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La belleza y el amor en Plotino

Para todo ser humano, el amor y la belleza son aspectos muy importantes de la vida. El
hombre es, en cierta medida, como Eros, buscando de una u otra forma (consciente o
inconscientemente) algo que sea bello y duradero, con anhelo de belleza y de amor.

Pero ¿qué se entiende en la época actual por amor y belleza? Hoy no se considera el amor
como una asignatura pendiente, como algo para aprender, sino como un sentimiento
espontáneo, un deseo, una atracción, que muchas veces dura muy poco. Y en ocasiones hay
más búsqueda acerca del cómo ser amados que de cómo aprender a amar. Es, precisamente,
esa necesidad de ser amados y aceptados por los demás lo que mueve al hombre a desear y a
buscar la belleza en las formas.

En nuestros tiempos hay un gran culto al cuerpo, a conservarlo joven y atlético a través de
técnicas quirúrgicas o productos. Todo es válido con tal de retener la juventud el máximo
posible de tiempo. Y se valora más la belleza de un cuerpo que la belleza en las ideas, la belleza
en un acto noble, en el valor de una persona. Se busca una belleza hueca, vacía, que sigue
unos estereotipos según la moda, más como herramienta de seducción, como forma de poder
(para manipular, para vender algo, para conseguir nuestros fines) o quizá a veces como forma
de encubrir carencias y debilidades.

¿Realmente existe en este tiempo un culto a la belleza de las formas? Las representaciones
artísticas, el trato entre hombres, la ausencia de cortesía y amabilidad, la música… en
ocasiones parecen hacer culto a lo vulgar y a lo meramente sensual, pero vacío.

A veces pensamos que para un filósofo de la Antigüedad era muy fácil dedicarse a la filosofía
porque no estaban en medio de una vida tan agitada como hoy en día. A Plotino (203-
204d.C., 269-270 d.C.) le tocó vivir una época muy turbulenta, en el momento de la gran crisis
del siglo III, que se inició en el siglo anterior con el reinado de Cómodo. Entonces se producían
continuas guerras contra germanos y persas, que presionaban cada vez más sobre las
fronteras, muertes violentas en cadena de emperadores, problemas económicos, pestes,
disminución de la población, aumento de los impuestos. Una época de crisis, no muy diferente
a las que se pueden haber sucedido a lo largo de la historia. Plotino, a pesar de su época,
estaba envuelto por una atmósfera de serenidad y misticismo en toda su obra.

Lo que se sabe acerca de la vida de Plotino se lo debemos principalmente a su discípulo


Porfirio. Este cuenta que Plotino nació en Licópolis, en Egipto, y que a los veintiocho años viajó
a la ciudad de Alejandría, el foco cultural del momento, la capital de las ciencias, las artes y la
filosofía. Al parecer, Plotino se puso a estudiar con los maestros más prestigiosos de Alejandría
pero ninguno le satisfacía, hasta que un amigo suyo lo llevó a la clase de Amonio Saccas, y
cuando Plotino le oyó hablar, dijo: “¡Este es el que yo buscaba!”, y se quedó con él once años
completos. Amonio Saccas era un extraño personaje que se ganaba su sustento cargando
bultos en el puerto de Alejandría y después enseñaba a un pequeño círculo de discípulos. Su
escuela era de naturaleza ecléctica, buscaba la verdad conciliando las diversas disciplinas y
corrientes de pensamiento y creencias.
Finalizado su aprendizaje, Plotino se unió a una expedición del emperador Gordiano III a
Persia, con el fin de adquirir conocimientos de la filosofía persa y de la India. Pero Gordiano
fue asesinado en Mesopotamia. Plotino logró escapar y se dirigió a Roma, donde fundó su
propia escuela de filosofía. Las personalidades más destacadas de Roma, incluyendo al
emperador Galieno y su esposa, así como hombres y mujeres humildes, asistían a las clases de
Plotino y acudían a él para pedirle consejo. Incluso muchas familias le confiaron la educación
de sus hijos y el cuidado de sus fortunas.

Entre sus discípulos destacaron Amelio y Porfirio. Al momento de conocer a Porfirio, Plotino
tenía escritos veintiún tratados, y a instancias de Amelio y Porfirio llegó a escribir cincuenta y
cuatro, que se agruparon en seis libros de nueve tratados cada uno: las Enéadas.

Porfirio describe a su maestro como un hombre dotado de una poderosa inteligencia y gran
capacidad de concentración: cuando iba a escribir un tratado, primero lo elaboraba todo
mentalmente (de principio a fin) y luego lo escribía en el papel como si estuviera copiando
directamente de un libro, sin repasar lo escrito. Usaba un lenguaje sencillo, coloquial en sus
clases, y era una persona con una gran bondad.

Después de un intento fallido de levantar una ciudad regida por sabios, y de una enfermedad
que le obligó a retirase a una casa de campo, murió sobre el año 269 ó 270.

A Plotino se le considera el máximo exponente de lo que se conoce como el neoplatonismo.


¿Qué es el neoplatonismo? Es una corriente o movimiento filosófico que se va a caracterizar
fundamentalmente por un gran sincretismo, es decir, reúne el pensamiento griego clásico
(principalmente Platón, Aristóteles, los estoicos, los pitagóricos) junto con las doctrinas
místicas hindúes y la magia egipcia. Sin embargo, no se trata de una simple reunión de
elementos ni de una mera reproducción de las ideas de Platón, sino de una verdadera síntesis.

Para poder comprender la filosofía de Plotino, se necesita la capacidad de abstracción y de


reflexión, de salirse de lo cotidiano, de dejar fuera por un momento los problemas, las
preocupaciones diarias y dejarse guiar por la razón y la intuición.

Plotino llama al principio generador de todas las cosas, lo “Uno”. Lo Uno es lo primero, lo
absoluto, el satwa para los orientales, que no está dividido y que lo es todo en sí mismo. De lo
Uno emana una tríada, que curiosamente nos vamos a encontrar en todas las religiones (Osiris,
Isis y Horus en Egipto; Padre, Hijo y Espíritu Santo en el cristianismo), que él llama: el Ser, la
Inteligencia y la Creación o Alma del Mundo. Para describir cómo ocurre este proceso de
emanación, Plotino utiliza algunas metáforas. Él nos dice que de lo Uno emana todo lo demás
por sobreabundancia. Insta a que imaginemos el sol, que por sobreabundancia emite sus rayos
sin dejar de ser sol, o una fuente de agua de la que fluye el agua sin dejar de ser, por ello,
fuente.

De lo Uno deviene el Ser, y de este, la Inteligencia, que mira hacia lo Uno, pero como no puede
participar de esa unidad, despliega sus cualidades en ideas y ve justicia, belleza, armonía. Es
decir, que es el mundo de las ideas, de los arquetipos de Platón. De ese mundo inteligible
procede el Alma del Mundo o Creación. Y aquí aparece el hombre, que viene de ese mundo de
lo inteligible, pero que ha caído en la materia. Decía Plotino que la materia, en su pluralidad,
recibe a las almas y las envuelve, las aprisiona y hace que olviden su origen. Cuando el alma en
contacto con el mundo corporal se ve absorbida por las necesidades, problemas, pasiones y
sensaciones de este mundo físico, se dispersa y se aleja de su origen.

La misión del alma es entonces liberarse de la materia, huir de ella. Así, del mismo modo en
que nos habla de un procedimiento o movimiento natural de emanación desde lo Uno, Plotino
nos dice que hay un movimiento ascendente hacia el alma, del alma a la Inteligencia, y de lo
inteligible a lo Uno.

Sobre la Belleza (tratado 6 de la Enéada 1)


Comienza diciendo que los seres humanos percibimos lo bello casi siempre con la vista,
aunque también lo hacemos con el oído, es decir, que podemos percibir la belleza a través de
los sentidos. Estamos acostumbrados a hablar de un rostro bello, o un bello paisaje, o de una
melodía bella. Mas, yendo un poco más lejos, a un nivel superior percibimos la belleza en
hábitos, acciones, caracteres, ciencias y virtudes bellas. Pero, yendo más lejos todavía, Plotino
se pregunta si hay otra belleza superior a estas y que constituya acaso la fuente de ellas. Es
decir, que por encima de todos los grados de la belleza existe el arquetipo de lo Bello, la fuente
inagotable de todas esas bellezas menores.

Vamos a partir con Plotino de la belleza corpórea, o sea, de la belleza en las formas sensibles,
para ir ascendiendo como por una especie de escalera por los distintos grados de belleza. De
una primera reflexión, observamos que un mismo cuerpo a veces parece bello y otras veces
no, de tal manera que pareciera que los cuerpos son una cosa distinta de la belleza. Es decir,
que el cuerpo participa en mayor o menor medida de la belleza pero la belleza no está en la
materia sino más allá. Plotino dice, y es una idea que toma de Platón y que después se retoma
también en el Renacimiento, que la belleza no está en los cuerpos, sino que es algo que se
posa en ellos, siendo un objeto bello aquel que de alguna forma ha logrado atrapar la belleza.

¿En qué consiste, pues, esa belleza presente en los cuerpos? Cuenta Plotino que, al contrario
de lo que se suele pensar, no es la simetría o la proporción de los cuerpos lo que les aporta
belleza; hay muchas cosas que son simétricas pero no por ello son bellas. Según Plotino, las
cosas de este mundo son bellas en cuanto participan de la idea, del arquetipo, del modelo de
Belleza. Las cosas serán más o menos bellas en cuanto se acerquen más o menos
perfectamente a ese modelo de Belleza. Lo feo sería todo aquello que no participa de una
idea, de una razón, o lo que está muy alejado de esa idea, que no siguió el modelo arquetípico.
Nos dice además que es el alma la que es capaz de reconocer todas las bellezas, incluso la
belleza de los cuerpos. El alma, cuando ve algo bello, se siente atraída por ello, lo acoge, lo
integra a sí misma; en cambio, si tropieza con lo feo, se aleja, reniega de ello porque no
sintoniza con ello. Y Plotino explica que esto nos ocurre porque el alma procede de una
esencia superior, y cuando ve cualquier cosa que se parece a ella, que es de su estirpe (como
cuando ve algo bello) o aunque sea una huella, una sombra, vibra en sintonía con eso, lo atrae
hacia sí y se acuerda de sí misma y de lo que le es propio. El alma, en función de lo despierta
que esté, es capaz de ver la idea que está oculta en las cosas sensibles bellas. Estas están
gobernadas por una medida numérica, no en cualquier proporción, sino en la que esté de
acuerdo con la acción dominadora de la idea.

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