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"El hombre no es ni ángel ni bestia, y la desgracia

quiere que quien desee hacer el ángel, haga la bestia."

Blaise Pascal

Pensées et opuscules (Br, 358).

A comienzos del Siglo III, Tertuliano -en su obra La toilette des femmes- declaraba
que “…La castidad perfecta, es decir cristiana, busca no sólo no ser deseada sino, más
aún, repeler.” Y, al mismo tiempo, enunciaba que la sangre de los mártires es semilla de
nuevos cristianos. En la farfulla psicoanalítica entre colegas (y seguramente entre la
comunidad que hace uso del psicoanálisis en sus diferentes modos) se suele hablar mucho
de “lo Perverso” y/o de la Perversión en general. De hecho es un problema que le toca al
neurótico, claro. Incluso conocemos enunciados harto ecolálicos: los perversos están en el
Vaticano, no hay perversión sin histeria, etc. Dentro de nuestro campo circunscripto a las
sesiones, escuchamos/vemos muy frecuentemente mecanismos perversos: pacientes que
ya han “volteado” a varios colegas, y médicos, y todo tipo de terapias anexas y que nos
dicen a modo desafiante: “veo que vos no podes hacer nada con mi sufrimiento”, o “ya fui
a varios… usted es el número…”; onda de recordarnos que el problema siempre es del
vecino y endosarnos, rápidamente, la falta.

Si bien Jacques Lacan ha tenido diferentes abordajes a este mecanismo renegatorio de la


castración (incluso se lo ha nosografiado como una Estructura en sí misma, y difícil no
coincidir que lo sea cuando se trata de un puro sadismo, o de una pedofilia, o de muchos
de las conocidas parafilias donde, para decirlo rápido: “el acto perverso mata al amor”),
es interesante que podamos ponernos de acuerdo en qué consiste o qué entendemos -in
stricto sensu- por Perversión y por Acto perverso.

Convengamos en principio que el acto perverso es propio de toda estructura, ya que se


caracteriza por renegar la Castración, vía taponar la falta del Otro. A lo que hay que
agregar que todo fantasma es perverso (el Sujeto se hace objeto en el fantasma) y que
toda sexualidad está perversamente orientada, por definición. [Los animales no tienen
sexualidad, la sexualidad es cultural, siempre hay una elección de objeto fetiche: color de
pelo, altura, rasgos varios; etc., y así su ruta.] Es decir pues que el fantasma no se
diferencia en cuanto su contenido sino en cuanto a su uso, de allí que encontramos que en
el Perverso hay una disposición lábil y frecuente de llevar sus prácticas al acto. Pero este
mecanismo no resuelve de hecho la cuestión, ya que un parámetro cuantitativo no podría
estar hablando de una definición absoluta: es como pensar que, en un adulto, llorar o reír
demasiado definiría el grado de su posición infantil. O, para decirlo mejor: como que la
frecuencia de manejo sobre un automóvil estaría definiendo si un sujeto puede
considerarse chofer.

Por tanto necesitamos afilar un poco mejor el lápiz. No con el afán de diagnóstico, sino de
concordancia conceptual. Partimos, nuevamente, de un mismo fantasma. Pero analicemos
la forma de operar en la neurosis o en la perversión.

El perverso se dedica, se consagra, a sustentar el goce del Otro. Con sus actos (que suelen
pasar muchas veces como modelos de un Padre benefactor o de un Hijo dócil y sumiso) el
perverso intenta volver a ese goce mítico, para completar al Otro, anulando ipso facto la
división. Pero uno podría concluir rápidamente que la misma estrategia define a la
neurosis; sin embargo habría una leve diferencia: el perverso, al contrario del neurótico
que nunca sabe bien qué cuernos es para el otro, busca proveerle al partenaire lo que
quiere: sabe sobre su goce. Es la famosa función de voluntad de goce.

Es por eso que hay una línea muy fina entre la Ley y la Norma, el Pacto, que en la Perversión
es Menú cotidiano. De allí que en la Perversión la encontramos, harto más que en una
cama, en las instituciones. Porque, como todo, es una cuestión de discurso. Por eso cuando
Lacan analiza al escritor André Gide (1869 / 1951) no se ocupa de su homosexualidad sino
de la relación (discursiva, a la letra, a la carta) que éste tiene con Madeleine,
especialmente en su vínculo epistolar. Todo su análisis está vinculado a la mujer
verdaderamente amada, la que no puede desear, es decir, a un objeto heterosexual: un
"amor embalsamado" ligado a un objeto, las cartas, que Lacan considera el objeto fetiche.
Madeleine (Gide nos dice que ella le recordaba a su madre -no olvidemos que eran primos-
) es una mujer en singular: la única mujer que ama. Y Lacan nos recuerda que otra hubiese
sido la historia si ella hubiese ofrecido a André una figura reanimada por el color del sexo.
En cambio los muchachos, son plural. Como nos recordaba Borges en el prólogo a los
Monederos Falsos: “Gide, que de tantas cosas dudó, parece no haber dudado nunca de esa
imprescindible ilusión, el libre albedrío. Predicó el goce de los sentidos, la liberación de
las leyes morales, la cambiante "disponibilidad" y el acto gratuito que no responde a otra
razón que al antojo y, como escritor, siempre fue fiel a la buena tradición de la
claridad.” La claridad de Gide es también, creo, la del Pacto. De allí que Gide, o Juventud
con Gide [“Juventud de Guide, o la letra y el deseo”, Escritos II; Siglo XXI, 2002, 742 ]
se puede estudiar conjuntamente conKant con Sade [Kant con Sade; Escritos II; 1962
(1966); Siglo XXI, 2005]. Textos que sin duda tienen intima relación con el Seminario 6,
donde el deseo circula, como el falo, y donde hay una moneda en común bifronte entre
goce y deseo.

Para aclarar un poco entonces y retomar up supra: la falta, en el perverso, siempre se


ubicara en el partenaire. De allí que -por ejemplo- lo que para alguien puede ser una simple
opinión, ese mismo sujeto en otro alguien, bien puede considerarlo un juicio de valor. Es
decir; desde un “es mi opinión” a un“vos me juzgas”.

Esta manera de apreciar (y fundamentalmente, acomodar y disponer del discurso a modo


de conveniencia) se relaciona con la cuestión del Pacto, que suelen ser silenciosos y
colocan al perverso en relación biunívoca con la histérica, quien suele fascinarse con
frecuencia con este tipo de sujetos.

Vayamos a un ejemplo mucho más usual que lo que pueda imaginar el lector: un matrimonio
“bien constituido” y al mismo tiempo con otras relaciones paralelas (que incluyen hijos
que ni se conocen). Muchas veces incluso matrimonios que no tienen ya relaciones sexuales
y que han adoptado el eufemismo de “amigos”; donde los susodichos partenairesgozan
sexualmente por fuera del “lecho sagrado e intocable” sosteniendo el status quo,
obviamente para sostener la imagen.

He sabido de casos donde la mujer viajaba en el mismo avión con su marido e hijos y… la
amante de su marido; obviamente donde de “eso no se habla”. Otros casos, por ejemplo,
donde el marido -buen Padre de familia ejemplar- siempre ha tenido relaciones
homosexuales (incluso en vínculos de larga data) y donde su histérica/esposa/amiga sigue
aceptando (aunque “de eso no se hable”) que su buen esposo haga su vida paralela sin
prejuicio de seguir viajando juntos e incluso seguir proyectando “buenos negocios”. Y he
aquí el punto: son sujetos que saben negociar muy bien. Y que si un amigo un poco
indulgente y otro poco incauto le dice “¿por qué no te separas y vivís por fin tu
verdad?”, este pasa automáticamente a ser un juzgador que no comprende la pulsión
pujante y el deseo ingobernable. Y muchas veces, hasta un crédulo romanticón que cree
en el amor y no entiende de sociedades y negocios. Claro, porque de lo que se trata -en
estas personas- es de que no pueden hacer caer sus máscaras. Se trata de sostener a pesar
de todo (frente a los hijos en primera instancia, y frente al resto del mundo; pero sobre
todo frente a ellos mismos) la imagen que se formaron de su propio ser: es decir, se la
creyeron un poquito. Por eso cuando ese mismo amigo viene a quebrar su arma/dura,
hablando de la Verdad y esas banalidades, estos no pueden más que -vía el enojo- huir.
Hay en ese mecanismo una fuerte convicción de que nada se desarme. De allí también que
el Perverso (queriendo “hacer todo por el otro”, como el obsesivo) puede llegar a hacer
brotar a su partenaire histérica que no puede (pero tampoco quiere) desprenderse de su
discurso. A esto nos referimos cuando hablamos, obviamente, de la angustia que (se)
produce en el otro.

De lo que se trata, siempre, es de sostener -no sólo el Pacto, y obviamente el Secreto, cual
Mafia bien constituida- sino -ante todo- la imagen. Y -como se aprecia- el núcleo del tópico
es meramente discursivo. De allí que la Perversión está en el discurso que circula (discurre)
y en el Aval que lo sostiene de ambos sujetos.

Hay en todo discurso perverso un viejo apotegma Freudiano: “Lo sé, pero aún así…”; que
intenta acoplarse a la Demanda del otro y engarzar y suturar su falta. Una onda así: “Yo
sé que tu sabes, y yo se lo que tu necesitas (de mi), y soy bueno para negociar(te),
por tanto merezco tu aval.”-

La Perversión, es decir: el discurso Perverso, se diferencia del Acto en varias cuestiones:


el Acto es un hecho concreto, desviado de la Norma, censurable o no de acuerdo a las
Leyes y normativas vigentes y al contexto cultural (por ejemplo, no en todas las culturas -
como se sabe- el incesto pasa por el vínculo con los padres); en cambio la Perversión en si
misma tiene un discurso compacto -incluso muchas veces pasa desapercibido- y siempre
permanente; nos recuerda -al modo más Freudiano- como el perverso identifica su Ser con
el Falo. El perverso no apuesta al deseo; recordemos a Lacan [ "Juventud de Guide, o la
letra y el deseo” ]: “La letra viene a tomar el lugar de donde se ha retirado el deseo”; más
bien apuesta a coagular su imagen, apuesta a la connivencia, a la complicidad y al pacto
constante. Recordemos junto a Kant con Sade [ "Kant con Sade" ]: “Tengo derecho a gozar
de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite
me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en
él.” Su Benefactor Intercambio es siempre ganar en todos los frentes; nunca que se
le escape la liebre. Es claro que, para ello, necesita de socios funcionales y de un fértil
terrero que garantice -como había declarado Tertuliano en el Siglo III- la siempre cosecha
futura del sigiloso Negocio.

Un Acto perverso puede ser ejecutado por un neurótico, un perverso o un psicótico. En


cambio en la Perversión encontramos siempre un mensaje renegatorio, un discurso armado
y sostenido, un enunciado que reafirma el Acto, sin culpa y sin arrepentimiento. Siempre
es una cuestión de discurso; de allí que Jacques Lacan dirá que no existe
complementariedad entre Sadismo y Masoquismo, porque justamente interfiere el
Lenguaje; porque cuando el Masoquista dice “Pégame” el sádico, si verdaderamente lo es,
dirá “No”.

Marcelo A. Pérez
V – 2019
Perversión y Acto Perverso.

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