaban de recorrer Europa en todo sentido. Fue así como el escocés
Alejandro Sethon, después de haber recorrido toda Alemania de oeste a este, arrestado en
Dresde, fue torturado para que revelara el secreto del polvo de proyección; liberado por
el polaco Migues Sedainvoj, más conocido por el nombre de Sendivogius (1566-1646),
murió poco después a consecuencia de sus numerosas heridas (1604). Más felices fueron

19
Excelente biografía de Paracelso en la obra del Dr. R. ALLENDY, Paracelse, le médecin maudit, París, Gallimard,
1937.
20
Para una exposición detallada de la filosofía de Paracelso, ver F. HARTMANN, Grundriss der Lehren des
Paracelsus, Leipzig, 1898.
los alquimistas que rodeaban al emperador Rodolfo II (1562-1612): “Todos los
alquimistas –escribe Figuier-, cualquiera que fuese su nacionalidad o rango, estaban
seguros de ser bien acogidos en la corte de Rodolfo. Después de haber reconocido, por
un examen, que poseían la ciencia requerida, se los introducía cerca del príncipe, que
jamás dejaba de recompensarlos dignamente cuando sabían hacerlo testigo de alguna
experiencia interesante”.

En toda la Europa occidental florecía la alquimia cultivada por hombres como el


presidente d’Espagnet (Arcanum hermeticae philosophiae, 1623) y Hesteau de
Nuysement en Francia. Hasta la literatura está influida entonces por las doctrinas
herméticas: citemos las curiosas obras de Cyrano de Bergerac (1620-1655). Es un
hombre de primera línea el médico belga Juan Bautista van Helmont (1577-1664), quien
asocia en una vasta síntesis las teorías alquímicas, el hermetismo religioso y los
resultados experimentales21.

Pero la alquimia de principios del Gran Siglo está representada sobre todo por el
movimiento iniciático de los Hermanos de la Rosa Cruz que se desarrolla principalmente
en Alemania, aunque extiende sus ramificaciones a toda Europa occidental. Las teorías
rosacruces tienen antiguas raíces en tierra germánica; pero sus orígenes inmediatos
pueden ser hallados en el movimiento oculto desarrollado por algunos discípulos de
Paracelso tales como el médico Khunrath (1560-1588), autor de la curiosa obra titulada
Amphitheatrum Sapientiae aeternae (El anfiteatro de la sabiduría eterna), movimiento
cuyo fin era alcanzar por iluminación el Conocimiento total y universal (Pansofía). Al
principio del siglo XVII, la tendencia alcanza su apogeo con la manifestación de un
movimiento rosacruz, cuyos miembros más notorios fueron: en Alemania, Juan Valentín
Andreae (1586-1654), autor de las Bodas químicas, obra extraña que, en forma de un
cuento alegórico, es a la vez un tratado de alquimia y un ritual de iniciación de los
hermanos; Hadrian von Mynsicht, llamado Madathanus; y Michael Maier (1568-1622),
médico y consejero de Estado de Rodolfo de Habsburgo y autor de muchas obras donde
la imagen y hasta la música acuden en apoyo del texto; y en Inglaterra el médico Robert
Fludd (1574-1637), que sistematizó las doctrinas rosacruces en un vasto conjunto …
Todos estos autores imaginan una síntesis universal que, al combinar el éxtasis y la
observación, los métodos a priori y la experimentación, permitiría entrar en contacto
íntimo con la Realidad que explica los fenómenos.

Supuestos depositarios de la filosofía secreta conservada fielmente por los “grandes


iniciados” desde los tiempos primitivos, se consagran preferentemente a la búsqueda de
la “medicina universal”. Solamente el adepto puede descifrar el Libro de la Naturaleza,
que, aunque abierto a todas las miradas, sólo puede ser leído y comprendido por algunos.
Todas las viejas aspiraciones iluministas, mágicas y teosóficas, mezcladas con
investigaciones experimentales y con un tremendo apetito de revolución social,
desembocan en las teorías rosacruces que constituyen como el apogeo y la coronación
del ars magna22 (cf. cap. IX y op. 3). Este movimiento influyó en el célebre zapatero

21
Ver P. NÉVE DE MEVERGNIES, J.B. Van Helmont, Lieja y París, 1935.
22
Ver SÉDIR, Les Rose-Croix, París, 1953; W. E. PEUCKERT, Jena, 1928; A.E. WAITE, The Brotherhood of the
Rosy Cross, Londres, 1924.
Jaco Boehme (1575-1624), que utilizó la simbólica y la imaginería de los alquimistas
para exponer su amplio sistema teosófico, cuya influencia debía ser tan considerable en
Alemania como en Inglaterra23.

IV. DECADENCIA HISTÓRICA DE LA ALQUIMIA

EL FIN DEL SIGLO XVII. En la segunda mitad del XVII empieza el descrédito oficial
de la alquimia y demás ciencias ocultas. El triunfo de la filosofía de Descartes provoca
un verdadero hundimiento de las teorías alquímicas. Muchos sabios se niegan entonces a
admitir que una sustancia cualquiera que ocupe un lugar sea más perfecta que todas las
otras sustancias. Los metales fueron creados por Dios para permanecer tal cual son, y el
mundo entero, dicen los cartesianos, queda constantemente semejante a lo que era en el
momento de la Creación, sin embargo, hay todavía alquimistas, de los cuales, muchos
como J. R. Glauber (1603-1688) se encastillan en el campo mineral y se orientan
paulatinamente hacia la química propiamente dicha; así J. Kunchel (1630-1703),
inventor del fósforo, que al cabo de muchos ensayos desafortunados abandona la
creencia en la Piedra filosofal. (Señalemos que algunos de los más grandes sabios de la
época, tales como Newton, Robert Boyle y Leibnitz, persisten en creer, por lo menos en
parte, en la posibilidad de un arte transmutatoria24.) Quedan los partidarios del arte
tradicional; Pierre Borel (1620-1689), médico del rey; J.F. Helvetius, cuyo verdadero
nombre es Schweitzer (1625-1709); E. Ashmole (1617-92); el enigmático Irenaeus
Philalethe; Thomas Vaugham …

EL SIGLO XVIII. En el siglo XVIII la alquimia parece esfumarse o más bien


transformarse en la química propiamente dicha: después de la teoría llamada “flogística”
(no es el fuego mismo el que hacer arder los cuerpos combustibles, sino el “principio del
fuego”, la “flogística”), hipótesis de Stahl (1660-1734), los químicos comienzan a volver
la espalda a los adeptos y, con las teorías de Lavoisier, la ruptura es total. La noción de
cuerpo simple es incompatible con las transmutaciones …

Quedan sin embargo, alquimistas tradicionales: eruditos como Pernety o Lenglet du


Fresnoy, magos y taumaturgos como el conde de Saint Germain y el no menos célebre
Cagliostro, alias José Balsamo (1743-95), místicos y teósofos como d’Eckhartshausen,
autor de la obra titulada La Nube sobre el Santuario, última manifestación de alquimia
espiritual, rosacruz … La historia de la alquimia del siglo XVIII concluye en la época
revolucionaria con el esoterista Alliette, llamado Etteilla, célebre por sus investigaciones
sobre el Tarot y su escuela de magia.

LOS ALQUIMISTAS CONTEMPORÁNEOS. La alquimia debía sobrevivir a pesar de


todas las revoluciones, y en nuestros días conserva aún muy sinceros partidarios. Los
alquimistas de los siglos XIX y XX pueden ser clasificados en tres categorías:

23
Ver. G.C.A. VON HARLESS, Jacob Böhme und die Alchemisten, Berlín, 1870, y A. KOYRÉ, La Philosophie de
Jacob Boehme, París, Vrin, 1929.
24
Respecto de lo que antecede, ver H. METZGER, Les doctrines chimiques en France …, París, P.U.F., 1923.
Los que procuran hacer lo que llamamos una “hiperquímica”, empeñados en justificar
científicamente la posibilidad de transmutaciones metálicas (Tiffereau, Lucas, Delobel,
Jollivet-Castellot …);

Los escritores masones, como J.M. Ragon u O. Wirth, que sustentan una concepción
mística de la alquimia;

Los que se esfuerzan en prolongar el ars magna de fines de la Edad Media y del
Renacimiento: a esta categoría pertenecen Cyliani, Cambriel, Fulcanelli, y también
autores disimulados por los seudónimos de Jacob, d’Auriger … observemos, por otras
parte, que las librerías especializadas en ocultismo no han cesado, desde el siglo pasado,
de reeditar los más célebres tratados de alquimia.

CAPÍTULO V

LA FILOSOFIA HERMETICA

I. GENERALIDADES

Hemos visto que los alquimistas se asignan de buen grado el epíteto de "filósofos", y que
muchos de ellos pretenden aportar un conocimiento profundo de la naturaleza:
la filosofía hermética.

FORMACION Y CARACTERES GENERALES. Es una doctrina o mejor, un conjunto


de doctrinas perpetuado en el decurso de la Edad Media por obra de múltiples
influencias. Esta filosofía hermética ha acarreado los restos de todas las doctrinas
teosóficas de fines de la Antigüedad, que fueron combatidas por la Iglesia con
encarnizamiento pero que no dejaron de marchar subterráneamente durante muchos
siglos: hermetismo propiamente dicho, gnosis diversas, paganismo místico, religiones de
misterios, neoplatonismo... (cf. cap. III). Más tarde la filosofía hermética recurrió a la
Cábala judía, aunque sin llegar a confundirse con ella.

Lo más extraño es que este conjunto de doctrinas diversas se presente como un coherente
sistema tradicional no carente de grandeza. Doctrina secreta, oculta a la vista del profano
tras el velo de alegorías y de símbolos, trasmitida por tradición oral y por iniciación, trató
de estabilizarse, sobre todo a partir del siglo XV, en un sistema coordinado. Pese a las
divergencias entre los autores, las ideas principales persisten invariables desde los libros
de conjuros de la Edad Media (y los tratados antiguos...) hasta los voluminosos tratados
de Paracelso y de Fludd.

EL UNIVERSO. Como lo hace notar precisamente Lambert, "el campo de estudio del
alquimista no va más allá del sistema o, más bien, del universo solar; esto debe tenerse
presente. En los tratados de alquimia se habla a veces de constelaciones, pero éstas sólo
sirven para definir la posición de los planetas del universo solar en el cielo".
Se encuentra, sin embargo, entre los adeptos todo un sistema del mundo: en el centro, la
Tierra; luego, los círculos de los siete planetas y el círculo de las estrellas fijas; después
el Empíreo, el reino de los espíritus puros, y por fin, fuera del conjunto del universo,
Dios mismo, creador de ese Todo que él "envuelve" en cierto modo, que "circunscribe
todo sin estar él mismo circunscripto" (ver fig. 2).

Aparecen en esta concepción las líneas generales de la cosmología gnóstica 25.

fig. 2. Concepción gnóstica del universo (según Leisegang).

DIOS Y EL MUNDO. Los textos herméticos insisten ora sobre la inmanencia de la


Divinidad en el mundo, ora sobre su trascendencia respecto del universo. De hecho Dios
no es independiente del mundo y tiende a menudo a abismarse en él. Los autores
emplean sin violencia la expresión "naturaleza naturante" (Natura naturans) para
designar la Divinidad. (Esta expresión no ha sido inventada por Spinoza: mucho antes se
la encuentra en Robert Fludd y en Giordano Bruno, quienes la tomaron de los
hermetistas medievales.)

Por extensión todo ser en el mundo, todo lo que existe, es una parte de Dios. Más aún: la
historia del mundo es también la historia de Dios; sin la creación, Dios se reduciría a una
simple posibilidad indiferenciada; si Dios es visible en el universo, es porque se ha
expresado por su intermedio (cf. más adelante, § 2).

LA UNIDAD COSMICA. Hay así un solo Ser que se nos presenta con formas
infinitamente variadas. Y la Piedra filosofal se constituye en el símbolo mismo de esta
unidad cósmica. "La Piedra de los filósofos también es llamada vegetal, animal, mineral,

25
Cf. H. LEISEGANG, La gnose, trad. franc., París, Payot, 1951, cap. II.
porque de ella misma, en sustancia y en ser, los vegetales, los animales y los minerales
han nacido26." La teoría de la unidad de la materia es como el leit motiv de todos los
autores herméticos: "Uno es el Todo, por él el Todo, para él el Todo, y en él el Todo"
escribe Zósimo, y en la faz final de su Testamentum el pseudo Lulio inscribió la
siguiente fórmula: Omnia in Unum ("Todo en Uno"). Tras la diversidad de accidentes
con que las cosas se revisten, se esconde una esencia común a todos los seres de la
naturaleza.

Esta concepción es retomada por Jacob Boehme, quien escribe en su De Signatura


Rerum: "Cuando hablo del Azufre, del Mercurio y de la Sal, sólo entiendo una cosa
única, espiritual o corporal; todas las criaturas son esa cosa única, pero las propiedades
las diferencian. Cuando hablo de un hombre, de un animal, de una planta o de un ser
cualquiera, todo ello es la misma cosa única. Todo lo que es corporal es una misma
esencia, plantas, árboles y animales; pero cada uno difiere según que, al principio, el
Verbo fiat le haya impreso una cualidad." (Este es el fundamento de la doctrina
de las "Signaturas" ampliamente desarrollada por Paracelso.)

LA VIDA DEL COSMOS. Se concibe el mundo como un vasto organismo. Todo es


animado, vivo: la idea de la unidad de la materia y del vínculo íntimo entre lo que existe
se acompaña de un vitalismo generalizado. "El mundo -decía ya el neoplatónico
Jámblico-, es un animal vivo cuyas partes, cualquiera sea su separación, están ligadas
entre sí de modo conveniente." Todo lo que existe vive y posee un alma; la vida
evoluciona, y se transforma sin solución de continuidad, desde la piedra hasta Dios. "La
Naturaleza, incluido el Universo, es una, y su origen sólo puede ser la eterna Unidad. Es
un vasto organismo en el cual las cosas naturales se armonizan y simpatizan
recíprocamente27."

La muerte, nos lo dice el mismo Paracelso en su De Natura Rerum, no es más que la


disociación de los seres y su "retorno al cuerpo de su Madre". Además, todo está poblado
de espíritus, desde ángeles hasta demonios, comprendidos los "espíritus elementales" de
los cuales Paracelso ha trazado una lista detallada: las "salamandras", espíritus del fuego;
los "silfos", genios del aire y de las tempestades; las "ondinas", espíritus de las aguas; los
"gnomos", potencias terrestres, guardianes de cavernas y tesoros...

LA TEOLOGIA SOLAR. En el cosmos, el centro de la energía no es otro que el Sol,


productor incesante de la fuerza universal, designado por diversos
nombres: Telesma ("Tabla de Esmeralda"), Archeo (Paracelso, van Helmont), Alma del
Mundo (Fludd)...

Por su coagulación, esta luz formó los cuerpos y los materiales de que se compone el
universo sideral. El Sol mantiene los seres en existencia; su energía anima al mundo y al
hombre. De ahí el carácter divino atribuido al Sol, fuente de toda vida: la energía una,
emanada del Sol, vivifica constantemente los seres del universo. Los adeptos
reencuentran así el antiguo culto solar: el astro del día se hace tabernáculo de la

26
KHUNRATH, Amphitheatrum.
27
PARACELSO, Phisolophia ad Athenienses.
Divinidad, expresión visible del Verbo divino.

EL DUALISMO SEXUAL. Una de las teorías que más escandalizaron a los teólogos es
la del dualismo sexual, ampliamente desarrollado por los autores herméticos: todas las
oposiciones, todas las simpatías y antipatías verificables en el mundo provienen de la
oposición de dos principios complementarios: uno activo y masculino, otro pasivo
y femenino. Reaparecen aquí antiguas concepciones milenarias: Dios era hermafrodita
antes de la Creación; luego se dividió en dos seres opuestos de cuya cópula nació el
mundo (cf. más adelante, § 2). El Sol es masculino; la Tierra, femenina.

El principio femenino se encarna más particularmente en la Luna. Es la Madre, la diosa


siempre fecundada pero siempre virgen, representada por una mujer coronada de
estrellas que lleva en su cuerpo el cuarto creciente. La unión del hombre y la mujer, la
oposición del principio generador y del principio fecundado, constituye la explicación
última. De ahí toda una serie de símbolos tomados del lenguaje sexual y expresados en
formas muy variadas.

LOS TRES MUNDOS. "Hay tres mundos -dice Robert Fludd-: el mundo arquetípico, el
macrocosmo y el microcosmo; es decir, Dios, la naturaleza y el hombre". El mundo
divino encierra en sí la esencia de toda manifestación, envuelve todos los mundos pues
es ese "círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna". El
mundo material y el hombre están construidos según ese mismo plan divino: hay tres
Personas divinas, tres principios materiales (el "Azufre", la "Sal" y el "Mercurio"), tres
principios que forman el ser humano (el cuerpo, el espíritu y el alma). Todo es analogía,
correspondencia...

MACROCOSMO Y MICROCOSMO. Entre el universo y el ser humano los alquimistas


buscan principalmente correspondencias sutiles.

El hombre es llamado microcosmo ("mundo pequeño"), porque ofrece en síntesis todas


las partes del universo. El hombre, por otra parte, es un reflejo del macrocosmo, formado
de acuerdo con las mismas leyes. "Lo que está arriba es como lo que está abajo" (“Tabla
de Esmeralda”); cf. diagramas tales como el sello de Salomón, cuyos triángulos
equiláteros entrelazados representan, el uno, el macrocosmo y el otro, el microcosmo
(fig. 3).

fig. 3. Sello de Salomón.


El nacimiento del hombre es análogo al del universo (cf. Paracelso: "El estudio de la
matriz es también la ciencia de la génesis del mundo"). El dualismo universal se señala
en el hombre por la separación de los sexos, que antes estaban reunidos: Se reencuentra
en Boehme y en muchos otros teósofos esta antigua teoría del androginato primitivo del
hombre, común a tantas mitologías antiguas.

LA CAIDA Y LA SALVACION. El universo y el hombre están hoy en un estado de


decadencia. Los adeptos cristianos desarrollan con muchas variantes la teoría del pecado
original, siempre considerado un divorcio entre el alma y la carne, y la influencia de ésta
sobre aquélla.

Pero el hombre puede alcanzar la salvación, tanto más cuanto que el alma humana es, por
esencia, una porción segmentada del alma divina. El hermetismo se prolonga muy
naturalmente en el misticismo activo, el éxtasis, el iluminismo. La iluminación, unida al
Arte, puede devolver la eternidad perdida y preparar la regeneración del propio
cosmos. (cf. cap. IX).

PARALELISMO ENTRE LA NATURALEZA Y EL ARTE. El arte alquímico y la


Naturaleza están en estrecha correspondencia. El arte, por otra parte, según la expresión
de Robert Fludd es solamente "el mono de la naturaleza": el laboratorio del adepto es en
sí una especie de microcosmo, de pequeño mundo en relación con el universo. De ahí el
principio, con frecuencia formulado, según el cual la Gran Obra realiza un proceso
análogo al de la Creación del mundo. El alquimista reconstruye en vaso cerrado el
trabajo de la naturaleza y, en cierta medida, hasta el de la Divinidad. Y la literatura
alquímica es rica en frases de este género: "Al principio Dios creó todas las cosas de la
nada, masa confusa de la cual hizo una clara distinción en seis días. Así debe suceder en
nuestro magisterio."

II. LA COSMOGONIA HERMETICA

La cosmogonía hermética es la parte más elaborada del sistema y la que se encuentra


más semejante a sí misma en los diversos adeptos. Aunque los autores, sobre todo en los
siglos XVI y XVII, han desarrollado sistemas a menudo muy complicados en sus
detalles, los rasgos principales han permanecido siempre iguales, y es posible descubrir
las tesis fundamentales alrededor de las cuales gravitan todas las especulaciones.

RASGOS CARACTERISTICOS DE LA COSMOGONIA HERMETICA.

1º Esta Cosmogonía ("nacimiento del mundo") es al mismo tiempo una teogonía.


Gracias a la Creación, Dios se afirma y se revela. Dios es el principio del ser y de lo
posible. Todo lo que existe, todo lo que se ve actualmente, fue primero invisible en Dios.
El Principio único engendró todas las cosas diferenciadas por transformaciones
sucesivas: "Así como todas las cosas han provenido y provienen de Uno, todas han
nacido de esta Cosa única por adaptación".

2º El proceso de creación se opera gracias a la separación y luego a la unión de dos


Principios: el Fuego28, que cumple la función de macho, y la Materia, principio hembra
comparable a una inmensa matriz. El Fuego, primer aspecto de la emanación divina,
fecunda la materia y engendra así todos los seres que integran el universo. Siempre se
vuelve a encontrar el esquema.

– Materia prima, caos indiferenciado, del cual surgirá la diversidad universal:


"Todas las cosas vienen de la misma simiente, todas fueron en su origen
engendradas por la misma madre29."

– División de esa materia prima en elementos;

– Formación de los cuerpos a partir de estos elementos.

3º La creación realiza el pasaje de la potencia al acto. Es una explicación en el sentido


etimológico (latín explicare = desplegar), un despliegue de las posibilidades del ser.

4º El cosmos, es decir, el universo ordenado, es no sólo extraído del Caos, sino


producido a partir del Caos, y no a partir de la nada (ex nihilo). La vibración original
del fiat lux ígneo determina el comienzo del proceso por el cual el Caos se organiza para
transformarse en el cosmos, aunque nada sustancial agrega a las posibilidades existentes
en el Caos "informe y vacío".

Sobre estas teorías básicas los hermetistas elaboraron síntesis, a veces muy complejas
pero en las que persisten las líneas generales de la cosmogonía primitiva, expresada con
ayuda de símbolos extremadamente antiguos tomados del lenguaje de la generación (cf.
el antiguo símbolo del huevo del mundo, del cual el "huevo filosófico" es una imagen, y
que se encuentra en las cosmogonías hindúes, caldeas, egipcias, etc.). He aquí, a título
ilustrativo, una breve exposición de las ideas de Paracelso sobre la génesis del mundo,
que ejercieron gran influencia en los alquimistas posteriores.

LAS IDEAS DE PARACELSO. Al comienzo sólo existe la suprema Unidad cósmica


indiferenciada, el Yliaster, la "materia prima" de todas las cosas, el "gran Misterio"
(Mysterium magnum), incognoscible y sin forma, prodigiosa reserva de posibilidades y
de fuerzas que comunicarán a todos los seres sus propiedades infinitamente diversas. En
esas tinieblas primordiales, sustancia de todo lo que el ser podría devenir, pero en estado
de posibilidades virtuales e indiferenciadas, se halla inscripto en estado de nada todo el
desarrollo ulterior del ser. Este principio unitario, para manifestarse, se polariza por
diferenciación binaria de un principio negativo, femenino, pasivo (Cagaster), y de un
principio positivo, masculino. Su unión engendra el Caos o Ideos. El Yliaster, dividido y
descompuesto, hizo brotar de su seno esa materia primitiva (Hyle) que Paracelso
compara a las Aguas de que habla el Génesis, que contenían la sustancia de todas las
cosas. La acción de la Luz activa sobre ese Limbus maior lo descompone en tres
principios (Azufre, Mercurio, Sal), cuya unión produce la materia, ahora corporal
(Yliadus), con sus cuatro elementos o "madres" de las cosas. El proceso de la creación

28
Es el "Gran Arquitecto" de los francmasones, en cierta medida por lo menos.
29
BASILIO VALENTINO, El carro triunfal del antimonio.
culmina en la aparición de diferentes seres del universo, gracias a la división y a la
evolución en los mysteria specialia: la fuerza vital se refleja en las simientes terrestres
(Limbus minor), que tienen su origen en la Tierra.

CAPÍTULO VI

LAS TEORIAS ALQUIMICAS

LA UNIDAD DE LA MATERIA. Ya hemos observado que uno de los fundamentos de


la filosofía hermética era la afirmación de la unidad de la materia, que los adeptos
representaban por el antiguo símbolo de la serpiente que se muerde la cola
(uróboro). Esta afirmación reaparece como postulado fundamental de la alquimia
teórica: la materia es una, decían los alquimistas, pero puede adoptar diversas formas y
en estas nuevas formas combinarse consigo misma y producir nuevos cuerpos en
cantidad indefinida. A esta "materia prima" le daban los nombres más diversos:
simiente, caos, sustancia universal, absoluto30, etc.

En verdad, esta teoría no es específicamente alquímica: ya Platón en su Timeo había


desarrollado la noción de la materia prima común a todos los cuerpos y capaz de tomar
todas las formas; pero los alquimistas la desarrollaron considerablemente y la llevaron
hasta sus últimas consecuencias.

Todo pasa y cambia en el mundo, todo está sujeto a perpetua transformación, pero nada
muere, nada desaparece. El uróboro es el símbolo de la evolución que renace sin cesar
de su propia destrucción, en un movimiento sin fin. "Todo lo que lleva el carácter del ser
o de la sustancia -escribe d'Espagnet en su Enchiridion physicae restitutae- ya no puede
abandonarlo y, por las leyes de la naturaleza, no le está permitido pasar al no-ser31."

Por otra parte es menester que la materia en sus diversas formas, sea reductible a un
constituyente común para que la transmutación resulte posible. Como lo hace notar
Sinesio, en la experiencia alquímica el adepto no crea nada: sólo modifica la materia
cambiando su forma.

LOS TRES PRINCIPIOS: AZUFRE, MERCURIO Y SAL. Los alquimistas, sin


embargo, distinguen dos principios opuestos: el Azufre y el Mercurio, a los cuales

30
Cf. BALZAC, La recherche de l'Absolu.
31
Citado por A. POISSON, en Théories et symboles des alchimistes.
asocian un término medio: la Sal. Fue Paracelso quien popularizó la famosa división
tripartita: Azufre, Mercurio, Sal (llamada también Arsénico) que había sido desarrollada
antes de él por Géber, Roger Bacon y Basilio Valentino.

Desde ahora debe advertirse que los nombres Azufre, Mercurio, Sal (o Arsénico) no
designan los cuerpos químicos de igual denominación, sino que representan
algunas cualidades de la materia: el Azufre designa las propiedades activas (por ejemplo
combustibilidad o poder de ataque sobre los metales); el Mercurio, las propiedades
llamadas "pasivas" (por ejemplo, fulgor, volatilidad, fusibilidad, maleabilidad); en
cuanto a la Sal, es el medio de unión entre el Azufre y el Mercurio, comparada a menudo
con el espíritu vital que une el alma al cuerpo.

El Mercurio es la materia, el principio pasivo, femenino; el Azufre, la forma, el


principio activo, masculino; en cuanto a la Sal, es el movimiento, por medio del cual el
Azufre da a la materia toda clase de formas (este tercer término no desempeña una
función teórica de primer plano y lo que interesa conocer es, principalmente, el dualismo
Azufre-Mercurio).

El Azufre y el Mercurio simbolizan así las propiedades opuestas de la materia. "Yo dije:
Hay dos naturalezas, una activa y otra pasiva. El maestro me preguntó: ¿Cuáles son esas
dos naturalezas? Y yo respondí: Una es la naturaleza del calor; la otra, la del frío. ¿Cuál
es la naturaleza del calor? El calor es activo y el frío pasivo32". El Azufre es el principio
fijo; el Mercurio, principio volátil. De ahí el siguiente cuadro:

De esto los alquimistas deducen toda una teoría sobre la génesis de los metales (cf. más
adelante), de donde provienen los calificativos de padre y de madre de los metales,
dados al Azufre y al Mercurio, principios activo y pasivo, respectivamente. Separados en
el seno de la Tierra y atraídos incesantemente uno hacia el otro, los dos principios se
combinan en diversas proporciones para formar metales y minerales por influencia del
fuego central. Y, según la expresión de Alberto Magno en su Compuesto de los
compuestos, "la diferencia sola de cocimiento y de digestión produce la variedad en la
especie metálica".

LOS CUATRO ELEMENTOS. Los alquimistas retoman la vieja teoría griega de los
cuatro elementos (tetrasomía). Para evitar equívocos, conviene insistir sobre el siguiente
punto: los cuatro elementos (Agua, Tierra, Aire, Fuego) no designan las realidades
concretas cuyos nombres llevan. Son estados, modalidades de la materia. "Los cuatro
elementos responden, en efecto, a los estados generales y apariencias de la materia. La
Tierra es el símbolo y el soporte del estado sólido. El Agua, símbolo y soporte de la
liquidez. El Aire, de la volatilidad. El Fuego, más sutil todavía, responde al mismo
tiempo a la noción sustancial del fluido etéreo, soporte simbólico de la luz, del calor, la

32
ARTHESIUS, Claris maioris sapientiae.
electricidad, y a la noción fenomenológica del movimiento de las últimas partículas de
los cuerpos33."

Los alquimistas distinguen dos elementos visibles: la Tierra y el Agua, continentes de


dos elementos invisibles, el Fuego y el Aire; y hacen corresponder estos cuatro
elementos con las cuatro cualidades tradicionales: cálido, frío, húmedo y seco (fig. 4).
En correspondencia con la Sal, se suele describir un quinto elemento, el Éter o
Quintaesencia, especie de mediador entre los cuerpos y la fuerza vivificante que los
penetra.

Concepción utilizada con frecuencia es el llamado ciclo de Platón: hay cambio periódico
continuo entre los elementos (el Fuego se condensa en Aire; el Aire se cambia en Agua;
el Agua, solidificada se transforma en Tierra; la Tierra se trueca en Fuego; luego la
transformación se reproduce en sentido inverso).

fig. 4. Los cuatro elementos.

Por otra parte, los alquimistas se empeñan en relacionar la clasificación Azufre-Sal-


Mercurio con la teoría de los cuatro elementos; de ahí este cuadro.

33
BERTHELOT, Origines de l'alchimie, pág. 253. [Ed. castellana en Ed. Mra, Los orígenes de la Alquimia, Barcelona
2001.]
En fin, la génesis de los cuatro elementos preocupa mucho a los adeptos, lo que motiva
múltiples interpretaciones de la "Tabla de Esmeralda". He aquí al respecto, una tentativa
de elucidar un pasaje oscuro de dicho escrito, suministrada por uno de los intérpretes
modernos de las doctrinas alquímicas, el doctor Lambert: "Parece, en nuestra opinión,
fácil de interpretar ese pasaje si se lo relaciona con la emanación primordial
o Telesma, que, proveniente del Sol, pasa por los cuatro estados de materia de que
hemos hablado: el fuego, el aire, el agua y la tierra. El Sol es el padre de ese Telesma y
lo emite en estado de fuego... 'El Viento lo ha llevado en su vientre', dicho de otro modo
ese Telesma, al abandonar el estado de fuego, pasa al de aire simbolizado por el viento.
'La Luna es su madre': aquí se trata, verosímilmente, del pasaje al estado de agua.

'La Tierra es su nodriza'; es decir que ese Telesma recibe su materialización última en
sustancia sólida, representada por la tierra" (fig. 5).

fig. 5. Los cuatro elementos según R. Lulio.

LOS SIETE METALES. Los alquimistas distinguían siete metales, dos de ellos
perfectos, es decir, inalterables: el oro y la plata, simbolizados por el Sol y la Luna; y
cinco imperfectos, simbolizados por los planetas y representados por los signos de estos
últimos.34

34
Citado por A. POISSON, Ibid. pág. 17.
fig. 6. Metales y correspondencias planetarias.

Cada metal está así en relación con un planeta, lo que entraña un vínculo entre la
alquimia y la astrología. Los adeptos estudian así las influencias planetarias sobre la
formación de metales en el seno de la Tierra. Ya el filósofo neoplatónico Proclo,
escribía: "El oro natural, la plata y cada uno de los metales, como las otras sustancias,
han sido engendrados en la tierra por influencia de las divinidades celestes y de sus
efluvios. El Sol produce el oro; la Luna, la plata; Saturno, el Plomo, y Marte, el
hierro35".

Los metales son considerados seres vivos: "El bronce, como el hombre, tiene un cuerpo
y un alma. El alma es el vapor que se eleva en el curso de la destilación y de la
sublimación; el cuerpo es lo que queda en la retorta; ... reunidos el cuerpo y el alma,
resucitan los cuerpos muertos" (Turba).

Y los alquimistas desarrollan todo un conjunto de curiosas teorías sobre el origen de los
metales, del cual daremos lo esencial: los metales, dicen, como todos los seres creados,
tienen el mismo origen: la materia prima; "los metales son todos semejantes en su
esencia, solamente se diferencian en su forma36". El oro es la perfección del reino
metálico, el fin constante de la naturaleza. Pero ese fin es postergado por múltiples
accidentes y vicisitudes que originan la aparición de metales inferiores: El oro, fin
viviente de la perfección metálica, se forma en las entrañas de la Tierra a partir de una
materia prima que maduran los astros; pero hay metales "enfermos", es decir, metales
viles. Pese a todo, los metales tienden activamente a la perfección mediante el ciclo
hierro  cobre  plomo  estaño  mercurio  plata  oro; la transmutación se
opera así gradualmente en el transcurso de los siglos en las entrañas de la Tierra.
Algunos autores, como Glauber en su libro Opus minerale (La obra mineral,
Amsterdam, 1651), llegan a una concepción cíclica de aquélla: una vez alcanzado el
estado de oro, los metales recorren el ciclo en sentido inverso, en una progresiva
imperfección hasta llegar al hierro, para recuperar gradualmente su perfección y así
indefinidamente; hay en esto como un remoto presentimiento de los conceptos modernos
sobre la radioactividad y la transmutación espontánea de los cuerpos.

Las doctrinas alquímicas sobre los metales fueron violentamente combatidas desde el
siglo XVI. Así Tomás Erasto, uno de los más virulentos adversarios de Paracelso, niega

35
COMENTARIO al Timeo, citado por POISSON, Ibid.
36
ALBERTO MAGNO, De Alchimia.
la posibilidad de la transmutación metálica cuando afirma que cada metal, en su propia
forma, es incapaz de transformarse en otro metal. Las críticas dirigidas a la doctrina de
la transmutación fueron, por otra parte, formuladas desde el principio no en nombre de
la experiencia, sino de la religión, que declaraba los poderes del hombre limitados e
incapaces de modificar la esencia de los cuerpos naturales.

ALQUIMIA Y QUIMICA. Suele vincularse la alquimia con la química moderna y, en


efecto, fácil es hallar en los adeptos el presentimiento de ciertas teorías contemporáneas:
la unidad de la materia, la posibilidad de transmutar los elementos, etcétera. Se les debe
también el descubrimiento de muchos cuerpos nuevos: el ácido sulfúrico, el antimonio,
etcétera, y la invención de procedimientos técnicos bastante perfeccionados.

Pero, en realidad, se trata de dos concepciones del saber diametralmente opuestas:


"Nuestras ciencias modernas -escribe el doctor Sauné- proceden ante todo por análisis;
nosotros dividimos todo el estudio en muchos dominios distintos, en el interior de los
cuales todo resulta simple; al mismo tiempo que se acrecientan las adquisiciones de las
ciencias, se ve multiplicada la cantidad de tales dominios tanto como la de los términos
empleados. Por el contrario, los alquimistas suponían un paralelismo perfecto entre todas
las manifestaciones naturales y hasta sobrenaturales. Las mismas palabras sirven para
órdenes de fenómenos muy diferentes".

Aun si, al considerar la alquimia, se hace abstracción de sus aspectos filosóficos y


místicos, no deja de existir un abismo entre los fines de los alquimistas y los del químico
moderno: en el plano material, el propósito del adepto es purificar las sustancias
materiales, combinarlas y exaltar sus cualidades para llevarlas a una etapa más avanzada
de evolución. Por lo demás, su dominio primordial no consiste en las sustancias
materiales propiamente dichas, sino en las energías latentes que ellas encierran. Por
actuación de las fuerzas espirituales, el alquimista puede sublimar elementos materiales
en elementos invisibles y materializar sustancias invisibles; de ahí la posibilidad de lo
que se ha llamado las palingénesis: según Paracelso, si un objeto pierde su sustancia
material, su forma invisible permanece en la naturaleza y, si se llega a revestir esa forma
de materia visible, se le permite reaparecer (así es cómo los alquimistas mencionados
por Kircher en su Mundus subterraneus pretendían reconstituir una flor a partir de sus
cenizas).

"La química vulgar -dice Pernety en sus Fables grecques et égyptiennes dévoilées- es el
arte de destruir los compuestos que la naturaleza ha formado; y la química hermética es
el arte de trabajar con la naturaleza para perfeccionarla." Y F. Hartmann nos dice: "Es un
error confundir la alquimia y la química. La química moderna es una ciencia que se
ocupa únicamente en las formas exteriores en que se manifiesta el elemento de la
materia. Jamás produce algo nuevo. Se puede mezclar, componer y descomponer, dos o
muchos cuerpos químicos infinidad de veces, y hacerlos reaparecer en formas distintas,
pero al fin de cuentas no habrá aumento de sustancia ni nada más que la combinación de
sustancias empleadas al comienzo. La alquimia nada mezcla ni compone; hace que lo
que existía ya en estado latente crezca y se vuelva activo. En consecuencia, la alquimia
es más comparable a la botánica o a la agricultura que a la química. Y, de hecho, el
crecimiento de una planta, de un árbol o de un animal es un proceso alquímico que se
propaga en el laboratorio alquímico de la Naturaleza, y es ejecutado por el Gran
Alquimista, el poder activo de Dios sobre la Naturaleza."

En último análisis, lo que diferencia la química de la alquimia es el vitalismo de esta


última. La química lleva las manifestaciones orgánicas hacia las reacciones químicas,
mientras la alquimia asimila las manifestaciones del mundo inanimado a los fenómenos
biológicos. De ahí surgen fórmulas como la de Paracelso en su Archidoxum magicum:
"Nadie puede demostrar que los metales estén muertos y privados de vida... En cambio,
yo lo afirmo audazmente, los metales y las piedras, lo mismo que las raíces, las hierbas y
todos los frutos, son ricos de su propia vida."

Comenzamos ahora a familiarizarnos con los fines perseguidos por los adeptos y vamos
a poder considerar la alquimia práctica, la Gran Obra propiamente dicha.
CAPITULO VII

LA ALQUIMIA PRÁCTICA

I. LA GRAN OBRA

Los alquimistas distinguían sin dificultad dos Obras que representaban por dos árboles,
el “árbol lunar” y el “árbol solar”: por la Obra Menor o Pequeño Magisterio se trataba
de obtener la Piedra blanca, capaz de cambiar en plata los metales imperfectos; por la
Gran Obra, o Gran Magisterio, se debía obtener la Piedra al rojo, que permitía operar la
transmutación en oro.

Pero la marcha de las dos Obras era absolutamente idéntica. El Pequeño Magisterio era
impulsado hasta la aparición del color blanco; en tanto, si se continuaba el trabajo hasta
el fin, se obtenía la Piedra roja y se había terminado la Gran Obra. Nos referiremos
solamente a esta última, por cuanto la Obra Menor aparece como una simple etapa del
Magnum Opus.

¿Cuáles son los procedimientos que permiten obtener la Piedra filosofal? Mucho han
escrito los alquimistas sobre este tema pero, en verdad, a primera vista los textos son
poco elocuentes. Júzgueselo por la muestra siguiente extraída del Libro de las doce
puertas de George Ripley37: “Altera y disuelve al marido entre el invierno y la
primavera, cambia el agua en una cabeza negra y elévate a través de los colores
variados hacia el Oriente donde se muestra la luna llena. Después del Purgatorio
aparece el Sol blanco y radiante”. A medida que la Edad Media llega a su fin, los
autores se vuelven cada vez más sibilinos, y se llega en el siglo XVI a frases de este
género: “Yo no escribo fábulas. Tú tocarás con tus manos, tú verás con tus ojos el
Azoth, es decir, el Mercurio de los Filósofos que te basta por sí solo para obtener
nuestra Piedra … Las Tinieblas aparecen sobre la haz del Abismo; aparecen la Noche,
Saturno, y el Antimonio de los Sabios; la negrura y la cabeza del cuervo de los
Alquimistas, y todos los colores del Mundo aparecen a la hora de la conjunción;
también el arco iris y la cola del pavo real. Por último, después que la Obra haya
pasado del color ceniciento al blanco y al amarillo, verás la Piedra de los Filósofos,
nuestro Rey y Dominador de Dominantes, salir de su sepulcro vítreo para subir a su
lecho o trono en su cuerpo glorificado …, diáfana como el cristal, compacta y
poderosísima, de fácil fusión en el fuego como la resina, y fluyente como la cera y más
que la plata viva …, de color azafrán cuando está en polvo, pero roja como el rubí
cuando está en masa íntegra (la cual rojez es la SIGNATURA de la perfecta fijación y
de la fija perfección)38 .”

37
Citado por FIGUIER, L’Alchimie et les alchimistes, pág. 41.
38
KHUNRATH, Amphitheatrum, trad. Al francés de Chacornac, París, 1900.
Los adeptos se esforzaron particularmente por mantener secretos los dos puntos
cruciales del Magisterio: la preparación de la mezcla primitiva que en el Huevo
filosófico debía trascenderse hasta la Piedra, y “el conocimiento de los fuegos”, es
decir, la regulación del calor que se irradia alrededor del vaso sellado. Es, sin embargo,
posible interpretar el simbolismo de los textos y descubrir la marcha seguida por los
adeptos. Daremos el procedimiento empleado por la mayoría de los antiguos
alquimistas, el procedimiento llamado vía húmeda, el único utilizado hasta el siglo
XVII: “No hay más que una Piedra, una sola manera de operar, un solo fuego, una sola
manera de cocer para alcanzar el blanco y el rojo, y todo se realiza en un solo vaso” 39.
Por supuesto que damos seguidamente los datos a título puramente indicativo, y el
lector no debe creer que ahí hallará la fórmula que le permita descubrir la Piedra
filosofal, si es que existe … (Sobre la vía seca, ver apéndice 1).

Para simplificar la exposición, haremos abstracción de la Sal, principio, por lo demás,


prácticamente desdeñado por muchos alquimistas (cf. cap. VI). He aquí cuáles eran las
diferentes fases de la Gran Obra:

1. Preliminares.
2. Preparación de la materia de la Piedra.
3. Cocimiento en el Huevo filosófico.
4. Preparación de la Piedra filosofal.

1.- PRELIMINARES. El alquimista debía construir personalmente sus aparatos e


instalar su laboratorio en un lugar tranquilo, al abrigo de miradas indiscretas.
Respetuoso del ritmo de las estaciones, el operador comenzaba habitualmente en
primavera la confección del Magisterio, puesto que la Naturaleza, decían los adeptos,
impregnada del Spiritus mundi, era entonces más apta para concebir y para alumbrar
que en cualquier otro período del año, pues la Obra tenía por objeto desarrollar en la
materia las potencias seminales de las que la Piedra filosofal, sustancia regeneradora,
era considerada como el aspecto visible.

Algunos nunca comenzaban las operaciones sin asegurarse previamente de que los
planetas eran favorables.

Por otra parte, los adeptos insisten en la necesidad de una asistencia de la gracia divina,
concretada por un “fuego secreto” que descendía del Cielo sobre el atanor.

2.- PREPARACIÓN DE LA MATERIA DE LA GRAN OBRA. La preparación de la


materia, verdadera clave de la Obra, era como la base sobre la cual reposaba todo el
Magisterio:

El más rudo trabajo, la pena toda entera


Es preparar perfectamente la materia.
(AUGURELLI, Crisopea).

39
PSEUDO-AVICENA, Declaratio lapidis physici, trad. al francés en POISSON, obra citada.
Se trataba de formar un nuevo cuerpo reuniendo los dos principios antagónicos que
previamente debían ser extraídos en estado de pureza absoluta.

¿Qué cuerpos debía emplearse? En rigor, si todo en la naturaleza estaba formado por la
misma materia única, diversificada en dos principios antagónicos, se podía emplear
cualquier sustancia animal, vegetal o mineral; de ahí expresiones de este género: “La
materia de la Obra es mineral, vegetal y animal, porque ella es, una vez purificada, la
medicina de los tres reinos. Es secreta como es común; todos la conocen, jóvenes y
viejos, ricos y pobres. Sólo cuesta el trabajo de recogerla, y su preparación puede ser
realizada por un niño si éste es bendecido por Dios40. Los alquimistas trabajaron sobre
muchas sustancias sacadas de los tres reinos de la naturaleza. Algunas veces hasta
ensayaron recoger directamente la materia remota de la Piedra; he aquí, en tal sentido,
el método preconizado por Richter, antes citado. “La materia remota es cierta humedad
muy rica en fluido universal; esta materia no debe ser especificada, sino solamente
signada de un modo incoativo por un espíritu metálico que recibe de la madre terrestre.
este espíritu universal que desciende sobre la tierra se reviste en ella de sal y de azufre
volátiles y de mercurio fijo del aire y del fuego. Se puede entonces llamar a esta
materia Caos o Tierra caótica. Nuestro artista debe recoger este espíritu cuando las
simientes de Saturno lo fecundan, en tiempo de lluvia y de tormenta, preferiblemente
en marzo, cuando el Sol pasa de Aries a Tauro, y en octubre cuando el Sol entra en
Escorpión y la Luna en Capricornio. Que tome un vaso de vidrio de forma piramidal
con un embudo muy amplio en el cuello para recoger la lluvia; la base del vaso inferior
comunica por un tubo, desde el lugar elevado donde ha sido colocado, con el
laboratorio. Se recogen las dos terceras partes del vaso y se cierra herméticamente para
que los espíritus sulfurosos no se evaporen. El agua se somete a continuación al primer
grado del fuego y, si se cierran las ventanas de modo que no penetre luz alguna en el
laboratorio, se advierte que el vaso se colora con todos los matices del arco iris; poco a
poco se deposita en el fondo del vaso una especie de tierra sarrosa que es la materia
remota de nuestro secreto”.

Pero los adeptos desdeñan en general los procedimientos que requerían operaciones
demasiado complicadas. “Supongamos primero –nos dice Roger Bacon41- que
sacáramos nuestra materia de los vegetales: hierbas, árboles y todo lo que nace de la
tierra. Habría que extraerle el Mercurio y el Azufre mediante una larga cocción;
operación que rechazamos porque la Naturaleza nos ofrece Mercurio y Azufre ya
preparados. Si hubiéramos elegido los animales, tendríamos que trabajar sobre sangre
humana, cabellos, orina, excrementos, huevos de gallina, en suma, sobre todo lo que de
los animales se puede obtener; también en este caso necesitaríamos extraer por cocción
el Mercurio y el Azufre, recusamos estas operaciones por nuestra primera razón”.

El medio más práctico era, pues, dirigirse al reino mineral como, por lo demás, lo
indica la fórmula a menudo citada: Visita Interiora Terrae, Rectificando Invenies
Occultum Lapidem (“visita las partes interiores de la Tierra, por rectificación
encontrarás la piedra escondida”).

40
S. RICHTER, llamado Sincerus Renatus, autor rosacruz de principios del siglo XVIII, citado por SÉDIR.
41
Espejo de la Alquimia, trad. al francés por POISSON en Cinq traités d’Alchimie.
Pero ¿qué minerales se debía emplear? Se recurría con más frecuencia al oro y a la
plata tomados en pequeñas cantidades y, unidas éstas, debían servir de fermento y
posibilitar transmutaciones más considerables, resueltas, en cierto modo, por
multiplicación (cf. más adelante el párrafo sobre la Piedra filosofal). Estos dos metales,
simbolizados por el Sol y la Luna, eran considerados como los cuerpos más ricos en
principio Azufre el uno y el otro en principio Mercurio. Los adeptos, por otra parte, no
hacían más que seguir los preceptos de la Tabla de Esmeralda: “El Sol es su padre, la
Luna es su madre”, y el viejo adagio de los alquimistas griegos “El oro engendra el oro,
como el trigo produce el trigo, como el hombre produce al hombre”.

Tratábase de hacer posible la unión del Azufre y del Mercurio, principios masculino y
femenino: “El Mercurio solo, el Azufre solo, no pueden engendrar metales, pero su
unión da origen a los diversos metales y a muchos minerales. Es evidente, por lo tanto,
que nuestra Piedra debe nacer de esos dos principios”42. Se trataba de hacer realizable
lo que se llamaba el Matrimonio filosófico del Azufre y del Mercurio, representados
habitualmente por un rey vestido de rojo y una reina vestida de blanco (a veces los
alquimistas representaban la Sal, medio de unión entre los otros dos principios, por el
sacerdote que consagraba la boda).

El oro y la plata (a los cuales a veces se agregaba la plata viva o mercurio vulgar,
considerada muy rica en Sal, la influencia oculta que tiende a unir “los dos hermanos
enemigos”, el Azufre y el Mercurio) constituían así la materia remota de la Piedra.
Pero no se los podía emplear tal como eran: debían ser purificados de modo que
constituyeran la materia próxima del Magisterio, la mezcla del Azufre, extraído del
oro, y del Mercurio, extraído de la plata (sin embargo, según ciertos autores, el oro
nativo podía emplearse directamente). La purificación del oro y de la plata era
representada por una fuente adonde el rey y la reina acudían a bañarse. El oro era
purificado habitualmente por medio del antimonio, y la plata por el plomo; su
purificación debía ser repetida tres veces para obtener “el oro y la plata de los
filósofos”, es decir, para que no conservaran impureza alguna.

Venía luego toda una serie de operaciones que tenía por objeto obtener, a partir del oro
y de la plata, los dos principios opuestos extraídos de los dos metales perfectos. “El oro
es el más perfecto de todos los metales, es el padre de nuestra Piedra y, sin embargo, no
es su materia. La materia de la Piedra es la simiente contenida en el oro43”. El oro y la
plata se disolvían; las sales obtenidas, una vez cristalizadas, se descomponían por el
calor, el residuo era nuevamente disuelto por los ácidos, simbolizados por leones que
devoraban al Sol o a la Luna. Finalmente se obtenía la materia próxima de la Obra,
simbolizada por un líquido encerrado en una ampolleta. La materia se colocaba en el
Huevo filosófico y allí se realizaba el acoplamiento del rey y de la reina, la conjunción
del Azufre y del Mercurio; después de esta boda o unión, la materia tomaba el nombre
de Rebis (etimológicamente Res y Bis es decir: “cosa-dos”) simbolizada por un cuerpo
con dos cabezas o un hermafrodita, el “hermafrodita alquímico”.

42
ROGER BACON, obra citada.
43
FILALETES, Fuente de la filosofía química.
Fig. 7. El huevo filosófico

3. COCCIÓN DE LA MATERIA EN EL HUEVO FILOSÓFICO. La materia de la


Obra era, pues, encerrada en el Huevo filosófico (fig. 7): una especie de globo pequeño,
generalmente de cristal, cuyo orificio, una vez introducida la materia, debía cerrarse
cuidadosamente con el “sello de Hermes” (éste es el origen de la expresión corriente:
cierre “hermético”). Se le había dado el nombre de “Huevo filosófico” por su forma,
aunque también por analogías más profundas: este “Huevo filosófico” era una especie
de símbolo del “Huevo del mundo”, como un modelo reducido de la Creación; de él,
como de un huevo, debía salir después de la incubación (de ahí la denominación de
“casa del Polluelo”) la Piedra filosofal, el “Niño coronado y vestido con la púrpura
regia”.

Fig. 8. El atanor

Dábasele también los nombre de “prisión”, pues una vez que entraban los “esposos
filosóficos”, quedaban encerrados hasta el fin de la Obra; “cámara nupcial”, pues allí se
realizaba el “matrimonio filosófico” del Azufre y del Mercurio; “sepulcro”, porque allí
morían los “esposos” después de haberse unido. Después de la muerte, como toda
generación procede la putrefacción, nacía su “hijo”, la Piedra filosofal.
El Huevo filosófico era colocado sobre una escudilla llena de cenizas o de arena, y
debía calentárselo de acuerdo con ciertas reglas en el atanor (fig. 8), especie de horno
de reverbero. Una vez encendido, el fuego no debía apagarse hasta terminar la Obra. El
atanor comprendía tres partes: la superior, en forma de cúpula, servía para reverberar el
calor; la parte media tenía tres salientes en triángulo sobre las que descansaban la
escudilla y el Huevo (dos agujeros opuestos con ventanas de cristal permitían ver el
interior); y la parte inferior, que contenía el hogar, estaba perforada para dar acceso al
aire exterior y tenía una puerta.

La mayor dificultad consistía en graduar la temperatura necesaria para la Obra (los


alquimistas solían utilizar una lámpara de aceite provista de una mecha de amianto; al
aumentar la cantidad de filamentos de la mecha se podía aumentar la intensidad del
calor). Había, según parece, cuatro niveles de temperatura: el primero oscilaba entre
60°y 70° (temperatura estival de Egipto); el segundo estaba aproximadamente entre el
punto de ebullición y el punto de fusión del azufre ordinario; el tercero era algo inferior
a la temperatura de fusión del estaño, y el cuarto un tanto inferior al punto de fusión del
plomo.

Tan pronto se encendía el fuego, comenzaba la Gran Obra propiamente dicha. Se


producían diferentes fenómenos llamados operaciones (cristalización, desprendimiento
de vapores que luego se condensaban, etc.); en el curso de tales operaciones la materia
tomaba coloraciones diversas, los Colores de la Obra, que se distinguían en principales
(en sucesión invariable: negro, blanco, rojo) y en intermedios (gris, verde, amarillo,
iris, etc.) que servían simplemente de transición entre los colores principales.

Después del “matrimonio filosófico” no tardaba en aparecer el color negro, que era la
fase designada putrefacción y simbolizada por un cadáver, un esqueleto, un cuervo, etc.

Luego la Piedra se volvía progresivamente blanca; esto era la resurrección, que


determinaba múltiples alegorías (por ejemplo, sobre la octava estrella de cinco puntas
de las Doce Claves de Basilio Valentino se destaca: el grano que se corrompe en la
tierra y renace después, y el cuerpo que se descompone y resucita en el momento del
Juicio Final: dos comparaciones destinadas a mostrar que la materia encerrada en el
huevo “muere”, ennegrece, luego “renace” perdiendo su negrura).

El color blanco se simbolizaba ordinariamente por un cisne. Si se detenía la Obra en


este punto, se obtenía la Piedra blanca, capaz de cambiar los metales en plata.

En fin, después de haber pasado por todos los colores del arco iris, la Piedra adquiría un
rojo brillante; esto era la rubificación, simbolizada por el fénix, el pelícano o un joven
rey coronado encerrado en el Huevo filosófico.
4. PREPARACIÓN DE LA PIEDRA. Se rompía el huevo filosófico y se recogía la
materia roja. Entonces se poseía la Piedra filosofal, roja y perfecta, condensación activa
del Spiritus mundi, “principio y fin de todas las cosas” (Azoth). Pero antes de ser
utilizable debía sufrir todavía una preparación designada con el nombre de
fermentación: la Piedra, masa friable, roja, era mezclada con oro fundido, y después de
un tratamiento determinado aumentaba indefinidamente en calidad y en cantidad.

5. LA PIEDRA FILOSOFAL Y SUS PROPIEDADES. La Piedra filosofal debía


presentarse en forma de un polvo rojo brillante “de color del rubí” (Paracelso), bastante
pesado y brillante. “Resulta –escribe Ortholain (citado por Ganzenmüller) una piedra
cada vez más roja, transparente, fluida, licuable, que puede penetrar en el mercurio y en
todos los cuerpos duros o blandos, y transformarlos en una sustancia apta para hacer
oro; cura el cuerpo humano de todas sus debilidades y le devuelve la salud; gracias a
ella se puede forjar el vidrio y colorar las piedras preciosas de rojo brillante semejante
al carbunclo”.

La operación consistente en transformar un metal vil en oro se llamaba proyección: se


tomaba un metal calentado, generalmente mercurio ordinario (plata viva), o bien
fundido, sobre todo plomo o estaño, y se “proyectaba” en el crisol un trozo de la Piedra
previamente envuelto en cera. Se podían operar así, al decir de los adeptos,
transmutaciones considerables. Sethon, en 1603, en casa del comerciante Coch en
Francfort, había transformado en oro mil ciento cincuenta y cinco veces el peso de
mercurio. En 1618, en su laboratorio de Vilvorde, Van Helmont, mediante un cuarto de
grano de Piedra filosofal remitido por un desconocido, habría transformado en metal
precioso dieciocho mil setecientas cuarenta veces el peso de mercurio. Arnaldo de
Vilanova iba todavía más lejos: “Tiene –decía, hablando de la Piedra- la propiedad de
suscitar la forma y perfeccionarla al infinito, pues la parte de sustancia mejorada
perfecciona la siguiente, y así hasta el infinito (cf. las ideas modernas sobre la
desintegración atómica en cadena) … Supuesto que toda el agua del mar fuera de plata
viva hirviente o de plomo fundido, si se salpicara esta inmensa cantidad de líquido con
un poco de este Remedio, se convertiría en oro o en plata”. Las propiedades
medicinales de la Piedra eran muy naturalmente consideradas las más importantes.
“¡Atrás, pues, todos los falsos discípulos –escribía Paracelso- que pretenden que esta
ciencia divina sólo tiene un fin: hacer oro o plata! La alquimia, que ellos deshonran y
prostituyen, no tiene más que una finalidad: extraer la quintaesencia de las cosas,
preparar los arcanos, las tinturas, los elixires capaces de devolver al hombre la salud
que ha perdido”. La Piedra solía ser empleada en una de estas formas: en forma de
salina, o disuelta en el agua mercurial (Oro potable). “La Piedra filosofal cura todas las
enfermedades, quita el veneno del corazón, humedece la traquearteria, libera los
bronquios, cura las úlceras. Cura en un día una enfermedad que duraría un mes, en doce
días una enfermedad de un año, y una más larga en un mes. Devuelve a los viejos la
juventud44”. Es a un tiempo la Panacea y el Elixir de larga vida (cf. cap. I), pero no
confiere forzosamente la inmortalidad. Una muerte accidental es, por lo demás, siempre
posible …

44
ARNALDO DE VILANOVA, Rosario de los filósofos.
Los adeptos no vacilan, sin embargo, en llegar hasta el límite sosteniendo que la Piedra
filosofal permite entrar desde esta vida en la eternidad de los Bienaventurados (cf. cap.
IX). Los adeptos del Ars magna no han cejado en alargar la lista de poderes
maravillosos de la Piedra; esta última debe permitir al alquimista hacerse invisible,
tratar con las potencias celestiales, conocer la razón última de todas las cosas y hasta
desplazarse a su voluntad en el espacio: “La piedra, mantenida en el hueco de la mano,
vuelve invisible. Si se la cose en un lienzo fino y con éste se ajusta bien el cuerpo para
que se caliente bien, es posible elevarse en el espacio tan alto como se quiera. Para
descender basta aflojar ligeramente el lienzo45”.

Desde el siglo XVI algunos pensadores criticaron la creencia de los adeptos en la


Piedra filosofal: así, Cornelio Agripa, en su Philosophia Occulta, confiesa que en todas
las experiencias de transmutación que ha realizado jamás pudo obtener, al cabo de la
Obra, más oro o plata que las cantidades infinitesimales de las cuales había partido. En
el siglo XVII el jesuita Kircher llegaba a la conclusión de que la alquimia práctica no
era una ciencia imposible, que tal vez un día llegaría a operar la transmutación de los
metales aunque tal como existía en su tiempo, el arte sagrado sólo era una quimera …
Algunos adeptos habrían descubierto, a pesar de todo, polvo de proyección, lo que es
imposible decidir por falta de pruebas históricas.

II. EL HOMÚNCULO

Algunos alquimistas han creído que era posible crear artificialmente un ser humano:
ésta es la doctrina del homúnculo, popularizada sobre todo por Paracelso en su De
natura rerum: “He aquí –nos dice- cómo hay que proceder para lograrlo: encerrad
durante cuarenta días, en un alambique, licor espermático de hombre; que se putrifique
hasta que empiece a vivir y a moverse, lo que es fácil de reconocer. Después de este
tiempo aparecerá una forma semejante a la de un hombre, pero transparente y casi sin
sustancia. Si después de esto se nutre todos los días ese joven producto, prudente y
cuidadosamente, con sangre humana, y se lo conserva durante cuarenta semanas en un
calor constantemente igual al del vientre de un caballo, ese producto se transforma en
un verdadero niño viviente, con todos sus miembros, como el nacido de mujer, aunque
mucho más pequeño46”.

La creencia en el homúnculo aun cuando científicamente absurda (el elemento


masculino aislado no puede engendrar) tuvo gran repercusión hasta en las leyendas
populares, principalmente en Alemania. Ciertos historiadores la han interpretado como
un eco distante de los maravillosos autómatas construidos por muchos sabios de la
Edad Media y del Renacimiento.

45
Libro de la Santa Trinidad, obra anónima del siglo XIV, citada por GANZENMÜLLER.
46
Trad. según el texto latino dado por FIGUIER en L’Alchimie et les alchimistes.
Quizás el propio Paracelso le dio un sentido esotérico relativo a la iniciación (ver cap.
VIII), y muchos intérpretes modernos han pensado que el gran médico había querido
por ese mito prometeico, designar alegóricamente la Piedra filosofal, el nacimiento del
“embrión metálico”47.

CAPÍTULO VIII

LA ALQUIMIA MÍSTICA

¿TENÍA LA ALQUIMIA UN SENTIDO OCULTO? “Debes saber que los filósofos,


por previsión –escribía el misterioso Basilio Valentino- han escrito diversas cosas para
que los ignorantes que sólo buscaban el oro y la plata fuesen engañados…”. Existe una
concepción puramente mística de la alquimia, según la cual las fases sucesivas de la
preparación de la Piedra filosofal, las operaciones “químicas”, describen en realidad las
purificaciones sucesivas del ser humano en su búsqueda del conocimiento iluminador.
“No todos los alquimistas –dice uno de los más grandes escritores de la masonería
moderna, O. Wirth- se engañaron con sus símbolos. Plomo significaba para ellos
vulgaridad, pesadez, falta de inteligencia, y Oro precisamente lo contrario. Ya
iniciados, se desinteresaban de los bienes perecederos, de los metales ordinarios que
fascinan a los profanos. Ellos relacionaban todo con el hombre, que es perfectible, y en
quien el plomo es realmente transmutable en oro”. El simbolismo alquímico no se
aplica, pues, a la materia, sino a operaciones espirituales. Las imágenes representan la
evolución del ser interior. La materia sobre la cual se debe trabajar es el hombre
mismo. “Tú eres la materia misma de la Gran Obra” (Grillot de Givry), y la Piedra
filosofal designa el objeto de la iniciación: el hombre transformado. La alquimia no es
otra cosa que la purificación del ser que hará al hombre capaz de llegar al supremo
conocimiento. “Un hombre que, renunciando a toda sensualidad y obedeciendo
ciegamente a la voluntad de Dios, ha llegado a participar en la acción que ejercen las
inteligencias celestiales, posee por eso mismo la Piedra filosofal; de nada carece, y
todas las criaturas de la tierra y todas las fuerzas del cielo le son sumisas 48.” El
“Mercurio de los filósofos”, es, a la vez, principio de la vida universal de la naturaleza
y de la redención por la aspiración suprema. La teoría misma del homúnculo tiene un
sentido oculto: es un símbolo de nuestro nuevo nacimiento, de la resurrección espiritual
del hombre por la iniciación; así como muchos organismos vivos parecen nacer de
materias en putrefacción, el hombre es capaz de elevarse por sobre su corrupción
habitual.

47
Cf. E. CANSELIET, Deux logis alchimiques, pág. 46.
48
PARACELSO, Archidoxum.
ASCESIS E ILUMINACIÓN. La persecución del oro es, en realidad, el descubrimiento
de tesoros incorruptibles y puramente espirituales. “El que quiera trabajar en la Gran
Obra debe visitar su alma, penetrar en lo más profundo de su ser y allí efectuar una
labor oculta y misteriosa. Así como el grano debe ser sepultado en las entrañas de la
Tierra, el que oye el llamado de Dios debe obtener, corrigiéndose, rectificándose, la
sublime transmutación del osario natal, inmunda materia negra, y hacer del carbón un
deslumbrador diamante; del plomo vil, un oro puro. Habrá hallado la Piedra oculta que
se escondía en él49”. Es nuestro ser lo que hay que depurar: la fase de putrefacción de
“negro” por que pasa la Piedra filosofal designa, en realidad, el estado espiritual que
San Juan de la Cruz llamaba “la noche oscura del alma”, estado negativo donde el
hombre mide su indignidad, movimiento de descenso en el cual el individuo cree tocar
el fondo del abismo, pero que es necesario para el progreso ulterior. “Se trata –como
dice René Guénon, de llevar a ser a un estado de simplicidad indiferenciada,
comparable … al de la materia prima … para estar en condiciones de recibir la
vibración del Fiat lux iniciático; es necesario que la influencia espiritual, cuya
transmisión le dará esta ‘iluminación’ primera, no encuentre en él obstáculo alguno
creado por ‘preformaciones’ inarmónicas provenientes del mundo profano; y por eso
debe reducirse primero a ese estado de materia prima que, si bien se mira y se
reflexiona un instante, muestra con toda claridad que el proceso iniciático y la ‘Gran
Obra’ hermética no son, en realidad, sino una única y misma cosa: la conquista de la
luz divina, única esencia de toda espiritualidad”. Las fases de la Gran Obra
corresponden estrictamente, por otra parte, a las de la iniciación. La Piedra filosofal,
para los iniciados es, pues, la sabiduría, la intuición, el proceso místico que nos
aproxima a Dios. Encontrar la Piedra filosofal es haber resuelto el problema
fundamental, haber hallado el secreto de la Naturaleza gracias a un Conocimiento
perfecto adquirido por iluminación. El verdadero alquimista ve a Dios en todas las
cosas, transforma el mal del mundo en bien, se muestra caritativo con sus semejantes.
“En resumen, si quieres buscar nuestra Piedra, no peques, persevera en la virtud, que tu
espíritu sea iluminado por el amor de la luz y de la verdad. Toma la resolución, después
de haber adquirido el don divino que anhelas, de tender la mano a los pobres
encharcados, de ayudar y levantar a los que están sumidos en la desdicha50”.

ALQUIMIA Y FRANCMASONERÍA. Pensadores masones principalmente son, como


ya lo hicimos notar, los que han desarrollado esta concepción altamente filosófica de la
alquimia. Y en tal sentido debemos mencionar que muchos símbolos herméticos y
alquímicos han pasado a la moderna francmasonería. “La francmasonería parece no ser
otra cosa que la transfiguración moderna del antiguo hermetismo. El simbolismo masón
constituye, en efecto, un extraño conjunto de tradiciones tomadas de las antiguas
ciencias iniciáticas” (O. Wirth). Se multiplicaría fácilmente la cantidad de símbolos y
de alegorías comunes a la masonería y a los adeptos: la escuadra y el compás51, el
pelícano, el sello de Salomón, la estrella flameante, la Luz y las Tinieblas, etc.

49
R. AMADOU, L’Occultisme, pág. 160.
50
BASILIO VALENTINO, citado por O. Ouy, La philosophie secrète des alchimistes.
51
Cf. Rebis de las Doce Claves, de BASILIO VALENTINO.
Por lo demás, basta recordar la misión cumplida por las teorías herméticas en el
esoterismo de corporaciones medievales, notablemente en la de constructores de
catedrales. Muchos edificios religiosos de la Edad Media son muy ricos en signos
herméticos, que han pasado a la francmasonería contemporánea.

CAPÍTULO IX

El “ARS MAGNA”

Abordamos ahora la concepción más ambiciosa de la alquimia tradicional, designada a


veces con el nombre de Ars magna o de “arte regia”, revelada en Europa sobre todo a
partir del siglo XIV: las obras de este género, moldeadas según aspiraciones extáticas y
contemplativas, son para el lector moderno verdaderos grimorios inextricables. Es
posible, sin embargo, descubrir sus tesis fundamentales.

EL SUPERHOMBRE. Por la alquimia superior, el adepto llega a ser un verdadero


superhombre, un ser divino. La Gran Obra es la unión en Dios por el éxtasis; pero es
también la liberación física, la emancipación de las fuerzas ciegas del destino, la
transmutación del ser de lo ilusorio a lo real y el acceso a la inmortalidad. “En su
aspecto más elevado, la alquimia se ocupa en la regeneración espiritual del hombre, y
enseña cómo de un ser humano se puede hacer un Dios; o, para hablar más
correctamente, cómo hay que establecer las condiciones necesarias para desarrollar en
el hombre los poderes divinos” (F. Hartmann). El hombre es la materia de la Gran
Obra, cuyo Verbo divino es el alquimista y cuyo Espíritu Santo es el fuego secreto. La
Obra física, la transmutación de metales, resulta algo accesorio (el Parergon de los
Rosacruces) en relación con la obra principal (Ergon): La verdadera ciencia regia y
sacerdotal es la ciencia de la regeneración o ciencia de la reunión con Dios del hombre
caído52”. Pero, es menester insistir en ello, las operaciones materiales se mantienen: el
adepto practica simultáneamente la Obra mística y la Obra física, que son análogas y
paralelas. La descripción de la Obra física se adapta estrictamente a las operaciones de
la Obra espiritual y viceversa. Se encuentra aquí la generalización del principio
fundamental de la filosofía hermética, según la cual todos los objetos, todos los seres
del universo, mantienen entre sí una relación simpática porque provienen todos de un
mismo Ser y se vinculan todos, por un hilo misterioso, con la Providencia misma.

Las condiciones previas resultan fundamentales para la coronación de la Gran Obra; el


adepto debe eliminar todos los deseos corporales, despreciar y vencer la carne, para
poder beneficiarse con el apoyo divino.

52
D’ECKHARTSHAUSEN, La nube sobre el Santuario, trad. al francés de Savoret.
Es necesario el socorro de la Divinidad, la Gracia debe descender sobre el alquimista:
“Advierto al investigador que, si desea cuidar su salvación temporal y eterna, no entre
en el camino del procedimiento terrestre antes de haberse librado de la maldición de la
muerte por el Mercurio divino … De otro modo, sus trabajos serán vanos y su ciencia
inútil53”. Toda una serie de fórmulas de encantamiento se destinan a hacer descender el
“fuego secreto” al atanor. El adepto no omite, especialmente, recitar antes de operar el
antiguo Himno de Hermes: “Universo, está atento a mi plegaria. Tierra, ábrete; que la
masa de las aguas se abra ante mí. Árboles, no tembléis; yo quiero loar al Señor de la
creación, el Todo y el Uno. Que los cielos se abran y callen los vientos. Que todas las
facultades que hay en mí celebren el todo y el Uno” (trad. por Hoefer). La alquimia
resulta, pues, una verdadera religión, cuya tesis fundamental es el poder ilimitado del
espíritu sobre la materia: “Es menester recordar a menudo –dice el adepto moderno
Fulcanelli54 – el adagio latino Mens agitat molem, porque la convicción profunda de
esta verdad conducirá al sabio obrero al término feliz de su labor. De ella, de esta fe
robusta, extraerá las virtudes indispensables para la realización de este gran misterio”.

La sublimación alquímica es a la vez ascensión hacia la contemplación de Dios y Obra


material: el “arte” acompaña a la ascesis. Ambas constituyen el doble proceso del
Magisterio. La Obra espiritual se opera por una ascesis metódicamente regulada, con la
intervención de todos los métodos susceptibles de engendrar el éxtasis anulando la
resistencia del cuerpo; es elevada a perfección por la santificación, la purificación
radical del ser humano, que se opera gracias al descenso del Espíritu divino, del “fuego
secreto”, del “agua ardiente”; es el verdadero “bautismo de fuego”, que solamente el
Verbo de Dios puede conferir. Pero al mismo tiempo el artista trata de realizar la obra
material que tiene por agente la energía viva y universal, el Spiritus mundi; intenta
hacer surgir el rayo ígneo imperecedero, que está encerrado en el seno de la materia
oscura e informe; para hacerlo debe captar el Fuego de Natura, ese Espíritu sin el cual
nada puede crecer ni vegetar en el mundo, pero que es cautivo de las Tinieblas opacas;
el alquimista debe captarlo a medida que se opera su materialización.

El Fénix es la Piedra al rojo que renace de sus cenizas, de materia igual a la que lo
engendra; es el principio de la Vida, idéntico al Verbo divino que el adepto capta al
fabricarlo. Los alquimistas reencuentran el viejo mito del Dios que muere y resucita, y
no vacilan en asimilar la Piedra al Cristo: “ … Imitadles, pues, y cuando hayáis visto su
estrella, seguidla hasta su cuna; y veréis un hermoso niño al que limpiaréis para
conocer mejor su belleza. Honrad a este niño regio, abrid vuestro tesoro y ofrecedle oro
y, después de su muerte, él os dará su carne y su sangre, donde obtendréis una medicina
soberana y necesaria en los tres reinos de este mundo55”.

53
JACOB BOEHME, De Signatura Rerum.
54
FULCANELLI, Les Demeures philophales, pág. 200.
55
FILALETES, Introitus …, citado por C. D’YGÉ.
He aquí algunas expresiones empleadas por el adepto Nuysement y resumidas así por
A-M. Schmidt: “Este monarca, liberado de la tumba, vencedor de las divinidades
paganas, dispensador de una eminente dignidad a los pobres, bienhechor de los
deseosos; él, que preserva su unidad mientras colma el universo con su fuerza; él, que,
disimulado bajo una débil apariencia, es sin embargo consustancial con la Divinidad;
él, que resucita, Fénix; se pudre, Grano; nutre, Pelícano, de su sangre a sus hijos
espirituales; nace, Salamandra, del Fuego del Espíritu y lo recibe, y en él se restaura;
ese monarca ¿no es Jesucristo? Pero ese monarca, también, salido del matraz de cristal
a pesar de los beneficios de la putrefacción y de la dificultad del Arte espagírica,
dotado del poder de convertir en oro todos los metales menores y en diamante el vulgar
cristal; salido de una de las materias más comunes; rojo y sin cesar renaciente como el
Fénix; putrefacto como el grano que va a reproducirse; regenerando con su vida, como
el Pelícano, materias muertas; viviendo, como la Salamandra, de diversos fuegos con
los cuales se asegura la cocción regulada del Huevo filosófico; quintaesencia trinitaria
…, ese monarca que en las entrañas del mundo cumpliría en paz su obra de aurificación
si el pico del minero no suspendiera su lento proceso ¿no es la Piedra filosofal?

El adepto puede, desde esta vida, alcanzar el estado de Resurrección, transformar su


cuerpo mortal en una imagen radiante. “El fin de la Gran Obra es (para el adepto)
desembarazarse cuando lo desee de la carne corruptible sin pasar por la muerte 56”. La
Piedra filosofal destruye la masa grosera y convierte el cuerpo en una esencia luminosa,
infinitamente móvil, al abrigo de influencias exteriores, pero que continúa conservando
siempre la apariencia humana: “A aquél que posea el Verbo proferido por la nube y se
una al espíritu rutilante de esplendor divino, pertenecerá el destino de Moisés o de
Elías57”. El cuerpo físico puede ser transformado en un “cuerpo glorioso” análogo al
cuerpo que poseía Adán antes del pecado y al cuerpo que el elegido poseerá después
del juicio. “El renacimiento es triple, nos dice D’Eckhartshausen (obra citada): primero
el renacimiento de nuestra razón, luego el de nuestro corazón o de nuestra voluntad;
por último, el renacimiento de todo nuestro ser. El primero y el segundo se llaman el
renacimiento espiritual y el tercero, el renacimiento corporal. Muchos hombres
piadosos que buscaban a Dios han sido regenerados en el espíritu y en la voluntad; pero
pocos han conocido el renacimiento corporal”.

El adepto, liberado de las contingencias y los accidentes de la experiencia terrestre,


purificado moral y físicamente, dotado de la Piedra filosofal de un verdadero “cuerpo
celeste”, dispone del triple atributo del Conocimiento, el Poder y la Inmortalidad.
Comunica a voluntad con Dios y se identifica con Él. Es salvo desde esta vida y no
necesitará, como el común de los mortales, ser juzgado al fin de los tiempos. Si
permanece sobre la Tierra, dotado de poderes sobrenaturales (volverse invisible,
desplazarse rápidamente y a su albedrío por todas partes, comprender y hablar todas las
lenguas, curar las enfermedades, etc.), es porque recorre el mundo con el fin de ayudar
a los demás hombres a conquistar su salvación y de velar celosamente por la pureza de
la tradición …

56
JACOB, Revelación alquímica.
57
FLUDD, Tractatus theologo-philosophicus.
Pero, se nos dice enseguida, tales hombres son verdaderamente excepción (es en este
sentido cómo los alquimistas interpretan las palabras evangélicas: “muchos son los
llamados, pocos los elegidos”, y Robert Fludd nos informa de los vanos esfuerzos que
ha realizado para descubrir a tales iniciados …

LA REGENERACIÓN DEL COSMOS. La transmutación, después de haber


transfigurado al ser humano, se aplica al universo entero: el adepto se esfuerza por
regenerar el mundo que el hombre pecador ha arrastrado consigo en su caída. Resulta
así un verdadero salvador que trae la salvación a la humanidad sufriente y al Cosmos
decaído. “Existe, pues, una alquimia intelectual, una alquimia moral, una social, una
fisiológica, una astral, una animal, una vegetal, una mineral y muchas otras todavía.
Pero la alquimia espiritual permanece como el modelo, clave y razón de las otras. Y, de
acuerdo con el enunciado de Hermes en la célebre Tabla de Esmeralda, el
conocimiento de una cualquiera de estas adaptaciones descubre implícitamente el de
todas las otras” (A. Savoret). El fin de la alquimia no se habrá realizado plenamente
mientras el universo entero no se haya salvado: “No hay diferencia entre el nacimiento
eterno, la reintegración y el descubrimiento de la Piedra filosofal. Desde que todo ha
salido de la eternidad, todo debe retornar a ella del mismo modo58”.

Así entendida, la alquimia se aleja singularmente de sus fines ordinarios y se


transforma en una especie de religión de misterios, de cristianismo iniciático y
esotérico. Por lo demás, la técnica no desaparece y se combina con la ascesis en la
búsqueda de la liberación y de la salvación. El apogeo de este movimiento ocurrió al
comienzo del siglo XVII, cuando los Hermanos de la Rosa-Cruz, en Occidente,
difundieron su sistema, amalgama de iluminismo, de alquimia propiamente dicha, de
astrología y de misticismo, que parecía retrotraer Europa a la época de los teósofos de
Alejandría. La influencia del rosicrucianismo fue importante y se ejerció notablemente
en Jacob Boehme y en los muchos discípulos que éste tuvo en Alemania y en
Inglaterra. Entre los rosacruces las aspiraciones teosóficas se mezclaron, por otra parte,
con un profundo afán de reforma social: los adeptos, los grandes iniciados, debían
gobernar la Tierra después del advenimiento de Cristo, y se vio reaparecer las antiguas
creencias milenaristas que no habían cesado de manifestarse en Occidente. Por lo
demás, la alquimia parece haberse aliado a veces a las aspiraciones sociales. Es así
como el misterioso Filaletes, que pretende haber descubierto la Piedra filosofal a la
temprana de veintitrés años, escribe: “Algunos años más, y espero que la plata será tan
despreciada como las escorias, y que se verá caer en ruinas esta bestia contraria al
espíritu de Jesucristo. El pueblo sufre de esa locura y las naciones insensatas adoran
como una divinidad este inútil y pesado metal. ¿Es esto lo que debe servir para nuestra
redención próxima y para nuestras esperanzas futuras? … Preveo que mis escritos serán
tan estimados como el oro y la plata más puros y que, gracias a mis obras, estos metales
serán tan despreciados como el estiércol59”.

58
J. BOEHME, De Signatura Rerum.
59
Introitus, citado por el doctor ALLENDY, Paracelse, pág. 165.
FORMAS ABERRANTES DE LA ALQUIMIA. Hemos estudiado hasta aquí la
auténtica “Ars magna” tal como la definían sus adeptos más notorios. Ahora debemos
mencionar algunas formas aberrantes de la alquimia que, aunque jamás tuvieron
importancia apreciable, no dejaron de hacer hablar mucho de ellas al gran público: el
hermetismo se alió a veces con la baja hechicería. El ejemplo más significativo del
alquimista “negro” es el famoso mariscal Gilles de Rays, quien –si se da crédito a los
testimonios de su proceso- sacrificó muchos centenares de niños a sus prácticas
mágicas. Los “alquimistas” de esta clase desarrollaron toda una serie de prácticas que
nos limitaremos a mencionar: la “misa negra”, los excesos eróticos destinados a captar
el “fluido mágico” que se desprende de los acoplamientos, el asesinato ritual que
permite recoger la sangre humana necesaria para el cumplimiento de la Gran Obra …
Mezcla confusa de magia y de iluminismo grosero, esas aberraciones nada,
absolutamente, tienen en común con la verdadera alquimia. Algunos, aun en pleno
siglo XVIII, parecen haberse reconocido culpables (cf. el ejemplo citado por A. Ouy en
su obra La philosophie secrète des alchimistes); pero, repitámoslo, esos extraviados no
merecían el nombre de alquimistas60.

CAPÍTULO X

INFLUENCIA DE LA ALQUIMIA

La influencia de la alquimia ha sido prodigiosa. Se encuentra su huella en muchas


tradiciones populares (cf. una leyenda provenzal de la “Cabra de Oro”, que habitaba
una gruta llena de incalculables riquezas y que llevaba a la muerte al hombre lo
bastante temerario para pretender apoderarse de ellas: esta tradición fue popularizada
por una novela de Jean Aicard). Raros son los dominios de la actividad humana que no
hayan sufrido la influencia del Arte de Hermes.

INFLUENCIA SOBRE EL ARTE Y LA LITERATURA. Las obras de arte inspiradas


por la alquimia son muy abundantes. Ya mencionamos las esculturas simbólicas de los
edificios medievales. Citemos igualmente algunos cuadros o estampas de Rembrandt,
Alberto Durero, etc. Muchos son los escritores que deben una parte importante de su
inspiración a obras de los adeptos. Nos bastará citar a Rabelais61, Cyrano de Bergerac,
cuyas obras están literalmente saturadas de alegorías herméticas (empezando por el
famoso mito del Fénix que renace de sus cenizas, símbolo de la Piedra filosofal);
Goethe, cuyo Fausto, inspirado en una vieja leyenda, es una verdadera antología de
ocultismo; Balzac, tan visionario como su héroe, el Baltazar Claës de La Recherche de
l’Absolu; Rimbaud, el “Vidente” … La alquimia constituyó y constituye todavía una
fuente inagotable de temas para el pintor y el escritor62.

60
Apresurémonos a destacar, por otra parte, que las doctrinas luciferianas son diferentes de las prácticas inmundas
que se apoyan en ellas; por lo demás, los ocultistas hacen una distinción entre luciferismo y satanismo (cf. R.
AMBELAIN, Adam dieu rouge, París, Niclaus, 1941).
61
Ver L. SAUNÉ, L’influence des chercheurs de la “Médicine universelle”, sur l’oeuvre de François Rabelais, tesis
de medicina, París, Le François, 1935.
62
Cf. R. AMADOU y R. KANTERS, Anthologie littéraire de l’Occultisme, París, Julliard, 1950 (con bibliografía).
INFLUENCIA SOBRE LA TÉCNICA Y LA CIENCIA. Parece, a primera vista por lo
menos, que la alquimia, con sus fórmulas extrañas, sus teorías esotéricas y sus fines
ambiciosos, ha desempeñado respecto del conocimiento positivo la función de freno y
hasta de obstáculo. Esta teoría, que es la del hombre culto actual, ha sido retomada
recientemente en algunas obras que tienden a demostrar que los “ensueños” de los
ocultistas, sobre todo en los siglos XVI y XVII, han bloqueado literalmente el progreso
científico normal63. Pero, en realidad, todos esos “espejismos”, todas esas teorías que
parecen profundamente absurdas al científico moderno, paradójicamente parecen haber
ejercido una fecunda influencia en el desarrollo de la técnica y hasta de la ciencia
propiamente dicha. En efecto, mientras muchas universidades medievales desdeñaban
casi totalmente la experimentación, rodeada del mismo descrédito que afectaba
entonces a las ocupaciones manuales, los alquimistas no vacilaron en ensuciar sus
manos ni en trabajar en sus laboratorios construyendo ellos mismos sus hornos,
alambiques y retortas. En pos de la Piedra filosofal, los adeptos (verdaderos y falsos)
descubrieron muchos cuerpos químicos importantes: antimonio, ácido sulfúrico, agua
regia, fósforo, etc. Sus aparatos y sus procedimientos son empleados todavía en los
laboratorios de hoy. Su obra en medicina ha sido considerable, y ésta les debe cierto
número de medicamentos minerales (observemos, por otra parte, que los médicos
medievales casi no empleaban en su farmacopea más que las medicaciones orgánicas, y
solamente los médicos alquimistas que, como hemos visto, identificaban los metales
con seres vivos, podían aconsejar el empleo de medicamentos minerales, que la
medicina tradicional consideraba perjudiciales al organismo humano). En resumen, si
en nuestros días sería absurdo subordinar el hombre de laboratorio a la antigua
alquimia, no podemos dejar de rendir homenaje a ésta, que fue la fuente de tantas
investigaciones fecundas (por lo demás ¿no es acaso gracias a teorías absolutamente
azarosas y que hoy nos parecen caducas, como Cristóbal Colón tuvo la idea de
emprender su famosa expedición?).

Mientras algunos teólogos, persuadidos de que Aristóteles y sus discípulos medievales


ya habían dicho todo, querían prohibir al hombre llevar más adelante el conocimiento,
los alquimistas, libres ya de barreras, se lanzaron audazmente hacia adelante haciendo
suyas las palabras de Sinesio: “La ciencia todo lo puede, ve claramente las cosas que
puede distinguir, y puede realizar cosas imposibles”.

Nuestra ciencia contemporánea tiene, en suma, una deuda considerable con los
discípulos de Hermes, que no merecen el profundo descrédito que rodea sus teorías y
sus prácticas: por lo demás ¿no fueron los alquimistas quienes por primera vez
presintieron la posibilidad de transmutar los elementos, teoría que hoy constituye el
postulado de las investigaciones sobre la radioactividad y la energía atómica? “Unidad
de la materia”, “transmutaciones provocadas”, son expresiones corrientes en el lenguaje
científico actual.

63
Cf. La tesis del P. LENOBLE, Mersenne et la naissance du mécanisme, París, 1943. Ver también la notable obra de
G. BACHELARD, La formation de l’esprit scientifique, París, Vrin, 1930.
INFLUENCIA SOBRE EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO Y RELIGIOSO. Hemos
tenido ocasión de comprobar varias veces, en el curso de este pequeño volumen, que la
búsqueda de la Piedra filosofal, la Gran Obra material, estaba lejos de constituir todo lo
que llevaba el nombre de alquimia (cf. cap. I). “Los símbolos de la alquimia –escribe
Achille Ouy- cubrieron en el transcurso de las edades dos órdenes de realidad
sensiblemente diferentes: operaciones químicas propiamente dichas y filosofía
hermética. Estas dos preocupaciones ora se mezclan íntimamente –la transmutación
fundada, en último análisis, sobre principios muy generales relativos a la naturaleza de
la materia-; ora se separan, ya para dejar en primer plano la obra de laboratorio, ya, por
el contrario, para disimular tras un lenguaje convencional una filosofía secreta”. Si se
interroga sobre la influencia ejercida por esta filosofía hermética, no se puede menos
que corroborar la extraordinaria repercusión que esas doctrinas, aparentemente tan
extrañas al espíritu cartesiano del hombre actual, han tenido sobre el pensamiento y, en
primer lugar, sobre las corrientes multiformes y bastante distantes que desde el siglo
XIX se designan con el término general de Ocultismo. (Hagamos en esto un paréntesis:
el “ocultismo” es un fenómeno específicamente occidental. Expliquémonos más
claramente: mientras en Oriente, por ejemplo en la India, las doctrinas teosóficas se
desarrollaron libremente, y hasta lograron incorporarse más o menos a las religiones
llamadas “oficiales”, en Occidente las doctrinas de ese género, tan ricas y
diversificadas como las de Oriente, fueron por el contrario obligadas por múltiples
persecuciones a ocultarse de la vista de las autoridades eclesiásticas y seglares, y así
llegan a ser ciencias “malditas” y ocultas64). Todo lo que se parezca, de cerca o de
lejos, a la teosofía y a las ciencias ocultas ha sido, como todos saben, condenado desde
el comienzo por muchos teólogos (basta recordar la lucha encarnizada llevada por los
Padres contra el gnosticismo y teorías similares). Y la alquimia no se sustrajo a esta
condenación. La ambición desmedida del adepto, por otra parte, hacía pensar
irresistiblemente al teólogo católico en la famosa fórmula: Eritis sicut Dei (“Seréis
como Dioses”), mediante la cual la Serpiente sedujo a nuestros antepasados. Aún en
nuestros días, la Iglesia no ha relajado su desconfianza profunda respecto de las
aspiraciones del esoterismo.

Pese a todo, como hemos podido observar, las interdicciones y las condenaciones no
fueron capaces de frenar el desarrollo del arte de Hermes, cultivado hasta por miembros
del clero tales como Alberto el Grande, Roger Bacon, Raimundo Lulio, Basilio
Valentino, Tritheim y tantos otros. Por lo demás, algunos pensadores perfectamente
ortodoxos, tales como el alemán Angelus Silesius (principios del siglo XVII), no
vacilaron en emplear el simbolismo de las operaciones materiales para designar las
fases de la aprehensión mística de la Divinidad.

Los filósofos propiamente dichos, lo mismo que los teólogos aunque por otras razones,
han desterrado el ocultismo, juzgado completamente irracional y opuesto a toda
investigación positiva de la verdad. Fue principalmente el cartesianismo el que
precipitó la ruptura entre lo racional y lo irracional, y ese divorcio se acentuó por el
desarrollo del racionalismo durante todo el siglo último.

64
Lo cual no excluye, naturalmente, la existencia de un esoterismo deliberado en las religiones orientales.
Por otra parte, los propios manuales de historia de la filosofía parecen consagrar esta
exclusión, reservando sus desarrollos a los pensadores cuyo valor racional ha
consagrado por la tradición universitaria. Y, sin embargo, el esoterismo desempeñó un
papel mucho más importante de lo que se supone, en algunos filósofos que nos parecen,
empero, la encarnación del racionalismo. Sería en extremo interesante estudiar la
misión que el hermetismo, en particular, haya podido desempeñar en la formación de
hombres como Leibniz, que era secretario de una sociedad secreta de tipo rosacruz, y
cuyo sistema atestigua una lectura atenta de las obras de Paracelso; o como Hegel, que
consagró un capítulo elogioso de su Historia de la filosofía al teósofo Jacob Boehme,
cuya obra influyó mucho, además, en el sistema filosófico-religioso de Schelling. El
propio Descartes, durante su juventud por lo menos, experimentó aspiraciones místicas:
por otra parte ¿no trató de hallar Hermanos de la Rosa-Cruz durante su permanencia en
Alemania? Y Spinoza ¿no juzgaba completamente razonable la creencia en la Piedra
filosofal? Habría así material para múltiples investigaciones cuyo interés sería
principalísimo para el conocimiento de las corrientes de pensamiento de la Europa
moderna …

En cuanto al hermetismo y a la alquimia propiamente dichos, si su misión es en


nuestros días mucho menos importante que en la Edad Media y durante el
Renacimiento, no son menos persistentes, y se imprimen todavía hoy obras que extraen
lo esencial de su inspiración y de su simbolismo, de los escritos de adeptos medievales.
Habría, por lo demás, ocasión para hacer todo un estudio psicológico sumamente
interesante sobre las razones profundas de esta supervivencia siempre vivaz del
ocultismo en todos los países occidentales a pesar de los trastornos políticos, sociales y
económicos de los dos últimos siglos65.

65
Cf. J.A. RÓNY, La magie, París, P.U.F., colección “Que sais-je?”, n° 413, 1950.
CONCLUSIÓN

Llegamos así al fin de nuestro corto paseo por entre la alquimia y sus múltiples
partidarios. Hemos examinado sucesivamente los orígenes remotos, legendarios e
históricos del “arte sagrada”; las doctrinas extrañas aunque profundas de la filosofía
hermética; las teorías de los adeptos sobre la constitución de la materia, teorías que
transfiguran, a veces en forma impresionante, algunas ideas modernas; la alquimia
práctica y los procedimientos de la Gran Obra; la notable concepción mística de la
alquimia, fuente de una elevada moral; la extraordinaria Ars magna, testigo
sorprendente del antiguo afán de poderío humano y curioso ejemplo de una concepción
tradicional del superhombre66, y hemos cerrado este estudio con una breve síntesis de la
influencia ejercida por la alquimia y el hermetismo en los dominios más diversos y más
insospechados.

No hemos querido hacer aquí ni una crítica ni una apología de la alquimia (otros se han
encargado de hacerlo), sino ofrecer simplemente al lector curioso una exposición tan
imparcial como fuera posible, de esta arte extraña, cuya historia es tan fértil en
sorpresas y que ha realizado durante muchos siglos la más paradójica de las uniones: la
de la técnica con la mística, las cuales, en nuestros días, son por el contrario los dos
polos absolutamente opuestos entre los cuales se divide la actividad humana.

El lector deseoso de emprender por sí mismo el estudio de la alquimia en sus diversos


aspectos encontrará al final de este volumen una bibliografía que contiene la lista de
obras más importantes y representativas sobre los diferentes problemas que han sido
encarados aquí.

66
Sobre las formas contemporáneas –ateístas- de esta doctrina, ver M. CAROUGES, La mystique du Surhomme,
París, Gallimard, 1946.
APÉNDICES

1. COMPLEMENTOS SOBRE LA GRAN OBRA

a) LOS “REGÍMENES DE FILALETES. Entre las múltiples descripciones de la


Gran Obra, una de las más célebres es la distinción hecha por el enigmático Filaletes de
los siete regímenes, en relación cada uno con un planeta determinado:

1.- Régimen de Mercurio, tan pronto se encendió el fuego: durante veinte días se
sucede una gran cantidad de colores variados; hacia el trigésimo aparece el verde;
por último, en el sexagésimo día aparece el color negro que caracteriza al régimen
siguiente.

2. Régimen de Saturno.

3. Durante el régimen de Júpiter la materia toma todos los colores intermedios del
negro al blanco.

4. Régimen de la Luna: aparición del color blanco.

5. Régimen de Venus: la materia sucesivamente se hace verde, azul, lívida, roja


oscura.

6. Régimen de Marte: aparición del amarillo anaranjado, de los colores del arco iris
y de los matices de la cola del pavo real.

7. Y, por último, el régimen del Sol, caracterizado por la aparición del rojo perfecto
(color del rubí), señal de que la Gran Obra ha concluido.

b) LA “VÍA SECA”. Hemos descripto el método llamado de “vía húmeda”, único


empleado hasta una fecha bastante avanzada, y siempre el medio más usado. Pero en el
siglo XVII Barchusen, en su Liber singularis de Alchimia, introdujo la “vía seca”,
llamada también “vía breve” por cuanto permitía realizar la Gran Obra en cuatro días
solamente67, o también “vía regia”, porque estaría reservada a un muy reducido número
de elegidos. Sin embargo, se le hizo muy poco honor. Nos limitaremos a resumir
brevemente el principio: lo que caracteriza este método es que consiste en el uso del
crisol de tierra con exclusión de cualquier otro utensilio. Las fases de la Obra –siete- se
suceden en el orden siguiente: separación, calcinación, sublimación, disolución,
destilación, coagulación, cocción.

67
En tanto que la “vía húmeda” requería cuarenta días, por lo menos, y esto al cabo de años de trabajos preliminares.
2. ALQUIMIA Y ASTROLOGÍA

Hemos observado que la alquimia fue, con frecuencia, tributaria de la astrología, no


sólo en su parte práctica sino en su teoría (es así como, según Paracelso, cada metal
debe su nacimiento al planeta cuyo nombre lleva; además los otros seis planetas, unidos
en sendas constelaciones zodiacales, les dan sus diversas cualidades propias). Una
relación de causa a efecto existe entre el Cielo y la Tierra: de ahí el desdén hacia la
alquimia manifestado por algunos astrólogos que la consideraban como una especie de
astrología inferior, encastillada en el dominio terrestre (en diversas oportunidades los
alquimistas se empeñaron, por otra parte, en sostener la independencia de su arte frente
a la astrología: cf. la Summa atribuida a Géber).

3. “ROSA-CRUZ” Y “ROSACRUCES”

Hemos empleado, en el curso de esta obra, el término Rosacruz para designar a los
adeptos afiliados a la Fraternidad del mismo nombre. En verdad, la palabra “Rosa-
cruz” debería estar reservada, según los esoteristas, a los “liberados en vida”, a los
Adeptos (con A mayúscula) llegados al Conocimiento supremo. Así, Fulcanelli escribe,
hablando de los rosacruces: “Ningún juramento les ata, ningún estatuto los liga,
ninguna otra regla fuera de la disciplina hermética, libremente aceptada y
voluntariamente observada, influye en su libre albedrío. Los rosacruces no se conocen.
No tienen lugar de reunión ni sede social, ni templo ni ritual, ni señal exterior de
reconocimiento. Fueron y siguen siendo trabajadores aislados, dispersos por el mundo,
investigadores ‘cosmopolitas’ en la más estricta acepción del vocablo. Como los
Adeptos no conocen grado jerárquico alguno, se deduce que la Rosa-Cruz no es un
grado, sino la exclusiva consagración de sus trabajos secretos, la de la Experiencia, Luz
positiva cuya existencia les fue revelada por una viva Fe”. Esos adeptos, invisibles al
común de los mortales, asocian el Conocimiento supremo a la Santidad y están dotados
de poderes extraordinarios sobre el universo. Constituyen una especie de Iglesia oculta,
formada por los grandes iniciados, que no ha cesado de manifestarse al mundo desde
los más antiguos tiempos, para ayudar a los hombres a alcanzar la liberación extra
cósmica68.

De ahí las expresiones como ésta: “Dios ha decidido que los miembros de la Orden de
los Rosacruces no podrán ser vistos por ojo humano que no haya recibido la energía
visual del águila … Tenemos una escritura mágica, reproducción del divino alfabeto
con que Dios ha transcrito Su voluntad sobre la naturaleza terrena y celestial …
Nuestro lenguaje es semejante al de Adán y al de Enoc antes de la caída …”69. El tipo
mismo de ese “Superhombre” está simbolizado por el fundador mítico de la
Fraternidad, el misterioso Christian Rosenkreutz, que habría vivido en el siglo XV,
pero que en realidad parece ser un personaje simbólico70.

68
Cf. ROBERT FLUDD, Summum Bonum, LIBRO IV.
69
J.V. ANDREAE, Confessio Fraternitatis.
70
Cf. el relato del descubrimiento de la tumba de Rosenkreutz en la Fama Fraternitatis, traducción francesa por E.
Coro, París, Edit. Rhéa, 1921.
En el siglo XVIII dos hombres se presentaron a sus contemporáneos como verdaderos
rosacruces: el enigmático conde de Saint-Germain71 que poseía el Elixir de larga vida,
“había conocido a Cristo” y no tenía necesidad de alimentarse; una leyenda (entre
tantas …) nos asegura que él no ha muerto y que vive “en Venecia, en un palacio junto
al Gran Canal” (tradiciones análogas de inmortalidad existen acerca de Nicolás Flamel
y del adepto inglés Thomas Vaugham); Cagliostro72 cuya vida aventurera al finalizar el
siglo XVIII terminó en los calabozos del Santo Oficio en Roma.

En cuanto a los “rosacruces” en el sentido corriente del término, es decir los afiliados a
sociedades secretas que tienen como signo de unión el símbolo de la Cruz y de la Rosa,
habría que designarlos simplemente con el nombre de “rosacruces”, puesto que todavía
no han alcanzado la verdadera Iniciación. En este sentido puede leerse en la Confessio
(atribuida a J.V. Andreae): “Nuestra Fraternidad comprende determinada cantidad de
grados que cada uno debe franquear para avanzar paso a paso hacia el Gran Arcano”73.

4. NOTAS SOBRE LA HISTORIA DE LA QUÍMICA

El gran químico J.B. Dumas escribía: “La química práctica nació en la fragua del
herrero, en los talleres del alfarero, y del vidriero, y en las boticas del perfumista”. La
química es, pues, en un sentido, y por lo menos en su aspecto práctico, más antigua que
la alquimia europea, que ha adoptado como hemos visto, la forma de una extraña
alianza entre el misticismo alejandrino y la técnica (ver cap. III). Por lo demás, no debe
desdeñarse la función cumplida durante toda la Edad Media por los investigadores que
no eran discípulos de Hermes: artesanos, mineros, metalurgistas, etc. La alquimia no ha
desempeñado, pues, el papel único en la formación de la química; no es por ello menos
cierto que ese papel ha sido fundamental74.

5. DIFERENTES SENTIDOS DE LA PALABRA “ADEPTO”

La palabra “adepto” tiene de hecho tres significados bastante diferentes:

1.- Puede designar a todo hombre cuyas investigaciones se relacionen más o menos con
la alquimia.

2.- En un sentido más preciso, los adeptos son los verdaderos alquimistas, por
oposición a los simples empíricos o “sopladores”.

3.- Por último, el Adepto (con mayúscula) es el alquimista que ha descubierto la Piedra
filosofal: es el “gran iniciado”, el “Rosacruz” en el sentido místico del término.

71
Cf. su biografía por P. CHARCONAC, nueva ed., París, 1947.
72
Biografía por M. HAVEN, París, 1926.
73
Ver S. HUTIN, Les sociétés secrètes. [Las sociedades secretas, traducción española. Editorial Universitaria de
Buenos Aires, colección Cuadernos. (N. del T.)].
74
No hemos querido hacer una historia de la Química propiamente dicha. Remitimos al lector, para ello, a JEAN
CUEILLERON, Histoire de la Chimie, París, P.U.F., colección “Que sais-je?, n° 35, y a M. DELACRE, Histoire de
la Chimie, París, Gauthier Villars, 1920.
BIBLIOGRAFÍA SUMARIA75

A) OBRAS DE INTRODUCCIÓN

AMADOU, ROBERT, L’occultisme, París, Julliard, 1950 [trad. esp.: El ocultismo, Buenos Aires,
Pentaclo, 1956].
CARON, MICHEL y HUTIN, SERGE, Les alchimistes, París, Éditions du Seuil, colección “Le
Temps qui court”, 1959.
ELIADE, MIRCEA, Forgerons et alchimistes, París, Flammarion, 1956 [trad. esp.: Herreros y
alquimistas, Madrid, Taurus, 1959].
GANZENMÜLLER, W., L’alchimie au Moyen âge, trad. fr., París, Aubier, 1940.
GRILLOT DE GIVRY, Le musée des sorciers, mages et alchimistes, 3ª. parte, París, Librairie de
France, 1929.
HUTIN, SERGE, “L’alchimie, science de la régénération libératrice”, en Rose-Croix, n! 38, junio
de 1961, págs.. 17-19.
*GOLLÁN, JOSUÉ, La alquimia, Santa Fe (Argentina), Castellví, 1956.
MARCARD, RENÉ, De la Pierre philosophale à l’atome, París, Plon, 1959.
PAUWELS, LOUIS, y BERGIER, JACQUES, Le matin des magiciens, París, Gallimard, 1960.
TAYLOR, F. SHERWOOD, The Alchemists, founders of modern Science, Londres, 1951.

B) OBRAS PARA PROFUNDIZAR LAS INVESTIGACIONES SOBRE LA


ALQUIMIA

ALLEAU, RENÉ, Aspects de l’alchimie traditionnelle, París, Editions de Minuit, 1953.


ANIANE, MAURICE, “Notes sur l’alchimie”, en el simposio Yoga,París, Cahiers du Sud, 1953,
págs.. 243-273.
BURCKHARDT, TITUS, Alchemie, Olten, Walter Verdag, 1960.
CANSELIET, EUGENE, Deux logis alchimiques, París, Schemit, 1945.
EVOLA, JULIUS, La tradizione ermetica, Bari Laterza, 2ª. ed., 1948.
FIGUIER, LOUIS, L’alchimie et les alchimistes, 3ª. ed., París, Hachette, 1860.
FULCANELLI, Le mystère des cathédrales, reeditado por Eugène Canseliet, París, Omnium
Littéraire, 1957; Les demeures philosophales, íd. íd., 2 vols., 1960.
HOLMYARD, E.J., L’alchimie, trad. del inglés, París, Arthaud, 1961.
JUNG, CARL GUSTAV, Psychologie und Alchemie, 2ª. ed., Zurich, Rascher, 1952; trad. ingl.,
Nueva York, 1953; [trad. esp., Psicología y Alquimia, Buenos Aires, S. Rueda, 1961]; *Die
Psychologie der Uebertragung, Zurich, Rascher, 1946 (trad. esp., La psicología de la
transferencia, Buenos Aires, Paidós, 1954).
KOPP, HERMANN, Geschichte der Chemie, Braunschweig, 1843-47, 4 vols.; Die Alchemie,
Heidelberg, 1886, 2 vols.
LOSENSKY-PHILET, Das verborgene Gesetz, Gaustadt-bei-Bamberg, Isis Verlag, 1956.

75
Las indicaciones de traducciones al español y las referencias bibliográficas precedidas de asterisco han sido
agregadas por los editores de esta versión española.
POISSON, ALBERT, Théories et symboles des alchemistes, París, Charconac, 1891.
READ, JOHN, Prelude to chemistry, Londres, 1936.

C) SOBRE PUNTOS PARTICULARES

AMBELAIN, ROBERT, L’alchimie spirituelle, París, La Diffusion scientifique, 1961.


*ARNAULD, PAUL, L’ésotérisme de Shakespeare, París, Mercure de France, 1955.
ATWOOD, M.A., A suggestive inquirí into the Hermetic Mistery, reedición, Belfast, 1920.
AURIGER, “L’alchimie devant le Tarot”, en Le Voile d’Isis, año XXXIII, 1928, págs.. 563-583.
BERNUS, ALEXANDER VON, Alchimie et médecine, trad. del alemán, París, Danglès, 1959.
CUEILLERON, JEAN, Histoire de la Chimie, París, P.U.F., colección “Que sais-je?”, n° 35.
ELIADE, MIRCEA, Yoga: immortalité et liberté, París, Payot, 1957 [trad. esp.: Yoga,
inmortalidad y libertad, Buenos Aires, Leviatán (Siglo Veinte), 1958].
*GUÉNON, RENÉ, L’ésotérisme de Dante, 3ª. ed., París, 1949.
HARTLAUB, C.F., Der Stein der Weisen, Munich, 1959.
HUTIN, SERGE, Les Francs-Maçons, París, Editions du Seuil, colección “Le Temps qui court”,
1960.
*JUNG, CARL GUSTAV, y WILHELM, RICHARD, Das Geheimnis der goldenen Blute, 2ª. ed.,
Zurich, Rascher, 1938; [trad. esp.: El secreto de la flor de oro, Buenos Aires, Paidós, 1955].
KOYRÉ, ALEXANDRE, Mystiques spirituels et alchimistes du XVI° siècle allemand, París, A.
Colin, 1955.
MASPERO, HENRI, Le Taoïsme, París, Musée Guimet, 1950.
OUY, ACHILLE, La philosophie secrète des alchimistes, Laval, 1942.
SAVORET, ANDRÉ, Qu’est-ce que l’alchimie? París, Heugel, 1947.
SCHMIDT, ALBERT-MARIE, La pensé scientifique en France au XVI° siècle, París, Albin
Michel, 1938.
STILLMAN, J.M., The Story of Alchemy and early Chemistry, Nueva York, Dover Publications,
1960.
WIRTH, OSWALD, Le symbolisme hermétique dans ses rapports avec l’alchimie et la franc-
maçonnerie, 2ª. ed., París, “Le simbolisme”, 1931.
YGÉ, CLAUDE D’, Nouvelle assemblée des philosophes chimiques, París, Dervi-Livres, 1954.

D) REVISTAS

Existe una revista inglesa (trimestral) especialmente consagrada al estudio de los documentos
alquímicos: Ambix, Londres. Diversas puntualizaciones sobre la alquimia han aparecido en las
revistas francesas Atlantis y La Tour-Saint-Jacques. [* Artículos de interés sobre el tema,
traducidos al español: de GÜNTHER GOLDSMIDT, “La alquimia medieval”, en Actas Ciba,
Basilea, 1939, n° 6 (junio); y de E.J. HOLMYARD, “La alquimia en el Islam medieval”, en
Endeavour, publicación de Imperial Chemical Industrias Ltd. de Gran Bretaña, ed. Española, XIV,
55, julio de 1955].
INDICE

INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
I ¿Qué es la alquimia? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4
II Los alquimistas y su simbolismo . . . . . . . . . . . . . . . . 8
I. Los alquimistas, 8; II. La literatura alquímica,
10; El simbolismo alquímico, 12.
III Los orígenes de la alquimia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
I. Las fuentes legendarias; 16; II. Las fuentes
psicológicas, 17; III. Los orígenes históricos, 18.
IV Las grandes etapas de la alquimia . . . . . . . . . . . . . . . 21
I. Alejandría y Bizancio, 21; II. Los árabes, 22; III.
La alquimia europea, 23; IV. Decadencia
histórica de la alquimia, 30.
V La filosofía hermética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
I. Generalidades, 31; II. La cosmogonía hermética,
35.
VI Las teorías alquímicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
VII La alquimia práctica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
I. La Gran Obra, 43; II. El homúnculo, 50.
VIII La alquimia mística . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
IX El “ars magna” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
X Influencia de la alquimia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
CONCLUSIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
APÉNDICES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
1. Complementos sobre la Gran Obra, 62; 2.
Alquimia y Astrología, 63; 3. “Rosa-cruz” y
“rosacruces”, 63; 4. Notas sobre la historia de la
química, 64; 5. Diferentes sentidos de la palabra
“adepto”, 64.
BIBLIOGRAFÍA SUMARIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

Вам также может понравиться