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Mujer deseada,
mujer deseante
Las mujeres construyen su sexualidad
gedj~
Daniele Flaumenbaum es ginecóloga de la
Facultad de Medicina de París desde 1972.
Participa activamente en el movimiento de
emancipación de la mujer y aboga, en particular,
por la planificación familiar. Después de 12 años
de práctica de la ginecología, estudió medicina
china y la alquimia sexual taoísta y se convirtió
en acupunturista ginecóloga. Al mismo tiempo,
descubre el psicoanálisis generacional que hace
hincapié en la noción de patrimonio ancestral.
Estas nuevas herramientas van a transformar su
vida como mujer y su clínica. Desde 201 O es el
presidente de la asociación de Le Jardín d'Idées.
Daniele Flaumenbaum
Mujer deseada,
Inujer deseante
Colección
Psicología
Mujer deseada,
inujer deseante
Las mujeres construyen
su sexualidad
Daniele Flaumenbaum
Título dd original en frn nc s:
frrmnt' dé trét', {emmc de~irante
O Pa~·ot, 2006
ISBN: 978-84-9784-778-0
Depósito legal: B. 23804-2013
Impreso en España
Primed in Spain
PRÓLOGO
Arianna Bonato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
5
3. La barrera de fuego :
la · cnfern1cdadcs rccurTentes . . . . . . . . . . . . . . . 65
E11/en11cdad aguda, enfermedad recurrente . . . . . . . . 67
E11 búsqueda del origen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
El sexo e11 llamas, una sexualidad bloqueada . . . . . . 74
la n1edicina china ........................... 78
Desolidarizarse de la repetición ................. 79
Hacer el am or . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . BJ
Ense,iar al sexo su función de placer . . . . . . . . . . . . . 83
la vida nos habita ............. . .. . .. ..... ... 86
6 . El deseo 167
Una herencia social
y cu ltural particulamzente pesada 171
Prü nera ,nutac ión: las mujeres piensan ( 1945) 172
Segunda ,nutació n: la limitación
de los nac imientos ( /965) .. .... . . . ............ 172
Tercera mutac ión: la liberación sexual . . . . . . . . . . . . 174
Los avances de la parentalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . 176
Una .5exualidad demas iado ignorada aún . . . . . . . . . 177
El de.fieo : una fue rza que pennite el encuentro . . . . . . 178
Cuando el deseo está inhibido . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
Cu erpos no invaginados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 184
¿Córno superar la repetición transgeneracional? ... . 185
I I dt·.,co ,c.·.u,,d Jd hombre comien:.a en el sexo,
\ d d,· la 11w¡er, en d cora:.án, e11tre los pechos 190
La., niu¡ert'., v s11 deseo: «cabe:,as Jlota11tes» . . . . . . . . 192
Pero entottces, ¿qué es d deseo? . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
AGRADECIMIENTOS ........ ..... . .. .. . .. .. . 233
E::./ dt•seo exual Jd hombre comit!n-:.a en el sexo,
y el dt: la n1111er. en el cora:.ón, entre los pechos 190
La. 111111eres y su de eu: «cabe:.as f]otantes» . . . . . . . . 192
Pero entonces , ¿que es el deseo? 193
5
Prólogo
5
r n u m1 1 "r n nul'"t' as madre alrededor del
amor, del plc.,cer \ dd dolor e - la ba e obre la que
crcan10 la rcpre"l'nla ion de la mujer que somos.
Por e to Daniele dedica todo un capítulo a la cons-
tru ción xuada de la mujere del futuro, las niñas.
La gran aportación de esta ginecóloga a la me-
dicinad la mujere , a mi entender, la elevación
de la exualidad a una auténtica fuente de salud del
cuerpo del alma femenina, práctica vigorizante
que requiere un cuidado y una entrega que, si no ha
ido tra mitida, puede se aprendida. Cuando ahora
explico a mi pacientes que abrir su sexo, física y
energéticamente, al encuentro con el hombre puede
acti ar una alquimia que renueva nuestras fuerzas,
ademá de nue tros sentimientos y pensamientos,
do una información que autoriza lo que sus ma-
dre , a menudo, no pudieron autorizar: sentir deseo
placer.
La doctora Flaumenbaum nos anima a hablar
de exo, a poner en palabras nuestros sentimientos,
temores, fantasía , de eos y prejuicios. En los gru-
po de mujeres que coordina en Paris desde 2008 y
ahora en Barcelona, Daniele proporciona con in-
mensa generosidad gran lucidez intelectual su lec-
tura tran generacional energética del relato de
cada una, lectura que e nriquece y da sentido a las
vivencias de las demás.
Mujer deseada, mujer desean te es un libro que
ofrece respue tas a síntoma físicos y emocionales,
6
a bloqueos dl' la L·a pac ,Jad de disfr utar y de abrir
nuestro ·uerpo al ·nc tH.·n tro con el hon1brc. Sus pa-
labras gt.· ncran llllL'\·as pn.·gu ntas y abren puertas
para iniciar un can1ino creativo de reconstrucción
de nuestra idcn t idad fc n1enina. Por ello no puede
faltar en la li brería básica de las mujeres que aman
a los hon1bres y desean in1pulsar la relación con el
otro sexo hacia una etapa más madura y plena; de
los ginecólogos y las comadronas que creen que la
curación del n1ero sínton1a físico no es la solución
del problema, sino la punta de iceberg; de los tera-
peutas que abogan para una nueva psicología de las
mujeres dedicada, como dice la psicoanalista Cla-
rissa Pinkola Estés, a «recuperación de las bellas y
naturales formas psíquicas femeninas».
Arianna Bonato
7
Introducción
9
1 , tu te,~ d"'· 1ncdici11a n1c cuestan n1ucho .
•ln1~,s son n1u , ex igentes. o llego a in-
,, L. t" , rnasa de informació n , nu nca ten-
> dt· di . rirla. }{ ay que aber todo . Tengo
1 n lt.. dcj r d e lado mi vida. Me hago a l-
11
1 u n siendo una f ucntc <le incon1 -
n io v dran1a.
4\ u · t ion d · la sexualidad y ~u ple
1
De otro modo, . as niñas ~e 1 uirán . icndo ·o 1~
tru idas )gú n el modelo antiguo en t,l 1u · t I hie
ne tar ial . familiar quería no olo 4Ul' no s ·
mo trara nada, no · dij ~ra ni ·xpre ar ..t tl , l la d
e a ' ualidad de placer, ~ino que, adl'nuis, é ta
tenía que ·cr prohibida. Sin embargo, e ·e 1nl1ti~
mo y e a incoher n ia d e la e ·pre ión de "• blo-
quean la pontaneidad. Son la raíz d la insali -
fac i n, el miedo, la angu ·t ia y la vcrgLien1.a d ~
convertir e en mujer. Una niña i mpre accede a
su vida d e mujer con el equipaje que hereda de su
familia.
A mí misma se me había prometido que me
convertiría en una madre feliz, que podría ejercer
una profesión independiente, pero nunca e me
dijo que podría ser una mujer sexuada. El sexo, su
magia y u fuerza, no tenía existencia alguna en mi
familia. No formaban parte de las cosas que había
que transmitir. Mi sexo no existía o, má bien, al
estar incluido en mi morfología, permanecía como
un enigma. No tenía nombre, y yo desconocía las
reglas de su funcionamiento.
En efecto, para una mujer, hacer el amor no es
sólo darse y abandonarse al hombre amado, sino
también saber acogerlo y recibirlo en ella, en u
mente y su corazón, y también en su exo. E un
verdadero viaje que conduce, a quiene les intere-
sa, al descubrimiento de una expansión de í y d el
otro. Para Adriano, héroe de Marguerite Yourcc-
nar, esa aventura va del amor de un cuerpo al amor
13
de una pcrsona. 2 Para otn , s ·rá del an1or de una
persona al a1nor de un cuerpo.
La exualidad el privilegio de la ~daJ adulta
que e descubre a partir d la ac.lolcst.cncia , qut:
e,oluciona a n1edida qu ·e de ·arrolla la , i<la )
que nece ita adaptarse a cada cambio de <.:1c1o.
Qui n dice viaje dice partida y eparacion de lo co-
nocido, para abrirse a Jo desconocido. En la cxua-
lidad, el entorno cambia y da lugar a nuevos pai~a-
jes, otros ambientes con colores, aromas, músicas
y lenguas diferentes. Se trata de tomarse el tiempo
de apreciar e integrar todos e os esplendores para
hacerse más fuerte, más rico y cada vez más uno
mismo. Así pues, el placer de ese viaje se vuelve
más beneficioso porque está integrado a la vida.
Pero el placer no podrá nacer y er apreciado si no
se conocen sus retos y sus códigos. Sin ello, se co-
rre el riesgo de no sentir la maravilla, de no saber
ubicarse, o de paralizarse de miedo ante esa nove-
dad. Se corre el riesgo también, y es lo que suele
ocurrir, de no emprender nunca el viaje.
Decir «sí» a la integración que es la sexualidad
en toda vida es decir «sí» a ese viaje y a sus descu-
brimientos. Mi vida de mujer y mi experiencia
como ginecóloga me han mostrado que una gran
mayoria de las mujeres no e tán construidas para
2
Marguerite Yourcenar, Mén1oires d 'Hadrien, Parí , Gallimard,
coll. Folio, 1977. (Ha traducción ca tellana: Memoria de
Adriano , Planeta, trad. Julio Cortázar, varia edi iones.)
14
J IUJI 111 e
t r 1.1
1
i · n II lu ,
pr 1 11 1 .. n t J d · ti
nt, 1-
t ~1 1 1, < dl· e t-.tt prohibido.
pt do que las n1u1 ·res,
ialn1t ntl· ·
h lrnhr . pu d ·n vh ir su . . uali-
in ·n ba 'º· si u n in ab ·r on cbirla con
una din mi a d l >ec. >n 1 ·nt n , p ro de mane-
t t lm nt in ,,_ •. lo, d lores y la enf rmeda-
d q u tradu en lo d an1 s her dad d la m u-
d milic. 1 u pan el lugar de
. nI nta del iglo pasa-
n 195 p r 100 de la mu-
J r ifra reflejaba abso-
Jutam p . Ho en día, dina
qu n infe ri r a un . . . 5 p r I OO.
La ma otia d l muj Ji reen estar abiertas
a l amor del cu rpo d I otro d l propio, pero, como
rem o , tán cerradas no lo aben. Esa cerrazón
invi ible no e i nt . Por cierto, e as mujere
ti n n el d e eo de emprender el viaje de la exuali-
d d , ' U ñan con 1, pero e tán paralizada por una
du i n xual cargada de ignorancia y prohibi-
io n , e quedan en el umbral o en el vestíbulo,
ra ndo r «embarcada », creadas o iniciadas.
La ualidad e arraiga en no otro , en el cli-
m moci nal afectivo de la familia que nos aco-
15
g . La manera en que é ·ta · >n:id ~ra la ~ ·xualida<l,
la idea que ta tiene de e lla ., el lugar qu · 1• asigna
en la vida, modela liter alm nte nue tro coi npo1 ta-
miento i nta la ba e de nu tra manera de e< -
rnunicarno con lo demás. E lo que forma nues-
tra « primera e tructura ión » , lo que rea nue tro
zócalo condiciona lo que Fran~oi e Dolto llama
nue tra « eguridad básica». 3
Sin embargo, esas mujeres, sin aberlo, siguen
estando prisioneras del miedo y las prohibiciones
donde estaban encerradas sus madres, tías y abuelas.
Al haberse construido en la identificación con esas
mujeres, están fabricadas como ellas. Las madres no
podrían liberarlas de ese encierro, pues ellas también
estaban cerradas. Como su madres siguen siendo
«niñas», ellas también siguen siendo «niñas».
Insatisfacción, frustración consciente o incons-
ciente, tristeza, cansancio, mal humor, ira: los
hombres y las mujeres no saben hablarse ni tomar-
se el tiempo de escucharse, y siempre es culpa del
otro. Sin tomar distancia, sin poder pensar las di-
ferencias de funcionamiento de hombres y muje-
res, cada cual se aísla, se encierra en su caparazón:
las mujeres tienden a encerrarse como o tras; los
hombres, a esconderse como caracoles.
La noción de acogida y recepción es la esencia
misma del movimiento de la feminidad, su deseo-
16
n imit'nt _, lin1ll .. l \ dt·~ 1..1 lc 1 1 la 1
uentrn croti o. 1 I \:'\. il 11 1,, t IL'l /.t <.
otro dentr de u llll'.Il) >, \.~ht1 un, 1 • d
arse, r g~nc1-:.u t.:~ s'-·nrir e pi ·no. 111 ·rnh.u
e n~uentro de lo.· uc rpo n< t: s un t 1 1 u ·n
tre la fu rL . Íctncninas v ma culina . l: una '11
quimia qu p tencia ~sas fuerzas y p ·1 rnitc a Lada
uno aprov charlo que no tiene, lo que realiza una
upera ión de í. E e pa o a otra dimensión dl· l
realidad no hace ere er, en la medida en que nos
hace encontrar nuevamente tocar el misterio de
la vida. En e e momento, la ·exualidad alcanza Jo
agrado.
La generación de nue tra madres no podía
tran mitir a exuaJidad de placer, a que la igno-
raba. La mía promovió un « todo e po ible», dio
permi ividad, pero no podía tran mitir lo que no
sabía vivir. La generación de las mujeres de ho
debe aceptar que no está construida para poder vi-
virla reconocer, entonces, que es necesario un
aprendizaje.
Mi vida de mujer me ha permitido descubrir que
no e taba mejor construida que las paciente
que atendía. Al igual que ellas, me identificaba con
el modelo antiguo. Necesité años para entender,
aceptar e integrar en todo mi ser que no me com-
portaba como «mujer», aun cuando ya era madre: la
conmoción fue difícil de aceptar.
Tenía unos cuarenta años, el hombre que yo
amaba, que era el padre de mis hijos, al que yo apo-
17
aba en sus iniciativa - respetaba, 1nL· <lccía, in-
can ablementc, que no tenía « n1ujcr».
Yo no entendía nada. Él no -abía decirme mús,
pero o no podía comprender más. En el tran~cur-
o de una noche de amor, durante la cual él puso
toda su pasión, me ab1i como nunca ante lo había
hecho. De repente, entí la invasión dentro de mi
cuerpo de u energía que me atravesaba: lo había
acogido. No podría volver, me sentía nueva, era
otra, había cambiado. Era eso, entonces, el goce
del que él me hablaba y yo no comprendía ...
A partir de que se produjo esa apertura sexual,
mi vida ya no fue la misma. Ya no vi el mundo de la
misma manera, una puerta se había abierto, una
cortina se había levantado. Llegaba a un planeta
donde todo era más amplio, y ese nuevo nacimien-
to en mí me daba expansión, envergadura. No sólo
me desplegaba y me erigía como si hubiera vivido
antes en una casa de muñecas, sino que también
me aliviaba, me deshacía de todo lo que me ataba
al pasado, lo que frenaba mi espontaneidad. Me
hacía más flexible y más densa al mismo tiempo,
ya que recibía fuerzas nuevas. Hacer el amor se
convertía en la capacidad de acoger y recibir en mí
las fuerzas del hombre que amaba. Descubría el va-
lor de su sexo y le hacía sentir su potencia, lo con-
firmaba como hombre. Hasta entonces, o podía
darle pruebas de mi amor, m ediante la entrega, el
apoyo y la atención. Podía darme a él, quedándo-
me «en la superficie». Lo tenía «en la piel», el cora-
18
zón , el e~píri tu . pl'ro no "iahía 4 t1 L" tcn1a la" L ..tp ..1( 1-
dades dl' acogL'rlo v rL·c i hirlo ~t'\ ua lr11t·11 te e 11 rn J
Esa sexual idad rt'vitali1.a<lora S L' ·on, u110 en
tonces en pa11e <le rn i ,·ida. Con1prcndí 4ul', pa1 a
hacerla \'Í\'Ír, tendiía que dedicarle ticn1po, ap rl' n-
der a prepararme y estar disponible para el en-
cuentro con el otro. Estaba estupefacta por la vlla-
lidad que esa nuc\'a vida me daba, y me parecía
increíble no haber accedido a ella antes. No era de-
sagradable, ni vulgar, ni complicada. Por el contra-
rio, era de una simpleza desconcertante. Todas las
ineptitudes, las locuras, las maldades de mi educa-
ción habían hecho que una parte de mí se llamara
«partes pudendas»; pero éstas se habían vuelto
honrosas y había que honrarlas. Perdí mi cinturón
de castidad, sin saber que había tenido uno. Mi
sexo formaba parte de mi vida. Me sentía plena,
simplemente normal.
Es cierto que la sexualidad es una de las activi-
dades humanas más difíciles de vivir, pues implica
que la parte más íntima de uno se ponga en con-
tacto con lo íntimo del otro. El inicio de esa comu-
nicación no es mágico. Exige mucho trabajo de
transformación de cada cual, que hay que efectuar
seriamente para que el encuentro pueda producir-
se y evolucionar.
19
---
1
Amamos a los hombres como
amamos a nuestras madres
•
23
cuando él me penetraba. Lo que yo sentía era la
P roducción del modelo de ternura de mis relac10- ~e-
nes con mi madre».
Aquí reside la trampa, la dificultad y los malen-
tendidos del amor. Nos reconecta fuertemente con
las emociones, los sentimientos y las calidades del
lazo afectivo de nuestra primera historia de amor, la
que, como niños y niñas, todos tuvimos con nuestra
madre. Ese lazo puede ser tan poderoso que impide
tener acceso a la diferencia sexual del hombre ama-
do. En ese caso, la fuerza del vínculo del amor nos
hace confundir el amor por el hombre que amamos
con el amor que nos vincula a la propia madre. En
la medida en que una ame al hombre como ama a la
propia madre, la mujer que una llega a ser no es se-
xuada. Así, las mujeres pueden amar a los hombres
sin amar sus sexos. Los aman, pero no tienen deseo
alguno de ser penetradas.
24
completo en el espacio psíquico, geográfico y ener-
gético de nuestra madre es lo que reproducimos a
través de la entrega y el abandono al hombre ama-
do. Apenas un hombre se convierte en nuestro
«todo», apenas nos comprometemos a compartir
la vida porque estamos íntimamente felices de ha-
berlo encontrado a él, revivimos la época en que no
estábamos separadas de nuestra madre. La rela-
ción carnal remite obligatoriamente a esa situa-
ción. 1 Tenemos el recuerdo de ella, su impronta. El
amor es la repetición de esa experiencia afectiva
que todo niño desde su concepción tuvo con su
madre, una relación de dependencia total. En el
amor, volvemos a «contactar» con esa situación
que nos ha permitido la vida. La madre tenía la res-
ponsabilidad de asistirnos, llevarnos, alimentarnos
y satisfacer todas nuestras necesidades vitales. Ese
hombre que amamos toma en nosotras el lugar que
ocupaba nuestra madre. Por ello, nos volvemos to-
talmente dependientes de él.
25
derse, ya que, en ese período de la vida, la cornun¡.
cación en el niño se hace de forma telepática.2 s·
esa simbiosis se reproduce
.
de forma
.
idéntica y ocu~
pa todo el lugar, la muJer ya no tiene necesidad de
sentirse confrontada con el deseo de ser apoyada 0
el placer de apoyar a un hombre. Como bien cuen-
ta Thérese, se funde totalmente en el hombre que
ama para reencontrar la felicidad de la fusión
que había conocido con su madre, y permanece así
en el espacio de lo mismo y lo similar.
Poder darse totalmente al hombre que una
ama, abandonarse a él, es recordar el lugar donde
se halla la confianza total del bebé que se acurru-
ca en su madre. Pero de esa forma también se ani-
quila la diferencia de los sexos, al desear lo simi-
lar a uno. Desear, por ejemplo, que el hombre
amado nos comprenda y nos colme sin que tenga-
mos nada que decir hace referencia al período en
que la niña aún no hablaba con palabras. Ya se ex-
presaba en un «lenguaje» de entonaciones, llama-
das, mímicas, en gran parte calcadas de las de la
madre, lo que le permitía hacerse comprender. La
magia de ser comprendida sin necesidad de pala-
bras para decirlo y el placer que de ello deriva
proceden de esa época de la vida. Desear ser com-
2
Es el período de la díada madre-hijo en que el hijo se cons-
truye duplicando las estructuras ment~les de las personas qu~
se ocup~n de él. Es, a la vez: yo mi mamá, yo mi pap~,
h~rmanito, yo mi niñera. Véase, más adelante, las páginas
yo;~
ª
dicadas la construcción de la niña.
26
prendida por el hombre que una ama sin necesi-
dad de expresarse con palabras consiste, pues, en
entregarse a él, pedirle que nos comprenda como
una madre.
«¡Pero no estoy en tu cabeza! Me pides la luna
sin nombrarla, y yo soy un sol», grita un hombre a
su amada, en una rencilla de enamorados.
En la vida de a dos, los amantes recrean un es-
pacio común que reinterpreta el dúo gracias al
cual se construyeron. Si entonces la relación se-
xual no es reconocida como un viaje que conduce
más allá del abrazo vivido con la propia madre,
hombres y mujeres se quedan en la ternura. Se
abrigan el cuerpo, el corazón, y apaciguan el espí-
ritu sin comprender por qué el sexo no ha llevado
a la danza. Se aman, pero no saben que no han sa-
lido del modo de funcionamiento del niño. Están
felices de estar juntos, se abandonan uno a otro,
pero, al no saber recrear o reparar el abrazo vivido
con la madre, se encierran en la simbiosis y no es-
tán en la construcción dinámica de su condición
de adultos.
El hecho de entablar sólo lazos de amor y de
ternura con los hombres que amamos establece
obligatoriamente la dependencia. La inercia que de
ello deriva no sólo hace que la mujer pierda sus ini-
ciativas, sino que también genera una desaparición
de su deseo sexual de ser penetrada. Como la fle-
cha del tiempo se ha invertido, volvemos a la in-
fancia en un erotismo que puede ser libre, lúdico y
27
delicioso, pero que se queda eternamente en lasU-
perficie.
«Que pueda confundir a mi marido con mi Pa-
dre, yo, que no sé nada de psicoanálisis, me lo po-
dría haber imaginado. En todo caso, puedo imagi-
narlo. Pero que pueda confundir a mi marido con
mi madre, eso nunca lo habría pensado», me decía
una paciente.
Los conceptos del psicoanálisis que se expan-
den socialmente desde hace algunos años hacen
hincapié, sobre todo, en el hecho de que una mujer
va a buscar en su vida amorosa un hombre que se
parezca al padre que ha amado o al que le habría
gustado amar. Es totalmente cierto, pero concierne
al período de la vida de la niña que se inicia a los
tres años. Antes de ello, existe un período de cons-
trucción anterior a los tres primeros años de vida,
en que la niña se construye en el cuerpo a cuerpo
afectivo con la madre. Entonces los hombres que
elegiremos tenderán más a separamos de nuestras
madres que a asemejarse a nuestros padres. ¡Pero
eso no nos impedirá amarlos tanto como amamos
a nuestras madres!
28
jer me había dicho que la madre y la mujer no te-
nían los mismos pensamientos, ni las mismas sen-
saciones ni emociones. Para mí, la mujer y la madre
siempre habían sido lo mismo. Estaba convencida
de que una madre era necesariamente una mujer, o
más bien que llegaba a serlo, al convertirse en ma-
dre. Me decía que si nuestras madres no habían
sido felices en su vida de mujeres, era porque ha-
bían estado agobiadas por las tareas maternas.
Nunca había estado con mujeres que consideraran
la sexualidad como una fuerza de regeneración de
su dinámica personal. Esperaba, con confianza, la
expansión sexual de la mujer madre que era. Pen-
saba que tan sólo tenía que mejorar el sistema con
que me había educado, pero no sabía que tenía que
considerar las cosas de manera totalmente diferen-
te. En mi familia, la sexualidad no estaba prohibi-
da abiertamente, no existía. Sólo ahora descubro
que el placer sexual me hace bien, me da confian-
za, me hace existir y me propulsa».
Para Franc;oise, la sexualidad no estaba prohi-
bida, era desconocida en su dimensión adulta. La
falta de educación sexual no impide que se desen-
cadene una historia de amor, tampoco impide ha-
cer hijos. Si bien esa historia de amor provoca una
apertura del corazón, no abre automáticamente el
sexo. Abre a las caricias, los besos, la ternura. Pro-
voca sensaciones y emociones de confianza y deseo
de compartir, que son los mismos que experimenta
el niño cogido, lavado, cambiado y acariciado por
29
la madre. Por lo demás, se utilizan las mismas Pa-
labra de ternura: «mi corazón», «mi nene», «rni
bebé», «mi osito». Esas palabras nos hacen bien,
no tranquilizan, pero si nos quedamos allí, en lu-
gar d afirmamo en la edad a~ulta, tenemos una
r gr i n in damos cuenta y sin comprender por
qu la ualidad no forma parte de nuestra vida, 0
m bi n por qu no logramos vivirla verdadera-
m nte.
30
Lo que permite darse al otro, tanto a hombres
como a mujeres, es el hecho de haber tenido una
madre que prodigara amor y seguridad.
Así pues, no se ha de cuestionar ni excluir la ca-
lidad del amor incondicional, total, lleno de espe-
ranza. El amor de un hombre vuelve a poner en es-
cena la potencia del amor que uno ha tenido por
sus padres, y eso es lo que le da su intensidad. Lo
importante es darse cuenta de que el amor mater-
no no es suficiente para la realización personal en
la vida de adultos, ni para el buen funcionamiento
de la pareja. El amor adulto incluye la «vivencia»
del sexo; y se puede aprender a festejar el encuen-
tro de los sexos.
31
-
hombre amado va a propiciar otra confusión del
amor. La mujer que ama a su hombre como a su
madre también va a amarlo como a su hijo. Así
haya tenido una madre abusiva y entrometida, 0
una madre ausente y perdida, luego, tarde o tem-
prano, va a adoptar el modelo que le es familiar. Va
a volverse entrometida o, por el contrario, ausente ,
o más bien: ¡entrometida y ausente!
La gran trampa de lo maternal es saber todo
para el otro. Puede suceder que la mujer comience
a tratar al hombre amado como a un niño ( «No lle-
gues muy tarde, no cojas frío, presta atención»), o
que sepa cómo debe comportarse él. Así, sin saber-
lo, se comportó Corinne con su primer marido:
«Como sólo formábamos un cuerpo de a dos, pen-
saba que conocía su funcionamiento. Yo no lo ne-
cesitaba para saber lo que él necesitaba. Mi madre
se comportaba así con mi padre. Yo no había com-
prendido que esa actitud molestaba a mi padre y lo
hacía huir. Descubrí que yo era mucho más entro-
metida de lo que creía ser, yo que era tan dulce Y
respetuosa ... ».
En efecto, esos comportamientos invasivos
bloquean el deseo y hacen que los hombres se re-
traigan como caracoles. Los individuos no pue-
den desearse si no están separados. Uno puede
ser un sostén, un asistente, un consuelo para el
otro, forma parte del amor, pero ese amor debe
permitir a uno y a otro respirar y existir como de-
sean.
32
d
Confundir al hombre amado con la madre o
con un niño es lo mismo: el deseo sexual desapare-
ce. Para que la pareja se despliegue, se propulse _
madure, el hombre y la mujer necesitan apreciarse
en el valor de sus diferencias.
Pero no son las cualidades maternales de la
mujer las que ponen en peligro a la pareja; es la
manera en que invaden todo el espacio de la vida
común aniquilan la sexualidad. Lo maternal ne-
cesita ser dinamizado por lo femenino para poder
ser generoso.
«En mi familia », dice Corinne, «se ensa1zaba a
las madres y se respetaba a los padres, pero los
hombres las mujeres no existían. o se llegaba a
ser hombre o mujer. Los padres eran eternamente
hijas o hijos de sus padres, eran asexuados». En ese
ambiente, en que «todos eran todo para todos»,
¿cómo podria ubicarse la niña?
Al estar feliz por ser madre al darle un padre
feliz de serlo, la madre abre a la niña el acceso a su
futura maternidad. Al sentirse mujer feliz de ser-
lo, en el intercambio el placer sexual con el hom-
bre que ama, la madre permite a la hija dotarse de
un futuro de mujer que goza crea en su vida se-
xual.
El amor maternal no es sexuado. Por ello es ne-
cesario para el ruño. En cambio, como adultos, ne-
cesitamos considerar y hacer vivir nuestra anato-
mía para regenerarnos evolucionar. uestro sexo
es una fuente de vida cu a función es hacemos
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Me tomó mucho tiempo comprenderlo, Pero
cuando una enfermedad resiste a todas las forni
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de medicamentos y vue1ve peno icamente, hay
que recurrir a otros conceptos de la enfermedad
de la cura: no considerar la enfermedad como u!
enemigo que combatir, sino como una enseñanza
que señala que se debe retomar la conducción de la
propia vida.
La medicina china
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lo piensan, mi paciente piensa que es bueno Para
su vida hacer el amor con el hombre que ama, Pero
ese valor no se ha inscrito en las células de su sex
Éste sigue encerrado en su «matriz original». º·
Hasta los años ochenta del siglo pasado, el psi-
coanálisis fue la única herramienta que encontré
para ampliar mis capacidades de curar a los demás
y curarme a mí misma. Sin poder ignorar la influen-
cia del psiquismo en nuestra salud y nuestras con-
ductas, intenté situar la eclosión de la enfermedad
en la vida y la historia de las mujeres que me con-
sultaban. Las enfermedades son señales que expre-
san algo que ignoramos y que nos concierne. Busca-
ba, entonces, el acontecimiento particular, reciente
o pasado, que había desestabilizado a tal o cual mu-
jer, hasta el punto de volverla enferma y frágil. ¿Se
trataba de una noticia que la alteraba, un cambio de
vida, un matrimonio, una mudanza, la visita de un
familiar, un nuevo encuentro, un duelo, una contra-
riedad, un cumpleaños, o el nacimiento de un hijo?
El psicoanálisis contemporáneo que he adopta-
do es el de Fran~oise Dolto, que estudió el desarro-
llo preverbal del niño, tomando en cuenta la heren-
cia ancestral de la persona y recuperando el hecho de
que el bebé es un sujeto deseante completo, desde 5ti
concepción. Los padres o los tutores no sólo tienen el
derecho, sino también el deber de transmitirle la
verdad de su historia, que le es propia, así corno
la de su familia y sus ancestros. De todo ello de-
penderá la salud psicoafectiva.
84
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Este período es, sobre todo, e1 e las preguntas
y los porqués. Es la edad en .que la niña construye
sus propios valores. Es, pues_, desestructurante no
responderle. Se le puede decir que no_ se sabe, que
nunca pensó en ello, que va a buscar información,
0 que puede preguntar a otra persona más cualifi-
cada. Nadie está obligado a saberlo todo, pero con-
viene no simular ni eludir. Nunca hay que dejar al
niño sin respuestas.
Si dos adultos que la niña aprecia, sus tíos, sus
tías, amigos o sus padres, no tienen la misma opi-
nión, es mejor que no discutan, pues ello la ayuda
a pensar por sí misma. Simular no haber oído para
eludir la pregunta, como suelen hacer los adultos,
es tanto más incoherente porque la incoherencia
de los padres se transmite al niño y, a su vez, hace
que se vuelva incoherente.
El período de las preguntas es transitorio. Por
lo general, no se prolonga más allá de los seis o sie-
te años de edad, cuando la niña debe haber enten-
dido que no vivirá toda su vida ni con su madre ni
c?n su padre. Entonces, se autoriza a tener «no-
vios», «enamorados», o «preferidos» sin sentirse
cul
É pable Y sin · oponer a ello el amor de' sus padres,
~tos deben ser, entonces, tan consentidores corno
d1scretos.
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deseado en un proyecto consciente es el fruto del
encuentro de dos inconscientes, pero no de dos
personas. Ese niño corre el riesgo de sufrir un pro-
blema de anclaje. En efecto, esa falta de reconoci-
miento arcaica puede impedirle encontrar una es-
tabilidad interior para construir su identidad
social y su identidad sexuada.
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