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30/10/2019 Sola Fide, una perspectiva pentecostal – Pensamiento Pentecostal Arminiano

INTRODUCCIÓN

La expresión “Sola Fide” es una frase en latín que significa “fe sola”. Es una de las cinco solas de la
Reforma Protestante. La Declaración de Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios establece
que:

“La única esperanza de redención para el hombre es a través de la sangre derramada de


Jesucristo, el Hijo de Dios… La salvación se recibe a través del arrepentimiento para con
Dios y la fe en el Señor Jesucristo. El hombre se convierte en hijo y heredero de Dios según la
esperanza de vida eterna por el lavamiento de la regeneración, la renovación del Espíritu
Santo y la justificación por la gracia a través de la fe”[1]

Sola fide señala que la salvación es a través de la fe, no de las obras, como explica Efesios 2: 8-9:

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe”

El reformador protestante Martín Lutero consideraba tan importante la sola fide que lo llamó “El
artículo con el que se apoya la iglesia”.[2]

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LA SALVACIÓN POR LA FE SOLA

Sola fide se resume bien en Efesios 2: 8-9, pero el concepto se encuentra en todas las Escrituras. Por
ejemplo, Juan 3:16 enfatiza la fe en Jesús para la vida eterna:

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”

Juan 5:24 agrega:

“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna;
y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”

Jesús también enseñó que:

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“Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29)

La iglesia primitiva afirmó esta enseñanza de Jesús y notó que sus enseñanzas hacían eco de las
palabras anteriores de los profetas del Antiguo Testamento:

“De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón
de pecados por su nombre” (Hechos 10:43)

Romanos 1:17 cita Habacuc 2: 4 en el Antiguo Testamento y dice:

“Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el
justo por la fe vivirá”

Lo que la ley del Antiguo Testamento buscaba alcanzar por medio de las obras, fue alcanzado por
medio de la fe en Jesucristo:

“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.” (Romanos
3:28)

Filipenses 3: 9 declara que la fe es lo que nos hace justos:

“… y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la
fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”

Aquellos que rechazan la Sola Fide o la salvación solo por la fe se aferran a un Evangelio basado en
obras que difiere de las enseñanzas que se encuentran en las Escrituras. En Gálatas 1:9, Pablo condenó
tal pensamiento como un falso evangelio:

“Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio
del que habéis recibido, sea anatema”

Sola fide es una enseñanza esencial de las Escrituras que fue recuperada por los reformadores
protestantes, y sigue siendo vital para la vida de los cristianos evangélicos modernos y la vida de la
iglesia de hoy.

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LA IMPORTA DE SOLA FIDE EN EL


PROTESTANTISMO

Pocas doctrinas son más importantes para la teología evangélica que la doctrina de la justificación solo
por fe (el principio de la Reforma de sola fide). Martin Lutero afirmó con razón que la iglesia se
establece o se derrumba a partir de esta doctrina. La historia proporciona muchas pruebas objetivas
para afirmar la evaluación de Lutero.[3] Las iglesias y las denominaciones que mantienen firmemente
la sola fide permanecen evangélicas. Aquellos que se han apartado del consenso de la Reforma sobre
este punto, capitulan inevitablemente al liberalismo, vuelven a lo sacerdotal, aceptan alguna forma de
legalismo o se desvían a peores formas de apostasía.

El evangelicalismo histórico, por lo tanto, siempre ha tratado a la justificación por fe como un


distintivo bíblico central. Ésta es la doctrina que hace que el cristianismo auténtico sea distinto de
todas las demás religiones. El cristianismo es la religión de la realización divina, con el énfasis siempre
en la obra consumada de Cristo. Todas las demás son religiones de logros humanos. Se preocupan,
inevitablemente, con los esfuerzos propios del pecador por ser santo. Si abandonamos la doctrina de
la justificación por la fe no podemos afirmar honestamente ser evangélicos. La Escritura misma hace
de sola fide la única alternativa a un sistema condenatorio de obras-justicia:

“Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no
obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4-
5).

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En otras palabras, los que confían en Cristo para la justificación sólo por fe reciben una justicia
perfecta que se les es tenida en cuenta. Aquellos que tratan de establecer la suya propia o mezclan la
fe con las obras sólo reciben la terrible paga que se debe a todos los que no alcanzan la perfección. Así
que el individuo, tanto como la iglesia, se mantiene o cae con el principio de sola fide. La apostasía de
Israel estaba basada en el abandono de la justificación solo por fe:

“Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han


sujetado a la justicia de Dios” (Romanos 10:3)

LA FE SALVADORA, UNA FE QUE OBRA

No obstante, y a pesar de sostener la plena validez de la Sola Fide, reconocemos que la fe viva es la
que actúa y se mueve por el amor. Los evangélicos, y particularmente los pentecostales, sostenemos la
salvación por fe. Afirmamos sin duda alguna que “por gracia sois salvos por medio de la fe” y de que
“el justo por la fe vivirá”. Sin embargo, también afirmamos, basados en la Palabra de Dios, que la fe de
aquellos que han tenido y tienen la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, es, y debe siempre
ser, activa y moverse por el amor.

¿Plantea esto una contradicción con el principio de Sola fide? ¡En ninguna manera! En la Biblia se
muestra, en otros contextos, que la fe, para vivir, para respirar, para ser auténtica, tiene que tener
obras, actuación y dinamismo. Santiago afirma:

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“Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo demuestra con sus
acciones? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Por ejemplo: un hermano o una hermana no tiene
ropa para vestirse y tampoco tiene el alimento necesario para cada día. Si uno de ustedes le
dice: «Que te vaya bien, abrígate y come todo lo que quieras», pero no le da lo que necesita su
cuerpo, ¿de qué le sirve? Así pasa también con la fe: por sí sola, sin acciones, está muerta.
Pero alguien puede decir: «Tú tienes fe, y yo tengo acciones. Pues bien, muéstrame tu fe sin
las acciones, y yo te mostraré mi fe por medio de mis acciones». Tú crees que hay un solo
Dios. ¡Qué bien! Pero también los demonios lo creen, y tiemblan. ¡No seas tonto! Debes darte
cuenta de que la fe sin las acciones es inútil. Nuestro antepasado Abraham fue declarado
justo por lo que hizo. Él ofreció como sacrificio a su hijo Isaac sobre el altar. Date cuenta de
que su fe iba acompañada de sus acciones, y por medio de sus acciones su fe llegó a ser
perfecta. Así se cumplió la Escritura que dice: «Abraham creyó a Dios y eso se le tomó en
cuenta como justicia». Y a Abraham lo llamaron amigo de Dios. Como pueden ver, a una
persona se la declara justa por sus acciones, y no sólo por su fe. Lo mismo le pasó a Rahab, la
prostituta, cuando recibió a los espías y los ayudó a huir por otro camino. Ella fue declarada
justa. Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin acciones está muerta” (Santiago
2:14-26, NBV)

La justificación bíblica jamás minimiza el renacimiento espiritual de la regeneración (2 Corintios 5:17);


ni tampoco substrae los efectos morales del nuevo corazón del creyente (Ezequiel 36:26-27). La
doctrina de la justificación por la fe jamás convierte la gracia de Dios en libertinaje (Judas 4). Este
punto de vista se llama antinomianismo.

Aclaramos: No son las obras las que nos salvan, es la fe, pero esta fe, si es viva necesita
ineludiblemente, ser una fe activa. No hay fe en aquel que carece de obras justas y, si hubiera fe, caería
en la calificación de una fe muerta, aunque quien la tenga sea totalmente religioso. Así, el apóstol
Pablo, que nos deja toda la doctrina de la gracia, de la justificación, el Apóstol que nos deja la frase
lapidaria “el justo por la fe vivirá”, también nos deja, escribiendo a los Gálatas, que “la fe… obra por
el amor” (Gálatas 5:6). Cuando a la fe le cortamos esa dimensión amorosa, obradora y actuante, la
matamos o termina por morirse y dejar de ser. En última instancia, una fe sin obras debería ser
considerada una fe falsa, incapaz de salvar, ya que:

1. La fe sin obras revela un corazón que no ha sido transformado por Dios. Cuando hemos sido
regenerados por el Espíritu Santo, nuestras vidas van a demostrar esa vida nueva. Nuestras
obras se caracterizarán por la obediencia a Dios. La fe que no se ve, llega a ser evidente por
la demostración del fruto del Espíritu en nuestras vidas (Gálatas 5:22). Si no hay frutos, es
obvio que la fe no es real.

2. La fe sin obras es una fe vana, pues la fe resulta en una nueva creación, no en una repetición
de los mismos patrones de conducta pecaminosa. Como Pablo escribió en 2 Corintios 5:17,
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“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí
todas son hechas nuevas”.

3. La fe sin obras viene de un corazón que no ha sido regenerado por Dios. Profesar una fe
vacía, no tiene el poder para cambiar vidas. Aquellos que dicen tener fe pero que no tienen el
Espíritu, escucharán a Cristo mismo decir, “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de
maldad” (Mateo 7:23).

Aquel que dice tener fe, lo demostrará por sus obras, pues la fe es más que un mero asentimiento
intelectual. Los pentecostales creemos que las buenas obras no nos salvan, sin embargo, creemos
también que los verdaderamente salvos producen buenas obras.

LA FE QUE OBRA NO ES UNA FE LEGALISTA

Por otro parte, hay muchos que hacen que la justificación dependa de una mezcla de fe y obras. El
efecto es hacer de la justificación un proceso basado en la propia justicia imperfecta del creyente en
lugar de un acto declarativo de Dios basado en la justicia perfecta de Cristo. Tan pronto como la
justificación se fusiona con la santificación, las obras de la justicia se convierten en una parte esencial
del proceso. La fe se diluye por lo tanto con las obras. Se abandona la Sola Fide. Éste fue el error de los
legalistas de Galacia (Gálatas 2:16; 5:4). Pablo lo llamó “un evangelio diferente” (Gálatas 1:6, 9). El
mismo error se encuentra prácticamente en todo culto falso. Es el principal error del catolicismo
romano y de las sectas legalistas.
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Ante la pregunta: ¿Qué debemos hacer para ser salvos? Los pentecostales, al igual que el apóstol
Pablo respondemos si dudarlo:

“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31)

Las epístolas doctrinales cruciales de Pablo (especialmente Romanos y Gálatas) se extienden en esa
respuesta, desarrollando la doctrina de la justificación por la fe para mostrar cómo somos justificados
por la fe sin obras humanas de ningún tipo. Dicho de otro modo: el cristiano no hace buenas obras
para ser salvo ¡Sino porque ya es salvo! Es el fruto natural que se espera del verdadero creyente.

LA DOCTRINA DE LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE


SOLA EN LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS

Aunque Cristo no hizo ninguna explicación formal de la doctrina de la justificación (como lo hizo
Pablo en su epístola a los Romanos), la justificación por fe subyace e impregna toda Su predicación del
Evangelio. Aunque Jesús nunca dio un discurso sobre el tema, es fácil de demostrar a partir de Su
ministerio evangelístico que Él enseñó sola fide. Por ejemplo, fue el mismo Jesús quien dijo:

“El que oye Mi palabra, y cree… ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24)

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Nótese que Jesús habló de una salvación plena, sin pasar ningún sacramento o ritual y sin ningún tipo
de espera o período el purgatorio. El ladrón en la cruz es el ejemplo clásico. En la prueba más exigua
de su fe, Jesús le dijo:

“De cierto os digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43)

No era necesario ningún sacramento o trabajo por parte de él para obtener la salvación. Por otra parte,
las muchas sanaciones que Jesús logró eran evidencia física de Su poder de perdonar pecados (Mateo
9:5-6). Cuando Él sanaba, con frecuencia decía: “Tu fe te ha salvado” (Mateo 9:22; Marcos 5:34; 10:52,
Lc. 8:48, 17:19, 18:42). Todas esas curaciones eran lecciones objetivas sobre la doctrina de la
justificación solo por fe. Sin embargo, la única ocasión en la cual Jesús declaró a alguien “justificado”
proporciona la mejor visión de la doctrina tal como Él la enseñó:

“Dijo también esta parábola a unos que confiaban que ellos eran justos y menospreciaban a
otros: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El
fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no
soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno
dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no
quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio
a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:9-
14)

¡Esa parábola seguramente sorprendió a los que escuchaban a Jesús! Ellos “confiaban en sí mismos
como justos” (v. 9), la definición misma de la justicia propia. Sus héroes teológicos eran los fariseos,
que tenían las normas legalistas más rígidas. Ellos ayunaban, oraban y daban limosna dando un gran
espectáculo; e incluso iban más allá en la aplicación de las leyes ceremoniales de lo que en realidad
Moisés había prescrito.Sin embargo, Jesús había sorprendido multitudes diciendo: “Si vuestra justicia
no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20),
seguido por:

“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”(v. 48)

Es evidente que Él estableció un estándar que era humanamente imposible, ya que nadie podía
superar la rigurosa vida de los escribas y fariseos. Ahora Él sorprende aún más a Sus oyentes con una
parábola que parece colocar a un recaudador de impuestos detestable en una posición espiritual mejor
que un fariseo que ora. El punto de Jesús es claro. Él estaba enseñando que la justificación es solo por
fe. Ahí está toda la teología de la justificación. Pero sin profundizar en la teología abstracta, Jesús nos
describió claramente la imagen con una parábola. La justificación del recaudador de impuestos era
una realidad instantánea. No hubo ningún proceso, lapso de tiempo, ningún miedo del purgatorio. Él
“descendió a su casa justificado” (v. 14) – no por algo que había hecho, sino por lo que había sido
hecho en su nombre.
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