Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Los síntomas neuróticos son resultado de un conflicto que se produce por una
nueva modalidad de satisfacción pulsional. Las dos fuerzas anteriormente
enemistadas coinciden en el síntoma, se reconcilian gracias al compromiso de la
formación del síntoma. Una de las dos partes del conflicto es la libido insatisfecha, que
como es rechazada por la realidad ahora tiene que buscar otros caminos para la
satisfacción. Así, la libido emprende el camino de la regresión.
Le permiten tal escapatoria las fijaciones dejadas en la vía de su desarrollo,
que ahora recorre en su camino regresivo. Las representaciones sobre las cuales la
libido trasfiere ahora su energía pertenece al sistema inconciente. La subrogación de
la libido en el interior del inconciente tiene que contar con el poder del preconciente. La
contradicción que se había levantado contra ella en el interior del yo la persigue como
“contrainvestidura”, y la fuerza a escoger una expresión que pueda ser suya propia. El
síntoma se engendra como retoño del cumplimiento de deseo libidinoso inconciente;
es una ambigüedad de dos significados que se contradicen entre sí.
Por el rodeo a través del inconciente y de las antiuguas fijaciones, la libido ha
logrado abrirse paso hasta una satisfacción real, aunque restringida y apenas
reconocible. La libido y el inconciente aparecen aquí íntimamente ligados, al igual que
el yo, la conciencia y la realidad.
¿Dónde halla la libido las fijaciones que le hacen falta para quebrantar las
represiones? En las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes
parciales abandonados y en los objetos resignados de la niñez. En el período infantil
se manifestaron por primera vez las orientaciones pulsionales que el niño traía consigo
en su disposición innata, y en virtud de vivencias accidentales se le activaron otras
pulsiones. Unas vivencias contingentes de la infancia son capaces de dejar como
secuela fijaciones de la libido.
La fijación libidinal del adulto se descompone en otros dos factores: la
disposición heredada y la predisposición adquirida en la primera infancia. Entonces:
Causación de la neurosis= vivenciar accidental traumático del adulto + predisposición
por fijación libidinal (constitución sexual + vivenciar infantil).
La constitución sexual forma en el vivenciar infantil otra “serie complementaria”,
en un todo semejante a la que ya conocimos entre predisposición y vivenciar infantil
adulto.
La libido de los neuróticos está ligada a sus vivencias sexuales infantiles. La
libido ha vuelto a ellas regresivamente después que fue expulsada de sus posiciones
más tardías. Las vivencias libidinales no tuvieron en su momento importancia alguna, y
sólo la cobraron regresivamente.
Si en períodos más tardíos de la vida estalla una neurosis, el análisis revela
que es la continuación directa de aquella enfermedad infantil sólo velada; en otros
casos, la neurosis infantil prosigue sin interrupción alguna como un estado de
enfermedad que dura toda la vida.
Sería inconcebible que la libido regresase con tanta regularidad a las épocas
de la infancia si ahí no hubiera nada que pudiera ejercer una atracción sobre ella.
Consiste en la inmovilización de un monto de energía libidinosa.
Entre la intensidad e importancia patógena de las vivencias infantiles y la de las
más tardías hay una relación de complementariedad. Hay casos en que todo el peso
de la causación recae en las vivencias sexuales de la infancia; en ellos, estas
impresiones ejercen un seguro efecto traumático. Hay otros casos en que todo el
acento recae sobre los conflictos posteriores, y la insistencia en las impresiones de la
infancia, y así aparece como la obra de la regresión.
Las condiciones de la causación son complicadas en el caso de la neurosis,
mas si no se tiene que en cuenta que no hay un factor único.
I
En la descripción de fenómenos patológicos, Freud diferencia entre síntomas e
inhibiciones. Sostiene que los dos no han crecido en el mismo sueño; la inhibición
tiene una relación con la función, y no es necesariamente algo patológico. Por su
parte, el síntoma presenta una desacostumbrada variación de la función o una nueva
operación e implica un proceso patológico. Una inhibición puede ser un síntoma.
La inhibición es una limitación funcional del yo, que puede tener diversas
causas. Cuando se padece de inhibiciones neuróticas para hacer algo, el análisis
muestra que la razón de ello es una erotización hiperintensa de los órganos requeridos
para esa función. La función yoica de un órgano se deteriora cuando aumenta su
erogeneidad, su significación sexual. El yo renuncia a las acciones que le competen a
fin de no verse precisado a una nueva represión, y así evitar un conflicto con el ello o
con el superyó.
II
El síntoma es indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada; es
un resultado del proceso represivo. La represión parte del yo, y consigue así coartar el
devenir conciente de la representación que era portadora de una moción
desagradable. El yo quita preconciente de la pulsión, y la utiliza para el
desprendimiento de angustia. El yo es el genuino almácigo de la angustia.
La angustia no es producida como algo nuevo a raíz de la represión, sino que
es reproducida como estado afectivo siguiendo una imagen mnémica preexistente.
Los primeros estallidos de angustia se producen antes de la diferenciación del
superyó.
Formación del síntoma: se engendra a partir de la moción pulsional afectada
por la represión. Cuando el yo, recurriendo a la señal de displacer, consigue su
propósito de sofocar por entero la moción pulsional, no nos enteramos de lo
acontecido.
III
El proceso que por obra de la represión ha devenido síntoma, afirma ahora su
existencia fuera de la organización yoica y con independencia de ella.
El yo intenta cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma, aprovechando la
oportunidad para ligarlo de algún modo a sí. El síntoma ya está ahí y no puede ser
eliminado; ahora se impone avenirse a esta situación y sacarle la mayor ventaja
posible. Sobreviene una adaptación al fragmento del mundo interior que es ajena al
yo, y está representado por el síntoma. Puede ocurrir que la existencia del síntoma
estorbe la capacidad de rendimiento; y puede ser también que se encargue de
subrogar intereses y se vuelva cada vez más indispensable para el yo.
Freud menciona la ganancia secundaria de la enfermedad: el afán del yo por
incorporarse al síntoma, y en análisis el yo y el síntoma actúan desde el lado de las
resistencias.
Resistencia y contrainvestidura
Del ello:
- Necesidad de reelaboración.
Del superyó:
- La conciencia de culpa y la necesidad de castigo.
Clase VIII
La angustia no es sin objeto, sino que está allí el objeto a. La única traducción
subjetiva de este objeto es la angustia. El objeto a está dentro de la fórmula del
fantasma como soportes del deseo ($<>a). El objeto está detrás del deseo.
La noción de un exterior antes de una interiorización, que se sitúa en a, antes
de que el sujeto, en el lugar del Otro, se capta bajo la forma especular, la cual
introduce la distinción entre el yo-no yo. A este exterior, lugar del objeto, anterior a toda
interiorización, pertenece la noción de causa.
En el fetiche se devela la dimensión del objeto como causa del deseo. Lo que
desea no es el zapatito ni el seno, sino que el fetiche causa el deseo; el deseo va a
agarrarse donde puede. El fetiche es la condición en la que se sostiene su deseo.
Allí donde dicen yo (je), es ahí donde se sitúa el a en el plano del inconsciente.
Tú eres a, el objeto, y todos sabemos que es esto lo intolerable.
No es tanto el sufrimiento del otro lo que se busca en la intención sádica, sino
la angustia. La angustia del otro, su existencia esencial como sujeto en relación con
esa angustia, he aquí lo que el deseo sádico es un experto en hacer vibrar. Lo que el
agente del deseo sádico no sabe es lo que busca; y lo que busca es hacerse aparece
a sí mismo como puro objeto, fetiche negro.
La posición del masoquista busca la identificación con el objeto común, el
objeto de intercambio; es un a. Reconocerse como objeto de deseo es siempre
masoquista. Si hay masoquismo es porque el superyó es muy cruel. El superyó
participa de la función de este objeto en cuanto causa.
El deseo y la ley son la misma cosa en el sentido de que su objeto les es
común. En el mito de Edipo, en el origen, el deseo como deseo del padre y la ley son
una sola cosa. La relación de la ley con el deseo es tan estrecha que sólo la función
de la ley traza el camino del deseo. El deseo en cuanto deseo por la madre, es
idéntico a la función de la ley. El mito de Edipo significa que el deseo del padre es lo
que hace la ley. Cuando el deseo y la ley se encuentran juntos, lo que el masoquista
pretende hacer manifiesto es que el deseo del Otro hace la ley.
Lacan comenta que la manifestación del objeto a puede ser como falta. El
objeto a es aquella roca de la que habla Freud, la reserva última irreductible de la
libido, cuyos contornos es tan patético ver literalmente puntuados en sus textos cada
vez que da con ella.
Reconocerse como objeto del propio deseo es siempre masoquista; pero el
masoquista sólo lo hace en la escena. No siempre estamos en la escena, aunque la
escena se extienda muy lejos, incluso hasta el dominio de nuestros sueños. Cuando
no estamos en la escena, cuando permanecemos más acá y tratamos de leer en el
Otro de qué va, no encontramos más que la falta.
Clase IX
El pasaje al acto implica un dejar caer. Está del lado del sujeto, en tanto que
éste aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el del
mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como
desorden del movimiento. El sujeto se precipita y bascula fuera de la escena; se
mueve en dirección a evadirse de la escena.
Todo lo que es acting out debe oponerse al pasaje al acto. El acting out tiene
relación con el objeto a. Sostener con la mano para no dejar caer es del todo esencial
en cierto tipo de relaciones del sujeto; es un a para el sujeto. El a en cuestión puede
ser para el sujeto el superyó más incómodo.
En el caso de Dora, mientras que la bofetada al señor K es un pasaje al acto,
todo su comportamiento paradójico con la pareja K es un acting out. El acting out es
esencialmente algo, en la conducta del sujeto, que se muestra. El acento demostrativo
de todo acting out es su orientación hacia el Otro.
El acting out es la demostración velada, pero no velada en sí. Sólo está velada
para nosotros, como sujetos del acting out, en la medida en que eso habla, en la
medida en que eso podría hacer verdad.
El acting out es un síntoma; el síntoma también se muestra como distinto de lo
que es. Debe ser interpretado. El síntoma no puede ser interpretado directamente, se
necesita la transferencia, o sea, la introducción del Otro.
El acting out llama a la interpretación.
Tratándose del síntoma, está claro que la interpretación es posible, pero con
una determinada condición añadida: que la transferencia esté establecida. El síntoma
no es como el acting out, debido a que éste no es una llamada al Otro; se basta a sí
mismo.
El acting out es el esbozo de la transferencia, es la transferencia salvaje. La
transferencia sin análisis es el acting out; el acting out sin análisis es la transferencia.
“Inhibición, síntoma y angustia” – Freud
Capítulo IV
Freud trata en este capítulo la fobia de Hans a los caballos. Hans se rehúsa a
andar por la calle porque tiene angustia ante el caballo. Se pregunta cuál es el
síntoma: si el desarrollo de angustia, si la elección de objeto de angustia, si la renuncia
a la libre movilidad o varias de estas cosas al mismo tiempo.
La angustia frente al caballo es el síntoma; la incapacidad para andar por la
calle es un fenómeno de inhibición, una limitación que el yo se impone para no
provocar el síntoma-angustia. Se trata no de una angustia frente al caballo, sino de
una determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá. Este contenido
procura sustraerse de la consciencia y sustituirse mediante la fobia indeterminada.
Hans se encuentra en la actitud edípica de celos y hostilidad hacia su padre, a
quien ama de corazón toda vez que no entre en cuenta la madre como causa de la
desavenencia. Su fobia tiene que ser un intento de solucionar ese conflicto. Una de las
dos mociones en pugna, la tierna, se refuerza enormemente, mientras que la otra
desaparece. La moción pulsional que sufre la represión es un impulso hostil hacia el
padre. Hans ha visto rodar un caballo y caer y lastimarse a un compañerito de juegos
con quien había jugado al “caballito”. La moción de deseo es que ojalá el padre se
cayese, se hiciera daño como el caballo y el compañerito. Un deseo así tiene el mismo
valor que el propósito de eliminarlo a él mismo: equivale a la moción asesina del
complejo de Edipo.
No se puede designar como síntoma la angustia de esta fobia: si Hans, que
está enamorado de su madre, mostrara angustia frente al padre, no tendríamos
derecho alguno a atribuirle una fobia. Lo que la convierte en ella es la sustitución del
padre por el caballo. El conflicto de ambivalencia no se tramita en la persona misma,
sino que se lo esquiva, deslizando una de sus mociones hacia otras personas como
objeto sustitutivo.
La desfiguración en que consiste el síntoma no se emprende en el contenido
de la representación de la moción pulsional por reprimir, sino en otra distinta, que
corresponde sólo a una reacción frente a lo genuinamente desagradable. El hecho de
que el padre hubiera jugado al “caballito” con Hans fue decisivo para la elección del
animal angustiante.
La moción pulsional reprimida en estas fobias es una moción hostil hacia el
padre. Es reprimida por el proceso de mudanza hacia la parte contraria: en lugar de la
agresión hacia el padre, se presenta la agresión hacia la persona propia. Freud intuye
cierta degradación al estadio oral, que en Hans se puede ver por el ser-mordido.
Mediante la formación de su fobia se cancela la investidura de objeto-madre tierna. Se
trata de un proceso represivo que afecta a casi todos los componentes del complejo
de Edipo, tanto a la moción hostil como a la tierna hacia el padre, y a la moción tierna
respecto de la madre. Hans tramitó mediante su fobia las dos mociones principales del
complejo de Edipo, la agresiva hacia el padre y la hipertierna hacia la madre, lo que da
cuenta de un complejo de Edipo positivo.
Se presenta en el niño la angustia frente a una castración inminente. Por
angustia de castración resigna la agresión hacia el padre; su angustia de que el
caballo lo muerda puede completarse, sin forzar las cosas: que el caballo le arranque
de un mordisco los genitales.
El motor de la represión es la angustia frente a la castración; los contenidos
angustiantes son sustitutos desfigurados del contenido “ser castrado por el padre”. El
afecto-angustia de la fobia no proviene del proceso represivo (de las investiduras
libidinosas de las mociones reprimidas), sino de lo represor mismo; la angustia de la
zoofobia es la angustia de castración inmutada, o sea, una angustia realista frente a
un peligro que amenaza, que es considerado real. Así, la angustia crea la represión.
“Inhibición, síntoma y angustia” – Freud
La angustia reside en la relación fundamental del sujeto con el deseo del Otro.
El análisis siempre ha tenido como objeto el descubrimiento de un deseo. El a no es el
objeto del deseo que tratamos de revelar en el análisis, es su causa.
Si la angustia señala la dependencia de toda constitución del sujeto respecto al
A, el deseo del sujeto se encuentra suspendido de esta relación por intermedio de la
constitución antecedente del a.
Una vez vencido éste, los demás elementos del complejo no crean grandes
dificultades. Cuando más se prolonga una cura analítica y más claramente va viendo
el enfermo que las deformaciones del material patógeno no constituyen por sí solas
una protección contra el descubrimiento del mismo, más consecuentemente se servirá
de la deformación por medio de la transferencia.
De este modo, la intensidad y la duración de la transferencia son efecto y
manifestación de la resistencia. El mecanismo de la transferencia queda explicado con
su referencia a la disposición de la libido, que ha permanecido fijada a imágenes
infantiles. Pero la explicación de su actuación en la cura no la conseguimos hasta
examinar sus relaciones con la resistencia.
Tenemos que decidirnos a distinguir una transferencia «positiva» y una «negativa»,
una transferencia de sentimientos cariñosos y otra de sentimientos hostiles. La
transferencia positiva se descompone a su vez, en la de aquellos sentimientos
amistosos o tiernos que son capaces de conciencia y en la de sus prolongaciones en
lo inconsciente. Estas últimas proceden de fuentes eróticas, y así todos los
sentimientos de simpatía, amistad, confianza, etc., se hallan genéticamente enlazados
con la sexualidad, habiendo surgido de ellos por debilitación del fin sexual.
La transferencia sobre el médico sólo resulta apropiada para constituirse en
resistencia en la cura, en cuanto es transferencia negativa o positiva de impulsos
eróticos reprimidos. Cuando suprimimos la transferencia, orientando la conciencia
sobre ella, nos desligamos de la persona del médico más que estos dos componentes
del sentimiento. El otro componente, capaz de conciencia y aceptable, subsiste y
constituye también, uno de los substratos del éxito.
La explosión de la transferencia negativa es incluso muy frecuente en los sanatorios, y
el enfermo abandona el establecimiento, sin haber conseguido alivio alguno o
habiendo empeorado, en cuanto surge en él esta transferencia negativa. La
transferencia erótica no llega a presenciar tan grave inconveniente en los sanatorios,
pues en lugar de ser descubierta y revelada es silenciada y disminuida; pero se
manifiesta claramente como una resistencia a la curación, no ya impulsando al
enfermo a abandonar el establecimiento, sino manteniéndole apartado de la vida real.
La transferencia negativa merecería una atención más detenida de la que podemos
concederle dentro de los límites del presente trabajo. En las formas curables de
psiconeurosis coexiste con la transferencia cariñosa, apareciendo ambas dirigidas
simultáneamente, en muchos casos, sobre la misma persona. Tal ambivalencia
sentimental parece ser normal hasta cierto grado, pero a partir de él constituye una
característica especial de las personas neuróticas. Allí donde la facultad de
transferencia se ha hecho esencialmente negativa, como en los paranoides, cesa toda
posibilidad de influjo y de curación.
Quienes han apreciado exactamente cómo el analizado es apartado violentamente de
sus relaciones reales con el médico en cuanto cae bajo el dominio de una intensa
resistencia por transferencia, sentirán la necesidad de explicárselo por la acción de
otros factores.
En la persecución de la libido sustraída a la conciencia hemos penetrado en los
dominios de lo inconsciente. Las reacciones que provocamos entonces muestran que
los impulsos inconscientes no quieren ser recordados, como la cura lo desea, sino que
tienden a reproducir conforme a las condiciones características de lo inconsciente. El
enfermo atribuye, del mismo modo que en el sueño, a los resultados del estímulo de
sus impulsos inconscientes, actualidad y realidad; quiere dar alimento a sus pasiones
sin tener en cuenta la situación real. El médico quiere obligarle a incluir tales impulsos
afectivos en la marcha del tratamiento, subordinados a la observación reflexiva y
estimarlos según su valor psíquico. Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el
intelecto y el instinto, entre el conocimiento y la acción, se desarrolla casi por entero
en el terreno de los fenómenos de la transferencia. En este terreno ha de ser
conseguida la victoria, cuya manifestación será la curación de la neurosis. Es
innegable que el vencimiento de los fenómenos de la transferencia ofrece al
psicoanalista máxima dificultad; pero no debe olvidarse que precisamente estos
fenómenos nos prestan el inestimable servicio de hacer actuales y manifiestos los
impulsos eróticos ocultos y olvidados de los enfermos, pues, en fin de cuentas nadie
puede ser vencido in absentia o in effigie.
“Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica” – Freud