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discipulado
un corazón en el Padre
un pueblo en Cristo
una misión en el Espíritu
1
un corazón en el Padre – un pueblo en Cristo – una misión en el Espíritu
En Cristo,
1
Este
material
es
una
traducción
y
adaptación
de:
Bob
Thune
&
Will
Walker,
“The
Gospel-‐Centered
Life”
2
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LECCIÓN
1:
El
Diagrama
de
la
Cruz
Básicamente
vamos
a
hablar
acerca
de
2
conceptos:
cómo
vemos
a
Dios
y
cómo
nos
vemos
a
nosotros
mismos.
Cuando
se
trata
de
la
manera
cómo
vemos
a
Dios,
suele
haber
un
amplio
abanico
de
opiniones.
En
un
extremo,
algunos
tienen
un
concepto
muy
alto
de
Dios,
al
punto
de
que
Él
es
tan
totalmente
lejano
y
alto
que
no
se
involucra
con
nuestra
vida
diaria.
Al
otro
extremo
algunos
tienen
una
visión
tan
personal
de
Dios
al
punto
que
Él
es
un
tan
buen
amigo
que
Su
santidad
es
dejada
de
lado.
Lo
mismo
ocurre
cuando
se
trata
de
vernos
a
nosotros
mismos:
el
abanico
va
desde
aquellos
que
piensan
que
somos
esencialmente
buenos
hasta
aquellos
que
piensan
que
somos
esencialmente
malos.
Veamos
cómo
podemos
tratar
cada
uno
de
estos
asuntos.
Cuando
se
trata
de
tu
visión
acerca
de
Dios:
¿cuál
es
tu
principal
tendencia?:
a) ¿Ves
a
Dios
tan
majestuoso
que
está
lejos
de
ti?
o
b) ¿Ves
a
Dios
tan
personal
que
ni
siquiera
piensas
acerca
de
Su
santidad?
¿Y
qué
piensas
acerca
de
las
personas?
¿Que
son
esencialmente
buenas
o
malas?
Veamos
la
Biblia:
1. Isaías
55.6-‐9
a) ¿Cuál
es
tu
primera
reacción
a
este
pasaje?
¿Qué
te
llama
más
la
atención?
b) ¿Qué
dice
este
pasaje
acerca
de
Dios?
¿Y
qué
dice
acerca
de
nosotros,
los
seres
humanos?
2. Jeremías
17.9-‐10
a) ¿Cuál
es
tu
primera
reacción
a
este
pasaje?
¿Qué
te
llama
más
la
atención?
b) ¿Qué
dice
este
pasaje
acerca
de
Dios?
¿Y
qué
dice
acerca
de
nosotros,
los
seres
humanos?
“El
Evangelio”
es
un
concepto
que
los
cristianos
usan
con
frecuencia
sin
entender
plenamente
su
significado.
Nosotros
hablamos
el
lenguaje
del
evangelio,
pero
raramente
aplicamos
el
evangelio
a
todos
los
aspectos
de
nuestra
vida.
Sin
embargo,
esto
es
exactamente
lo
que
Dios
quiere
para
nosotros.
El
evangelio
es
nada
menos
que
“el
poder
de
Dios”
(Romanos
1.16).
En
Colosenses
1.6,
el
apóstol
Pablo
felicita
a
la
iglesia
de
Colosas
porque
el
evangelio
“ha
estado
llevando
fruto
constantemente
y
creciendo
entre
ellos
desde
el
día
que
lo
oyeron”.
El
apóstol
Pedro
enseña
que
la
falta
de
transformación
constante
en
nuestra
vida
tiene
su
origen
en
que
olvidamos
lo
que
Dios
ha
hecho
por
nosotros
en
el
evangelio
(2ª
Pedro
1.3-‐9).
Si
vamos
a
crecer
hacia
la
madurez
en
Cristo,
debemos
profundizar
y
ensanchar
nuestro
conocimiento
del
evangelio
como
el
medio
dado
por
Dios
para
la
transformación
personal
y
comunitaria.
3
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
Muchos
cristianos
viven
con
una
visión
coja
del
evangelio.
Vemos
el
evangelio
sólo
como
la
puerta
de
entrada
o
el
“punto
de
inicio”
del
reino
de
Dios.
¡Pero
el
evangelio
es
mucho
más!
No
solamente
es
la
puerta,
sino
el
camino
por
el
cual
debemos
caminar
cada
día
de
nuestra
vida
cristiana.
No
es
solamente
el
medio
para
salvación,
sino
también
el
medio
para
nuestra
transformación.
No
es
simplemente
libertad
del
castigo
del
pecado,
sino
también
libertad
del
poder
del
pecado
en
nuestra
vida.
El
evangelio
es
lo
que
nos
hace
justos
ante
Dios
(justificación)
y
también
lo
que
nos
libera
para
deleitarnos
más
en
Dios
(santificación).
¡El
evangelio
lo
cambia
todo!
El
siguiente
diagrama
ha
sido
de
gran
ayuda
a
muchas
personas
al
pensar
en
el
evangelio
y
sus
implicaciones.
Este
diagrama
no
dice
todo
lo
que
podría
ser
dicho
acerca
del
evangelio,
pero
al
menos
sirve
como
una
ayuda
visual
para
entender
cómo
trabaja
el
evangelio
en
nuestras
vidas.
El
punto
de
inicio
de
la
vida
cristiana
(conversión)
ocurre
cuando
me
vuelvo
consciente
por
primera
vez
del
abismo
que
hay
entre
la
santidad
de
Dios
y
mi
pecaminosidad.
Cuando
soy
convertido,
confío
y
espero
en
Jesús,
quién
ha
hecho
lo
que
yo
nunca
podría
haber
hecho:
Él
hizo
un
puente
entre
mi
pecaminosidad
y
la
santidad
de
Dios.
Él
cargó
la
ira
santa
de
Dios
sobre
sí
mismo.
Al
momento
de
la
conversión,
sin
embargo,
todavía
tengo
una
visión
muy
limitada
de
la
santidad
de
Dios
y
de
mi
pecado.
Mientras
más
crezco
en
mi
vida
cristiana,
más
crece
mi
conciencia
de
la
santidad
de
Dios
y
de
mi
naturaleza
caída
y
mi
pecado.
A
medida
que
leo
la
Biblia,
experimento
la
convicción
del
Espíritu
Santo,
vivo
en
comunidad
con
otros
y
busco
servir
al
mundo,
la
distancia
entre
la
extensión
de
la
4
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
grandeza
de
Dios
y
la
extensión
de
mi
pecado
se
vuelve
crecientemente
clara
y
vívida.
No
es
que
Dios
se
haya
vuelto
más
santo
o
que
yo
me
vuelva
más
pecador.
Pero
mi
conciencia
de
ambas
cosas
va
creciendo.
Voy
viendo
de
manera
más
creciente
a
Dios
como
él
realmente
es
(Isaías
55.8-‐9)
y
a
mí
mismo
como
verdaderamente
soy
(Jeremías
17.9-‐10).
A
medida
que
mi
entendimiento
de
mi
pecado
y
de
la
santidad
de
Dios
crece,
algo
más
también
crece:
el
cuánto
valoro
y
amo
a
Jesús.
Su
mediación,
su
sacrificio,
su
justicia
y
su
obra
de
gracia
a
mi
favor,
se
vuelven
crecientemente
dulces
y
poderosos
para
mí.
La
cruz
crece
ante
mis
ojos
y
se
vuelve
más
central
en
mi
vida
a
medida
que
me
regocijo
en
mi
Salvador
que
murió
en
ella.
Desafortunadamente,
la
santificación
(crecer
en
santidad)
no
funciona
tan
llanamente
como
nos
gustaría.
Debido
al
pecado
que
aún
permanece
en
mí,
tengo
una
constante
tendencia
a
minimizar
el
evangelio
o
a
“encoger
la
cruz”.
Esto
ocurre
cuando
yo
(a)
minimizo
la
santidad
perfecta
de
Dios,
pensando
que
Él
es
algo
menos
que
lo
que
Su
Palabra
afirma
que
Él
es,
o
(b)
cuando
elevo
mi
propia
justicia,
pensando
de
mí
mismo
como
algo
mejor
de
lo
que
realmente
soy.
La
cruz
se
vuelve
más
pequeña
y
la
importancia
de
Cristo
en
mi
vida
se
ve
disminuida.
Hablaremos
más,
en
las
próximas
lecciones,
acerca
de
las
formas
específicas
en
las
cuales
minimizamos
el
evangelio.
Para
contrarrestar
nuestra
tendencia
pecaminosa
a
encoger
el
evangelio,
debemos
constantemente
nutrir
nuestra
mente
de
la
verdad
bíblica.
Necesitamos
conocer,
ver
y
degustar
cada
vez
más
el
carácter
santo
y
justo
de
Dios.
Y
necesitamos
identificar,
admitir
y
sentir
la
profundidad
de
nuestra
quiebra
espiritual
y
de
nuestra
pecaminosidad.
Nuestra
motivación
jamás
debe
ser
5
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
“hacer
estas
cosas
porque
se
supone
que
es
lo
que
los
cristianos
hacen”.
En
cambio,
hacemos
de
este
nuestro
objetivo
porque
es
la
vida
que
Dios
quiere
para
nosotros
–
una
vida
marcada
por
el
gozo,
la
esperanza
y
el
amor
transformadores.
Crecer
en
el
evangelio
significa
ver
más
claramente
la
santidad
de
Dios
y
ver
más
claramente
mi
pecado.
Y
por
causa
de
lo
que
Jesús
ha
hecho
por
nosotros
en
la
cruz,
no
necesitamos
tenerle
miedo
a
ver
a
Dios
como
Él
realmente
es
ni
tampoco
a
admitir
cuán
quebrados
nosotros
realmente
estamos.
Nuestra
esperanza
no
está
puesta
en
nuestra
propia
bondad
ni
en
la
vana
expectativa
de
que
Dios
comprometa
sus
estándares
y
“baje
la
vara”.
En
vez
de
esto,
descansamos
en
Jesús
como
nuestro
perfecto
Redentor
–
Aquel
que
es
“nuestra
justicia,
santidad
y
redención”
(1ª
Corintios
1.30)
Repasemos
el
artículo,
conversando
lo
siguiente:
1. ¿Cuáles
son
las
implicaciones
de
ver
el
evangelio
sólo
como
el
"punto
de
inicio"
de
la
vida
cristiana?
2. ¿Cuáles
son
las
2
cosas
que
deben
crecer
a
medida
que
maduramos
en
nuestra
vida
cristiana?
3. ¿Cuáles
son
las
2
maneras
de
“encoger
la
cruz”?
Personalicemos
estos
conceptos
un
poco:
1. ¿Cómo
has
visto
que
tu
visión
de
Dios
ha
crecido
y
cambiado
en
los
últimos
meses
(la
línea
superior
del
Diagrama
de
la
Cruz)?
¿Cómo
esto
ha
ocurrido?
2. A
veces
es
difícil
identificar
las
maneras
cómo
minimizamos
y
justificamos
nuestro
pecado
(la
línea
inferior
del
Diagrama
de
la
Cruz).
Leamos
juntos
el
siguiente
suplemento
y
hablemos
sobre
estas
descripciones.
Seis
maneras
de
minimizar
el
pecado.
Defenderse
Encuentro
especialmente
difícil
cuando
otros
me
hacen
ver
mis
debilidades
o
pecado.
Cuando
soy
confrontado,
mi
tendencia
es
explicar
las
cosas,
hablar
sobre
mis
éxitos,
o
justificar
mis
decisiones.
Como
resultado,
a
las
personas
les
cuesta
aproximarse
a
mí
y
raramente
sostengo
conversaciones
sobre
cosas
difíciles
en
mi
vida.
Fingir
Me
esfuerzo
por
mantener
apariencias
y
una
imagen
respetable.
Mi
comportamiento
es
guiado,
en
menor
o
mayor
medida,
por
lo
que
otros
piensan
de
mí.
Además,
no
me
gusta
pensar
reflexivamente
acerca
de
mi
propia
vida.
Como
resultado
muy
pocos
conocen
quién
realmente
soy
(es
probable
que
ni
yo
sepa
muy
bien
quién
soy).
Ocultar
Intento
que
se
noten
lo
menos
posible
las
contradicciones
en
mi
vida,
especialmente
las
“cosas
malas”.
Esto
es
distinto
a
aparentar,
ya
que
aparentar
tiene
que
ver
con
6
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
impresionar,
pero
ocultar
tiene
que
ver
con
sentir
vergüenza.
Pienso
que
las
personas
no
me
van
a
aceptar
si
llegan
a
conocer
mi
“verdadero
yo”.
Exagerar
Tiendo
a
pensar
(y
a
hablar)
de
manera
más
alta
acerca
de
mí
mismo
de
lo
que
debería.
Hago
que
las
cosas
(buenas
o
malas)
que
vivo
parezcan
más
grandes
de
lo
que
realmente
son
(generalmente
para
obtener
la
atención
de
los
demás).
Como
resultado,
lo
que
me
pasa
tiende
a
obtener
más
atención
de
lo
que
merece
y
me
hace
sentir
constantemente
estresado
o
ansioso.
Culpar
Soy
rápido
en
encontrar
culpables
y
en
culpar
a
otros
por
mi
pecado
o
por
las
circunstancias
adversas.
Me
cuesta
mucho
reconocer
mi
cuota
de
responsabilidad
en
los
conflictos
o
pecados
cometidos.
Hay
un
elemento
de
orgullo
en
mí
que
tiende
a
asumir
que
“no
es
mi
culpa”
o
(a
veces
mezclado
con)
un
elemento
de
miedo
a
que
me
rechacen
si
reconozco
que
“fue
mi
culpa”.
Quitar
importancia
Tiendo
a
darle
poco
peso
al
pecado
o
a
las
circunstancias
difíciles
en
mi
vida,
como
si
fueran
“normales”
o
“no
tan
malas”.
Como
resultado,
las
cosas
generalmente
no
obtienen
la
atención
que
merecen.
Las
cosas
en
mi
vida
tienen
la
tendencia
a
acumularse
hasta
el
punto
que,
de
repente,
se
vuelven
insoportables.
1. ¿Cuál
de
estas
6
formas
de
minimizar
el
pecado,
tiendes
a
hacer
más
seguido?
Comparte
con
tu
grupo.
2. Pidan
a
alguien
en
el
grupo
que
sienta
suficiente
confianza
para
compartir
algún
ejemplo
reciente
de
cuando
minimizó
su
pecado,
que
lo
comparta.
Ahora,
como
grupo,
hagan
el
siguiente
ejercicio
juntos:
EJERCICIO:
Juzgar
a
los
demás.
Una
manera
de
poder
apreciar
el
valor
del
Diagrama
de
la
Cruz
es
aplicarlo
a
un
área
específica
en
la
cual
es
común
que
las
personas
luchen.
Juzgar
a
otros
es
algo
que
todos
hacemos
en
mayor
o
menor
medida.
Como
grupo,
hagan
una
“lluvia
de
ideas”
acerca
de
algunas
formas
mediante
las
cuales
juzgamos
personas.
Las
preguntas
aquí
abajo
les
ayudarán
a
ver
la
conexión
entre
juzgar
a
otros
y
tu
visión
del
Evangelio.
1. ¿Cuáles
son
formas
específicas
mediante
las
cuales
juzgamos
a
otros?
2. ¿Por
qué
juzgamos
a
otros?
¿Qué
razones
damos
para
hacerlo?
3. ¿De
qué
manera
estas
razones
reflejan
una
visión
pequeña
de
la
santidad
de
Dios?
4. ¿Cómo
estas
razones
reflejan
una
visión
pequeña
de
nuestro
pecado?
5. Piensa
en
alguien
en
tu
vida
a
quién
tú
tiendes
juzgar
con
frecuencia
7
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
a) ¿Cómo
una
visión
más
clara
de
la
santidad
de
Dios
afectaría
positivamente
esta
relación?
b) ¿Cómo
una
visión
más
clara
de
tu
propio
pecado
afectaría
positivamente
esta
relación?
Tómense
un
tiempo
para
orar:
Pide
a
Dios
que
te
muestre
una
visión
más
clara
de
Él
y
Su
santidad
y
de
ti
mismo
y
tu
pecaminosidad,
pero
sobre
todo:
pide
a
Dios
una
visión
más
clara
de
la
Cruz
de
Cristo
y
de
Su
gracia.
8
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LECCIÓN
2:
Apariencia
y
desempeño.
Esta
lección
trabaja
con
el
“encoger
la
cruz”,
lo
que
significa
que
algo
está
faltando
en
nuestro
entendimiento,
aprecio
o
aplicación
del
sacrificio
de
Jesús
por
nuestro
pecado.
Esto
se
manifiesta
de
dos
maneras
principales:
(1)
“aparentando”
o
(2)
buscando
un
“buen
desempeño”.
“Aparentar”
es
la
manera
cómo
minimizamos
el
pecado,
haciendo
que
somos
algo
que
en
realidad
no
somos.
Buscar
un
“buen
desempeño”
es
la
manera
cómo
minimizamos
la
santidad
de
Dios,
reduciendo
sus
estándares
perfectos
a
algo
menos-‐que-‐perfecto,
algo
que
nosotros
podemos
lograr
si
nos
desempeñamos
bien
en
nuestro
comportamiento,
de
esta
manera
creemos
que
podemos
merecer
el
favor
de
Dios.
Ambas
actitudes
están
arraigadas
en
una
visión
inadecuada
de
la
santidad
de
Dios
y
de
quién
somos
nosotros.
Leeremos
dos
historias
en
Lucas
18
(una
parábola
y
una
historia,
en
realidad).
Leamos
la
parábola
primero.
Es
bastante
directa,
así
que
leámosla
y
después
respondamos
un
par
de
preguntas.
Lucas
18.9-‐14
1. Mientras
leían,
¿con
cuál
personaje
te
identificaste
más?
¿Cuál
es
el
punto
de
vista
que
se
parece
más
al
tuyo?
¿Por
qué?
2. ¿Qué
te
agrada
ó
desagrada
acerca
de
la
idea
de
ser
como
el
fariseo?
3. ¿Qué
te
agrada
ó
desagrada
acerca
de
la
idea
de
ser
como
el
cobrador
de
impuestos?
4. ¿Por
qué
el
fariseo
es
el
“chico
malo”
de
la
historia?
¡Lo
que
está
haciendo
(orar)
no
es
algo
malo!
Lucas
18.18-‐23
1. ¿Cómo
describirías
la
visión
que
este
hombre
tenía
de
Dios?
2. ¿Cómo
describirías
la
visión
que
este
hombre
tenía
de
sí
mismo?
En
la
lección
pasada
vimos
un
diagrama
que
nos
sirve
para
entender
qué
significa
vivir
a
la
luz
del
evangelio.
En
esta
lección
queremos
ver
con
más
detalle
las
maneras
cómo
minimizamos
el
evangelio
y
reducimos
su
impacto
en
nuestra
vida.
Fíjate
que
la
línea
superior
del
diagrama
dice
“creciente
conciencia
de
la
santidad
de
Dios”.
Como
dijimos
la
última
vez,
esto
no
significa
que
la
santidad
de
Dios
en
sí
misma
crezca,
ya
que
Dios
es
inmutable
en
su
carácter.
Él
siempre
ha
sido
infinitamente
santo.
En
realidad,
esta
línea
muestra
que
cuando
el
evangelio
está
desarrollándose
normalmente
en
nuestra
vida,
nuestra
“conciencia”
del
carácter
santo
de
Dios
está
creciendo
constantemente.
Percibimos
de
manera
más
profunda
y
plena
el
peso
de
la
perfección
gloriosa
de
Dios.
De
la
misma
manera,
la
línea
inferior
muestra
que
cuando
el
evangelio
está
desarrollándose
normalmente
en
nuestra
vida,
nuestra
conciencia
de
nuestra
propia
9
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
pecaminosidad
crece
constantemente.
Esto
no
significa
que
nos
hagamos
más
pecadores
(de
hecho,
a
medida
que
crecemos
en
Cristo
comenzamos
a
obtener
victoria
sobre
el
pecado).
Pero
nos
empezamos
a
dar
cuenta
más
y
más
cuán
profundo
es
el
problema
de
nuestro
carácter
y
comportamiento.
Así
empezamos
a
ver
que
somos
más
profundamente
pecadores
de
lo
que
primeramente
imaginábamos.
A
medida
que
estas
dos
líneas
se
bifurcan,
la
cruz
se
hace
más
grande
en
nuestra
experiencia,
produciendo
un
amor
más
profundo
por
Jesús
y
un
entendimiento
más
completo
de
Su
bondad.
Al
menos,
eso
es
lo
ideal.
Pero
en
la
realidad,
debido
al
pecado
que
habita
en
nosotros,
somos
propensos
a
olvidar
el
evangelio
–
a
deslizarnos
y
apartarnos
de
él
como
un
barco
que
se
suelta
del
lugar
donde
debiera
estar
anclado.
Es
por
eso
que
la
Biblia
nos
insta
a
no
“movernos
de
la
esperanza
del
evangelio
que
hemos
oído”
(Colosenses
1.23)
y
buscar
que
la
“la
palabra
de
Cristo
habite
en
nosotros
abundantemente”
(Colosenses
3.16).
Cuando
no
estamos
anclados
en
la
verdad
del
evangelio,
nuestro
amor
por
Jesús
y
nuestra
experiencia
de
su
bondad
se
vuelven
muy
pequeñas.
Terminamos
“encogiendo
la
cruz”,
ya
sea
aparentando
o
esforzándonos
por
un
buen
desempeño.
Mira
nuevamente
la
línea
inferior
del
diagrama.
¡Crecer
en
la
conciencia
de
nuestra
propia
pecaminosidad
no
es
entretenido!
Significa
admitir
–
a
nosotros
mismos
y
a
los
demás
–
que
no
somos
todo
lo
buenos
que
pensamos
que
somos.
Significa
enfrentar,
aquello
que
Richard
Lovelace
llamó
“la
compleja
mezcla
de
actitudes
compulsivas,
10
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
creencias
y
comportamiento”
que
el
pecado
ha
producido
en
nosotros2.
Si
no
estamos
descansando
nuestro
corazón
en
la
justicia
de
Jesús,
esta
creciente
conciencia
de
nuestro
pecado
se
vuelve
un
peso
destructivo.
Somos
aplastados
bajo
su
carga
e
intentamos
compensar
aparentando
que
somos
mejores
de
lo
que
realmente
somos.
Aparentar
puede
tomar
distintas
formas:
deshonestidad
(“No
soy
tan
malo”),
comparación
(“No
soy
tan
malo
como
aquellas
personas”)
y
justicia
falsa
(“Aquí
están
todas
las
cosas
buenas
que
he
hecho”).
Debido
a
que
no
queremos
admitir
cuán
pecadores
realmente
somos,
torcemos
la
verdad
a
nuestro
favor.
Crecer
en
nuestra
conciencia
de
la
santidad
de
Dios
también
es
desafiante.
Significa
enfrentarnos
cara
a
cara
con
los
mandamientos
justos
de
Dios
y
la
gloriosa
perfección
de
Su
carácter.
Significa
darnos
cuenta
cuán
terriblemente
caemos
en
no
cumplir
sus
estándares.
Significa
sentirnos
reflejados
en
la
santa
repulsión
que
Él
siente
hacia
el
pecado.
Si
no
estamos
arraigados
en
el
hecho
de
que
Dios
nos
acepta
a
través
de
Jesús,
entonces
tratamos
de
compensar
esforzándonos
por
ganar
la
aprobación
de
Dios
mediante
nuestro
buen
desempeño.
Vivimos
nuestra
vida
en
un
ciclo
sin
fin,
intentando
ganar
el
favor
de
Dios,
viviendo
según
Sus
expectativas
(o,
más
bien,
nuestro
entendimiento
equivocado
de
Sus
expectativas).
Es
fácil
hablar
de
aparentar
o
buscar
un
buen
desempeño
en
el
abstracto.
Pero
consideremos
cómo
estas
tendencias
encuentran
una
expresión
práctica
en
nuestra
vida.
Para
discernir
tus
tendencias
sutiles
a
aparentar,
pregúntate
a
ti
mismo:
¿en
qué
confío
para
darme
la
sensación
de
“credibilidad
personal”
(validez,
aceptación,
“quedar
bien
parado”)?
Tu
respuesta
a
esta
pregunta
a
menudo
revela
algo
(que
no
es
Jesús)
en
lo
cual
buscas
justicia.
Cuando
no
estamos
firmemente
arraigados
en
el
evangelio,
nos
apoyamos
en
estos
falsos
recursos
de
justicia
para
construir
nuestra
reputación
y
darnos
a
nosotros
mismos
la
sensación
de
que
somos
dignos
y
tenemos
valor.
Aquí
hay
algunos
ejemplos:
JUSTICIA
DEL
TRABAJO:
Soy
alguien
que
trabaja
duro,
así
Dios
me
recompensa.
JUSTICIA
DE
LA
FAMILIA:
Porque
hago
las
cosas
bien
como
papá
o
mamá,
soy
más
consagrado
que
los
papás
que
no
pueden
controlar
a
sus
hijos.
JUSTICIA
TEOLÓGICA:
Tengo
buena
teología.
Dios
me
prefiere
a
mí
antes
que
a
aquellos
que
tienen
mala
teología.
JUSTICIA
INTELECTUAL:
He
leído
más,
sé
articular
mejor
mis
ideas
y
soy
más
sofisticado
culturalmente
que
otros,
lo
cual
obviamente
me
hace
mejor
persona.
JUSTICIA
DE
LA
AGENDA:
Soy
alguien
auto-‐disciplinado
y
riguroso
con
mi
administración
del
tiempo,
lo
que
me
hace
más
maduro
que
otros.
JUSTICIA
DE
LA
FLEXIBILIDAD:
En
un
mundo
trabajólico
y
estresado,
yo
soy
flexible
y
relajado.
Siempre
tengo
tiempo
para
los
demás.
¡Qué
lata
por
aquellos
que
no
son
como
yo!
JUSTICIA
DE
LA
MISERICORDIA:
Me
preocupo
de
los
pobres
y
de
los
necesitados.
Todos
debieran
hacerlo
igual
que
yo.
2
Richard
Lovelace,
Dynamics
of
Spiritual
Life
(Downers
Grove,
Ill.:
InterVarsity
Press,
1979),
p.
88.
11
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
JUSTICIA
LEGALISTA:
No
bebo,
no
fumo,
no
digo
palabra
feas
ni
me
junto
con
quienes
lo
hacen.
Demasiados
cristianos
no
están
preocupados
con
la
santidad
en
estos
días.
JUSTICIA
FINANCIERA:
Sé
administrar
mi
dinero
sabiamente
y
mantenerme
sin
deudas.
No
soy
como
esos
cristianos
materialistas
que
no
saben
controlar
lo
que
gastan.
JUSTICIA
POLÍTICA:
Quien
realmente
ama
a
Dios,
vota
por
mi
candidato
o
apoya
mi
opción
o
coalición
política.
JUSTICIA
DE
LA
TOLERANCIA:
Soy
alguien
de
mente
abierta
y
que
sabe
ser
caritativo
con
aquellos
que
no
concuerdan
conmigo.
De
hecho,
¡soy
como
Jesús
en
esto!
JUSTICIA
DE
LA
CONVICCIÓN:
Soy
alguien
que
no
cede
en
sus
convicciones,
sé
mantener
mis
posturas
contra
todo
viento
extraño
de
doctrina.
Los
que
piensan
correctamente,
piensan
como
yo
y
no
nos
dejamos
tambalear.
Estos
son
sólo
algunos
ejemplos.
Probablemente
puedas
pensar
en
muchos
más
(piensa
en
cualquier
cosa
que
te
da
la
sensación
de
ser
lo
“suficientemente
bueno”
o
mejor
que
otros).
Estos
recursos
de
justicia
funcional
nos
desconectan
del
poder
del
evangelio.
Ellos
nos
permiten
encontrar
justicia
en
las
cosas
que
hacemos
en
vez
de,
honestamente,
enfrentar
la
profundidad
de
nuestro
pecado
y
quiebra
espiritual.
Incluso,
cada
uno
de
estos
recursos
de
justicia
funcional
son
también
una
manera
de
juzgar
a
otros
y
excluirlos.
Usamos
estos
recursos
para
elevarnos
a
nosotros
mismos
y
condenar
a
quienes
no
son
tan
“justos”
como
nosotros.
En
otras
palabras,
buscar
justicia
en
estas
cosas
sólo
nos
lleva
a
pecar
más,
no
a
pecar
menos.
Ahora,
para
revelar
tu
tendencia
a
hacer
un
buen
desempeño,
haz
una
pausa
y
responde
a
la
siguiente
pregunta:
“mientras
Dios
te
mira,
en
este
preciso
momento
¿cuál
es
la
expresión
de
Su
rostro?”
¿Ves
a
Dios
desilusionado?
¿Enojado?
¿Indiferente?
Ves
que
en
su
rostro
Él
te
dice
“¡Actúa
mejor!”
o
“¡Si
tan
sólo
pudieras
esforzarte
un
poco
más
por
mí!”.
El
punto
es
que
si
tú
imaginas
que
Dios
no
siente
deleite
en
ti,
entonces
has
caído
en
una
actitud
de
buen
desempeño.
Ya
que
la
verdad
del
evangelio
es
la
realidad
de
que,
en
Cristo,
Dios
está
profundamente
feliz
contigo.
¡De
hecho,
basado
en
la
obra
de
Cristo,
Dios
te
ha
adoptado
como
su
propio
hijo
o
hija
(Galátas
4.7)!
Pero
cuando
dejamos
de
arraigar
nuestra
identidad
en
lo
que
Jesús
hizo
por
nosotros,
nos
deslizamos
en
un
cristianismo
guiado
por
el
buen
desempeño.
Empezamos
a
imaginar
que
si
fuéramos
“mejores
cristianos”,
Dios
nos
aprobaría
más
plenamente.
Vivir
de
esta
manera
nos
arranca
la
alegría
y
el
deleite
de
seguir
a
Jesús,
ahogándonos
en
una
obediencia
por
puro
deber
y
sin
alegría.
Nuestro
evangelio
se
hace
muy
pequeño.
El
cristianismo
movido
por
el
buen
desempeño
es,
de
hecho,
la
manera
cómo
minimizamos
la
santidad
de
Dios.
Pensar
que
podemos
impresionar
a
Dios
con
nuestra
“vida
correcta”,
muestra
que
hemos
bajado
Sus
estándares
muy
debajo
de
donde
realmente
están.
En
vez
de
asombrarnos
con
la
medida
infinita
de
Su
santidad
perfecta,
nos
hemos
convencido
a
nosotros
mismos
de
que
si
hacemos
duramente
nuestro
mejor
esfuerzo
podemos
merecer
el
amor
y
la
aprobación
de
Dios.
Nuestras
tendencias
sutiles
a
“aparentar”
y
a
un
“buen
desempeño”
muestran
que
no
creer
suficientemente
en
el
evangelio
es
la
raíz
de
todos
nuestros
pecados
más
evidentes.
A
medida
que
aprendemos
a
aplicar
el
evangelio
a
nuestra
incredulidad
–
12
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
“predicar
el
evangelio
a
nosotros
mismos”
–
seremos
libertados
de
la
falsa
seguridad
de
aparentar
y
de
buscar
un
buen
desempeño.
En
vez
de
eso,
viviremos
en
la
verdadera
alegría
y
libertad
que
nos
ha
sido
prometida
en
Jesús.
Hablaremos
un
poco
más
sobre
esto
en
la
próxima
lección.
Hablemos
primero
sobre
la
línea
superior
del
diagrama:
1. ¿Has
tenido
alguna
vez
el
sentimiento
de
que
no
quieres
conocer
los
mandamientos
de
Dios
por
causa
de
sus
posibles
implicaciones
para
tu
vida?
2. Pensar
acerca
de
la
santidad
de
Dios,
¿tiende
a
moverte
a
adorar
o
a
sentir
miedo?
3. Cómo
respondes
a
la
pregunta
que
el
artículo
hace:
“mientras
Dios
te
mira,
en
este
preciso
momento
¿cuál
es
la
expresión
de
Su
rostro?”
¿Por
qué
es
esa
tu
respuesta?
¿Cómo
ve
a
Dios
alguien
que
responde
que
lo
ve
desilusionado,
enojado
o
indiferente?
Hablemos
ahora
acerca
de
la
línea
inferior
del
diagrama:
1. ¿Cómo
te
sientes
al
ver
las
profundidades
de
tu
quiebra
espiritual
o
al
ser
visto
por
otros
de
esa
manera?
¿Te
cuesta
verte
así?
¿Por
qué?
2. ¿Te
agrada
ser
convencido
de
tu
pecado
o
lo
sientes
como
un
“peso
destructivo”?
3. Cómo
respondes
a
la
pregunta
del
artículo:
¿en
qué
confío
para
darme
la
sensación
de
“credibilidad
personal”
(validez,
aceptación,
“quedar
bien
parado”)?
4. De
todos
los
tipos
de
justicia
funcional
descritos
en
el
artículo,
¿cuál
te
identifica
más?
¿Por
qué?
Ahora
hagan
el
siguiente
ejercicio
práctico
con
el
grupo
para
intentar
ver
cómo
estas
dinámicas
ocurren
en
nuestro
corazón.
Contesten
las
preguntas
del
ejercicio
individualmente
y
en
silencio
primero,
después
compartan
sus
respuestas.
13
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
EJERCICIO:
Correcto
y
Equivocado
Todos
hemos
construido
ciertas
reglas
o
leyes
según
las
cuales
vivimos,
creyendo
que
si
las
guardamos,
entonces
tenemos
una
vida
más
“correcta”
delante
de
Dios.
Hay,
por
lo
tanto,
solamente
un
pequeño
paso
antes
de
que
empecemos
a
juzgar
a
otros
basados
en
su
desempeño
de
estas
reglas
o
leyes.
Las
reglas
que
hacemos
para
nosotros
mismos
son,
generalmente,
cosas
buenas.
Sin
embargo,
a
menudo
abusamos
de
ellas.
Por
ejemplo,
a
medida
que
luchamos
con
el
deseo
de
estar
en
control
de
nuestras
vidas,
levantamos
leyes
que
nos
ayudan
a
mantener
el
control.
Estas
leyes
pueden
ser
tan
simples
como
“No
te
cruces
delante
mío
en
la
carretera”
o
“la
casa
debe
mantenerse
impecable”.
Cuando
las
personas
rompen
estas
leyes,
sentimos
que
estamos
perdiendo
el
control
y
que
no
nos
respetan.
Incluso,
sentimos
que
nosotros
estamos
correctos
y
ellos
equivocados.
El
resultado
más
común
es
enojo,
a
medida
que
intentamos
recobrar
el
control
de
la
situación
y
mostrar
cuán
correctos
estamos.
Por
lo
tanto,
en
lugar
de
usar
la
ley
para
mostrar
amor
y
respeto
hacia
los
demás,
terminamos
usándola
contra
los
demás,
enjuiciando
y
condenando.
1. Da
un
ejemplo
de
una
regla
que
has
establecido
para
ti
mismo
y
para
otros,
que
te
hace
sentir
bien
cuando
la
cumples,
pero
que
te
irrita
o
deprime
cuando
es
quebrada.
2. ¿De
qué
manera
el
guardar
esta
regla
te
ha
dado
un
sentido
de
auto-‐justicia?
3. ¿De
qué
manera
el
ser
dominado
por
esta
regla
te
ha
mantenido
distante
de
amar
genuinamente
a
los
demás?
Sé
específico.
14
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LECCIÓN
3:
Creyendo
en
el
Evangelio.
Hemos
focalizado
las
maneras
cómo
minimizamos
el
evangelio
–
o
sea,
lo
negativo.
Esta
lección
vuelca
nuestra
atención
a
lo
positivo:
¿qué
remedios
Dios
ha
dado
en
el
evangelio
para
guardarnos
de
encoger
la
cruz
y
de
depender
de
nuestro
propio
esfuerzo?
Cuando
te
imaginas
el
tipo
de
persona
que
anhelas
ser
espiritualmente
¿qué
características
ves?
ó
¿en
qué
aspectos
te
gustaría
crecer
espiritualmente?
Compartan
como
grupo
sus
ideas.
Si
pudiéramos
resumir,
podríamos
decir
que
lo
que
anhelamos
es
“ser
productivos
y
útiles
en
nuestra
fe”.
Estas
son
las
palabras
que
el
apóstol
Pedro
usa
en
el
pasaje
que
vamos
a
leer.
Pedro
entrega
una
serie
de
instrucciones
para
la
vida
cristiana.
Es
como
una
progresión
hacia
la
madurez
espiritual.
2ª
de
Pedro
1.3-‐8
1. Pedro
afirma
en
el
versículo
8
que
si
hacemos
las
cosas
mencionadas
en
los
versículos
5
al
7,
seremos
productivos
y
útiles
en
nuestra
fe
(que,
en
realidad,
es
lo
que
más
queremos).
¿Cómo
piensas
que
lo
estás
haciendo
de
acuerdo
con
esta
lista?
Si
te
comparas
a
ti
mismo
con
las
cualidades
nombras
por
Pedro
¿qué
nota
le
pondrías
a
tu
propio
progreso?
2. ¿Por
qué
a
veces
es
difícil
crecer
espiritualmente?
¿Qué
desafíos
tú
enfrentas
cuando
se
trata
de
vivir
las
cosas
que
Pedro
menciona?
3. Según
el
versículo
9
(que
alguien
lo
lea
en
voz
alta
y
clara)
¿cuál
es
la
verdadera
razón
por
la
cual
no
crecemos
espiritualmente?
Esto
nos
lleva
de
regreso
a
lo
que
hablamos
en
la
primera
lección:
que
el
evangelio
no
es
sólo
el
punto
de
entrada,
sino
el
camino
entero
de
la
vida
espiritual.
Lo
que
leeremos
a
continuación
nos
dará
más
explicaciones
acerca
de
cómo
el
evangelio
nos
cambia:
En
las
últimas
dos
lecciones
usamos
una
ilustración
visual
para
entender
mejor
el
evangelio
y
la
manera
cómo
se
desarrolla
en
nuestra
vida.
La
última
vez
consideramos
nuestra
tendencia
a
“encoger
la
cruz”,
ya
sea
aparentando
o
buscando
un
buen
desempeño.
En
esta
lección
queremos
ver
cómo
una
fe
fuerte
y
vibrante
en
el
evangelio
nos
libera
de
nosotros
mismos
y
produce
verdadera
y
permanente
transformación
espiritual.
A
la
raíz
de
la
condición
humana
hay
un
esfuerzo
por
buscar
justicia
e
identidad.
Anhelamos
un
sentido
de
aceptación,
aprobación,
seguridad
y
significado
–porque
fuimos
diseñados
por
Dios
para
encontrar
estas
cosas
en
Él.
Pero
el
pecado
nos
ha
15
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
separado
de
Dios
y
ha
generado
en
nosotros
un
profundo
sentido
de
alienación.
Hablándole
acerca
del
pueblo
judío
de
sus
días,
el
apóstol
Pablo
escribe
“No
conocieron
la
justicia
que
viene
de
Dios
y
procuraron
establecer
la
suya
propia”
(Romanos
10.3).
Nosotros
hacemos
lo
mismo.
Hablando
en
términos
teológicos,
aparentar
y
buscar
un
buen
desempeño
sólo
son
dos
formas
sofisticadas
de
establecer
nuestra
propia
justicia.
Cuando
aparentamos
nos
hacemos
a
nosotros
mismos
mejores
de
lo
que
realmente
somos.
Cuando
buscamos
un
buen
desempeño
estamos
intentando
agradar
a
Dios
mediante
las
cosas
que
hacemos.
Aparentar
y
buscar
un
buen
desempeño
refleja
nuestros
intentos
pecaminosos
de
asegurar
nuestra
propia
justicia
e
identidad
fuera
de
Jesús.
Para
experimentar
verdaderamente
la
transformación
profunda
que
Dios
nos
promete
en
el
evangelio,
debemos
arrepentirnos
continuamente
de
estos
patrones
pecaminosos.
Nuestras
almas
deben
estar
profundamente
arraigadas
en
la
verdad
del
evangelio
de
tal
manera
que
anclemos
nuestra
justicia
e
identidad
en
Jesús
y
no
en
nosotros
mismos.
Específicamente
las
promesas
del
evangelio
de
una
justicia
y
adopción
pasivas
deben
ser
centrales
en
nuestra
forma
de
pensar
y
vivir.
La
justicia
pasiva
es
la
verdad
bíblica
de
que
Dios
no
solamente
ha
perdonado
nuestro
pecado
sino
también
ha
adjudicado
a
nosotros
la
justicia
real
de
Jesús.
Romanos
3
habla
de
una
justicia
de
Dios
que
se
hace
nuestra
mediante
la
fe:
“Pero
ahora
aparte
de
la
ley
la
justicia
de
Dios
ha
sido
manifestada,
atestiguada
por
la
ley
y
los
profetas;
es
16
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
decir,
la
justicia
de
Dios
por
medio
de
la
fe
en
Jesucristo
para
todos
los
que
creen”
(Romanos
3.21
y
22).
Sobre
esta
justicia
pasiva
Martín
Lutero
escribió:
Es
llamada
“justicia
pasiva”
porque
no
tenemos
que
trabajar
para
obtenerla…
no
es
una
justicia
por
la
cual
trabajamos,
sino
una
justicia
que
recibimos
por
fe.
Esta
justicia
pasiva
es
un
misterio
que
algunos
que
no
conocen
a
Jesús
no
pueden
entender.
De
hecho
los
cristianos
no
logran
entenderla
completamente
y
raramente
sacan
ventaja
de
ella
en
su
vida
diaria…
cuando
hay
algún
miedo
o
nuestra
conciencia
está
acongojada
esto
es
un
indicador
de
que
hemos
perdido
de
vista
nuestra
justicia
pasiva
y
que
Cristo
está
oculto
a
nuestros
ojos.
La
persona
que
se
aleja
de
la
justicia
pasiva
no
tiene
otra
opción
sino
vivir
una
justicia
“por
obras”.
Si
no
depende
de
la
obra
de
Cristo,
ella
debe
depender
en
su
propia
obra.
Así
que
debemos
enseñar
y
continuamente
repetir
la
verdad
de
esta
justicia
“pasiva”
o
“cristiana”
para
que
así
los
creyentes
sigan
aferrándose
a
ella
y
nunca
la
confundan
con
justicia
“por
obras”3
Lutero
nos
recuerda
que
si
nos
“alejamos
de
la
justicia
pasiva”,
nuestros
corazones
naturalmente
tienden
hacia
la
auto-‐justicia
o
justicia
por
obras.
Para
luchar
contra
nuestra
tendencia
a
encoger
el
evangelio,
debemos
arrepentirnos
consistentemente
de
falsas
fuentes
de
justicia
y
predicar
el
evangelio
a
nosotros
mismos,
especialmente
la
verdad
de
la
justicia
pasiva.
Debemos
aferrarnos
a
la
promesa
del
evangelio
de
que
Dios
se
deleita
en
nosotros
porque
se
deleita
en
Jesús.
Cuando
abrazamos
el
evangelio
de
esta
manera,
no
nos
da
vergüenza
ni
miedo
mirar
nuestro
pecado.
En
realidad
esto
nos
lleva
a
adorarle
porque
Jesús
murió
por
todos
nuestros
pecados
y
es
liberador
porque
ya
no
somos
definidos
por
nuestra
pecaminosidad.
Nuestra
justicia
está
en
Cristo.
La
buena
noticia
del
evangelio
no
es
que
Dios
nos
exalte,
sino
que
Dios
nos
hace
libres
para
exaltar
a
Jesús.
La
adopción
es
la
verdad
bíblica
de
que
Dios
nos
ha
dado
la
bienvenida
a
su
familia
como
sus
hijos
e
hijas
gracias
a
nuestra
unión
con
Cristo.
Parte
de
la
obra
del
Espíritu
Santo
consiste
en
confirmar
esta
adopción
en
nosotros:
“Porque
ustedes
no
han
recibido
un
espíritu
de
esclavitud
para
volver
al
temor,
sino
que
han
recibido
un
espíritu
de
adopción
como
hijos,
por
el
cuál
clamamos
¡Abba
Padre!
El
Espíritu
mismo
da
testimonio
a
nuestro
espíritu
de
que
somos
hijos
de
Dios”
(Romanos
8.15-‐16).
Gálatas
4.7
dice
lo
mismo
con
palabras
diferentes:
“Así
que
ustedes
ya
no
son
esclavos
sino
hijos
y
ya
que
son
hijos
Dios
también
los
ha
hecho
herederos”.
Pero
de
la
misma
manera
que
nos
alejamos
de
la
justicia
pasiva
también
somos
propensos
a
olvidar
nuestra
identidad
como
hijos
de
Dios.
Vivimos
como
huérfanos
en
vez
de
vivir
como
hijos.
En
lugar
de
descansar
en
el
amor
paternal
de
Dios,
intentamos
ganar
su
favor
viviendo
según
sus
expectativas
(o
nuestra
visión
equivocada
de
sus
expectativas).
Vivimos
la
vida
en
un
ciclo
sin
fin
intentando
ser
“buenos
cristianos”
para
que
Dios
nos
apruebe.
Para
luchar
contra
nuestra
tendencia
a
encoger
el
evangelio
en
esta
manera,
debemos
arrepentirnos
continuamente
de
nuestra
mentalidad
de
huérfanos
y
habitar
en
nuestra
verdadera
identidad
como
hijos
e
hijas
de
Dios.
Por
fe
debemos
aferrarnos
a
la
promesa
del
evangelio
de
que
somos
3
Martín
Lutero,
Prefacio
a
su
Comentario
a
los
Gálatas.
17
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
adoptados
como
hijos
de
Dios.
La
justicia
de
Jesús
ha
sido
adjudicada
a
nosotros
sin
necesidad
de
obras
(Romanos
4.4-‐8).
No
necesitamos
hacer
nada
para
asegurar
el
amor
y
la
aceptación
de
Dios:
¡Jesús
los
ha
asegurado
por
nosotros!
Cuando
abrazamos
el
evangelio
de
esta
manera
los
estándares
infinitos
de
la
santidad
de
Dios
ya
no
nos
causan
miedo
ni
intimidan.
Nos
llevan
a
adorar
porque
Jesús
cumplió
esos
estándares
por
nosotros.
Nuestra
identidad
está
en
Él.
Las
buenas
noticias
del
evangelio
no
son
que
Dios
nos
favorece
por
causa
de
quienes
somos,
sino
que
nos
favorece
a
pesar
de
quienes
somos.
A
la
raíz
de
nuestros
pecados
visibles
se
encuentra
el
esfuerzo
invisible
por
buscar
justicia
e
identidad.
En
otras
palabras
nunca
superamos
el
evangelio.
Como
escribió
Martín
Lutero
“Se
hace
más
necesario
que
conozcamos
bien
el
evangelio,
que
lo
enseñemos
a
otros
y
que
lo
golpeemos
dentro
de
sus
cabezas
continuamente”.
A
medida
que
nos
damos
cuenta
de
nuestras
tendencias
a
aparentar
y
a
buscar
un
buen
desempeño
–que
son
nuestros
intentos
de
construir
nuestra
propia
justicia
e
identidad
–
debemos
arrepentirnos
del
pecado
y
volver
a
creer
en
las
promesas
del
evangelio.
Este
es
el
patrón
consistente
de
la
vida
cristiana:
arrepentimiento
y
fe,
arrepentimiento
y
fe,
arrepentimiento
y
fe.
Mientras
caminemos
de
esta
manera
el
evangelio
profundizará
sus
raíces
en
nuestra
alma
y
Jesús
y
la
cruz
se
harán
“más
grandes”
en
la
realidad
diaria
de
nuestra
vida.
18
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
EJERCICIO:
Huérfanos
vs.
Hijos
Este
es
un
ejercicio
práctico
que
nos
ayuda
a
revelar
nuestras
tendencias
pecaminosas
a
manipular
la
vida
y
nuestra
necesidad
diaria
de
volver
a
Cristo.
Este
ejercicio
te
humillará,
lo
cual
es
uno
de
los
primeros
pasos
para
empezar
a
servir
a
Cristo
y
a
otros.
En
el
próximo
cuadro,
lee
cada
descripción
de
izquierda
a
derecha.
Bajo
“el
huérfano”
marca
la
casilla
si
ves
esa
tendencia
en
ti.
Subraya
las
palabras
que
se
aplican
más
a
tu
caso.
Bajo
“el
hijo/la
hija”,
marca
las
casillas
que
describen
aquella
área
donde
más
quieres
crecer,
subrayando
las
palabras
clave.
Haz
este
ejercicio
individualmente,
en
oración,
y
de
forma
sincera.
EL
HUÉRFANO
EL
HIJO
Le
falta
una
intimidad
vital
diaria
con
Dios
Se
siente
libre
de
la
preocupación
porque
Dios
lo
ama
Ansioso
por
amigos,
dinero,
grados
Está
aprendiendo
a
vivir
en
un
compañerismo
académicos,
etc.
diario
con
Dios
Se
siente
como
si
nadie
se
preocupara
de
su
No
le
tiene
miedo
a
Dios
vida
Vive
en
una
lógica
de
éxito/fracaso
Se
siente
perdonado
y
totalmente
aceptado
Siente
la
necesidad
vital
de
verse
bien
Confía
cada
día
en
el
plan
soberano
de
Dios
para
su
vida
Se
siente
culpable
y
condenado
La
oración
es
su
principal
descanso
Le
cuesta
confiarle
las
cosas
a
Dios
Satisfecho
y
contento
en
sus
relaciones
personales
porque
ha
sido
aceptado
por
Dios
Tiene
que
resolver
sus
propios
problemas
Se
siente
libre
de
“hacerse
un
nombre”.
O
sea:
no
siente
necesidad
de
hacerse
famoso
o
reconocido
No
es
muy
enseñable
Es
enseñable
por
otros
Se
pone
a
la
defensiva
si
le
acusan
de
algún
Está
abierto
a
las
críticas
porque
descansa
en
la
error
o
debilidad
perfección
de
Cristo
Necesita
siempre
estar
en
lo
correcto
o
tener
la
Es
capaz
de
examinar
sus
motivaciones
más
razón.
profundas
Le
falta
confianza
Es
capaz
de
asumir
riesgos
e,
incluso,
de
fallar
Se
siente
desanimado
y
derrotado
Se
siente
animado
por
el
Espíritu
que
trabaja
dentro
suyo
Fuertemente
apegado
a
ideas,
causas
y
Es
capaz
de
ver
la
bondad
de
Dios
en
los
tiempos
opiniones
oscuros
Cuando
falla,
la
única
solución
es
esforzarse
Se
siente
satisfecho
con
lo
que
Dios
le
ha
dado
más
Tiene
un
espíritu
crítico
(siempre
quejándose
y
Confía
cada
vez
menos
en
sí
mismo
y
más
en
el
con
amargura)
Espíritu
Santo
Derriba
a
los
demás
Está
consciente
de
su
incapacidad
de
arreglar
la
vida,
las
personas
y
los
problemas
Es
un
“analista
agudo”
de
las
debilidades
de
Es
libre
para
confesar
sus
faltas
a
otros
otros
Se
tiende
a
comparar
a
sí
mismo
con
otros
No
necesita
estar
siempre
en
lo
correcto
o
tener
la
razón
Se
siente
incapaz
de
derrotar
su
propia
carne
No
obtiene
más
valor
por
causa
de
propuestas
o
reconocimientos
humanos
Necesita
sentirse
en
el
control
de
las
Va
experimentando
más
y
más
victoria
sobre
la
situaciones
y
de
los
demás
carne
Busca
su
propia
satisfacción
en
“posiciones”
o
La
oración
es
una
parte
importante
y
vital
de
su
día
“cargos”
Busca
satisfacción
en
“posesiones”
u
“obtener
Jesús
es
cada
vez
más
su
asunto
favorito
para
bienes”
conversar
Tiende
a
sentirse
motivado
por
la
obligación
y
Dios
realmente
satisface
su
alma
el
deber,
no
el
amor
19
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
1. Ahora
comparte
con
tu
grupo
aquellas
características
(2
ó
3)
del
lado
izquierdo
que
sientes
que
más
te
identificaron
y
conversen
las
siguientes
preguntas:
2. ¿Cómo
estas
cosas
afectan
tu
relación
con
Dios
y
con
los
demás?
3. ¿Cómo
estas
cosas
revelan
una
incredulidad
fundamental
en
las
verdades
del
evangelio
(específicamente
adopción
y
justicia
pasiva)?
4. Ahora
comparte
con
tu
grupo
en
qué
cosas
(2
ó
3)
del
lado
derecho
te
gustaría
crecer
en
vivir
tu
identidad
en
el
evangelio
y
conversen
las
siguientes
preguntas:
5. ¿Cómo
esto
cambiaría
positivamente
tu
relación
con
Dios
y
con
los
demás?
6. ¿Cómo
el
evangelio
(específicamente
las
buenas
noticias
de
la
adopción
y
la
justicia
pasiva)
te
habilitan
para
crecer
en
esto?
20
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LECCIÓN
4
Ley
y
Evangelio
Seguimos
pensando
acerca
de
cómo
el
evangelio
interactúa
con
nuestra
vida,
pero
ahora
lo
haremos
considerando
la
relación
del
evangelio
con
la
ley
de
Dios.
¿Qué
es
la
ley?
¿Espera
Dios
que
la
obedezca?
¿Cuál
es
el
propósito
de
la
ley?
¿Cómo
la
ley
me
ayuda
a
creer
el
evangelio?
¿Cómo
el
evangelio
me
ayuda
a
obedecer
la
ley?
Estas
preguntas
trataremos
durante
la
presente
lección.
Lean
Romanos
10.1-‐4
en
su
grupo.
1. ¿Cuáles
son
los
dos
tipos
de
justicia
que
parecen
ser
contrastados
en
este
texto
bíblico?
2. ¿Qué
dice
este
texto
acerca
de
Jesús
y
su
relación
la
ley?
Este
texto
bíblico
que
acabamos
de
leer
dice
que
Cristo
es
el
“fin
de
la
ley”.
Pero
Jesús
mismo
dijo
que
él
no
vino
para
eliminar
la
ley
(Mateo
5.17-‐19).
¿Qué
es
lo
correcto?
¿Qué
se
supone
que
debemos
hacer
con
la
ley?
Esperamos
que
el
siguiente
artículo
responda
estas
preguntas.
Léanlo
juntos
y
hablen
acerca
de
esto.
Incluso
alguien
que
lee
superficialmente
la
Biblia,
puede
darse
cuenta
que
ella
está
llena
de
mandatos,
prohibiciones
y
expectativas.
La
Biblia
nos
dice
qué
debemos
hacer
y
qué
no
debemos
hacer.
Estas
reglas
o
leyes
presentan
frecuentemente
un
obstáculo
para
la
fe.
Los
no-‐cristianos
generalmente
rechazan
el
cristianismo
porque
les
parece
que
es
“sólo
un
montón
de
reglas”.
E
incluso
cristianos
fieles
se
esfuerzan
por
entender
cómo
la
ley
de
Dios
y
el
evangelio
se
relacionan
entre
sí.
Después
de
todo,
si
somos
reconciliados
con
Dios
por
gracia
y
no
por
obras,
¿realmente
importa
si
obedecemos
o
no?
Cuando
no
entendemos
bien
la
relación
entre
la
ley
y
el
evangelio,
esto
nos
lleva
a
dos
errores
opuestos,
pero
igualmente
destructivos:
legalismo
y
libertinaje.
Los
legalistas
siguen
viviendo
bajo
la
ley,
creyendo
que
la
aprobación
de
Dios
depende,
de
alguna
manera,
de
su
conducta
correcta.
Los
libertinos,
desprecian
la
ley,
creyendo
que
ya
que
están
“bajo
la
gracia”,
las
reglas
de
Dios
no
son
tan
importantes.
Estos
dos
errores
han
estado
presentes
desde
los
días
de
los
apóstoles.
El
libro
de
Gálatas
fue
escrito
para
combatir
el
error
del
legalismo:
“¿Tan
torpes
son?
Después
de
haber
comenzado
con
el
Espíritu,
¿pretenden
ahora
perfeccionarse
con
esfuerzos
humanos?”
(Gálatas
3.3).
El
libro
de
Romanos
trata
con
el
error
del
libertinaje
cuando
dice:
“Entonces
¿qué?
¿Vamos
a
pecar
porque
no
estamos
ya
bajo
la
ley
sino
bajo
la
gracia?”
(Romanos
6.15).
Ambos,
el
legalismo
y
el
libertinaje
son
destructivos
para
el
evangelio.
Para
evitar
estos
peligros
potenciales,
debemos
entender
la
relación
bíblica
entre
ley
y
evangelio.
Resumidamente,
así
es
cómo
Dios
diseñó
que
esto
funcione:
la
ley
nos
lleva
al
evangelio
y
el
evangelio
nos
libera
para
obedecer
la
ley.
Nos
damos
cuenta
de
que
todo
lo
que
Dios
espera
de
nosotros
(ley),
debería
conducirnos
desesperadamente
a
Cristo.
21
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
Y
una
vez
que
estamos
unidos
a
Cristo,
el
Espíritu
Santo
que
habita
en
nosotros
nos
mueve
a
sentir
deleite
en
la
ley
de
Dios
y
nos
da
poder
para
obedecerla.
En
su
comentario
a
Romanos,
Martín
Lutero
lo
resumió
así:
“La
ley,
correctamente
entendida
y
asimilada,
no
hace
nada
más
que
recordarnos
nuestro
pecado
y
torturarnos,
haciéndonos
merecedores
de
la
ira
eterna…
la
ley
no
es
guardada
por
el
poder
humano,
sino
solamente
mediante
Cristo,
quien
derrama
el
Espíritu
Santo
en
nuestro
corazón.
Cumplir
la
ley…
es
obedecer
sus
mandatos
con
placer
y
amor…
[y
estos
son]
puestos
en
nuestro
corazón
por
el
Espíritu
Santo”.
Fíjate
nuevamente
cuando
dice
“Cumplir
la
ley…
es
obedecer
sus
mandatos
con
placer
y
amor”.
Sólo
conocer
lo
que
Dios
exige
no
es
suficiente.
Obedecerle
“porque
se
supone
que
es
lo
que
debemos
hacer”
no
es
suficiente.
Cumplir
de
verdad
la
ley
significa
obedecer
a
Dios
por
placer
y
amor:
“Me
agrada,
Dios
mío,
hacer
tu
voluntad;
tu
ley
la
llevo
dentro
de
mí”
(Salmo
40.8).
¿Cómo
nos
tornamos
personas
que
aman
a
Dios
y
se
deleitan
en
su
ley?
Respuesta:
mediante
el
evangelio.
Primero,
es
mediante
el
evangelio
que
nos
volvemos
concientes
de
nuestra
desobediencia
a
la
ley
de
Dios.
El
primer
paso
en
el
camino
del
evangelio
es
volvernos
concientes
de
que
“todos
hemos
pecado
y
estamos
destituidos
de
la
gloria
de
Dios”
(Romanos
3.23)
y
que
nuestra
desobediencia
a
la
ley
de
Dios
nos
coloca
bajo
su
maldición:
“Porque
está
escrito
‘maldito
sea
quien
no
practique
fielmente
todo
lo
que
está
escrito
en
el
libro
de
la
ley’”
(Gálatas
3.10).
Segundo,
es
mediante
e
evangelio
que
somos
liberados
de
la
maldición
de
la
ley.
El
evangelio
es
la
buena
noticia
de
que
Dios
perdona
a
todos
los
que
se
vuelven
a
Jesús
y
son
justificados
–
declarados
“no-‐culpables”
ante
el
tribunal
de
Dios
–
por
la
fe
en
Él.
“Cristo
nos
rescató
de
la
maldición
de
la
ley
al
hacerse
maldición
por
nosotros,
pues
está
escrito:
‘Maldito
todo
el
que
es
colgado
de
un
madero’.
Así
sucedió
para
que
por
medio
de
Cristo
Jesús...
por
la
fe
recibiéramos
el
Espíritu
según
la
promesa"
(Gálatas
3.13-‐14).
Jesús,
al
mismo
tiempo,
fue
sacrificado
por
nuestra
imperfección
y
conquistó
nuestra
perfección
mediante
su
obra
en
la
cruz.
La
ley
ya
no
se
posiciona
en
condenación
contra
nosotros.
En
lenguaje
bíblico,
ya
no
estamos
“bajo
la
ley”
(Romanos
6.14).
En
tercer
lugar,
es
mediante
el
evangelio
que
Dios
nos
envía
su
Espíritu
Santo
a
morar
en
nosotros,
transformando
nuestro
corazón
y
capacitándonos
para
verdaderamente
amar
a
Dios
y
a
los
demás.
Como
resultado
de
nuestra
justificación
por
fe,
“Dios
ha
derramado
su
amor
en
nuestro
corazón
por
el
Santo
Espíritu
que
nos
ha
sido
dado”
(Romanos
5.5).
Comúnmente
leemos
la
frase
“amor
de
Dios”
en
este
versículo
como
sin
fuera
el
amor
de
Dios
por
nosotros.
Pero
observando
el
contexto
y
analizando
lingüísticamente,
esta
frase
también
tiene
el
sentido
de
“amor
que
viene
de
Dios”
o
“amor
para
Dios”.
Porque
Dios
nos
ama,
él
ha
derramado
en
nuestros
corazones
su
propia
capacidad
de
amar
y
sentir
deleite
en
sí
mismo.
Jesús
oró
porque
el
amor
que
Dios
el
Padre
tiene
por
Su
Hijo,
estuviera
en
nosotros:
“Yo
te
he
dado
a
conocer
a
ellos…
para
que
el
amor
que
tienes
por
mí
esté
en
ellos
y
que
yo
mismo
esté
en
ellos”
(Juan
17.26).
Un
cristiano
de
verdad
obedece
la
ley
de
Dios,
entonces,
no
por
obligación
o
deber,
sino
por
amor,
porque
“el
amor
es
el
cumplimiento
de
la
ley”
(Romanos
13.10).
Tanto
22
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
legalismo
como
libertinaje
son
fundamentalmente
auto-‐centrados.
No
están
preocupados
con
deleitarse
en
Dios
o
en
su
ley,
sino
consigo
mismos:
“Sigo
las
reglas”
o
“Rompo
las
reglas”.
Pero
el
evangelio
nos
libera
de
la
auto-‐preocupación
y
nos
vuelca
hacia
afuera.
Vemos
que
la
ley
de
Dios
no
es
opresiva
sino
liberadora:
es
la
“ley
de
la
libertad”
(Santiago
1.25).
Es
una
ley
que
nos
apunta
a
Jesús.
Romanos
10.4
dice,
“Cristo
es
el
fin
de
la
ley,
para
que
todo
el
que
cree
reciba
la
justicia”.
En
otras
palabras,
el
fin,
el
objetivo,
el
punto
de
la
ley
es
conducirnos
a
Jesús.
Cuando
nosotros
realmente
“captamos”
lo
que
este
versículo
está
diciendo,
comenzamos
a
ver
que
cada
mandato
en
las
Escrituras
nos
señala
de
alguna
manera
a
Jesús,
quien
cumple
ese
mandato
por
nosotros
y
en
nosotros.
Él
es
nuestra
justicia.
No
necesitamos
construirla
por
nosotros
mismos.
No
somos
capaces
de
hacer
lo
que
la
ley
nos
manda
a
hacer,
pero
Jesús
lo
hizo
por
nosotros.
Y
porque
Él
vive
en
nosotros
por
medio
de
su
Espíritu,
estamos
capacitados
para
hacerlo,
no
como
una
obligación,
sino
por
deleite.
Porque
cada
mandamiento
en
las
Escrituras
nos
señala
nuestra
incapacidad
(la
línea
inferior
de
nuestra
ilustración
de
la
cruz),
y
nos
hace
mirar
a
Jesús
como
el
único
que
perdona
nuestra
desobediencia
y
permite
nuestra
obediencia.
En
otras
palabras,
la
ley
nos
conduce
hacia
Jesús
y
Jesús
nos
libra
de
obedecer
la
ley.
1. ¿En
base
a
lo
recién
leído,
cómo
resumirías
la
manera
en
la
cual
la
ley
y
el
evangelio
trabajan
juntos?
2. El
artículo
recién
leído
habla
acerca
de
sentir
que
“debes
ser
un
mejor
cristiano”.
¿En
qué
área
sientes
que
deberías
estar
haciéndolo
mejor,
en
este
momento?
3. ¿Cómo
se
siente
vivir
bajo
un
constante
sentido
de
“deberías”
o
“tienes
que”?
La
Biblia
usa
la
frase
“bajo
la
ley”
para
describir
la
experiencia
de
vivir
nuestra
vida
espiritual
en
el
ciclo
sin
fin
de
lo
que
“tenemos
que”
ser
o
hacer.
Aquí
está
la
tensión:
si
intentamos
vivir
por
la
ley,
no
estamos
viviendo
a
la
luz
del
evangelio.
Pero
si
despreciamos
la
ley,
entonces
no
estamos
experimentando
el
poder
del
evangelio
que
nos
lleva
a
obedecer
la
ley.
Esta
tensión
afecta
la
manera
cómo
leemos
la
Biblia,
así
que
a
continuación
haremos
un
ejercicio
que
nos
ayudará
a
mantener
estas
cosas
en
su
lugar
apropiado
mientras
leemos
la
Biblia
y
seguimos
a
Cristo.
EJERCICIO:
El
colador
del
evangelio
y
la
ley
El
“colador”
es
un
patrón
de
pensamiento,
un
filtro
para
que
las
cosas
funcionen,
una
manera
particular
de
ver
algo.
Comprender
la
Biblia
y
articular
el
evangelio
de
formas
creativas
y
relevantes,
implica
usar
varios
coladores
para
que
la
verdad
nos
haga
sentido.
23
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
En
la
lección
1
entregamos
el
“colador
del
evangelio”
mediante
aquel
cuadro
que
llamamos
el
“Diagrama
de
la
Cruz”.
En
esta
lección
vamos
a
aprender
cómo
entender
la
ley
de
Dios
a
través
de
ese
colador.
Cada
pasaje
de
la
Escritura
afirma
un
imperativo
moral
explícita
o
implícitamente.
Por
ejemplo,
un
verso
puede
decirte
que
no
mientas.
Puedes
responder
a
esta
orden
de
tres
maneras
diferentes:
LEGALISMO:
Puedes
hacer
tu
mejor
intento
por
no
mentir.
Esto
es
lo
que
se
llama
“vivir
bajo
la
ley”.
Pero,
inevitablemente
descubres
que
no
puedes
evitar
mentir,
incluso
cuando
“bajas
la
vara”
con
respecto
a
qué
significa
mentir.
LIBERTINAJE:
Puedes
admitir
desde
el
principio
que
no
puedes
obedecer
esta
orden
y
simplemente
la
desechas
como
un
ideal
bíblico
que
no
estás
obligado
a
obedecer.
Esto
es
lo
que
significa
abusar
de
la
gracia
de
Dios
y
rendirse
al
pecado.
EVANGELIO:
Este
es
el
colador
que
queremos
aprender.
Es
así:
1. Dios
dice,
“No
mientas”
(Línea
superior
del
Diagrama
de
la
Cruz:
la
santidad
de
Dios)
2. No
puedo
obedecer
este
mandato
porque
soy
pecador.
(Línea
inferior
del
Diagrama:
mi
pecaminosidad)
3. Jesús
obedeció
esto
perfectamente.
(Puedo
señalar
innumerables
ejemplos
en
su
vida
terrenal
según
consta
en
el
evangelio.)
Jesús
hizo
lo
que
yo
debía
hacer
(pero
no
puedo)
como
mi
sustituto
para
que
Dios
me
acepte
(2
Corintios
5.17).
4. Porque
Jesús
obedeció
la
ley
perfectamente
y
ahora
vive
en
mí,
y
porque
soy
aceptado
por
Dios,
ahora
soy
libre
de
obedecer
este
mandato
por
su
gracia
y
poder
que
opera
en
mí.
La
aplicación
de
esta
red
para
el
estudio
de
la
Biblia
te
ayudará
a
creer
en
el
evangelio
y
obedecer
la
ley,
sin
caer
en
el
legalismo
o
el
libertinaje.
Esto
te
da
el
poder
para
experimentar
la
realidad
de
que
el
evangelio
lo
cambia
todo.
PRÁCTICA:
Lee
junto
a
tu
grupo
un
pasaje
y
aplica
este
colador
del
evangelio.
(Escojan
entre
Filipenses
4.4-‐7,
Santiago
2.1-‐7
ó
1ª
Pedro
3.9
y
lean
en
voz
alta)
¿Cuál
es
el
mandato?
¿Por
qué
no
puedes
hacerlo?
(Sé
específico
acerca
de
tus
luchas
particulares
para
obedecer
este
mandato)
¿Cómo
Jesús
lo
hizo
perfectamente?
(Señala
ejemplos
concretos
de
los
Evangelios)
24
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
¿Cómo
el
Espíritu
de
Dios
te
da
el
poder
para
obedecer
este
mandato
(en
situaciones
específicas)?
25
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LECCIÓN
5
Arrepentimiento
En
nuestra
cultura
actual,
arrepentirse
suena
como
algo
malo
–
algo
así
como
ser
llamado
a
una
conversación
personal
en
la
oficina
del
jefe
un
viernes
en
la
tarde.
Lejos
de
ser
algo
malo
o
poco
común,
el
arrepentimiento
bíblico
es
lo
normal
en
una
vida
centrada
en
el
evangelio.
Volverse
más
conciente
de
la
santidad
de
Dios
y
de
nuestra
pecaminosidad
nos
lleva
a
arrepentirnos
y
a
creer
en
el
evangelio
de
Jesús.
Cuando
vivimos
centrados
en
el
evangelio,
constantemente
estamos
volviéndonos
de
nuestras
actitudes
de
aparentar
o
buscar
un
buen
desempeño
a
fin
de
vivir
como
hijos
e
hijas.
El
arrepentimiento
bíblico
nos
libera
de
nuestros
propios
mecanismos
y
abre
camino
para
que
el
poder
del
evangelio
dé
fruto
en
nuestra
vida.
Pero
el
pecado
deteriora
nuestro
arrepentimiento
y
nos
arrebata
su
fruto.
Así
que
nuestra
meta
en
esta
lección
es
(1)
exponer
las
maneras
mediante
las
cuales
practicamos
falso
arrepentimiento
y
(2)
motivarnos
al
arrepentimiento
genuino.
Conversen
como
grupo:
Cuando
el
pecado
de
otras
personas
te
afecta
o
te
incomoda
¿qué
cosas
(actitudes,
acciones,
etc.)
sientes
que
necesitas
ver
en
esas
personas
antes
de
sentirte
mejor
al
respecto
de
ellos
o
perdonarlos?
Generalmente
somos
una
bolsa
de
deseos
mezclados
se
trata
de
los
pecados
de
la
gente.
A
veces
realmente
queremos
lo
mejor
para
ellos.
A
veces
solamente
queremos
sentirnos
bien
con
nosotros
mismos.
Leermos
un
pasaje
que
muestra
el
deseo
del
apóstol
Pablo
para
los
cristianos
de
la
ciudad
de
Corinto
sobre
este
asunto.
2ª
Corintios
7.5-‐13
1. ¿Qué
quería
Pablo
de
los
Corintios?
2. ¿Por
qué
quería
esto?
3. ¿Cuál
fue
el
fruto
del
arrepentimiento
en
sus
vidas?
(vv.
7
y
11)
4. ¿Cómo
el
arrepentimiento
de
ellos
afectó
a
Pablo?
Lean
juntos
el
siguiente
artículo:
Hemos
estado
pensando
juntos
acerca
de
cómo
vivir
consistentemente
la
vida
entera
bajo
la
influencia
del
evangelio.
En
las
últimas
lecciones
el
Diagrama
de
la
Cruz
ha
servido
como
un
modelo
visual
para
ayudarnos
a
entender
cómo
funciona
el
evangelio.
Como
hemos
visto,
el
patrón
consistente
de
la
vida
cristiana
es:
arrepentimiento
y
fe.
Nunca
dejamos
de
necesitar
arrepentirnos
y
creer.
Las
primera
palabras
de
Jesús
en
el
Evangelio
de
Marcos
son:
“Arrepiéntanse
y
crean
en
el
evangelio”
(Marcos
1.15).
En
la
primera
de
sus
95
Tesis,
Martín
Lutero
observó
que
“cuando
nuestro
Señor
y
Maestro
Jesucristo
dijo
‘Arrepiéntanse’,
él
quiso
decir
que
toda
la
vida
de
los
creyentes
fuera
una
vida
de
arrepentimiento”.
En
el
arrepentimiento
confesamos
nuestra
tendencia
a
26
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
“encoger
la
cruz”
mediante
la
apariencia
y
el
buen
desempeño.
Arrancamos
nuestros
afectos
de
manos
de
falsos
salvadores
y
de
recursos
fraudulentos
de
justicia
y
nos
volvemos
a
Jesús,
reconociendo
que
sólo
Él
es
nuestra
esperanza.
En
la
superficie,
el
arrepentimiento
parece
simple
y
obvio,
pero
no
lo
es.
Debido
a
que
nuestro
corazón
es
una
fábrica
de
ídolos
(como
dijo
Juan
Calvino),
incluso
nuestro
arrepentimiento
se
puede
transformar
en
un
vehículo
para
el
pecado
y
el
egoísmo.
Somos
hábiles
practicantes
del
falso
arrepentimiento.
Una
de
nuestras
principales
necesidades
en
la
vida
centrada
en
el
evangelio
es
entender
el
arrepentimiento
de
una
manera
precisa
y
bíblica.
Para
la
mayoría
de
nosotros,
la
palabra
arrepentimiento
tiene
una
connotación
negativa.
Uno
sólo
se
arrepiente
si
hizo
algo
realmente
malo.
La
idea
católica-‐romana
de
la
penitencia
generalmente
empapa
nuestra
idea
de
arrepentimiento:
cuando
pecamos,
nos
debemos
sentir
verdaderamente
mal
por
ello,
auto-‐flagelarnos
y
hacer
algo
para
arreglar
lo
que
echamos
a
perder.
En
otras
palabras,
el
arrepentimiento
frecuentemente
se
trata
más
acerca
de
nosotros
mismos
que
acerca
de
Dios
o
las
personas
contra
las
cuales
hemos
pecado.
Queremos
sentirnos
mejor.
Queremos
que
las
cosas
“vuelvan
a
lo
normal”.
Queremos
saber
que
hemos
hecho
nuestra
parte,
para
que
así
nuestra
culpa
se
mitigue
y
podamos
seguir
adelante
con
nuestra
vida.
Piensa,
por
ejemplo,
en
una
relación
en
la
cual
hablaste
palabras
hirientes
a
alguien.
Probablemente
tu
esfuerzo
de
arrepentirte
sonó
más
o
menos
así:
“Siento
mucho
que
te
herí.
No
debí
haber
dicho
eso.
¿Me
perdonarías?”.
¿Pero
es
esto
realmente
verdadero
arrepentimiento?
¿Nuestro
pecado
consistió
solamente
en
las
palabra
que
27
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
dijimos?
¿No
es
verdad,
acaso,
que
Jesús
dijo
“de
la
abundancia
del
corazón
habla
la
boca”
(Lucas
6.45)?
Aunque
es
verdad
que
debemos
reconocer
nuestras
palabras
hirientes,
la
otra
persona
también
debe
haber
sentido
el
impacto
del
resentimiento,
la
ira,
la
envidia
o
la
amargura
más
profunda
que
estaba
en
nuestro
corazón.
A
menos
que
confesemos
esos
pecados
también,
nuestro
“arrepentimiento”
no
será
genuino
arrepentimiento
en
absoluto.
¿Cómo
empezamos
a
identificar
nuestras
tendencias
al
falso
arrepentimiento?
La
solución
está
en
buscar
patrones
de
remordimiento
y
resolución
en
nuestra
manera
de
lidiar
con
el
pecado.
Remordimiento:
“¡No
puedo
creer
lo
que
hice!”.
Resolución:
“Prometo
hacerlo
mejor
la
próxima
vez”.
Por
detrás
de
esta
forma
de
vivir
hay
dos
grandes
malentendidos
acerca
de
nuestro
corazón.
Primero,
tenemos
un
concepto
muy
alto
de
nosotros
mismos.
No
creemos
realmente
en
la
profundidad
de
nuestro
pecado
y
quiebra
(la
línea
inferior
del
Diagrama
de
la
Cruz).
Esto
nos
lleva
a
reaccionar
sorprendidos
cuando
el
pecado
se
manifiesta
en
nosotros:
“¡Oh!
¡No
puedo
creer
que
acabo
de
hacer
esto!”.
En
otras
palabras:
“¡Yo
no
soy
así
realmente!”.
En
segundo
lugar,
pensamos
que
tenemos
el
poder
de
cambiarnos
a
nosotros
mismos.
Pensamos
que
si
tomamos
resoluciones,
o
lo
intentamos
con
más
fuerza
la
próxima
vez,
seremos
capaces
de
arreglar
el
problema.
Estos
patrones
de
remordimiento
y
resolución
deterioran
nuestra
actitud
hacia
otros
también.
Debido
a
que
tenemos
un
concepto
tan
alto
de
nosotros
mismos,
reaccionamos
al
pecado
de
otros
ásperamente
y
con
desaprobación.
Somos
muy
sufridos
con
nuestro
propio
pecado,
¡pero
nos
indignamos
con
el
de
los
demás!
Y
debido
a
que
pensamos
que
podemos
cambiarnos
a
nosotros
mismos,
nos
sentimos
frustrados
cuando
otras
personas
no
se
están
cambiando
a
sí
mismas
más
rápido.
Nos
volvemos
enjuiciadores,
impacientes
y
críticos.
El
evangelio
nos
invita
y
nos
da
poder
para
el
verdadero
arrepentimiento.
De
acuerdo
con
la
Biblia,
el
verdadero
arrepentimiento:
ESTÁ
ORIENTADO
HACIA
DIOS,
NO
HACIA
MÍ.
Salmo
51.4:
“Contra
ti,
contra
ti
sólo
he
pecado
y
he
hecho
lo
malo
delante
de
tus
ojos…”
ESTÁ
MOTIVADO
POR
UNA
GENUINA
TRISTEZA
SANTA
Y
NO
POR
PURO
REMORDIMIENTO
EGOÍSTA.
2ª
Corintios
7.10:
“Porque
la
tristeza
que
viene
de
Dios
produce
arrepentimiento
que
lleva
a
la
salvación,
de
lo
cual
no
hay
que
arrepentirse,
mientras
que
la
tristeza
del
mundo
produce
la
muerte.”
SE
PREOCUPA
DEL
CORAZÓN,
NO
SÓLO
DE
LAS
ACCIONES
EXTERNAS.
Salmo
51.10:
“Crea
en
mí
¡oh
Dios!
un
corazón
limpio
y
renueva
un
espíritu
recto
dentro
de
mí”.
BUSCA
EN
JESÚS
LA
LIBERTAD
DE
LA
CONDENACIÓN
Y
DEL
PODER
DEL
PECADO.
Hechos
3.19-‐20:
“Arrepiéntanse
y
vuélvanse
a
Dios,
para
que
sus
pecados
sean
limpiados,
para
que
tiempos
de
refrigerio
vengan
del
Señor
y
Él
les
envíe
a
Cristo,
que
ha
sido
preparado
para
ustedes,
el
cual
es
Jesús.”
28
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
En
vez
de
presentar
excusas
por
el
pecado
o
caer
en
patrones
de
remordimiento
y
resolución,
el
verdadero
arrepentimiento
del
evangelio
nos
mueve
a
darnos
cuenta
y
arrepentirnos.
Nos
damos
cuenta:
“¡Yo
hice
esto!”;
“¡Esto
muestra
lo
que
realmente
soy!”.
Nos
arrepentimos:
“¡Dios,
perdóname!
¡Sólo
Tú
eres
mi
esperanza!”.
A
medida
que
aprendemos
a
vivir
a
la
luz
del
evangelio,
este
tipo
de
verdadero
arrepentimiento
debiera
volverse
más
y
más
normal
para
nosotros.
Dejaremos
de
sorprendernos
por
nuestro
pecado
y
así
seremos
capaces
de
admitirlo
de
forma
más
honesta.
Y
dejaremos
de
creer
que
podemos
arreglarnos
nosotros
mismos
y
nos
volveremos
más
rápidamente
a
Jesús
en
búsqueda
de
perdón
y
transformación.
El
pecado
es
una
condición
del
corazón,
no
sólo
un
comportamiento,
así
que
el
verdadero
arrepentimiento
es
un
estilo
de
vida,
no
sólo
una
práctica
ocasional.
Arrepentimiento
no
es
algo
que
hacemos
sólo
una
vez
(cuando
nos
convertimos),
o
sólo
periódicamente
(cuando
nos
sentimos
realmente
culpables).
El
arrepentimiento
es
continuo
y
la
convicción
de
pecado
es
una
marca
del
amor
paternal
de
Dios
hacia
nosotros.
“Yo
reprendo
y
disciplino
a
todos
los
que
amo.
Así
que
sé
fervoroso
y
arrepiéntete”
(Apocalipsis
3.19).
Así
que,
¿de
qué
te
arrepientes
hoy?
Conversen
como
grupo
las
siguientes
preguntas:
1. ¿Qué
te
llamó
más
la
atención
de
este
artículo?
2. ¿Cómo
explicarías
la
diferencia
entre
verdadero
y
falso
arrepentimiento
en
tus
propias
palabras?
3. ¿Te
ves
a
ti
mismo
con
más
tendencia
al
remordimiento
o
la
resolución?
4. ¿Cuál
piensas
que
son
algunas
evidencias
o
marcas
del
verdadero
arrepentimiento?
Para
que
esto
realmente
se
arraigue
en
nosotros,
tenemos
que
hablar
acerca
de
cómo
practicar
genuino
arrepentimiento
en
nuestra
vida.
Haremos
un
ejercicio
que
nos
ayudará
a
identificar
el
falso
arrepentimiento
y
nos
motivará
hacia
el
verdadero
arrepentimiento.
EJERCICIO:
Practicando
el
arrepentimiento.
Generalmente
creamos
excusas
para
nuestro
pecado
para
evitar
el
duro
trabajo
de
arrepentirnos.
Aquí
abajo
hay
una
lista
de
excusas
comunes
–
y
(entre
paréntesis)
los
pensamiento
internos
que
revelan.
Tómate
un
minuto
para
revisar
la
lista
individualmente
y,
luego,
conversen
las
preguntas
del
final
para
ayudarse
mutuamente
como
grupo
a
practicar
genuino
arrepentimiento.
>>
Sólo
estaba
siendo
honesto
(¿Qué
acaso
no
eres
capaz
de
soportar
la
verdad?)
>>
Sólo
estoy
diciendo
lo
que
siento
(No
hay
nada
pecaminoso
en
mis
sentimientos)
29
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
>>
¡Sólo
estaba
bromeando!
(¿No
fuiste
capaz
de
entender
el
chiste?)
>>
Me
estás
malinterpretando
(No
soy
tan
malo
como
piensas)
>>
Yo
soy
así
y
no
voy
a
cambiar
(Soy
un
pecador
y
eso
excusa
mi
comportamiento)
>>
Cometí
un
error
(Todos
nos
equivocamos)
>>
No
quería
hacerlo
(No
quería
que
me
pillaran)
>>
Estoy
teniendo
un
mal
día
(Merezco
algo
mejor)
¿Con
cuál
de
las
excusas
de
la
lista
te
identificas?
¿Cuándo
ha
sido
un
ejemplo
reciente
(o
una
situación
típica)
donde
has
usado
una
de
estas
excusas
en
vez
de
verdaderamente
quebrantarte
y
arrepentirte
por
tu
pecado?
Como
grupo
describan
cómo
el
verdadero
arrepentimiento
debería
hacerse
visible
en
los
ejemplos
mencionados.
Usen
los
pasos
aquí
abajo:
PASO
1:
Toma
conciencia
de
que
has
pecado
contra
Dios.
PASO
2:
Confiesa
formas
de
falso
arrepentimiento
o
resentimiento
egoísta
(remordimiento,
resolución,
etc.)
PASO
3:
Discierne
y
arrepiéntete
de
las
motivaciones
ocultas
de
tu
corazón
que
te
llevaron
a
cometer
este
pecado.
PASO
4:
Recibe
el
perdón
de
Dios
por
fe.
PASO
5:
Descansa
en
el
poder
de
Dios
para
volverte
de
tu
pecado.
Repitan,
como
grupo,
este
proceso
en
su
conversación
a
medida
que
surgen
los
ejemplos,
según
el
tiempo
les
permita.
Compartan
ejemplos
de
su
propia
vida
y
pongan
en
práctica
el
verdadero
arrepentimiento.
30
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LECCIÓN
6:
Idolatrías
del
corazón
Hemos
dicho
que
el
caminar
cristiano
consiste
en
dos
pasos
que
se
repiten
constantemente:
arrepentimiento
y
fe.
En
la
lección
5,
trabajamos
el
tema
del
arrepentimiento.
Ahora
volcaremos
nuestra
atención
al
asunto
de
la
fe.
Recuerda,
nosotros
crecemos
mediante
creer
en
el
evangelio.
Este
es
el
énfasis
de
la
discusión
y
ejercicio
de
esta
lección.
Ahora
nos
corresponde
sacar
este
“creer
en
el
evangelio”
del
abstracto
y
hacerlo
concreto.
Lean
Marcos
1.15
y
conversen
las
siguientes
preguntas:
Si
Jesús
tuviera
un
autoadhesivo
en
su
auto
(¡lo
cual
él
nunca
tuvo!),
diría
“Arrepiéntanse
y
crean
porque
el
reino
de
Dios
está
cerca”.
Este
era
su
lema
y
el
principal
asunto
de
su
enseñanza.
1. ¿Qué
piensas
que
Jesús
quiso
decir
cuando
dijo
“arrepiéntanse
y
crean”?
¿A
qué
Él
estaba
llamando
a
la
gente?
2. De
acuerdo
con
este
versículo
¿qué
es
exactamente
lo
que
debemos
creer?
Leamos
el
siguiente
artículo:
En
las
últimas
lecciones,
hemos
dicho
que
el
arrepentimiento
y
la
fe
deberían
ser
continuos
y
consistentes
patrones
de
vida
cristiana.
En
la
última
lección
examinamos
la
naturaleza
del
verdadero
arrepentimiento.
Esta
semana
queremos
sumergirnos
un
poco
más
en
el
asunto
de
la
fe.
Piensa
por
un
momento
en
la
siguiente
pregunta:
“Nómbrame
una
cosa
que
debo
hacer
para
crecer
más
como
cristiano”.
Si
alguien
te
preguntara
esto
¿cómo
responderías?
¿Sugerirías
algunas
disciplinas
básicas
como
leer
la
Biblia,
orar,
buscar
compañerismo
cristiano,
arrepentirse
de
sus
pecados
o
aprender
teología?
Las
multitudes
trajeron
a
Jesús
exactamente
este
cuestionamiento
en
Juan
6.
Su
respuesta
podrá
sorprenderte:
Entonces
le
preguntaron:
“¿Qué
debemos
hacer
para
hacer
la
obra
de
Dios?”
Jesús
respondió
“Esta
es
la
obra
de
Dios:
que
crean
en
aquel
que
Él
envió”
(Juan
6.28-‐29).
Fíjate
que
ellos
le
preguntaron
a
Jesús
qué
debían
hacer
para
vivir
una
vida
que
agradara
a
Dios.
Jesús
les
responde
que
la
obra
de
Dios
es
creer.
En
otras
palabras,
la
vida
cristiana
no
se
trata
de
hacer,
sino
de
creer.
Entender
bien
esto
es
crucial
para
nuestra
santificación.
La
mayoría
de
nosotros
somos
naturalmente
“hacedores
de
cosas”.
Felices
abrazamos
el
próximo
proyecto,
el
próximo
desafío,
la
próxima
tarea.
Así
que
la
búsqueda
de
madurez
cristiana
produce
un
montón
de
esfuerzo
y
ocupación,
pero
poco
cambio
permanente.
¿Por
qué
ocurre
esto?
Porque
estamos
haciendo
demasiado
y
creyendo
demasiado
poco.
31
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
Verás,
nuestros
pecados
en
la
superficie,
sólo
con
síntomas
de
un
problema
más
profundo.
Debajo
de
cada
pecado
externo
hay
un
ídolo
del
corazón
–
un
dios
falso
que
ha
eclipsado
al
Dios
verdadero
en
nuestros
pensamientos
y
afectos.
Parafraseando
a
Martín
Lutero,
cada
pecado
es,
en
alguna
medida,
una
quiebra
del
primer
mandamiento
(“No
tendrás
otros
dioses
en
mi
presencia”).
Lutero
escribió:
“De
la
misma
manera
que
el
primer
mandamiento
es
el
primerísimo,
más
alto
y
mejor,
del
cual
proceden
todos
los
otros
mandamientos…
así
también
obedecer
ese
mandamiento,
o
sea,
creer
y
confiar
en
el
favor
de
Dios
en
todo
tiempo,
es
la
primerísima,
más
alta
y
mejor
de
todas
las
obras,
de
la
cual
todas
las
demás
deben
proceder,
existir,
permanecer,
ser
dirigidas
y
medidas”.
En
otras
palabras,
mantener
a
Dios
como
lo
principal
es
el
fundamento
del
crecimiento
espiritual.
La
llave
para
la
transformación
guiada
por
el
evangelio
es
aprender
a
arrepentirse
de
“el
pecado
por
detrás
de
los
pecados”
–
la
profunda
raíz
de
idolatría
y
falta
de
fe
que
nos
conduce
a
nuestros
pecados
más
visibles.
Como
caso
de
estudio,
tomemos
el
pecado
externo
del
chisme
–
hablar
de
otros
a
sus
espaldas
de
maneras
enjuiciadoras
y
destructivas.
¿Por
qué
chismeamos?
¿Qué
estamos
buscando
que
deberíamos
encontrar
en
Dios?
Aquí
hay
algunos
ídolos
del
corazón
comunes
que
se
pueden
manifestar
a
sí
mismos
en
el
pecado
externo
del
chisme.
>>
El
ídolo
de
la
aprobación
(quiero
ganarme
la
aprobación
de
las
personas
con
las
que
estoy
hablando).
>>
El
ídolo
del
control
(uso
el
chisme
como
una
manera
de
manipular/controlar
a
otros)
>>
El
ídolo
de
la
reputación
(quiero
sentirme
importante,
así
que
derribo
a
alguien
con
mis
comentarios
acerca
de
esa
persona)
>>
El
ídolo
del
éxito
(alguien
está
teniendo
éxito
y
no
soy
yo,
así
que
chismeo
sobre
esa
persona)
>>El
ídolo
de
la
seguridad
(hablar
mal
de
otros,
es
una
forma
de
ocultar
mi
propia
inseguridad)
>>
El
ídolo
del
placer
(alguien
está
disfrutando
la
vida
y
no
soy
yo,
así
que
ataco
a
esa
persona)
>>
El
ídolo
del
conocimiento
(hablar
mal
de
otros
es
una
forma
de
mostrar
que
yo
sé
más)
>>
El
ídolo
del
reconocimiento
(hablar
acerca
de
otros,
hace
que
la
gente
me
dé
atención)
>>
El
ídolo
del
respeto
(esa
persona
me
faltó
el
respeto,
así
que
ahora
yo
le
faltaré
el
respeto
a
ella)
Todo
estos
ídolos
son
falsos
salvadores
promoviendo
falsos
evangelios.
¡Cada
una
de
estas
cosas
–
aprobación,
control,
reputación,
éxito,
seguridad,
placer,
conocimiento,
reconocimiento,
respeto
–
es
algo
que
ya
tenemos
en
Jesús
gracias
al
Evangelio!
Pero
cuando
no
estamos
viviendo
a
la
luz
del
evangelio,
nos
volcamos
hacia
esos
ídolos
para
que
nos
den
aquello
que
sólo
Jesús
puede
verdaderamente
entregarnos.
32
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
Otra
forma
de
identificar
tus
ídolos
del
corazón
particulares
es
preguntarte
¿qué
es
lo
que
amo?
¿en
qué
confío
o
¿a
qué
le
temo?
Por
ejemplo,
si
le
tengo
miedo
a
ser
soltero,
es
probable
que
“estar
en
una
relación”
sea
un
ídolo
para
mí
(porque
esto
me
promete
librarme
del
“infierno”
de
la
soltería).
Si
yo
confío
en
“tener
suficiente
dinero”,
es
probable
que
la
seguridad
sea
mi
ídolo
(porque
me
promete
el
falso
“evangelio”
de
que
nunca
me
faltará
bienes
materiales).
Si
amo
el
orden
y
la
estructura,
es
probable
que
mi
ídolo
sea
el
control
(porque
si
yo
estoy
a
cargo,
puedo
asegurarme
de
que
las
cosas
están
en
orden).
Reflexionar
sobre
“el
pecado
por
detrás
de
los
pecados”
nos
muestra
por
qué
el
evangelio
es
esencial
para
el
verdadero
cambio
de
corazón.
Es
posible
arrepentirse
en
la
superficie
de
pecados
externos
por
toda
una
vida
y,
sin
embargo,
nunca
llegar
a
las
verdaderas
motivaciones
del
corazón.
Al
momento
de
pecar,
ya
he
violado
el
primer
mandamiento.
Un
ídolo
ha
tomado
el
lugar
de
Dios
en
mi
alma.
Estoy
confiando
en
que
ese
ídolo,
en
vez
de
Dios,
sea
mi
salvador.
Necesito
aplicar
el
evangelio
mediante
(1)
arrepentirme
de
mi
profunda
idolatría
del
corazón
y
(2)
creer,
o
sea,
redirigir
mi
mente
hacia
las
promesas
específicas
del
evangelio
que
rompen
el
poder
de
mis
ídolos
característicos.
Según,
el
Dr.
Steve
Childers,
la
fe
“involucra
aprender
cómo
posicionar
los
afectos
de
nuestra
mente
y
corazón
en
Cristo…
la
fe
demanda
una
continua
práctica
y
deleite
en
los
privilegios
que
ahora
son
nuestros
en
Cristo”4.
Fíjate
en
los
dos
aspectos
de
la
fe:
posicionar
nuestros
afectos
en
Cristo
y
deleitarnos
en
los
privilegios
que
son
nuestros
en
Cristo.
Debo
adorar
a
Jesús
(no
a
mis
ídolos)
y
debo
recordarme
a
mí
mismo
aquello
que
es
realmente
verdad
acerca
de
mí
por
causa
de
Jesús.
Volvamos
nuevamente
al
ejemplo
del
chisme.
Imaginemos
que
identifiqué
que
el
respeto
es
el
ídolo
dominante
que
me
lleva
al
chisme.
Una
vez
que
me
doy
cuenta
de
mi
pecado
y
me
arrepiento
de
el,
ejercito
mi
fe
de
2
maneras.
Primero,
hago
una
pausa
y
adoro
a
Jesús
porque
Él
dejó
a
un
lado
su
derecho
a
ser
respetado,
humillándose
hasta
la
misma
muerte
(Filipenses
2.5-‐11).
Segundo,
me
recuerdo
a
mí
mismo
la
verdad
del
evangelio
que
me
dice
que
ya
no
necesito
anhelar
desesperadamente
el
respeto
de
otros
porque
tengo
la
aprobación
de
Dios
mediante
la
fe
en
Jesús
(2ª
Corintios
5.17-‐21).
Si
las
personas
me
van
a
respetar
o
no,
ya
no
importa:
la
gracia
de
Dios
me
ha
hecho
libre
de
exigir
respeto
para
mí
mismo
y
ahora
vivo
para
la
fama
y
la
honra
de
Jesús
(1ª
Corintios
10.31).
El
ejercicio
es
bastante
sencillo
en
lo
abstracto,
pero
se
puede
hacer
bastante
más
difícil
cuando
se
trata
de
pensar
acerca
de
tus
propias
patrones
personales
de
pecado.
Así
que
toma
un
tiempo
intencional
para
(1)
identificar
tus
pecados
externos
más
comunes
y
(2)
en
oración
considera
qué
ídolos
del
corazón
son
los
que
están
por
detrás
de
esos
pecados.
Entonces
(3)
adora
a
Jesús
por
su
victoria
sobre
ese
ídolo
y
(4)
encuentra
promesas
específicas
del
evangelio
en
las
cuales
puedes
descansar
para
ayudarte
a
derrotar
el
poder
de
ese
ídolo.
Asegúrate
de
contar
con
el
consejo
y
oración
de
otros
cristianos
en
este
proceso
de
reflexión
y
arrepentimiento.
Como
lo
dijo
un
4
Steven
L.
Childers,
“True
Spirituality:
The
Transforming
Power
of
the
Gospel”,
disponible
en
www.gca.cc.
33
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
escritor:
“no
puedes
ver
tu
propio
rostro”.
Nos
necesitamos
unos
a
otros
a
fin
de
poder
ver
nuestro
pecado
claramente
y
tratar
con
él
honestamente.
A
medida
que
vives
una
vida
centrada
en
el
evangelio,
recuerda
que
esta
es
la
esencia
de
caminar
con
Jesús.
El
arrepentimiento
y
la
fe
no
son
pasos
en
el
camino;
ellos
son
el
camino.
Esta
es
la
obra
de
Dios:
creer.
34
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
Conversen
como
grupo:
1. Pregúntense
unos
a
otros
en
el
grupo:
¿Ha
quedado
claro
este
concepto
de
los
ídolos
del
corazón?
Si
no
es
así
para
todos,
apóyense
mutuamente,
identifiquen
en
el
artículo
recién
leído
qué
párrafos
necesitan
volver
a
leer
a
fin
de
aclarar.
2. Según
la
lista
presentada
en
el
artículo,
cuál
crees
que
es
tu
principal
o
tus
2
principales
ídolos
del
corazón.
3. ¿Cómo
este
ídolo
se
manifiesta
en
tu
vida?
En
otras
palabras,
¿qué
pecados
externos
en
la
superficie
son
impulsados
por
este
ídolo?
Aplicando
el
evangelio
en
tu
vida
a
fin
de
tratar
con
estos
ídolos,
conversen
en
el
grupo:
1. ¿Cómo
ves
que
estos
ídolos
del
corazón
te
han
fallado,
decepcionado
o
causado
frustración?
2. Pensando
en
los
ídolos
identificados
en
el
grupo,
¿cómo
el
evangelio
te
puede
hacer
libre
en
esta
área?
(¿De
qué
manera
efectivamente
el
evangelio
satisface
tus
deseos
o
suple
tus
necesidades
de
manera
más
plena
que
tus
ídolos?)
3. ¿Qué
necesitas
para
recibir
por
fe
en
el
evangelio
para
derrotar
el
poder
de
esos
ídolos
específicos
en
tu
vida?
O
sea,
¿qué
verdades
bíblicas
específicas
necesitas
“realmente
creer”
para
combatir
las
idolatrías
de
tu
corazón?
¿Te
parece
difícil
creer
estas
verdades?
¿Por
qué?
4. ¿Cómo
ves
que
tus
ídolos
del
corazón
empobrecen
tu
capacidad
de
amar,
alejándote
de
otros?
5. ¿Cómo
el
evangelio
te
libera
para
amar
a
otros?
35
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LECCIÓN
7:
El
perdón
El
Evangelio
que
trabaja
en
nosotros
siempre
trabaja
a
través
de
nosotros.
Muestra
su
poder
en
nuestras
relaciones
interpersonales
y
acciones.
Una
de
las
formas
claves
en
que
esto
sucede
es
cuando
perdonamos
a
otros
bíblicamente.
Lean
Mateo
18.21-‐35
y
conversen
las
siguientes
preguntas:
¿Cuál
es
el
punto
clave
de
la
historia?
Si
usted
tuviera
que
explicar
qué
significa
el
perdón
a
alguna
persona,
¿qué
le
diría?
El
Evangelio
nos
da
poder
para
perdonar.
Perdonar
a
la
gente
que
nos
ha
lastimado
es
una
de
las
cosas
más
difíciles
de
hacer
en
la
vida.
Y
entre
más
profunda
la
herida
es,
el
reto
es
mayor.
Frecuentemente
nos
sentimos
confundidos
por
cómo
es
que
el
perdón
realmente
debe
ser.
Debemos
“¿perdonar
y
olvidar?”¿Es
eso
posible?
Y
¿Qué
es
exactamente
lo
que
significa,
“amar
a
nuestros
enemigos”?
¿Qué
de
la
persona
que
me
abuso
sexualmente?
¿O
del
jefe
que
salió
adelante
en
su
carrera
a
mis
costillas?
¿O
de
mi
esposa(o)
que
me
engaño?
¿O
del
amigo
que
hablo
de
mí
a
mis
espaldas
y
daño
mi
reputación?
Hemos
visto
que
cuando
el
Evangelio
realmente
penetra
en
nosotros,
empieza
a
trabajar
a
través
de
nosotros.
El
perdón
es
una
área
donde
el
Evangelio
“tiene
que
trabajar”
en
nuestras
vidas.
De
hecho,
perdonar
a
otros
realmente
no
es
posible
a
menos
que
estemos
viviendo
a
la
luz
de
perdón
de
Dios
en
nosotros.
Así
que
consideremos
cómo
el
Evangelio
nos
mueve
hacia
el
perdón.
El
Evangelio
empieza
con
Dios
alcanzándonos.
Dios
toma
la
iniciativa,
aunque
sea
la
parte
ofendida.
Él
actuó
para
reconciliarnos
en
esta
relación
“aunque
éramos
los
enemigos
de
Dios”
(Rom.
5:10).
Nuestro
pecado
nos
había
separado
de
Él
(Isa.
59:2).
Él
tenía
todo
el
derecho
de
condenarnos,
resistirnos
y
romper
la
relación,
pero
no
lo
hizo.
En
lugar
de
ello,
nos
alcanzó:
“Porque
siendo
aún
pecadores,
Cristo
murió
por
nosotros”
(Rom.
5:8).
Sin
embargo,
la
reconciliación
con
Dios
requiere
de
nuestro
arrepentimiento.
Perdonando
nuestro
pecado,
Dios
extiende
el
ofrecimiento
de
la
reconciliación,
pero
la
reconciliación
no
está
completa
hasta
que
nos
arrepentimos
y
recibimos
su
perdón
por
fe.
Note
como
ambas
dinámicas
se
reflejan
en
2
de
Corintios
5:19-‐20:
“Que
Dios
estaba
en
Cristo
reconciliado
consigo
al
mundo,
no
tomándoles
en
cuenta
a
los
hombres
sus
pecados,
y
nos
encargo
a
nosotros
la
palabra
de
reconciliación.
Así
que,
somos
embajadores
en
el
nombre
de
Cristo,
como
sí
Dios
rogase
por
medio
de
nosotros;
os
rogamos
en
el
nombre
de
Cristo:
Reconciliaos
con
Dios”
Las
escrituras
le
dan
todo
el
crédito,
la
gloria,
la
alabanza
a
Dios
por
nuestra
salvación,
porque
es
sólo
por
su
buena
iniciativa
que
somos
capaces
de
responder
(Efes.
2:8-‐9)
Pero
nuestra
respuesta
de
arrepentimiento
y
fe
es
esencial.
La
salvación
no
es
36
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
universal.
Sólo
aquellos
quienes
se
arrepienten
y
reciben
el
buen
ofrecimiento
serán
reconciliados
con
él.
Así
que
podríamos
resumir
el
perdón
de
Dios
de
esta
manera:
Alcanzándonos,
Dios
nos
invita
y
nos
capacita
para
alcanzarlo.
El
Evangelio
inicia
con
Dios
(la
parte
ofendida)
alcanzándonos
(a
los
ofensores).
Él
cancela
nuestra
deuda
y
abre
una
oportunidad
de
reconciliación.
Sí
reconocemos
nuestro
pecado
y
nos
arrepentimos,
estamos
reconciliados
con
Dios
y
podemos
experimentar
el
gozo
y
deleitarnos
nuestra
relación
con
él.
Entonces,
¿Qué
significa
que
podemos
perdonar
a
otros
como
Dios
nos
ha
perdonado?
Después
de
todo,
esto
es
lo
que
la
Biblia
nos
manda:
“Antes
sed
benignos
unos
con
otros,
misericordiosos,
perdonándoos
unos
a
otros,
como
Dios
también
os
perdonó
a
vosotros”
(Efes.
4:32).
Las
escrituras
asumen
que
sí
verdaderamente
hemos
experimentado
el
perdón
en
el
Evangelio,
estaremos
radicalmente
perdonando
a
los
demás.
En
contraste,
sí
no
perdonamos,
tenemos
resentimiento
o
amargura
hacia
los
demás,
esto
es
un
rasgo
seguro
de
que
no
estamos
viviendo
el
profundo
gozo
y
libertad
del
Evangelio.
El
perdón
que
otorgamos
a
otros
es
el
reflejo
del
perdón
que
Dios
nos
ha
dado.
Tenemos
que
tomar
la
iniciativa:
“Por
tanto,
si
traes
tu
ofrenda
al
altar,
y
allí
te
acuerdas
de
que
tu
hermano
tiene
algo
contra
ti,
deja
allí
tu
ofrenda
delante
del
altar,
y
anda,
reconcíliate
primero
con
tu
hermano,
y
entonces
ven
y
presenta
tu
ofrenda”
(Mat.
5:23-‐24).
Debemos
ofrecer
el
perdón
y
abrir
la
puerta
para
la
reconciliación.
Pero
la
reconciliación
depende
siempre
del
arrepentimiento
de
la
otra
persona.
El
autor
y
consejero
cristiano
Dan
Allender
ha
sugerido
una
útil
analogía:
“el
perdón
involucra
un
corazón
que
cancela
la
deuda
pero
no
presta
más
dinero
hasta
que
se
lleva
a
cabo
el
arrepentimiento”5.
Como
Dios,
tomamos
la
iniciativa
para
acercarnos
a
aquellos
quienes
nos
han
ofendido
y
los
invitamos
a
acercarse
a
nosotros
en
arrepentimiento.
Lo
que
esto
significa
es
que
nuestro
trabajo
no
está
hecho
una
vez
que
hemos
perdonado
a
alguien.
El
deseo
de
nuestro
corazón
no
es
simplemente
perdonar
la
ofensa
sino
que
en
última
estancia,
ver
a
la
otra
persona
reconciliada
con
Dios
y
con
nosotros.
Nosotros
queremos
ver
destruido
el
poder
del
pecado
sobre
la
persona.
Nosotros
no
podemos
hacer
que
esto
suceda,
pero
sí
podemos
orar
por
ello,
anhelarlo,
y
acogerlo.
¿Dónde
encontramos
el
poder
para
hacer
esto?
Después
de
todo,
es
lo
suficientemente
difícil
sólo
perdonar
a
alguien
que
nos
ha
herido
profundamente.
¿Cómo
encontramos
la
gracia
y
la
fuerza
para
anhelar
la
restauración?
Por
supuesto
que
la
respuesta
es
el
Evangelio.
El
Evangelio
no
solo
nos
muestra
como
perdonar,
nos
da
el
poder
para
olvidar.
Cuando
decimos,
“no
puedo
olvidar
lo
que
esa
persona
me
hizo”,
estamos
esencialmente
diciendo,
“El
pecado
de
esa
persona
es
más
grande
que
el
mío”.
La
conciencia
que
tenemos
de
nuestro
propio
pecado
es
muy
pequeña,
mientras
que
la
conciencia
que
tenemos
del
pecado
de
otros
es
muy
grande.
Nuestro
sentimiento
más
profundo
es
que
nosotros
sí
merecemos
ser
perdonados,
pero
la
persona
que
nos
ha
5
Dr.
Dan
B,
Allender
and
Dr.
Trempler
longman
III,
Bold
Love
(Colorado
Springs:NavPress,
1992),
p.162
37
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
ofendido
no.
Estamos
viviendo
con
una
pequeña
perspectiva
de
la
santidad
de
Dios,
de
nuestro
propio
pecado,
y
de
la
cruz
de
Jesús.
Pero
cuando
abrazamos
una
perspectiva
del
Evangelio
de
nuestro
propio
pecado,
reconocemos
que
la
deuda
del
pecado
que
Dios
nos
ha
perdonado
es
más
grande
que
cualquier
pecado
que
ha
sido
cometido
en
contra
de
nosotros.
Y
Conforme
vamos
creciendo
en
nuestra
conciencia
de
la
santidad
de
Dios,
empezamos
a
ver
más
claramente
la
distancia
entre
su
perfección
y
nuestra
imperfección.
Mientras
el
significado
de
la
obra
de
Jesús
en
la
cruz
crece
en
nuestras
conciencias,
nuestra
voluntad
y
habilidad
por
buscar
restauración
con
otras
personas
también
crecerá.
Después
de
todo,
sí
Dios
perdona
la
ofensa
masiva
de
nuestro
pecado,
¿Cómo
es
que
no
podemos
perdonar
el
pecado
de
otros-‐
el
cual,
aunque
severo,
palidece
en
comparación
con
nuestra
propia
culpa
delante
de
un
Dios
santo
y
justo?
El
perdón
es
algo
costoso.
Significa
cancelar
una
deuda
cuando
sentimos
que
tenemos
todo
el
derecho
de
reclamar
un
pago.
Significa
absorber
el
dolor,
el
daño,
la
vergüenza,
la
aflicción
del
pecado
de
alguien
sobre
nosotros.
Significa
anhelar
el
arrepentimiento
y
la
restauración.
Pero
esto
es
exactamente
como
Dios
ha
actuado
para
con
nosotros
en
Jesucristo.
Y
a
través
del
Evangelio,
el
Espíritu
Santo
nos
da
poder
para
hacer
lo
mismo
con
otros.
38
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
TAREA:
LLEGANDO
AL
CORAZÓN
DEL
PERDÓN.
(Responda
las
siguientes
preguntas
antes
de
la
próxima
reunión.
Probablemente
necesitará
otra
hoja
de
papel
para
contestar.)
1. Piense
en
una
o
dos
personas
que
usted
necesite
perdonar
(o
perdonar
más
profundamente),
sí
no
puede
pensar
en
alguien,
pídale
a
Dios
que
le
revele
a
alguien.
Aquí
tiene
algunos
escenarios
y
sentimientos
que
pueden
traer
alguien
a
su
mente:
Alguien
de
quien
se
ha
distanciado,
gente
con
quien
se
siente
incomodo,
gente
de
quien
ya
no
disfruta
de
su
compañía,
conflictos
relacionales
que
no
puede
olvidar,
alguien
que
dijo
o
hizo
algo
que
lo
lastimo;
sentimientos
de
enojo,
amargura,
irritación,
temor,
chisme,
o
espíritu
crítico.
Escriba
uno
o
dos
nombres
de
personas
que
vienen
a
su
mente.
2. ¿Qué
es
lo
que
más
te
irrita
o
perturba
acerca
de
esa
persona?
3. ¿Qué
situaciones
de
“justicia”
están
involucradas
en
la
situación?
¿Qué
de
malo,
lastimado
o
pecado
ha
hecho
esta
persona
en
contra
de
usted?
5. Describa
su
propia
falta
delante
de
Dios.
¿Es
ésta
mucho
más
grande
que
la
de
las
personas
que
ha
enlistado
(y
aun
así
ha
sido
cancelada
y
perdonada)?
No
se
apresure
a
contestar
esta
pregunta.
Tome
su
tiempo
para
describir
su
profunda
deuda
en
el
sentido
en
que
las
formas
específicas
de
pecado
se
manifiestan
en
su
vida.
39
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LECCIÓN
8:
El
conflicto
El
conflicto
es
algo
que
todos
experimentamos
(regularmente),
pero
frecuentemente
lo
manejamos
en
formas
muy
carnales.
El
Evangelio
nos
da
un
patrón
y
medios
para
la
resolución
saludable
de
conflictos.
Lean
Gálatas
2.11-‐14
y
conversen
las
siguientes
preguntas:
¿Por
qué
Pedro
(Cefas)
estaba
equivocado?
¿Cuál
era
la
razón
que
motivaba
a
Pedro
para
la
confrontación?
El
Evangelio
nos
ayuda
pelear
de
forma
justa.
Hemos
visto
cómo
el
Evangelio
nos
renueva
internamente
y
así
fluye
de
nosotros
el
llevar
renovación
a
nuestras
relaciones
interpersonales.
Nada
es
más
común
entre
las
relaciones
interpersonales
que
el
conflicto.
Si
el
Evangelio
no
nos
está
afectando
en
la
manera
en
que
tratamos
con
el
conflicto,
¡muy
probablemente,
enytonces,
no
nos
está
tocando
profundamente!
En
este
artículo
consideraremos
como
el
Evangelio
nos
ayuda
a
pelear
justamente.
Piense
en
la
discusión
que
haya
tenido
recientemente.
Quizá
el
conflicto
haya
sido
con
su
esposo(a),
un
miembro
de
la
familia,
o
asociado
al
trabajo.
Ahora,
haga
a
un
lado
las
circunstancias
de
la
discusión
(la
razón
por
la
que
fue,
como
lo
hizo
sentir,
quien
tenía
la
razón
o
no)
y
tome
uno
minuto
para
ponderar
sus
acciones
durante
el
conflicto.
Su
comportamiento
probablemente
cae
en
una
de
dos
categorías.
Algunas
personas
son
los
atacantes,
les
gusta
estar
a
la
ofensiva.
Le
dan
un
alto
valor
a
la
justicia,
así
que
les
importa
mucho
quien
tiene
la
razón
o
no.
Abajo
hacemos
una
lista
de
características
que
pueden
denotar
que
usted
es
un
atacante.
! Usted
trata
con
el
enojo
o
frustración
“dándole
rienda
suelta”.
! Usted
examina
ampliamente
las
cosas
como
un
abogado
para
“llegar
al
fondo
del
conflicto”.
! Ganar el conflicto es más importante que amar al oponente.
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
Al
otro
lado
del
espectro
tenemos
a
los
que
se
retiran.
Personas
con
esta
tendencia,
frecuentemente
se
encuentran
a
la
defensiva.
Tienden
a
ignorar
o
evitar
el
conflicto
y,
cuando
bajo
presión
mantiene
un
argumento,
responden
con
un
malhumorado
silencio
o
una
pasividad
apática.
Si
usted
es
de
los
que
se
retiran,
aquí
tenemos
algunos
patrones
que
quizá
reconozca:
! Usted
trata
con
el
enojo
o
la
frustración
oprimiéndola
! Usted tiene opiniones pero se las guarda contad de “mantener la paz”
! Hace preguntas como “¿Tenemos que hablar de esto ahora?” y “¿Eso importa?”
! Algunas veces deja la discusión físicamente para “tener algo de paz”
Estas
son
formas
típicas
en
que
nosotros
respondemos
al
desacuerdo,
la
frustración,
la
ofensa,
o
el
daño.
El
hecho
de
que
estas
respuestas
se
consideran
“normales”
(naturales)
es
una
clave
para
saber
que
no
son
bíblicas
(sobrenaturales).
Entonces
¿Cómo
es
que
llegamos
a
resolver
el
conflicto
de
una
manera
bíblica?
Aprendamos
del
desacuerdo
que
tuvieron
Pablo
y
Pedro
en
Gálatas
2.
Esta
pelea
surgió
mientras
la
iglesia
primitiva
se
expandía
más
allá
de
Jerusalén
y
muchos
gentiles
se
iban
convirtiendo
a
la
fe
en
Jesús.
Los
Judíos
Cristianos
importaron
algunas
de
sus
prácticas
tradicionales
a
la
adoración
de
Jesús.
Los
Gentiles,
por
otro
lado,
no
tenían
lealtad
a
las
costumbres
judías
como
la
circuncisión,
o
las
reglas
dietéticas.
Pedro,
un
judío,
entendió
el
Evangelio
lo
suficiente
para
aceptar
sin
reservas
a
los
nuevos
creyentes
Gentiles
(Hch.
10:9-‐48).
Pero
su
aplicación
del
Evangelio
fue
probada
cuando
se
encontró
entre
una
mezcla
de
personas.
Algunos
maestros
Judíos
legalistas
habían
empezado
a
imponer
las
leyes
y
costumbres
judías
sobre
los
Gentiles
convertidos.
Cuando
estos
maestros
vinieron
a
Antioquia,
donde
Pedro
estaba
en
compañerismo
y
comiendo
con
los
Gentiles,
Pedro
empezó
a
aislarse
de
los
Gentiles.
Los
intentos
de
Pedro
por
apaciguar
a
los
Judíos
legalistas
amalgamaron
el
problema
porque
implicaba
que
estaba
de
acuerdo
con
sus
creencias.
Finalmente,
aun
Bernabé
los
siguió.
Los
dos
hombres
cayeron
en
la
hipocresía
profesando
ser
uno
con
los
Gentiles
en
Cristo
y
actuando
en
maneras
que
destrozaban
esa
unidad.
Mientras
Pablo
observaba
este
comportamiento,
él
sabía
que
no
podía
ignorarlo
o
retirase
de
la
situación.
Estaba
en
juego
algo
muy
valioso.
Pero
también
tenía
que
abordarlo
de
la
manera
correcta.
Enojarse
sobre
manera
no
iba
a
traer
la
clase
de
reconciliación
que
él
quería.
Aunque
este
pasaje
no
nos
brinda
todos
los
detalles,
la
descripción
de
interacción
entre
Pablo
y
Pedro
es
un
buen
ejemplo
del
cómo
abordar
el
conflicto
centrados
en
el
Evangelio.
“Pero cuando Pedro vino a Antioquía, me opuse a él cara a cara, porque era de
condenar.
Porque antes de venir algunos de parte de Jacobo, él comía con los gentiles,
pero cuando vinieron, empezó a retraerse y apartarse, porque temía a los de
41
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
la circuncisión. Y el resto de los judíos se le unió en su hipocresía, de tal
manera que aun Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero
cuando vi que no andaban con rectitud en cuanto a la verdad del evangelio,
dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no
como los judíos, ¿por qué obligas a los gentiles a vivir como judíos?” (Gál. 2:11-
14, LBLA)
Note
estos
aspectos
en
las
acciones
de
Pablo:
PABLO
SE
ACERCÓ
A
PEDRO
PÚBLICAMENTE.
No
evitó
encontrarse
con
Pedro,
no
chismeó
sobre
él,
ni
abusó
de
él.
Él
lo
confrontó,
yendo
directamente
con
la
persona
con
quién
tenía
el
conflicto.
En
este
caso
la
confrontación
fue
en
público.
Esto
no
es
siempre
necesario,
pero
como
el
pecado
era
público
y
había
tenido
consecuencias
grandes,
Pablo
se
aseguró
que
la
confrontación
encajara
en
la
situación.
LA
MOTIVACIÓN
DE
PABLO
NO
ERA
DE
AUTODEFENSA
O
DE
INTERESES
EGOÍSTAS,
SINO
DEFENDER
EL
EVANGELIO.
“Pero
cuando
vi
que
no
andaban
con
rectitud
en
cuanto
a
la
verdad
del
evangelio”
(Gál.
2:14).
La
preocupación
de
Pablo
por
el
Evangelio
y
las
relaciones
interpersonales
en
el
cuerpo
de
la
iglesia
pesaron
más
que
la
tentación
de
atacar
o
retirarse.
PABLO
PRESENTÓ
EL
ASUNTO
CLARAMENTE
E
INVITÓ
A
RESPONDER
A
PEDRO.
“Si
tú,
siendo
judío,
vives
como
los
gentiles
y
no
como
los
judíos,
¿por
qué
obligas
a
los
gentiles
a
vivir
como
judíos?”
(Gál.
2:14b)
Esta
clase
de
confrontación
centrada
en
el
Evangelio
refleja
como
Dios
se
acerca
a
nosotros.
Dios
no
nos
dejo
caer
su
ira
(atacar)
o
se
alejo
de
nosotros
(retirarse).
En
lugar
de
ello,
sacrificialmente
nos
alcanzó
lleno
de
gracia
y
de
verdad
a
través
de
Jesús.
Él
confrontó
el
pecado,
nos
invitó
a
tener
una
relación
personal
con
él,
y
proveyó
una
forma
de
reconciliación.
Así
que
el
Evangelio
nos
provee
del
patrón
bíblico
para
resolver
el
conflicto.
Tenemos
una
motivación
adecuada
(amor),
confianza
(fe),
y
medios
para
resolver
el
conflicto
(gracia
y
verdad).
El
Evangelio
nos
llama
a
arrepentirnos
de
nuestros
patrones
pecadores
de
ataque
o
retirada.
Y
el
Evangelio
nos
da
poder
para
resolver
el
conflicto
en
fe,
con
una
intención
humilde
y
de
confianza
que
glorifique
a
Dios.
Podemos
rendir
la
forma
“normal”
de
hacer
las
cosas
y
mejor
hacerlas
de
acuerdo
al
Evangelio.
42
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LA
RESOLUCIÓN
AL
CONFLICTO
CENTRADA
EN
EL
EVANGELIO
El
cuadro
de
abajo
resume
las
diferencias
entre
atacar
y
retirarse
contrastándolos
con
el
enfoque
centrado
en
el
Evangelio
para
la
resolución
del
conflicto.
No
todo
lo
del
recuadro
aplica
a
todas
las
personas
ni
a
todos
los
conflictos,
así
que
es
mejor
enfocarse
en
las
descripciones
que
son
relevantes
y
pertinentes
para
su
caso
personal.
La
meta
es
ayudarle
a
identificar
cuál
es
la
raíz
de
los
patrones
no
saludables
de
conflicto
en
su
vida
y
proveer
un
camino
claro
hacia
la
respuesta
del
Evangelio.
ASPECTO
ATACAR
RETIRASE
EVANGELIO
FUNDAMENTO
DEL
Auto
justicia
Inseguridad
Arrepentimiento,
CORAZÓN
perdón
FUENTE
DE
PODER
La
carne,
el
orgullo
La
carne,
el
temor
El
Espíritu
Santo
COMPROMISO
Estar
en
lo
correcto
Evitar
el
Conflicto
Entender
y
comprometerse
DIRECCIÓN
Argumentar
y
Negar
o
apaciguar
Comunicar
e
someter
invitar
SENTIMIENTO
La
vida
es
segura
La
vida
es
menos
La
vida
es
un
reto
dolorosa
META
Auto-‐protección
“Paz”
La
Gloria
de
Dios,
el
bienestar
de
otros
RESULTADO
Dolor,
división
Amargura
y
Sanidad,
separación
reconciliación
¿Cómo
usualmente
reacciona
ante
el
conflicto;
su
tendencia
es
hacia
el
ataque
o
hacia
la
retirada?
¿Con
cuál
de
las
descripciones
de
arriba
se
identifica?
UN
ACERCAMIENTO
AL
CONFLICTO
CENTRADO
EN
EL
EVANGELIO
Abajo
está
resumido
un
proceso
para
abordar
el
conflicto
de
una
manera
centrada
en
el
Evangelio.
Cada
aspecto
esta
enlistado,
junto
con
algunas
preguntas
que
lo
ayudarán
a
evaluar
sus
tendencias
en
esa
área.
Quizá
recordará
experiencias
pasadas
o
un
conflicto
actual.
Recuerde
que
la
meta
es
reconocer
los
patrones
no
saludables
en
su
vida
y
practicar
más
efectivamente
el
Evangelio.
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
2. FUENTE
DE
PODER:
Dese
cuenta
de
lo
que
lo
lleva
a
atacar
o
a
retirarse.
¿Está
usted
preocupado
por
:
evitar
la
vergüenza,
estar
equivocado,
romper
la
paz,
que
otros
lo
desaprueben,
etc.?
En
fe,
afirme
su
confianza
en
el
poder
del
Espíritu
Santo
para
liberarlo
de
esos
pecados
de
orgullo
y
temor.
4. DIRECCION:
Mientras
usted
se
compromete
con
la
persona
con
la
que
tiene
el
conflicto,
hable
honesta
y
respetuosamente
sobre
sus
sentimientos
y
pensamiento,
e
invite
a
la
otra
parte
a
hacer
lo
mismo.
¿Se
entienden
mutuamente?
¿Qué
es
lo
que
usualmente
se
interpone
entre
entender
y
ser
entendido
(enojo,
argumentación,
deshonestidad,
timidez,
suposiciones
que
usted
hace
sobre
otros,
etc.)?
5. SENTIMIENTOS
Y
META:
Hablen
de
lo
que
le
costará
a
ambas
partes
resolver
el
conflicto.
Especifiquen
cuáles
son
los
pasos
a
seguir
para
llegar
a
una
resolución.
Oren
a
Dios
que
su
voluntad
sea
hecha
(su
gloria
y
el
bienestar
de
ambos).
Pídale
que
le
de
la
capacidad
de
pagar
el
precio
para
la
resolución,
agradeciéndole
por
pagar
el
último
precio
de
muerte
para
resolver
el
último
conflicto
de
nuestra
pecadora
rebelión.
44
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
LECCIÓN
9:
La
misión
El
Evangelio
trabaja
simultáneamente
en
nosotros
y
a
través
de
nosotros.
Interiormente,
nuestros
deseos
y
motivaciones
van
cambiando
conforme
nos
arrepentimos
y
creemos
el
Evangelio.
Cuando
experimentamos
el
amor
de
Cristo
de
esta
manera,
nos
sentimos
obligados
a
involucrarnos
con
la
misma
clase
de
amor
redentor
hacia
quienes
están
alrededor
nuestro.
La
gracia
de
Dios
trae
renovación
en
nosotros
y
a
través
de
nosotros.
Lean
Gálatas
5:13-‐15
en
voz
alta
unas
dos
o
tres
veces.
¿Cómo
es
posible
usar
nuestra
libertad
como
una
oportunidad
para
pecar?
¿Cuáles
son
algunas
cosas
que
nos
alejan
de
servirnos
unos
a
otros
como
este
pasaje
nos
instruye?
El
Evangelio
nos
impulsa
hacia
afuera.
“Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis
la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a
los otros.” (Gálatas 5:13 LBLA)
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
otros,
comprometerse
con
la
cultura
y
vivir
misioneramente.
Sí
el
Evangelio
lo
está
renovando
internamente,
también
lo
estará
impulsando
hacia
afuera.
Debe
hacerlo,
porque
es
“el
Evangelio
del
Reino”
(Mat.
9:35),
¡y
el
Reino
de
Dios
no
es
personal
y
privado!
Jesús
nos
enseño
a
orar
“Venga
tu
reino.
Hágase
tu
voluntad,
como
en
el
cielo,
así
también
en
la
tierra”
(Mat.
6:10).
Cuando
oramos
por
la
venida
del
Reino
de
Dios,
estamos
orando
tanto
porque
Jesús
reine
en
los
corazones
de
la
gente
(interno),
como
sí
su
voluntad
sea
hecha
en
todas
partes
no
solo
en
el
cielo
(externa).
¿Cómo
es
que
este
movimiento
externo
del
Evangelio
se
ve
en
la
práctica?
Déjeme
darle
un
ejemplo.
Sé
que
debo
amar
a
mi
prójimo.
Jesús
nos
dejo
ese
mandamiento.
De
hecho
él
dijo
que
era
el
cumplimiento
de
la
ley
(Gal.
5:14).
Pero
mi
vecino
de
junto
y
yo
no
tenemos
nada
en
común.
El
es
mucho
mayor
de
edad
que
yo
y
tenemos
gustos
diferentes
en
todo
–música,
películas,
comida,
automóviles,
estilo
de
vida.
Mientras
yo
disfruto
de
hablar
sobre
un
nuevo
músico
que
acabo
de
descubrir
o
un
buen
libro
que
leí
recientemente,
el
prefiere
contar
sus
anécdotas
de
los
viejos
tiempos
cuando
el
servía
con
el
Ejercito
en
Vietnam.
Durante
meses
me
sentía
culpable
en
mi
relación
con
mi
vecino.
Sabía
que
debía
alcanzarlo
y
ser
amigable.
Pero
ese
sentido
de
“debería”
no
me
motivaba.
Era
la
ley
no
el
Evangelio.
Me
podía
mostrar
lo
que
debería
estar
haciendo,
pero
no
podía
cambiar
mi
corazón
para
que
yo
quisiera
hacerlo.
Me
enfrentaba
a
un
dilema:
podía
esforzarme
para
amar
y
servir
a
mi
vecino
aunque
no
sentía
el
hacerlo,
o
ignorarlo
y
no
hacer
nada.
Sabía
que
ignorarlo
era
un
pecado,
pero
no
me
motivaba
mucho
la
primera
opción.
Entonces
¿Estaba
una
obediencia
mecánica
y
sin
gozo
realmente
honrando
a
Dios?
¿Entonces
los
mandamientos
de
Dios
fueron
creados
para
sentirse
como
un
trabajo
extremadamente
pesado?
Mucha
gente
cuando
son
enfrentados
con
este
dilema
se
van
por
el
camino
del
legalismo
(obedecer
aunque
sienta
que
no
quiere)
o
licencia
(no
obedecer).
Pero
ninguno
de
estas
opciones
es
el
Evangelio.
El
Evangelio
de
la
gracia
de
Dios
es
el
combustible
para
la
misión,
y
cuando
se
nos
está
acabando
ese
combustible,
nuestro
amor
y
servicio
por
los
demás
se
detiene.
La
respuesta
para
mi
dilema
con
mi
vecino
viene
a
través
del
Evangelio.
Conforme
la
gracia
de
Dios
empieza
a
renovar
mi
corazón,
pude
ver
que
la
raíz
del
problema
era
mi
egoísmo
y
falta
de
amor.
Mi
amor
por
mi
vecino
era
condicional
–
si
él
fuera
más
joven,
o
más
inteligente,
o
tuviera
más
en
común
conmigo,
yo
lo
hubiera
apreciado
mejor.
Empecé
a
arrepentirme
de
este
pecado
y
renovar
mi
mente
con
las
promesas
del
Evangelio
–
especialmente
el
hecho
de
que
Dios
me
amó
mientras
yo
seguía
siendo
un
pecador
(Rom.
5:8).
Dios
con
su
gracia
se
acerco
a
mí
cuando
yo
no
tenía
nada
en
común
con
él.
¡Definitivamente
que
con
la
gracia
de
Dios,
yo
podría
acercarme
a
mi
vecino
de
la
misma
manera!
Mientras
el
Evangelio
renovaba
mi
corazón,
algo
extraño
sucedió.
Mi
actitud
hacia
mi
vecino
empezó
a
cambiar.
Empecé
a
sentir
un
verdadero
amor
y
apreciación
por
él.
No
era
un
sentimiento
que
había
buscado
por
obligación,
sino
uno
que
venía
de
manera
natural.
La
renovación
interna
del
Evangelio
me
impulsaba
hacia
afuera
en
a
mor
y
servicio
hacia
mi
vecino.
La
misión
empezó
a
ser
un
gozo
y
no
una
carga.
Comprender
la
fuerza
externa
de
la
gracia
del
Evangelio
es
crucial
para
nuestro
entendimiento
de
la
misión.
Significa
que
la
misión
no
es
solo
un
deber
(algo
que
46
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
“deberíamos
hacer”)
sino
un
desbordamiento
de
la
obra
del
Evangelio
dentro
de
nosotros.
Sí
usted
no
es
motivado
a
amar,
servir
y
compartir
el
Evangelio
con
la
demás
gente,
la
respuesta
no
es
“solo
hágalo”.
La
respuesta
es
examinar
su
corazón,
arrepentirse
de
pecado,
y
discernir
donde
su
no
creencia
está
haciendo
corto
circuito
con
el
movimiento
externo
del
Evangelio.
Conforme
el
Evangelio
renueva
su
corazón,
también
renovará
su
deseo
de
compartir
su
fe
con
las
personas
a
través
de
las
oportunidades
que
Dios
ponga
en
su
camino.
Para
simplificar,
la
gracia
de
Dios
siempre
va
para
alguna
parte
–
se
mueve
hacia
adelante,
extendiendo
su
Reino,
impulsando
a
su
gente
hacia
el
amor
y
el
servicio
a
los
demás.
Conforme
vamos
aprendiendo
a
vivir
a
la
luz
del
Evangelio,
la
misión
debería
ser
el
desbordamiento
natural.
La
gracia
de
Dios
nos
trae
una
renovación
interna
(en
nosotros)
de
tal
manera
que
traiga
una
renovación
externa
(a
través
de
nosotros).
47
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
EJERCICIO:
EXAMINANDO
SU
CORAZÓN
PARA
LA
MISION
1. Identifique
una
oportunidad
misionera
en
su
vida
en
la
cual
usted
no
está
motivado
a
hacer
lo
que
usted
“debería”
hacer.
Aquí
tenemos
algunas
categorías
para
empezar
a
pensar:
mostrar
hospitalidad
a
sus
vecinos;
orar
activamente
e
involucrarse
con
sus
compañeros
de
trabajo;
compartir
el
Evangelio
con
algún
miembro
de
su
familia;
servir
a
alguien
que
está
en
la
pobreza;
dar
generosamente;
ser
el
líder
espiritual
como
esposo
(a)
o
como
padre;
defender
una
perspectiva
bíblica
sobre
algún
asunto
en
particular.
2. ¿Qué
problemas
obstaculizan
a
su
corazón
para
tomar
una
acción
correctamente
motivada
en
esta
situación?
Mientras
usted
ora
y
reflexiona
en
la
raíz
de
su
inactividad,
¿Qué
es
lo
que
usted
discierne?
Sea
tan
específico
y
minucioso
como
pueda
para
identificar
las
cosas
que
lo
detienen
para
expresar
a
los
demás
el
amor
centrado
en
el
Evangelio.
3. Arrepentimiento:
¿Qué
pecado
puede
ver
usted
en
usted
mismo
del
cual
necesita
arrepentirse?
Fe:
¿Cuáles
son
las
promesas
o
verdades
específicas
del
Evangelio
que
realmente
no
está
creyendo?
48
un
corazón
en
el
Padre
–
un
pueblo
en
Cristo
–
una
misión
en
el
Espíritu
¿Con
quién
haré
ahora
yo
este
discipulado?
Ora
y
pide
al
Señor
que
te
muestre
e
indique
posibles
creyentes
en
Cristo
de
nuestra
comunidad
que,
por
su
reciente
conversión
al
evangelio
o
por
falta
de
comprensión
de
estas
verdades
que
has
aprendido
aquí,
necesiten
hacer
este
material.
Recuerda:
este
es
un
material
diseñado
para
edificar
a
creyentes
en
Cristo
y
motivarlos
a
crecer
en
su
fe.
Piensa
y
escribe
aquí
abajo
una
lista
de
al
menos
4
personas:
Intenta
ordenar
esa
lista
en
orden
de
prioridad
(según
factores
tales
como
necesidades
de
esa
persona,
posibilidades
reales
de
encontrarte
regularmente
con
ella,
cercanía
geográfica,
intereses
comunes,
etc.)
y
busca,
si
no
los
tienes,
sus
números
y
formas
de
contacto:
Nombre
E-‐mail
Teléfono(s)
Dirección
Fb
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
Ahora,
siguiendo
el
orden
de
la
lista
elaborada,
ofréceles
uno
a
uno
hacer
este
discipulado
(explícale
las
características)
mediante
encuentros
semanales
o
quincenales.
A
la
primera
persona
que
te
acepte
la
propuesta,
marca
el
primer
encuentro
y
la
frecuencia
de
inmediato.
Deja
en
“lista
de
espera”
a
los
demás
hasta
que
hayas
concluido
el
material
completo
con
la
primera
persona
que
te
aceptó.