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reaccionar de muchas maneras diferentes.

Aceptar lo que esa persona te ha dicho y


pensar: «Sí, debo de ser un estúpido». Enfurecerte o sentirte humillado, o sencillamente
ignorarlo.
Lo cierto es que esa persona te está enfrentando a su propio veneno emocional y
te ha hecho ese comentario porque has sido el primero que se ha cruzado en su
camino. No tiene nada que ver contigo. No hay nada personal en ello. Y si eres capaz
de ver esa verdad, tal como es, no reaccionarás.
Dirás: «Cómo sufre esa persona», pero no te lo tomarás como algo personal. Es
sólo un ejemplo, pero se puede aplicar a la mayoría de las cosas que suceden
continuamente. Tenemos un pequeño ego que se toma todas las cosas de manera
personal, que nos hace reaccionar exageradamente. No vemos lo que está ocurriendo
realmente porque reaccionamos al instante y lo convertimos en parte de nuestro sueño.
Tu reacción proviene de una creencia interior muy profunda. Has repetido esa
manera de reaccionar miles de veces y al final se ha convertido en un hábito para ti.
Estás condicionado a ser de una determinada manera. Y ahí reside el reto: cambiar tus
reacciones normales, cambiar tus hábitos, arriesgarte y hacer elecciones diferentes. Si
no consigues la consecuencia que querías, cámbiala una y otra vez hasta obtener
finalmente el resultado que deseas.
He dicho que nunca hicimos la elección de tener en nuestro interior al Parásito,
que es el Juez, la Víctima y el Sistema de Creencias. Si sabemos que no teníamos otra
opción y adquirimos conciencia de que no es nada más que un sueño, recobraremos
algo que perdimos y que es muy importante: algo que las religiones llaman «libre
albedrío», y que es lo que Dios les concedió a los seres humanos cuando los creo. Es
cierto, pero el sueño nos lo arrebató y se lo quedó, porque el sueño es quien controla la
voluntad de la mayoría de los seres humanos.
Algunos dicen: «Quiero cambiar, realmente quiero cambiar. No hay ninguna razón
para que sea tan pobre. Soy inteligente. Merezco vivir una vida mejor, ganar mucho
más dinero del que gano actualmente». Lo saben, pero sólo es lo que su mente les dice.
¿Y qué hacen? Encender el televisor y pasarse horas y horas mirándolo. Entonces,
¿dónde está la fortaleza de su voluntad?
Una vez que tenemos conciencia, podemos hacer una elección. Si fuésemos
capaces de tener esa conciencia de manera permanente, cambiaríamos nuestras
costumbres, nuestras reacciones y nuestra vida entera. Cuando cobramos esa
conciencia, volvemos a tener el libre albedrío. Cuando recobramos el libre albedrío,
entonces somos capaces de recordar quienes somos en cualquier momento. Y si lo
olvidamos, podemos escoger otra vez, pero sólo si tenemos esa conciencia. De lo
contrario, no tenemos elección.
Cobrar conciencia significa ser responsable de la propia vida. No eres responsable
de lo que está sucediendo en el mundo. Eres responsable de ti mismo. No fuiste tú
quien hizo el mundo tal como es; el mundo ya estaba como es ahora antes de que tú
nacieses. No viniste aquí con la gran misión de salvar al mundo y de cambiar la
sociedad, pero, indudablemente, viniste con una gran misión; una misión importante.
La verdadera misión que tienes en la vida es hacerte feliz, y a fin de ser feliz, debes
examinar tus creencias, la manera que tienes de juzgarte a ti mismo, tu victimismo.
Sé completamente sincero con respecto a tu felicidad. No proyectes una falsa
impresión de felicidad diciéndole a todo el mundo: «Mírame. He triunfado en la vida,
tengo todo lo que quiero, soy muy feliz», cuando no te gustas.
Todo está ahí para nosotros, pero lo primero que necesitamos es tener la valentía
de abrir los ojos, de utilizar la verdad y de ver las cosas como son en realidad. Los seres
humanos están muy ciegos y la razón de tanta ceguera es que no quieren ver. Por
ejemplo: Una mujer joven conoce a un hombre y de inmediato siente una fuerte
atracción hacia él.
Tiene una subida de hormonas y lo único que quiere es a ese hombre. Todas sus
amigas ven qué tipo de hombre es. Consume drogas, no trabaja, tiene todas las
características que hacen sufrir tanto a las mujeres. Pero cuando ella lo mira, ¿qué es lo
que ve? Sólo ve lo que quiere ver. Ve que es alto, guapo, fuerte, encantador. Se crea
una imagen de él e intenta negar lo que no quiere ver. Se miente a sí misma. Realmente
quiere creer que la relación funcionará. Las amigas le dicen: «Pero toma drogas, es un
alcohólico, no trabaja». Y ella les contesta: «Sí, pero mi amor hará que cambie».
Su madre no soporta a ese hombre, claro, y lo mismo le sucede a su padre. Los dos
están preocupados por ella porque ven adonde la va a llevar el camino que ha tomado.
Le dicen: «No es un buen hombre». Pero ella les responde: «Me estáis diciendo lo que
tengo que hacer». Se enfrenta a su madre y a su padre, hace caso de sus hormonas y se
miente a sí misma en un intento de justificar su elección: «Es mi vida y voy a hacer con
ella lo que quiera».
Meses más tarde, la relación la devuelve a la realidad. La verdad empieza a aflorar y
ella le culpa a él por las cosas que no quiso ver anteriormente. No hay respeto, la
maltrata, pero, ahora, lo que más le importa es su orgullo. ¿Cómo va a volver a su casa
y reconocer que su madre y su padre tenían razón? Con eso sólo conseguiría que se
sintiesen satisfechos. ¿Cuánto le va a costar a esta mujer aprender la lección? ¿Cuánto
se ama a sí misma? ¿Hasta qué punto se va a maltratar?
Todo ese sufrimiento se deriva de no querer ver, aun cuando las cosas se nos
muestran claramente ante nuestros ojos. Por eso, cuando conocemos a alguien que
intenta fingir que es mejor de lo que es, y que a pesar de haberse puesto esa falsa
máscara, no puede ocultar su falta de amor, su falta de respeto, no queremos verlo ni
oírlo. A eso se debe que un anciano profeta dijera una vez: «No hay hombre más ciego
que el que no quiere ver. Y tampoco hombre más sordo que el que no quiere oír. Y no
hay hombre más loco que el que no quiere comprender».
Estamos muy ciegos, lo estamos de verdad y lo acabamos pagando. Ahora bien, si
llegamos a abrir los ojos y ver la vida tal y como es, seremos capaces de evitar mucho
dolor emocional. Esto no significa que no nos arriesguemos. Estamos vivos y
necesitamos arriesgarnos, y si fallamos, bueno, ¿qué pasa?, ¿a quién le importa? Da lo

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