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CASO PRÁCTICO

Digi-Futur es una empresa dedicada a la fabricación de aparatos electrónicos (lectores de tarjetas, vídeo-
porteros, etc.) que en poco tiempo ha experimentado un gran crecimiento. Actualmente, cuenta con 90
trabajadores. Mª Ángeles trabaja en el departamento de Administración y es la secretaria de Dorotea, la
responsable de la sección. Mª Ángeles es una mujer de 50 años que, está en la empresa desde su inicio. Es
eficiente y concienzuda en su trabajo, pero no soporta los ordenadores. Hace un tiempo, la empresa
informatizó
todas las actividades y el departamento administrativo sufrió grandes cambios. De un día para otro, casi sin
previo aviso, a Mª Ángeles le asignaron el inevitable ordenador y le retiraron la máquina de escribir. Dorotea
no cesaba de hablar de sus “maravillosas” prestaciones y de lo bien que le iría para su trabajo. Mª Ángeles,
que no fue consultada en ningún momento sobre tales cambios, sintió que un “pedazo” de su satisfactoria
vida laboral se le escapaba y se permitió comentar que ella no estaba preparada para manejar aquel trasto.
Dorotea le quitó importancia al comentario y le dijo que enseguida
aprendería. La empresa facilitó un curso de aprendizaje a Mª Ángeles. Ella lo compaginó como pudo con su
horario laboral, por lo que durante varios días arrastró una elevada carga de trabajo. Además, el cursillo le
resultó un verdadero “martirio” puesto que,
a pesar de sus esfuerzos, se sentía torpe en el aprendizaje y la situación la desbordaba Cuando terminó, Mª
Ángeles, que en pocas ocasiones había faltado al trabajo, estuvo 15 jornadas de baja por problemas
gastrointestinales.
Poco a poco, Mª Ángeles se ha ido adaptando al ordenador, pero le han surgido otros problemas: le quedan
cosas pendientes, se agobia con los plazos y no consigue ordenar ni tener al día el tablón informativo de la
empresa.
Coincidiendo con los cambios tecnológicos, se incorporó al departamento un chico joven, Mario, con
estudios informáticos de Formación Profesional y muy preparado para el trabajo. Dorotea le habló de las
muchas posibilidades de promoción que existían en la empresa cuando lo “fichó” pero que, por el momento,
su tarea consistiría en tener al día todos los albaranes de entrega de las otras empresas colaboradoras. Era
un trabajo
sencillo en relación con sus capacidades pero que no permitía errores ya que era muy
importante para el buen funcionamiento de la empresa. Desde entonces, Mario dedica
las ocho horas de su jornada laboral, sin descansos, a introducir los datos de los albaranes en el ordenador.
El trabajo es monótono, le resulta aburrido y todavía hoy no sabe por qué es tan importante. Además,
últimamente, se le va el “tarro” a otras cosas y comete despistes que le han costado algún que otro “toque”
de atención.
Ahora Mario y Mª Ángeles están conversando sobre sus “angustias” laborales. Los dos han analizado los
problemas que tienen con sus tareas respectivas y creen que tienen solución. Mañana irán a hablar con…

Estrés laboral: El caso de un profesor


Jesús es profesor de Secundaria. Tiene 40 años y lleva 15 años ejerciendo esta profesión. Últimamente siente
que cada mañana le cuesta más esfuerzo levantarse y comenzar la jornada de trabajo. En el instituto tiene
la sensación de que los problemas -con los alumnos, con los padres y con la organización del centro- son
cada vez más y más difíciles de resolver. A veces tiene la sensación de estar sobrepasado y de no tener
suficientes recursos para desempeñar correctamente su trabajo. Incluso siente que su actitud hacia los
alumnos está cambiando: ya no se muestra tan cercano como antes, es más, algunas veces incluso les culpa
de su malestar y tiende a distanciarme de ellos. Jesús se pregunta por qué está empezando a sentirse
“quemado” en su profesión. No sabe qué le está pasando. Antes le encantaba su trabajo y se implicaba mucho
más. Jesús desearía saber qué hacer.
“Laura Bermejo Toro”
Caso práctico de estrés laboral

Marta tiene 21 años, trabaja como cajera en un hipermercado de una gran superficie comercial y su jornada
laboral es de 7 horas; de estas siete horas emplea 20 minutos para tomar algún alimento. Realiza su trabajo
en turnos de mañana y de tarde, siendo el período de rotación de 15 días en
el turno de mañana y de otros 15 en el de tarde.

El tiempo que Marta tarda en ir y volver de su casa al trabajo, y viceversa, suele ser de 40 ó 50 minutos, y
utiliza para ello dos medios de transporte. Durante los días en los que realiza el turno de mañanas acude,
por las tardes, a la Universidad, donde estudia periodismo. Al iniciar su trabajo en la empresa, Marta recibió,
junto a otras compañeras, un curso de formación básico para enseñarle su tarea;
el curso incluía instrucciones para utilizar el terminal de caja, explicaciones sobre cómo llevar el uniforme,
forma de recogerse el pelo, trato que debía emplear con los clientes, etc.

Marta trabaja en el supermercado desde hace un año y medio mediante contratos de seis meses. En estos
momentos está a punto de finalizar su tercer contrato y, como suelen informarle de su renovación el mismo
día de su vencimiento, se encuentra con cierta incertidumbre ante el futuro respecto a la seguridad en el
empleo y a su poder adquisitivo. Esta situación le ha provocado un aumento del número de errores de su
terminal.
Su trabajo consiste, principalmente, en tomar con las manos los artículos comprados, orientarlos hacia el
lector óptico y colocarlos hacia el lugar de embolsamiento. Cuando no hay muchos clientes esperando en la
cola, ella misma embolsa las mercancías. Esto le supone hacer rotaciones y flexiones continuas del tronco y
realizar frecuentes esfuerzos con los brazos.
Debido a la gran cantidad de trabajo, Marta tiene pocas posibilidades de relacionarse con sus compañeros,
lo hace únicamente cuando necesita cambio de dinero o cuando surgen dificultades al pasar las tarjetas de
los clientes por el lector de su terminal.

La responsable de las cajeras es excesivamente paternalista y no suele delegar funciones, por lo que
interviene siempre que surge algún problema.
Esta falta de autonomía para poder solucionar los pequeños inconvenientes diarios, es lo que le produce
mayor desmotivación en su trabajo.
El supermercado dispone de aire acondicionado, por lo que el ambiente térmico es, en general, confortable.
No obstante, Marta está expuesta continuamente a corrientes de aire, ya que su puesto de trabajo se
encuentra muy cerca de las puertas de entrada y salida del local y éstas se abren y cierran continuamente.
Caso Práctico

Antonio es un mozo fuerte y guapetón que desde jovencito sueña con ser un “crack” de la repostería.
Fiel a este objetivo, el chico realizó estudios de Técnico en Pastelería y Panadería, logrando numerosos éxitos escolares por sus
habilidades creativas en la elaboración y decoración de pasteles.
A pesar de su buen currículo estudiantil, Antonio tuvo serias dificultades para encontrar un trabajo que cumpliera con sus
expectativas profesionales. Así que, cuando por fin se le presentó la oportunidad de ocupar un puesto de trabajo de ayudante de
pastelero en el obrador de un célebre
negocio de la ciudad, no dudó en aceptarlo.
La empresa, llamada “Dolcesilles”, se dedica a la elaboración y venta de dulces artesanos de gran calidad. Cuenta con un obrador,
una tienda de cara al público y una pequeña cafetería en la que se sirven exclusivamente los productos de la empresa. La población
lugareña, así como los turistas curiosos y los empleados de oficinas son los principales clientes de la cafetería, que suelen acudir al
local desde primera hora de la mañana, adictos a cualquier combinación de café: corto, con leche, cortado, asiático, carajillo… El
Sr. Oliveira, propietario y responsable del negocio, fue la persona encargada de explicarle al joven los requerimientos del puesto
de trabajo. La jornada en el obrador era de seis de la mañana a dos del mediodía, incluyendo sábados y domingos, teniendo en
cuenta, además, las horas extras que caían de vez en cuando. El descanso semanal era rotativo entre los cinco empleados.
La búsqueda de trabajo había convertido a Antonio en un experto conocedor de los horarios del sector, así que la propuesta no le
sorprendió. Sin embargo, el hecho de que los descansos semanales fuesen rotativos, no le hizo mucha gracia: “adiós a los entrenos
de fútbol” — pensó el chico—, como tampoco le hizo gracia que el Sr. Oliveira hablara de ayudar en la cafetería cuando hiciese falta.
A este respecto, el chico comentó con sinceridad que no tenía experiencia. Se atrevió incluso a decir que el público y los idiomas
no eran su fuerte, a lo que el Sr. Oliveira respondió, secamente: “¡Pero si ese trabajo lo hace cualquiera!”.
Antonio, naturalmente, prefirió no hacer ningún comentario. Ha transcurrido algún tiempo desde que el chico formalizó su
contrato de trabajo y su situación laboral no es, para nada, la que se esperaba. Antonio hace más de dos meses que ocupa el puesto
de trabajo de Sofía, la joven responsable de la cafetería de la empresa, que está de baja. El Sr. Oliveira le comunicó el cambio de
trabajo de un día para otro porque, según dijo, no disponía de más personal. En el mismo momento, le dio unas breves
instrucciones sobre el funcionamiento de los electrodomésticos, incluyendo la máquina de café exprés, y añadió que el resto de
tareas las iría aprendiendo sobre la marcha. También apuntó que sería una situación momentánea y que procuraría echarle una
mano cuando lo necesitara.
Pero no ha pasado ni una cosa, ni la otra. La realidad es que, hasta el día de hoy, Antonio anda detrás de la barra, más solo que la
una, haciendo una faena que no es la suya y estresado hasta el cogote. A pesar de estas circunstancias, Antonio se ha esforzado por
cumplir correctamente con las demandas de la empresa, por lo que en “Dolcesilles” están contentos de su rendimiento. En cambio,
el chico está muy desanimado por la falta de reconocimiento —nunca ha recibido una gratificación, palabra o un comentario
positivo sobre su trabajo— y porque, a pesar de su entrega, no le han permitido hacer ningún cambio en la forma de hacer sus
tareas diarias. Sin ir más lejos, no ha habido manera de que le consintieran preparar las vitrinas con los dulces y bocadillos, antes
que
cargar las neveras.
Otra cuestión, desatendida y reclamada un sinfín de veces por el joven, era el tema de mejorarlas prestaciones del viejo exprimidor
de naranjas, cuya desesperante lentitud le ocasionaba considerables retrasos en el servicio de los zumos y en otras tareas paralelas.
Hoy la mañana ha empezado muy movidita y además Antonio no está en plena forma. Se encuentra mal a causa de una maldita
presión que sufre desde hace días en la boca del estómago, que le provoca un enorme malestar y malhumor. El chico no está
acostumbrado a estar enfermo y, aunque al principio no le dio mayor importancia, ahora está preocupado. “Mañana pediré permiso
para ir al médico, aunque el Sr. Oliveira tenga que apañárselas para sustituirme” –piensa. Mientras tanto, retira precipitadamente
los servicios de desayuno de una de las mesas para atender a un turista que le reclama alguna cosa en alemán desde el mostrador,
mientras agita un puñado de euros sobre la barra. En su acción apresurada, Antonio vuelca una de las tazas y el resto de café con
leche que quedaba en su interior se derrama por el suelo, formando una pequeña mancha. El incidente hace mella de lleno en el
chico que contempla el derrame como si fuera el anuncio del fin del mundo, con
la cara demudada por la contrariedad. Antonio percibe que está perdiendo los nervios por cualquier tontería, así que hace un par
de respiraciones profundas para recuperar la calma. A continuación, decide que primero solucionará las demandas del cliente
impaciente y después limpiará el derrame con tranquilidad.
No pasa ni un minuto que entra en la cafetería una motorista —también apresurada—, solicitando un capuchino para llevar. La
chica pisa el café derramado en el suelo y resbala, dando un espectacular traspié que la precipita contra la barra de la cafetería, a
la que consigue sujetarse
con ansiado fervor.
El susto ha sido mayúsculo y Antonio se deshace en disculpas por lo sucedido, mientras que el Sr.
Oliveira, testigo ocular del episodio, le reprocha en público: ¡Eso lo tenías que haber recogido! Antonio levanta la mirada despacio
hacia el encargado y él mismo se sorprende de su contestación.
CASO PRÁCTICO GENERAL

Manuel ha trabajado desde el 3 de febrero de 1972 como auxiliar contable en la empresa PILISPORRIS. El 12 de mayo de
1976 contrajo matrimonio con Azucena. Han tenido tres hijos, María ( 10-3-1977), Aniceto ( 25-12-1979) y Magdalena (29-
5- 1983). Desde su ingreso en la empresa, Manuel ha desempeñado su trabajo con normalidad, plenamente integrado en la
organización de la empresa, y siempre ha contado con el reconocimiento de sus compañeros.
En enero de 2003 ingresaron en la empresa Jorge y Catalina. El primero, asume el cargo de jefe del Departamento de Ventas
y Negocio, en el que trabaja Manuel; y Catalina ostenta la categoría de secretaria de dirección en el Departamento Fiscal.
Jorge y Catalina viven juntos desde el verano de 1999. Catalina, comienza a sentirse atraída por la madurez de Manuel, quien
no le presta mayor atención. Jorge inicia, por órdenes superiores, una reorganización del Departamento que dirige. En
general, el ambiente de trabajo comienza a cambiar: se vuelve más tenso como consecuencia de las presiones continuas de
Jorge hacia todos los empleados de ventas y Negocio. Presiones que son especialmente evidentes hacia Manuel, al que obliga
a realizar horas extraordinarias no reconocidas, al que profiere comentarios insultantes - del tipo “gigoló” o “chulo”-, al que
selecciona para realizar trabajos urgentes los sábados y domingos, entre otras conductas. Además, Jorge ha conseguido que
desde Recursos Humanos se le nieguen a Manuel los periodos de vacaciones solicitadas, y se le ha asignado por defecto, el
mes de septiembre.
El 5 de agosto de 2003, el facultativo médico de atención primaria del servicio de salud, emite parte de baja a Manuel. Hace
constar en su informe que se trata de “un cuadro depresivo reactivo a estrés laboral”. Tras el tratamiento prescrito, recibe el
alta el 9 de noviembre de 2003.
Cuando se reincorpora al trabajo, se encuentra con una situación novedosa: algunos de sus compañeros han sido despedidos,
otros han sido enviados a la sede de PILISPORRIS de otra provincia, y el departamento ha quedado reconfigurado con una
secretaria (Catalina), dos auxiliares contables y un auxiliar administrativo. Las presiones laborales se incrementan
exponencialmente, dado que el volumen de negocio se ha duplicado, y la plantilla adscrita al departamento se ha reducido
en un 85%. A lo anterior se une que Catalina insiste en comprometer a Manuel, lo que hace aumentar los comportamientos
impropios de Jorge hacia Manuel.
En diciembre de 2003, el comité de empresa dirige a la dirección de PILISPORRIS un escrito denunciando el
comportamiento de Jorge para con las personas del departamento que dirige.
A finales del 2004, Azucena, la mujer de Manuel, presenta una denuncia ante la Inspección de trabajo, explicando las
irregularidades que se están produciendo.

Durante el año 2004 ha recibido las siguientes cantidades fuera de nómina:


Enero: 721 euros
Febrero: 999,43 euros
Marzo: 48,99 euros
Abril: 676,14 euros
Mayo: 907,53 euros
Junio: 1240, 00 euros
Julio; 800,00 euros
Septiembre: 250,00 euros
Octubre 220 euros
Noviembre: 430,00 euros
Diciembre 430 euros

La inspección levanta actas de infracción y liquidación, y reconoce las cantidades anteriores como percibidas en concepto
de salario.
El 2 de febrero de 2005, antes de entrar a trabajar, Manuel ingiere una dosis elevada de su medicación de mantenimiento,
y tras desplomarse en el ascensor de la empresa, mientras se dirige a su mesa de trabajo, ingresa en el hospital con una
intoxicación medicamentosa. El psiquiatra del hospital elabora un informe en el que se establece que “ ...el paciente presenta
ánimo depresivo que pone en relación continuamente con el trabajo, ya que en su vida personal y familiar se encuentra
satisfecho, y atribuye sus sensaciones de impotencia y rabia a la situación laboral.
Se trata de un paciente con una personalidad con alto nivel de exigencia, perfeccionista, con autoestima precaria, para el
que la relación normalizada con todos los ámbitos de su vida forma parte de su equilibrio emocional...”
Permanece en tratamiento, y en baja médica, hasta el 8 de julio de 2006, fecha en que fallece por auto-lesiones graves, que
se provoca mientras descansa en su casa de la playa.
Azucena solicita pensión de viudedad, y pensiones de orfandad. El INSS solo reconoce la pensión de viudedad, en todo caso,
como derivadas de contingencia común.

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