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GORZ, A.

“Miserias del presente, riqueza de lo


posible” Paidós, Buenos Aires, 1998.

INTRODUCCIÓN [Definición de “trabajo”]

“(…) el “trabajo” está definido de entrada como una actividad social, destinada
a inscribirse en el flujo de los intercambios sociales en la escala de toda la
sociedad. Su remuneración testimonia esta inserción, pero tampoco es lo
esencial [¿?]: lo esencial es que el “trabajo” llena una función socialmente
identificada y normalizada en la producción y la reproducción de todo social. Y
para llenar una función socialmente identificable, él mismo debe ser
identificable por las competencias socialmente definidas que pone en
funcionamiento según procedimientos socialmente determinados. Debe, en
otros términos, ser un “oficio”, una “profesión”, es decir la puesta en obra de
competencias institucionalmente certificadas según procedimientos
homologados. (…) La creación no es socializable, codificable [¿?]; es por
esencia transgresión y recreación de normas y de códigos, soledad, rebelión,
rechazo y oposición al “trabajo”. (…) Por la homologación de las competencias,
de los procedimientos y de las necesidades que implica, el “trabajo” es un
poderoso medio de socialización, de normalización, de estandarización, que
reprime [¿?] o limita la invención, la creación, la autodeterminación individuales
o colectivas de normas, de necesidades y de competencias nuevas. Por eso, el
reconocimiento social de nuevas actividades y competencias que responden a
nuevas necesidades siempre tuvo que ser impuesto por luchas sociales [¿?].”
[Gorz, 1998: 13]

“El capitalismo logró (…) remontar la crisis del modelo fordista. Lo logró al
apoderarse de una mutación tecnocientífica que lo supera a él mismo y cuyo
alcance histórico y antropológico es incapaz de asumir, como lo demuestra
Jaques Robin. En gran medida desmaterializó las principales fuerzas
productivas: el trabajo (y no estamos más que en el principio de ese proceso) y
el capital fijo. La forma más importante del capital fijo es, desde ese momento,
el saber almacenado que se vuelve instantáneamente disponible por las
tecnologías de a información, y la forma más importante de la fuerza de trabajo
es el intelecto. Entre el intelecto y el capital fijo –es decir, entre el saber-vivo y
el saber-máquina- ahora la frontera es vaga [¿?]. El capitalismo hace suya la
máxima de Stalin: “el hombre es el capital más precioso”. “El hombre” está
subsumido en el proceso de producción como “recurso humano”, como “capital
humano”, capital humano fijo [¿?]. Sus capacidades específicamente humanas
están integradas en un mismo sistema con el intelecto inanimado de las
máquinas [¿?]. Se vuelve cyborg, medio de producción en su totalidad, hasta
ser sujeto, es decir capital, mercancía y trabajo a la vez [¿?]. (…) He aquí lo
que la excelente pregunta de Lester Thurow sitúa en su contexto: “¿Cómo
puede funcionar el capitalismo cuando el capital más importante, el capital-
saber, no tiene más propietario?”.” [Gorz, 1998: 15, 16]

COMUNIDAD Y SOCIEDAD.

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“Por “comunidad” la sociología designa, por lo general, un agrupamiento
colectivo cuyos miembros están ligados por la solidaridad vivida, concreta, en
tanto que personas concretas.” [Gorz, 1998: 127]

El fundamento factual de la comunidad: algo que se reconoce que cada uno


tiene en común con los demás miembros; “sea que lo hayan puesto en común
atendiendo a su interés común o a su bien común (en cuyo caso se hablará de
comunidad asociativa o cooperativa), sea que lo tengan en común
originalmente o de nacimiento (su lengua, su cultura, su “país” o Heimat), en
cuyo caso se hablará de comunidad originaria o “constitutiva”.” [Gorz, 1998:
127]

“En uno y otro caso, el lazo entre los miembros de una comunidad no es un
lazo jurídico ni un lazo instituido, formalizado, institucionalmente garantizado, ni
tampoco un lazo contractual, sino un lazo vivido, existencial, que pierde su
calidad comunitaria a partir del momento en que es institucionalizado,
codificado; pues a partir de ese momento adquiere una existencia objetiva
autonomizada que, para perpetuarse, no tiene la necesidad del compromiso
afectivo, de la adhesión vivida de todos los miembros. La institucionalización
tiene precisamente como función asegurar la persistencia de un lazo al margen
de la persistencia del compromiso afectivo de cada miembro: transforma la
adhesión vivida en obligaciones determinadas.” [Gorz, 1998: 127]

“La sociedad (…) es un conjunto demasiado vasto, diferenciado y complejo


para que las relaciones entre sus “miembros” puedan regularse de manera
comunicativa y espontánea. (…) Se pertenece [a la sociedad] no en tanto que
persona concreta que originaria o cooperativamente tenga una vida en común
con los otros, sino en tanto que ciudadano, es decir, en tanto que persona
abstracta definida en su universalidad por derechos (y deberes) instituidos,
jurídicamente formalizados, políticamente garantizados por un Estado.” [Gorz,
1998: 127]

IDEOLOGIA NACIONAL-COMUNITARIA E IDEOLOGIA OBRERISTA-


COMUNITARIA: “La idea de “sociedad comunitaria” explica la nostalgia de un
mundo simple, transparente, premoderno, en el cual la sociedad funcionaría a
la manera de una comunidad originaria: la pertenencia nativa a esta comunidad
fundaría a la vez la identidad de cada miembro y sus derechos. En ella, éstos
no dependen de lo que se hace sino de lo que se es, por nacimiento. Este tipo
de pertenencia y de identidad nativa tiene una inevitable connotación racial.
(…) Es decir, que la ideología nacional-comunitaria tiene una significación
radicalmente antipolítica: a las divisiones y los conflictos de la sociedad
moderna, opone la unidad de la comunidad originaria.” [Gorz, 1998: 131]

LO POLITICO MÁS ALLÁ DE LO COMUNITARIO: “La pregunta esencial no es:


“¿Qué debo ser?”, “¿Qué tipo de vida debo llevar?”; sino: “¿Quién soy?”. Pero
si se parte de este “pregunta esencial”, no se llegará nunca al “sentido de la
ciudadanía”, en el sentido de un bien común con otras comunidades o a una
comunidad más vasta que la mía en la cual la mía está inmersa. La cuestión
política, la cuestión de lo político ya no podrán plantearse.” [Gorz, 1998: 132]

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INTERNACIONALISMO: “El diálogo no será posible; el reconocimiento “como
legítima” de la existencia de una pluralidad de identidades constitutivas no
podrá tener “el valor de un principio general” y guiar as conductas de todas las
comunidades más que si éstas tienen una cultura política común y un espacio
público común, espacio que exige ser instituido, pues no nace
espontáneamente del reconocimiento, por parte de cada comunidad, de la
especificidad de la otra. Por sí mismo, este reconocimiento conducirá con más
facilidad a una pluralidad de espacios públicos clausurados que a un espacio
público común. (…) Como lo escribe Étienne Tassin: “no es a partir de la
identidad comunitaria que puede nacer un espacio público políticamente
organizado, sino que de la institución política de ese espacio puede emerger
una ciudadanía común entre los pueblos o entre las comunidades.” [Gorz,
1998: 133, 134]

“La política es el espacio específico de la tensión, siempre conflictiva, entre los


polos opuestos de la comunidad y de la sociedad; o, en términos
habermasianos, entre los polos del mundo vivido y del sistema; o inclusive,
más profundamente, entre el dominio de a autonomía y el de la heteronomía,
es decir, de la capacidad de autodeterminación y de autoregulación de los
individuos y de los grupos, por un lado, y, por otro, de las restricciones que
resultan del funcionamiento de la sociedad en tanto que conjunto de
instituciones y de aparatos. La capacidad de cambiar, de evolucionar, de actuar
sobre sí misma que tiene una sociedad resulta de la tensión entre esos dos
polos y de la retroacción perpetua del uno sobre el otro. Todo lo que tiende a
borrar su oposición sofoca el debate, los conflictos y la reflexión políticos y
hace que la sociedad se incline sea hacia un estatismo burocrático y autoritario
cada vez más fijo, sea hacia el conformismo unanimista sofocante de las
sociedades integristas o nacional-comunitarias.” [Gorz, 1998: 135] [La URSS:
dos caras de una misma moneda, estatismo burocrático autoritario/
conformismo unanimista sofocante –desarrollar]

ÚLTIMOS AVATARES DEL TRABAJO.

TAYLORISMO-POSFORDISMO: “La dominación absoluta, totalmente


represiva debía ser reemplazada por su movilización total” [Gorz, 1998: 40]
“(…) el modelo ideal de la empresa posfordista. El paradigma de la
organización es reemplazado por el de la red de flujos interconectados,
coordinados en sus nudos por colectivos auto-organizados, de los cuales
ninguno constituye el centro. En lugar de un sistema centralmente hetero-
organizado (como lo era el modelo fordista), tenemos un sistema auto-
organizador descentrado, comparable a un sistema nervioso (…).”[Gorz, 1998:
41]
¿ENRIQUECIMIENTO DEL TRABAJO = AUTONOMÍA DEL TRABAJADOR?
“(…) es despachar un poco rápido las cosas decir, como lo hizo Philippe
Zariffian, por ejemplo, que el trabajo de los obreros posfordistas adquiere todo
su sentido por el hecho de que cada trabajador "“puede captar por encima sus
actos y partir de esa visión por encima” para “reconocer en la relación de
servicio a usuarios o clientes [véase también a Lazzarato]” la “razón de ser” del
“sistema de producción”. Ese sistema de producción está, en el mejor de los
casos, al servicio de usuarios individuales, solventes, de mercancías de uso

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individual (…). Pero en el nivel de las opciones de producción, en el nivel de la
definición del contenido de las necesidades y de su modo de satisfacción se
sitúa la apuesta política del antagonismo entre el capital y el trabajo viviente.
Esta apuesta es en última instancia el poder de decidir el destino y el uso social
de la producción, es decir el modo de consumo al que ella está destinada y las
relaciones sociales que ese modo de consumo determina.” [Gorz, 1998: 45]

¿REPLIEGUE DEL “TRABAJO ABSTRACTO”, REVANCHA DEL “TRABAJO


CONCRETO”? “(…) el toyotismo reemplaza las relaciones sociales modernas
por relaciones premodernas.(…) La empresa “compra ante todo a la persona y
su devoción” y no desarrolla sino a continuación “la capacidad de trabajo
abstracto” de ella. (…) Se ha dejado en ciertos aspectos el plano del trabajo
abstracto –que, según Marx, ponía fin a las relaciones precapitalistas de
sumisión personal, porque era una prestación impersonal, “indiferente a su
contenido” e independiente de la personalidad de su destinatario-, para volver a
la prestación personalizada, imposible de formalizar, difícil de hacer entrar en
un contrato y que restablece, escribe Paolo Virno, la relación del obrero con el
patrón sobre la base de “la dependencia personal universal, en un doble
sentido: se depende de tal o cual persona, no de reglas dotadas de un poder
coercitivo anónimo; y es toda la persona, la aptitud de pensar y de actuar, en
suma, la “existencia genérica” de cada uno, la que está sometida”. (…) Este
tipod e análisis debe llevar a preguntarse si esta servidumbre absoluta de toda
la persona no contradice de manera explosiva la iniciativa, la creatividad, la
autonomía con las cuales la persona se debe comprometer totalmente en su
trabajo de grupos (…).” [Gorz, 1998: 49]

DEL TRABAJO CONCRETO Y SU “GESTIÓN” AL GENERAL INTELLECT:


“Los partidarios del control obrero, de la “autogestión” obrera partían de la
hipótesis, que era para ellos una evidencia, de que no sería posible limitar las
reivindicaciones de autonomía y de poder a partir del momento en que
hubieran logrado realizarse en los lugares de trabajo. Yo mismo defendí esta
tesis a comienzos de los años setenta. La reencuentro hoy en una forma
radicalizada y muy esquemática en la mayoría de los teóricos de “la
intelectualidad de masa”. Siempre con la diferencia de que, para ellos,
autonomía y emancipación totales han dejado de ser una exigencia a la que se
tiende para ser una realidad actual. Según ellos, “el trabajo se plantea
inmediatamente como libre y como constructivo”. “El capital se vuelve un
aparato vacío, de restricción, un fantasma, un fetiche”. “La intelectualidad de
masa” (…) estaría lista para autoconstituirse en poder alternativo, porque “el
proceso de producción de subjetividad, es decir el proceso de producción a
secas [¡], se constituye “fuera” de la relación con el capital, “en el seno” de los
procesos constitutivos de la intelectualidad de masa, es decir, en la
subjetivización del trabajo”. El proceso social de producción engendraría al
sujeto colectivo de poder alternativo. (…) En la base de ese delirio teórico, cuyo
influjo no es despreciable en el seno de la esfera de influencia marxista, se
encuentra siempre el postulado implícito de que la autonomía en el trabajo
engendra por sí misma la exigencia y la capacidad de los trabajadores de
suprimir todo límite y toda traba al ejercicio de su autonomía. Eso
evidentemente no es nada: la autonomía en el trabajo es poca cosa en
ausencia de una autonomía cultural, moral y política que la prolongue y que no

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nace de la cooperación productiva misma, sino de la actividad militante y de la
cultura de la insumisión, de la rebelión, de la fraternidad, del debate libre, de la
puesta en cuestión radical (la que va a la raíz de las cosas) y de la disidencia
que ella produce.” [Gorz, 1998: 50,51]

“La dominación del capital (…) debe desplazarse por encima de la fábrica y
tomar la forma de un condicionamiento que conduce al sujeto a aceptar o elegir
precisamente eso que se entiende que le impone. La fábrica, el lugar de
trabajo, dejan entonces de ser el terreno principal del conflicto central. El frente
se va a encontrar en todos los lugares donde la información, el lenguaje, el
modo de vida, los gustos, las modas sean producidos y configurados por las
fuerzas del capital, del comercio, del Estado, de los medios masivos de
comunicación; en todos los lugares (…) donde la subjetividad, la “identidad” de
los individuos, sus valores, sus imágenes de sí mismos y del mundo son
perpetuamente estructurados, fabricados, formados. (…) Por medio de la
inestabilidad, la volubilidad, la flexibilidad, la inconstancia y la inconsciencia que
produce en todos los dominios, tanto los de lo material como los de lo
inmaterial, el posfordismo produce las condiciones ideológicas y culturales de
su dominación sobre los trabajadores “comprometidos”. De hecho, el
sometimiento de los trabajadores por parte del capital, a los que éste ordena
simultáneamente ser sujetos autónomos y creativos en su trabajo, siempre
existió. (…) El mandato “sean sujetos, pero al servicio de Otro cuyos derechos
sobre ustedes nunca objetarán”, ese mandato está de hecho vivido y aceptado
por todos esos creativos de soberanía real pero limitada y sometida que son los
productores-por-dinero de ideas, de imaginario, de mensajes: periodistas,
propagandistas, redactores y diseñadores publicitarios, especialistas en
“relaciones públicas” (…).”[Gorz, 1998: 52, 53]

[IDEOLOGÍA DE LA VENTA DE SÍ] “La venta de sí [llegará] al colmo entre los


prestatarios independientes de servicios profesionales que son para sí mismos
[que se autopresentan como integrando] a la vez el capital fijo, su puesta en
valor por el trabajo, la mercancía vendida en el mercado y los promotores de
esta mercancía por una estrategia comercial cuidadosamente elaborada. Se
consideran a sí mismos una “mercancía que trabaja” y llevan hasta el extremo
de su lógica la ideología de los “industriales de la era posfordista…,
convencidos de retener el monopolio de la humanidad porque para ellos ser
“mercancía que trabaja” es la única manera posible de ser “hombres” (…).
Evidentemente, la ideología de la venta de sí no podría imponerse si el
posfordismo no creara por sí mismo [¿?] las condiciones macrosociales que
enmascaran las potencialidades liberadoras de las mutaciones técnicas y
permiten hacer de ellos los instrumentos de una dominación reforzada.” [Gorz,
1998: 55]

EL OLVIDO DEL “EMPLEO” Y SU GESTIÓN SOCIETAL/ ¿HACIA LA


ABOLICIÓN DEL “SALARIADO”?: “Al sustituir el paradigma de la red
autoorganizada descentralizada por el de la organización jerárquica a partir de
un centro, el posfordismo finalmente transformó la naturaleza del lazo salarial
mucho más que la naturaleza del trabajo.” [Gorz, 1998: 57] “Al asalariado de la
época fordista (con la figura del “obrero masa”) le suceden así otras dos
figuras. La primera (…) es la del jobber que transforma la precariedad en un

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modo de vida y que recuerda la de los “verdaderos sublimes” de los que
hablaba Poulot a mediados del siglo XIX: negándose a venderse a un patrón o
a servir al capital, no acepta más que empleos [provisionales] y se ahorra el
máximo de tiempo disponible trabajando justo lo suficiente para cubrir sus
necesidades. Frente a este “disidente” del capitalismo, la única figura que
interesa a los ideólogos del postsalariado es el “independiente”, patrón de una
empresa individual en la cual está self-employed, como dicen los británicos, y
para la cual forma una cartera de clientes ocasionales. (…) El desarrollo del
trabajo llamado independiente, infinitamente “flexible” en todos sus parámetros,
no es más que la forma más visible que adopta la tendencia a la abolición del
salariado. (…) A los prestatarios de trabajo ya no se les trata más como a
miembros de una colectividad o de una profesión definidos por su estatuto
público, sino como a proveedores particulares de prestaciones particulares bajo
condiciones particulares. Ya no ofrecen trabajo abstracto, trabajo general,
separable de su persona [¿?] que los califica como individuos sociales en
general, útiles de manera general. Su estatuto ya no está más regido por el
derecho del trabajo, gracias al cual la pertenencia del trabajador a la sociedad
prevalecería sobre su pertenencia a la empresa. Los clientes o las empresas a
las que ofrecen sus servicios pueden tratarlos de manera desigual, según su
actitud o su personalidad les guste o no, seleccionarlos según criterios
subjetivos.” [Gorz, 1998: 61, 62, 63]

TODOS PRECARIOS: “(…) la figura central y la condición “normal”, como


tendencia al menos, no son más las del “trabajador” –ni a fortiori la del obrero,
el empleado, el asalariado [¿?]-, sino la del precario que ya “trabaja” ya no
“trabaja”, ejerce de manera discontinua múltiples oficios, de los cuales ninguno
es un oficio, no tiene profesión identificable y tiene como profesión el no
tenerla; no puede por lo tanto identificarse con su trabajo y nos se identifica,
sino que considera como su verdadera actividad aquella por el ejercicio de la
cual se esfuerza en las intermitencias de su “trabajo” remunerado. Esta figura
central del precario es la que se presenta potencialmente como la nuestra; ella
es la que se trata de civilizar y de reconocer en el doble sentido de la palabra
para que, de condición sufrida, puede convertirse en modo de vida elegido,
deseable, socialmente dominado y valorizado, fuerza de nuevas culturas,
libertades y socialidades: para que pueda convertirse en el derecho para todos
de elegir discontinuidades de su trabajo sin sufrir discontinuidades en el
ingreso.” [Gorz, 1998: 63]

EL TRABAJO DESENCANTADO.

“No es el trabajo del campesino que cultiva su campo, ni del artesano que
realiza su obra, ni el del escritor que trabaja su texto o el del músico que trabaja
en su piano. El trabajo que desaparece [más bien el trabajo “en crisis”] es el
trabajo abstracto, el trabajo en sí, mensurable, cuantificable, separable de la
persona que lo “ofrece”, susceptible de ser comprado y vendido en el “mercado
de trabajo”, en resumen, el trabajo del que se saca dinero o trabajo-mercancía
que fue inventado e impuesto por la fuerza y con grandes penurias por el
capitalismo industrial a partir de fines del siglo XVIII.” [Gorz, 1998: 65]

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“Inclusive en el apogeo de la sociedad salarial, ese trabajo, contrariamente a lo
que hace creer su idealización retrospectiva, jamás fue una fuente de “cohesión
social” ni de integración. El “lazo social” que se establecía entre los individuos
era abstracto y débil. (…) Le procuraba a cada uno el sentimiento de ser útil,
independientemente de su intención de ser tal: útil de manera objetiva,
impersonal, anónima y reconocido como tal por el salario que se obtenía y los
derechos sociales que corrían parejos con él. Esos derechos no estaban
asociados a la persona del asalariado sino a la función, en sí misma
indiferente, que su empleo cumplía en el proceso social de producción.” [Gorz,
1998: 65]

EL MENSAJE ACTUAL DEL DISCURSO SOCIAL DOMINANTE: “Exalta el


lugar central del trabajo, lo presenta como un “bien”, es decir como una
mercancía rara, como una cosa que se tiene o no se tiene (…); como un bien
por cuya creación –pues, por otra parte, no es el trabajo el que crea la riqueza,
sino la riqueza (la de los otros) la que “crea trabajo”- los “creadores de trabajo”,
es decir los empleadores, la patronal, los inversores, las empresas merecen el
aliento y el reconocimiento de la Nación, las subvenciones, incitaciones y
desgravaciones fiscales. El trabajo, un bien; el empleo, un privilegio. (…)
Maravillosa inversión: no es más aquel o aquella que trabaja quien “se vuelve
útil” para los otros; es la sociedad la que se volverá útil al “permitirles” trabajar,
al darles ese “bien precioso”, el trabajo, con el fin de evitar lo más posible que
ustedes se vean privados de él. (…) Jamás la ideología del trabajo-valor ha
sido publicitada, proclamada, machacada más abiertamente y jamás la
dominación del capital, de la empresa, sobre las condiciones y el precio del
trabajo ha sido tan indiscutible. Jamás la función “irremplazable”,
“indispensable” del trabajo en tanto que fuente de “lazo social”, de “cohesión
social”, de “integración”, de “socialización”, de “identidad personal”, de sentido
ha sido invocada tan obsesivamente como desde que no puede llenar ninguna
de esas funciones (…). Convertido en algo precario, flexible, intermitente, con
duración, horarios y salarios variables, el empleo deja de integrar un colectivo,
deja de estructurar el tiempo cotidiano, semanal y anual y las edades de la
vida, deja de ser el zócalo sobre el cual cada uno puede construir su proyecto
de vida.” [Gorz, 1998: 66-67]

“(…) el cambio de las mentalidades ya tuvo lugar [más bien ya esta teniendo
lugar]. Lo que cruelmente falta es la traducción pública de su sentido y de su
radicalidad latente. Esta traducción no puede ser la obra espontánea de una
inteligencia colectiva. Supone “técnicos de saber prácticos” (como Sartre
llamaba a los “intelectuales orgánicos” de un movimiento naciente) capaces de
descifrar el sentido de una mutación cultural y de discernir los temas de una
manera tal, que los sujetos puedan reconocer sus aspiraciones comunes. Para
tener éxito en este trabajo de interpretación, el observador intérprete [colectivo]
debe ser capaz de romper con los estereotipos interpretativos y culturales y de
elevarse a un nivel de conciencia por lo menos igual a la de los sujetos más
conscientes cuya experiencia interpreta.” [Gorz, 1998: 69]

“(…) contrariamente a la opinión dominante [y a la expuesta por el propio Gorz


unas páginas más adelante –ver página 5, primer párrafo del presente
documento], la intelectualización del trabajo y de los oficios [?] no entraña por

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sí misma un compromiso creciente y una identificación de la totalidad de la
persona con su empleo. Por el contrario: “El empleo se vuelve abstracto o
anónimo, ya no se ve más el producto y los asalariados no se enorgullecen
más de él”, se lee en la encuesta entre los jóvenes del politécnico. La
identificación con el oficio se vuelve incompatible con la identificación con la
empresa. El compromiso total con un trabajo se vuelve incompatible con la
forma “empleo de tiempo completo” de ese trabajo. Entre la vida y el trabajo-
empleo, entre la persona y su función productiva, se agranda el divorcio.”
[Gorz, 1998: 72]

SALIR DE LA SOCIEDAD SALARIAL

“La necesidad imperiosa de un ingreso suficiente y estable es una cosa; la


necesidad de actuar, de obrar, de medirse con los otros, de ser apreciado por
ellos es una cosa diferente, que nos e confunde ni coincide con la primera. El
capitalismo asocia sistemáticamente las dos, las confunde y funda sobre esta
confusión el poder del capital y de su empresa ideológica: (…) ningún ingreso
suficiente que no sea la remuneración de un “trabajo”. La necesidad imperiosa
de un ingreso suficiente sirve de vehículo para hacer pasar de contrabando “la
necesidad imperiosa de trabajar”. (…) A todas luces el remedio para esta
situación [para las desgracias asociadas a la aparente “falta de trabajo”] no es
“crear trabajo”, sino repartir mejor todo el trabajo socialmente necesario y toda
la riqueza socialmente producida. Lo que tendría como consecuencia que lo
que el capitalismo ha confundido de manera artificial podría de nuevo [?] ser
disociado: el derecho a un ingreso suficiente y estable ya no tendría que
depender de la ocupación permanente y estable de un empleo; la necesidad de
actuar, de obrar, de ser apreciado por los otros ya no tendría que adoptar la
forma de un trabajo encargado y pagado. Éste ocuparía cada vez menos lugar
en la vida de la sociedad y en la vida de cada uno. En el seno de ésta podrían
alternar y reemplazarse actividades múltiples, cuya remuneración y rentabilidad
ya no serían su condición necesaria ni su fin. Las relaciones sociales, los lazos
de cooperación, el sentido de cada vida serían producidos principalmente por
esas actividades que no valorizan capital. El tiempo de trabajo dejaría de ser el
tiempo social dominante.” [Gorz, 1998: 83]

“A través del poder sobre el tiempo, lo que está en juego es simplemente el


poder: su distribución en el seno de la sociedad, el devenir de ésta. El derecho
sobre el tiempo, sobre los tiempos de la actividad, es la apuesta de un conflicto
cultural que se convierte de manera inevitable en conflicto político. (…) La
apuesta, en una palabra, es la posibilidad que tiene la autonomía de las
personas de desarrollarse independientemente de la necesidad que tengan las
empresas. La apuesta es la posibilidad de sustraer al poder del capital, del
mercado, los campos de la actividad que se abren en el tiempo liberado del
trabajo.” [Gorz, 1998: 84]

“(…) en obras precedentes, yo aspiraba a que la garantía de un ingreso pleno


para cada persona estuviera ligada al cumplimiento, por parte de cada persona,
de la cantidad de trabajo necesario para la producción de las riquezas a las que
su ingreso le da derecho: por ejemplo, 20.000 horas de trabajo que cada uno
podría repartir a lo largo de toda su vida en tantas franjas como deseara, a

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condición de que el intervalo entre dos períodos de trabajo no superara una
cierta duración. Esta fórmula, que preconicé a partir de 1983 [Gorz, A.: Les
chemins du Paradis”, págs. 89-96/ Bihr, A.: “Du Grand Soir à l´Alternative,
Paris, Éditions Ouvrières, 1991, págs. 198-202], era coherente con la
perspectiva de la extinción del salariado y de la “ley del valor”: el ingreso social
garantizado no era más un salario. Era coherente con la apropiación y el
dominio del tiempo. Pero no era coherente con las perspectivas abiertas y los
cambios introducidos por el posfordismo. La abandono, entonces, por un
conjunto de cuatro motivos que aquí presento.” [Gorz, 1998: 94-95]

[1] “Cuando la inteligencia y la imaginación (la general intelligence) se


convierten en la principal fuerza productiva, el tiempo de trabajo deja de ser la
medida del trabajo; además, deja de ser mesurable. El valor de uso producido
puede no tener ninguna relación con el tiempo consumido para producirlo
(…).”[Gorz, 1998: 95]

[2] [El servicio civil obligatorio “de utilidad social” como contrapartida del ingreso
suficiente] “(…) ¿qué contenido darle al trabajo obligatorio que cabe exigir
como contrapartida de la asignación de base? ¿Cómo definirlo, medirlo,
repartirlo, cuando la importancia del trabajo en la economía se vuelve cada vez
menor? (…) La respuesta de Claus Offe y de Jeremy Rifkin, entre otros [ver U.
Beck], consiste en situar el trabajo obligatorio en el tercer sector de las
actividades que responden a necesidades no solventables y que no son
rentables para la economía de mercado (…). La asignación universal serviría,
así, para crear “un sector doméstico posindustrial”. Se convertiría en la
remuneración de un trabajo voluntario al servicio de asociaciones reconocidas
fundadas sobre el voluntariado: la remuneración del trabajo voluntario
obligatorio. (…) la asignación de un ingreso de base adopta el sentido de una
remuneración por actividades familiares, las cuales, así, se encuentran llevadas
de manera irresistible al campo de las actividades por las cuales se supone que
uno se “gana la vida”. (…) La lista de actividades “asimilables al trabajo” no
tiene ninguna razón de no extenderse a las actividades artísticas, culturales,
religiosas o deportivas. Convertidas ellas también en medios para acceder a la
asignación de base, serían llevadas a su vez al campo de la razón instrumental
y de la normalización administrativa. (…) si se quiere que la asignación
universal sirva para actividades voluntarias, artísticas, culturales, familiares, de
ayuda mutua, etcétera, entonces es preciso que la asignación universal sea
garantizada incondicionalmente a todos. Pues sólo su incondicionalidad podría
preservar la incondicionalidad de las actividades que no guardan todo su
sentido más que si son cumplidas por sí mismas.” [Gorz, 1998: 96-97-98]

[3] “La asignación universal es lo que mejor se adapta a una evolución que
hace “del nivel general de los conocimientos, knowledge, la fuerza productiva
principal” y reduce el tiempo que exigen la producción, la reproducción y la
reproducción aumentada de las capacidades y competencias constitutivas de
las fuerzas de trabajo en la economía llamada inmaterial (…). Trabajador y
fuerza de trabajo tienden a unificarse [y, simultáneamente, a separarse y
diferenciarse] en personas que se producen [mutación cualitativa del trabajo
concreto: producción = producción de y sobre relaciones sociales –sí, pero,
también imbricación cada vez más fuerte de esa producción con el medio

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natural] Y esta producción [de personas que se producen] tiene lugar en los
lugares de trabajo, en las escuelas, los cafés, los estadios, los viajes, los
teatros, los conciertos, los diarios, los libros, los barrios, los grupos de
discusión, en resumen, en todas partes donde los individuos entran en relación
y producen el universo de relaciones sociales.”

[4] MÁS ALLÁ DE LA LEY DEL VALOR: “La productividad rápidamente


creciente del trabajo y del capital entraña un excedente de fuerza de trabajo y
de capital. Éste busca agrandarse sin pasar por la mediación del trabajo
productivo –por operaciones en los mercados financieros y los mercados de
cambio- o invirtiendo en países con salarios muy bajos (…). (…) el callejón sin
salida en el cual se interna el sistema: por más que el tiempo de trabajo haya
dejado de se la medida de la riqueza creada, todavía sigue siendo la base
sobre la cual se asientan los ingresos distribuidos y el grueso de las sumas
redistribuidas por el Estado, así como sus gastos. La economía se encuentra
de tal manera en una pendiente donde las sumas por deducir y por distribuir
para cubrir las necesidades industriales y colectivas tienden a superar las
sumas distribuidas por y para a producción [Base para la “financiación” de la
asignación universal]. (…) Jacques Duboin ya había indicado en 1931 la
“puerta de salida” y Marx en 1857 (en los Grundisse, que Duboin no podía
conocer): “La distribución de los medios de pago deberá corresponder al
volumen de las riquezas socialmente producidas y no al volumen del trabajo
ofrecido”. René Passet lo dice en una fórmula lapidaria: “Lo que consideramos
hoy redistribución secundaria se convertirá en distribución primaria”. Porque
resulta de sistemas integrados “hombres-máquinas-organización” en los cuales
“la contribución propia de cada uno ya no es mesurable”, “el producto nacional
se convierte en un verdadero bien colectivo […] La cuestión de la distribución
no se plantea más en términos de justicia conmutativa sino de justicia
distributiva. La distribución de los medios de pago no será más un salario sino
lo que Duboin llamaba un “ingreso social”. Éste no corresponde más al “valor”
del trabajo (es decir a los productos necesarios para la reproducción de la
fuerza de trabajo gastada), sino a las necesidades, deseos y aspiraciones que
la sociedad se da los medios de satisfacer. Supone la creación de otra
moneda, no atesorable, que Passet, siguiendo a Duboin, llama “moneda de
consumo”. Tal es, en rigor, el sentido de la evolución presente. Vuelve caduca
la “ley del valor” [intercambios regidos por la equivalencia]. Exige, de hecho,
otra economía, en la la cual los precios ya no reflejan el costo del trabajo
inmediato, cada vez más marginal, contenido en los productos y los medios de
trabajo, ni el sistema de precios, el valor de cambio de los productos. Los
precios serán necesariamente precios políticos y el sistema de precios, el
reflejo de la elección, por parte de la sociedad, de un modelo de consumo, de
civilización y de vida. Pensada hasta el extremo de sus implicaciones, la
asignación universal de un ingreso social suficiente equivale a una puesta en
común de las riquezas socialmente producidas. A una puesta en común, no a
una “repartición”. “ [Gorz, 1998: 101]

“El “trabajo colectivo” tiende a sustituir a un sujeto virtual fundamentalmente


diferente, a medida que el trabajo inmediato de transformación de la materia es
reemplazado, como fuerza productiva principal, por “el nivel general de la
ciencia […] y su aplicación a la producción”, es decir, por la capacidad de los

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“individuos sociales” de sacar partido de la tecnociencia y de ponerla en
funcionamiento por la autoorganización de su cooperación y de sus
intercambios. Entonces (continúo parafraseando los Grundisse) “el libre
desarrollo de las individualidades” por “la reducción al mínimo del trabajo
necesario”, y la producción de valores de uso en función de las necesidades,
es lo que se convierte en el fin. La reivindicación de una asignación universal
incondicional y suficiente se inscribe en esta perspectiva. No es realizable de
inmediato. Pero debe ser pensada y activada desde ahora. Presenta un valor
heurístico: extrae el sentido más alto posible sobre el cual se abre la evolución
presente.” [Gorz, 1998: 101]

“El término último al que remite la asignación incondicional de un ingreso social


de base es el de una sociedad donde la necesidad de trabajo no se hace sentir
más como tal porque todos, desde la infancia, son solicitados por una
abundancia de actividades artísticas, deportivas, tecnocientíficas, artesanales,
políticas, filosóficas, ecosóficas, relacionales, cooperativas y llevados a ella [?];
donde los medios de producción y de autoproducción son accesibles a todos a
toda hora, como ya lo son los bancos de datos y los medios de trabajo a
distancia; donde los intercambios son ante todo intercambios de conocimiento,
no de mercancías, y ya no tienen, en consecuencia, necesidad de ser
mediados por el dinero; donde la inmaterialidad de la forma principal de trabajo
de producción corresponde a la inmaterialidad de la forma principal de capital
fijo [aunque aquí propiamente hablando ni “trabajo”, ni “capital”]. Suprimido
como potencia autonomizada y separada, éste consiste principalmente en la
aptitud de sacar partido del saber acumulado, de enriquecerlo e intercambiarlo,
sin que su valorización se imponga a los individuos como una exigencia
extraña, sin que le dicte la naturaleza, la intensidad, la duración y los horarios
de su trabajo.” [Gorz, 1998: 102]

“Es ese sentido hay que comprender la observación de Marx de que “el tiempo
libre, el tiempo para el pleno desarrollo del individuo […] puede considerarse
desde el punto de vista del proceso de producción inmediato como producción
de capital fijo, ese capital fijo being man himself”. El tiempo libre (…) permite a
los individuos desarrollar capacidades (de invención, de creación, de
concepción, de intelección) que les confieren una productividad casi ilimitada, y
ese desarrollo de su capacidad productiva, asimilable a una producción de
capital fijo, no es trabajo por más que tenga el mismo resultado que el trabajo
“desde el punto de vista del proceso de producción inmediato”. No es trabajo
porque se lo ha hecho posible gracias a la reducción a un mínimo cada vez
más bajo del tiempo de trabajo necesario para la sociedad. Ese “tiempo
liberado para su propio desarrollo” es lo que permite tomar como fin el “libre
desarrollo de las individualidades”, su “formación artística, científica, etcétera.
(…) Es imposible decir de manera más clara que el pleno desarrollo de las
fuerzas producitvas dispensa del pleno empleo de las fuerzas productivas (en
particular de la fuerza de trabajo) y permite hacer de la producción una
actividad accesoria.” [Gorz, 1998: 102, 103]

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