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“23° conferencia: los caminos de la formación del síntoma” – Freud

Para los legos, los síntomas constituyen la esencia de la enfermedad, y la


curación sería la supresión de los mismos. Al médico, en cambio, le interesa distinguir
entre los síntomas y la enfermedad; la eliminación de los síntomas no es todavía la
curación de la enfermedad.
Los síntomas son actos perjudiciales e inútiles para la vida de la persona; el
sujeto se queja de que los realiza en contra de su voluntad, y conllevan displacer y
sufrimiento. Cuestan un gasto anímico por combatirlos. Esto puede producir un
empobrecimiento de la persona en cuenta a su energía anímica disponible, y a veces
alguna parálisis frente a alguna tarea importante en su vida. Se podría decir que todos
somos neuróticos, debido a que las condiciones para la formación de síntomas pueden
estar en las personas normales.

Los síntomas neuróticos son resultado de un conflicto que se produce por una
nueva modalidad de satisfacción pulsional. Las dos fuerzas anteriormente
enemistadas coinciden en el síntoma, se reconcilian gracias al compromiso de la
formación del síntoma. Una de las dos partes del conflicto es la libido insatisfecha, que
como es rechazada por la realidad ahora tiene que buscar otros caminos para la
satisfacción. Así, la libido emprende el camino de la regresión.
Le permiten tal escapatoria las fijaciones dejadas en la vía de su desarrollo,
que ahora recorre en su camino regresivo. Las representaciones sobre las cuales la
libido trasfiere ahora su energía pertenece al sistema inconciente. La subrogación de
la libido en el interior del inconciente tiene que contar con el poder del preconciente. La
contradicción que se había levantado contra ella en el interior del yo la persigue como
“contrainvestidura”, y la fuerza a escoger una expresión que pueda ser suya propia. El
síntoma se engendra como retoño del cumplimiento de deseo libidinoso inconciente;
es una ambigüedad de dos significados que se contradicen entre sí.
Por el rodeo a través del inconciente y de las antiuguas fijaciones, la libido ha
logrado abrirse paso hasta una satisfacción real, aunque restringida y apenas
reconocible. La libido y el inconciente aparecen aquí íntimamente ligados, al igual que
el yo, la conciencia y la realidad.

¿Dónde halla la libido las fijaciones que le hacen falta para quebrantar las
represiones? En las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes
parciales abandonados y en los objetos resignados de la niñez. En el período infantil
se manifestaron por primera vez las orientaciones pulsionales que el niño traía consigo
en su disposición innata, y en virtud de vivencias accidentales se le activaron otras
pulsiones. Unas vivencias contingentes de la infancia son capaces de dejar como
secuela fijaciones de la libido.
La fijación libidinal del adulto se descompone en otros dos factores: la
disposición heredada y la predisposición adquirida en la primera infancia. Entonces:
Causación de la neurosis= vivenciar accidental traumático del adulto + predisposición
por fijación libidinal (constitución sexual + vivenciar infantil).
La constitución sexual forma en el vivenciar infantil otra “serie complementaria”,
en un todo semejante a la que ya conocimos entre predisposición y vivenciar infantil
adulto.
La libido de los neuróticos está ligada a sus vivencias sexuales infantiles. La
libido ha vuelto a ellas regresivamente después que fue expulsada de sus posiciones
más tardías. Las vivencias libidinales no tuvieron en su momento importancia alguna, y
sólo la cobraron regresivamente.
Si en períodos más tardíos de la vida estalla una neurosis, el análisis revela
que es la continuación directa de aquella enfermedad infantil sólo velada; en otros
casos, la neurosis infantil prosigue sin interrupción alguna como un estado de
enfermedad que dura toda la vida.
Sería inconcebible que la libido regresase con tanta regularidad a las épocas
de la infancia si ahí no hubiera nada que pudiera ejercer una atracción sobre ella.
Consiste en la inmovilización de un monto de energía libidinosa.
Entre la intensidad e importancia patógena de las vivencias infantiles y la de las
más tardías hay una relación de complementariedad. Hay casos en que todo el peso
de la causación recae en las vivencias sexuales de la infancia; en ellos, estas
impresiones ejercen un seguro efecto traumático. Hay otros casos en que todo el
acento recae sobre los conflictos posteriores, y la insistencia en las impresiones de la
infancia, y así aparece como la obra de la regresión.
Las condiciones de la causación son complicadas en el caso de la neurosis,
mas si no se tiene que en cuenta que no hay un factor único.

Los síntomas crean un sustituto para la satisfacción frustrada, por medio de


una regresión de la libido a épocas anteriores. El neurótico quedó adherido a algún
punto de su pasado. En ese período su libido no echaba de menos la satisfacción, y él
era dichoso. El síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción de su
temprana infancia, desfigurada por la censura que nace del conflicto volcada a una
sensación de sufrimiento y mezclada con elementos que provienen de la ocasión que
llevó a contraer la enfermedad. Es irreconocible para la persona, que siente la
presunta satisfacción más bien como un sufrimiento y se queja de ella. Esta mudanza
es parte del conflicto psíquico bajo cuya presión debió formarse el síntoma.
Los síntomas prescinden del objeto y resignan el vínculo con la realidad
exterior. Reemplazan una modificación del mundo exterior por una modificación del
cuerpo (una acción exterior por una interior). Han cooperado los mismos procesos
inconciente que contribuyen a la formación del sueño: condensación y
desplazamiento. El síntoma figura algo como cumplido, una satisfacción a la manera
de lo infanil.

Por el análisis de los síntomas, tomamos conocimiento de las vivencias


infantiles en que la libido está fijada y desde las cuales se crean los síntomas. Lo
sorprendente reside en que estas escenas infantiles no siempre son verdaderas. Estos
inventos son las fantasías de los enfermos. Las vivencias infantiles construidas en el
análisis son algunas veces falsas y las otras ciertas, o una mezcla de ambas. Dichas
fantasías poseen realidad psíquica.

Entre los acontecimientos que siempre retornan en la historia juvenil de los


neuróticos, debe destacarse la observación del comercio sexual entre los padres, la
seducción de una persona adulta y la amenaza de castración. Es improbable que los
niños reciban la amenaza de castración con tanta frecuencia como aparece en los
análisis de los neuróticos.
Con la fantasía de seducción el niño encubre el período autoerótico de su
quehacer sexual. Se ahorra la vergüenza de la masturbación fantaseando
restrospectivamente un objeto anhelado.
Tales hechos de la infancia son necesarios, pertenecen al patrimonio
indispensable de la neurosis; si ella no los ha concedido, se los establece a partir de
indicios y se los completa mediante la fantasía. ¿De dónde viene la necesidad de crear
tales fantasías y el material con que se construyen? Estas fantasías primordiales son
un patrimonio filogenético, ya que el individuo rebasa su vivenciar propio hacia el
vivenciar de la prehistoria, en los puntos en que el primero ha sido demasiado
rudimentario.

Freud resalta la génesis y la importancia de la fantasía, la cual goza de


universal estima. El yo del hombre es educado para apreciar la realidad y obedecer al
principio de realidad por influencia del exterior. Tiene que renunciar a diversos objetos
de su aspiración de placer. No la lleva a cabo sin ningún resarcimiento. El demorarse
en los cumplimientos de deseo de la fantasía trae consigo una satisfacción; en ella, el
hombre sigue gozando de la libertad respecto de la compulsión exterior.
Las producciones de la fantasía más conocidas son los sueños diurnos: son
unas satisfacciones imaginadas de deseos eróticos, ambición y grandeza. En ellos la
ganancia de placer se hace independiente de la aprobación de la realidad. Son el
núcleo y los modelos de los sueños nocturnos. No necesariamente los sueños diurnos
son concientes, sino que también los hay inconcientes.
La fantasía cumple un papel en la formación del síntoma. La libido inviste
regresivamente las posiciones que había abandonado, pero a las que quedó adherida
con ciertos montos. Todos los objetos y orientaciones de la libido resignados no lo han
sido todavía por completo. Son retenidos en las representaciones de la fantasía. La
investidura energética de las fantasías se eleva y ellas se vuelven exigentes y
desarrollan un esfuerzo hacia la realización. Luego son sometidas a la represión del yo
y libradas a la atracción de lo inconciente. La libido vuelve a migrar hasta sus
orígenes, en el inconciente, hasta sus propios lugares de fijación.
La retirada de la libido a la fantasía es un estadio intermedio del camino hacia
la formación del síntoma. Luego, la introversión designa el extrañamiento de la libido
respecto de las posibilidades de la satisfacción real, y la sobreinvestidura de las
fantasías que hasta ese momento se toleraron por ser inofensivas.
Desde el punto de vista económico (la magnitud de las energías que entran en
juego): el conflicto entre dos aspiraciones no estalla antes que se hayan alcanzado
ciertas intensidades de investidura, por más que preexistieran las condiciones de
contenido. La importancia patógena de los factores constitucionales depende de
cuánto más de una pulsión parcial respecto de otra esté presenta en la disposición, y
también de la capacidad de resistencia a contraer una neurosis. Interesa el monto de
libido no aplicada que una persona pueda conservar flotante, y la cuantía de la
fracción de su libido que es capaz de desviar de lo sexual hacia las metas de la
sublimación. La meta final de la actividad del alma es domeñar los volúmenes de
excitación.
“Inhibición, síntoma y angustia” I a III – Freud

I
En la descripción de fenómenos patológicos, Freud diferencia entre síntomas e
inhibiciones. Sostiene que los dos no han crecido en el mismo sueño; la inhibición
tiene una relación con la función, y no es necesariamente algo patológico. Por su
parte, el síntoma presenta una desacostumbrada variación de la función o una nueva
operación e implica un proceso patológico. Una inhibición puede ser un síntoma.
La inhibición es una limitación funcional del yo, que puede tener diversas
causas. Cuando se padece de inhibiciones neuróticas para hacer algo, el análisis
muestra que la razón de ello es una erotización hiperintensa de los órganos requeridos
para esa función. La función yoica de un órgano se deteriora cuando aumenta su
erogeneidad, su significación sexual. El yo renuncia a las acciones que le competen a
fin de no verse precisado a una nueva represión, y así evitar un conflicto con el ello o
con el superyó.

II
El síntoma es indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada; es
un resultado del proceso represivo. La represión parte del yo, y consigue así coartar el
devenir conciente de la representación que era portadora de una moción
desagradable. El yo quita preconciente de la pulsión, y la utiliza para el
desprendimiento de angustia. El yo es el genuino almácigo de la angustia.
La angustia no es producida como algo nuevo a raíz de la represión, sino que
es reproducida como estado afectivo siguiendo una imagen mnémica preexistente.
Los primeros estallidos de angustia se producen antes de la diferenciación del
superyó.
Formación del síntoma: se engendra a partir de la moción pulsional afectada
por la represión. Cuando el yo, recurriendo a la señal de displacer, consigue su
propósito de sofocar por entero la moción pulsional, no nos enteramos de lo
acontecido.

III
El proceso que por obra de la represión ha devenido síntoma, afirma ahora su
existencia fuera de la organización yoica y con independencia de ella.
El yo intenta cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma, aprovechando la
oportunidad para ligarlo de algún modo a sí. El síntoma ya está ahí y no puede ser
eliminado; ahora se impone avenirse a esta situación y sacarle la mayor ventaja
posible. Sobreviene una adaptación al fragmento del mundo interior que es ajena al
yo, y está representado por el síntoma. Puede ocurrir que la existencia del síntoma
estorbe la capacidad de rendimiento; y puede ser también que se encargue de
subrogar intereses y se vuelva cada vez más indispensable para el yo.
Freud menciona la ganancia secundaria de la enfermedad: el afán del yo por
incorporarse al síntoma, y en análisis el yo y el síntoma actúan desde el lado de las
resistencias.

Inhibición Síntoma Angustia


Sede en el yo. Satisfacción sexual Tiene sede en el yo.
sustitutiva.
No es necesariamente Resultado de la represión. Causa de la represión.
patológica.
Renuncia a determinada Se diferencia de las otras El sujeto queda fuera de
función, debido a la formaciones del ICC por la juego.
erotización de la misma. persistencia.
Desviaciones de la libido. Sufre modificaciones. Es primitiva y primaria.
Degradación de la Ligada a un suceso
satisfacción por la monotonía traumático.
repetitiva.
Una satisfacción no incluida Relación con el desamparo.
en un síntoma sería una
satisf. de puro goce.

“Inhibición, síntoma y angustia” (Addenda) – Freud

Resistencia y contrainvestidura

La represión no es un proceso que se cumpla de una vez, sino que reclama un


gasto permanente. La naturaleza continuada de la pulsión exige al yo asegurar su
acción defensiva mediante un gasto permanente. Esta acción en resguardo de la
represión es la resistencia; la cual presupone una contrainvestidura.
En la neurosis obsesiva, la contrainvestidura consiste en una alteración del yo;
refuerzo de la actitud opuesta a la orientación pulsional que ha de reprimirse. Estas
formaciones reactivas son exageraciones de rasgos de carácter normales. En la
histeria, la contrainvestidura implica cierto grado de alteración del yo por formación
reactiva. Tales formaciones reactivas no muestran la naturaleza general de rasgos de
carácter, sino que se limitan a relaciones muy especiales. La formación reactiva de la
histeria retiene con firmeza un objeto determinado y no se eleva al carácter de una
predisposición universal del yo.
La moción pulsional reprimida puede ser activada desde dos lados: desde
adentro, por un refuerzo de la pulsión a partir de sus fuentes internas de excitación, y
desde afuera, por la percepción de un objeto que sería deseable para la pulsión. La
defensa contra la percepción peligrosa es una tarea universal de la neurosis.
La resistencia que debemos superar en el análisis es operada por el yo, que se
afirma en sus contrainvestiduras. Es difícil para el yo dirigir su atención a percepciones
y representaciones de cuya evitación había hecho hasta entonces un precepto, o
reconocer como suyas unas mociones que constituyen lo más totalmente opuesto a lo
que le es familiar como propio. Hacemos consciente la resistencia toda vez que ella
misma es inconciente, a raíz de su nexo con lo reprimido. El yo sigue hallando
dificultades para deshacer las represiones aun después que se formó el designio de
resignar sus resistencias; esta es la fase de elaboración. El factor dinámico que vuelve
necesaria y comprensible esa reelaboración: tras cancelar la resistencia yoica, es
preciso superar todavía el poder de la compulsión de repetición, la atracción de los
arquetipos inconcientes sobre el proceso pulsional reprimido; resistencia de lo
inconciente.
Debemos librar combate contra cinco clases de resistencia que provienen de
tres lados: yo, ello y superyó.
Del yo:
- La resistencia de represión
- La resistencia de transferencia. Implica un vínculo con la situación analítica o
con la persona del analista, lo cual reanima como si fuera fresca una represión
que solamente debía ser recordada.
- La ganancia de la enfermedad, que es la integración del síntoma al yo.

Del ello:
- Necesidad de reelaboración.

Del superyó:
- La conciencia de culpa y la necesidad de castigo.

“Seminario 10: clases 8 y 9” – Lacan

Clase VIII
La angustia no es sin objeto, sino que está allí el objeto a. La única traducción
subjetiva de este objeto es la angustia. El objeto a está dentro de la fórmula del
fantasma como soportes del deseo ($<>a). El objeto está detrás del deseo.
La noción de un exterior antes de una interiorización, que se sitúa en a, antes
de que el sujeto, en el lugar del Otro, se capta bajo la forma especular, la cual
introduce la distinción entre el yo-no yo. A este exterior, lugar del objeto, anterior a toda
interiorización, pertenece la noción de causa.
En el fetiche se devela la dimensión del objeto como causa del deseo. Lo que
desea no es el zapatito ni el seno, sino que el fetiche causa el deseo; el deseo va a
agarrarse donde puede. El fetiche es la condición en la que se sostiene su deseo.
Allí donde dicen yo (je), es ahí donde se sitúa el a en el plano del inconsciente.
Tú eres a, el objeto, y todos sabemos que es esto lo intolerable.
No es tanto el sufrimiento del otro lo que se busca en la intención sádica, sino
la angustia. La angustia del otro, su existencia esencial como sujeto en relación con
esa angustia, he aquí lo que el deseo sádico es un experto en hacer vibrar. Lo que el
agente del deseo sádico no sabe es lo que busca; y lo que busca es hacerse aparece
a sí mismo como puro objeto, fetiche negro.
La posición del masoquista busca la identificación con el objeto común, el
objeto de intercambio; es un a. Reconocerse como objeto de deseo es siempre
masoquista. Si hay masoquismo es porque el superyó es muy cruel. El superyó
participa de la función de este objeto en cuanto causa.
El deseo y la ley son la misma cosa en el sentido de que su objeto les es
común. En el mito de Edipo, en el origen, el deseo como deseo del padre y la ley son
una sola cosa. La relación de la ley con el deseo es tan estrecha que sólo la función
de la ley traza el camino del deseo. El deseo en cuanto deseo por la madre, es
idéntico a la función de la ley. El mito de Edipo significa que el deseo del padre es lo
que hace la ley. Cuando el deseo y la ley se encuentran juntos, lo que el masoquista
pretende hacer manifiesto es que el deseo del Otro hace la ley.
Lacan comenta que la manifestación del objeto a puede ser como falta. El
objeto a es aquella roca de la que habla Freud, la reserva última irreductible de la
libido, cuyos contornos es tan patético ver literalmente puntuados en sus textos cada
vez que da con ella.
Reconocerse como objeto del propio deseo es siempre masoquista; pero el
masoquista sólo lo hace en la escena. No siempre estamos en la escena, aunque la
escena se extienda muy lejos, incluso hasta el dominio de nuestros sueños. Cuando
no estamos en la escena, cuando permanecemos más acá y tratamos de leer en el
Otro de qué va, no encontramos más que la falta.

Clase IX
El pasaje al acto implica un dejar caer. Está del lado del sujeto, en tanto que
éste aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el del
mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como
desorden del movimiento. El sujeto se precipita y bascula fuera de la escena; se
mueve en dirección a evadirse de la escena.
Todo lo que es acting out debe oponerse al pasaje al acto. El acting out tiene
relación con el objeto a. Sostener con la mano para no dejar caer es del todo esencial
en cierto tipo de relaciones del sujeto; es un a para el sujeto. El a en cuestión puede
ser para el sujeto el superyó más incómodo.
En el caso de Dora, mientras que la bofetada al señor K es un pasaje al acto,
todo su comportamiento paradójico con la pareja K es un acting out. El acting out es
esencialmente algo, en la conducta del sujeto, que se muestra. El acento demostrativo
de todo acting out es su orientación hacia el Otro.
El acting out es la demostración velada, pero no velada en sí. Sólo está velada
para nosotros, como sujetos del acting out, en la medida en que eso habla, en la
medida en que eso podría hacer verdad.
El acting out es un síntoma; el síntoma también se muestra como distinto de lo
que es. Debe ser interpretado. El síntoma no puede ser interpretado directamente, se
necesita la transferencia, o sea, la introducción del Otro.
El acting out llama a la interpretación.
Tratándose del síntoma, está claro que la interpretación es posible, pero con
una determinada condición añadida: que la transferencia esté establecida. El síntoma
no es como el acting out, debido a que éste no es una llamada al Otro; se basta a sí
mismo.
El acting out es el esbozo de la transferencia, es la transferencia salvaje. La
transferencia sin análisis es el acting out; el acting out sin análisis es la transferencia.
“Inhibición, síntoma y angustia” – Freud

Capítulo IV

Freud trata en este capítulo la fobia de Hans a los caballos. Hans se rehúsa a
andar por la calle porque tiene angustia ante el caballo. Se pregunta cuál es el
síntoma: si el desarrollo de angustia, si la elección de objeto de angustia, si la renuncia
a la libre movilidad o varias de estas cosas al mismo tiempo.
La angustia frente al caballo es el síntoma; la incapacidad para andar por la
calle es un fenómeno de inhibición, una limitación que el yo se impone para no
provocar el síntoma-angustia. Se trata no de una angustia frente al caballo, sino de
una determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá. Este contenido
procura sustraerse de la consciencia y sustituirse mediante la fobia indeterminada.
Hans se encuentra en la actitud edípica de celos y hostilidad hacia su padre, a
quien ama de corazón toda vez que no entre en cuenta la madre como causa de la
desavenencia. Su fobia tiene que ser un intento de solucionar ese conflicto. Una de las
dos mociones en pugna, la tierna, se refuerza enormemente, mientras que la otra
desaparece. La moción pulsional que sufre la represión es un impulso hostil hacia el
padre. Hans ha visto rodar un caballo y caer y lastimarse a un compañerito de juegos
con quien había jugado al “caballito”. La moción de deseo es que ojalá el padre se
cayese, se hiciera daño como el caballo y el compañerito. Un deseo así tiene el mismo
valor que el propósito de eliminarlo a él mismo: equivale a la moción asesina del
complejo de Edipo.
No se puede designar como síntoma la angustia de esta fobia: si Hans, que
está enamorado de su madre, mostrara angustia frente al padre, no tendríamos
derecho alguno a atribuirle una fobia. Lo que la convierte en ella es la sustitución del
padre por el caballo. El conflicto de ambivalencia no se tramita en la persona misma,
sino que se lo esquiva, deslizando una de sus mociones hacia otras personas como
objeto sustitutivo.
La desfiguración en que consiste el síntoma no se emprende en el contenido
de la representación de la moción pulsional por reprimir, sino en otra distinta, que
corresponde sólo a una reacción frente a lo genuinamente desagradable. El hecho de
que el padre hubiera jugado al “caballito” con Hans fue decisivo para la elección del
animal angustiante.
La moción pulsional reprimida en estas fobias es una moción hostil hacia el
padre. Es reprimida por el proceso de mudanza hacia la parte contraria: en lugar de la
agresión hacia el padre, se presenta la agresión hacia la persona propia. Freud intuye
cierta degradación al estadio oral, que en Hans se puede ver por el ser-mordido.
Mediante la formación de su fobia se cancela la investidura de objeto-madre tierna. Se
trata de un proceso represivo que afecta a casi todos los componentes del complejo
de Edipo, tanto a la moción hostil como a la tierna hacia el padre, y a la moción tierna
respecto de la madre. Hans tramitó mediante su fobia las dos mociones principales del
complejo de Edipo, la agresiva hacia el padre y la hipertierna hacia la madre, lo que da
cuenta de un complejo de Edipo positivo.
Se presenta en el niño la angustia frente a una castración inminente. Por
angustia de castración resigna la agresión hacia el padre; su angustia de que el
caballo lo muerda puede completarse, sin forzar las cosas: que el caballo le arranque
de un mordisco los genitales.
El motor de la represión es la angustia frente a la castración; los contenidos
angustiantes son sustitutos desfigurados del contenido “ser castrado por el padre”. El
afecto-angustia de la fobia no proviene del proceso represivo (de las investiduras
libidinosas de las mociones reprimidas), sino de lo represor mismo; la angustia de la
zoofobia es la angustia de castración inmutada, o sea, una angustia realista frente a
un peligro que amenaza, que es considerado real. Así, la angustia crea la represión.
“Inhibición, síntoma y angustia” – Freud

Complemento sobre la angustia


La angustia tiene un vínculo con la expectativa; es angustia ante algo. Lleva
adherido un carácter de indeterminación y ausencia de objeto, y cuando ha hallado un
objeto pasa a ser miedo. Además del vínculo con el peligro, la angustia tiene relación con
la neurosis.
El peligro realista es uno del que tomamos noticia, y la angustia realista es la que
sentimos frente a un peligro de esa clase. La angustia neurótica lo es ante un peligro del
que no tenemos noticia. Se trata de un peligro pulsional. Tan pronto como llevamos a la
conciencia este peligro desconocido para el yo, borramos la diferencia entre angustia
realista y angustia neurótica, y podemos tratar a ésta como aquella.
En el peligro realista, desarrollamos dos reacciones: la afectiva, el estallido de
angustia, y la acción protectora. Lo mismo ocurrirá con el peligro pulsional.
Hay casos que presentan contaminados los caracteres de la angustia realista y de
la neurótica. El peligro es notorio y real (objetivo), pero la angustia ante él es desmedida,
más grande de lo que tiene derecho.
¿Cuál es el núcleo de la situación de peligro? La admisión de nuestro
desvalimiento frente a él, desvalimiento material en el caso del peligro realista, y psíquico
en el caso del peligro pulsional. La situación de desvalimiento vivenciada es traumática; se
diferencia de la situación de peligro. La situación de peligro es aquella en que se contiene
la condición de esa expectativa; en ella se da la señal de angustia. Yo tengo la expectativa
de que se produzca una situación de desvalimiento, o la situación presente me recuerda a
una de las vivencias traumáticas que antes experimenté. Por eso anticipo ese trauma,
quiero comportarme como si ya estuviera ahí. La angustia es expectativa del trauma. Su
vínculo con la expectativa atañe a la situación de peligro; su indeterminación y ausencia de
objeto, a la situación traumática del desvalimiento que es anticipada por la situación de
peligro.
La situación de peligro es la situación de desvalimiento discernida, recordada,
esperada. LA angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que
más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro. El yo, que ha
vivenciado pasivamente el trauma, repite activamente una reproducción de éste. El niño
adopta igual comportamiento frente a todas las vivencias penosas para él,
reproduciéndolas en el juego; con esta modalidad de tránsito de la pasividad a la actividad,
procura dominar psíquicamente las impresiones vitales. Lo decisivo es el primer
desplazamiento de la reacción de angustia desde su origen en la situación de
desvalimiento hasta su expectativa, la situación de peligro.
“Malcriar” al niño tiene la consecuencia de acrecentar el peligro de la pérdida de
objeto. Favorece que el individuo se quede en la infancia, de la que son característicos el
desvalimiento motor y psíquico.
El peligro realista amenaza desde un objeto externo; el neurótico, desde una
exigencia pulsional. En la medida en que esta exigencia pulsional es algo real, puede
reconocerse también a la angustia neurótica un fundamento real. El yo se defiende, con
auxilio de la reacción de angustia, del peligro pulsional del mismo modo que del peligro
realista externo. La exigencia pulsional sólo se convierte en un peligro interno porque su
satisfacción conllevaría un peligro externo. En el nexo con la situación traumática, frente a
la cual uno está desvalido, coinciden peligro externo e interno, peligro realista y exigencia
pulsional.
“Seminario 10: clase 21” – Lacan

La angustia reside en la relación fundamental del sujeto con el deseo del Otro.
El análisis siempre ha tenido como objeto el descubrimiento de un deseo. El a no es el
objeto del deseo que tratamos de revelar en el análisis, es su causa.
Si la angustia señala la dependencia de toda constitución del sujeto respecto al
A, el deseo del sujeto se encuentra suspendido de esta relación por intermedio de la
constitución antecedente del a.

El síntoma obsesivo nos permite entrar en la localización de la función de a en


la medida en que se devela como algo que funciona, desde los datos iniciales del
síntoma, en la dimensión de la causa. Es la obsesión o compulsión, articulada en una
motivación en su lenguaje interior (“Haz esto o lo otro”). El no seguimiento de esta
línea, despierta la angustia. El propio fenómeno del síntoma nos indica que nos
encontramos en el plano más favorable para vincular la posición del a tanto con las
relaciones de angustia como con las relaciones de deseo. La angustia aparece antes
que el deseo.
El proceder analítica no parte del enunciado del síntoma de acuerdo a su forma
clásica definida desde siempre, sino del reconocimiento de que eso funciona así.
El sujeto tiene que darse cuenta de que eso funciona así. Este reconocimiento
no es un efecto separado del funcionamiento de este síntoma. El síntoma sólo queda
constituido cuando el sujeto se percata de él. El primer paso del análisis es que el
síntoma se constituya en su forma clásica, sin lo cual no hay modo de salir de él,
porque no hay modo de hablar de él, porque no hay modo de atrapar al síntoma por
las orejas. ¿Qué es la oreja en cuestión? Es lo que podemos llamar lo no asimilado del
síntoma, no asimilado por el sujeto.
Para que el síntoma salga del estado de enigma todavía informulado, el paso a
dar no es que se formule, es que en el sujeto se perfile algo tal que le sugiera que hay
una causa para eso. Tan solo por este lado se rompe la implicación del sujeto en su
conducta, y esta ruptura es la complementación necesaria para que el síntoma sea
abordable para nosotros.
La dimensión de la causa es la única que indica la emergencia de aquel a a
cuyo alrededor debe girar todo el análisis de la transferencia para no verse obligado a
girar en círculo. La neurosis de transferencia en un análisis ¿es o no es la misma que
era detectable al comienzo? No hay nada en ella distinto de lo que podía manifestarse
de análogo al comienzo, salvo que está concentrada, toda ella presente.
El verdadero motivo de sorpresa en lo referente al circuito del análisis es cómo,
entrando en él a pesar de la neurosis de transferencia, se puede obtener a la salida la
neurosis de transferencia misma. Haber dado forma a esta neurosis de transferencia
no es quizás la perfección, pero es un resultado.

El síntoma es lo que nosotros decimos, o sea, implicable por entero en el


proceso de la constitución del sujeto en la medida en que éste tiene que hacerse en el
lugar del Otro, la implicación de la causa forma parte legítima del advenimiento
sintomático. Esto significa que la causa implicada en la cuestión del síntoma es una
pregunta, pero de la que el síntoma no es el efecto. Es su resultado; el efecto es el
deseo.
Las cinco formas del objeto a:
- Objeto oral: no hay necesidad del otro, sino necesidad en el Otro
- Objeto anal: la demanda educativa del Otro.
- El falo: se define por una falta de un objeto. Goce en el Otro
- Escópico: fantasma, potencia del Otro
- Invocante.
SOBRE LA DINÁMICA DE TRANSFERENCIA (1912)

La transferencia se produce en una cura psicoanalítica y alcanza su consabido papel


durante el tratamiento.
Todo ser humano, por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de los influjos que
recibe de su infancia, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida
amorosa, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así
como para las metas que habrá de fijarse. Esto da por resultado, que se repite de manera
regular en la trayectoria de la vida. Solo un sector de esas mociones determinantes de la
vida amorosa ha recorrido pleno desarrollo psíquico; ese sector esta vuelto hacia la
realidad objetiva, disponible para la personalidad conciente, y constituye una pieza para
esta ultima. Otra parte de esas mociones libidinosas ha sido demorada en el desarrollo,
esta apartada de la personalidad conciente y de la realidad objetiva, y solo tuvo permitido
desplegarse en la fantasía o bien ha permanecido por entero de lo icc, siendo entonces no
consabida para la conciencia de la personalidad. Y si la necesidad de amor de alguien no
está satisfecha de manera exhaustiva por la realidad, él se vera precisado a volcarse con
unas representaciones-expectativa libidinosa hacia cada nueva persona que aparezca, y
es muy probable que las dos porciones de su libido, la susceptible de conciencia y la
inconciente, participen de tal acomodamiento.
La investidura libidinal aprontada en la expectativa de alguien que está parcialmente
aprontada en la expectativa de alguien que está parcialmente insatisfecha se vuelve hacia
el médico. Esa investidura se atendrá a modelos, se anudara a uno de los clisés
preexistentes en la persona en cuestión. Responde a los vínculos del imago paterno,
materno o de un hermano varón. Dos puntos que poseen interés para el psa. En primer
lugar, la transferencia resulta más intensa en personas neuróticas bajo análisis que en
otras, no analizadas; en segundo lugar, sigue constituyendo un enigma por que en el
análisis la transferencia nos sale al paso como la más fuerte resistencia al tratamiento,
siendo que, fuera del análisis, debe ser reconocida como portadora de efecto salutífero,
como condición del éxito.
La transferencia es la palanca más poderosa, se muda en el medio más potente de la
resistencia. No es correcto que durante el psa la transferencia se presente más intensa y
desenfrenada que fuera del.
En cuanto al segundo problema, porque la transferencia puede ser también resistencia.
Evoquemos la situación psicológica del tratamiento: Una condición previa regular e
indispensable de toda contracción de una psiconeurosis es el proceso de la inversión de la
libido. La libido se ha internado por el camino de la regresión y reanima el imago infantil. Y
bien, hasta allí sigue la cura analítica, que quiere pillarla, volverla de nuevo asequible a la
conciencia y, por último, ponerla al servicio de la realidad objetiva. Toda vez que la
investigación analítica tropieza con la libido retirada de sus escondites, no puede menos
que estallar un combate; todas las fuerzas que causaron la regresión de la libido se
elevaran como unas resistencias al trabajo para conservar ese nuevo estado. Para
liberarla es preciso ahora vencer esa atracción de lo icc, cancelar la represión de las
pulsiones icc y de sus producciones, represión constituida desde entonces en el interior del
individuo. Esto da por resultado la parte con mucho más grandiosa de la resistencia, que
hartas veces hace subsistir la enfermedad aunque el extrañamiento respecto de la realidad
haya vuelto a perder su temporario fundamento. El análisis tiene que librar combate con
las resistencias de ambas fuentes. La resistencia acompañada todos los pasos del
tratamiento; cada ocurrencia singular, cada acto del paciente, tiene que tomar en cuenta la
resistencia, se constituye como un compromiso entre las fuerzas cuya meta es la salud y
aquellas, ya mencionadas, que contrarían.
Un proceso así se repite innumerables veces en la trayectoria de un análisis. Siempre que
uno se aproxima a un complejo patógeno, primero se adelanta hasta la conciencia la parte
del complejo susceptible de ser trasferida y es defendida con tenacidad.
¿A que debe la trasferencia el servir como medio de la resistencia? Es difícil confesar una
moción de deseo prohibida ante la misma persona sobre la cual recae. Se debe separar la
trasferencia positiva de la negativa.
a) Trasferencia positiva: Se descompone en la de sentimientos amistosos o tiernos. Estos
se remontan a fuentes eróticas; todos nuestros vínculos de sentimiento, simpatía, amistad,
confianza y similares, que valorizamos en la vida, se enlazan con la sexualidad y se han
desarrollado por debilitamiento de la meta sexual a partir de unos apetitos sexuales. El psa
demuestra que las personas de nuestra realidad objetiva estimadas o admiradas pueden
seguir siendo objetos sexuales para lo icc en nosotros.
La trasferencia sobre el médico solo resulta como resistencia cuando es negativa o una
positiva de mociones eróticas reprimida. Cuando nosotros cancelamos la trasferencia
haciéndola cc, solo hacemos desasirse de la persona del médico esos dos componentes
del acto de sentimiento.
b) Trasferencia negativa: En las formas curables de las psiconeurosis se encuentra junto a
la trasferencia tierna, dirigida de manera simultánea sobre la misma persona. De manera
ambivalente. La ambivalencia de las orientaciones del sentimiento es lo que nos explica la
aptitud de los neuróticos para poner la trasferencia al servicio de la resistencia. Donde la
trasferencia de ha vuelto negativa, cesa también la posibilidad de influir y de curar.
Las mociones icc no quieren ser recordadas, como la cura lo desea, sino que aspiran a
reproducirse en consonancia con la atemporalidad y la capacidad de alucinaciones de lo
icc. Al igual que en el sueño, el enfermo atribuye condición presente y realidad objetiva a
los resultados del despertar de sus mociones icc; quiere actuar sus pasiones sin atender a
la situación objetiva. El médico quiere constreñirlo a insertar esas mociones de sentimiento
en la trama del tratamiento y en la de su biografía, subordinarlas al abordaje cognitivo y
discernirlas por su valor psíquico. Esta lucha entre médico y paciente, se desenvuelve
exclusivamente en los fenómenos trasferenciales. Los fenómenos de la trasferencia
depara al psicoanalista las mayores dificultades, pero no se debe olvidar que justamente
ellos nos brindan el inapreciable servicio de volver actuales y manifiestas la mociones de
amor escondidas y olvidadas de los pacientes en definitiva nadie puede ser ajustado en
abstinencia.

"La dinámica de la transferencia"; Freud (resumen)


La dinámica de la transferencia
Resumen de Freud S, La dinámica de la transferencia (1912).

La acción conjunta de la disposición congénita y las influencias experimentadas


durante los años infantiles determina, en cada individuo, la modalidad especial de su
vida erótica, fijando los fines de la misma, las condiciones que el sujeto habrá de exigir
en ella y los instintos que en ella habrá de satisfacer.
Resulta, así, un clisé (o una serie de ellos), repetido, o reproducido luego
regularmente, a través de toda la vida, en cuanto lo permiten las circunstancias
exteriores y la naturaleza de los objetos eróticos asequibles, pero susceptible también
de alguna modificación bajo la acción de las impresiones recientes.
Ahora bien: sólo una parte de estas tendencias que determinan la vida erótica han
realizado una evolución psíquica completa. Esta parte, se halla a disposición de la
personalidad consciente. En cambio, otra parte ha quedado detenida en su desarrollo
y sólo ha podido desplegarse en la fantasía o ha permanecido confinada en lo
inconsciente. El individuo cuyas necesidades eróticas no son satisfechas por la
realidad, orientará representaciones libidinosas hacia toda nueva persona que surja en
su horizonte, siendo muy probable que las dos porciones de su libido, la capaz de
conciencia y la inconsciente, participen en este proceso.
Es, por tanto, perfectamente normal y comprensible que la carga de libido que el
individuo parcialmente insatisfecho mantiene esperanzadamente pronta se oriente
también hacia la persona del médico. Esta carga se atendrá a ciertos modelos, se
enlazará a uno de los clisés dados en el sujeto de que se trate.
Conforme a la naturaleza de las relaciones del paciente con el médico, el modelo de
esta inclusión habría de ser el correspondiente a la imagen del padre, la madre o del
hermano, etc. Aquellas peculiaridades cuya naturaleza e intensidad no pueden ya
justificarse racionalmente, dan la pauta de que dicha transferencia no ha sido
establecida únicamente por las representaciones libidinosas conscientes, sino también
por las inconscientes.
Dos planteos: En primer lugar, no comprendemos por qué la transferencia de los
sujetos neuróticos sometidos al análisis se muestra mucho más intensa que la de
otras personas no analizadas, y en segundo, nos resulta enigmático por que al análisis
se nos opone la transferencia como la resistencia más fuerte contra el tratamiento,
mientras que fuera del análisis hemos de reconocerla como substrato del efecto
terapéutico y condición del éxito. Podemos comprobar, cuantas veces queramos, que
cuando cesan las asociaciones libres de un paciente, siempre puede vencerse tal
agotamiento asegurándole que se halla bajo el dominio de una ocurrencia referente a
la persona del médico. En cuanto damos esta explicación cesa el agotamiento o
queda transformada la falta de asociaciones en una silenciación consciente de las
mismas.
A primera vista parece un grave inconveniente del psicoanálisis el hecho de que la
transferencia, se transforme en ella en el arma más fuerte de la resistencia. Pero no
es cierto que la transferencia surja más intensa y desentrenada en el psicoanálisis que
fuera de él, no debemos atribuir al psicoanálisis, sino a la neurosis misma, estos
caracteres de la transferencia. En cambio, el segundo problema permanece aún en
pie.
Allí donde la investigación analítica tropieza con la libido, encastillada en sus
escondites, tiene que surgir un combate. Todas las fuerzas que han motivado la
regresión de la libido se alzarán, en calidad de resistencias, contra la labor analítica,
para conservar la nueva situación, pues si la introversión o regresión de la libido no
hubiese estado justificada por una determinada relación con el mundo exterior
(generalmente por la ausencia de satisfacción), no hubiese podido tener efecto. Pero
las resistencias que aquí tienen su origen no son las únicas. La libido puesta a
disposición de la personalidad se hallaba siempre bajo los elementos inconscientes de
ciertos complejos y emprendió la regresión al debilitarse la atracción de la realidad.
Para libertarla tiene que ser vencida esta atracción de lo inconsciente, lo cual equivale
a levantar la represión de los instintos inconscientes y de sus productos. De aquí es
de donde nace la parte más importante de la resistencia, que mantiene tantas veces la
enfermedad, aun cuando el apartamiento de la realidad haya perdido ya su razón de
ser. El análisis tiene que luchar con las resistencias emanadas de estas dos fuentes.
Cada una de las ocurrencias del sujeto y cada uno de sus actos tiene que contar con
la resistencia y se presenta como una transacción entre las fuerzas favorables a la
curación y las opuestas a ella.
Si perseguimos un complejo patógeno desde su representación en lo consciente
(síntoma) hasta sus raíces en lo inconsciente, no tardamos en llegar a una región en
la cual se impone la resistencia, que las ocurrencias inmediatas han de contar con ella
y presentarse como una transacción entre sus exigencias y las de la labor
investigadora. Cuando en la materia del complejo hay algo que se presta a ser
transferido a la persona del médico, se establece en el acto esta transferencia,
produciendo la asociación inmediata y anunciándose con los signos de una
resistencia; por ejemplo, con una detención de las asociaciones. Si dicha idea ha
llegado hasta la conciencia con preferencia a todas las demás posibles, es porque
satisface también a la resistencia. Este proceso se repite innumerables veces en el
curso de un análisis. Siempre que nos aproximamos a un complejo patógeno, es
impulsado, en primer lugar, hacia la conciencia y tenazmente defendido aquel
elemento del complejo que resulta adecuado para la transferencia.

Una vez vencido éste, los demás elementos del complejo no crean grandes
dificultades. Cuando más se prolonga una cura analítica y más claramente va viendo
el enfermo que las deformaciones del material patógeno no constituyen por sí solas
una protección contra el descubrimiento del mismo, más consecuentemente se servirá
de la deformación por medio de la transferencia.
De este modo, la intensidad y la duración de la transferencia son efecto y
manifestación de la resistencia. El mecanismo de la transferencia queda explicado con
su referencia a la disposición de la libido, que ha permanecido fijada a imágenes
infantiles. Pero la explicación de su actuación en la cura no la conseguimos hasta
examinar sus relaciones con la resistencia.
Tenemos que decidirnos a distinguir una transferencia «positiva» y una «negativa»,
una transferencia de sentimientos cariñosos y otra de sentimientos hostiles. La
transferencia positiva se descompone a su vez, en la de aquellos sentimientos
amistosos o tiernos que son capaces de conciencia y en la de sus prolongaciones en
lo inconsciente. Estas últimas proceden de fuentes eróticas, y así todos los
sentimientos de simpatía, amistad, confianza, etc., se hallan genéticamente enlazados
con la sexualidad, habiendo surgido de ellos por debilitación del fin sexual.
La transferencia sobre el médico sólo resulta apropiada para constituirse en
resistencia en la cura, en cuanto es transferencia negativa o positiva de impulsos
eróticos reprimidos. Cuando suprimimos la transferencia, orientando la conciencia
sobre ella, nos desligamos de la persona del médico más que estos dos componentes
del sentimiento. El otro componente, capaz de conciencia y aceptable, subsiste y
constituye también, uno de los substratos del éxito.
La explosión de la transferencia negativa es incluso muy frecuente en los sanatorios, y
el enfermo abandona el establecimiento, sin haber conseguido alivio alguno o
habiendo empeorado, en cuanto surge en él esta transferencia negativa. La
transferencia erótica no llega a presenciar tan grave inconveniente en los sanatorios,
pues en lugar de ser descubierta y revelada es silenciada y disminuida; pero se
manifiesta claramente como una resistencia a la curación, no ya impulsando al
enfermo a abandonar el establecimiento, sino manteniéndole apartado de la vida real.
La transferencia negativa merecería una atención más detenida de la que podemos
concederle dentro de los límites del presente trabajo. En las formas curables de
psiconeurosis coexiste con la transferencia cariñosa, apareciendo ambas dirigidas
simultáneamente, en muchos casos, sobre la misma persona. Tal ambivalencia
sentimental parece ser normal hasta cierto grado, pero a partir de él constituye una
característica especial de las personas neuróticas. Allí donde la facultad de
transferencia se ha hecho esencialmente negativa, como en los paranoides, cesa toda
posibilidad de influjo y de curación.
Quienes han apreciado exactamente cómo el analizado es apartado violentamente de
sus relaciones reales con el médico en cuanto cae bajo el dominio de una intensa
resistencia por transferencia, sentirán la necesidad de explicárselo por la acción de
otros factores.
En la persecución de la libido sustraída a la conciencia hemos penetrado en los
dominios de lo inconsciente. Las reacciones que provocamos entonces muestran que
los impulsos inconscientes no quieren ser recordados, como la cura lo desea, sino que
tienden a reproducir conforme a las condiciones características de lo inconsciente. El
enfermo atribuye, del mismo modo que en el sueño, a los resultados del estímulo de
sus impulsos inconscientes, actualidad y realidad; quiere dar alimento a sus pasiones
sin tener en cuenta la situación real. El médico quiere obligarle a incluir tales impulsos
afectivos en la marcha del tratamiento, subordinados a la observación reflexiva y
estimarlos según su valor psíquico. Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el
intelecto y el instinto, entre el conocimiento y la acción, se desarrolla casi por entero
en el terreno de los fenómenos de la transferencia. En este terreno ha de ser
conseguida la victoria, cuya manifestación será la curación de la neurosis. Es
innegable que el vencimiento de los fenómenos de la transferencia ofrece al
psicoanalista máxima dificultad; pero no debe olvidarse que precisamente estos
fenómenos nos prestan el inestimable servicio de hacer actuales y manifiestos los
impulsos eróticos ocultos y olvidados de los enfermos, pues, en fin de cuentas nadie
puede ser vencido in absentia o in effigie.
“Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica” – Freud

La tarea del analista es llevar al enfermo de neurosis a tomar noticia de las


mociones reprimidas, inconcientes, que subsisten en él. Para ello se deben poner en
descubierto las resistencias que en su interior se oponen a tales ampliaciones de su
saber sobre su propia persona. Se espera alcanzar esta meta aprovechando la
transferencia del paciente sobre la persona del médico, para que el haga suya nuestra
convicción de que los procesos represivos sobrevenidos en la infancia son
inadecuados al fin y de que una vida gobernada por el principio de placer es
irrealizable.
El psicoanálisis consta de llevar a la conciencia del enfermo lo anímico
reprimido. El análisis significa desintegración, descomposición. Los síntomas y las
exteriorizaciones patológicas del paciente son de naturaleza compuesta. Sobre estos
motivos elementales el enfermo no sabe nada o su saber es insuficiente. Le damos a
conocer entonces la composición de estas formaciones anímicas de elevada
complejidad, reconducimos los síntomas a las mociones pulsionales que los motivan,
pesquisamos dentro de los síntomas esos motivos pulsionales desconocidos hasta
entonces para el enfermo.
Hemos analizado al enfermo, quiere decir que hemos descompuesto su
actividad anímica en ingredientes elementales, pesquisando en él esos elementos
pulsionales y aislados. Se debe ayudar también a obtener una nueva y mejor
composición de ellos.
Si conseguimos descomponer un síntoma, liberar de cierta trama a una moción
pulsional, ella no permanecerá aislada: enseguida se insertará en una nueva.
El enfermo de neurosis nos ofrece una vida anímica desgarrada, segmentada
por resistencias, y al paso que la analizamos y eliminamos éstas últimas, ella crece
orgánicamente, va integrando en la gran unidad (“yo”), todas las mociones pulsionales
que hasta entonces estaban escindidas. Así, la psicosíntesis se consuma en el
analizado sin nuestra intervención, de manera automática e inevitable. Hemos creado
sus condiciones por medio de la descomposición de los síntomas y la cancelación de
sus resistencias.
La actividad del analista sería hacer conciente lo reprimido, y poner en
descubierto las resistencias.
Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en
nuestras manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar por él su
destino, a imponerle nuestros ideales y complacernos en nuestra obra luego de
haberlo formado a nuestra imagen y semejanza. No se debe educar al enfermo para
que se asemeje a nosotros, sino para que se libere y consume su propio ser. También
se aclara que las variadas formas de enfermedad tratadas no pueden tratarse todas
mediante una misma técnica.

Seminario 8 clase 13: la crítica de la contratransferencia:

La noción de contratransferencia siempre ha estado presente en el análisis, desde el


comienzo de la elaboración de la noción de Transf. todo lo que en el analista representa su
inc. En cuanto no analizado, ha sido considerado nocivo para su función y su operar como
analista. Si se descuidara cierto rincón del inc. Del analista, de ello resultaría verdaderas
manchas ciegas. De ello resultaría en la práctica ciertos hechos más o menos graves o
molestos, (no reconocimiento, intervención fallida, inoportunidad de alguna otra
intervención, incluso error). Toda experiencia del inc. Se lleva a cabo en 1º lugar como inc.
Del Otro. Fue en 1º lugar en sus enfermos donde Freud se encontró con el inc. Y para cada
uno de nosotros, la idea de que un aparato semejante pueda existir se abre en primer lugar
como Inc. del Otro, aunque este elidido. Una vez admitida la función del Otro, todavía es
preciso que encontremos allí el mismo obstáculo que encontramos en nosotros mismos en
nuestro análisis, cuando se trata del inc. En cuanto al reconocimiento del inc. No tenemos
forma de plantear que por si mismo deje al analista fuera del alcance de las pasiones
Del fantasma al acto: El neurótico depende de la demanda para sostener su deseo, está en
dependencia de que estos dos usos de la demanda se mantengan diferenciados, si estos dos
usos de la demanda se juntan lo que se produce es un achatamiento del espacio del deseo.
Ernest Jones decía que hay algo que teme mas el neurótico que su castración, es el
desvanecimiento del deseo. Si en general esto no sucede es porque hay algo que sostiene
estos dos usos de la demanda como diferentes para el neurótico, que es el fantasma. La
fantasía detiene, no permite que se peguen estas dos líneas.
También tiene esa función la modalidad histérica de la identificación ya que tiene un
parentesco estrecho con la estructura de la fantasía y sirve de soporte del espacio del deseo.
La sugestión, a la histérica le llega permanentemente, consulte a quien consulte siempre
algo le sugieren, siempre de alguna manera interpretan su deseo en términos de una
demanda. ¿De qué manera se protege contra eso la histérica o el histérico? Reforzando la
duplicidad de su demanda por medio de la fantasía, o de los sueños, que sostienen,
reproducen fantasías.
El neurótico suele ser alguien muy atareado, pero que posterga lo que sería el acto con el
que realizaría su deseo. Sostener el deseo a partir del fantasma, y no del acto, es el modo
neurótico de sostener el deseo. Al neurótico obsesivo su tarea le disgusta, lo fatiga, esta
siempre mas o menos cansado, es que él hace su tarea como si lo obligaran a hacerlo,
sosteniendo su deseo de un fantasma fundamental por el que parece que lo que regula su
vida es la demanda, o el deseo del Otro. Al suyo, no lo pone en juego, o no lo reconoce como
suyo. El análisis apunta a que el sujeto sostenga su deseo sin el recurso del fantasma. Se
supone que al término de un análisis el sujeto puede sostener su deseo sin el recurso del
fantasma.

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