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23/10/2019 Effy, biología y lenguaje - Revista Anfibia

Effy fue una performer del lenguaje: cuando le dijeron que ser “mujer” era menstruar, mostró que sin ovarios igual podía.
Y cuando le marcaron que el género estaba en la ropa, se cambió más de cuarenta prendas para mostrar que seguía
siendo ella. Effy disputó el capital simbólico de las palabras y habló desde el reino de las sirenas, a las que llamó
“criaturas míticas con las cuales fácilmente se podría asociar a las mujeres trans: mitad mujer, mitad monstruo. Una mujer
sin vagina. Femenina, pero para muchos, inexistente”. El primer aniversario del día en que Effy se quitó la vida, a los 25
años, es una buena excusa para hablar de lenguaje, género y biología. 
 
En 2010 hubo un debate político, mediático, por la Ley de Matrimonio igualitario y en el Senado se escuchó que la
palabra matrimonio significaba algo sagrado e inmodificable. Que en todo caso lo llamen unión civil si se quieren desviar
de orden. Hilda González de Duhalde, después de decir las frases “orden natural” y preguntar “¿por qué no aceptamos
el adulterio?” (y algo más coherente: “¿por qué no aceptamos la poligamia?”), se basó en falsas referencias y dijo que
“los países que se toman la libertad de declarar el matrimonio homosexual no tienen chicos para adoptar; nosotros sí. Y
ellos van a venir a llevarse a nuestros chicos. Cuidado, porque somos responsables de lo que aquí salga, de lo que aquí
suceda a partir de esta ley”. Todavía no vemos el apocalipsis anunciado, ni la masiva convocatoria en los registros civiles
para “llevarse a nuestros chicos”.
 

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La Ley de Identidad de Género en 2012 armó otro ejército de defensores de la lengua: ahora no aceptan que se llame
“hombre” a quien tenga vagina ni “mujer” a la que tenga pene. Incluso, a la persona que se haya operado para una
reasignación genital -con tetas, vagina o pene y mastectomía-, la “real academia de los biologicistas” no está dispuesta a
entregarle su dominio del lenguaje, basado en su interpretación recortada de la ciencia.
 
Con leyes y organismos antidiscriminación instalados, en 2014 el showman Jorge Lanata una vez más atacó con la teoría
biologicista. “Flor de la V dice soy mujer, soy madre. En todo caso ‘sos padre’”, dijo en la edición de “Lanata sin filtro” del
12 de agosto. Después de ver a Florencia Trinidad llorando con su documento en mano (que dice “mujer”), Lanata fue
denunciado en la Defensoría del Público y debió dedicar unos minutos de su programa para publicitar spots de Identidad
de Género. De todas formas, dijo que no se arrepentía, que a él no le iban a decir qué era qué: “Si digo que soy
Napoleón me tienen que tratar como tal”. No, Lanata.
 
El lenguaje como performance
 
Hablar un lenguaje es una forma de conducta gobernada por reglas, y si es así, tiene características formales que
admiten un estudio independiente. El filósofo del lenguaje Austin (Cómo hacer cosas con palabras), plantea que los
enunciados performativos son esos que no se limitan a describir un hecho, sino que por el mismo hecho de ser
expresados lo realizan. Algunos enunciados performativos necesitan que sus protagonistas cumplan con lo que Austin
llama “criterios de autenticidad”. Para que la expresión “te bautizo” pueda ser performativa (o sea transforme a la persona
que es bautizada en miembro de la comunidad religiosa en la que ese acto tiene un sentido), es necesario que quién la
pronuncie sea sacerdote y el destinatario una persona ajena a dicha comunidad. Sin esta condición, esa frase dicha
mientras se derrama un vaso de agua encima de una persona quedaría sin su carácter performativo, entraría una vez más
en otra categoría de enunciados.
 

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La teoría de los actos de habla propone que los enunciados lingüísticos no solamente significan sino que también
funcionan como acciones: al momento del diálogo ya sea oral o escrito, la intencionalidad del hablante dependerá del
contexto de situación comunicativa.
 
Si estamos de acuerdo que la realidad es una construcción del lenguaje -y el lenguaje es entendido como un sistema
performativo-, pensemos otra vez a Effy. En el período que abarcó desde la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario
hasta la Ley de Identidad de Género, Effy expresó de manera artística su controversia con las construcciones lingüísticas
que la ponían “de hecho” en un lugar donde no quería estar.
 
Effy estudiaba en el Instituto Universitario Nacional de Artes y no construyó su obra desde un limbo solitario: tenía
referentes y guías artísticos. En septiembre de 2010 entró al baño de mujeres del IUNA con el torso desnudo y la
espalda tatuada en fibrón, con los nombres de sus inspiraciones: Valie Export, Judy Chicago, Abramóvic y Meret
Oppenhein, entre otras. Effy lo tituló “Una nueva artista necesita usar el baño”, y lo hizo al cumplirse un año del inicio de
su tratamiento hormonal con estrógenos.
 

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“Siendo yo mujer transexual y artista conceptual he pensado en una manera de hacer una presentación digna de mi
persona que me reafirme en estos aspectos de mi identidad. Las mujeres transexuales aún estamos invisibilizadas como
mujeres ante la cultura donde aún rige el pensamiento machista y falocéntrico. Creo que el arte tiene el poder de incluir y
problematizar cuestiones de género y conceptos relacionados al cuerpo y la realidad. Todos los elementos de la
fotografía, incluida la frase, son una sutil crítica a preguntarse ¿qué son las necesidades de las mujeres (artistas y/o
transexuales)?, ¿con quién se construye la identidad propia? y ¿desde dónde se construye el reconocimiento propio
como mujer y como artista?”, dijo.
 
En diciembre 2010 Effy presentó un foto-registro-performance llamado “Mi ropa no es mi sexo” en el que posó con 40
combinaciones de prendas diferentes como un anti homenaje a Cindy Sherman, una artista estadounidense que en 1977
presentó la serie “Fotogramas Sin Título”, en la que monta una escena que remite visual y narrativamente al cine de los
’40 y los ’50. Según Effy, “Sherman recuperó los modelos cinematográficos de representación de la mujer, para ofrecer
una lectura, a través de sus autorretratos, en torno a la condición femenina en el mundo contemporáneo”.
 
Las discusiones de Effy con el lenguaje siguieron una y otra vez. Por ejemplo en su puesta “Mi disfraz”,  disputó con la
ropa socialmente relacionada con lo masculino que usaba para ir a trabajar, estudiar y  presentarse en sociedad. La
exhibió sobre una silla como un ready made que todo lo resignificaba con una frase: “Mi disfraz”. “Existen mujeres
transexuales que viven su transición en el trabajo, y también otras que deben disfrazarse de hombre para continuar con
su tarea”, dijo.
 
También expresó su disyuntiva con que cierto uso del lenguaje relacione “de hecho” el sexo biológico –y sus funciones-
con el género. En su proyecto “Nunca serás mujer” (donde se extrajo medio litro de sangre y simuló  menstruaciones)
mostró que sin ovarios y sin DNI podía performatizar una función propia de la biología de las hembras.
 
En abril de 2012 todavía no se había sancionado la Ley de Identidad de Género y Effy había conseguido que en su
pasaporte israelí dijera Elizabeth, pero no lograba conseguirlo en su documento argentino, por lo que se estaba
asesorando para obtenerlo vía judicial. A dos años de iniciado su tratamiento de reasignación hormonal presentó 
“Proyecto Visible”. Según ella, cuando comenzó a hormonizarse varios amigos y familiares dejaron de hablarle o verla.
“Aunque no creo que hayan dejado de verme sino que en realidad nunca me vieron directamente, dijo.
 

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Effy acompañó “Proyecto visible” con un texto: “Soy invisibilizada tanto por gente que quiero como por un país del cual
me siento parte, pero al cumplirse dos años de iniciado este compromiso con mi cuerpo y mi identidad, no quise
enfocarme en quienes no me ven sino en los otros, en aquellos amigos y familiares que se quedaron y procesaron lo
mismo que yo tuve que procesar, y gente nueva que fui conociendo y me ve, realmente me ve, y fotografiar a cada una de
estas personas que me hacen visible, haciéndome visible a través de ellos. Las fotos fueron tomadas en la oscuridad y
quienes me hicieron visibles nunca pudieron verse hasta el momento de revelar las fotos”.
 
Durante tres días consecutivos abrió las puertas de su casa (“para todo aquel que dice verme y quiere hacerme visible”)
y una vez adentro avisaba que tomaría tres fotografías individuales en el baño a oscuras. Hacía ingresar uno por uno al
espacio con los ojos cerrados y mientras les ponía una peluca, los maquillaba y los vestía con su ropa, compartía una y
otra vez un relato sobre su visibilidad.
 
El viaje de las palabras
 
La performance del lenguaje es un viaje de ida que se puede empezar, para reducir una larga historia, con Nietzsche. A él
ya no le importaban los ideales platónicos donde una mesa acá era también una mesa en algún lugar del espacio. El
lenguaje para él es la fórmula para llegar a un objetivo: si tengo hambre y soy bebé grito o lloro. Si crecí y estoy en el
devenir de mi género me nombro como se me canta el deseo. “La verdad y mentira en sentido extramoral”. Dice
Nietzche: “Dividimos las cosas en géneros, caracterizamos el árbol como masculino y la planta como femenino: ¡qué
extrapolación tan arbitraria! ¡A qué altura volamos por encima del canon de la certeza! Hablamos de una “serpiente”: la
designación cubre solamente el hecho de retorcerse; podría, por tanto, atribuírsele también al gusano. ¡Qué arbitrariedad
en las delimitaciones! ¡Qué parcialidad en las preferencias, unas veces de una propiedad de una cosa, otras veces de
otra!”.
 
Hablar un lenguaje es tomar en parte una forma de conducta gobernada por reglas: dominar una lengua es la coherencia
en el uso de tales reglas, aunque de la disidencia con lo que ese lenguaje presupone también puede comunicarse. En la
construcción del género, por ejemplo, Foucault abre una puerta para plantear su significado desde la visión social y no
desde una perspectiva biologicista. Quien tiene derecho a un lenguaje para su género en la época victoriana aparece
como disputa. En “La historia de la sexualidad” dice: “Lo que no apunta a la procreación o está transfigurado por ella ya
no tiene sitio ni ley. No puede expresarse. Se encuentra a la vez expulsado, negado y reducido al silencio. No sólo no
existe sino que no debe existir y se lo hará desaparecer a la menor manifestación –Actos o palabras-”.
 
A partir del análisis de los enunciados y las posibilidades de nombrar lo que nos rodea aparecen preguntas de aquello
que no se nombra. Si la materialidad del cuerpo está demarcada en el discurso, esta demarcación producirá un ámbito
de “sexo” excluido y no legitimado. Porque la relación entre cultura y naturaleza supuesta por algunos modelos de
“construcción” del género implica una cultura o una acción de lo social que obra sobre una naturaleza. Judith Butler dice
que concebido de forma abstracta, el lenguaje alude a un sistema de signos abiertos mediante el cual se genera y se
rechaza de forma insistente la inteligibilidad. Butler invita a “replantearse la figura del cuerpo como mudo, anterior a la
cultura, en espera de significación”.
 
La performatividad de la que habla Butler es tomada, frotada y sacudida por Preciado, que discute con los territorios
asignados para el deseo en los cuerpos y propone ejercicios y juegos para estimular la contrasexualidad; que es “un
análisis crítico de la diferencia de género y de sexo, producto del contrato social heterocentrado, cuyas
performatividades normativas han sido inscritas en los cuerpos como verdades biológicas”.

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Los innombrables
 
Preciado dice sobre el perfomativo en el lenguaje que las expresiones aparentemente descriptivas “es una niña” o “es un
niño”, pronunciadas en el momento del nacimiento (o incluso en el momento de la visualización ecográfica del feto) no
son sino invocaciones performativas –más semejantes a expresiones contractuales pronunciadas en rituales sociales

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tales como el “sí, quiero” del matrimonio, que a enunciados descriptivos tales como “este cuerpo tiene dos piernas, dos
brazos y un rabo”.
 
Cuando a Mauro Cabral, Co-director de Gate – Global Action for Trans* Equality, le preguntaron qué reivindica cuando
dice ser un “activista intersex”, respondió: básicamente detener la práctica de cirugías que normalizan el cuerpo de niños
y niñas intersex: “La intersexualidad históricamente ha designado a todas esas personas que tienen un cuerpo que varía
respecto al promedio femenino o masculino. Antes se hablaba de hermafroditismo. Éste fue un lenguaje gonadal, es
decir, la identidad sexual se basaba en si había testículos u ovarios, la genética aún no se había descubierto, tampoco la
anestesia. Estas personas eran hombres o mujeres, aunque tuvieran cuerpos ambiguos, hasta que una vez muertos una
autopsia veía qué tenían dentro del cuerpo”.
 
Marlene Wayar, activista trans directora del Periodico el Teje, dijo en el Suplemento Soy (apenas sancionada la Ley de
Identidad de Género): Ok con el escalón cultural y el logro de articular entre organizaciones para conseguir el nuevo
derecho, pero planteó otra hipótesis: “Si muero y mi lápida coincide con los datos que hoy figuran en mi DNI, sería un
hombre y mi identidad estará vulnerada seriamente; si hago el cambio en mi DNI y tanto en mi lápida como en él figuran
los nuevos datos Marlene Wayar sexo femenino, estarían vulnerando mi identidad travesti (trans) de modo no menos
serio”.
 
Marlene después se pregunta:”¿Cuál es el problema con legitimar las categorías H y M? Que una identidad queda
finalmente cancelada, no existe lo travesti o trans. ¿Qué nos solicita esta ley? Que dejemos de ser eso que somos y que
debería ser reconocido como nuestra identidad. Si lo pasáramos a otras identidades colectivas, sería como si a las
personas afrodescendientes se les pidiera que maquillen su negritud para evitar el racismo o si personas judías tuvieran
que parecer cristianas y vivir de modo oculto su religión para no ser víctimas del antisemitismo”.
 
Las personas que se definen lesbianas tampoco tienen ganas de estar en los casilleros Hombre y Mujer, porque el
significado de lo que representan esas categorías las deja fuera. “Me identifico como lesbiana. No soy mujer, no entro
dentro de ninguna de las características que se supone componen a una mujer. Cada publicidad que supuestamente
involucra a ‘la mujer’ me es absolutamente ajena: sus vestidos, carteras, maquillajes, formas de hablar y gustos. Soy
lesbiana, me construyo día a día como tal, y desde que pude pensarme así me sentí en un lugar mucho más cómodo, feliz
y auténtico para conmigo. Ser lesbiana es escapar a todo lo que alguna vez se me impuso y entregarme a todas las
cosas que alguna vez de me negaron por ser de ‘marimacha’. Soy lesbiana y dentro de esa construcción soy chonga y
gorda”, dijo Mariana Spagnuolo de la agrupación de activistas lesbianas y bisexuales La Fulana.
 
El paradigma contemporáneo en el género es quién se impone en el lenguaje para nombrar los cuerpos y las identidades
más que unx mismx. Porque si el lenguaje es una performance y el género el resultado de la construcción performativa
que es comunicarse, ¿a quién afecta ser hombre o mujer,  lesbiana, transexual, bisexual, homosexual, intersexual o
travesti en su documento? Naturalmente al que no tiene la posibilidad, porque está en desventaja de derechos frente al
que sí la tiene y la tuvo históricamente.
 
¿Cuánto ata al devenir identitario tener que estar en uno de los casilleros?  En una de su últimas presentaciones públicas
en la Marcha del Orgullo 2013, con una sonda vesical conectada por una infección urinaria post reasignación genital,
Effy sostenía un cartel que decía “No existen dos géneros, existe solo uno: ¡el de cada cual!”. Las preguntas se
multiplican y se visiblizan tantas identidades como existencias ¿Será tiempo de salirse de las casillas del género?

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