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º 77 JULIO-SEPTIEMBRE 2012 12
ALTAMIRA,
UN LEGADO DEL PALEOLÍTICO ESPAÑOL
Por Antonia María Muñoz & José Antonio Molero
ituada en una colina próxima a la villa de Santillana del Mar, en Cantabria (España), la Cueva de Altamira
S ha preservado en sus entrañas hasta nuestros días uno de los ciclos pictóricos más importantes de la
Prehistoria de la Humanidad no solo de la península Ibérica sino de Europa occidental. Al comienzo de su
hallazgo, su autenticidad histórica hubo de tropezar con el tenaz escepticismo de algunos expertos, pero una vez
fue reconocida mundialmente, su contribución al conocimiento de las manifestaciones artísticas de aquellos
hombres antiguos ha sido tan relevante que le ha merecido con razón el apelativo de «Capilla Sixtina» del arte
rupestre cuaternario. Los estudios arqueológicos llevados a cabo hasta ahora de las pinturas y grabados de la
cueva ubican su pertenencia a toda a esa extensa etapa de la cultura humana que se ha llamado Paleolítico
Superior, de manera principal a los períodos Solutrense (entre 16.500 y 14.000 años a. C.) y Magdaleniense (unos
18.000 años a. C.), aunque posteriores estudios con series de uranio remontan la antigüedad de algunas de sus
manifestaciones artísticas al Gravetiense (hace unos 30.000 años), e incluso a 35.600 años, a comienzos del
Auriñaciense. Contiene pinturas polícromas, negras, rojas y ocres, y grabados que representan figuras animales y
antropomorfas. Aunque los dibujos son abstractos y no figurativos, el estilo de gran parte de las obras se enmarca
en la denominada Escuela Franco-cantábrica», caracterizada por el realismo de las figuras representadas.
Descubrimiento
La Cueva de Altamira fue descubierta de forma casual en 1868. El
hallazgo lo llevó a cabo un cazador, llamado Modesto Cubillas, cuando
intentaba liberar a su perro, que había quedado atrapado entre las
grietas de unas rocas al perseguir a una pieza. En un principio se llamó
la «cueva de Juan Montero», nombre del aparcero de la finca en que se
hallaba la gruta.
En aquellos primeros momentos, la noticia del descubrimiento de
una cueva no tuvo la menor trascendencia entre los intelectuales y las
gentes de la zona. Es un terreno kárstico como aquel, caracterizado por
estar horadado de miles de grutas y cavernas de todo tamaño y
profundidad, la presencia de una más no supuso novedad alguna.
Sería por estas fechas cuando Marcelino Sanz de Sautuola, erudito
en Paleontología, hubo de tener directamente noticias de la existencia de
la cueva por boca del mismo Cubillas, amigo suyo. No obstante, Sanz de
Sautuola no la visitaría hasta 7 años después, en 1875. La recorrió en
su totalidad y reconoció algunos signos abstractos, como rayas negras Marcelino Sanz de Sautuola (1831-
repetidas, a las que no dio, en un principio, importancia alguna, 1888), aficionado a los estudios de
considerándolas obra casual de alguna persona. Cuatro años más tarde, Prehistoria, mostró desde pequeño su
interés en las Ciencias Naturales, la
en el verano de 1879, volvió Sautuola por segunda vez a Altamira. Tenía
Botánica y la Geología. En 1870 fue el
interés en excavar la entrada de la cueva a ver si podía encontrar algún protagonista del descubrimiento de
vestigio prehistórico, como huesos y formas de sílex. En esta ocasión, lo la Cueva de Altamira, la «Capilla
hizo acompañado por su hija María, de 9 años1. Sixtina del Arte Cuaternario».
La muerte de Sautuola en 1888 y la del profesor Vilanova, su gran valedor, en 1892, parecían condenar al
silencio definitivo la consideración prehistórica de las pinturas de Altamira. Sin embargo, los descubrimientos
realizados en Francia en los años últimos del siglo XIX, que arrojaron como resultado el hallazgo de varias cuevas
con cuantiosas pinturas, y la ingente labor desplegada por los eminentes arqueólogos franceses Henri Breuil3 y
Émile Cartailhac4, principalmente, imprimieron un cambio radical en la opinión intelectual sobre la autenticidad
histórica de aquel descubrimiento sobre el Paleolítico español. Y, aunque no dejarían de faltar todavía detractores
impenitentes durante aquellos primeros años, a partir de la publicación de las opiniones de estos insignes
expertos, la naturaleza prehistórica de Altamira fue ya un hecho reconocido universalmente.
Características
Es la de Altamira una cueva fósil de unos 300 metros de desarrollo longitudinal, cuya entrada había
permanecido clausurada a causa de un derrumbe natural que tuvo lugar hace unos 13.000 años. Presenta una
estructura sencilla formada por una galería con escasas ramificaciones.
En la actualidad, toda la gruta se halla definida en varias zonas, que, si bien no tienen todas nombres
propios consensuados y generalmente admitidos, son las que se mencionan con más frecuencia; se trata del
vestíbulo, la «Gran Sala de los Polícromos», la gran sala de las figuras esquemáticas (tectiformes), la galería, la
sala del bisonte negro, la «Sala de la Hoya» y la «Cola de caballo».
La entrada da acceso a un amplio vestíbulo, que hubo de estar iluminado por la luz natural antes de que se
produjese el derrumbe, y que, por sus características de acomodo, pudo ser con toda probabilidad el habitáculo
de la cueva preferentemente habitado por generaciones de familias primitivas desde comienzos del Paleolítico
Superior. Las excavaciones arqueológicas principales que se han practicado en esta sala a lo largo de la historia
han sacado a la luz muchas piezas de interés que han ayudado a las dataciones y a comprender la forma de vida
prehistórica.
Descendiendo ligeramente, y actualmente separado del vestíbulo por un muro artificial, se encuentra la
estancia principal, la zona que siempre sorprende a todo el que la visita por su espectacularidad. Se trata de la
«Gran Sala de los Polícromos», también llamada «Sala de los Animales», «Gran Sala», «Gran Techo», «Sala de los
Frescos», «Gran Salón» y otros muchos nombres más. Es la sala del gran conjunto de pinturas polícromas, el
recinto que, por su grandiosidad pictórica, fue apodado por Déchelette5 la «Capilla Sixtina del Arte Cuaternario».
La «Gran Cierva», la mayor de todas la figuras representadas, tiene
2,25 metros. Manifiesta una perfección técnica magistral.
Su bóveda sigue manteniendo los 18 m de largo por 9 m de ancho de origen, pero su altura originaria (entre
190 y 110 cm) ha aumentado al rebajarse el suelo para facilitar la cómoda contemplación de las pinturas,
facilidad que no compartió desde luego el artista, obligado a realizar su trabajo en forzada posición por la escasa
altura. En su techo se representa casi un centenar de animales y signos que dan como resultado una composición
de gran movimiento y belleza, única en el arte paleolítico. En tiempos prehistóricos debió de recibir algo de
iluminación natural desde la apertura a través del vestíbulo, si bien sería insuficiente para poder realizar el
trabajo polícromo y de conjunto.
Continúa con una galería rectilínea, ligeramente descendente, en la que también encontramos numerosos
grabados a lo largo de su recorrido, aunque está bastante alterada por construcciones modernas destinadas a
evitar posibles derrumbes. De aquí se accede a un ancho corredor que desemboca en una sala amplia (conocida
como «la Hoya»), que continúa por una galería estrecha y sinuosa, denominada «Cola de Caballo», donde se
concentra una serie de signos negros que se asemejan a techos de madera o a trampas de caza. El fondo se hace
impracticable.
Iconografía
Las representaciones rupestres de Altamira podrían ser imágenes de significado religioso, ritos de fertilidad,
ceremonias para propiciar la caza.
El animal más representado es el bisonte, del que pueden distinguirse dieciséis ejemplares de diversos
tamaños y posturas (grandes, medianos y pequeños; de pie, agachados, sin cabeza, saltando, en movimiento o
quietos, con la cabeza vuelta, etcétera), y dibujados con diferentes técnicas pictóricas. Junto a caballos, se
observan también ciervos y múltiples figuras esquemáticas.
El «Caballo Ocre», situado en uno de los extremos de la bóveda,
fue interpretado por arqueólogo Breuil como una de las figuras más
antiguas del techo.
Los artistas de la Cueva de Altamira dieron solución a varios de los problemas técnicos que la representación
plástica tuvo desde sus orígenes en el Paleolítico: el realismo anatómico, el volumen, el movimiento y la
policromía.
La sensación de realismo se consigue mediante el aprovechamiento de los abultamientos naturales de la
roca, que crean así la ilusión de volumen. Colabora a esta función la viveza de los colores que rellenan las
superficies interiores de color rojo, negro, amarillo o pardo y la técnica del dibujo y del grabado, que delimita
fielmente los contornos de las figuras.
Destaca y maravilla el «Bisonte Encogido», una de las pinturas más expresivas y admiradas de todo el
conjunto. Está pintado sobre un abultamiento de la bóveda. El artista supo encajar en ese espacio la figura del
bisonte, encogiéndolo, plegando sus patas y forzando la posición de la cabeza hacia abajo. Todo ello pone de
manifiesto el espíritu de observación naturalista de su realizador y la enorme capacidad expresiva de la
composición.
La «Gran Cierva», la mayor de todas la figuras representadas, tiene 2,25 metros. Manifiesta una perfección
técnica magistral. La estilización de las extremidades, la firmeza del trazo grabado y el modelado cromático le
dotan de un gran realismo. No obstante, su factura algo pesada acusa una cierta deformación, seguramente
debida al cercano punto de vista con que hubo de dibujarla su autor. Debajo del cuello de la cierva aparece un
pequeño bisonte en trazo negro.
El «Caballo Ocre», situado en uno de los extremos de la bóveda, fue interpretado por arqueólogo Breuil como
una de las figuras más antiguas del techo. Este tipo de poni debió de ser frecuente en la cornisa cantábrica, pues
también lo vemos representado en la Cueva de Tito Bustillo6; además, es posible que sea de la misma tipología
que el representado en la Cueva de los Casares7, en la provincia de Guadalajara.
Los colores más usados fueron el negro, el rojo, el amarillo, el pardo y algún tono violáceo. El conjunto que
forman los setenta grabados incisos sobre roca y las casi cien figuras pintadas impresiona por el vivo realismo de
los bisontes, ciervos, jabalíes y caballos allí representados, pero lo que da más valor al arte rupestre de la Cueva
de Altamira es, sin lugar a dudas, el carácter excepcional de su policromía. Las pinturas de Altamira se pueden
considerar como el logro más avanzado, culturalmente hablando, que se tiene de la época paleolítica.
Manada de ciervos.
Técnicas pictóricas
La pintura está hecha con pigmentos minerales ocres, marrones, amarillentos y rojizos, mezclados con
aglutinantes como la grasa animal, y el contorno de líneas negras de las figuras se realiza con carbón vegetal. Los
colores se aplicaron con los dedos, con algún utensilio a modo de pincel y, en ocasiones, soplando la pintura a
modo de aerógrafo.
El volumen de las imágenes lo logran estos artistas primitivos aprovechando magistralmente el relieve
natural de la roca, que a veces procuran modelar interiormente para dar un efecto de volumen y movilidad.
Y, en fin, la impresión de movimiento que puede observarse en la figuras se logra recurriendo al relieve de la
misma cueva y al raspado de ciertas zonas a fin de aportar a las representaciones gran dinamismo y expresividad.
Estas conclusiones se basan en el estudio de los inventarios de figuras, signos y asociaciones en que
aparecen, todo ello tratado con computadoras. Otro aspecto de este planteamiento novedoso es desestimar la
tradicional tesis de que en las pinturas paleolíticas hispano-francesas no hay escenas, sino animales aislados.
Pero todo esto no es más que una opinión todavía no demostrada.
Sin embargo, parece que, aunque muy escasamente, van surgiendo hallazgos que podrían probar que el
hombre iba formando asuntos previamente planificados, pues del conjunto de pinturas inventariadas puede
inferirse una cierta y armónica repartición de temas.
En todo caso, la vena artística y la intención mágica son constataciones de valor científico, a partir de las
cuales debe seguir buscándose el sistema de ideas que las produjo: el arte de Altamira debe captarse como onda
receptora de la filosofía humana, pues en aquellas paredes se plasma el misterio de la vida y la muerte.
__________
NOTAS
1 Juan Vilanova y Piera (1821-1893), geólogo y paleontólogo español, fue un referente de la Paleontología, Geología y Prehistoria en la segunda mitad
del siglo XIX. Una de las máximas autoridades en estas disciplinas en España, se empeñó en incorporar la ciencia española al estado de investigación
europea. Vilanova fue también uno de los iniciadores en España de las investigaciones sobre la Prehistoria. Su más conocida aportación es la relativa
a la Cuevas de Altamira, cuya autenticidad defendió tenazmente frente a las infundadas críticas de los especialistas franceses.
2 En 1875, Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888) realizó un primer sondeo en la cueva, en cuyo vestíbulo halla objetos de sílex, azagayas, agujas,
conchas y restos de fauna. En otra de sus visitas a la cueva, la que realiza en 1879, su hija se queda mirando a un techo y exclama sorprendida:
«¡Mira, papá; bueyes pintados!». Un niña había descubierto el primer testimonio de arte rupestre paleolítico, la primera evidencia artística del hombre
prehistórico.
3. Émile Cartailhac (1845-1921), arqueólogo francés opuesto en un principio al reconocimiento prehistórico de la cueva. Tras el descubrimiento en
Francia de otras muestras artísticas del Paleolítico, y visitar la Cueva de Altamira y constatar la importancia del contenido, deja constancia de sus
conclusiones, en 1902, en su famoso estudio La grotte d'Altamira, Espagne. Mea culpa d'un sceptique, en el que reconoce públicamente su error al
despreciar el hallazgo de Sanz de Sautuola.
4. Henri Breuil (1877-1961), sacerdote y arqueólogo francés, estudioso del arte parietal, publica en 1906 La caverne d’Altamira à Santillane.
5. Joseph Déchelette (1862-1914), arqueólogo francés, conocido por ser uno de los mayores precursores de la ceramología antigua. Se encuentra entre
los primeros expertos en encontrar la relación entre la Cultura de La Tène y la civilización celta. Su labor en la crítica del arte destacó por su
preocupación en crear y sistematizar términos para las nuevas épocas y objetos. En su opinión, la posibilidad de transmitir la información se
fundamentaba, en primer lugar, en el establecimiento de un vocabulario unificado y actualizado.
6. La Cueva de Tito Bustillo (o «El Pozu'l Ramu», en asturiano) es una cueva con pinturas prehistóricas datadas entre el 22 000 y el 10 000 a. C. Esta
gruta se halla situada en Ribadesella, en el Principado de Asturias (España). Fue descubierta en 1968 por el grupo de espeleología ‘Torreblanca’,
entre cuyos componentes se encontraba Celestino Bustillo, llamado «Tito Bustillo». Días más tarde, «Tito Bustillo» falleció en un accidente de montaña
y, en reconocimiento a su labor en este campo, le fue puesto su nombre a esta cueva. Está incluida en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la
UNESCO desde julio de 2008, dentro del conjunto «Cueva de Altamira y arte rupestre paleolítico del Norte de España».
7. La Cueva de los Casares contiene grabados y pinturas prehistóricas y restos arqueológicos, paleontológico y paleoantropológicos. Se encuentra en el
Parque Natural del Alto Tajo, a 1162 metros de altitud sobre el nivel del mar, en el término municipal de Riba de Saelices, en las orillas del río Linares,
en la provincia de Guadalajara, España. Existen referencias de la cueva desde, al menos, la primera mitad del siglo XIX, pero no es hasta 1933
cuando se hace la primera referencia de los grabados y demás restos prehistóricos de su interior.
Escena de caza de animales