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Teresa Forcades que se identifica con el feminismo de la igualdad, y que es

autora de una interesante obra sobre la Trinidad (La Trinitat avui), insiste en
hablar de Dios como comunidad, cómo relación en la diversidad, una
diversidad que no acepta divisorias de género ni de otra categoría.

El interés por este planteamiento me ha llevado posteriormente a buscar más


información sobre sus tesis trinitarias y he encontrado un texto suyo que
resulta elocuente y esclarecedor:

La imagen que tenemos de Dios tiene que ver con la imagen que tenemos de
nosotros mismos y de nuestras sociedades. La pirámide en la que Dios es el
punto más alto y el Hijo y el Espíritu están en posición inferior ha permitido
a la Iglesia afirmar que la única forma posible de gobierno es la monarquía
absoluta.Pero desde que el hombre ha buscado liberarse de quienes ocupaban
el poder (decían que por la Gracia de Dios), asimilando los conceptos de la
Revolución Francesa de Libertad, igualdad y fraternidad, se ha ido librando
de quienes le quieren mandar, y ama por encima de todo su libertad, a la que
también podemos llamar “autonomía”.

Después de la modernidad ya no es posible creer que haya personas que estén


por debajo de otros, ha afirmado el teólogo alemán Greshake. Por eso, la
representación de una Trinidad poniendo el Padre al vértice de un triángulo y
al Hijo y al Espíritu en la base, “subordinados”, no representa un modelo que
acepte la sociedad actual acepte. El Hijo no es menos Dios que el Padre, y el
Espíritu tampoco. Existe una nueva concepción trinitaria que sitúa en un
plano de igualdad a las tres personas divinas, entendida cada una como una
persona diferente, no clonada, y relacionadas en amor puro, o sea, en
comunión. Esta relación trinitaria, en comunión, nos ofrece un modelo para
organizar nuestra sociedad a su imagen y semejanza. La mujer y el hombre de
hoy pueden aceptar que Dios sea el centro de todas las cosas (teocentrismo),
pero no que a la hora de la verdad en este centro se sitúen personas que
dicen hablar en nombre de Dios y que interpretan su voluntad. Este es el
problema.Si Jesús actúa según la voluntad del Padre no es un modelo para el
hombre moderno. Jesús manifiesta su independencia en el Huerto de
Getsemaní cuando dirigiéndose al Padre dice: “que se haga tu voluntad, y no
la mía” Él no se siente obligado, pero haciendo ejercicio de su libertad, hace
donación de su vida al Padre.Podríamos decir que sólo hay tres clases de
amor. Ni cuatro, ni una; tres, que son: dar, recibir y compartir.

La donación pura es aquella que a pesar de ser hecha en espíritu de


reciprocidad, si ésta no se da, se seguiría ejerciendo. Pero seguiría buscando
en el otro alguna forma de reciprocidad.

La donación que se siente completa en sí misma, que no le importa la


respuesta del otro, aunque se le llame a veces “amor altruista” o incluso
“espiritual” quiere decir en la práctica que el otro no se tiene en cuenta, que
es menospreciado, y no lo llamaremos amor, sino paternalismo o
maternalismo.

Dios no nos ama así. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios
nos sale al encuentro y busca nuestra respuesta porque para Él nuestro ”Sí”
es importante.
De modo parecido, la recepción pura es aquélla en la que la persona que
recibe, aunque por enfermedad o circunstancias personales no pueda “dar
nada”, muestra su agradecimiento a la persona dando.

La recepción sin espíritu de reciprocidad no sería amor, sería


infantilismo.

En la donación pura y en la recepción pura se desea la reciprocidad.

Sin embargo, una donación que obligase a un retorno equivalente, no sería


amor sino mercantilismo.

La tercera clase de amor, la reciprocidad, sería como la síntesis de las


dos anteriores. Compartir quiere decir vivir en una comunidad de
amor[1].
En la obra Trinitat avui (p.75) utiliza estas palabras:

El Padre es porque «se da». El Hijo es porque «se recibe».


El Espíritu es porque «se comparte». Nosotros podemos dar
porque el Dios que nos ha dado el ser y nos fundamenta es
Padre (Madre- Padre). Podemos recibir porque el Dios que
nos ha dado el ser y nos fundamenta es Hijo (Hija-Hijo).
Podemos compartir porque el Dios que nos ha dado el ser y
nos fundamenta es Espíritu. El Espíritu es reciprocidad,
pero reciprocidad extática (incluye necesariamente un
tercero, al servicio del que pongo todo el bien que
recibo)[cf Jn 15,15: «A vosotros os he dicho amigos porque
os he hecho conocer todo aquello que he oído de mi
Padre». Jn 6,39: «Y la voluntad de quién me ha enviado es
ésta: que no pierda nada de aquello que me ha dado, sino
que lo resucite el último día].[2]
Si existe una concepción trinitaria intoxicada de patriarcalismo es debido a
una pobre aproximación al verdadero misterio trinitario. Y ella, que entiende
que cada generación tiene sus desafíos específicos, se considera llamada a
asumir el reto de promver una teología crítica que se libere de sus
distorsiones masculinistas (por eso se habla también de una “teología de
liberación”).

Aunque desde la jerarquía eclesiástica y desde la teología más formalmente


ortodoxa se insiste en la complementariedad de hombres y mujeres, y se
condena la perspectiva de género como una expresión de una ideología
disolvente, ella asume la conveniencia de la noción de género y se sitúa en la
corriente del feminismo de la igualdad. Pero lo hace con matices que vale la
pena resaltar.

Para Teresa Forcades no tiene sentido discutir que en nuestro punto de


partida antropológico las diferencias entre hombres y mujeres son obvias y
que las construcciones de género del pasado las han exacerbado con
frecuencia. Pero este punto de partida no nos impide concebir un punto de
llegada escatológico que en lugar de exacerbar la diferencia, nos invite a
trascender las limitaciones del género. Nuestro punto de partida en realidad
es una oportunidad para superar esas limitaciones con que nos hemos
constreñido a lo largo de la Historia. Para ella, el mensaje cristiano, de
hecho, es una oportunidad para trascender el género. Un religiosidad
apegada a los estereotipos de género sería una religiosidad inmadura. “Ser
persona tal y como lo son el Padre, el Hijo y el Espíritu nos exige a todos,
mujeres y hombres, ser capaces de ir más allá de los estereotipos de género
para amar tal y como Dios ama: con soltura en la intimidad y con soltura a la
soledad”(https://esglesiaplural.cat/).

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